Esta no podía faltar, ¿no es cierto? De hecho, todo amante del cine -no tan vago como quien escribe- tuvo que ver esta película de un director de peculiar resonancia. Con ello, llamar a Darren Aronofsky un director "de culto" es, no obstante, algo precipitado. Su obra breve posee, empero, una calidad y un sello inconfundibles que desde Requiem para un sueño (más que desde Pi), lo han llevado a una popularidad a veces inmerecida, pero afortunadamente más merecida que la de otros cineastas menos talentosos. Con Black Swan Aronofsky se lanza a Hollywood, con nominaciones al Oscar incluidas, y en consecuencia a un público más amplio: expone sus predilectos tópicos de la relación entre la enfermedad mental y el cuerpo (azotado prácticamente alla Cronenberg) con una claridad inusitada, pues si en The Wrestler veíamos el flagelo físico, no era tan luminosa la patología mental del protagonista, que de todas maneras encarnaba una figura más romántica que teórica, como la bailarina de El cisne negro. La historia de este nuevo film de Aronofsky es la de la joven bailarina Nina Sayers (Natalie Portman), a quien le fue -a priori- adjudicado el papel principal de el ballet "El lago de los cisnes", en una producción renovada que, bajo el mando de Thomas Leroy (Vincent Cassel), requiere la capacidad de una intérprete que pueda concretar el rol tanto del cisne blanco, como el del cisne negro. Este lado oscuro del personaje ejecutado por la joven es el que no convence a Leroy y hace que Nina se sienta amenazada frente a otras de sus compañeras, Veronica (Ksenia Solo) y, en particular, Lily (Mila Kunis), con una experiencia de vida menos puritana que la de la protagonista, constantemente seguida por la sombra de su madre Erica (Barbara Hershey), quien vive su sueño frustrado de bailarina través de su hija. A partir de la efectiva asignación del papel, la transformación necesaria para la interpretación del cisne negro irá de la mano de una psicosis in crescendo cuyo paralelo puede asociarse al de la desplazada estrella del ballet de Leroy, Beth MacIntyre (Winona Ryder). Es posible preguntarse, con tanto Tchaikovsky y bailarinas, cómo puede resultar una película que pone su énfasis más en la teoría que en el romanticismo. El lado romántico del film es claro, pero pertenece más a la éstetica de la obra, sus contornos, sus formas, que al contenido que pretende evidenciar. Esto es lógico si se tiene en cuenta que la gran lucha de la protagonista es su intento de escapar de la técnica y la perfección que la tiene aprisionada: cuando se despertase el Sturm und Drang del baile, allí se habría alcanzado el descontrol imprescindible para la caracterización del cisne negro. Si queremos sumergirnos en los aspectos psicológicos de la trama -que, a decir verdad, lo son todos-, podemos hablar de una falla en la simbolización del personaje de Portman, propio de la psicosis. Nina no halla una asiento para dar el salto que le permitiría concebir la perfección desde otra óptica distinta a la del control. Esa búsqueda -por supuesto, estéril- hará que Nina oscile entre la sujeción a una castidad en todos los rincones de su existencia y una hybris que pone en riesgo su carrera y la vida propia y de terceros. Esta obra ha sido también debatida en base a su propuesta visual impactante en relación con los padecimientos físicos explícitos y ciertas escenas de erotismo (más bien leve). Hay un público que no soporta esta modalidad, aun cuando en otras películas, bélicas y de terror, la sangre se vierte como de un sifón de soda. Debe aclararse, en defensa de El cisne negro, que el uso de la cámara por parte de Aronofsky no carece del todo de sentido. Más aun, los planos cortos no son sólo de heridas, sino también de partes del cuerpo u objetos relacionados con él que dan lugar a metáforas (los pies y la flexión, esto es, la transformación entendida como torsión) y a expresiones de las actitudes propias de los psicóticos. En efecto, el relato es propuesto hacia el espectador como una historia en primera persona y tales parcialidades corporales las podemos comprobar nosotros mismos, como yo, que veo de soslayo mis manos escribiendo en el teclado el reflejo de mi rostro en la ventana tras el monitor. Explicitada esta cuestión, queda la duda si estos aspectos viscerales van en detrimento de una obra que desarrolla aspectos de la psicosis con una claridad hasta por momentos ligeramente exagerada (aunque se sabe que la exageración es un recurso del arte). No hay demasiadas sutilezas ni misterios que desentrañar y sin embargo novedosos motivos de la pintura siguen apareciendo. Esta relación diáfana entre forma y contenido que abriría la película a un mayor espectro de público puede ser considerada una virtud, ya que no es necesario que la oscuridad sea una característica del buen arte (aunque sea consumida como caviar beluga). No obstante, tiene dos contrapesos "naturales": las escenas "fuertes", que espantan a algunos, y la ineludible necesidad de poseer un mínimo background intelectual. Es poco importante cómo conectemos el sentido de la sucesión de hechos, pero es imprescindible que se le encuentre algún vínculo, sea el de la psicosis o cualquier otro ficticio, mediocre o pergeniado por nuestro gusto y humor del día. Entonces ¿Black Swan para todos? Negativo. Por eso el gusto amargo de la desazón de que este film oscile entre la divulgación y lo exclusivo. De todas maneras, el goce de la música y del arte se hace presente en el film de Aronofsky, quien quiso complacer a Dios y al Diablo. Y debemos reconocer que complaciendo al Diablo, jamás puede dejar de darnos una buena dosis de lo que en el fondo nos encanta.
Durante el tiempo que este blog ha permanecido "al aire", se ha tratado de demostrar que no hay tal cosa como "géneros menores" en el cine, aunque sí hay películas y artistas que pueden serlo perfectamente. Los films de acción son rata de laboratorio de estudios sedientos de éxito económico y pocas veces los conejillos de grandes directores. No obstante, esta vertiente del séptimo arte ha dado sus frutos en catapultar estrellas: Schwarzenegger, Stalone, Bruce Willis y ahora Jason Statham, el británico que en esta película de Simon West caracteriza a aquel personaje que en su momento hizo Charles Bronson, otra figura antológica. Statham -a quien recordamos por sus papeles en Snatch, cerdos y diamantes y The transporter- interpreta al perfecto asesino a sueldo, con el perfil de un James Bond pero como extraído de una renovada Kriminalgeschichte: el "héroe" que provoca simpatía siendo el más pérfido criminal. Arthur Bishop no estaría, empero, de acuerdo en que cataloguemos su actitud como pérfida, puesto que él trabaja simplemente como un mecánico, "arreglando cosas"y de allí ningún tipo de traición puede colegirse si la paga fue la correcta. Pero esta ética es ajena a los negocios y Bishop se verá envuelto en los peligrosos cruces de Harry McKenna (Donald Sutherland) y Dean Sanderson (Tony Goldwyn), clientes suyos y socios entre sí. Tras lo que la conciencia de este asesino considera un grave error, Bishop decide entrenar a Steve McKenna (Ben Foster), hijo del anciano empresario, en las artes del asesinato invisible. Estos hombres atraviesan un muy peculiar purgatorio, que es más un infierno para el manualcito profesional de Bishop. Realmente Statham es un grande en su porte, en sus actitudes y en su salsa, que es este género cinematográfico. Sin embargo, no basta para otorgarle a este film el sello de unicidad que casi toda obra precisa y, enfáticamente, un mensaje que exceda el intento de convertirse en un nuevo clásico, lo cual dudo que consiga. Nada de esto implica una decadencia absoluta, pero si Simon West pretende, tal como confiesa, continuar su carrera con este tipo de cine, deberá ajustar algunas clavijas en el ámbito de la originalidad. Los amantes de la acción, con tiros, muertes y situaciones extremas no pueden dejar de ver El mecánico y, por supuesto, presentar su opinión preferentemente por este querido medio que dirijo, y quizá sean capaces de explicar a este servidor por qué en su visión la película no cruzó los límites de lo que hace a una obra, al menos, "interesante", como pudo lograr esa curiosa pieza que es RED o la vieja y querida Die Hard.
En general, los humanos en su desesperación toman decisiones igualmente desesperadas y patéticas. En esta línea y bastante alejado ya de Freud, Woody Allen plantea la cuestión del arrepentimiento y la usual actitud de querer lo que no se tiene y rechazarlo cuando se lo obtiene por el hecho mismo de que ha dejado de ser interesante. En You Will Meet a Tall Dark Stranger, los dos matrimonios centrales entran en conflicto, digamos, de intereses y por ello el divorcio está asegurado ya para la anciana pareja de Alfie (Anthony Hopkins) y Helena (Gemma Jones), destino que se augura para la relación de la hija de éstos (Naomi Watts encarnando a Sally) con el yanqui Roy (Josh Brolin). Helena no puede creer que la separación se haya consumado y que su esposo la haya abandonado en el afán de retomar las experiencias juveniles que esta viejecita no podía darle y por eso consulta a Cristal (Pauline Collins), una vidente que reemplaza las tradicionales terapias por respuestas seguras acerca del futuro: el fracaso del matrimonio de su hija, la decadencia de Roy como escritor, y otros aspectos de la vida suya y de los otros. Ahora bien, Woody Allen emplea este juego de articulaciones entre la magia de la predicción, el poder de la mente humana y el llano sentido común, tal como similarmente ha hecho en Match Point, incluyendo las vueltas de tuerca que complican la existencia. En realidad, hay poco para destacar de esta nueva producción en cuanto a la originalidad de la propuesta del famoso director y guionista. Sus diálogos ya no tienen ni la gracia ni la inteligencia de antaño. No obstante, Allen mantiene una calidad básica que permite ser disfrutada; no es poco que escoja excelentes actores. Por otra parte, la historia que protagoniza Josh Brolin es la más interesante, lo cual nos da un indicio de cómo la trayectoria de Woody sigue ligada a New York, ahora reemplazada por la hermosa y más lluviosa Londres. Finalmente, las historias de Woody Allen atrapan por utilizar la comedia de un modo muy ligado al drama y al suspense. Todos quienes amamos sus films hasta Crímenes y Pecados preferimos, sin embargo, que se tome un tiempo para pensar y sorprendernos con sus diálogos o estrategias como el falso documental, que empleó en Zelig y Dulce y Melancólico, dos películas destacables. Otros dirán, "quiero verlo en la pantalla". Y bien, sigue siendo él, sólo que más viejo.
"Terror en tiempo real", reza el lema de este film uruguayo dirigido por Gustavo Hernández y ello se debe al plano secuencia, bien logrado (con todas las dificultades que acarrea), que atraviesa la película de principio a fin. El problema de esta película de ecos que recuerdan a los de [REC] es que las desconexiones operan, si bien no (aunque, a decir verdad, parcialmente) en el montaje, en el hilo argumental de la historia. Por otra parte, el avezado fanático del terror verá varios patrones que se repiten en este film y en otros, lo que genera no consolidación y fortaleza, sino el sabor de lo trillado. El plot es sencillo, Néstor (Abel Tripaldi) decide vender la casa de su campo y para ello le pide a su casero Wilson (Gustavo Alonso) que la ponga en condiciones de ser vendida. Con este fin, Wilson solicita la ayuda de su hija Laura (Florencia Colucci, de buena actuación) para la limpieza. Cuando ella se ponga ropa cómoda comenzará el tenebroso trajín, en el típico punto de inflexión que los films de terror poseen tras una intro donde lo sobrenatural y lo siniestro aun no ha sido introducido. Ahora llega el turno de los elogios a la obra, que hacen que la misma sea algo más interesante y posiblemente muy valorada por otros críticos -cuya opinión me ha sido participada. Pero si queremos hablar de este oscuro secreto de Laura, debemos sugerir a los espectadores futuros que no lean lo que sigue. Atención, desde aquí PLOT SPOILER Las relaciones peón/patrón son las que pone Gustavo Hernández en juego en esta película de terror. El hecho de que sea uruguayo, un habitante de nuestras pampas australes, es crucial. Solemos escuchar los reclamos, rojos o no tanto, de las agrupaciones sindicales, pero muy pocas veces escuchamos las de los peones del campo. Sé que muchos pensarán en el lock-out patronal o "Conflicto del campo" del año 2008 en Argentina. Dejen que este humilde servidor exprese sus dudas de hasta qué punto este conflicto pudo revelar a la sociedad la situación de servidumbre del peón de campo. El feudalismo tan sólo se ha desvanecido como sistema económico de recolección de tributos, etc, aunque no lo ha hecho el tipo de dominación simbólica con la que algunos historiadores pretenden definir este sistema (por ejemplo, para justificar el feudalismo en la América de la Conquista). Esta casa es muda porque debe ocultar una relación perversa entre Laura y Néstor, que involucra incluso a su padre y a terceros. Que la violación y el estupro y los hijos bastardos existen en nuestra sociedad, principalmente en el sector rural, de eso no cabe duda alguna. Lo que ocurre es que suelen mezclarse tantos tópicos que empañan la terrible cuestión principal, como la maternidad precoz, la "humildad" rural, la relación entre el peón y su patrón... Si el terror surge en La casa muda es por estos temas, mucho más tremendos que los juegos de cámara, los sustos y los aparecidos comunes en el género. [FIN DEL PLOT SPOILER] No obstante, el director no logra cerrar la idea general y mezcla tantos, dejando a su paso huecos que no podemos obviar y alusiones que tanto queremos olvidar. Al respecto hay que destacar cómo en los últimos años los niños han sido usados como elementos del terror. Son adorables y terribles, lo sabemos. ¿O será un cambio de época? La profilaxis llegó al cine o el Bebé de Rosemary se hizo grandecito.
LO QUE ELLAS QUIEREN ¿Ha resucitado el gore? Por supuesto que no. Este género no consistía sencillamente en mostrar lo desagradable y sádico, sino más bien en mantener cierta relación "íntima" con la parte torturada o aquello que se quiere destacar, como la sangre. El gore permitía mostrar lo inmostrable... era una apuesta por parte del cine de ir más allá, de señalarnos, como decía Benjamin, aquellos aspectos de la realidad que en el área del espíritu sólo el psicoanálisis había logrado alcanzar. De esta manera, si se prefiere, puede situarse a Escupiré sobre tu tumba dentro de la línea de El juego del miedo o, de modo más general, dentro de las películas "de género" morbosas y explícitas. Morboso y explícito puede ser, también, una propuesta política desafortunada, pero en este caso es la venganza de Jennifer (Sarah Butler) hacia un grupo de muchachos, incluyendo al sheriff local, quienes la violaron y pretendían desaparecerla de la Tierra. El mensaje del film es sutilmente feminista, más cuando se tiene en cuenta el título de la película en la que la presente obra se basa en calidad de remake es Day of the woman. La presentación de la joven en el film actual, a cargo del director Steven Monroe, es la de una joven que aúna belleza e inteligencia -es escritora- y, como si fuera poco, la capacidad de transformarse en una mujer dura, y sólo los violadores saben cuánto... No obstante la búsqueda estética de macabras torturas, que hace al film entretenido -y esto no es poco-, hay que obviar ciertos huecos en el guión, o bien atribuirlos a una matriz fantástica, ligada al género de los "aparecidos", pues en la película hay leves indicios de que este aspecto podría estar más cerca que el de la mera venganza. De todas maneras, el terror de Escupiré... mantiene su cuota de temática social y política al día y otros componentes de este y todos los cines, como el maquillaje FX. Si bien esta obra no es para espíritus impresionables, no hay duda de que muchos sabrán disfrutarla -se ahorrarían de violar a una chica en serio y de cortajear algunos sujetos- y debe celebrarse que las salas argentinas abran su espectro de géneros a ser incluidos. No es casual, en este sentido, que el estreno de Sudor Frío (¡lo esperamos ansiosamente!), de uno de los directores más talentosos que tiene nuestro país, se aproxime. ¿Competencia? ¡Ojalá que haya y mucha!
Los viejitos tienen sus mañas, algunas de las cuales pueden resultarnos tan perversas como estúpidas. Del mismo modo, aunque a través de otras expresiones, vemos que también la actitud de los jóvenes provoca ese mismo sentimiento. En La vieja de atrás, de Pablo José Meza, aparecen estas dos posturas, reflejo de una unión generacional de desesperados. Por un lado, Marcelo (Martín Piroyansky) es un estudiante de medicina provinciano que ya no puede lidiar entre el alquiler de su departamento y el constante pedido de su madre de que acuda a ayudarla a La Pampa en las tareas campestres y, por otro, Rosa (Adriana Aizenberg), anciana quien invita al chico sin miedo -y más allá del nulo diálogo cotidiano previo- a quedarse en su hogar, del otro lado del pasillo. A cambio, ella le exige una fluida charla cotidiana, que el parco Marcelo no sabrá retribuir con demasiado entusiasmo. La presente obra tiene un importante componente de "costumbrismo" citadino, el cual no podemos reprochar, tratándose particularmente de un film en el cual se describen las vidas de habitantes de nuestro Buenos Aires querido. Además, los arquetipos son útiles para reforzar ideas y atraer conceptos que, de otro manera, perturbarían al espectador. En este sentido, el director puso tanto cuidado como simpleza en las escenas, con ayuda de su montajista, Claudio Fagundes, y de su fotógrafa, Carla Stella. Estos detalles quizá técnicos, confiesa el director mismo, han sido buscados y por eso debe destacárselos como correctos. Ahora bien, como suele ocurrir, hay en el guión cierta opacidad que no impide al espectador tener algún tipo de experiencia espiritual-artística con la película. A esto debe agregársele, a modo de excusa, que el mensaje transmitido es comprensible y la empatía con esos solitarios personajes se muestra certera a través de la identificación con muchas de nuestras experiencias de vida. No obstante, el resultado de esta pulcra película -aun cuando las aserciones de los protagonistas pudieran llegar a parecer dudosas- es constituirse meramente en un relato, más o menos profundo, que redunda en el desinterés. Pablo José Meza pudo haber aprovechado varias experiencias ciertamente exóticas del protagonista masculino para pulir el aura de misticismo citadino, pero su decisión es rechazar esas oportunidades y optar por que la historia hable por sí sola. Y eso es lo que queda: la relación entre Marcelo y Rosa, las mañas de cada uno y sus respectivas diatribas sentimentales. Personajes interesantes, fugazmente pasan y, así, se evaporan en una historia que jamás deja de ser correcta.
La creación artística tiene un gran componente lúdico, pero si ésta pretende exhibirse a un público -lo cual, a mi entender, es esencial en la obra de arte, como no lo es en la naturaleza-, debe tener algo de consistencia o algo de originalidad. En suma, debería tener algún atractivo para el espectador que vaya más allá de la publicidad que pudiera tener. Sin embargo, suponiendo que la obra sea meramente un juego personal, cuya exposición al público fuera irrelevante, aun así, podría atribuírsele algún tipo de interés: el que trae el talento de un artista, que se filtra incluso inintencionalmente por los poros de su arte. Ahora bien, esto plantea una discusión ya más específica... ¿Es Los santos sucios, de Luis Ortega, un film personal? ¡Hemos visto joyas en films "personales", en films de bajísimo presupuesto, y, lo que es peor, hemos visto más personalidad en películas horribles! Lo que ocurre aquí -y lo pongo a discusión- es un espantoso caso de "hijodepapaísmo", chupasangre del ya relativamente pequeño presupuesto del INCAA. Luis Ortega, hijo de Palito, anunció en una nota "quiero redimirme de mis films anteriores". Qué redención sería esta, no lo sé, quizá una relacionada con el purgatorio, porque Los santos sucios no aporta absolutamente nada a nadie, excepto a su director: difusión y la chapa de cineasta. El argumento de esta película de la rama de las "apocalípticas", se centra en la travesía de un grupo de personas que intentarán cruzar un río que los alejaría de una devastada ciudad de pos-guerra, con soldados futuristas meCursiva rodeando y una vida de miseria. Rey (Alejandro Urdapilleta) quiere depararle a su compañero e íntimo amigo Cielo (Luis Ortega) un futuro mejor y, para ello, conseguirá la ayuda de Berry (Rubén Albarracín K.J., con voz de Oscar Alegre) y luego se prenderán otros, por necesidad o por casualidad, como el Mudo (Emir Seguel, también guionista con Urdapilleta y Ortega) y Brian (Brian Buley). La nota femenina la dará, a modo de molesta presencia, Martina Juncadella en el papel de Monito. La locura, el amor y la necesidad son tres elementos infaltables en el género y presentes aquí, pero los sentidos abiertos ya rozan lo estúpido y las relaciones humanas que se exponen durante el largometraje no logran atraer ni siquiera el escándalo. A pesar de que Los santos sucios pudiera ser una de muchas producciones olvidables, yo prefiero situarla en un plano distinto y lanzarme contra ella con especial encono. En primer lugar, porque no es la secuencia argumental lo más criticable (aunque ésta sea confusa y sucia), sino el valor del film. Los santos sucios carece de valor alguno en cualquier sentido que se mire, y esto se liga con un segundo punto de desaprobación que consiste en el persistente horadar de estas producciones lamentables en la relación del público argentino con las películas "de género". Es una pena que sólo en festivales se encuentre lo bueno y que esos festivales tengan una categoría B frente a otros. Desconozco qué motivos impulsan el apoyo del INCAA, que posibilita pasar el film a 35 mm, pero si poco se ve en salas fuera de estos festivales, ha de intentar analizarse la posible impronta y la calidad de loas películas a ser consideradas. Un buen ejemplo ha sido El Bosque (buscar en el blog la crítica): sencillez, género e impulso a jóvenes cineastas. La contracara es Los Santos Sucios, tercer film de un famoso que no ha demostrado talento aun y que sólo echa leño al fuego para quienes bregan porque estas películas distintas, raras, desaparezcan. Reconózcase también que el presupuesto no pudo haber sido excesivo, pero las ráfagas de talento se ven en un encuadre correcto, en un montaje inteligente y en un guión bien realizado y no siempre en las exigencias de los recursos materiales. Quod natura non dat, Salamantica non praestat
La violencia y la pobreza no son sino la cara de la misma moneda. Puede que esta asunción sea criticable, pero no por ello carece de buena parte de realidad. De hecho, es admisible en la medida en que funcione a modo de justificación de una situación dada. Por más que este procedimiento deba ser evitado, al arte le resulta sumamente complejo eludirlo y Los Bastardos - dirigida por el mexicano Amat Escalante - no es la excepción. Esta coproducción entre México, Francia y EEUU relata un día en la vida de dos jornaleros mexicanos en Los Angeles (EEUU), Fausto (Rubén Sosa) y Jesús (Jesús Moisés Rodríguez). Su trabajo mal pago por los yanquis deriva en la aceptación de un "encargo" criminal que tiene por fin, en principio, amenazar a la ex-esposa de un maleante (Nina Zavarin) en el interior de su propio hogar. La necesidad, el odio y la discriminación se mezclan aquí para brindar sustancia dramática a un film con un argumento llano y sin muchos giros. Pero no es la simplicidad argumental lo que perturba en esta película. Se trata, más bien, de una hipócrita combinación de planos innecesariamente largos y vacíos -como para demostrar que se trata de "cine arte", que ya se ha transformado en "cine aburrido"- con la pretensión de demostrar preocupación social. No es que las intenciones del director deban ponerse en duda, aunque, como se expresó más arriba, la "justificación" de los hechos se expone de manera tan directa que impide una visión reflexiva y crítica de la cuestión de la inmigración (tan crucial en nuestra Argentina actual también). Sólo en algunos momentos, los finales, los recursos del séptimo arte como el "gore" ensalzan el mensaje que quiere transmitir la obra. Es, empero, tan sólo una ráfaga, precedida por un realismo explícito y casi superficial y unas tomas lentas y sin objetivo aparente. Al parecer, la elección de Los bastardos como mejor film latinoamericano en el Festival de Cine de Mar del Plata y otros premios, como alguno que obtuvo en Cannes, son muestra de una necesidad de acercar burdamente el arte a la política. Amat Escalante lo logra sólo a medias y, en el fondo, plantea un problema que no deja desazón en el espectador, sino que lo colma de una verdad (o, quién sabe, quizá una mentira) que lo estanca en la inacción, la de que el pobre mata un poco para comer y otro poco por odio.
De los productos humanos, la religión y el arte son aquellos que permiten la elevación del Espíritu y su acercamiento a ideas supraterrenales. Pero quizá sea la divinidad, o lo que ella represente según nuestra formación, un buen término para denominar este contacto. Por su parte, el psicoanálisis ha planteado que esta experiencia individual y social tiene su origen -y, en ciertos casos, también su finalidad- en las profundidades del Ello. Todo podría resolverse con una apelación a la irracionalidad de los sentimientos o a lo simbólico, pero tanto los unos como los otros tienen su asidero en la realidad humana. Marco Belocchio logra con excelencia plantear todas estas cuestiones en un film que, merecidamente, ganó la Palma de Oro en Cannes (¡en el 2002!). El disparador argumental es ya de por sí bastante novedoso. Ernesto (Sergio Castellito), un exitoso artista plástico, es consultado por las altas cúpulas de la Iglesia Católica para cerrar las operaciones en torno a la beatificación de su madre, asesinada por uno de sus propios hijos en un arranque de ira de éste. No obstante, el protagonista descree de la actitud de mártir de su madre, con quien no compartía el modo de manejar a la familia. Esta postura no será, empero, compartida por su ex-esposa y el resto de sus familiares, quienes ven en la beatificación una oportunidad de ascenso social. A partir de allí, los arreglos, las mentiras y las diatribas sentimentales del personaje protagónico habrán de caracterizar a la sociedad italiana como una comunidad extremadamente ligada a la institución religiosa y a la obra del artista como una de las más mágicos aportes del inconsciente individual. Es menester destacar que Belocchio logra generar un aura especial para esta película que está teñida del lenguaje (artístico) del inconsciente. Los cuadros de Ernesto son ensueños y las escenas (y los cuadros de las mismas) tienen el color de un "como si", donde desparpajo y tragedia se combinan para incentivar la línea psicoanalítica que atraviesa la obra, como bien ya puede deducirse del subtítulo del film: "la sonrisa de mi madre". La inteligencia del director/guionista se encuentra en los detalles -en escenas- que condensan las ideas que han de tocar el espíritu del espectador. Una de ellas es crucial, la entrevista cuasi de diván del sacerdote a Ernesto en el almuerzo del comedor de caridad. Quien se acerque al film se verá tentado a situar el desarrollo del mismo por fuera de lo real. Las situaciones que se suceden rozan lo cómico o son anacrónicas y tan poco ordinarias que exceden la estética realista de la película. Pues la realidad puede no cruzarse con lo mágico, aunque sí debe el inconsciente tener un conflictivo -y rico- vínculo con ésta. Por fortuna el director decidió inteligentemente incluir el motivo del crimen como "cliff hanger", ya que sólo si la madre de Ernesto se comportó como mártir puede ella ser beatificada -sin mencionar que, además, tuvo milagros que fueron "probados". De esta manera, la combinación perfecta entre sutileza, inteligencia y entretenimiento corona a La hora de la religión como un ejemplo del buen cine que realiza Marco Belocchio, uno de los mejores cineastas italianos de la actualidad (como se demostró con Vincere). Finalmente, todo podría resumirse en el personaje del hijo de Ernesto e Irene: conflictos familiares y aspiraciones místicas. Todas las sociedades y todos los seres humanos tenemos una fachada y un interior. Sólo que quizá sea erróneo situar lo interno y lo externo como dos lugares incomunicados. Toda organización es tan simbólica como real e histórica, de manera que cuando algo extraño irrumpe en su seno, las consecuencias posibles son el cambio o la reacción conservadora. Muchas veces ellas sacan lo peor de nosotros, pero esta es la única vía para la autoconciencia, que nos muestra la eterna regencia de nuestra imaginación creadora.
Tortuosos son los caminos del cine de suspenso, y más aun los del cine argentino que se atreve a encarar producciones de este género. Pero el bosque tiene, por otra parte, ese toque de "terror" que lo acerca a films como Revelaciones y el grado de "fantástico" suficiente como para haber sido presentado en el festival Buenos Aires Rojo Sangre de este año 2010. Afortunadamente, viene en copia de 35 mm y en un hermoso cine como el Gaumont todos podremos disfrutar de una muy buena obra con calidad y a precios ajustados. La crítica ha sugerido que El Bosque sería una reversión del mito del Minotauro. Si bien las alusiones al mito de Teseo y Ariadna son obvias, éste fue para el film de los jóvenes Eugenio Lasserre y Pablo Siciliano una inspiración. Lo demás viene con las características mismas del suspenso: la sensación de no hallar salida alguna, herencia de Hitchcock y tantos otros. En ese embrollo se encuentran dos mochileros, la alusivamente denominada Ariadna (Paula Brasca) y Martín (Martín Markotik), al perderse en el medio de un bosque y acceder a la invitación de un solitario y extraño hombre, Dannenberg (Oscar Pérez), de quedarse al menos una noche. A partir de allí, la estancia se prolongará, dado que el sitio es pertinente para la investigación ornitológica de Ariadna y Dannenberg conoce del tema y, a decir verdad, no tiene otra cosa que hacer. En ese punto Martín adquiere una centralidad inusitada, dado que se distancia de Ariadna y se enfrenta con el dueño de casa, quien por cierto, sabe cazar y utilizar un rifle. Si volvemos a la cuestión del mito del Minotauro, deben destacarse dos conceptos: la cacería y la circularidad. El constante acecho de los protagonistas masculinos entre sí -botín femenino de por medio- y las referencias al tiempo y a la ingesta de carne no son sino referencias de un inevitable destino: el que ha sellado que del bosque no hay escapatoria posible. Es menester felicitar a todo el equipo de producción, pues consiguieron desarrollar (con la ayuda de la facultad de Bellas Artes de La Plata) una película definitivamente redonda. Cuando los films no pretenden ser más de lo que lograron ser, entonces nos enfrentamos con un trabajo bien encarado -malo o bueno, eso lo dirán los espectadores. Pero lo que trae más felicidad es que una realización argentina se preste tan bien a un género que sabe cultivar perfectamente y que muchas veces pasa desapercibido por el INCAA (aunque en este caso Liliana Mazure haya asegurado su presencia en la Avant Prémiere). Por último, haré lo que se espera que los críticos hagan, sugerir o recomendar un film. El Bosque destila juventud y a esos jóvenes que se van de mochileros o que quieren divertirse con un poco de naturaleza, sangre y locuras, la presente película encajará como anillo al dedo con su gusto. Personalmente, no pude olvidar aquellas púberes noches de Scream y de cómo Wes Craven resucitó su terror teen con nosotros -y aclaro que no soy tan viejo: fue en VHS. Quizá esas tardes de cine sigan existiendo, pero la situación de los cines y la del cine en particular me hace descreer de esa posibilidad. Los films "alla Rojo Sangre" tienen ese aspecto retro tan placentero y que les otorga eternidad, pues los morbos, las fantasías y los traumas siempre, decía el viejo Freud, salen por alguna parte. Guardemos esas atrocidades para el arte.