GIGANTE Con Cashback y Metro Manila -ninguna estrenada en la Argentina-, el realizador Sean Ellis consiguió buenas críticas en el mundo y ahora salta a las ligas mayores con Anthropoid, un film de encargo que recrea la acción de dos héroes checos que en la Segunda Guerra Mundial, luego de recibir entrenamiento en el Reino Unido, volvieron a Praga para asesinar a Reinhard Tristan Eugen Heydrich, un oficial nazi que había eliminado cualquier resistencia en el país mediante una brutal represión que incluyó miles de ejecuciones. Lo cierto es que lo de las ligas mayores tiene que ver con que el motor del proyecto fue nada menos que la República Checa y la distribución estuvo a cargo de la gigante Buena Vista International, que posibilitó contar con un elenco entre los que se destacan Cillian Murphy, Jamie Dornan y Toby Jones, tres estrellas del cine global para una historia que sin lugar a dudas merecía ser contada, pero que desde el diseño calculado y nuevamente, global, destinado a glorificar la acción de los patriotas para el resto del mundo, resulta en un Frankenstein con piezas que no encajan. El eslovaco Jan Kubiš (Murphy) y el checo Jozef Gabčík (Jamie Dornan) llegan a Checoslovaquia con el encargo de matar al Carnicero de Praga (antes había sido el jefe de la Gestapo y era uno de los ideólogos de la llamada solución final), pronto se ponen en contacto con lo que queda de la diezmada resistencia, principalmente con Hajský (Jones), que les consigue una casa-refugio y los medios para que lleguen a cabo la misión. El plan de la película sigue su curso y como corresponde, se suceden las discusiones entre los que quieren ejecutar sin más al líder nazi y los que temen las inevitables represalias. Claro está, hay algunos pantallazos de la barbarie de los invasores y si el espectáculo destinado a la franja de espectadores más amplia posible exige algo de empatía, que se muestre que no fueron hombres de bronce, ahí están los protagonistas, enamorándose a las apuradas -hace rato que el romance no se resolvía tan torpemente- para ocuparse del atentado y no mucho más. Hablada en inglés con un elenco internacional, el carácter de gran producción se traslada a un guión endeble, una dirección inocua (podría haber estado a cargo de cualquier artesano de la industria) y la nula posibilidad de que los interpretes muestren su talento y hagan su trabajo. ANTHROPOID Operación Anthropoid. Gran Bretaña, 2016. Director: Sean Ellis. Guión: Sean Ellis, Anthony Frewin. Fotografía: Sean Ellis. Música: Robin Foster. Intérpretes: Jamie Dornan, Cillian Murphy, Charlotte Le Bon, Toby Jones, Harry Lloyd, Bill Milner, Sam Keeley, Mish Boyko, Sean Mahon, Anna Geislerová, Martin Hofmann, Jan Budar, Alena Mihulová, Václav Neuzil, Ondrej Malý. Duración: 120 minutos.
El invierno, de Emiliano Torres SIN LUGAR PARA LOS DÉBILES Con el impulso que le dio ganar la Mención Especial del Jurado y la Concha de Plata a la Mejor Fotografía para Ramiro Civita en el Festival de San Sebastián, más el premio de la Crítica y Mejor Actor para Alejandro Sieveking en Biarritz, se estrenó El invierno, ópera prima de Emiliano Torres (aquí la entrevista en la muestra vasca) que cuenta una historia de hombres solos, duros, estoicos, tallados por el carácter feroz de la otra Patagonia, esa fuera de campo, la rural y definitivamente no turística. El paisaje majestuoso se impone en cada escena de El invierno y allí reside uno de los primeros aciertos, desmarcándose del preciosismo de los horizontes helados que fotografían tan bien y que aquí, esas imágenes imponentes están en función del relato, el de dos trabajadores enfrentados por las reglas del capitalismo que sí, llega hasta los más recóndito de la Argentina y de cualquier país del mundo. Evans, el viejo capataz de una estancia de ovejas (Alejandro Sieveking), ve llegar entre los trabajadores golondrina que arriban cada verano para la esquila a Jara (Cristian Salguero) y enseguida lo percibe distinto y hasta intuye que una versión más joven de sí mismo. La rigurosidad de la puesta de Emiliano Torres va tensando el relato entre esos dos hombres, uno en el fin de su utilidad para el sistema y el otro que va a ocupar su puesto, para que la rueda siga girando y se repita el ciclo de soledad y explotación. La Patagonia entonces forjando el carácter de los que se le atreven y un sistema casi feudal que saca provecho. Pero sería injusto definir a El invierno solo como un estudio antropológico sobre las condiciones de vida de los trabajadores rurales del Sur, en tanto la película abreva en el western, el trhiller y en el enfrentamiento generacional. Las reglas del lugar son únicas y parecen forjadas desde siempre, mucho antes que Evans y Jara, nombres fortuitos que representan rivalidades ancestrales, primero contra el medio y después entre los hombres. Brutal y austera en su concepción casi documental, transmitiendo en cada plano, en cada diálogo, en cada enfrentamiento -apagado por la nieve, el viento y justamente por eso más estremecedor -, un verosímil perfecto, un inusual sentido de verdad. EL INVIERNO El invierno. Argentina/Francia, 2016. Dirección: Emiliano Torres. Intérpretes Alejandro Sieveking, Cristian Salguero, Adrián Fondari, Pablo Cedrón y Mara Bestelli. Guión: Emiliano Torres y Marcelo Chaparro. Fotografía: Ramiro Civita. Música: Cyril Morin. Edición: Alejandro Brodersohn. Dirección de arte: Marina Raggio. Sonido: Santiago Fumagalli, Pierre-Yves Lavoué y Federico Esquerro. Duración: 93 minutos.
REMAKE DE REMAKE: ESPECTACULARIDAD Si la extraordinaria Los siete samurais de Akira Kurosawa (1954) fue el precedente de la efectiva Los siete magníficos de John Sturges (1960), la versión de Antoine Fuqua es aun más pobre, en donde el efectismo es el centro de un relato sin profundidad en donde el estruendo, la violencia y el exceso porque sí es la columna vertebral de la película. Eso si, sin complejos y con la seguridad de que así se debe contar un western en el presente. Fuqua es un director irregular (El justiciero, Ataque a la Casa Blanca, Los amos de Brooklyn, Lágrimas del sol, Día de entrenamiento) pero el guión a cargo de Nic Pizzolato (el creador de la extraordinaria serie True Detective) alentaba alguna esperanza sobre Los siete magníficos. Pero si bien el Norte es el film de Sturges (de Kurosawa ni noticias), con la historia de un grupo de marginales reunidos para ayudar a los habitantes de Rose Creek, a punto de ser expulsados de su pueblo por el bárbaro empresario minero Bartholomew Bogue (Peter Sarsgaard), que necesita la expandir su negocio a las tierras que ocupa el caserío, el film apenas delinea a los personajes -cazadores de recompensas, jugadores y pistoleros a sueldo- apenas un prólogo descuidado antes de la batalla final, adonde Fuqua concentra toda su energía y su indudable buen pulso para la acción y la espectacularidad. Podría afirmarse que Denzel Washington, Chris Pratt, Ethan Hawke, Vincent D’Onofrio, Byung-Hun Lee, Manuel García-Rulfo y Martin Sensmeier no están a la altura del elenco que los precedió hace más de cincuenta años -algunos de los legendarios pesos pesados de la industria de entonces eran Yul Brynner, Eli Wallach, Steve McQueen, Charles Bronson, James Coburn-, pero sería injusto, el problema es que todos y cada uno de los personajes carecen de carnadura, ese necesario perfil es apenas una excusa, una previa que expone con rutina que la vida no fue fácil para ninguno y para que claro, demuestren sus habilidades con algún tipo de arma, que luego van a usar a discreción cuando se enfrenten al ejército de mercenarios reclutados por el malvado Bartholomew Bogue. Y no es que la puesta haya traicionado las reglas del género -con mucho menos se hicieron grandes películas-, es que Fuqua concibe a la remake como un espectáculo de entretenimiento y en ese espacio acotado tiene sus logros -Denzel Washington, Ethan Hawke y Vincent D’Onofrio hacen lo suyo y bien aunque podrían dar mucho más-, pero claro, el cine es mucho más que eso. En ese sentido hay algunos cruces y homenajes logrados, en principio toda la película saquea el imaginario de Sergio Leone, el final con mítica banda de sonido de Elmer Bernstein y claro, esa ametralladora demoníaca que claramente remite a La pandilla salvaje de Sam Peckinpah. Entonces al final de las dos horas y pico, el balance indica que no hay innovación, el camino elegido es el western clásico pero que supone la espectacularidad del presente, un maridaje forzado e innecesario. LOS SIETE MAGNÍFICOS The Magnificent Seven, Estados Unidos, 2016. Dirección: Antoine Fuqua. Guión: Richard Wek, Nic Pizzolatto, según el guión de “Los siete samurais”, de Hideo Oguni, Shinobu Hashimoto. Fotografía: Mauro Fiore. Edición: John Refoua. Música: Simon Franglen, James Horner. Intérpretes: Denzel Washington, Chris Pratt, Ethan Hawke, Vincent D’Onofrio. Duración: 132 minutos.
ACTUALIZACIÓN DEL SUEÑO AMERICANO Si Amigos en armas cuenta cómo un par de jóvenes vivillos se aprovecha las gritas del sistema para comercializar armas a todo el mundo y en especial a Oriente en plena guerra de Irak, la película muestra en todo su sangriento esplendor las variables que maneja el todopoderoso complejo industrial-militar estadounidense para seguir siendo tal, a pesar de los intentos de controlarlo por los gobiernos, tal vez porque como se desprende también del relato, la política es una de las patas fundamentales del negocio. Después de la trilogía de ¿Qué pasó ayer? Todd Phillips vuelve a hablar de la amistad pero sobre una superficie definitivamente más áspera: el tráfico de armas. Por un lado está Efraim (Jonah Hill) y por el otro David (Miles Teller), amigos de la infancia, uno histriónico y dispuesto a todo desde siempre y el otro más apocado y definitivamente menos audaz, que apenas sobrevive como masajista. Efraim vuelve a a ciudad y le propone a David que se una a su negocio que consiste en sentarse delante de la página web del ejército y descubrir entre la maraña de licitaciones, las que tengan que ver con pequeños pedidos de armas que los peces gordos del negocio descartan por insignificantes -la medida dirigida a pequeños emprendedores fue implementada por el gobierno de Bush ante las críticas de que solo entraban al negocio sus amigos de las grandes corporaciones-. Y allí van los muchachos, triángulando pedidos, consiguiendo material por el mundo, el planeta entero como una gran arsenal servido para los que saben buscar y encontrar para la teta de un Estado siempre en guerra. De ahí el progreso, el cambio de sobrevivir a vivir en grande, Efraim para divertirse con prostitutas y montañas de cocaína, lo usual, y David feliz porque su primer hijo con Iz (una digresión, Ana de Armas no puede ser más bella) viene con un pan debajo del brazo y claro, de ahí a empezar a jugar en las grandes ligas hay un paso y unos cuantos quilómetros, un viajecito que incluye arsenales abandonados en Albania, negociaciones casi en tono de comedia en Jordania y persecuciones con tiroteos con los “insurgentes” en el llamado Triángulo de la Muerte en Irak. Todd Phillips estructura el relato desde la tradición de las grandes estafas en el cine, pero también abreva en el aprendizaje de los dos briboncitos (Jonah Hill hace su magia y dota a su personaje de una risita antológica mientras que Miles Teller acompaña correctamente) y sí, en una historia de apogeo y caída que no deja ni por un minuto de dar cuenta del gigantesco negociado en donde se cuelan los muchachos por un rato porque es un juego apto solo para los grandes, como Henry Girard, el traficante de armas que encarna Bradley Cooper. En general poco importa que la película esté basada en una historia real, pero en este caso, Phillips vio lo absurdo de la situación -cuando el caso llegó a los medios el gobierno cerró es sistema de contrataciones y ya no se molestó en ocultar que solo sus poderosos socios podían ser parte del asunto- y además de contar el asunto, se despachó con un relato sobre el crecimiento y la traición. Y también, sin subrayados y con bastante humor, de la realpolitik estadounidense. AMIGOS DE ARMAS WAR DOGS. Estados Unidos, 2016. Dirección: Todd Phillips. Guión: Todd Phillips, Stephen Chin y Jason Smilovic. Intérpretes: Jonah Hill, Miles Teller, Ana de Armas, J.B. Blanc, Bradley Cooper, Barry Livingston, Julian Sergi, Daniel Berson, Kevin Pollak. Producción: Todd Phillips, Bradley Cooper y Mark Gordon. Duración: 114 minutos.
MI CASA ES SU CASA Hay una mansión familiar en una ciudad pequeña del interior del país, hay una madre que espera el dinero de la vieja y majestuosa casa para sobrevivir, hay un hijo que mientras tanto la mantiene y otro que reside en Shanghai, que en su paso a Londres donde espera concretar un importnte negocio con su socia y futura esposa, visita a la familia y se entera de la venta y de unos cuantos secretos más. La madre un poco a la deriva se llama Suzanne (Nicole Garcia), el cuarentón que banca los gastos es Jean-Michel (Guillaume de Tonquedec) y el otro, el hijo pródigo es Jerôme Varenne (Mathieu Amalric). Un elenco estelar francés a los que se suman los personajes de Ambray, la ciudad en donde está la codiciada casa: Forence Deffe (Karin Viard) que fue la amante del padre ya muerto, su hija Louise (Marine Vacth, protagonista de Joven y bella de François Ozon), el alcalde Pierre Cotteret (André Dussollier) y un viejo amigo de la familia, ahora rico, poderoso y profundamente infeliz, Jerôme (Gilles Lellouche). El veterano realizador Jean-Paul Rappeneau –Bon voyage, El jinete sobre el tejado, Cyrano de Bergerac– vuelve a dirigir después de casi quince años y si bien Somos una familia es irregular, con cambios de rumbo y un combo en donde se mezcla la screwball comedy y el melodrama para retratar el deterioro de la alta burguesía, el fin de una época y las miserias familiares, todos estos elementos funcionan, de manera despareja pero funcionan y la historia se sostiene hasta al final. Cine industrial francés de calidad entonces en donde la casa es el aparente centro del relato pero que sin embargo va cediendo terreno a la figura central de la historia, el padre de Jerôme (Amalric puede hacer todo, pero todo como actor. Y también como director, claro), muerto pero cuya figura concentra desde la ausencia todos los malentendidos, infidelidades, agachadas de pacotilla y de las otras, antes y en el presente. Divertida, por momentos desconcertante, la película tiene algunas falencias, pero su principal virtud, además de un elenco formidable, es que funciona como una gigantesca subjetiva, en donde se va desentrañando junto con el perplejo Jerôme la historia nunca contada de su familia disfuncional, porque solo de esa manera va a poder conciliar su presente. Y ahí están los espectadores, como testigos de que al final las cosas pueden salir más o menos bien. SOMOS UNA FAMILIA Belles familles. Francia, 2015. Guión y dirección: Jean-Paul Rappeneau. Intérpretes: Mathieu Amalric, Marine Vacth, Gilles Lellouche, Nicole Garcia, Karin Viard, Guillaume de Tonquedec, André Dussollier y Gemma Chan. Fotografía: Thierry Arbogast. Música: Martin Rappeneau. Edición: Véronique Lange. Diseño de producción: Arnaud de Moleron. Duración: 113 minutos.
SOY SOLA Paula tiene poco más de veinte años, cuida chicos ajenos de una familia acomodada y está embarazada. Así, en una línea, se podría resumir a la ópera prima de Eugenio Canevari pero sería una injusticia porque la película es mucho más que eso, porque cuenta muchas cosas desde un ascetismo que se agradece y porque es un relato sensible potenciado por una puesta precisa y cerebral. El universo que muestra Paula es restringido, una casa quinta del interior de la Argentina, un pueblo, una panadería, la belleza del campo intervenido por la soja y las fumigaciones, una 4×4, una moto, la familia burguesa con niños y un adolescente, una perra desamorada de sus crías, la crueldad de las clases altas, una clínica clandestina y no mucho más. Pero allí están los personajes, en primer lugar la protagonista (buen trabajo de Denise Labbate) con su tragedia, sola para afrontar todo -no hay parientes, tampoco una pareja, apenas una amiga más grande- y sus patrones, que con sus diálogos y un puñado de actitudes exponen su miserabilidad y la de su entorno -el cumpleaños de uno de los chicos se impone como un catálogo de la tilingería de la clase media alta-. Y el lenguaje de todos, corto, seco, preguntas que no encuentran respuestas, comentarios hirientes. La crispación a flor de piel. Presentada en la sección Nuev@s Director@s en la última edición de San Sebastián (aquí la entrevista que le hicimos a Canevari en el festival vasco) en donde se convirtió en un pequeño suceso, desde sus silencios y centrada en la opresión femenina, sin remarcar nada ferozPaula dialoga con el mejor cine argentino contemporáneo –La ciénaga de Lucrecia Martel, La tercera orilla de Celina Murga- , mostrando la hipocresía del infierno de cabotaje de una pequeña comunidad y las consecuencias de ese entorno en los más débiles, que puede ser un adolescente que no encaja en su familia, una perra que sigue sus instintos o una niñera. PAULA Paula. Argentina/España, 2015. Dirección y Guión: Eugenio Canevari. Intérpretes: Denise Labbate, Estefanía Blaiotta, Pablo Bocanera, Nazareno Gerde, Justo Carricart, Carolina Herrera, Meme Santoro, María José Sharry, Bernardo Calabia. Producción: Eugenio Canevari. Duración: 67 minutos.
Historia de amor disonante entre mujeres El film de Todd Haynes, sobre un texto de Patricia Highsmith, pone en escena el vínculo entre dos mujeres de distinta clase social con la gran Cate Blanchett en el rol protagónico. En el comienzo, un hombre joven llega a un hotel lujoso y enseguida se dirige al restaurante del lugar en donde cree ver en una mesa a una amiga que está acompañada por otra mujer. Se acerca y comprueba que sí, allí está Therese Belivet (Rooney Mara) que le presenta, notoriamente incómoda a Carol Aird (Cate Blanchett). Ese es el disparador de un largo flashback que va a volver casi dos horas después al punto de partida, a ese encuentro que ahora sí, va a estar cargado de significados, con esas dos mujeres que ya no son anónimas, que muestran en toda su magnitud la tragicidad que podía adivinarse en los primeros minutos. Al igual que en Lejos del paraíso, el director Todd Haynes regresa a la década del '50, nuevamente para contar una historia de amor disonante, esta vez entre dos mujeres de diferente extracción social, una historia (El precio de la sal) firmada en 1952 por Claire Morgan que no era otra que la famosa escritora Patricia Highsmith, que recurrió al seudónimo por obvias razones. Con una elegancia exquisita y una sensibilidad precisa, Haynes va de esa primera impresión de las protagonistas al desarrollo de la relación. Casi se puede sentir la aceleración del pulso de ambas mujeres cuando sus miradas se cruzan y se mAantienen, en la sección de juguetes donde Therese trabaja como empleada y Carol busca un regalo para su hija, se entiende perfectamente el cruce fortuito pero decisivo entre la chica que busca su destino en la gran ciudad y la sofisticada mujer que eligió un rumbo y lo sostiene. Y es Haynes el que decide que el relato esté contado a partir de la mirada de Therese, que no casualmente es una fotógrafa en ciernes. Las diferencias están pero se diluyen, son dos mujeres que están dispuestas a superar la zozobra del futuro, a ignorar la fragilidad de una relación tensionada por el contexto, a postergar la incertidumbre que les provoca las decisiones que toman. Y, entre los muchos elementos extraordinarios de la puesta está la extraordinaria Cate Blanchett, única e irremplazable para el universo imaginado por el director, una enorme presencia sostenida por una abrumadora cantidad de recursos interpretativos que incluyen su voz, inconfundible, profunda, susurrante, que transmite el dolor que acompaña a la fortaleza de Carol, un personaje exquisito, deslumbrante e inagotable para una película inolvidable
El nuevo mundo del cine: la cocina Siguen y siguen llegando películas sobre el mundo de los cocineros, prácticamente ya son un subgénero y todo hace suponer que se seguirán produciendo en tanto la alta cuisine siga siendo una obsesión para millones de personas. Ahora bien, hay diferencias entre el descarado oportunismo de El chef con Jean Reno revoleando cuchillos y la incursión cuasi independiente en el tema de Jon Favreau que en Chef, la receta de la felicidad se despachó con una simpática comedia dramática y ni hablar del rigor de un documental como El Bulli: Cooking in Progress. Esta introducción es para dar cuenta que la relativamente la moda tiene un amplio espectro, tanto, que hasta abarca la animación de Ratatouille o incluso un híbrido como Una buena receta, algo así como vida y obra de Adam (Bradley Cooper), una estrella del mundillo de las hornallas que debido a los excesos tiró su carrera a la basura . John Wells (Agosto, The Company Men) construye un relato con los mismos elementos que se aplican a biopics sobre estrellas de rock, boxeadores o tiburones de Wall Street, pero omite la parte del reviente, es decir, Adam de drogó, se acostó con demasiadas chicas y se jugó todo en París -dónde sino en La Meca de los cocineros- y ahora, limpito y con hambre de gloria, pelea por volver a las grandes ligas para ganar su tercera estrella de la Guía Michelin, la cucarda que ambicionan todos los cocineros de alta gama. Esta apuesta de manual en donde, cómo no, hay un regodeo sobre platos exquisitos y desplantes de Adam en tanto genio que no tolera la mediocridad de sus pares, se agota rápidamente y entonces se bifurca en varias subtramas que van desde los demonios que arrastra desde la infancia –por ahí anda Emma Thompson como psicoanalista cancherísima–, una historia de amor con Helene (Sienna Miller bastante desaprovechada), narcos franceses que reclaman una deuda, una compañera de las viejas buenas épocas, y claro, el pasado que va a volver para cobrarse todas las agachadas, traiciones y malas prácticas. El resultado es una película que concentra sus esfuerzos en retratar a un personaje complejo, pero ese perfil nunca termina de completarse y entonces, el relato termina siendo una acumulación de situaciones y acciones sin un hilo conductor definido. Eso sí, casi todo pasa en una cocina.
Muchos recursos y poca poética Basada en el libro de Michael Punke, la película de González Iñárritu muestra su visión del mundo con innecesarios subrayados y una pretendida profundidad que no es más que ruido. Según parece, la historia de Hugh Glass es bastante conocida para los estadounidenses y Revenant, el libro de Michael Punke editado en 2012, no hizo más que refrescar la leyenda del explorador y guía que a fines del siglo XlX en lo que hoy es Dakota del Norte (en la frontera con Canadá), sufrió el ataque de un enorme oso grizzly, fue abandonado por sus compañeros y contra todo pronóstico, logró sobrevivir a pesar de que tenía el cuerpo despedazado y sorteó las condiciones más hostiles en pleno invierno para vengarse de quienes lo habían abandonado en el bosque. Alejandro González Iñárritu (Birdman, Biutiful, Babel, 21 gramos, Amores perros), junto a Mark L. Smith, adaptó el libro de Punke para contar una historia de supervivencia, de la determinación que se impone a las dificultades, de la venganza y también, por qué no, de la comunión con la naturaleza. Así enumerados, parecen bastantes los objetivos a cumplirse en una película y efectivamente lo son, sobre todo cuando el relato es pretencioso, en parte por las metas que se autoimpone, aunque sin lugar a dudas la mayor imposición tiene que ver con la certeza de estar contando algo significativo, revelado. Es en la frontera donde se desarrolla la historia y como tal, es un territorio de tensiones en donde los cazadores y comerciantes de valiosas pieles necesariamente deben adentrarse en el territorio de los aborígenes que resisten el avance de la modernidad y donde la ley es apenas una idea. El ataque de los indios a los cazadores, la huída, el encuentro con el oso –tremendo, hiperrealista, inolvidable– y después el abandono y la posterior venganza, se inscriben en el cine de aventuras, pero Iñárritu siempre tiene algo que agregar, así que en el medio hay que asistir a raptos de revisionismo histórico sobre el exterminio de los pueblos originarios, la majestuosidad de la naturaleza vs. la miseria de los hombres contada desde la trascendentabilidad de Terrence Malick y claro, también algo de la épica de Werner Herzog. La pretenciosidad es un tema a tratar cuando se aborda el cine de Iñárritu, un director que siempre demuestra una enorme cantidad de recursos, pero que en definitiva desconfía de su propia poética y entonces siente la necesidad de dar su visión del mundo con innecesarios subrayados y una pretendida profundidad que no es más que ruido narrativo. Con El renacido estas ambiciones desmedidas hacen que quede en el camino la historia de Hugh Glass –con una caracterización esforzada de DiCaprio–, un personaje extraordinario que al final, queda como el tipo que sobrevivió al ataque de un oso.
Una pasión de hermanos El punto de vista es el de Frances Shea (Emily Browning), una joven inglesa que con fuerte y proletario acento cockney cuenta una época, pero sobre todo el deslumbramiento que sufrió cuando conoció a Reggie Kray, estrella es ascenso del hampa en la década del sesenta, que junto a su gemelo Ronnie (ambos interpretados de manera deslumbrante por Tom Hardy), construyó un imperio en el East End londinense, un territorio que cinematográficamente, funciona de manera similar al Bronx o a Little Italy, barrios de los que se lucha por huir y al que finalmente los personajes aceptan que no es solo una cuestión geográfica, sino que más bien lo llevan puesto y que esa característica marcará su destino. Trágico por cierto. La historia es la de los hermanos Kray, una sociedad de hecho entre Reggie, algo así como un self-made man, un hombre que desde la pobreza se contruyó a si mismo forjándose una reputación como gángster y su versión psicópata y deforme, Ronnie, el hermano con problemas (que para la época sumaba otro, era gay y le gustaba que todos estuvieran al tanto), el que va determinar no solo la suerte de ambos sino de buena parte de los que los rodean. La lustrosa puesta que despliega Brian Helgeland, director de películas como Devorador de pecados y Destino de caballero pero sobre todo reconocido como guionista de Los Ángeles confidencial y Río místico, exhibe orgullosa la ajustada reconstrucción de época entre calles con casas humildes e idénticas de ladrillos rojo, autos de colección y legendarios night clubs, el marco ideal para contar una historia real (que ya había sido llevada al cine en The Krays, de Peter Medak, con los hermanos cantantes de la banda new wave Spandau Ballet) aunque más allá del ascenso, la violencia de sus actos, las relaciones con la mafia estadounidense y la esperable caída de los feroces gemelos, el relato se centra principalmente en la relación amor-odio entre los hermanos y en paralelo, en la historia entre Reggie y la inocente Frances, un personaje que sería algo así como la chica que intentó ser turista de un mundo que no le pertenecía. Es decir, tanto la línea argumental que tiene como eje a los hermanitos mafiosos como la otra dedicada al matrimonio sin futuro, no encuentran el tiempo necesario para desarrollarse por completo a pesar de que la misma película logra presentar un material jugosos en términos narrativos para ambas historias, sin inclinarse de manera decisiva por ninguna de las dos.