Star Trek: sin límites se trata de una película simple pero eficaz, cumpliendo su razón de ser como una loable producción de ciencia ficción con muchísima acción y entretenimiento, enmarcada en el universo alguna vez ideado por Gene Roddenberry. Desde hace ya 50 años, Star Trek se posicionó como un bastión de la cultura popular con la piedra filosofal de una gratificante serie de televisión protagoniza por William Shatner y Leonard Nimoy. En cada episodio, la tripulación del USS Enterprise quedaba varada en algún planeta desconocido, recreado en un estudio de TV mediante escenarios de papel mache que disparaban el imaginario al infinito y más allá. Cada semana estos relatos exploraban la resolución de conflictos y relaciones de la humanidad con las demás especies inteligentes del universo. Esto era verdaderamente la esencia misma de la serie: la aventura y exploración del universo, no la conquista. Hace algunos años, más precisamente en 2009, J.J. Abrams -gurú de la cultura pop contemporánea- ideo el retorno a la franquicia de la tripulación del USS Enterprise adaptándose al vértigo narrativo de las superproducciones contemporáneas, dando curso a la temeraria idea de no caer en usual el reboot Hollywoodense que desechara todo lo aportado durante décadas por la serie de TV original de Shatner y Nimoy. Abrams se valió idóneamente del recurso de un universo paralelo para vincular las vivencias de la tripulación original de hace 50 años con las juveniles contrapartidas de Kirk y Spock, ahora interpretadas por Chris Pine y Zachary Quinto. En las dos entregas precedentes, Star Trek (2009) y Star Trek: En la oscuridad (2013), JJ Abrams ofreció un destacado –polémico para algunos- renacimiento para Star Trek subrayando el respeto por la obra original. En esta oportunidad Justin Lin (Fast & Furious 5 y 6) se hace de la dirección de Star Trek: Sin límites, con mucho por demostrar. Todas las miradas estaban acechantes ante el director taiwanés, quien supo aportar un loable pulso narrativo a las aventuras del universo de Star Trek. El comediante británico Simon Pegg, además de co-protagonista usual de la nueva franquicia, es también el guionista de esta nueva entrega, junto a Doug Jung, aludiendo a una propuesta narrativa plausible e intensa con algunos sorprendentes giros argumentales, sin olvidar la química entre los personajes de este siempre fascinante universo. A Justin Lin y Simon Pegg les basta con tan solo algunas secuencias donde el humor y la melancolía describen la monotonía en la vida que sostiene la tripulación del USS Enterprise embarcados en una misión de paz por la galaxia. Es en esta instancia que despiertan en nuestros héroes algunas preguntas existenciales respecto de sus relaciones interpersonales y su futuro inmediato, cuestionando la validez de aventurarse en cometidos diplomáticos que toman anclaje en la introducción de cada episodio de la serie original en la voz de William Shatner: “El espacio: la última frontera. Estos son los viajes de la nave estelar USS Enterprise, en una misión que durará cinco años, dedicada a la exploración de mundos desconocidos, al descubrimiento de nuevas vidas y nuevas civilizaciones, hasta alcanzar lugares donde nadie ha podido llegar.” En Star Trek: sin límites se mantiene intacto el legado fundamental de la serie de TV: Un mensaje de tolerancia aun en momentos difíciles. Instancia que sirve como alegoría actual ante una realidad y panorama internacional contundente donde las noticias y titulares describen el terrorismo y el odio inherente a diferencias ideológicas. Más allá de la fortuna y brillante estrella que ilumina a la Federación de Planetas en el universo, subyace un entramado turbio. Siendo la tripulación del USS Enterprise en su vocación como embajadores de paz, quienes deban de lidiar con las vicisitudes inherentes a las redes de corrupción y secretos políticos sobre los que se sustenta la institución. Una de las constantes en la nueva saga de Star Trek es el peso específico de los adversarios que ha enfrentado la el capitán Kirk , el Señor Spock y la tripulación del USS Enterprise, si bien ofician como villanos, es muy difícil no comprender la vehemencia en la causa que emprenden estos marginales abandonados en la galaxia: desde Nero el temible Romulano interpretado por Eric Bana en Star Trek (2009). Más tarde llegaría Khan el terrorista de impronta Shakesperiana a cargo de Benedict Cumberbatch en Star Trek: En la oscuridad (2013). En esta oportunidad el insurgente Krall gana la pantalla mediante la presencia siempre imponente de Idris Elba detrás de una intimidante mascara y maquillaje que no atempera la intensidad de su parsonalidad. Todos y cada uno de estos adversarios son mucho más que villanos de turno, simbolizan la furia de las víctimas de daños colaterales sobre los que se erige la “inmaculada” Federación Planetaria. Con Star Trek: sin límites el realizador Justin Lin, avalado por J.J. Abrams, ofrece una despampanante aventura que actualmente ha reavivado el interés de la audiencia por el universo creado por Gene Roddenberry, una franquicia que hoy sostiene velocidad crucero después de 13 películas y más de 50 años de existencia .
Ilusiones apenas sostenidas ante el abismo de la redundancia Nada es lo que parece (2013) resultó una simpática propuesta que combinó el concepto de justicieros sociales en plan de Robin Hood modernos a partir de artistas de la magia escénica. En aquella oportunidad la estructura argumental -si bien fallida, aunque interesante y dinámica- implicaba un frenético juego del gato y el ratón representado en la búsqueda de un agente del FBI (Mark Ruffalo) dedicado a desenmascarar a los ilusionistas justicieros, quienes desde sus presentaciones en público, desenmascaraban las artimañas de magnates y corporaciones. Claro que la película se reservaba en su desenlace una revelación a modo de una sorpresiva vuelta de tuerca que cambiaba todo lo figurado hasta entonces. En esta oportunidad, Nada es lo que parece 2 (2016) resulta una secuela redundante, sostenida desde el mal hábito de la sobreexplicacion, pecando de falsa modestia en la pretensión de otorgar nuevas dimensiones de aquella idónea vuelta de tuerca trabajada en el desenlace de la película precedente. En esta oportunidad mundo del cuarteto mágico formado por Jesse Eisenberg, Woody Harrelson, Dave Franco y Lizzy Caplan, se pone de cabeza con la irrupción de un villano de turno, interpretado por Daniel Radcliffe -lejos del simpático Harry Potter- como un infame ingeniero informático con aversión por el mundo de la magia. En tanto que Dylan Rodas ( Mark Ruffalo ) líder oculto del grupo de magos e ilusionistas justicieros continua trabajando como agente del FBI, utilizando su influencia para crear pistas falsas con el fin de poner la investigación lejos del paradero de sus colegas. Con el fin de exponer un adelanto tecnológico que será utilizado por una corporación para disponer de la totalidad de la información privada de los usuarios, el accionar precipitado de Daniel Atlas (Jesse Eisenberg) será el que traiga de regreso al grupo de ilusionistas. El caso es que la esperada presentación pública de los justicieros resulta un fracaso que los expone públicamente derribando todas y cada una de sus coartadas, incluso develando la identidad de su líder Dylan Rhodas ante el FBI. Lo más interesante de esta confusa trama resulta a partir de la imperiosa necesidad del grupo de artistas justicieros por volver a tomar contacto con su público en busca de aplausos y reconocimiento, lo que conduce a un duelo de machos alfa entre los personajes de Mark Ruffalo y Jesse Eisenberg , instancia que atenta con erosionar la unidad que existe entre el grupo. El gran problema de Nada es lo que parece 2 es que toda escena está ligada o anclada a elementos de aquello que funcionó en la entrega precedente, y que ahora pierde eficacia cayendo inevitablemente en una revuelta argumental que solo genera confusión el espectador. Resulta necesario mencionar que la dirección de Jon M. Chu adolece de legibilidad en su narrativa visual, oficiando en favor una estética de videoclip volcada de lleno al parpadeo de confusas coreografías de acción que atentan contra todo indicio lúdico del suspenso y tensión dramática en el relato. De nuevo tenemos una trama que involucra la puesta en escena de artilugios del mundo del ilusionismo con el fin de perpetrar un golpe maestro de características imposibles. Pero este no es el problema, dicha situación extravagante resulto la esencia de la primera película: lo que antes funciono de manera idónea, ahora se ejecuta como una fórmula de características idénticas que no hace más que anticipar y poner en evidencia un vuelco de la trama en los últimos minutos del desenlace, perjudicando la totalidad del argumento. Con la imperiosa necesidad de implementar una suerte de astucia en la deconstrucción de los sucesos concluyentes presentados en la primera película, el gran problema de Nada es lo que parece 2 obedece a su razón de ser como una franquicia de poco vuelo y sin objetivos bien definidos.
Me verás volver Los X-Men alcanzan la sexta entrega de sus aventuras cinematográficas, manteniendo redituable aquella franquicia que inició en el año 2000 bajo licencia de FOX y supo mantenerse vigente y estoica durante los embates del poderío que evidenció desde 2008 el universo cinematográfico Avengers (Paramount/Marvel/Disney), sus primos hermanos también creados por Stan Lee y Jack Kirby en la década del 60 en Marvel Comics. Durante estas seis entregas que componen dos disimiles sagas, aunque correlativas líneas temporales, jamás se vislumbró la intención de dar lugar al reboot/ reinicio de la franquicia. Los Miembros más populares de los X-Men, con la excepción a la regla del Wolverine de Hugh Jackman, han contado con versiones maduras y juveniles en pantalla dando una nueva dirección para una franquicia que sigue más fuerte y vigente que nunca. La trama de X-Men:Apocalipsis da un salto de una década después de los sucesos de X-Men: Días del futuro Pasado (2014), contextualizándose en 1983. Desde entonces el mundo cambio por completo con la revelación de la existencia de los mutantes tras el ataque de Magneto y Mystique a Washington. Charles Xavier (James McAvoy) intenta mantener su promesa a Logan/Wolverine, realizada cuando juntos impidieron un catastrófico futuro para humanos y mutantes. Xavier aún se mantiene vacilante acerca de una esperanzadora visión de coexistencia pacífica, mientras lidera el instituto para jóvenes con condiciones especiales, que en esta oportunidad alberga a nuevos estudiantes como la legendaria pareja integrada por la telépata Jean Grey (Sophie Turner) y un Scott Summers (Tye Sheridan) que aún no controla sus poderes. Sin embargo las vidas del idealista mutante, y de sus estudiantes habrán de alterarse ante la llegada de una peligrosa amenaza; el primer y más poderoso mutante que haya existido: En Sabah Nur, también conocido como Apocalipsis (Oscar Isaac), quien supo gobernar el antiguo Egipto. Ahora, éste ser ha despertado de su letargo de miles de años en busca de los mutantes más poderosos para ungidos como sus caballeros del apocalipsis y “salvar” la Tierra de sus líderes ciegos y dioses falsos. Cabe destacar el trabajo de Oscar Isaac, quien desaparece en la caracterización de En Sabah Nur/Apocalipsis acaso como un villano no tan físico -más allá de sus elocuentes dimensiones-, sino de portentosa oratoria a la hora de anunciar sus planes e ideologías al desatar sus destructivos poderes. Dado que X-Men fue la saga pionera en lo que a agrupaciones de superhéroes se refiere, Apocalipsis pica en punta y da rienda suelta a sus cuatro jinetes para destruir el mundo. McAvoy y Fassbender ofrecieron una labor destacable en la correcta evolución y problemática común de sus personajes. El Charles Xavier de James McAvoy, si bien se aproxima a la clásica concepción del personaje, se permite manifestar cierta impronta y talante altanero e irónico que aporta válidos matices a su interpretacfión. 13242321_10209598230456431_1658738738_o Condición sine qua non de la saga de X-Men es que el peso dramático recaiga en la figura de Magneto, especialmente en la versión interpretada en los últimos años por Michael Fassbender. Luego de los acontecimientos de X-Men: Días del futuro pasado (2014) Eric Lensherr supo mantenerse distante de su actividad radical y activista de la causa libertaria de los Mutantes, viviendo en Polonia en pos de una búsqueda de calma y templanza lejos de los ejes sociopolíticos del mundo en la década de los 80. Quien fuese conocido como uno de los mutantes más temidos y poderosos, ha conformado una familia, pero la paz de sus días concluye de un modo trágico haciendo emerger todo el caudal de odio y virulencia que alguna vez lo caracterizaron como Magneto. Por supuesto que tal manifestación de poder tiene toda la atención de un villano como Apocalipsis. Dicha instancia puesta en escena ofrece uno de los mejores momentos de Fassbender al frente del personaje, desde una conmovedora escena que nos recuerda su estilo de actuación en la reciente adaptación de Macbeth (2015). Caso contrario es el de Jennifer Lawrence. X-Men: Apocalipsis estaba planificada para poner un broche de oro en su travesía como Mystique, pero aquí entrega una interpretación sin brillo y entusiasmo alguno para el capítulo de la saga que concretamente destacaba la grandeza de un personaje como Mystique conduciendo a los X-Men. En esta sexta película de los X-Men, aunque la saga se remonte al pasado, simboliza un pase de testigo, un legado a una nueva generación encabezada por Sophie Turner (Game of Thrones) como una joven Jean Grey con sus demonios internos a cuestas y Tye Sheridan (Mud) interpretando a Scott Summers/Cyclops, quien recién está descubriendo el alcance de sus poderes. Los futuros y contrariados amantes estarán acompañados por la joven versión de Storm (Alexandra Shipp), quien al igual que Turner y Sheridan; brinda una buena y carismática interpretación. Dentro de estas nuevas incorporaciones al plantel de X-Men, podemos tomar como sorpresa a Nightcrawler/Kurt Wagner encarnado por Kodi Smit-Mcphee, por su carisma, pintoresca apariencia y pronunciación. Sin embargo, la Psylocke de Olivia Munn –al margen de su insoslayable belleza- resulta cartón pintado. Una total decepción. Y por supuesto Hugh Jackman se reserva una participación, blandiendo las afiladas garras de Wolverine antes de su despedida del personaje. Bryan Singer propone con X-Men: Apocalipsis la conclusión de la trilogía que comenzó con X-Men: Primera Clase (2011), centrándose en las idas y vueltas de las férreas ideologías de Xavier y Magneto, que devienen en el origen del famoso equipo de superhéroes mutantes y marginales. En esta oportunidad se pone de manifiesto el final de un ciclo, donde Bryan Singer supo articular elementos, tramas y personajes del vasto y colorido universo de los X-Men. La ideología y la visión de Charles Xavier han de representar un legado y convicciones forjadas en el fragor de la lucha por sus seguidores, pero eso es otra historia, que por supuesto continuará… y para la cual el cine depara nuevos horizontes.
Mano a mano hemos quedado Varias batallas ganadas por los Avengers en todo el mundo arrojaron daños colaterales de proporciones catastróficas, de modo que la comunidad política internacional propone que los héroes operen bajo el control de un consejo de seguridad de la ONU. Dicha instancia marca un punto muerto que divide al equipo en dos grupos, uno liderado por Tony Stark/IronMan (Robert Downey Jr.), favorece la pérdida de autonomía por una mediación de la ONU. En oposición estará el grupo dirigido por Steve Rogers/Capitán América (Chris Evans) que proclama la independencia de acción y responsabilidad que esto conlleva, aunque esto implique actuar –de momento- fuera de la ley. Iron Man y el Capitán América son dos de los más famosos Superhéroes de Marvel Comics, constituidos tanto en las viñetas como en su paso al universo cinematográfico cohesivo como absolutas contrapartidas. Mientras Steve Rogers representa la austeridad de héroe noble, transparente, desinteresado y moralmente incorruptible. Por su parte Tony Stark es precisamente la deconstrucción de esta imagen, explorando los conflictos de una zona de grises implícita en el millonario egocéntrico, sarcástico, obsesionado por la culpa y una necesidad de ofrendar su legado al mundo. Toda directriz de una instancia maniquea que establece implacables conceptos de “bueno y malo”, ha de desintegrarse ante un poderoso dilema ideológico,que desde lo teórico gozaba del beneplácito y la virtud de permitirle a Marvel, finalmente, salir de una zona de confort y evolucionar a partir del ya desgastado modelo de sus películas anteriores. El tono argumental elegido para Capitán América Civil War, en principio, aborda la película desde el triller político y el espionajes como una digna continuación de Capitán América y el soldado de invierno (2014), pero fuese acaso por la adversidad o el revanchismo por exonerar los sinsabores de Avengers: la era de Ultron (2015). Los dilemas y la adversidad alguna vez presentados en las viñetas de Marvel´s Civil War (Millar /McNiven. Marvel Comics 2006) gozaban de una densidad ideológica rica en matices, que no colman las expectativas en su adaptación a la pantalla grande, dado que resulta abordados de manera un tanto desprolija y algo trivial. A medio camino de aquella gran película que fue Capitán América y el soldado de invierno, en esta oportunidad la tercera entrega de la saga toma un dificultoso camino que la conecta directamente a Avengers: Age of Ultron. De algún modo la trama de Capitán América: Civil War pende de un delgado hilo a punto de perder su condición –e identidad- de película individual, si no fuera por el papel que tiene Bucky Barnes (Sebastian Stan) y por la manera idónea en la que la película explora la relación entre este antológico antihéroe y el noble Steve Rogers. Capitán América: Guerra Civil une, divide y confunde a los personajes apartándolos del thriller de espionajes político. La responsabilidad y usufructo del poder rigen el conflicto y la dialéctica del ahora desmembrado grupo conocido anteriormente como los Avengers, quienes -como era de esperarse- no tardaran en pasar a la acción desplegando una parafernalia visual de tamaña magnitud en la pantalla. La mencionada escena resulta un match donde cada héroe pone en juego sus fortalezas y esconde sus debilidades mediante una batería de chascarrillos que desdibujan toda intención de impronta épica. Esta ud. cordialmente invitado a la presentación en sociedad de SPIDER-MAN y BLACK PANTHER La convocatoria de un joven Spider-Man en el universo cinematográfico de Marvel resulta una bocanada de aire fresco, ya que el personaje da rienda suelta a todo su espíritu socarrón e irónico como un pretexto para poner en evidencia toda su admiración por los héroes de la franquicia de Avengers. Tom Holland es, sin duda, el mejor Spider-Man nunca visto en la gran pantalla, aportando al personaje un loable timing para sus chistes, diálogos y un punto de vista divergentes sobre lo que está sucediendo a partir de la confronta heroica. Black Panther, el monarca y protector de la nación de Wakanda, interpretado con gran convicción por Chadwick Boseman, es otro de los superhéroes que hace su debut en el universo cinematográfico de Marvel, evidenciando una adaptación realizada con absoluta coherencia y respeto, mediante una minuciosa pintura de personaje con el tiempo que se le consigna durante el relato. Algo sumamente te destacado como pocas veces se ha visto las películas de Marvel. Spider-Man y Black Panther brindan una muy destacada primera impresión en su incorporación al universo cinematográfica de Marvel con adaptaciones perfectamente realizadas, lo cual pone el listón –o la expectativa- en lo más alto a la espera de sus películas en solitario. La fórmula Marvel No obstante y ya pasada la embriaguez de semejante despliegue visual, la película gradualmente retornara al conflicto de fondo, aquel que en un principio estaba planteado como un thriller de espionaje que refuerza su esencia en la contradicción, la duda moral y las acusaciones personales e ideológicas entre Iron Man y el Capitán América. Cada uno presenta como valederos sus motivos a la supervisión de los gobiernos de las actitudes de los superhéroes., incluso desde una no felizmente desarrollada lectura ideológica respecto al guión de la película. Anteriormente se refirió en este artículo a la denostada “Formula Marvel” actuando como el verdadero enemigo interno que atenta contra el sentido del relato de Capitán América Civil War y tantas otras adaptaciones. Siendo evidente que a lo largo de varias producciones y con la excepción del Loki de Tom Hillestrom, Marvel Studios ha dilapidado notables villanos de las viñetas en socavadas y desacertadas adaptaciones de los mismos en la pantalla. Los siempre exquisitos conflictos internos de los superhéroes de Marvel Comics han obnubilado por completo a los arquitectos de este universo cinematográfico, léase Kevin Feige/Marvel Studios/Disney, redundando en un ombligismo argumental que solo se ocupa de dilemas ontológicos de seres superpoderosos, perdiendo el propósito de dotar las tramas argumentales con meritorias adaptaciones de pintorescos y fascinantes villanos de turno, quienes durante décadas se dieron cita en las publicaciones de Marvel, Otra de las características algo reprochables de la formula Marvel, consta de “acoplar” una escena dramática sistemáticamente acompañada por una escena cómica, con la necesidad de aligerar el envión dramático hacia el desenlace de cada relato, algo que en varias ocasiones echa a perder todo lo conquistado y advertido anteriormente. Capitán América: Civil War coquetea con el tormento interior de Superhéroes, cuyos dilemas no les permite tener sus pies firmemente plantados ante un vendaval de tensión, confrontación, contraste y tragedias. En efecto se trata de una obra coral que sigue y pretende explorar con buenas intenciones las motivaciones de sendos grupos de superhéroes, aunque la ejecución de su planteo argumental, honestamente, resulta algo ajustado. Por Javier Califano
Los Coen y una mordaz declaración de amor a Hollywood Eddie Mannix (Josh Brolin), es un laborioso ejecutivo de Hollywood que orquesta el correcto desempeño de Capitol Pictures en la década de 1950. No sólo eso, sino que su infatigable compromiso implica también resolver los problemas de grande las estrellas en la industria que trabajan para el estudio. En las visitas que el buen Eddie Mannix realiza a los diversos sets de los estudios Ave, César! ofrece una deliciosa reconstrucción y detrás de escena de los procesos de producción y filmación de dicha época. Salve César! es una declaración de amor de los hermanos Coen a la época dorada de Hollywood, además ofrece un registro que aborda con plena fascinación e ironía los diversos géneros de la época: el drama romántico de teléfono blanco, el western, el musical y el péplum. A lo largo de la historia, diversas capitales del mundo han efectuado rimbombantes muestras de poder y devoción por el cristianismo, realizando desmesuradas catedrales persiguiendo la admiración, estatus y trascendencia. En el siglo XX dicho centro de poder y admiración encontraría en Hollwood su lugar en el mundo. Por entonces cambió también el modo de ofrendar adoración a la fe cristiana y la biblia, dado que ya no era necesario erigir grandes construcciones de hormigón que alcancen los cielos, sino que resultaría mucho más efectivo convocar a las más rutilantes estrellas de la industria del cine para realizar la más majestuosa versión fílmica de las sagradas escrituras. Ave César! es una placentera combinación de humor y sátira elegantemente ataviada como un thriller de misterio, el cual encuentra sus mayores y destacadas virtudes en el absurdo de las obsesiones propias de la era dorada de Hollywood. La última producción de los hermanos Ethan y Joel Coen narra las desventuras de Eddie Mannix haciendo frente como intermediario y responsable del buen funcionamiento de todos los engranajes en la filmación de Salve César! la gran épica bíblica de los estudios Capitol, cuando la estrella del estudio, Baird Whitlock (George Clooney) es secuestrado por un grupo de comunistas integrado por diversos intelectuales y guionistas. Mientras tanto el infatigable Mannix tendrá que lidiar con diversas producciones que no escatiman en generar problemas que harían un banquete para la prensa amarilla, como por ejemplo el caso de DeeAnna Moran (Scarlett Johansson), la estrella de escenas de nado sincronizado al estilo Esther Williams, una gloriosa sirena malhumorada y con estilo de vida turbulento. 13091572_10209451268502474_1867690355_o Cabe destacar que los Coen otorgan al joven Alden Ehrenreich un papel clave -junto a Brolin y Clooney- como Hobie Doyle, un galán del cine de Cowboys con habilidades acrobáticas, voluntarioso y con heroico espíritu, pero cero ideas respecto a la actuación. Ehrenreich junto a Ralph Fiennes, quien personifica al minucioso realizador Laurence Laurentz, ofrecen notables pasos de comedia cuando pacientemente el realizador pretende hacer memorizar los textos de la escena al inepto Hobie. Párrafo aparte merece Channing Tatum, a quien los Coen supieron exprimir todo su carisma y talento para el canto y el baile en una secuencia que resulta un glorioso homenaje a las películas de Gene Kelly. En tanto que Frances McDorman como una atribulada editora de los estudios y Tilda Swinton como unas gemelas que pululan por los sets de filmación en busca de chismes para diversas columnas de espectáculos, componen personajes que resultan elegantes caricaturas de la época. Salve César! es una película de exquisitos matices donde los hermanos Cohen no temen meterse e ironizar acerca de diversos “Ismos”: Ya sea en la referencia directa al Capitalismo de modo explícito desde el nombre del estudio cinematográfico Capitol donde todo acontece: además es allí donde atestiguamos el detrás de escena y los trapitos sucios del estilo de vida y sueño americano. Se aborda también al Comunismo, referenciado mediante humildes teóricos de la doctrina que ofician como mártires de una causa, en clara referencia a “los 10 de Hollywood”, aquel reconocido grupo de guionistas, entre los cuales estuvo el mismísimo Dalton Trumbo, a propósito de la faceta más nefasta de Hollywood, cuando el Macartismo comenzó una cacería de brujas. Es de la partida el Catolicismo, acaso uno de los ejes centrales del relato, no solo por la ostentosa producción cinematográfica bíblica, sino también en la figura de Eddie Mannix, quien carga con los pecados o excesos de celebridades y del mismísimo estudio, por lo que recurre en reiteradas oportunidades a confesarse a la iglesia más cercana, azorado por la culpa y en busca de expiación del peso de la culpa. El talento de los Coen es inmenso, capaz de extenderse en una película que apela al humor más desenfadado, pero no obstante Salve César! se reconoce como una obra de matices cuya magnitud implica una declaración de amor mordaz a la edad dorada de Hollywood y una crítica imperante a la exploración del tumultuoso escenario sociopolítico de los años cincuenta.
El infierno son los otros En 2008, Cloverfield resulto una inquietante y por demás enfática producción que conjugaba tópicos del cine catástrofe con el filmaciones de cámara en mano -por entonces dando los primeros pasos parte del soporte en los dispositivos móviles como registro- y las colosales bestias destructivas del cine de ciencia ficción oriental en plan Godzilla. Avenida Cloverfield 10 es una película “indexada” y amparada en aquel suceso de Cloverfield. Mounstruoso (2008), pero que tal vez no guarde simetrías compositivas o estructurales con la misma. Esta nueva producción en vez de aludir a un ampuloso despliegue visual, opta por hacer un meticuloso trabajo del manejo de los climas de tensión y suspenso que puedan suscitarse en el limitado espacio de un búnker antinuclear donde minuto a minuto todo pueda tornarse en una visión apremiante y paranoica. Después de un terrible accidente automovilístico en medio de la noche, Michelle (Mary Elizabeth Winstead) despierta en un bunker, contando con la pertinente atención que sus heridas requieren, aunque debidamente esposada a las tuberías de las instalaciones, en lo que se intuiría como situación de cautiverio. Howard (John Goodman) es el propietario del bunker, un ex militar que alega haber salvado su vida. Según él, un ataque alienígena está diezmando la vida en la tierra debido la propagación de los altos niveles de radiación que persisten en la atmosfera, lo que hace extremadamente mortal el aire en el exterior. El encanto de Avenida Cloverfield 10 reside en el clima de represión y el perturbador contexto en el que se desarrolla, con personajes tratando de convivir, conciliar y escapar de una forzada situación de aislamiento. Michelle convivirá en una tensa calma con Howard, haciendo las veces de un padre proveedor y Emmet (John Gallagher) será otro joven también confinado y “rescatado” por Howard con el que Michelle complotara un plan de escape. Pero puede que Howard no sea tan delirante como parece. Dan Trachtenberg debuta en la pantalla grande al frente de una producción que sumerge al espectador en una atmósfera sórdida pero con el consabido balance para coquetear en tenue línea entre la película de suspenso y horror. Avenida Cloverfield 10 sostiene la impronta de una tragedia angustiante y perturbadora amparada en un reducido pero talentoso elenco con unos geniales Mary Elizabeth Winstead y John Goodman, acompañados por John Gallagher. Avenida cloverfield_Proyector Fantasma 1 Mary Elizabeth Winstead protagoniza con solvencia este relato, pasando en primera instancia por una joven aturdida y azorada por su contexto, a la equidad pertinente de mantener su centro, evitando el lugar común de una “dama en apremios” y acometer contra la adversidad como la heroína que el relato requiere, en una suntuosa simetría con la interpretación ofrecida décadas atrás por Sigourney Weaver en “Alien el octavo pasajero”. En un contexto dominado por una tensa calma donde puede desencadenarse la más hostil de las situaciones, un soberbio John Goodman oficia como antagonista de Mary Elizabeth Winstead. John Goodman construye con suma sutileza y ambigüedad a un personaje que se pasea por la razón y el desequilibrio brindando algunos de los grandes momentos de la película. Goodman y Winstead componen un binomio actoral que mucho recuerda a la tensión alguna vez otorgada por Harrison Ford y River Phoenix en “La costa Mosquito” (1986), ambas instancias donde el antagonismo oscila entre un extenso matiz de empatía hasta actitudes verdaderamente aterradoras que subrayan el eficiente suspenso constituido en un relato como Avenida Cloverfield. JJ Abrams, oficiando aquí en el rol de productor ejecutivo, sabe generar un marketing alrededor del misterio previo al lanzamiento oficial de sus producciones en salas de cine, una de las tantas claves de su éxito en Hollywood desde hace varios años. El caso es que Avenida Cloverfield parece una suerte de primo lejano de “Cloverfield”(2008) y no una secuela oficial. Abrams evidencia una vez más su instinto y su oficio a la hora de capitalizar las oportunidades, dado que Avenida Cloverfield fue oficializada durante el mes de enero pasado durante la repercusión Star Wars ep VII, película de la cual Abrams fue guionista y realizador. Avenida Cloverfield denota una inteligente propuesta cargada de entretenimiento, que se pasea entre el suspenso y un marcado homenaje a la impronta paranoide de la ciencia ficción de la década del 50 – entendiendo como amenaza a todo agente externo/desde afuera/ más allá, capaz de hacer brotar lo más sórdido de aquellos naturales del contexto/entorno.
Un clásico por derecho propio Con El libro de la selva (2016) Disney toma distancia y se proyecta por delante de otras producciones que también ofrecen en términos técnicos diversas (re) creaciones del mundo animal elaborado enteramente en CGI, algo que muy menudo llama la atención debido a una evidente artificialidad. El libro de la selva, el clásico de la literatura de aventuras escrito por Rudyard Kipling y editado en 1892, narra las aventuras de Mowgli (estupendo Neel Sethi), un niño criado en la selva por lobos, al cuidado de su “madre” la loba Raksha (Lupita Nyong’o) quien junto a Akela (Giancarlo Exposito) el noble líder de la manada, harán todo lo posible para protegerlo e integrarlo a los suyos. El caso es que el temible tigre Shere Khan (Idris Elba) se encuentra decidido a terminar con la vida de Mowgli ya que considera y generaliza que la presencia del hombre o el cachorro humano en la selva representa una amenaza. Para proteger a los suyos, Mowgli deberá abandonar el único hogar que ha conocido, lanzándose a la aventura -en su más clásica concepción como alegoría de un viaje de autodescubrimiento-, acompañado por la pantera Bagheera (Ben Kingsley), quien oficia como su mentor y, el siempre jocoso oso Baloo (Bill Murray). En su camino, Mowgli se encontrara con el más variopinto elenco del reino animal como Kaa (Scarlett Johanson), una serpiente de mirada hipnótica y voz seductora, o el Rey Louie (Christopher Walken), un gigantesco orangután que buscara valerse de Mowgli para robar el secreto de “la flor roja”: el fuego en dominio del hombre. Sin miedo de lidiar con elementos de competente claridad y otros tantos de una imperante oscuridad, Jon Favreau (Iron Man y Chef), alude respetuosamente en su producción a subrayar reminiscencias del clásico animado de Disney en 1967 y a su vez manifiesta un gran conocimiento del libro original de Kipling, dando mayor profundidad emocional a los icónicos personajes desde una probada y exuberante adaptación. Previo a su estreno pesaba mucho temor sobre esta adaptación del clásico de Rudyard Kipling, dado que el artificio tecnológico podía atentar contra la esencia misma de la obra en una versión carente de alma. El caso es que Disney Studios y Jon Favreau salen al ruedo demoliendo todos los prejuicios existentes, entregando una emotiva transposición fiel a la obra de Kipling, y su recordada adaptacion animada, donde los recursos digitales son sólo una herramienta más al servicio de un imponente relato. No podemos olvidar la descomunal e increíble interpretación del pequeño Neel Sethi en su debut cinematográfico, quien lleva la película sobre sus hombros desde una interpretación plena de inocencia, ingenuidad y frescura manifiesta en la pantalla. En cuanto a Ben Kingsley, Christopher Walken, Scarlett Johanson, Lupita Nyong’o e Idris Elba, que prestan sus voces a los personajes de El libro de la selva, cada uno de ellos se compenetra con el carisma idóneo para sumergirse de lleno en sus caracterizaciones. Pero el caso de Bill Murray, quien pone la voz al oso Baloo, que evidencia una perfecta armonía con su personaje, ya que es imposible no mirar el comportamiento y rostro de ese simpático oso, sin ver reflejado todo el repertorio de adorables sinvergüenzas que Murray ha llevado a la pantalla grande con anterioridad. Cierto es que los efectos visuales de El libro de la selva poseen un encanto y un registro fotorealista sin precedentes a partir de las actitudes de “socialización humana” de muchas criaturas del reino animal, pero esta es una película de factura clásica, donde los logros técnicos pasan a un segundo plano dada la catadura del relato, como ocurriese hace un tiempo atrás con La Vida de Pi (2012). El libro de la selva, de Jon Favreau es un gran espectáculo que nos hace (re) descubrir esta obra maestra del cine y la literatura con los ojos de un chico, quedando a merced del encanto y la esencia misma de la aventura, desde la naturaleza conmovedora y entretenida de una película que sin lugar a dudas perfila a convertirse en un clásico por derecho propio.
A pesar de su título Batman v Superman: El origen de Justicia dista de ser una mera contienda pugilística entre dos populares personajes del comic en la pantalla grande, ya que refiere a cuestiones de índole moral y filosófica en el contexto de un relato fantástico de puro entretenimiento, con un Superman en crisis soportando su condición de símbolo y figura –casi- divina otorgada y denostada por un mundo al que no termina de comprender. En tanto, en la vereda contraria, aguarda un Batman taciturno, fiel a su compromiso de justicia, aunque excedido por un mundo nuevo –por la aparición de alienígenas, tecnología kryptoniana y demás – ajeno a su naturaleza y comprensión. Sin la pretensión de reinventar los códigos del género, Zack Snyder tiene el oficio y las credenciales necesarias para hacer de Batman v Superman: El origen de la justicia una película que opere como base sustentable en la viable organización artística del universo DC/Warner de la pantalla grande. Snyder es un director que ha dividido a las multitudes mucho antes del polémico desenlace de Man of Steel (2013), con su adaptación de 300 (2006), la novela gráfica de Frank Miller, que fue amada por el público y catalogada como un panfleto imperialista por buena parte de la crítica. En cambio, otros pusieron bajo la lupa la exhaustiva literalidad manifiesta en la adaptación cinematográfica de Watchmen (2009), de Alan Moore, una de las obras imprescindibles del noveno arte. Sea como sea y pese a quien le pese, al público jamás le resultaran indiferentes las producciones de Zack Snyder, un realizador a quien la crítica especializada ha impuesto un halo de escisión como característica imperante de su filmografía. Zack Snyder demuestra ser un director con un exhaustivo e increíble rigor compositivo de sus escenas, idóneo para el manejo de enérgicas estéticas en función de enfatizar y puntualizar momentos, cual lienzo de pintura o portada de un comic. Es evidente que Snyder es consciente de sus virtudes y defectos, para los cuales reconoce los subterfugios apropiados cuando ha de desviarse de los límites relativos al manejo de el tiempo y la linealidad del relato. Si trasladáramos el estilo de Snyder a la gramática, morfología y sintaxis, entenderíamos las secuencias sus películas como un explícito cuerpo de texto manifiesto por sucesivos “punto y seguido”. La impronta épica Resulta indiscutible la densidad del material presentado en Batman v Superman, capa sobre capa de analógicas políticas, culturales, filosóficas y ontológicas, barajadas desde un relato concienzudo a cargo de Chris Terrio (Argo) y David Goyer (Batman Begins, The Crow) que imperiosamente proyecta el curso de ida y vuelta (?) en la línea temporal de este universo cinematográfico de DC Comics/Warner que comienza a constituirse. Batman v Superman es el canto épico de mundos -concretos y oníricos- presurosos a transpolar y consolidar vehementemente en la pantalla grande muchos de los contenidos omnipresentes en la mitológica de viñetas de DC Comics. Muchos de estos futuros senderos argumentales comienzan a fraguar desde breves y prometedoras escenas que hacen las veces de oráculo en este canto épico, resultando como la parte de un todo que de momento no puede ser apreciado en plenitud, pero conmueve sobremanera. La trinidad de DC Comics se convoca a escena En las instancias de casting de BvS, algunos entusiastas expresaron un insólito fundamentalismo y virulencia por la elección de Ben Affleck como el caballero de la noche, pero al presentarse las imágenes oficiales y los trailers de la película, todos sus argumentos fueron rebatidos, llamándose a silencio. Ben Affleck ofrece una elocuente y admirable interpretación que aporta el (des)equilibrio necesario para un Bruce Wayne/Batman sumido en sus traumas, aversiones y paranoias, que contrastan con su determinación y heroica bravura. Sin dudas estamos ante la mejor encarnación de Batman en el cine: impetuoso, falible y carismático. 12719504_10209132552134764_4214740435800500808_o Zack Snyder hace de la presencia de Batman una verdadera renovación en todo lo que respecta su puesta en escena, ya sea desde las escenas de acción, y el estilo de lucha en el caballero de la noche de Ben Affleck se muestra muy diferente a la reciente encarnación de Christian Bale durante la trilogía de Christopher Nolan. El actual Ben Affleck/Batman tiene un lenguaje visual pesado y demoledor, en connotación a la oscuridad y la violencia que contiene. En tanto el Clark Kent de Henry Cavill es, paradójicamente, una vuelta de tuerca respecto al joven que tomo la determinación de presentarse al mundo como Superman en la precedente Man of Steel. Resulta sumamente grato ver crecer al personaje desde las dudas que lo invaden respecto al modo en que Superman es visto por el mundo y las reacciones que despierta en quienes lo consideran como una alegórica representación mesiánica y aquellos que, por temores infundados lo consideran una amenaza. Batman v Superman presenta por primera vez en pantalla grande a Wonder Woman, la tercera representante de la trinidad de DC Comics interpretada por una encantadora Gal Gadot, quien se desenvuelve de manera convincente en su personaje, haciendo de Wonder Woman una mujer exótica e intrigante. Incluso desde su primera escena, la presencia de la amazona da rienda suelta a un inusitado magnetismo que evidencia un acierto respecto a la elección de Gadot para llevar la pantalla grande a un personaje tan significativo. El maquiavélico y caótico Lex Luthor de jesse Eissenberg sin dudas resultará el elemento más controvertido de la película, muy distante del tradicional Luthor de las viñetas y series animadas, aunque las anteriores interpretaciones de Luthor en la pantalla a cargo de los consagrados Gene Hackman y Kevin Spacey, tampoco hicieron justicia al personaje. El caso es que el Luthor de jesse Eissenberg no desentona en la progresión del relato como el titiritero que mueve los hilos e instigador del conflicto entre los íconos más populares del mundo del comic. Batman vs Superman orquesta una trama compleja que sabe sortear toda trampa caricaturesca simplista, adhiriendo a loables argumentaciones políticas respeto a “la teoría del enemigo interno” en contrapunto al juicio de valores de parte del senado de los Estados Unidos a un Superman catalogado como ajeno, “alien” y extranjero que actúa motivado por las buenas intenciones, pero sin rendir cuentas al Estado. Batman v Superman: El origen de Justicia se vale de la cuota de profundidad y dilemas necesarios para dar sustancia a un relato de proporciones legendarias donde Zack Snyder, concienzudamente enlaza la mitología griega y la religión a conceptos inherentes al mundo de los superhéroes, y todo esto sin que tamaño evento pierda asertividad en su condición de “entretenimiento”, que a final de cuentas es la esencia misma de esta producción.
Deadpool responde a una fórmula muy diferente que la mayoría de las producciones basadas o inspiradas en superhéroes hasta la fecha. La película en cuestión, encabezada por el actor Ryan Reynolds, se las arregla para eludir con osadía la conformada cadena de montaje impuesta por Marvel Studios/Disney con su universo cinematográfico cohesivo desarrollado para los Avengers , o su mas próximo referente como es el caso de los vapuleados mutantes de X-Men en propiedad de FOX , raíz de la que se desprende el siempre jocoso Deadpool. Recilando la primera y penosa experiencia de una irreconocible adaptación del personaje en Wolverine origins (2010) que resultó en el disgusto generalizado del público, la película de Deadpool (2016) se reconoce desde los errores de producciones que la antecedieron para emerger triunfante desde las cenizas, aludiendo a la condición indestructible/regenerativa del personaje. Destinada en primer término a satisfacer a los aficionados al personaje como una producción de nicho, la buena estrella acompañó el devenir de esta apuesta de FOX/MarvelStudios capturando la atención y ganando la simpatía del grueso del público mediante una ejemplar campaña de marketing que escapó a los canones establecidos -desde un inusual y absurdo proceso que le facilitó su desarrollo y llegada a las salas de cine, apelando a humoradas con doble sentido y delirante creatividad-. El personaje es la creación del guionista Fabian Nicieza (nacido en Argentina) y el siempre polémico dibujante Rob Liefeld , e hizo su debut hace exactamente 25 años, en las páginas de New Mutants #98 (1991). Como excepción a la regla, Deadpool es una anomalía, incluso dentro de las viñetas de Marvel Comics, siendo el único super(anti)héroe nominal que desata un alud de violencia a partir de relatos dotados de la ironía de los cartoons y la impronta caustica de comedia negra viñeta tras viñeta. Deadpool encuentra su condición ideal en una suerte de collage capaz de pivotar a partir de humoradas ultra-referenciales al mundo de la cultura pop, aportando desparpajo, mofándose de los prejuicios y la abundancia de solemnidad de los relatos precedentes de Superhéroes. Esto es lo que Tim Miller, debutante director convocado para la ocasión, comprendió a la perfección conduciendo un desmesurado relato que oscila entre la génesis del personaje y una potenciada trama de venganza personal, liberada de ciertas restricciones del patrón de producción -de una cada vez más cuestionada- “formula Marvel” y su panorama cinematográfico. Ryan Reynolds junto a Chris Evans (Capitán América) son quienes a la vieja usanza de los actores de seriales de cine de la década del 40, más veces han interpretado o prestado sus voces para personajes provenientes de las adaptaciones de comics o Pulps a la pantalla. En el caso de Reynolds, hoy se ajusta idóneamente a su condición efectiva de comediante antes que a su “proclamado” rol de héroe de acción, poniendo el pecho a las críticas por sus interpretaciones precedentes de superhéroes en los universos de Marvel y DC Comics, con una efectiva humorada respecto de la poca afortunada adaptación de Green Lantern (2011). Deadpool, es de los más atípicos antihéroes del Universo Marvel Comics, dado que realmente no se trata un superhéroe que intente de salvar el planeta, y tampoco destaca como alguien que acentúe su nobleza. Originalmente Wade Wilson es un ex miembro de las fuerzas especiales, devenido en mercenario, que se encuentra con un pie en la tumba debido a un cáncer por demás invasivo. Pero la respuesta a todos sus males se encuentra en una suerte de pacto con una agencia gubernamental secreta, haciendo las veces de la figura de un Mefistófeles, que lo lleva a someterse a un experimento extraordinario que cataliza los genes de una persona hasta que producir una mutación en su ADN. 12696893_10208754068112900_1361144081_oLos prometedores resultados de los experimentos realizados en Wade, evidencian que se desarrolló un factor de curación acelerada, similar al de Wolverine, que eliminó por completo al cáncer y potencio al máximo sus habilidades físicas, haciéndolo virtualmente indestructible. Pero todo pacto tienen una letra chica y para Wade Wilson/Deadpool esto representa que su piel este cubierta de laceraciones sin cicatrizar que le valen un aspecto poco agraciado. El caso es que después de negarse a prestar servicios de operaciones especiales en nombre de la misteriosa agencia que lo dotó de sus extraordinarias habilidades, habrán de tomarse represalias capturando a la ex pareja de Wade (Morena Baccarin ) para conversar en términos razonables con el ahora extraordinario mercenario mutante. Desde su estructura argumental bastante sencilla, Deadpool resulta estar simplemente sostenida a partir de flashbacks y recurrentes paréntesis narrativos concatenados entre efectivas escenas/ coreográficas de acción, las cuales en todo momento son adornadas con mordaces comentarios hacia el espectador de parte del protagonista, haciendo poco probable discernir la tenue línea que divide al personaje/Deadpool del actor/Ryan Reynolds. Así, cumplen con el propósito de romper la cuarta pared, una de las características primordial del personaje en los comics. Con la falsa modestia de pretender ser una humorada o gran burla de parte de todos los involucrados, se trate de productores, realizadores o el mismísimo Ryan Reynolds hacia la FOX, Deadpool con sus cualidades y defectos cumple en su premisa y cometido de ser una película sumamente original que encuentra su victoriosa condición al escapar de toda linealidad establecida.
Más drama que testosterona, la formula infalible En 1976 Sylvester Stallone escribió el guión para una película que protagonizó, y asi entró a la historia del cine como Rocky Balboa. Ahora, cuarenta años más tarde, Stallone pasa en limpio los balances y las cuentas de vida en lo que al legado de Rocky respecta. Lo llamativo aquí es que esa especie de antorcha pasa a los puños del hijo de Apolo Creed, su gran amigo y oponente en el cuadrilátero. Durante la década del 80, la contextura física Sylvester Stallone lo posicionó como una de las figuras más singulares del cine americano en la pantalla grande. El actor fue la idónea herramienta para una metáfora cinematográfica y política concreta, que primaba al músculo sobre el cerebro. Poco quedaba del Rambo de First Blood (1982), película que en su instancia inicial resulto un llamado de atención a la sociedad respecto a la condición marginal que la sociedad daba a los ex-combatientes. La saga habría de desvirtuar su mensaje fundacional llevando los músculos y calibres de Rambo a las tierras de Oriente y, a cuanto escenario belicista requiriese que se apretara un gatillo en nombre de Reagan u otras gestiones de gobiernos republicanos en los Estados Unidos, a modo de recurrente paradigma del cine de acción de aquella década. Rocky Balboa en los 80 tampoco pudo eludir el signo de los tiempos y debió “hacer patria desde el cuadrilátero”, de modo que Apolo Creed y Rocky Balboa se enfrentarían a Ivan Drago, exponente soviético definitivo, forjado en la frialdad de la ciencia, el deporte de estadística y sin pasión; una impronta política que desafiaba al reaganismo y al sueño americano. Entonces los Estados Unidos estaban poco avezados en corrientes de pensamiento de diversidad, por lo que en Hollywood no estaba muy bien visto que un héroe afroamericano salvara el estilo de vida americano, de modo que Creed pasó a ser un mártir para la causa. No quedaba otra instancia que acudir a un (anti)héroe descartable de la clase trabajadora como Rocky, poniendo el cuerpo como referente de una política militar revanchista, hecha carne en el eterno contendiente que entonces subiría al ring, no solo para salvar la memoria de su amigo, sino para recuperar las malogradas cartas diplomáticas de los Estados Unidos como potencia mundial. Luego de aquel episodio signado por el choque sistematizado de los bloques de Oriente y Occidente, todo volvería a la normalidad en la saga del semental italiano con relatos ceñidos por una impronta melancólica. La saga de Rocky es una de las franquicias más emblemáticas del último siglo del cine. Rocky Balboa trasciende al marginal de turno devenido en deportista y epitome del sobreviviente redimido por el mundo del boxeo, que adquiere dimensiones de leyenda en su ciudad. Imposible olvidar las fanfarrias de las trompetas en aquella primera película de John G. Avildsen, escrita y protagonizada por Sylvester Stallone como el contendiente de Apolo Creed, entrenando durante invernales jornadas de running, sumando seguidores a cada paso en las calles de filadelfia. Hoy, el relato de Creed funciona a muchos niveles, incluso ajustándose a una estética épico-deportiva, tomando a Adonis Creed (Michael B. Jordan) como un joven “príncipe” sofocado por la sombra y el legado de un padre/rey ausente. Como bien rezan los dichos: “La sangre tira” y Adonis, un joven formado entre los privilegios de la clase alta, acometerá con la furia de su fibra más íntima para desafiar la leyenda de un padre que nunca conoció y que todo el mundo admira. De padre a hijo se transfiere el talento, la potencia para los Crochet, jabs, directos y uppercuts, sin embargo, Adonis Creed tiene un camino por recorrer y una historia que contar. Adonis se hace camino al andar, por lo que para entender el legado de su padre va en búsqueda de Rocky Balboa, el hombre que mejor lo entendió tanto arriba como fuera del ring, funcionando como analogía, revés de la trama y esencia misma de la saga de Rocky. Creed aborda la relación de mentor- discípulo y viceversa, explorando a seres frágiles a pesar de su imponente estatura, mediante un relato que alude a los golpes de la vida y esas instancias en las que se necesita un hombro amigo en el cual apoyarse para continuar. La película de Ryan Coogler (Fruitvalle Station) evidencia los matices de personajes que tienen más corazón que necesidad de dar batalla. Creed, corazón de campeón es una película que es capaz de valerse por sí misma y a su vez llegar a la esencia misma de la saga de Rocky, entendiendo que el secreto estuvo siempre a la vista de todos: más drama que fuerza y testosterona. En Creed, corazón de campeón el realizador y guionista Ryan Coogler venera la mitología con la que se encuentra trabajando; pero como hizo J.J. Abrams con Star Wars Episodio VII, se permite realizar una deconstrucción respecto a las películas precedentes de Rocky, con todos los dramas personales y deportivos implícitos. Creed se gana su pulso e impronta en lo que se asume será su propia saga, no sin antes, como una suerte de liturgia, venerar a sus ancestros, mediante un relato sustentado desde nuevas estéticas y composiciones narrativas actuales con el punto de vista en Adonis Creed, un personaje que se constituye como tal desde el legado Apolo y desde Rocky, a modo de un eco remanente entre las dos historias.