Después de años de expectativas, la cristalización de un proyecto que habíamos empezado a fantasear con el lanzamiento de Man of Steel (2013), finalmente se ha concretado: La liga de la Justicia. En la primera escena de la película, dos niños entrevistan para su videoblog a un sonriente Superman luego de rescatar a decenas de personas en un incendio. Tan sólo basta con el tono claro del plano subjetivo y el ángulo contrapicado de la cámara para revelar la admiración de los pequeños ante la cercanía de un Superman, cordial y contento de lo que está haciendo. Inmediatamente, los créditos iniciales se suceden entre un barrido de imágenes que nos recuerda que Superman ha muerto salvando a la humanidad, dando lugar a las preguntas que impregnan y hacen a la Liga de la Justicia como película ¿El mundo necesita a Superman? ¿Necesitamos esperanza? ¿Quién puede inspirar a la humanidad? La ansiada súper producción de Warner Bros convoca a algunos de los más grandes personajes de DC Comics: Batman, Wonder Woman, Flash, Aquaman, Cyborg, ¿y acaso el retorno de cierto muchacho criando en Smallville? Ante todo, los populares superhéroes necesitarán superar sus comunes dificultades para consagrarse como la última línea de defensa ante las hordas de Steppenwolf, el emisario de una milenaria amenaza cósmica. El escenario de La liga de la Justicia es similar a la mayoría de las películas de su género, no reinventa la rueda. Pero se ajusta idóneamente al patrón impuesto por Los Siete Samurái, que, tomado literalmente, presenta a un enemigo demasiado formidable para ser derrotado por un único protagonista, debiendo reunir a otros héroes para cumplir su misión. Con el equipo ensamblado para la ocasión, el resto es un itinerario bien conocido por todos, incluso para el público más secular. Injustamente estigmatizado, toda producción encabezada por Zack Snyder genera controversia por tratarse de un realizador de rigor más estilista que narrativo. Lo concreto es que en Liga de la Justicia, Snyder emplea su oficio – con sensatez – en una película de tono más ligero que Batman vs Superman (2016). El resultado final es una película con momentos de necesario alivio proporcionado por instancias de comicidad y mucha aventura, cuya fuerza principal está en la química entre los actores, la dinámica del equipo y el carisma de los personajes. Finalmente, una tragedia familiar acabó alejando a Zack Snyder del proyecto y, en su lugar, se decidió convocar a su colega Joss Whedon (Buffy, Firefly, Avengers) para ponerse al frente de la puesta a punto de la súper producción, editar e incluso grabar escenas extras para cerrar los cabos sueltos de la historia. La simplicidad de la trama en un nivel macro, funciona correctamente. No hay lugar para una doble lectura, sustrato o alegoría política que lo valga. Es sólo un villano haciendo fechorías de índole cósmica y superhéroes haciendo lo que mejor saben hacer: enfrentarse abnegadamente cualquier adversidad. Liga de la Justicia equivale a dos horas un emocionante espectáculo que entretiene y deja al espectador con una nota optimista. Todo el elenco hace un buen trabajo, y los actores parecen estar cómodos en sus respectivos papeles. Ben Affleck aporta un costado muy creíble y sincero, para un Bruce Wayne/ Batman, que irónicamente – aunque no gratuitamente – presenta cierta reminiscencia a los padecimientos físicos de los sacudones y golpes recibidos en acción, tal como décadas atrás hiciera a regañadientes un maduro Harrison Ford con Indiana Jones. Gal Gadot resulta rutilante, en una interpretación de Wonder Woman plena de matices que la vuelven magníficamente convincente como la líder y corazón de la Liga de la Justicia. El Aquaman de Jason Momoa se presenta como una especie de vaquero petulante, un personaje que destaca como el centro de algunas de las mejores secuencias de acción de la película. La presentación de Ezra Miller como Flash difiere mucho de la esencia de la viñetas del velocista escarlata, pero resulta efectiva en la dinámica de la película (la referencia a Pet Sematary no tiene precio). Por último, Ray Fisher hace de su Cyborg el personaje más taciturno y pleno de dilemas internos a resolver antes de unirse al grupo de superhéroes. La mayor ventaja de Liga de la Justicia reside en el guión Chris Terrio y Joss Whedon, su sencillo – aunque no por eso menos intenso – ejercicio narrativo, resulta mucho más limpio, sin las ambiciones y estridencias que un sector del público y la crítica supieron objetarle a Batman v Superman con anterioridad. La aventura que convoca a los superhéroes DCistas, consta de una estructura bastante directa que desde su primer acto pone en tema al espectador, presenta a los nuevos personajes en sus respectivos contextos, y ubica fehacientemente los acontecimientos respecto de todo aquello que ha sucedió en las películas anteriores. Al mismo tiempo, subraya la importancia que poseen en la trama los misteriosos artefactos resguardados en nuestro planeta por humanos, amazonas y atlantes, conocidos como cajas madres/Motherboxes, , objetos de deseo de Steppenwolf, el cósmico villano de turno dispuesto a terraformar el planeta desde una sigilosa invasión que ya ha comenzado. En el segundo acto, se pone énfasis en el encuentro e interacción de los miembros de la Liga; y, el tercero, se sirve de toda emoción disponible para lograr una rimbombante resolución de la aventura. Todo ejecutado de un modo sencillo, directo y efectivo. Liga de la Justicia pone al descubierto una reflexiva postura de Warner y DC Comics que, consciente de las críticas de Batman vs Superman (2016), capitaliza idóneamente las virtudes manifiestas en Wonder Woman (Patty Jenkins. 2017). En conclusión, la empatía con cada uno de los personajes de DC es lo que permanece con el público y deja una buena sensación al salir del cine. Liga de la justicia, adhiere a un tono menos estridente en su narrativa y estética, sin que esto signifique una Marvelizacion de los exponentes del universo cinematográfico de DC. Persiste el drama inherente a todo superhéroe, pero endulzado con una buena cuota de ironía y humor que afianza el espíritu fuerte e independiente de un conjunto de películas que se planta decidido a despejar la penumbra, ajustando así el curso de su narrativa audiovisual hacia un destino más promisorio.
Steven Soderbergh se trae entre manos una película que dista del sueño Americano, ya que La estafa de los Logan le propone al espectador un hilarante recorrido por la Norteamérica de los abandonados del amparo y abrazo del tío Sam. Esta es una historia acerca de olvidados, en realidad acerca de la venganza de la basura blanca americana. Pocos realizadores son tan admirados y discutidos como el mismísimo Steven Soderbergh, quien de película a película puede pasar de ser vapuleando como un total incomprendido de su tiempo, o reivindicado como un prodigio del séptimo arte. Diez años después de los estelares atracos de la muy lucrativa y efectiva saga iniciada con Ocean eleven, Soderbergh regresa para internarse en la América profunda, precisamente en el estado de Virginia y así seguir las desventuras de los hermanos Logan: Jimmy (Channing Tatum) y Clyde Logan (un extraordinario Adam Driver) categóricos ejemplares del americano tosco, a los cuales sus truncados sueños les dejaron evidentes secuelas. El primero, tenía todo para ser una estrella del futbol americano cuando una lesión lo dejo a las puertas de las grandes ligas, en tanto hoy afronta el desempleo en el rubro de la minería. Mientras que el segundo perdió su brazo derecho en la guerra y sobrevive como un iracundo cantinero. De modo que para poner fin a la mediocridad de su existencia, los hermanos Logan deciden cometer un robo durante el fervor del gran circo americano que convoca el patriótico 4 de julio en la legendaria carrera de NASCAR en Carolina del Norte. Mediante el prisma de la comedia, Steven Soderbergh nos presenta una galería de personajes brillantes y absurdos, capaces de entrometerse en ocurrencias que derivan en situaciones kafkianas por demás ridículas. Entre la jocosa insolencia y el realismo, el cineasta despliega una orquestada puesta en escena que pone de manifiesto una pintura política inherente a buena parte de la Norteamérica que Hollywood no quiere develar, salvo contadas ocasiones de producciones independientes como Hell or High Water/Sin nada que perder (David McKenzie, 2016) o Winter´s bone (Debra Granik, 2010), películas que conforman un catálogo con el común denominador de la mayor crisis social que aun sacude a la nación más poderosa de occidente. Estos relatos no son más que el revanchismo de quienes han sido despreciados por demasiado tiempo… Por más extravagante que todo se torne en el caso de La estafa de los Logan. Intrínsecamente Soderbergh ha desplegado lazos de mutuo confort y anuencia con aquellos actores a los que especialmente valora, es el caso de Julia Roberts, Benicio Del Toro o George Clooney entre los más rutilantes. Pero también es el caso de Channing Tatum, quien a pesar de producciones como Magic Mike, la impronta del realizador contribuyo quitar el estigma de fornido galán de turno. Con trabajo y sin estridencia, Tatum parece seguir el sendero alguna vez trazado por Matthew McConaughey, conquistando el derecho de interpretar al americano promedio haciendo malabarismos entre relatos de vida, las más corrosivas comedias a contrapelo de la industria y el héroe de acción de turno dispuesto a salvar el día. La estafa de los Logan se vale de un variopinto y atrayente elenco que convoca a Riley Keough (American Honey), Sebastian Stan (Capitán América y el soldado del invierno), hasta el mismísimo Seth McFarlane (Ted). En tanto estelarizan junto a Channing Tatum, Adam Driver (Girls, Star Wars) como un gigante taciturno a punto de implosionar de un momento a otro. Mientras que resulta por demás curiosa la labor de Daniel Craig (James Bond), desmarcándose de su flemática y elegante impronta británica, dando rienda suelta a un bestial carisma para la comedia de intensos matices. En su oficio de director / editor / guionista Steven Soderbergh, sabe cuanta información requiere para mantener interesado al espectador, asimismo, conoce cuando requiere de una gran dosis de humor para romper con los paradigmas y la estructura del suspenso implícito en una película de atracos y colosales botines. El común denominador de estas producciones –como el propio Soderbergh en la saga de Ocean-, proponen al espectador evidenciar todo aquello que hacen los personajes mientras planean detalles de su jugada maestra. En tanto La estafa de los Logan, insta a archivar todo detalle en la memoria, pero jamás explicando el porqué del acciona de los personajes, hasta que finalmente todas estas piezas develan o resinifican su importancia en la trama. De algún modo sobrevuela en La estafa de los Logan la impronta de los hermanos Coen, especialmente en ciertos momentos de criminalidad cómica, haciendo de esta película una mixtura entre Ocean’s Eleven y Burn After Reading. Sin embargo, el guión de esta película está firmado por el seudónimo de Rebecca Blunt, lo que hace de la identidad del guionista el mayor de los misterios.
Ficha técnica: Título original: Atómic Blonde Origen: EE.UU. / Alemania / Suecia Año: 2017 Dirección: David Leitch Guión: Kurt Johnstad (basado en la novela gráfica de Antony Johnston y Sam Hart) Reparto: Charlize Theron, James McAvoy, Eddie Marsan, John Goodman, Toby Jones, Sofia Boutella, Bill Skarsgård Duración: 115 min. Basada en la novela gráfica “Atómica: La ciudad más fría / The Coldest City ”, de Antony Johnston y Sam Hart, la película Atómica (2017) sorprende al mostrar una historia de espionaje en la época de la Guerra Fría de manera muy diferente a los recurrentes relatos flemáticos de ritmo parsimonioso. En esta oportunidad tenemos una historia compleja, con acción prácticamente de principio a fin y narrada de modo inquietante. La trama sigue la misma premisa que las viñetas: La agente del MI6 Lorraine Broughton (Charlize Theron), es enviada a Berlín Oriental pocos días antes de la caída del muro con el fin de recuperar una lista con la identidad de todos dobles los agentes británicos activos en esta región. La lista se encuentra en riesgo inminente, estando a punto de caer en manos enemigas después de la muerte del agente que fue su último portador. En muchos sentidos esta adaptación se mantiene fiel a la novela gráfica en la que se basó, aunque su estética es completamente diferente: En los cómics, predominan los contrastes del blanco y negro, en clara alusión a la dicotomía de la Guerra Fría. En tanto la fotografía de la película sustenta una estética en luces de neón, cual signo de los tiempos para fines de la década del ochenta. No obstante, la estética y la fuerte presencia de tonos azulados y fríos, dialoga a la perfección con esencia del escenario geopolítico previo a la caída del muro de Berlín. En Atómica, el realizador David Leitch destaca mediante una cuidadosa dirección, la preocupación por mantener equilibrada la exquisitez de la forma mediante secuencias de acción que positivamente se destacan en el escenario cinematográfico actual. En tanto la sustancia en sí, se vale de la profundidad de un relato pleno de tensión, capaz de fascinar dada su reminiscencia a los clásicos del espionaje de John le Carré. De modo que Atómica, funciona como un híbrido de tales complejas tramas adosadas al vértigo y la acción implícita en las recientes entregas de la saga de James Bond. Charlize Theron, actriz ganadora del Oscar por Monster (2003), ha demostrado en más de una ocasión ser una actriz preparada para películas de acción. En tanto su trabajo en Atómica destaca por su lenguaje corporal, dispensando la necesidad de diálogos en una interpretación sostenida desde una mirada penetrante, dejando en claro todo aquello que pasa por la mente de su personaje. Cual Coronel Kurtz de Apocalypse Now! (1979), un notable James McAvoy, interpreta a un agente del MI: 6 que trabajó durante años en el este de Berlín, y que en ausencia de toda autoridad, ha creado su propio reino donde el tráfico de información es la moneda corriente. Su tesoro más preciado es un informante, interpretado por el genial Eddie Marsan, quien realizo y memorizo una lista que contiene todas y cada una de las verdaderas identidades de los espías de ambos lados del muro. Esta lista si termina en las manos equivocadas podría, de hecho, prolongar la Guerra Fría. La mayoría de las impactantes escenas de “Atómica” cuentan con la curaduría musical de un soundtrack compuesto principalmente por canciones de los años 80, desde Joy Division, New Order, George Michael, hasta David Bowie y Queen. Resulta muy interesante observar –y escuchar- cómo buena parte de las canciones se inserta de manera diegética, haciéndolas aún más representativas en algunas escenas. Como en John Wick (2014), Leitch hace de Berlín una ciudad poblada por los profesionales de la muerte donde no hay nada seguro y todo está a punto de cambiar. Un contexto fuera de control, sumamente atrayente y sofisticado, categóricamente definido por el caos y el sentido apocalíptico que pesa sobre el relato. De modo que haciendo alarde de un sugestivo y atrayente contenido, sumado a la gracia de un montaje ágil sin necesidad de estridencias, Atómica resulta una de las más atrayentes propuestas cinematográficas del año. Vale destacar que la producción enarbola el discurso de empoderamiento y representatividad femenina, muy bien representado por Charlize Theron (actriz declaradamente comprometida en el feminismo), que muestra que las mujeres pueden hacer todo, dentro y fuera de las pantalla.
Contadas franquicias de Hollywood han conseguido una trayectoria tan fascinante e impredecible como El planeta de los simios. Inspirada por el libro de Pierre Boulle, devino una excelente primera película con dirección de Franklin Schaffner en 1968, que puso en marcha una franquicia inagotable que –en principio- conto con el placer culposo de algunas secuelas y dos series de televisión. Décadas más tarde llegaría una anticipada y esperada versión a cargo del consagradísimo Tim Burton: aquella película puso contra las cuerdas al cineasta, evidenciando su incomprensión general acerca de la franquicia, resultando un despropósito generalizado para el público y los aficionados al género fantástico. Pasado aquel traspié, 20th Century Fox decidió reflotar la franquicia pero esta vez desde un nuevo giro a la saga de los simios, apelando y explorando los orígenes de la dominación planetaria de los evolucionados primates por encima de los hombres. Consagrándose como los mejores exponentes de la franquicia hasta el momento, El planeta de los simios: Revolución (Rupert Wyatt, 2011) y la notable El amanecer planeta de los simios (Matt Reeves, 2014), impulsaron la saga hacia un nuevo nivel de dramatismo, apelando a reflexiones, lecturas entrelineas y metáforas de índole social y política implícitas en la continuidad de la trama. Con los lauros de crítica y público conseguidos después de dos excelentes episodios, llega El planeta de los simios: La guerra, una entrega que nuevamente le demanda al realizador Matt Reeves la responsabilidad de conducir a buen puerto la conclusión de esta nueva y satisfactoria trilogía. Mientras que las películas anteriores se mostraban todavía reacias a desprenderse de la supremacía humana, en esta oportunidad se pone de manifestó un giro rutilante en la saga: ahora los simios son los personajes principales, y los últimos representantes de la humanidad se empeñan en querer destruir a la especie que socavo su dominio en un mundo que se encuentra en un gravísimo estado, enterrado bajo la nieve en lo que se presenta como la amenaza de una nueva era glaciar. El simio César (Andy Serkis) se encuentra acosado por la duda acerca de su liderazgo, al que muchos de los suyos consideran sagrado, durante el peregrinar hacia una “tierra prometida” que esta plagada de obstáculos. Bien vale subrayar que detrás de efectos digitales que apenas representan un “maquillaje digital”, destaca una magistral gestualidad y expresión corporal sin precedentes en la labor de Andy Serkis (Lord of the rings, King Kong), coronando en esta trilogía su caracterización final como César, el líder de la revolución y la evolución de los simios por encima de la humanidad. El director Matt Reeves y el guionista Mark Bomback hacen de El planeta de los simios: La guerra, un relato que proyecta a César con el sino de un héroe mesiánico, en un tiempo que no es para la guerra o la paz, sino que insta de liderazgo y sacrificio ante la premura de un éxodo post apocalíptico. Cual derivado del Coronel Kurtz, aquella magistral composición de Marlon Brando en Apocalipsis Now (1978), Woody Harrelson (True detective) interpreta al líder de un sedicioso foco de humanos que constituye una amenaza insondable, impulsado por el miedo visceral de ser reemplazado, haciendo de un mundo perdido su hábitat natural. Mientras que paradójicamente este líder lucha en nombre de salvaguardar la humanidad, dirige una sociedad cerrada, en su estado más deshumanizado, obligando a los que considera como inferiores a subsistir en la esclavitud. Es en esta instancia que El planeta de los simios: La guerra , denota una cinefilia implícita evocando a clásicos del género bélico como El puente sobre el río Kwai (David Lean, 1957) , o El gran escape (John Sturges, 1963) , a propósito de referencias narrativas para ser adaptadas al contexto de la ciencia ficción. Como en Let Me In (2010) y Cloverfield (2008), la dirección del talentoso Matt Reeves destaca por su pericia en el manejo de tensas secuencias de suspenso mediante clímax estéticos de intenso dramatismo para el final de esta saga fantástica. El planeta de los simios: La guerra representa la conclusión de una trilogía inteligente, la cual trasciende su condición de relato fantástico para interpelar al espectador acerca de las flaquezas de la sociedad y la condición humana, otorgando así un nuevo giro a la mítica saga de la ciencia ficción iniciada en de los años 70.
Baby, el aprendiz del crimen, representa para Edgar Wright su primera película rodada en los Estados Unidos, pero encuentra su esencia en el videoclip "Blue Song" que el director realizó hace más de veinte años para el grupo musical Mint Royale. Dicho videoclip presentaba a un conductor designado para las fugas de unos ladrones de banco, quien además era todo un amante de la música. Responsable de películas como Scott Pilgrim contra el mundo (2010) y Shaun of the dead (2004), Edgar Wright afianzo su estilo brindando idóneas vueltas de tuerca a los géneros que se propuso abordar o satirizar, demostrando con creces ser uno de los directores más talentosos de su generación. Apelando a un registro siempre irreverente en tradición a su filmografía, Wright consigue con Baby el aprendiz del crimen su película más madura. Presentando impecables personajes que otorgan dinamismo a un arco dramático sin hermetismos y sin dejar de lado la tensión implícita de todo buen thriller que se precie. A pesar de necesitar estar siempre escuchando canciones con sus auriculares para silenciar un zumbido que lo perturba desde un accidente en la infancia, Baby (Ansel Elgort) trabaja con una banda de criminales como un excelente conductor de fugas. Pero cuando conoce a la chica de sus sueños (Lily James), el muchacho buscará poner fin a su actividad delictiva para emprender un camino sin sobresaltos. Claro que no le será tan fácil dejar de trabajar para su jefe (Kevin Spacey), un enigmático cerebro criminal, secundado por una banda integrada por unos intimidantes Jon Bernthal, Jon Hamm y Jamie Foxx. Sin embargo nada termina saliendo como lo planeado... Ahora, la vida de Baby y su futuro con la chica que ama se encuentran en un frenético ritmo de fuga. A diferencia de Rápidos y Furiosos, una opulenta saga de acción de alta cilindrada, Baby, el aprendiz del crimen tiene los avales necesarios para convertirse en una película de culto como Drive (2011) de Nicolas Winding Refn, al tiempo que añade una buena dosis de locura e irreverencia al pintoresco mundo del crimen organizado, evitando encasillarse entre los muchos facsímiles del cine de Tarantino, con la inigualable impronta de un amplio horizonte de locuaces y vistosos criminales. Del mismo modo que en Guardianes de la Galaxia (2014), la música juega un papel importante en Baby el aprendiz del crimen, ya que Edgar Wright dispone de la misma como un elemento funcional de un complejo juego de composición narrativo: de manera diegetica el cierre de puerta o un objeto colocado en la mesa, se integrara con el ritmo de la canción que acontece en el momento en la lista de reproducción del Ipod de Baby, brindando una deslumbrante experiencia. De modo que Baby, el aprendiz del crimen, presenta una banda sonora plena de clásicos del rock y el soul, escogidos milimétricamente para conjugarse con uno de los mejores montajes cinematográficos de los últimos tiempos. Es menester mencionar que además la película presenta un formidable plano secuencia de más de cinco minutos, panacea para todo amante del séptimo arte, ejecutado con portentosa precisión coreográfica y escénica. Lejos de ser un caricaturesco y glamoroso retrato de la vida criminal, pero dotado de excentricidad y diversión, Baby el aprendiz del crimen resulta una de las películas más interesantes y originales del año, rebosante de informalidad y con toda la originalidad de un espectacular musical de acción con secuencias frenéticas que derivan en inimaginables situaciones.
Con la trilogía de culto de Sam Raimi y las dos controvertidas entregas de The Amazing Spider-Man (2012) de Mark Webb, el amigable trepamuros marvelita nunca ha pasado desapercibido por la pantalla grande. Sin embargo, desde su instancia preliminar en Spider-Man : de regreso a casa ( 2017), sopeso la impostura de un temor generalizado de buena parte del público y entusiastas ante otro febril reinicio de la franquicia. Por lo tanto ¿cómo se justifica esta nueva versión del personaje después de tan sólo tres años de la última entrega cinematográfica? La respuesta es simple, gracias a un acuerdo con Sony, mediante el cual Marvel y Disney tienen la posibilidad de integrar a Spider-Man a su gran universo cinematográfico junto al Capitán América, Iron Man o los Guardianes de la Galaxia. En esta oportunidad Spider-Man: de regreso a casa (2017), nos presenta a un estupendo Tom Holland encarnando a Peter Parker en su esencia más pura: como un verdadero adolescente que debe hacer malabares entre su vida estudiantil y el compromiso de un héroe de barrio. El director Jon Watts (Cop car, the clown), quien hasta entonces se desempeñó en producciones de cine independiente sin proximidad a los grandes estudios, toma el desafío de comandar el rumbo de una franquicia caliente en el imperio de Marvel en la pantalla grande. Procurado un efectivo semblante de comicidad, Spider-Man: de regreso a casa elude con éxito la recurrente formula Marvel que esboza películas de origen genérico caso de Ant-man/el Hombre Hormiga (2015) y Doctor Extraño (2016), destacándose como un producto entretenido, ameno y autentico. Cabe estacar que uno de los principales aciertos de Spider-Man: de regreso a casa es su inspirado punto de apoyo en las juveniles comedias ochentosas del John Hughes, más precisamente en The Breakfast Club. Aquí los tópicos escolares no orbitan la temática del bullyng -cual signo de los tiempos- sino que apelan a una efectiva sinergia y rebeldía de los clásicos estereotipos adolescentes, donde se destaca Ned (Jacob Batalon) el mejor amigo de Peter Parker, la popular Liz (Laura Harrier) y su amiga Michelle (Zendaya) y el bravucón de turno, Flash Thompson interpretado por el genial Tony Revolori . En esta oportunidad nos encontramos con un Peter Parker ajustándose “a un nuevo hogar”, con una chispeante Marisa Tomei como la tía May Parker que dista de aquella simpática ancianita que horneaba galletas en las tradicionales viñetas del comic. Peter Parker/ Spider-Man ahora se encuentra inmerso en un contexto mucho más amplio del que alguna vez haya presentado en la pantalla grande, con un mundo repleto de superhéroes en conflicto después de la guerra civil que sacudió a los mismísimos Avengers en la tercera entrega de la saga de Capitán América. Oficiando como villano de turno, “El Buitre” entra en escena, representando para nuestro amigable trepamuros nuevos desafíos que van más allá de su lucha diaria contra la delincuencia barrial. Determinado a sembrar el terror en la ciudad, El Buitre/Adrian Toomes, interpretado con vehemencia por Michael Keaton, acaso sea uno de los más elaborados villanos que Marvel Studios haya presentado hasta el momento junto al Loki de Tom Hiddleston. Si Peter Parker/Spider-Man es la definición por antonomasia de un héroe de barrio, su antagonista Adrian Toomes/El Buitre también representa a un ciudadano promedio especializado en la recolección de artefactos alienígenas, remanentes de la invasión Chitauri que tuvo lugar ocho años antes cuando los recientemente conformados Avengers (2012) salvaron a la ciudad de Nueva York. El Buitre no será un villano que pierda la cabeza debido a experimentos o extrañas mutaciones, sino que la crisis económica y el capitalismo salvaje desataran la codicia latente en un hombre que abastece a una pequeña banda de criminales con adelantos tecnológicos para cometer algunos delitos – en principio menores- que incrementaran su tenor en el transcurso de película. Desde su incursión en el tráiler inicial de la película, la presencia de Tony Stark, a cargo del rimbombante Robert Downey Jr, genero alguna preocupación respecto a una temida sobreexplotación del personaje, como había ocurrido anteriormente en Capitán América: Guerra civil (2015). El caso es que el genio científico fundador de los Avengers no tiene mucho tiempo en pantalla, su personaje se utiliza como una suerte de tutor y apoyo emocional. Hasta ahora siempre presenciamos a un desprejuiciado Tony Stark/Iron Man, pero en esta oportunidad, sorprende la vuelta de tuerca que abre más dimensiones del personaje, ejerciendo una sobreprotección algo enrarecida que atenta con coartar el brío heroico natural de Peter Parker. Spidey es por demás bienvenido haciendo una entrada triunfal en el universo cinematográfico de Marvel, con una producción divertida que hace justicia a la tradición del personaje en el cómic. Como se mencionó anteriormente en este artículo, otro de los aspectos que merecen ser elogiados es el desarrollo de un digno villano que juega en favor del el crecimiento del héroe y su periplo en el relato. Sin duda, Spider-Man: de regreso a casa es una de los más originales propuestas de Marvel Studios, donde sobrevuela una impronta que vaticina que Spider-Man, está destinado a convertirse –en un futuro inminente- en la columna vertebral Universo cinematográfico de Marvel.
Mientras Superman y Batman han acumulado décadas de éxitos y algunos cimbronazos en el cine y la televisión, Wonder Woman de momento solo contaba con una serie de culto protagonizada por Lynda Carter en la década del 70 y numerosos intentos fallidos por llevar su historia a la meca del cine. Es menester destacar que en la inmensa mayoría de las adaptaciones hollywoodenses del comic a la pantalla grande, las figuras femeninas han tenido poco más que una mera función decorativa. Pero la Wonder Woman de Gal Gadot, desde su debut con una contundente entrada en BATMAN V SUPERMAN, supo dejar en claro que un cambio de paradigma estaba concentrándose a su alrededor. Dirigida por Patty Jenkins, WONDER WOMAN es la película más categórica y homogénea que WarnerBros ha realizado respecto al emergente universo cinematográfico de DC Comics. La sensatez y el sentimiento definen esta celebrada adaptación inaugural de Wonder Woman a la pantalla grande, que si bien se trata de una clásica historia de origen, ofrece un propicio desarrollo respecto al tópico del camino del héroe, perdón, en esta ocasión “heroína”. Aludiendo a la sensatez de trabajar un relato sin colocar cualquier otro nivel narrativo adicional para, finalmente, obtener un resultado por demás claro y satisfactorio. WONDER WOMAN nos presenta una producción que se toma las cosas con mucha mayor calma que la trepidante BATMAN V SUPERMAN de Zack Snyder con sus (muchos) méritos y (no tantos) defectos. El relato inaugural de la princesa amazona en la pantalla grande resulta ser la película que WarnerBros/DC Entertainment necesitaban para establecerse con un renovado espíritu y mayor solidez de cara a un universo cinematográfico integrado, incluso ante la severa mirada de un sector de la crítica que parecía ensañada ante el advenimiento colectivo de los superhéroes de DC compitiendo con los Marvelitas Avengers. La realizadora Patty Jenkins (Monster; The Killing) lleva su labor con solvencia y resultados por demás convincentes que denotan un idóneo equilibrio, atención por la fluidez y ritmo narrativo de la película. Consciente de la presión alrededor de la tarea que representa la primera película protagonizada por la heroína más grande del comic, Patty Jenkins opta por definir las formas sencillas y sin estridencias de una historia clásica de origen: una hermosa fábula respecto al origen mitológico de Diana, la princesa amazona y su encuentro con el mundo de los hombres. WONDER WOMAN es una película que encuentra su inspiración a la luz del encanto narrativo de clásicos como SUPERMAN (Richard Donner. 1978) e INDIANA JONES (Steven Spielberg. 1981), relatos que privilegian y resguardan su inocencia por encima de una inigualable impronta épica, fantástica y aventurera. El guión de Allan Heinberg ( Gilmore Girls, Grey´s anatomy) captura la esencia de las viñetas originales del psicólogo William Moulton Marston y el dibujante Harry G. Peter, publicadas por primera vez en las páginas de All-Star Comics #8 en diciembre de 1941. Heinberg motiva que los acontecimientos de WONDER WOMAN (2017) tengan lugar durante la primera guerra mundial, para acentuar la divinidad y condición eterna del personaje, desmarcándose de cierta familiaridad con la segunda guerra mundial y el contexto popular del Capitán América. La trama de la WONDER WOMAN relata el origen de Diana como una semi-diosa, amada hija de Hipólita (Connie Nielsen), reina de las amazonas. A pesar que su madre hace todo para protegerla, no lograra evitar que Diana se vuelva una amazona diestra en el arte de la batalla. El destino de la joven es inobjetable desde el momento en que accidentalmente el piloto americano Steve Trevor ( Chris Pine ) sea rescatado por la princesa en cercanía de las isla de Themyscira. Tomando conocimiento de la primera guerra mundial, Diana emprenderá así su periplo heroico en un intento de salvar a la humanidad, dispuesta a contener la ferocidad humana desatada en la por los horrores bélicos, Una instancia que alimenta la esencia de su más categórico adversario: Ares, el dios de la guerra. Tanto en su primera adaptación a la pantalla grande como en las viñetas inaugurales, Wonder Woman siempre ha representado un icono que supo transitar relatos impregnados de metáforas sobre el feminismo, la opresión y la manera en que las mujeres resultaban desestimadas debido a un prejuicio social de debilidad. Además de ser la primera superproducción destinada a un personaje femenino e icono de la cultura popular del ámbito superheroico tanto de DC como de Marvel Comics, WONDER WOMAN es la primera película de su género dirigida por una mujer. Dando evidencia concreta que Patty Jenkins es una idónea realizadora para llevar a cabo cualquier superproducción que se le presente. La osadía es algo que caracteriza las decisiones de casting de Zack Snyder como productor general del universo cinematográfico de Warner/DC Comics. Cuando la modelo y actriz israelí Gal Gadot (Fast & the furious) fue elegida para interpretar a la popular superheroína muchos tomaron la noticia con desconfianza lanzando juicios de valor a raudales, considerando que se trataba de una actriz inexperta e inclusive que resultaba demasiado delgada para encarnar a uno de los mayores iconos del cómic. Entonces sucedió, la presentación de Gal Gadot en BATMAN VS SUPERMAN resulto inobjetable, por demás cautivante y una verdadera fiesta para celebrar en el cine los 75 años de vida de Wonder Woman en los comics. Y llego entonces el momento de dar el siguiente paso: Gal Gadot con su carisma supo ganarse a los espectadores, por demás lista para protagonizar la película dedicada a la princesa amazona. En WONDER WOMAN, Gal Gadot captura la esencia del personaje desde la intrépida princesa Diana, hasta el épico nacimiento de una abnegada heroína forjada por la fuerza de su género. Chris Pine (Star Trek) es su coprotagonista, interpretando a Steve Trevor, un héroe forjado en la tradición de clásicos referentes del cine de aventuras como Errol Flynn y Douglas Fairbanks Jr-, quien junto a Wonder Woman y un pintoresco grupo de aliados guiaran a Wonder Woman detrás las líneas enemigas. Se podrá considerar que los dos villanos representados por Elena Ayana interpretando a Doctor Poison y Danny Huston como el loco general alemán Erich Ludendorff resulten algo genéricos, pero lo cierto es que son simples marionetas detrás de una deidad que se prepara para ajustar cuentas con la princesa amazona, su propósito y su estirpe. Wonder Woman no se trata de una película de héroes contra villanos, refiere de la aparición de un una heroína y su contacto con el mundo, en la que acaso sea la primera película de superhéroes con una protagonista que no es tomada como un simple símbolo sexual, sino que resulta la encarnación idónea de un mensaje de justicia, paz e igualdad. Yo te saludo amazona!
Pocos actores tuvieron, en la historia del cine, un vínculo tan fuerte como Hugh Jackman con su Wolverine, el más icónico representante del universo de los X-Men. Tras 17 años, son nueve las ocasiones -entre películas en solitario, cameos y películas de equipo- que el Wolverine de Jackman ha desenfundado sus garras de Adamantium en la pantalla grande. Con Logan ha llegado el momento de la despedida para Hugh Jackman, un adiós con la impronta melancólica de un western crepuscular, una instancia inspirada por el gran género americano donde el protagonismo pesa sobre personajes cansados y apesadumbrados pero decididos a un propósito. Es el año 2029, un futuro no muy lejano pero sin esperanza para el Homo-Superior. Ya no acontecen nacimientos con portadores del gen mutante, alguna vez descrito por el célebre Charles Xavier como el siguiente paso en la evolución humana. Logan sobrevive e intenta adaptarse trabajando como conductor de limusinas en un mundo donde casi no existen los mutantes: sólo quedan registros de hazañas pasadas en las páginas de comics “inspirados” por los X-MEN. Logan carga con el tormento de recuerdos concernientes al desaparecido grupo de mutantes, del cual sólo queda su mentor el profesor Charles Xavier (Patrick Stewart), ahora una sombra senil de aquel visionario e idealista que bregaba por la coexistencia pacífica de humanos y mutantes. Juntos, amparados por el olvido, viven en una vieja fábrica abandonada. El destino de los abatidos Logan y Xavier parece juzgado en Nuevo Mexico, hasta que una enfermera (Elizabeth Rodríguez), les implora llevar a la pequeña Laura/X-23 (Daphne Keen), acaso la última esperanza de raza mutante, hasta un lugar seguro en la frontera de Canadá. Perseguidos por un grupo de mercenarios que responden a una gran corporación, el trío más inusual se dará a la fuga a través de Estados Unidos, de sur a norte en un intento por escapar de implacables enemigos dispuestos a derramar sangre inocente, pretendiendo volver a mantener a Laura /X-23 en cautiverio. Logan siempre ha sido un personaje atormentado, ya sea por la discriminación y persecución que pesa sobre la raza mutante, o por los cruentos experimentos padecidos cual conejillo de indias que lo transformaron en un arma perfecta. Pero, sin duda alguna el mayor tormento del implacable guerrero alguna vez conocido como Wolverine es su naturaleza salvaje, un instinto que lo ha empujado a reaccionar ante el dolor manifestando un tendal de violencia como respuesta, seguido del exilio voluntario y el alejamiento de cualquier forma de afecto. La impronta dramática de tan noble personaje tiene como piedra filosofal la tragedia y el continuo sufrimiento de un lobo solitario, cuya mayor cicatriz reside imperceptible en su interior, dejando en carne viva su lado más humano en contraposición a sus extraordinarios dones que –hasta el momento- lo tornaron virtualmente invulnerable. Aportando nuevos e inusitados matices de profundidad emocional, Hugh Jackman nunca estuvo tan extraordinario en su iracundo personaje como en esta ocasión. Logan es un ser taciturno acosado por el pasado, un hombre al que no dejan otra opción que volver a sacar sus garras y dar rienda suelta a un brutal instinto asesino en pos de proteger a su improvisada manada. Aquí, la violencia no es un espectáculo para ser disfrutado, la violencia presente en Logan irrumpe en escena de manera rustica e incómoda, resultando grave e imprevisible, en contra de toda espectacularidad. La saga de comics “Old Man Logan” de Mark Millar, autor responsable de eventos memorables en Marvel Comics como CIVIL WAR, consta como precedente del derrotero de un hastiado antihéroe en pantalla. En sus páginas se presenta un desolador futuro en el que un Logan maduro procura venganza para su familia, emprendiendo una travesía a lo largo de una Norteamérica dominada por los villanos del universo Marvel. Pero lo concreto es que la película Logan encuentra su mayor influencia en distópicos futuros afines a los universos cinematográficos de “Mad Max” (George Miller), “The Road” (John Hillcoat,) y “Niños del hombre” (Alfonso Cuarón). La película de James Mangold condensa una esencia volátil, dando cuenta de un contexto en tensión, salvaje y peligroso, sorteando las rutas de los Estados Unidos con la premura de fugitivos al encuentro de una esperanza –lejana- a modo de salvoconducto, más allá de la frontera de Canadá. Los antagonistas de turno son un comando de Cyborgs liderados por Donald Pierce, interpretado por Boyd Holbrook (Narcos) corriéndose del usual y genérico encasillamiento de un villano al acecho. Pero Pierce no es más que el brazo –mecánico- armado de una corporación encabezada por el Dr. Zander Rice, un maquiavélico genetista a encarnado por Richard E. Grant (Doctor Who). La manada de Logan, Xavier y Laura nunca encontrará paz en el camino, y si acaso se les concede un respiro, será para afianzar sus vínculos emocionales desde una trama donde prevalece una atmosfera de angustia y tormento que no teme ahondar en tópicos como el dolor, la familia, la vejez, las relaciones pseudo-parentales, y por sobre todas las cosas, el sacrificio. La relación entre Logan y Xavier se presenta más dinámica y fraternal que nunca, sustentada en una muy emotiva interpretación del genial Patrick Stewart. En tanto, destaca el impresionante debut de Daphne Keen, develando en cada escena un sinfín de curiosas expresiones para un personaje sumamente dicotómico como la pequeña Laura/X-23, tan simpática y feroz, creada a imagen y semejanza del mismísimo Logan. La película de James Mangold es una de las más personales y maduras apuestas entre las adaptaciones cinematográficas del mundo del comic, con la arrogancia necesaria para plantarse ante el mismísimo Batman, el caballero de la noche (2008), de Christopher Nolan. Logan representa un final espectacular para la historia de un (anti)héroe errante sobreponiéndose a la soledad y el alcoholismo, dejando de lado un extenso voto de culpa y autodestrucción. Se hace evidente con Logan, que aún queda mucho por explorar desde el lado más profundo y ontológico de los héroes y antihéroes de las viñetas, poniendo de manifiesto que no se requieren fórmulas inexorables y reiterativas –como es el caso de buena parte de las producciones del universo de Marvel /Disney y sus Avengers– para contar una gran historia de inspirada por superhéroes.
El contacto entre diferentes civilizaciones interplanetarias es uno de los grandes tópicos en el género de la ciencia ficción. Si bien el tema central de la nueva película de Dennis Villeneuve (Prisioneros, Sicario) refiere al arribo de visitantes procedentes de otro mundo, se instala en el relato una evidente impronta melancólica y reflexiva sobre el usual estupor y pánico que refleja la humanidad ante tamaño evento en la pantalla. "La llegada" tiene todo para convertirse en uno de los mejores exponentes de la ciencia ficción contemporánea. Villeneuve propone una película compleja que involucra agudas nociones científicas, justifica así un esfuerzo narrativo por cuidar la esencia de la historia y no sobrecargarla con tecnicismos y abrumadoras sobreexplicaciones. Su modo de presentarnos el contacto con los extraterrestres se acentúa con una naturalidad que resulta poco habitual en el género. Una vez derribados los dilemas ontológicos pertinentes al ser y su lugar en el universo, la humanidad deberá asumir que no representa el centro de todo. De este modo, "La llegada" le otorga entidad y pone manifiesto al formidable ejercicio de la comunicación en escena, mediante un relato donde la acción está conducida por la labor de “entender” a ese otro/visitante/alienígena y así interpretarlo. Para descifrar su lenguaje (¿incomprensible?), y descubrir sus verdaderas intenciones. Una estupenda Amy Adams interpreta a la Dra. Louise Banks , una catedrática lingüista a la que acude el gobierno de Estados Unidos ante la conmoción de semejante evento global y así tratar de comunicarse con estos seres... antes de catalogar al evento como una invasión. Ian Donnelly (Jeremy Renner) o el Colonel Weber (Forest Whitaker) acompañan a la Dra. Banks, completando un elenco con la solidez y madurez suficiente para comprender que la historia que los convoca es la protagonista sobresaliente. Cabe destacar que el film no construye un relato a partir de un guión lineal, dado que arma su progresión alternando entre presuntas nociones de recuerdos, sueños y la realidad, en contraste con los militarizados protocolos a los que deben someterse los científicos al momento de hacer contacto con los visitantes. Estos son sólo algunos de los idóneos recursos narrativos con los que Denis Villeneuve se permite jugar con la audiencia, haciendo de La llegada una película más próxima al cine de autor, y una excusa para hablar de las relaciones humanas. El guión de Eric Heisserer es una adaptación de la novela “La historia de tu vida” de Ted Chiang (1998), que circunda en el género de la ciencia ficción con una profunda y filosófica reflexión sobre la libertad de elección y el paso del tiempo, en un relato que se presenta de forma no lineal. La película no pretende abordar al espectador desde la recurrente parafernalia visual de una superproducción de estudio, su objetivo es vincularse con el espectador desde un laborioso arco dramático signado por alegóricas referencias cíclicas: donde el principio y el final resultan relativos al juxtaponerse, así adquieren un nuevo significado. Esto, por cierto, recuerda mucho a la obra de Terrence Malick. Pero, en esta ocasión, inherente a un relato de ciencia ficción, mediante instancias sublimes convocadas desde bellísimas imágenes conjugadas a partir de una inusual narrativa poética.
Pese a que muchos fatalistas sostienen que el western ha desaparecido, siempre será el imperioso deseo de tantísimos realizadores abordar y aportar una idónea vuelta de tuerca al género emblema del cine americano. En los últimos años algunos referentes del western han logrado una excelente recepción del público y la crítica, es el caso de Django Desencadenado (2912) y Los ocho más odiados (2015) de Quentin Tarantino, o algunas sorpresas como la muy recomendable Bone Tomahawk (2015) de S. Craig Zahler, como una excelsa hibridación con el terror. De modo que el encanto de la frontera, las diligencias, los vaqueros, las cabalgatas y los duelos a la hora señalada, resultan inherentes a la magia del cine. Los siete magníficos de John Stuges (1960), a su vez es oficio como versión americana inspirada en el clásico Los siete samurais (1954) del genial Akira Kurosawa. En la actualidad el abordaje que propone el realizador Antoine Fuqua mantiene -como en sus versiones anteriores- inalterable su punto de partida: los habitantes de un pequeño pueblo sufren de los constantes ataques de un grupo de hombres armados. Indignados ante los constantes saqueos, buscan justicia y solicitan los servicios de un grupo de expertos pistoleros para contrarrestar los ataques. El elenco de la obra original estaba conformado sólo por hombres blancos ajustados al WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant): Yul Brynner, Steve McQueen, Charles Bronson y James Coburn, debido a los códigos de representación de Hollywood de entonces. Sin embargo, la versión contemporánea Antoine Fuqua apela a la diversidad y la amalgama de razas para dar su rúbrica personal a la nueva versión de Los siete magníficos, consiguiendo distinguirse positivamente de su predecesora. Esta nueva versión de Los siete magníficos, resulta más próxima a la esencia de Los siete samuráis de Kurosawa, siendo que el variopinto grupo de mercenarios de la película de Antoine Fuqua presenta intensos matices y penurias a diferencia de la producción Hollywoodense de John Stuges de 1960, en la que los justicieros resultaban implacables prodigios de puntería y destreza sin mucho trasfondo emocional. Destacan en los protagónicos Denzel Washington, encarna a un ex militar de la guerra civil devenido en un despiadado cazador de recompensas, pero no carente de cierta nobleza; Chris Pratt oficia como el atorrante y jocoso de turno que disimula su condición implacable; en tanto que Ethan Hawke compone a un taciturno y traumatizado veterano de guerra. Pero la sorpresa en este elenco es el descomunal montañés compuesto por un inspiradísimo Vincent D’Onofrio. 324499 En algunos pasajes de Los siete magníficos (2016) se evidencia una tenue intención de abordar las heridas raciales en la historia de los Estados Unidos, esencialmente en todo lo relativo al conflicto bélico norte-sur. El nuevo grupo de pistoleros está liderado por un afroamericano (Denzel Washington), además un ecléctico elenco que en su selección muestra respeto por la diversidad: Byung-Hun Lee, Manuel García-Rulfo y Haley Bennett, interpretando a una mujer que contrata y participa activamente de las hazañas del clan de mercenarios escapando al lugar común de la damisela en apuros. El guión de Los siete magníficos (2016) fue elaborado por Richard Wenk, habitual colaborador de Antoine Fuqua, junto Nic Pizzollatto guionista de la exitosa serie de HBO True Detective (2014). Subyace en el relato una fuerte metáfora que oficia como bajada de línea al capitalismo salvaje, dado que en esta oportunidad el villano es una empresa ambiciosa cuyo brazo ejecutor es Bartolomé Bogue (Peter Sarsgaard), quien impunemente desata todo el despotismo de un hombre de negocios sin miramientos morales a la hora de sacrificar a los lugareños para beneficio de su firma. La dinámica e interación de una pluralidad protagónica de arquetipos se ajusta, cual signo de los tiempos, a las convenciones de “conformación de grupos” tan recurrente en las películas de la formula Marvel. En tanto que la trama de Los siete magníficos adolece al complejo de la sobre-explicación sistemática hasta el punto de redundancia como defecto/patología recurrente de Hollywood, atentando contra correcto ritmo y la construcción narrativa del guion de Wenk y Pizzollatto. Los siete magníficos de Antoine Fuqua es una producción respetuosa de todo concepto esencial al Western clásico, claro que no tiene la profundidad de La propuesta (2005) de John Hillcoat, y al tratarse de personajes encaminados a una redención evita transitar por los senderos de Los Imperdonables de Eastwood. En cuanto a la narrativa visual propuesta por Fuqua, la película adhiere a una puesta en escena de la violencia propia de Sam Peckinpah en La pandilla salvaje (1969), claro que lejos de la intensidad y crudeza manifiesta en el clásico, sino que a modo de aproximación relativa a toda la espectacularidad que el género pueda brindar. Los siete magníficos consigue instruir a nuevas generaciones respecto de los rudimentos básicos del Western , siendo una película muy divertida, con ideología implícita y mucha personalidad.