Vi Un hombre serio, la película de los Coen que se estrenó el jueves 25 de febrero. Vi también Un maldito policía en Nueva Orleáns de Werner Herzog, que está anunciada para el próximo 4 de marzo. Una me produjo un tedio monumental, y la otra me pareció inteligente, lúdica, gran cine. ¿Cuál es cuál? ¿Cómo convertir esas primeras impresiones en crítica? Vi primero la de Herzog, y una semana después la de los Coen. Cuando estaba viendo Un hombre serio, de solamente 95 minutos, el tiempo parecía eternizarse, con cada nueva peripecia que le ocurría al profesor de física protagonista sentía que los Coen querían decir algo. Mejor dicho, DECIR algo. La película DICE que Dios no existe. O que existe y que le da más o menos lo mismo lo que sucede en el mundo y a ese profesor en ese suburbio. Entonces los Coen DICEN cosas sobre el judaísmo y sobre la vida en los suburbios americanos en los sesenta. La película tiene algo tremendamente trabajoso, como si a cada rato se notaran las manos de los directores que ajustan un tornillo, ponen una situación justo en tal momento para DECIR tal o cual cosa. Un ejemplo (la crítica necesita dar ejemplos): en el momento en que el atribulado profesor está cerca de encamarse con la vecina, suena una sirena policial que corta la situación. De esos detalles, de esas cosas que “justo pasan en esos momentos” está plagada la película de los Coen. Un hombre serio es una película ripiosa, que parece trabarse a cada rato. Y no estamos hablando aquí de una película godardiana que evidencia su dispositivo, que lo delata a propósito por pura “modernidad”. No, los Coen no quieren decir a cada rato “esto es una película” sino “esta película DICE estas cosas”. Y se les traba el relato porque les preocupa más ese DECIR, no confían en relatar y que del relato se desprendan en profundidad las ideas; ponen las ideas por delante y se les nubla la gracia. Otro asunto por el que detesto la película es por esa típica maldad de los Coen hacia los personajes, pero eso es asunto de otra nota. Un momento: ¿detesto la película? Sí, apenas terminé de verla simplemente me había aburrido. Un rato después me di cuenta -por comparación- que la detestaba. Una película puede reacomodar nuestro pensamiento sobre otra película. Salí de ver la de los Coen y de repente me puse a compararla con Un maldito policía en Nueva Orleáns. Son dos películas sobre oscuridades, ciertamente. La película de Herzog también dice muchas cosas, pero las dice detrás de lo que cuenta, y cuenta con un desparpajo y una fruición que no se ven con tanta asiduidad. Herzog narra, se ríe de las convenciones narrativas pero desde el amor por la narrativa más desquiciada (esas iguanas canoras; esos cocodrilos; ese baile del espíritu). Un maldito policía en Nueva Orleáns termina hablando de la justicia, de la injusticia, de Estados Unidos, de los códigos del género policial, del clasicismo (que Herzog dinamita con un amor loco pero amor al fin). Y dice (sin mayúsculas) muchísimas cosas. Nos las dice. Pero nos las dice cuando terminamos de ver la película, cuando la película es un (buen) recuerdo. Cuando ponemos a jugar en la memoria sus escenas, los destinos de sus personajes. Cuando sentimos que nos estaban divirtiendo (divertir=distraer) con algo pero nos estaban diciendo otras cosas, cuando sentimos que había mucho más que lo que habíamos percibido en primera instancia. La diferencia entre las dos películas también puede provenir de la actitud de sus directores. Herzog es alguien con un apetito voraz por conocer el mundo, alguien con interrogantes y fascinado por lo que lo rodea, incluso por el mal. Los Coen, ya lo han probado demasiadas veces (una de ellas fue Quémese después de leer), parecen estar seguros de todo, y hacen un cine cerrado, claustrofóbico, calculado, tedioso, con anteojeras; un cine que no parece estar conforme con ser cine ni con mostrar los personajes que muestra. La película de Herzog, en cambio, nos renueva las ganas de ir al cine para que nos cuenten las cosas más maravillosas, incluso sobre las más fascinantes podredumbres. Herzog elimina la religión (recordar Un maldito policía de Ferrara y sus cruces y sus redenciones), o más bien se ríe de las culpas y de las redenciones porque se permite la duda, porque al mirar al mundo y a los seres humanos sigue sorprendiéndose. Y así, no siente la necesidad de fijar las imágenes a unas seguridades miedosas. Qué bueno que la duda sea la jactancia de los verdaderos intelectuales: aquellos que miran el mundo con los ojos abiertos y nos pueden contar lo contradictoria que es la vida mediante el cine, un arte no menos contradictorio, que puede albergar la mirada inerte de los Coen y la vitalidad de la visión de Herzog.
El presente es mujer Kathryn Bigelow es la directora de Punto límite. ¿Punto límite? Su título original es Point Break. ¿Point Break? Es la película en la que Patrick Swayze y Keanu Reeves surfeaban, se tiraban desde aviones y jugaban otros “deportes extremos”: Reeves era el policía que perseguía a la banda de ladrones comandada por Swayze, que robaba bancos con caretas de presidentes de los Estados Unidos. A esta altura, no pocos habrán reconocido la película de 1991, muy influyente y muy exhibida por televisión. Pero este artículo no quiere llamar la atención sobre esa película sino sobre otra, la más reciente película de Bigelow: The Hurt Locker. Bigelow mide 1,82m de altura, tiene casi 57 años imposibles de adivinar al verla, aspecto vital y deportivo y es la ex mujer de James Cameron. También es la gran directora de cine de acción y aledaños (otras de sus películas estrenadas en Argentina son “la de submarinos” K-19 The Widowmaker, con Harrison Ford, y Días extraños). The Hurt Locker se presentó en Venecia y en Toronto a principios de septiembre. E inauguró el pasado jueves 6 de noviembre el Festival de Cine de Mar del Plata. The Hurt Locker es sobre el conflictivo presente de Estados Unidos en Irak. Pero a diferencia de otras películas que intentan dar cuenta de ese desastre mediante planteos generales, Bigelow llega a lo general a partir de historias particulares, en este caso las de los integrantes de un equipo de desarmadores de bombas. Como ocurría en el cine clásico de Hollywood, Bigelow dice mucho bajo la apariencia de estar narrando meras acciones. Cuando William James (Jeremy Renner), el personaje principal, salga de la base militar a investigar por su cuenta y sin mayores pruebas que sus sospechas y su paranoia, se encontrará con un mundo que no entiende y quedará desorientado, equivocado y aislado; su violencia preventiva quedará expuesta, así como el rechazo de los locales. De esta manera, en una secuencia vibrante, Bigelow opina sobre la presencia estadounidense en Irak. Pero The Hurt Locker es, además, una película de suspenso y tensión máximas. Cada secuencia en la que se intenta desactivar algún explosivo es ejemplar en su construcción y, además, en varias de ellas se demuestra que las sensaciones fuertes en el cine no tienen necesariamente que ver con hacer estallar miles de cosas. A veces, los desarmadores de bombas tienen éxito y nada explota, pero Bigelow sabe explotar los recursos del cine, y en esta ocasión no queda grande mencionar a directores como Hitchcock, Fuller y Hawks, que forman parte del acervo de una directora que también brilla fuera de las imágenes de la guerra, cuando el relato se ubica por breves minutos en los Estados Unidos. Allí, con un desolado y desolador plano en un supermercado, establece su crítica mirada sobre la sociedad actual, como lo hizo de forma más explícita en Días extraños. Es, entonces, una buena noticia la existencia de una película como The Hurt Locker, y también su exhibición en Mar del Plata, con la presencia de la propia Bigelow. Por otro lado, los hombres son mayoría casi absoluta en la acción y el suspenso, y Bigelow no solo filma mejor que casi todos ellos sino que, mediante su trabajo y sin ningún tipo de alarde, sigue abriendo –con espíritu pionero– zonas del cine habitualmente no transitadas habitualmente por sus congéneres. Esto también es una buena noticia. La mala noticia es que, si bien Bigelow me dijo en Mar del Plata que había algún distribuidor argentino interesado en su película, al momento de escribir esta nota su distribución cinematográfica local no estaba asegurada (si algún distribuidor ya ha comprado la película, por favor hágalo saber en los comentarios). The Hurt Locker no está protagonizada por estrellas y eso quizás le reste potencia comercial, pero es una película memorable que merece ser vista por mucho público. Algo más, del orden de lo anecdótico. En el hiperprofesional festival de Toronto, The Hurt Locker se exhibió en una sala grande (y llena). En esa función (como en muchas otras del festival), había señores vestidos de negro –para no ser vistos en la oscuridad de la sala– con unos adminículos infrarrojos, que observaban a la concurrencia parados cerca de la pantalla para vigilar y evitar grabaciones piratas. Cuando uno de ellos ordenó a alguien que apagara inmediatamente su teléfono celular como si fuera un objeto peligrosísimo (hoy, ya saben, hay cámaras por todos lados), no pude evitar sentir un tenso escalofrío. Por un momento, fugaz e irracional pero intenso, el teléfono celular fue para mí una bomba en el cargado aire de la sala. Y el aire de la sala estaba cargado de suspenso, tensión, violencia, acción y emociones fuertes: es decir, del cine rotundamente físico de Kathryn Bigelow.
También vi Tierra de zombies, y es un poco destartalada pero si uno se ríe de la mitad de los chistes que tiene ya vale la pena. Woody Harrelson y Bill Murray, por su parte, demuestran con elegancia que pueden reírse de todo.
También vi Nine, de Rob Marshall (que tiene en su prontuario Chicago). Esto es de lo peor del año. Fellini releído por alguien que tiene feas ideas sobre el cine y feas y tilingas ideas sobre Fellini. Una película para los que creen en el divismo más bobo y en las pavadas más pavotas sobre “los artistas”. Idiota, vergonzosa, indigna y con algunas de las canciones más feas que se puedan escuchar. Kate Hudson repitiendo “cinema italiano” puede provocar pesadillas, y también Daniel Day-Lewis repitiendo “Güido, Güido, Güido”. Algo así como un desfile de modelos canoras pero con ínfulas existencialistas y ofendiendo a Fellini a más no poder. (Además, Fellini ya hizo varias películas sobre sus procesos y bloqueos creativos, ¿para qué hacer esta porquería?). La felicidad del musical le pasa a kilómetros de distancia a este Marshall, que filma todo con frontalidad teatral y sin verdadero movimiento, sin ritmo, sin vitalidad. Y también le pasa a mucha distancia el erotismo cinematográfico.
La vi en diciembre en una privada adelantada. Sí, hay que verla: Eastwood sigue siendo el maestro del clasicismo y sabe contar una historia nada fácil, como esta sobre Sudáfrica, Mandela y el rugby que intersecta clara y eficazmente deporte y política. Una recomendación: antes de ver la película lean el libro El factor humano, de John Carlin. Sí, el título es horrible (el original es Playing the Enemy). Pero el libro es buenísimo, y cuenta la historia de Mandela y de sus acciones planificadas con una extraña mezcla de tranquilidad y osadía en aras de lograr una Sudáfrica unida, y especialmente su estrategia para el mundial de Rugby de 1995. El libro, que exhibe las inteligentísimas estrategias de Mandela en pos de la reconciliación nacional, puede compararse al excelente Anatomía de un instante de Javier Cercas (comentado aquí) en cuanto a la descripción de modos políticos que ─para nosotros, crispados argentinos─ deberían ser un objetivo. Si leen El factor humano, tendrán mucha más información que la que hay en la película y verán que Eastwood ─para que su film fuera más verosímil─ tuvo que quitar hechos que efectivamente ocurrieron pero que tal vez habrían quedado como exageraciones para quien no conociera esta apasionante y muy conmovedora historia. Volví a ver Invictus de Clint Eastwood y cada vez me gusta más. Conozco a mucha gente a la que no le gusta porque dicen que es inverosímil que Mandela sea así como lo pinta la película. Bueno, Mandela es definitivamente alguien extraordinario y recomiendo otra vez la lectura de El factor humano de John Carlin, así verán que la realidad es más inverosímil que la película de Eastwood. Más allá de eso y de otras objeciones, hay una de Manuel Yánez Murillo en el sitio Otros Cines que me parece muy desacertada: “sí, el esperado y espectacular clímax final, propio de una retransmisión del canal deportivo ESPN, se eleva sobre un vacío narrativo que conduce a la apatía.” (el texto completo está acá). ¿Propio de ESPN? La cámara en la película de Eastwood está al lado de los jugadores, adelante, atrás, arriba… ¡abajo del scrum! No, así no transmite ESPN un partido de rugby.
En cuatro funciones (una cada sábados a partir del 23 de enero) en la Fundación Proa (en La Boca), con proyección digital especial y dicen que novedosa y de gran calidad se estrenará el documental Copacabana de Martín Rejtman. Rejtman (Rapado, Silvia Prieto, Los guantes mágicos) hace su primer documental (visto en el Bafici 2007) y en él retrata a la comunidad boliviana. Rejtman encuentra la distancia justa ─con encuadres de gran armonía─ para mostrar con claridad y a la vez hacer interrogarse sobre los pliegues de la realidad.
Vampiros del día (Daybreakers). Una de vampiros realmente sorprendente: apocalíptica, oscura, a velocidad de rayo, con aire clase B y con resonancias sobre no pocos miedos contemporáneos. Y Willem Dafoe es inoxidable.
Amor sin escalas (¿Amor? ¿escalas?, ¿quién puso este título?), o sea Up in the Air, de Ivan Reitman (Gracias por fumar, Juno) y con George Clooney. Película oscuramente seductora sobre la vida de un hombre cuyo trabajo es viajar mucho para despedir gente (las empresas tercerizan el “servicio” de despedir a sus empleados). Hay mucho encanto actoral y un ambiente desolador. Apenas terminé de verla me gustó mucho, pero algunos colegas de El Amante señalaron ciertos aspectos de manipulación que estructuran la película que la debilitaron mi recuerdo. Si la vuelvo a ver les aviso.
Vi también Sherlock Holmes, contra la que tenía prejuicios por su director Guy Ritchie (Snatch y Juegos, trampas y dos armas humeantes). Y este asalto de Ritchie a una época pasada resultó ser mucho menos terrible de lo que temía. Tal vez sea porque las canchereadas visuales del director quedan morigeradas por la presencia de Robert Downey Jr., un actor de un magnetismo tal que puede atenuar la vacuidad estilística de Ritchie. La película no duele, aunque se olvida pronto, demasiado pronto.