APOCALIPSIS NOW El terror nos sigue regalando grandes exponentes en este 2017. El director y guionista Trey Edward Shults crea algo casi único con “Viene de Noche” (It Comes at Night, 2017). Básicamente, que nos preocupemos sólo por el ¿quién?, tal vez el ¿cuándo?, pero nunca por el ¿cómo? o el ¿por qué? durante este “fin del mundo” que aterroriza a las personas y las mata lentamente de un modo bastante grotesco. Joel Edgerton es Paul, esposo y padre de un hijo adolescente que haría lo que fuera para mantener a sus seres queridos a salvo. La familia esta atrincherada en una casa en medio del bosque que solía ser de su suegro, bastante bien acondicionada y provisionada para sobrevivir al apocalipsis. Al menos, hasta ahora. Los días pasan rutinariamente y hay que seguir unas simples reglas. Cuidar los suministros, estar atentos a cualquier cosa, no salir de noche y desconfiar de cualquier extraño, no sólo porque podría estar infectado, sino porque las situaciones extremas también sacan a relucir lo peor de los seres humanos. Hay una sola puerta de la vivienda que no está bloqueada, su único contacto con el exterior, pero durante una noche se escuchan ruidos extraños y a alguien que logró forzarla para tratar de llegar al interior. El responsable del allanamiento es Will (Christopher Abbott), quien anda en busca de provisiones para mantener con vida a su esposa y su pequeñito. La bienvenida no es calurosa, más bien violenta, aunque todos en la familia saben que debe hacerse de esta manera. Tras meditarlo y sopesar las consecuencias, Paul decide ayudar al hombre y albergar a los suyos por el tiempo que sea necesario. Esta buena acción pone en juego un montón de factores: la confianza mutua, las lealtades y, por supuesto, la paranoia. Durante noventa minutos Shults juega con nuestros nervios. Los climas que generan el aislamiento, las relaciones familiares, y la de otro tipo, no hacen más que acumular tensiones entre todos los personajes… tensiones que no podemos evitar vivir en carne propia. Estamos obligados a tomar partido, a ponernos de un lado o de otro, a ocupar el lugar de estos seres humanos que harían cualquier cosa para sobrevivir y proteger a los suyos. Es incómodo, es violento, pero eficaz; recursos necesarios del suspenso y el terror que, bien llevados, evita que la historia caiga en los clichés y los lugares más comunes, como ocurre en este caso. Sí, tenemos la “típica cabaña en el bosque” (aunque no es cabaña), pero no podemos decir que se trata del subgénero de casa invadida, sobre todo cuando el protagonista invita por propia voluntad a la supuesta amenaza. Que quede claro, acá no hay buenos y malos, hay sobrevivientes y cuando la suspicacia empieza a hacer mella, también lo hacen la locura y la violencia creciente. No podemos hacer mucho al respecto, somos simples espectadores atestiguando la naturaleza humana en su forma más primigenia. Acá no importa realmente qué causó el virus mortífero (nos alcanza con ver sus efectos devastadores), o qué está pasando en el resto del mundo. Shults nos circunscribe a esta casa y a estas familias, creando un microcosmos aterrador. Apenas un solo escenario, buenas actuaciones (cómo se hace querer Edgerton) y la atmósfera ideal, entre el naturalismo que brinda el paisaje, hasta cierto surrealismo pesadillesco. “Viene de Noche” se aprecia en la oscuridad del cine y se agradece en un gran año para el género.
QUIEN VIGILA A LOS VIGILANTES Le poníamos fichitas, pero perdimos la apuesta. “El Círculo” (The Circle, 2017), como su homónimo literario de 2013 escrito por Dave Eggers, plantea un futuro distópico no tan lejano, donde la tecnología es omnipresente y, por supuesto, todos somos presos (y presas) de ella, compartiendo datos, actividades, gustos, y casi todos los aspectos de nuestra vida a través de un sinfín de dispositivos electrónicos. En este marco tenemos a Mae (Emma Watson), jovencita con muchas aspiraciones que trabaja en el área de atención al público, obviamente, desperdiciando su verdadero potencial. Todo cambia cuando su mejor amiga Annie (Karen Gillan) le consigue una entrevista en The Circle, una especie de “Google” de la que todos los jóvenes sueñan con formar parte. El lugar es un paraíso en la Tierra, lleno de posibilidades para avanzar, pero Mae, bastante más introvertida y recelosa de su privacidad, pronto descubre que debe cambiar sus costumbres para poder formar verdaderos lazos en esta “comunidad”. Esta compañía de tecnología y redes sociales, la más grande y poderosa del mundo, está a cargo de Eamon Bailey (Tom Hanks) y Tom Stenton (Patton Oswalt), dos tipos cancheros, inteligentísimos y muy buena onda a simple vista, pero con varios planes para el futuro que van tensando los límites de la privacidad y la ética. Mae se presta al juego, pero sus decisiones empiezan a afectar su vida y la de sus seres queridos, incluyendo a sus padres, Vinnie (Bill Paxton) y Bonnie (Glenne Headly), y a Mercer (Ellar Coltrane), su amigo de la infancia. El director James Ponsoldt (“The Spectacular Now”) hace un gran trabajo mostrándonos este futuro “ideal” y, al mismo tiempo, tan aterrador por lo que plantea. Tom Hanks hace lo suyo de taquito, como siempre, aunque es un papel menor al lado de la Mae de Watson, tan deslucida como en la mayoría de sus roles (imposible que oculte ese acento inglés y pase por chica americana). La historia viene bien encaminada, pero se desinfla con cada decisión de la protagonista y un final que no cierra (¡je!) por ningún lado. Estos detalles son la diferencia entre un gran thriller de ciencia ficción que no fue, y una historia del montón como lo es “El Círculo”, lamentablemente. Al relato le faltan personajes combativos que intenten luchar contra el sistema. Coltrane y John Boyega hacen su aporte, pero es muy menor, y el protagonismo de Watson lo enturbia todo con su actitud desganada. Así, esta gran empresa termina pareciendo una secta donde todos sus miembros piensan igual y siguen a su líder incondicionalmente. Nadie se pregunta nada, nadie se queja, convirtiendo este escenario en una utopía poco creíble. Lo mejor de todo es su planteo, uno demasiado real y posible, pero nadie va a salir del cine y va a empezar a despegarse de sus aparatos, la Internet o las redes sociales para interactuar un poco más con sus semejantes sin que haya una pantalla de por medio. Esa batalla ya la perdimos y es hora de admitirlo, aunque podemos minimizar los daños. “El Círculo” es una gran idea que se desinfla minuto a minuto y sufre, más que nada, del errado casting de su protagonista principal, y un desenlace bastante soso. Una película chiquita que parece enorme debido a su elenco y tanto despliegue tecnológico, pero ahí entra la maestría del realizador que puede ofrecer mucho con muy poco, aunque en el balance general, se queda demasiado corto.
DEJEN DE HACER OLAS La decadencia del séptimo arte comienza con películas como esta. Hoy por hoy, Dwayne Johnson es uno de los actores más rentables y mejores pagos de Hollywood. Alguien debería decirle (de todo corazón) que no es necesario que agarre cualquier papel que se le cruce por el camino. Se puede decir que no y, más allá de que le tenga fe a un proyecto, se entiende que remakes como “Baywatch: Guardianes de la Bahía” (Baywatch, 2017) no vienen a aportar absolutamente nada a una industria que, por momentos, ni hace el esfuerzo. Seth Gordon, director de “Quiero Matar a mi Jefe” (Horrible Bosses) y su secuela, ya demostró que es mucho mejor realizador cuando se trata de cosas como “The King of Kong” (2007) que estas comedias llenas de lugares comunes y escatología que parecen escritas por un nene de quince años que sólo sueña con tetas y chistes de penes. Hasta esta premisa ya se volvió un estereotipo: comedia de acción con humor subidito de tono. “Baywatch” se apega a este concepto, pero claro que no funciona. Partamos de la base de un grupo de salvavidas dispuestos a todo para proteger sus playas, eso implica hacerse los detectives y salir a investigar el asesinato de un político conectado con un negociado de drogas y propiedades de la zona. Este argumento es lo de menos, y una gran excusa para que The Rock se convierta en un pseudo superhéroe que salva el día. Mitch Buchannon (Johnson) es el teniente de la bahía, y es esa época del año donde se encarga de reclutar a otros jóvenes salvavidas para su equipo. Entre ellos está Matt Brody (Zac Efron), medallista olímpico caído en desgracia que no sigue las reglas y sólo le gusta lucirse. El choque constante entre los dos es inevitable, como los chistes repetitivos que dejan de tener gracia al tercer intento. Lo que menos hacen estos “guardianes de la bahía” es, justamente, cuidar las playas y a los vacacionistas. Salvo un par de “rescates”, toda la película se centra en una trama policial llena de obviedades, donde es necesario disfrazarse, colarse en fiestas suntuosas, toquetear cadáveres y otras tantas cosas que no surten efecto. Sí, chicos y chicas, no faltan las mujeres en traje de baño diminuto (porque al parecer así pueden nadar más rápido) corriendo en cámara lenta, ni los hombres de cuerpo torneado. El único ser “normal” en esta historia es el simpático gordito nerd (que sabe mucho de computadoras) que quiere convertirse en guardavidas para estar con la chica de sus sueños. Entre los clichés, los estereotipos (elijan uno, hay de todo), unos efectos especiales de cuarta y chivos que dan vergüenza –¿hay necesidad de que Dwayne nos venda un teléfono celular en pantalla?-, “Baywatch” ni siquiera puede ser considerada una parodia de su hermana televisiva que, admitimos, no era gran cosa, pero cumplía sus propósito de entretener y ciertas normas de la TV de la década del noventa. Lo bueno de todo esto es que el público (al menos el de Estados Unidos, que tiene más peso a la hora de las recaudaciones) se está empezando a avispar y ya no se traga cualquier cosa. Películas como esta o “CHIPS” (2017) terminaron en fracaso, demostrando que Hollywood necesita despojarse de sus fórmulas gastadas y replantearse varias cosas sobre sus blockbusters y el entretenimiento. Sacando un par de hits, los éxitos del 2017 se cuentan con los dedos de las manos, dando a entender que las franquicias/remakes/reboots no están proporcionando los frutos esperados y que, tal vez, se necesitan ideas originales (y mejor pensadas) para captar la atención de la audiencia. Si nos conformamos con caca nos van a seguir ofreciendo caca. Y acá no se trata de si los chistes son buenos o malos, o si el humor no es para cualquiera, “Baywatch” es una película que no funciona porque no tiene nada que ofrecerle al siglo XXI más allá de muchas referencias pop tiradas al azar, escenas de acción planificadas en una servilleta y una historia donde las chicas son lindas y colaboran para que los muchachos corpulentos salven la bahía.
NADA, NADA Demasiado amor te matará. Tanta cursilería, a nosotros también. “Todo, Todo” (Everything, Everything, 2017) sigue la línea de adaptaciones románticas young adult como “Bajo la Misma Estrella” (The Fault in Our Stars, 2014), pero a diferencia de la novela de John Green, la película de Stella Meghie –basada en la primera obra de la escritora Nicola Yoon- no llega a emocionar, más que nada, por su exceso de amorío edulcorado y demasiadas inverosimilitudes que cortan el ritmo de una trama, de por sí, bastante aburrida. Está claro a qué público apunta esta historia: jovencitas que sueñan con el primer amor y todo lo que trae aparejado. Bajo esta superficie banal, “Todo, Todo” habla de muchas otras cosas, pero un guión flojito de papeles y una narrativa gastada (ya vimos hasta el hartazgo los mensajitos de texto telefónicos en la pantalla) no permiten que la trama vaya más allá de los corazoncitos y los algodones de azúcar. No es que la parejita protagonista no haga el esfuerzo, simplemente hacen lo que pueden con lo que tienen, que es bastante poco, y le dan impulso a una historia que, de otro modo, no lo tendría. Punto para ellos. Madeline “Maddy” Whittier (Amandla Stenberg, la Rue de “Los Juegos del Hambre”) es una jovencita de 18 años que sufre de Inmunodeficiencia Combinada Grave (SCID), más conocida como la ‘enfermedad del niño burbuja’ (¿se acuerdan de la película de John Travolta? Sí, así de viejos somos). Esto significa que su cuerpo no tiene defensas naturales, y si se expone a la intemperie resultaría extremadamente peligroso. Por eso, Maddy vive encerrada en su inocua casa de Los Ángeles, sin poder salir desde que era bebé. Mientras sueña con el océano, se rige bajo los estrictos cuidados de su mamá doctora, y podríamos decir que no le falta absolutamente nada (hasta estudia arquitectura por Internet), salvo un poquito de interacción humana. Todo cambia con la llegada de un nuevo vecino, Olly Bright (Ben Parrish), que se acaba de mudar con toda su familia desde Nueva York. Un adolescente bastante pesimista, pero que en seguida conecta con esa muchachita detrás de la ventana. Mensajito que va, mensajito que viene, los chicos comienzan una relación “a la distancia” que, al cabo de un tiempo, pide a gritos un poco de cercanía. El encuentro se da gracias Carla (Ana de la Reguera), enfermera de Maddy que le hace la pata para conocer finalmente a Olly. Todo es amor y felicidad hasta que se entera mamá y pone fin al romance, desatando la rebeldía de su hija, dispuesta a experimentar un poco de libertad. “Todo, Todo” debería entrar en esa categoría de historias lacrimógenas con protagonistas enfermos como la ya mencionada “Bajo la Misma Estrella” o “Yo Antes de Ti” de Jojo Moyes, pero no llega a ese extremo y se pierde en un sinfín de situaciones sin sentido, lugares comunes y momentos inverosímiles, incluso para un relato que sólo hace hincapié en el amor olvidando la lógica narrativa, tanto así, que roza la ciencia ficción (bueh, tal vez no para tanto). Se nos complica comprometernos con la situación de Maddy y su relación con Olly cuando todos los elementos a su alrededor no siguen un razonamiento coherente. Los realizadores dejan demasiados cabos sueltos (sobre todo con el personaje del muchachito), y se concentran en mostrar el idilio a como de lugar, empalagando una historia que podría profundizar muchísimo más en cuanto a cómo nos relacionamos. No vamos a buscarle el pelo al huevo, “Todo, Todo” es un romance adolescente, para un público adolescente que no pide mucho, sólo sus propios anhelos expresados en la pantalla, una linda parejita que los represente, el uso de redes sociales con las cuales identificarse y una banda sonora acorde que lo adorne todo, todo a la perfección.
El terror y el absurdo de la Madre Patria siempre son bienvenidos. Álex de la Iglesia va y viene dentro de su estilo tan marcado con producciones más chiquitas y jugadas, y otras más imponentes para el mercado internacional, por esta vez deja los “monstruos” de lado para meterse con una criatura más salvaje e impredecible: el ser humano y su instinto de supervivencia. O sea, hasta donde somos capaces de llegar para salvar nuestro pellejo. “El Bar” (2017) es españolísima, desde sus costumbres y personajes, una historia llena de suspenso y violencia que se cruza con el infaltable humor negro de su realizador. Estamos en el centro de Madrid, a media mañana, en un barcito repleto de transeúntes listos para la jornada laboral: oficinistas, vendedores, clientes ocasionales, otros conocidos hasta el hartazgo por la dueña, y algunos fuera de lugar que sólo hacen tiempo para luego seguir con sus cosas cotidianas. Todo y todos se concentran ahí después de un primer gran plano secuencia que confluye en el pequeño establecimiento. Mientras afuera el mundo sigue girando de forma normal, adentro se charla, se discute, se rumorea, se bebe y se come, algunos utilizan el baño y otros juegan en las maquinitas de azar. Hasta que uno de esos oficinistas termina su café y sale rumbo al trabajo, pero una vez que atraviesa la puerta recibe un certero disparo que lo mata al instante. Afuera, la plaza parece desierta, sólo el cadáver que yace en la puerta del bar. Adentro, el miedo y el estupor se apoderan de la concurrencia, pero nadie tiene el valor para salir a ayudar. Finalmente, el barrendero sale a auxiliarlo y cae redondo de la misma forma, dejando su vida en la vereda. Todo es pánico y confusión dentro del bar. Las noticias no dicen nada al respecto, ya no hay señal en los celulares y la calle es un desierto. En el descuido, los dos cuerpos desaparecieron, pero comienzan las sospechas, ¿el verdadero peligro estará entre ellos? Álex de la Iglesia logra crear un sinfín de situaciones incómodas y misteriosas. De a poco, los personajes (y los espectadores) van acomodando las piezas, descubriendo que desató esta tragedia. Mientras tanto, todos dudan del que tienen al lado, suponiendo que el peligro no está tan lejos como quisieran. Así, “El Bar”, se vuelve una película de supervivencia y locura, donde cada personaje hará lo que sea para salir con vida de semejante situación. De la Iglesia traslada la típica película de terror de “casa invadida” a un barcito de la ciudad, con todo lo que esto implica. Los personajes, arquetipos volubles más que estereotipos, se encuentran aislados sin estarlo concretamente, pero el realizador demuestra su punto: las consecuencias de la falta de información y el no saber, que generan el verdadero caos. Desde ahí comienza una espiral si control de desconfianza y violencia desmedida que abarca a todos los personajes, incluso los más ingenuos y buenudos. “El Bar” habla de la verdadera naturaleza humana, la unión, la solidaridad, pero también de lo que ocurre cuando empiezan a quemar las papas. No estamos tan acostumbrados al cine de género español, pero esta es una gran propuesta con geniales actuaciones (Blanca Suárez, Mario Casas, Carmen Machi, Alejandro Awada, Jaime Ordóñez, entre otros) y situaciones que ponen nervioso a cualquiera. De la Iglesia concentra todo en un solo espacio, manejando la tensión con maestría, mucho drama y humor que, en otras manos menos habilidosas terminaría siendo algo grotesco y sin sentido.
A Boris Karloff no le gusta esto. Universal Pictures decidió armar su propio universo cinematográfico expandido con todos esos monstruos legendarios que ayudó a lanzar a la fama en las décadas del treinta y cuarenta, ahora, en versiones remozadas y adaptadas a los tiempos de súper acción que necesita la audiencia para comprar toda una franquicia. El “Dark Universe” (así apodado) arranca con “La Momia” (The Mummy, 2017) dirigida por Alex Kurtzman, guionista y productor conocido por “Alias”, “Fringe” y las últimas entregas de “Star Trek”, que acá se despacha con su segundo largometraje y da el puntapié para una franquicia con muchas aspiraciones y poco para ofrecer. Durante la semana nos enteramos de todos los personajes clásicos que se iban a sumar en el futuro, las ocho películas programadas y un montón de actores de renombre que podrían interpretar a criaturas como El Fantasma de la Ópera, El Jorobado de Notre-Dame y tantas otras cosas que, ahora creemos, nunca se van a concretar. ¿Por qué? “La Momia” es tan mala que van a añorar al mismísimo Brendan Fraser y su versión aventurera que, al menos, tenía entretenimiento, humor, acción y algunos sustos para ofrecer al mejor estilo Indiana Jones. El Dark Universe pretende ser algo así como el MCU, pero en vez de englobar a sus personajes bajo el ala protectora de SHIELD, lo hace con Prodigium, una “organización” dedicada a reconocer, contener, examinar y destruir al mal y cualquier cosa que lo represente, con el doctor Henry Jekyll (Russell Crowe) a la cabeza. “Las Momia” se olvida un poco de su protagonista milenaria con el único fin de presentarnos esta nueva mega franquicia, y la historia de Ahmanet (Sofia Boutella) se vuelve una excusa para el lucimiento de Tom Cruise, una vez más metido en el mismo papel que encarna desde hace ya varias décadas. Ahmanet, una princesa egipcia, hija única del faraón, dispuesta a heredar todo el reino tras la muerte de su padre, no ve con buenos ojos que papá tenga un nuevo hijo varón y hace un pacto con Seth, dios de la muerte, para cobrar venganza y reclamar lo que le pertenece. Tras asesinar a toda su familia y no poder completar el ritual correspondiente, la chica es enterrada viva y condenada por toda la eternidad. La eternidad, hasta ahí nomás, porque cinco mil años después, Nick Morton (Cruise), un soldado de reconocimiento y ladrón de tesoros ocasional, la descubre en un agujero de Irak (sí, Irak) junto a la arqueóloga Jenny Halsey (Annabelle Wallis), y deciden sacarla del lugar, a pesar de todas las advertencias que los rodean. Para resumir, el avión que traslada el sarcófago se estrella en Londres, algunos sobreviven, otros no, y algunos dados por muertos vuelven a la vida porque están bajo el influjo de la momia, que buscará la forma de regenerar su cuerpo putrefacto y una daga especial para completar aquel ritual inconcluso. Nada de esto tendría que ser tan malo, si no fuera porque ocurre en apenar los primeros quince o veinte minutos de película. Obviamos algunos cuantos detalles, pero Kurtzman se emociona y nos tira mil situaciones por segundo que debemos asimilar antes de pasar a la siguiente secuencia. En el primer tercio de la trama nos pasean por tres países y varias épocas en el tiempo para tratar de poner en contexto una historia imposible de emprolijar que no se calma en ningún momento, salvo para tirar algún chiste sin sentido o una escena que pretende ser dramática. “La Momia” es una película desbordante, en el peor de los sentidos, que no termina de decidirse qué quiere ser: no encaja en el género de aventuras, ni de acción, ni de terror. Es todo y no es nada porque no da respiro para encontrar el rumbo. Ocupado en presentar su nuevo universo compartido y las posibles criaturas que puede contener, se olvida justamente de Ahmanet, desaprovechando las condiciones de Boutella, que ya demostró (en “Kingsman” y “Star Trek Sin Límites”) que puede patear todo tipo de traseros y ser encantadora a la vez. La momia del título, acá casi ni figura, y apenas si le dan un par de escenas para despacharse con algunos destrozos y escenas de acción. La película termina siendo un pretexto para que Tom muestre sus dotes de caballero, rescatando a Wallis cada vez que la chica se mete en problemas. Ni su encanto lo salvan de este mamarracho que abruma más de lo que entretiene, porque un par de explosiones, persecuciones, peleas y efectos especiales vistos hasta el hartazgo ya no nos alcanzan. Un personaje como la momia siempre estuvo ligado al género de terror. Stephen Sommers le sumó fantasía y aventura logrando su cometido, pero Kurtzman hace agua por todos lados, justamente, porque no sabe lo que nos quiere contar. Ahí reside el verdadero problema de esta película y, claro, si la base se tambalea, todo lo demás se derrumba. El poco humor que tiene no funciona, mucho menos los momentos “románticos”, pero lo peor es no invertir tiempo y argumento en sus criaturas (Ahmanet, Mr. Hyde), lo más interesante que tiene para ofrecernos este universo. Cuesta encontrar algo bueno que decir de “La Momia” porque es una historia atolondrara y desarticulada. Una sucesión de acciones y personajes con los que no nos interesa crea vínculos y preocuparnos por sus destinos. El Dark Universe comenzó con el pie izquierdo, mil disculpas Brendan, volvé que te perdonamos.
QUERIDOS MONSTRUOS ¿Anne Hathaway se convierte en un kaiju? Algo así, pero todo MUY metafórico. “Colossal” (2017), del español Nacho Vigalondo (“V/H/S Viral”), podría haber tomado muchos caminos diferentes, pero entre la mezcla de drama, comedia, acción y ciencia ficción, en el final, termina optando por la alternativa menos interesante. Anne Hathaway es Gloria, una mujer común y corriente, un tanto depresiva y sin empleo, que se refugia en la bebida y la joda loca para evadir sus responsabilidades y problemas. Tras pelearse con su novio (Dan Stevens), decide escapar de Nueva York y volver a su ciudad natal para acomodar su descarriada existencia. Allí, se reencuentra con Oscar (Jason Sudeikis), un viejo amigo de la juventud que le ofrece un poco de compañía y trabajo como camarera en su bar. Todo bastante normal, hasta que el caos acecha del otro lado del mundo. Específicamente en Seúl, donde de la nada surge un monstruo gigante que destruye parte de la ciudad y desaparece sin dejar rastro. Después de varios ataques, y ante la mirada atónita de los medios, Gloria empieza a atar cabos y descubre que, de alguna extraña manera, está relacionada con ese kaiju de treinta metros. Tras descifrar el punto de conexión, y los destrozos causados, la bestia empieza a cambiar de actitud y a demostrar que sus intenciones no son malas. Pero la vida de Gloria sigue patas para arriba, y le corresponde sólo a ella encontrar los motivos que, en parte, desataron a su monstruo interior. Vigalondo comienza con un personaje patético y una historia fantástica, pero termina con una metáfora demasiado actual sobre la mujer minimizada y los abusos que, no necesariamente, tienen que ser físicos. El tema es interesante, como su tratamiento, pero no queda del todo claro y el mensaje se pierde entre el sci-fi y un tercer acto un tanto desprolijo. “Colossal” podría haber sido una gran historia de superhéroes, o simplemente, de monstruos gigantes que se pelean y destruyen todo; pero esto es sólo una excusa (tal vez el mayor atractivo del film) para hablar de temas bien ligados a la naturaleza humana. Gloria debe atravesar diferentes etapas para darse cuenta que debe tomar las riendas y hacerse cargo, ya que nadie puede (ni va a) hacerlo por ella. Hathaway vuelve a calzarse los zapatos de un personaje irresponsable y descarrilado, uno que le sale bastante bien equilibrando drama y comedia. Sí, por momentos se hace odiar y esa es la idea, pero nunca desentona dentro de la trama de la película. Su contraparte es Sudeikis, un tipo acostumbrado a hacerse el gracioso en “Saturday Night Live” y otras comedias pasatistas, que acá demuestra que puede dar mucho más, además de que nada es lo que parece. “Colossal” es una película de transformaciones que atraviesan a los personajes, a veces para bien y otras para mal. Una premisa muy interesante, pero que el realizador no termina de encausar, justamente cuando la historia más lo necesita. La resolución termina siendo demasiado “facilista” y fantástica, desluciendo una gran premisa con humor, muy buenas actuaciones y un hilo dramático que le calza a la perfección a los temas socioculturales que discutimos hoy en día. En conjunto, una gran película, pero podría haber sido mucho más genial, con o sin kaijus.
La primera heroína comiquera se ganó su película en solitario y deja mal parados a sus compañeros con tanta aventura y encanto. Vivimos tiempos complicados y turbulentos, ¿será por eso que el cine nos devuelve superhéroes demasiado conflictivos? Desde hace un tiempo los vemos peleándose entre sí, con sus propios fantasmas o contra el sistema, olvidando un poquito su propósito de “justicieros”. Los superhéroes de hoy en día, reflejos modernos del héroe mitológico lleno de virtudes, perdieron un tanto su esencia, reemplazada por un poco (bastante) de cinismo. Ojo, no nos estamos quejando, pero Patty Jenkins decidió ir por otro camino y exaltar la figura de su heroína, que si bien no carece de conflictos, sabe como abrazarlos y volvernos a recordar –a pesar de que su visión pueda parecer un tanto ingenua para el siglo XXI- que hay futuro para una humanidad que se empecina constantemente en destruirse a sí misma, pero todavía vale la pena salvar. “Mujer Maravilla” (Wonder Woman, 2017) hace bastante hincapié en estos temas, aunque no como moralina impuesta, sino como desprendimiento de los valores (y postura) de sus protagonistas. La violencia en el mundo le queda demasiado actual, más allá de tomar a la Primera Guerra Mundial como escenario principal; y entre chistes y aventura nos invita también a reflexionar en nuestras propias capacidades como raza para destruir y crear con la misma intensidad. Todo esto puede sonar un tanto naive, pero tal vez necesitamos un poco de esta esperanza que enarbola Diana (Gal Gadot), una princesa amazona, cuya tarea autoimpuesta es despojar a la humanidad del yugo de la violencia, sin entender que no toda la culpa es de un villano que se encuentra por encima de todas las cosas, sino del libre albedrío del que gozamos los seres humanos. Al personaje de William Marston le costó más de 75 años llegar a la pantalla grande y no podría haberlo hecho en el mejor de los momentos. Para muchos, el género superheroico está cayendo en la fatiga, y lo bueno de “Mujer Maravilla” es que viene a sacudir un poco las cosas, tal vez no desde su temática, su estética o sus personajes per se (aunque nunca vimos algo así en pantalla), sino desde su conjunto: una aventura hecha y derecha, con tintes de film bélico y un sentido del humor casi perfecto, que se desprende del constante choque cultural entre Diana y el resto del mundo. El equilibrio que logra la directora y los guionistas entre estos momentos cómicos (algunos MUY cómicos) y los más emotivos, terminan dándole forma a los protagonistas y a una historia que, tal vez en otras manos, no funcionaría. “Mujer Maravilla” es una historia de origen, por eso arranca en Temiscira, una isla paradisíaca escondida del mundo y plagada de amazonas que, si bien viven tiempos de paz, siempre entrenan y se preparan para la lucha. La pequeña Diana sueña con ser una de ellas, pero mamá Hippolyta (Connie Nielsen), la reina, es demasiado sobreprotectora de su retoño. No así, su tía la general Antiope (Robin Wright), quien entiende que la paz no es para siempre, y hay que estar bien preparados. Entre estas dos mujeres poderosas, y otras tantas, la princesa crece para convertirse en una guerrera sobresaliente, sabiendo que Ares (dios de la guerra) fue derrotado hace muchísimo tiempo, pero su regreso sólo puede provocar un caos y destrucción inimaginable. El mundo de Diana se sacude para siempre con la llegada de un visitante inesperado. Steve Trevor (Chris Pine) se estrella en la isla y trae consigo un poco de la guerra que se está llevando a cabo en Europa y más allá. Tras salvarle la vida, y repeler a los invasores, la amazona entiende su verdadero propósito en el mundo y, suponiendo que Ares está detrás de todo esto, decide acompañar al soldado de regreso al frente de batalla para ponerle fin a la contienda. Sí, esto puede sonar bastante extraño e inverosímil, pero es el punto de vista de Diana, una guerrera idealista que todavía no entiende el verdadero alcance de los horrores de la guerra y el sufrimiento de la humanidad. En algún punto se va a dar de lleno contra la pared y todos sus esfuerzos, tal vez, ya no valgan la pena. “Mujer Maravilla” se mueve entre cierto realismo histórico –estamos en 1918, a finales de la guerra, donde Inglaterra y Alemania buscan firmar un armisticio para ponerle fin a la contienda-, y mucha fantasía, o sea, tenemos una amazona paseándose por Londres con escudo y espada en mano, mientras el general Erich Ludendorff (Danny Huston) no ve con buenos ojos el fin del conflicto y tiene su propia agenda con la colaboración de la doctora Maru (Elena Anaya), quien está desarrollando un arma bastante mortífera. Es la misión de Steve, y por ende la de Diana, infiltrarse en las líneas enemigas y destruir los planes de este dúo maquiavélico. El espíritu aventurero de “Mujer Maravilla” enseguida remite un poco al mejor Indiana Jones. Acá no hay secreto, sino mucho homenaje, ya que Jenkins se inspiró en el arqueólogo, y en el Superman (1978) de Richard Donner, para crear su propia historia superheroica muy a tono con los tiempos que corren. La relación Diana/Steve, así como la química entre Gadot y Pine, es el alma de este relato. Una “pareja” que se complementa a la perfección y puede entregarnos momentos hilarantes como emotivos, con absoluta naturalidad sin forzar la narración o necesidad de golpes bajos. Jenkins le apuesta todo a su protagonista femenina y todos salimos ganando con Gal, un personaje que mezcla ingenuidad (incauta sí, boluda no), carisma y heroína de acción patea traseros, un modelo que cada vez inunda más las pantallas y pone nerviosos (e indigna) a los “machos” defensores de la testosterona (pueden chequear las reacciones de “Mad Max: Furia en el Camino”, “Ghostbusters” o las funciones “para mujeres” del Alamo Drafthouse, para tener un mejor contexto). ¿Qué tan “feminista” es esta versión de Wonder Woman? En realidad, son sólo puntos de vista. La Diana de Gadot no distingue entre géneros, ni entiende de roles “asignados por la sociedad” a mujeres y hombres cien años atrás. Jenkins no responde a ninguna agenda política del momento, sino que trata a su protagonista de la misma manera que lo haría con cualquier superhéroe, con la única salvedad de que estamos ante una superheroína sin pudores, miedos o limitaciones por su condición femenina. Sí, hay varios chistes al respecto, pero también hay muchas verdades entre líneas. La Londres de 1918 le resulta tan extraña como fascinante, muy diferente a su lugar natal poblado de mujeres poderosas que no le rinden cuentas a nadie. Temiscira es un festín para los ojos del espectador, un paraíso sobre la Tierra, inspiradísimo por la mitología griega, que contrasta desde todos sus aspectos con la ciudad británica y alrededores. La directora prefiere los escenarios naturales, pero no puede evitar la pantalla verde y el CGI, al fin y al cabo, estamos ante una película superheroica, donde sus protagonistas deben realizar proezas que, muchas veces, sólo pueden ser posibles en las páginas del cómic. Así y todo, Jenkins –con su nula experiencia en este tipo de producciones millonarias- se las ingenia para brindarnos unas geniales secuencias de súper acción (posta que dan ganas de pelar espada y escudo, y salir a la calle a pelearse con alguien). Tal vez abuse un poquito de ciertos recursos visuales, pero este es el estilo que decidió implementar y hay que respetarlo. La realizadora sabe como llevar el ritmo por más de dos horas de película sin decaer, mechar con humor, un poquito de romance que no molesta para nada y mucho, pero mucho sentimiento y carisma, cortesía de su protagonista. Las cosas se salen un poquito de control en el final, pero logra encausar cierta desprolijidad narrativa que, ante ojos menos analíticos, pasa tranquilamente desapercibida. Es más, olviden este detalle que, al igual que algunos efectos especiales, deslucen una historia casi perfecta; pero tengamos en cuenta que a pesar de la libertad creativa, Patty no contó con el mismo presupuesto astronómico que algunos de sus compañeros masculinos. Pequeños detalles que no arruinan una gran experiencia cinematográfica con una genial puesta en escena, mucha diversidad bien entendida, personajes muy bien delineados (divina la Etta Candy de Lucy Davis, mucho más que una secretaria), villanos de temer y una historia aventurera llena de alma y corazón (aunque suene un tanto cursi), cortesía de una dupla (Gadot y Pine) hecha a la medida. “Mujer Maravilla” cumple con todas las expectativas y muchísimo más. Llega cuando la industria más la necesita (y un público que quiere verse reflejado en cada uno de los géneros), demostrando que podemos disfrutar de héroes sin conflictos que le hacen honor a su esencia, y que no hay ningún inconveniente en que estos héroes anden por ahí en pollerita. La acción no es exclusiva de los hombres y Diana termina derribando esta barrera a puro puño, pero también con un mensaje (tal vez) un tanto ingenuo para los tiempos que corren, pero uno que necesitamos recordar cada vez que pensamos que la humanidad se está yendo al cuerno. Ojalá vengan muchas más.
HUMO SOBRE EL AGUA Jack Sparrow está de regreso, aunque es lo menos interesante de esta nueva aventura. Podemos asegurar que son pocos los que recuerdan “Piratas del Caribe: Navegando Aguas Misteriosas” (Pirates of the Caribbean: On Stranger Tides, 2011), cuarta aventura de Jack Sparrow que, si bien acumuló sus buenos millones en la taquilla, pasó al olvido dentro de la franquicia de Disney. Tuvieron que pasar seis años, y mucha agua bajo el puente (cuac), para que el estudio del ratón y Jerry Bruckheimer volvieran a la mar con “Piratas del Caribe: La Venganza de Salazar” (Pirates of the Caribbean: Salazar's Revenge, 2017), una historia que se olvida un poquito de la anterior y retoma, más o menos, donde nos quedamos después de la tercera entrega. ¿Se acuerdan? Los noruegos Joachim Rønning y Espen Sandberg toman las riendas de la saga y vuelven a los orígenes, donde además del capitán borrachín, teníamos la historia de amor entre Will Turner (Orlando Bloom) y Elizabeth Swann (Keira Knightley). En esta oportunidad, el hijo de ambos Henry (Brenton Thwaites), bastante más crecidito, se auto impone la misión de encontrar la manera de liberar a papá de su maldición, por lo que saldrá a buscar el Tridente de Poseidón, artefacto mágico capaz de deshacer cualquier conjuro sobre los mares. Lo primero que debe hacer en contactar a Jack Sparrow (Johnny Depp), perdido en alguna isla del Caribe. Pero no es el único que lo anda buscando. El capitán Salazar (Javier Bardem) también “requiere de su presencia” con un propósito muy diferente: vengarse por el daño que le causó a él y su tripulación, los cuales obviamente, están todos malditos y recorren los océanos destruyendo cuanto barco se les cruza por el camino. La ecuación aventurera se completa con la joven Carina Smyth (Kaya Scodelario), astrónoma autodidacta, acusada de brujería (cuando no), que no cree mucho en estas cuestiones de la magia hasta que lo comprueba con sus propios ojos. La chica posee un diario heredado de papá que tiene las claves para hallar el Tridente, y hasta allá se dirigen todos, con ganas de poner sus manos en semejante objeto. “Piratas del Caribe: La Venganza de Salazar” es una aventura hecha y derecha, con algo de humor (no demasiado), y un poco de sentimentalismo que, en este caso le juega bastante a favor. Más cercana a las mejores entregas de la franquicia, más que nada por el carisma de sus villanos (Bardem y Geoffrey Rush, que vuelve como el capitán Barbossa) que por su protagonista, que ya agotó todas sus muecas y posturas de borracho. Depp es lo menos interesante de esta película que se hace un poco chiclosa, pero tiene un gran tercer acto. La música, ya tan característica (aunque acá no le pertenece a Hans Zimmer, si no a Geoff Zanelli), y los grandes efectos especiales completan un paquete pochoclero que cumple mucho mejor con las expectativas de lo que nos hubiéramos imaginado. Disney sigue apostando por sus heroínas femeninas (en este caso Scodelario) y las cuela donde puede. No sabemos si el poco protagonismo de Depp es adrede, pero se agradece que la historia esté enfocada más en el joven Henry y su cruzada. Sí, suponemos que se viene una nueva saga, ya que piratas hay para rato.
EL BUEN SAMARITANO El sub género de atracos está desgastado y esta no es la excepción. “El Gran Golpe” (Marauders, 2016) llega un poquito bastante retrasada a las salas locales y, en parte, se entiende por qué. Este thriller criminal dirigido por el ignoto Steven C. Miller tiene un gran elenco encabezado por Bruce Willis y Christopher Meloni, pero se parece demasiado al resto de películas de “atracos” violentos que hemos vistos en los últimos años. Piensen en “The Town”, “Inside Man” o “Triple 9”, sólo para nombrar algunas, y todas tienen algún punto en común: grupos dedicados a robar millones, aunque sus actos encubren algo mucho mayor. El agente especial del FBI Jonathan Montgomery (Meloni) tiene que lidiar con el asesinato del gerente de una sucursal bancaria durante un robo millonario. Los perpetradores dan indicio de ser algo más que simples delincuentes, y las primeras pistas los conectan con un militar fallecido en 2011 que, además, fue acusado del secuestro y asesinato del hermano menor de Jeffrey Hubert (Willis), dueño del conglomerado financiero que termina siendo el objetivo de estos delincuentes, aunque después se les da por donar el botín. Los robos se siguen sucediendo en la ciudad de Cincinnati, mientras los agentes buscan pistas que liguen a los sospechosos con Hubert y sus adinerados clientes. Senadores, ex militares, policías corruptos, todo se mezcla en un relato que podría ser más interesante si no tuviera tantas subtramas y recovecos. “El Gran Golpe” (Marauders, 2016) es una película correcta, bien filmada y actuada con Meloni a la cabeza, porque el agente honesto y conflictuado le queda como anillo al dedo. Lo secundan Dave Bautista (que cada día actúa mejor), Adrian Grenier y Johnathon Schaech, cada uno con sus problemas y motivaciones, como ya dijimos, demasiadas, para una historia que ya está sobrecargada. Miller comienza dándole protagonismo a la ciudad de Ohio, pero pronto se desprende de la idea. Llueve mucho, todo el tiempo (ni que fuera Seattle), pero esta decisión “visual” no pasa más que por un mero adorno, como el resto de los escenarios de la metrópoli. Esto ocurre también con varios personajes y situaciones, que pueden agregar un poco de contexto, pero no suman demasiado, estirando una historia que podría resolverse en menos tiempo. Al final, la trama de corrupción se desvía para otro lado y el argumento, de por sí desprolijo, ya no encuentra donde decantar sin que la verosimilitud pague las consecuencias. Claro que esto es ficción y no está basado en hechos reales, pero hablamos del FBI y cuesta creer que una agencia tan “renombrada” pase tantas cosas por alto a la hora de una investigación tan importante. Lo que más le juega en contra a “El Gran Golpe” son las comparaciones y su similitud con películas de mejor calidad. Bruce Willis ya se prende para cualquier cosa, y acá se nota que cobró por un par de horas de trabajo para poner la cara y el nombre en una producción que podría haber sumado un poco al género de acción, pero nunca llega a encontrar su verdadero camino.