REY DE REYES Guy Ritchie se pone medieval y se mete de lleno a reinventar a este mítico héroe. Imagínense “El Señor de los Anillos” (The Lord of the Rings) dirigida por Guy Ritchie. ESO es exactamente lo que tiene para ofrecernos “El Rey Arturo: La Leyenda de la Espada” (King Arthur: Legend of the Sword, 2017), una nueva versión de la mítica historia que ya conocemos hasta el hartazgo, pero con todo el espíritu “callejero”, el hiperquinético estilo visual y la verborragia a la que el director inglés nos tiene tan acostumbrados Nos es la primera vez que Ritchie se mete a reimaginar clásicos literarios (¡Hola Sherlock Holmes!), y tienen que ser muy abiertos de mente para disfrutar de esta aventura fantástica que intenta reflotar el género de espadas y hechicería, en este caso, mucha hechicería, aunque adaptado para las audiencias del siglo XXI. Guy quería, justamente, cruzar el clásico de J. R. R. Tolkien con su propia “Snatch: Cerdos y Diamantes” (Snatch, 2000). Claro que lo logra con creces, aunque se sale del molde del típico relato medieval y la leyenda artúrica que viene inundando el cine y la TV desde hace varias décadas. Charlie Hunnam, el ex Jax Teller de “Sons of Anarchy”, es el joven Arthur, un rufián huerfanito criado por prostitutas en un burdel de Londinium (la antigua Londres), que se gana la vida con sus chanchullos, desconociendo su verdadero origen real y el mito que pesa sobre él. Años atrás, papá Uther (Eric Bana) intentaba mantener la paz del reino ahuyentando a sus enemigos con todo el poder de Excálibur de su parte; pero el tío Vortigern (Jude Law) tenía sus propios planes, y no dudó en asesinarlo para quedarse con la corona. Tras años de ausencia, la espada decide revelarse una vez más ante el mundo para que el legítimo heredero de los Pendragon acepte su destino y detenga el reinado de terror de Vortigern. Como se podrán imaginar, todo esto a Arturo le importa un bledo, pero el resultar ser el único capaz de remover a la mítica Excálibur de la piedra. Incapaz de controlar el poder de la espada, Arthur logra escapar con el auxilio de varios hombres fieles a su padre, sus compañeros de fechorías y una hechicera (Astrid Bergès-Frisbey) que lo ayudaran a abrazar su destino y enfrentar al déspota de su tío, aunque no tenga pasta de héroe. Lo que sigue es una aventura hecha y derecha plagada de caballeros, luchas de todo tipo, criaturas, extrañas visiones, una banda sonora increíble y la acción más desenfrenada. A Hunnam le sienta muy bien el cancherismo de Arturo, un personaje que suele repetir en la mayoría de sus papeles. Ritchie toma nota de todos los clásicos del género y los adapta a su estilo tan particular, amado por muchos y odiado por otros que no van a ver con buenos ojos esta versión remozada y modernosa del mito. “El Rey Arturo” es ‘over-the-top’ desde cada uno de sus ángulos. Una aventura fantástica para disfrutar sin sobreanalizarla, llena de épica y el particular sentido del humor del director inglés. Es un ‘tómalo o déjalo’ cargado de excesos visuales y un montaje vertiginoso que va, viene y revuelve cada una de sus escenas. Sí, un Ritchie en estado puro. No todos los efectos son tan copados, y algunas escenas de pelea se parecen más a un videojuego, pero compensa con un elenco carismático, un villano odioso pero vulnerable, y un par de cameos muy simpáticos. “El Rey Arturo: La Leyenda de la Espada” carece de la solemnidad de sus congéneres. Es puro entretenimiento, más cercano a la franquicia de “Rápido y Furioso” que a la clásica trilogía de Peter Jackson, pero tiene espíritu aventurero y mucha magia para ofrecer, y desde acá esperamos sus secuelas con los brazos abiertos.
LA FAMILIA DE MI NOVIA Una gran peli de terror que es mucho más que un rejunte de sustos. Tal vez lo tengan a Jordan Peele por su lado más humorístico, como actor básicamente, y la graciosa mitad de “Key & Peele”. Como muchos intérpretes, decidió probar suerte tras las cámaras y se despachó con “¡Huye!” (Get out, 2017), un “thriller social”, como él mismo lo describió, que dejó a más de uno boquiabierto tras su paso por el Festival de Cine de Sundance. Peele juega con el misterio, el terror y los prejuicios, sin dejar de lado el humor y las críticas sociales en plena administración de Donald Trump. La historia gira en torno a Chris Washington (Daniel Kaluuya), un joven fotógrafo afroamericano que decide conocer a la familia de su novia Rose (Allison Williams), muy caucásicos ellos, durante un fin de semana en su casita alejada de la ciudad. El muchacho tiene sus reservas, obviamente, pero también la seguridad de su compañera de que todo va a salir muy bien, y de que papá Dean votaría por Obama unas cuantas veces más si pudiera (¿?). Desde el primer minuto que Chris pone un pie en este coqueto vecindario, todo parece extraño y fuera de lugar. La familia de Rose es encantadora, y hasta suele tratar de maravillas a sus “sirvientes” de color. Sí, Peele juega con los estereotipos y, aunque estemos en pleno siglo XXI, nos logra poner incómodos, al igual que el protagonista, que trata de dejar pasar estos pequeños detalles, y disfrutar de los paisajes que rodean la casa. La visita se complica un poco más ya que coincide con una reunión anual de vecinos, un grupo estrafalario de vejetes muy blanquitos que no hacen más que admirar las múltiples cualidades del muchacho como si se tratara de un espécimen que todos quisieran poseer. A Chris no le quedan dudas de que algo extraño ocurre en el lugar y, a pesar de compartir las inquietudes con su chica y su amigo Rod (LilRel Howery), un oficial de aeropuertos que tiene sus propias teorías, tal vez sea demasiado tarde para escapar de lo que el destino le tiene preparado. Peele, director y guionista, utiliza todas las herramientas del género con sabiduría, pero le agrega la incomodidad constante de no saber con certeza para dónde nos lleva el relato. Poco y nada se puede decir sin caer en spoilers, pero las opciones son infinitas, aunque nunca deja de flotar en el aire esa noción de xenofobia y violencia sigue imperando en la sociedad americana. La propuesta de una parejita interracial, aunque estemos en el año 2017, se nos presenta como extraña y “exótica”, y aunque fluye con total naturalidad en la gran ciudad, se convierte en otra cosa una vez que traspasa la frontera de esta comunidad tan particular. ¡Huye! Tiene suspenso, sus buenas dosis de gore, y un choque de lenguajes y culturas que juega a propósito con el lugar común para sumar momentos humorísticos bastante perturbadores. La trama sigue siendo un oscuro relato de terror, pero el realizador aprovecha para deslizar cierta crítica social que nos afecta a todos y todas, sin importar la raza, sexo o nacionalidad. Con un presupuesto acotado (apenas cinco millones de dólares) y los recursos muy bien utilizados, Peele nos sumerge literalmente en los miedos y las culpas de su protagonista –los presentes y los pasados-, que le pueden jugar en contra. Nos obliga a pararnos de su lado y experimentar sus emociones, al mismo tiempo que nos planteamos y analizamos nuestros propios prejuicios.
FIGURITA REPETIDA Vuelven los héroes menos pensados de Marvel pero, ¿tendrán la misma cancheres a cuestas? “Guardianes de la Galaxia” (Guardians of the Galaxy, 2014) sigue siendo una de las mejores películas del Universo Cinemático de Marvel, sin duda alguna. La historia de estos parias convertidos en héroes por accidente, no es lo más original del mundo, pero logra mezclar y balancear varios componentes que funcionan a la perfección. James Gunn demostró ser uno de los realizadores más jugados de la franquicia superheroica, y suponíamos que tenía muchísimo más para ofrecer en esta segunda entrega. “Guardianes de la Galaxia Vol. 2” (Guardians of the Galaxy Vol. 2, 2017) sigue siendo una aventura espacial, colorida, cool y muy divertida, pero Gunn muestra la hilacha y nos vende los mismos espejitos de colores con sutiles diferencias. Esas cosas que amamos de la primera película acá nos saltan a la cara totalmente recargadas. Por ejemplo, si baby Groot les parecía una ternura en apenas unos minutos de post-créditos, prepárense para encariñarse a lo largo de toda la historia. Claro que al final hay una sobre explotación del personaje, y como ocurre con cualquier tipo de “abuso”, ya no nos parece tan simpática su vigésimo octava morisqueta. “Guardianes de la Galaxia” se apoya en varios elementos clave: las características específicas de sus personajes, una gran banda sonora e incontables referencias a la cultura pop de la década del ochenta. Entendemos que este período es crucial para la formación de Peter Quill / Star-Lord (Chris Pratt) pero, ¿hasta que punto un espectador de 18 años (target al que apunta Marvel en promedio) entiende cada uno de estos chistes internos? Imposible saberlo a ciencia cierta, pero nosotros los mayorcitos podemos disfrutarlos y hasta reírnos en varias ocasiones. Si el primer film ponía a Ren McCormack (Kevin Bacon) como ídolo máximo de nuestro héroe, para esta aventura Gunn logra reemplazarlo por uno nuevo que no les vamos a decir porque SPOILER. Como verán, la historia se repite en varios aspectos. En cuanto a la trama, Volumen 2 encuentra al grupete convertido en, obviamente, los guardianes de la galaxia haciendo un trabajito de salvataje para los Soberanos, una raza pretenciosa y ofendidiza al extremo cuando les faltan al respeto. Los muchachos finalizan la tarea, pero como no pueden evitar su naturaleza de semi forajidos (bah, Rocket no puede evitarlo), desatan la ira de la Soberana Suprema (Elizabeth Debicki) al robar unas costosas baterías de energía. Las fuerzas soberanas salen a la cacería de los Guardianes y para ello buscan la ayuda de Yondu (Michael Rooker) y los Saqueadores que todavía buscan su propia venganza. Quill y los suyos terminan estrellándose en un planeta lejano, pero pronto reciben el auxilio menos pesado, uno que reencontrara a Star-Lord con una gran parte de su pasado. Bueh, no nos hacemos los misteriosos ya que se sabe que Kurt Russell hace el papel de Ego, el extraterrestre que se enamoró de la terrícola Meredith y abandonó a su hijo Peter cuando apenas era un bebito. “Guardianes de la Galaxia Vol. 2” saca a relucir unos cuantos problemas familiares (bah, todos son quilombos familiares), sumemos también a Gamora (Zoe Saldana) y Nebula (Karen Gillan), que intentaran limar sus asperezas y resolver los daddy issues; y la presentación de nuevos personajes, entre ellos, el más destacado es el de Mantis (Pom Klementieff), “mano derecha” de Ego. La trama salta de acá para allá, mostrando un montón de rincones de la galaxia, pero en el medio va perdiendo sustancia y sólo nos queda un amasijo de chistes, escenas de acción y momentos “conmovedores”, forzosamente sentimentales. Los verdaderos protagonistas pasan a un segundo plano y los personajes secundarios toman la delantera. Aplausos para Drax (Dave Bautista) y su eterna honestidad brutal, para Rocket y Yondu, que demuestran que no son tan bidimensionales como parecen a simple vista. No podemos discutirle el despliegue visual y sus imágenes casi alusinógenas. Lo mejor de “Guardianes de la Galaxia” es cuando se deja llevar al extremo y la bizarreada se hace completa. Los términos medios acá no funcionan y, por momentos, se torna aburrida, justamente porque sólo sabe contar chistes y tirar referencias, y las más de dos horas de duración se sienten difíciles de llenar. Esta segunda entrega, tan esperada, decepciona más de lo que entretiene ya que no tiene nada nuevo para ofrecer. Los cameos son simpáticos, pero no dejan de ser un adorno, al igual que las cinco, sí CINCO, escenas post-créditos que suman poco y nada para el futuro de la franquicia. Gunn desaprovecha la oportunidad de conectar su mundo espacial con los héroes de la Tierra, olvidando (u obviando) que pronto todos se verán las caras. Por el contrario, expande su propio universo con escenarios y personajes, dejando un poco de lado la historia, eso que hacía de los Guardianes de la Galaxia el grupo superheroico más canchero e interesante del MCU.
UN PSICÓLOGO A LA DERECHA Crímenes, partuzas y muchos quilombos psicológicos. La exitosa novela de Gabriel Rolón llega a la pantalla grande de la mano del director Nicolás Tuozzo (“Próxima Salida”). Marcos Negri, Tuozzo y el mismísimo Rolón se encargan de adaptar este thriller psicológico protagonizado por Benjamín Vicuña, Eugenia Suárez, Pablo Rago, Nicolás Francella, Ángela Torres y Justina Bustos, entre otros. Pablo Rouviot (Vicuña) es un prestigioso psicólogo al que le cae un caso muy particular. Paula Vanussi (Suárez) le pide que declare inimputable a su hermano Javier (Francella), aparentemente, causante del asesinato de su papá, un poderoso empresario. El joven se encuentra internado en una institución mental, bastante confundido sobre los hechos de la noche en cuestión. A medida que avanza en su análisis, y la investigación, Rouviot comienza a sospechar de su culpabilidad y los verdaderos secretos que se esconden en la familia Vanussi. “Los Padecientes” es un thriller hecho y derecho que nos va mostrando diferentes puntos de vista, pero se siente demasiado inverosímil (y claro, predecible por momentos) desde las actuaciones y modismos de los personajes. Rouviot es más Sherlock que psicólogo, capaz de analizar a una persona con sólo observar su ambiente de trabajo. Un profesional que decide buscar la verdad a toda costa, y ni siquiera sabemos por qué. Tuozzo va y viene en el tiempo, mostrándonos la sordidez de la familia Vanussi, metiendo algunos personajes que se desvanecen en la historia, ya que no les dedica pantalla suficiente para desarrollarlos o darles la debida importancia. Esto va obstaculizando una narración, de por sí densa, que todo el tiempo amaga con cruzar sentimentalmente a los protagonistas; un juego que puede funcionar para los tabliodes, pero no para la trama de esta película. Ojo, “Los Padecientes” tiene una premisa interesante, aunque nada que no hayamos visto en clásicos del film noir o películas más recientes como “La Dalia Negra” o “Los Hombres que no Amaban a las Mujeres”, pero la historia sería más eficaz en manos de intérpretes más capaces, carismáticos y verosímiles, lo siento. Los realizadores impregnan su historia con personajes machistas y misóginos. Las mujeres sólo pueden ser “lindas”, “hermosas” y “preciosas” pero, al parecer, nunca son tildadas de “inteligentes”, ¿en serio? Claro que son todas lindas, pero no hace falta recalcar esto cada cinco minutos. Casi desde el primer momento, intuimos por dónde viene el problema y ya no queda mucho a la imaginación del espectador. Las situaciones y personajes se ven tan forzados que la trama no fluye como debería, y si vamos a ser sinceros, la única actuación que no apesta es la Pablo Rago. Tuozzo tiene buenas intenciones, pero se preocupa mucho más por lucir a su pareja protagonista que por crear un verdadero clima de misterio para este policial que nos llena la cabeza de análisis psicológicos, pero muy poco, poquísimo, peso narrativo.
UN LARGO CAMINO A CASA La guerra es el trasfondo de este triángulo amoroso que, en realidad, termina siendo una excusa. El guionista y director Terry George no tiene grandes títulos en su haber más allá de “Hotel Rwanda” (2004) y algunos episodios de “In Treatment” (2008–2010), pero su filmografía suele estar ligada a dramáticos hechos reales, muchas veces adornados, como en el caso de “La Promesa” (The Promise, 2016), con un clásico triángulo amoroso en tiempos de guerra. Este drama romántico, en realidad, termina siendo una excusa para tratar un tema poco visto en la pantalla grande: el genocidio armenio, ocurrido a partir del año 1915, mientras el resto del mundo posaba sus ojos en el conflicto de la Primera Guerra Mundial. Estamos en 1914, la guerra está por estallar y arrastrar con ella al poderoso Imperio Otomano. En medio del creciente caos, Michael Boghosian (Oscar Isaac), cristiano armenio, llega hasta Constantinopla (hoy Estambul) desde su pueblito natal al Sur de Turquía, para estudiar medicina moderna y así poder volver a Siroun convertido en todo un doctor para casarse con su prometida Maral (Angela Sarafyan). Michael usó la dote para pagar sus estudios y “prometió” regresar a los brazos de su futura esposa lo antes posible, pero las cosas empiezan a empeorar en la capital, poniendo en riesgo la integridad de todos los armenios. Mientras tanto el joven continúa progresando en la escuela, logra zafar del reclutamiento gracias a su amigo Emre –hijo acomodado de un militar turco- y, de paso, conoce a Chris Myers (Christian Bale), periodista americano de Associated Press, y a su compañera Ana Khesarian (Charlotte Le Bon), una artista armenia que, inmediatamente, lo encandila con su belleza, talento, su espíritu libre y la herencia que comparten. El romance no se puede evitar, como las tensiones entre Michael y Chris, pero hay cosas peores para sobrellevar. Los turcos se aliaron con los alemanes y el Imperio decide perseguir violentamente a sus propias minorías étnicas. Viendo el panorama desolador que les aguarda, no les queda otra que unir fuerzas para tratar de sobrevivir a toda costa. Lo que siguen son mil y una peripecias para cada uno de los protagonistas desparramados por la región. El triángulo amoroso termina siendo lo menos interesante de “La Promesa”, ya que el director se concentra en mostrar el horror desde diferentes puntos de vista. El del periodista que quiere mostrar la verdad (aunque hasta el día de hoy el gobierno Turco niega que haya existido tal genocidio), y el de los armenios, cuyas familias fueron masacradas sin remordimiento alguno. La película no contiene ningún elemento que se destaque, aunque las actuaciones son correctas (más allá del extraño acento de Isaac), al igual que la narrativa de George. El realizador cuenta demasiado en muy poco tiempo, pero deja en claro lo que quiere mostrar sin filtro alguno: el genocidio, la matanza indiscriminada y la lucha de una colectividad (como tantas otras) que no se dejó exterminar. Todo suena bastante de manual, y a pesar de ser una súper producción, “La Promesa” carece de la épica que suele rodear a este tipo de películas. Igual, el mensaje funciona, recordándonos que la raza humana es ese animalito que vuele a tropezar, una y otra vez, con la misma piedra. Tal vez no quede en la historia del séptimo arte, pero los involucrados lograron crear, de alguna forma, un documento sobre un tema poco explorado y perdido entre las cruentas páginas de la historia.
EL MORTO QUI PARLA Un cadáver, una autopsia y un montón de hechos sobrenaturales que nos ponen los pelos de punta. El noruego André Øvredal –responsable de “Trollhunter” (Trolljegeren, 2010), no confundir con la serie animada de Netflix- renueva nuestra esperanza en el género de terror con esta historia de misterio, poco aconsejable para ver solito. “La Morgue” (The Autopsy of Jane Doe, 2016) juega con la tensión (y nuestros nervios) y un escenario casi claustrofóbico donde el forense Tommy Tilden (Brian Cox) y su hijo y ayudante Austin (Emile Hirsch) deben descubrir las causas de la muerte de una joven NN (Olwen Catherine Kelly ), cuyo cuerpo, a simple vista, no da ningún indicio aparente. Estamos en un pueblito de Virginia donde la policía encuentra el cadáver de la chica semi enterrado en el sótano de la vivienda de un matrimonio que acaba de morir de forma violenta y misteriosa. El sheriff necesita averiguar qué pasó con esta chica y le consigna la tarea a los Tilden, dueños de una casa funeraria que también realizan este tipo de trabajos de C.S.I. para la policía. Tommy acepta el trabajo a último momento, y con la ayuda de su hijo -muchachito que está buscando la forma de decirle a su padre que quiere abandonar el oficio y rumbear para otro lado- se disponen a realizar la autopsia del cuerpo de Jane Doe. A medida que avanzan y cortan carne y huesos, comienzan a sucederse una serie de hechos sobrenaturales que parecen no tener cabida en la mente de estos dos científicos; pero mientras transcurren las horas, la cosa se va poniendo más complicada y ya no pueden ignorar lo que ven sus ojos. Así, para entender lo que está sucediendo, deberán seguir hasta el final y descubrir quien es en realidad esta chica y las causas de su muerte. Øvredal nos encierra (y a sus protagonistas) literalmente en el sótano de la casa de los Tilden, un lugar enorme que funciona como laboratorio, oficina, funeraria y lugar donde se almacenan otros cadáveres que han muerto en circunstancias bastante desagradables. Lo fascinante de esta historia, y su narración, es que todo gira en torno a Jane Doe que, en ningún momento, abandona la mesa de disección. Pero no se dejen engañar ya que la chica es la “culpable”, al menos de jugar con las mentes de todos los que se atraviesan por su camino. ¿Por qué? Ese es el gran misterio de la película y una idea bastante interesante. “La Morgue” tiene todo a su favor: un gran argumento, buenas actuaciones –incluyendo a la muertita que no mueve ni un pelo a lo largo de noventa minutos e igual se las ingenia para ponernos nerviosos al extremo-, evita los lugares comunes, y un clima terrorífico que mezcla lo sobrenatural con lo forense de forma magistral. Sí, la historia se pone explícita cuando se trata de mostrar una autopsia, pero el gore queda contenido por el lado más científico, al menos que sean muy, pero muy impresionables. Al final, tropieza un poco con la “fundamentación” sobrenatural, pero este detalle no le quita intensidad a una historia que se sostiene perfectamente con muy pocos elementos. La psicología de los personajes, sus pequeños traumas y culpas personales juegan a favor de la trama en la medida justa, sin dramatizar ni obstaculizar los sustos que no son pocos, ni facilistas. “La Morgue” es un gran exponente del género que hace mucho con muy poco, combina ciencia, hechos macabros de la historia y “fantasmas” sin problema, además de ese pequeño detalle de ponernos los pelos de punta de principio a fin por culpa de esta muertita que ni siquiera parpadea. Miedito.
PODEROSO EL CHIQUITÍN Búsquense un pariente menudo para tener la excusa perfecta. Eso sí, no esperen maravillas. DreamWorks trata de recuperar el cariño de los más chiquitines con esta nueva aventura animada alejada de sus franquicias más exitosas. La historia en cuestión, basada libremente en el libro homónimo de Marla Frazee, cuenta las peripecias de Tim Templeton, un pequeñín de siete años que tiene todo lo que desea, sobre todo, dos papás amorosos que lo quieren y le dedican todo su tiempo. Claro, hasta que deciden tener otro bebé, y el mundo de Tim cambia para siempre. Lo que llega a su casa, después de nueve meses, es una criatura muy particular que usa traje, carga un maletín y tiene “juntas” con otros pequeñines del barrio. Después de descubrir que puede hablar y que se comparta de forma bastante extraña y sospechosa, el joven Templeton descubre que su nuevo hermano es, en realidad, uno de los mejores empleados de Baby Corp (el lugar de dónde vienen los bebés), cuya misión es detener el nuevo proyecto de Puppy Co. y sus cachorritos que están acaparando todo el cariño de los papás, más interesados en tener mascotas que bebitos. Esta es la trama de “Un Jefe en Pañales” (The Boss Baby, 2017) a cargo de Tom McGrath, responsable de la trilogía de “Madagascar”, una comedia bastante alucinógena, cortesía de la mente de un nene con mucha imaginación. Justamente, así es como Tim ve las cosas y su vida, una vez que su hermano llega para ponerla patas para arriba y “robarle” el cariño de mamá y papá; una loca aventura de espionaje con un plan maestro que hay que desbaratar. “Un Jefe en Pañales” es más disfrutable para los pequeñines y, si bien juega con el mismo universo de otras películas como “Toy Story”, “La Gran Aventura Lego” y “Cigüeñas”, no llega a la originalidad (o la profundidad) de estas otras captando también la atención de los más grandes. Es una historia simple y divertida que no aporta mucho al género, más allá de este personaje tan particular que no es más que la mente de un adulto en el cuerpo de un bebé bastante gruñón. La película se sitúa desde el punto de vista de los más chiquitines, muy al estilo de “Mira Quien Habla”, sus miedos, sus deseos y frustraciones cuando deben lidiar con los más grandes, aunque siempre de modo superficial y priorizando los chistes más simplistas. No le falta entretenimiento ni imaginería visual, pero sí un poco de sustancia para darle a los acompañantes más creciditos algún tema de conversación a la salida del cine. Seguramente, “Un Jefe en Pañales” saca más provecho de sus voces originales (Alec Baldwin, Steve Buscemi, Miles Bakshi, Jimmy Kimmel, Lisa Kudrow, Tobey Maguire), una versión que no llegará a los cines locales; en cambio, debemos aguantar algunos modismos un tanto extraños para nuestro léxico, deseando que DreamWorks algún día se cope con el doblaje neutro. Un bebé mandón con ínfulas de Donald Trump (¿?) que nunca recibió cariño, un hermano mayor que debe hacerse a la idea de compartir el que le dan sus padres y una aventura que llega hasta Las Vegas, totalmente inverosímil, sí, pero a los más chiquitos se les va a encantar, y son ellos los que más peso tienen en este caso. Ajo y agua.
VIEJITOS SON LOS TRAPOS Tres ancianos se juntan para robar un banco y nadie los puede culpar. Nuestro querido Zach Braff (¿?) decidió ponerse una vez más tras las cámaras para reversionar este clásico de finales de la década del setenta dirigido por Martin Brest y protagonizado por tres glorias como George Burns, Art Carney y Lee Strasberg. El nuevo milenio trae grandes luminarias y algún que otro palito para la economía yanqui que descuida a sus mayores y a la clase trabajadora. Michael Caine, Morgan Freeman y Alan Arkin son el alma de esta comedia criminal que se toma con bastante liviandad la intervención (y la culpabilidad) de los bancos durante la crisis financiera y todo lo que se desprende de ella. En el otro extremo de “La Gran Apuesta” (The Big Short, 2015) encontramos a “Un Golpe con Estilo” (Going in Style, 2017), la historia de estos tres “jubilados” que tomarán medidas extremas para poder pagar sus cuestas y llevar una vida más digna. Joe (Caine) tiene treinta días para cancelar los pagos atrasados de la hipoteca y así no perder el hogar que comparte con su hija y su nieta. Sus vecinos, amigos y compañeros Willie (Freeman) y Albert (Arkin) comparten una casita y viven sus días gracias al seguro social y a la pensión conseguida tras 40 años de trabajo. Pero la empresa que los acogió durante tanto tiempo está atravesando “cambios” y decide congelar los pagos de la renta. Así, como muchos otros trabajadores, el trío pierde gran parte de sus ingresos, sin la posibilidad de mejoras a futuro. ¿La solución? Tras presenciar un robo, Joe se empecina en que deben asaltar su banco, llevarse sólo lo necesario y acabar sus días con un poco más de dignidad. Claro que la idea es absurda ya que ninguno tiene experiencia ni capacidad delictiva, pero tras oponer un poco de resistencia, y algunas pruebas de ensayo y error, consiguen la ayuda de un ladrón experimentado que los encamina y los prepara para realizar este gran golpe maestro. La película, básicamente, se enmarca en el género de “atracos”. Todo gira en torno a las justificaciones, los pros y los contras, la planificación y conseguir las coartadas necesarias. El detalle, acá, es que no hablamos de los típicos “héroes de acción” entrados en años como los Stallone, los Willis o Schwarzenegger, sino de verdaderos octogenarios llenos de achaques y manías. “Un Golpe con Estilo” es una historia 100% pasatista que brilla un poco gracias al trío protagonista, especialmente a Caine que, a esta altura, puede lograr que cualquier cosa se vea increíble (bueh, menos “Tiburón 4). Braff sabe dejar todo en buenas manos, aunque su dirección no se destaque particularmente, y si no fuera por estos tres monstruos de la actuación, más la incorporación de Ann-Margret y Joey King, la película sería una más del montón, aunque no está tan lejos de ello. “Un Golpe con Estilo” se deja ver y se disfruta, no va a quedar en los anales, pero logra arrancarnos un par de sonrisas y, obviamente, ponernos del lado de estos viejitos piolas que buscan un poco de “justicia” para la tercera edad (o adultos mayores). Braff y el guionista Theodore Melfi desaprovechan la oportunidad de analizar (y criticar) un poco más las penurias socioeconómicas de estos personajes y el resto de la clase trabajadora norteamericana, acá enmascaradas bajo unos cuantos chistes, acertados sí, pero demasiados superfluos para causar un impacto mayor. Igual, logran ofrecernos una narración entretenida, inverosímil claro está, pero a todos nos gustaría llegar a esa edad y soñar con robar un banco y, tal vez, sólo tal vez, salirnos con la nuestra.
¡CÁLLATE QUE ME DESESPERAS! Un nuevo bodrio de terror llega a las salas, mejor vuelvan a ver El Exorcista. Con mucha suerte, y de vez en cuando, el género de terror nos sorprende y se revitaliza con una historia interesante. Obviamente, no es el caso de “Nunca Digas su Nombre” (The Bye Bye Man, 2017), una película genérica que sigue, casi a rajatabla, todas esas reglas implícitas de las que tanto se burlaba “Scream” (1996). Así es, estamos ante un film de manual, con alguna que otra variación, que no aporta absolutamente nada y, como si fuera poco, le toma el pelo al espectador. No de forma consciente, claro está, pero sus personajes y sus argumentos son tan malos que este pensamiento no se puede evitar. La historia arranca en 1969 con una masacre, donde un hombre, aparentemente sin motivo y sin dejar de susurrar “No lo pienses, no lo digas”, asesina a varios de los vecinos de su cuadra y luego se quita la vida. Casi cincuenta años después, Elliot, su novia Sasha, y su mejor amigo John deciden mudarse a una antigua casona fuera del campus universitario para poder solventar y compartir los gastos. No pasa mucho tiempo, hasta que empiezan a experimentar ruidos extraños y cosas que se mueven en la oscuridad, pero todo se va al cuerno cuando en el cajón de una mesita de luz aparecen unas extrañas palabras. Lo que se repite hasta el infinito es “No lo pienses, no lo digas” (don't think it, don't say it), y como la curiosidad mató al gato, Elliot decide arrancar este papel que recubre el fondo para descubrir el nombre “The Bye Bye Man”. A partir de ahí, los tres jóvenes son presa de extrañas alucinaciones, imágenes que juegan con sus sentimientos y los obligan a pensar y hacer cosas que no entienden del todo. Detrás de todo esto se esconde una misteriosa figura encapuchada que los persigue en sus sueños y más allá. Ni hace falta seguir explicando, pero el temido nombre se empieza a propagar y también los asesinatos. Aquellos que caen en la locura tienen la necesidad de matar para frenar a la criatura, salvo que él lo frene primero. La policía comienza a investigar (sí, Carrie-Anne Moss), pero nada es lo parece a simple vista. Nada funciona bien en “Nunca Digas su Nombre”, desde la previsibilidad y estupidez de sus personajes (¿por qué hacen todo no lo que NO deben hacer?), hasta una historia de fondo que nunca se termina de explicar. Ni entendemos, ni sabemos quién o qué es The Bye Bye Man, o sus motivos, más allá de parecerse a una Parca deforme y vengativa con grim incluido. Todo está agarrado de los pelos, inclusive la conexión entre los asesinatos del pasado y el presente, ocurridos en diferentes ciudades; pero lo peor sigue siendo la actitud de los protagonistas que, en un punto, ya da más risa (¿o es vergüenza?) que miedo. Podríamos estar hasta mañana listando las fallas de la película, pero para que perder el tiempo. Una vez más, no podemos entender que hacen figuras como Moss y Faye Dunaway en semejante paparruchada, aunque podríamos justificar ese fiasco de los Oscar si quisiéramos (¿?). Esta no es una historia original, sino que está basada en el capítulo “The Bridge to Body Island” de “The President's Vampire”, escrito por Robert Damon Schneck. No conocemos semejante material, aunque está claro que no funciona en la pantalla. Lo único que destaca de “Nunca Digas su Nombre” es su mediocridad. Lo sentimos por el genial Doug Jones que le pone el cuerpo a la criatura, pero nada se siente “fresco” en este relato que mastica cada cliché del terror “adolescente” y los regurgita en un tedio que atrasa el género unos cuantos años.
UNA CÁSCARA VACÍA Mucha acción, mucho sci-fi, poco contenido. Dos de tres, no está tan mal. Vamos a decir las cosas como son: “Ghost in the Shell: Vigilante del Futuro” (Ghost in the Shell, 2017) es una gran película de acción y ciencia ficción con algunos de los mejores efectos especiales que se hayan visto en el último tiempo. Pero, a pesar de que toma calcada nota del manga de Masamune Shirow y el clásico de culto animado de Mamoru Oshii, poco y nada hace con sus temas, ese análisis constante sobre las consecuencias éticas y filosóficas del desarrollo tecnológico, las inteligencias artificiales omnipresentes y la unión entre hombre y máquina que, indefectiblemente, llevan a la pérdida de identidad del ser humano y las particularidades de su existencia. Rupert Sanders –director responsable de “Blancanieves y el Cazador” (Snow White and the Huntsman, 2012)- se concentra demasiado en la forma y se olvida del contenido que, para evitar complicarle la existencia al espectador, se atiene a un thriller detectivesco bastante básico que no se explaya demasiado en la complicada naturaleza de su protagonista. Si quieren planteos sobre los límites de la ciencia y las consecuencias de las I.A. consientes, mejor miren “Ex Machina” (2015) o la primera temporada de “Westworld”, ya que no hay nada de esto en la adaptación live-action que tiene a Scarlett Johansson en el papel principal. Hablando de Scarlett, y la controvertida decisión de ponerla en el lugar de la mayor Motoko Kusanagi, el resultado es simple: Johansson hace el papel de Mira Killian, al parecer, superviviente de un barco de refugiados que, tras ser sometida a un complicado proceso, logra sobrevivir ya que su cerebro pudo ser trasplantado a un cuerpo totalmente mejorado y cibernético. Mira es única en su especie, la unión perfecta entre humano y máquina, y el arma más poderosa con la que cuenta la compañía Hanka Robotic. Un año después, Mira se convirte en el agente más eficaz de la “Sección 9”, una unidad gubernamental especializada en crímenes tecnológicos. Alguien está comenzando a deshacerse de los miembros de la compañía en cuestión, específicamente, de aquellos que formaron parte del proyecto 2501, el cual le dio “vida” a la Mayor. La chica y su equipo tendrán como misión descubrir al hacker responsable, pero tras los crímenes se esconden verdades ligadas a su propio pasado. Como verán, una drama criminal hecho y derecho, ambientado en un ¿Japón? futurista que nos recuerda muchísimo a “Blade Runner” (1982). Si vamos a ser justos, la obra de Shirow toma inspiración directa del clásico cyberpunk de Ridley Scott. A su vez, las hermanas Wachowski homenajean a “Ghost in the Shell” a lo largo de “Matrix” (The Matrix, 1999) y sus secuelas, por eso no podemos objetar que Sanders haya cerrado el “círculo” referenciando a estas obras tan importantes dentro del género. Esto no le quita mérito visual a la película, tal vez, su mejor característica, pero hasta la historia de Lana y Lilly, plantea temas que hoy (casi veinte años después) seguimos discutiendo. “Matrix” habrá quedado obsoleta después de tanto mancillar su “bullet time”, pero “Ghost in the Shell” peca de vagancia narrativa y desaprovecha esa gran oportunidad que le da su contexto. Todo el tiempo se nos dice que Mira es especial, más humana que el resto de las máquinas que pululan en este futuro donde casi todos los seres vivos han recibido algún tipo de mejora cibernética, ya sea por necesidad o por pura cosmética. Pero Scarlett (y desde el guión) no se esfuerza por mostrarnos estos sentimientos y esta ambivalencia, que sólo aflora de vez en cuando y casi sin importancia. La película se preocupa mucho más por las escenas de acción, impecables en su mayoría, y por una trama de buenos y malos, bastante trillada y conocida. En definitiva, la adaptación de “Ghost in the Shell” es la visión occidentalizada de Hollywood que, por más que se esfuerce en plagar su elenco de actores de diferentes nacionalidades, no puede alejarse de un formato clásico y una horrenda justificación para su protagonista. Si estamos en Japón, nunca lo notamos realmente, es más bien una ciudad cosmopolita adornada con reconosidísimos elementos de la cultura oriental, por aquí y por allá. En definitiva, lo que van a encontrar es una gran película de acción futurista, mucho sci-fi, grandes efectos especiales y una protagonista femenina patea traseros. No esperen mucho más, y tampoco busquen los grandes temas que plantea el material original. “Ghost in the Shell” es como Mira Killian, un ente sofisticado que no se sabe expresar.