EL DISCRETO ENCANTO DE LA ARISTOCRACIA La peli de Downton Abbey es sólo para fanáticos de la serie La serie creada por Julian Fellowes salta a la pantalla grande con el mismo encanto y alcurnia que su predecesora televisiva. Julian Fellowes le encanta la aristocracia británica y sus contrastes con la servidumbre, sin los cuales, seguramente, no podrían sobrevivir ni un par de minutos. Tras ganar el Oscar con el Mejor Guión Original por “Gosford Park: Crimen de Medianoche” (Gosford Park, 2001), siguió ampliando estos temas en “Downton Abbey” (2010-2015), el drama de ITV y PBS que no tiene nada que envidiarles a las producciones de la BBC. A lo largo de seis temporadas y cinco especiales navideños, la historia de los Crawley recorrió las primeras décadas del siglo XX y, a través de ellos y sus conflictos, surcamos un montón de hechos históricos que repercutieron en las vidas de esta familia de Yorkshire. Ahora, cuatro años después del final de la serie, Fellowes decide retomar la trama dieciocho meses tras el desenlace de la última temporada con un hecho que pone a Downton Abbey patas para arriba: el arribo del rey Jorge V (Simon Jones) y la reina Mary (Geraldine James), como parte de una gira real por la campiña. La noticia, más que alegrar a los habitantes de la casa, despierta varios conflictos domésticos ya que Maud, Lady Bagshaw (Imelda Staunton) -prima de Robert Crawley (Hugh Bonneville)- viene en el paquete como dama de honor de la monarca. El problema es que Maud no tiene herederos y Robert es su pariente más cercano, una situación que puso a ambas familias en jaque, sobre todo a la matriarca Violet Crawley (Maggie Smith). Lo pintoresco de “Downton Abbey” (2019) -la película- es el revuelo que se arma en la mansión antes de la visita de los reyes, sobre todo con los numerosos sirvientes que, entusiasmados por la ocasión, van a ser desplazados por el comité que viene desde el palacio de Buckingham, con mayordomo incluido. Ninguno de los criados de Downton quiere ceder su lugar (más allá de sus férreas creencias políticas), lo que inicia una simpática rencilla con su nueva competencia. Arriba, la cuestión es diferente porque a Lady Mary Talbot (Michelle Dockery) le toca cargarse todas las responsabilidades al hombro, un compromiso que la obliga a replantearse esta vida de lujos y alcurnia, y hasta sopesar la posibilidad de abandonar la propiedad para convertirla en escuela o alguna otra cosa, como ya lo hicieron varias familias de la zona. Estos cambios de actitud ante su estatus social vienen de la mano de los cambios de la época. Estamos en 1927 y la modernidad amenaza con interferir en las tradiciones que, si bien no van a mutar demasiado, al menos, deben adaptarse a los tiempos que corren. Llegaron las visitas Si bien los hombres siguen siendo las figuras más preponderantes de este presente (son los únicos que pueden heredar, por ejemplo), los machos proveedores, los héroes que salvan el día y los que viven aventuras; a las mujeres, además de quedarse en casa a tomar el té y hacer sociales, les toca tomar las decisiones más difíciles, muchas veces, chocando con las convenciones de la época. “Downton Abbey” es una continuación correcta que mantiene la calidad de la serie original -no hay con qué darle a esa puesta en escena, el vestuario o el reparto coral-, pero también su planteo de melodrama con contexto histórico. Los no iniciados pueden no tener la menor idea de quién es quién y qué les ocurrió en el pasado, pero Fellowes y el director Michael Engler (responsable de algunos episodios de la serie) encuentran la excusa perfecta para enganchar, incluso, a aquellas audiencias que no están familiarizadas con la trama gracias a una historia sencilla que le da lugar a cada uno de sus personajes y, además, suma misterios, drama y un poquito de romance sin caer en ningún extremo. El futuro de Downton está en sus manos Acá no hay villanos, ni siquiera antagonistas de peso, sólo un conjunto de situaciones que se van hilando alrededor de la visita real, los Crawley y sus conflictos (internos y externos). El resultado es un relato sólido y disfrutable, casi inocuo, porque los realizadores nunca se molestan en tratar de analizar cuestiones de clase. En el universo de “Downton Abbey” a los sirvientes les gusta servir sin cuestionar su lugar político o socioeconómico. Queda claro que son los verdaderos engranajes, responsables del funcionamiento de la casa, y se conforman con las felicitaciones de sus amos y un trabajo bien hecho. Así, la película sigue los mismos convencionalismos de la serie de TV sin innovar en su estructura o tomar algún riesgo. Es más, sus realizadores fueron a lo seguro para testear el terreno cinematográfico, uno al que tranquilamente podrían volver muy pronto ya que esta entrega deja el tablero bien acomodado para que la tradición de los Crawley continúe…, además de que la apuesta fue un éxito en las salas de Estados Unidos.
RÁPIDOS Y (NO TAN) FURIOSOS Contra lo Imposible es mucho más que una película de carreras Christian Bale y Matt Damon se complementan en la pantalla para recrear uno de los hitos más celebrados del mundo automovilístico. La historia del deporte está plagada de hitos que, muchas veces, pasan desapercibidos para los simples mortales, pero no para aquellos iniciados. Por suerte existe Hollywood, que los rescata del panteón y los convierte en relatos irresistibles para cualquier tipo de audiencia, incluso para los que no suelen apostar por este tipo de películas a la hora de entregar sus pesitos en la boletería. Por eso, las mejores incursiones cinematográficas deportivas son las que logran apartarse del modelo ganador, la disciplina en sí, las rivalidades y los triunfalismos, y contar algo más, como es el caso de “Contra lo Imposible” (Ford v Ferrari, 2019). James Mangold resultó ser un director versátil y muy correcto. En su haber tiene todo tipo de proyectos como “Johnny & June - Pasión y Locura” (Walk the Line, 2005), la remake de “El Tren de las 3:10 a Yuma” (3:10 to Yuma, 2017) y “Logan” (2017), para muchos, una de las mejores películas comiqueras de los últimos años, una historia más seria y oscura que ayudó a cimentar el éxito de películas como “Guasón” (Joker, 2019). Mangold y los guionistas Jez Butterworth (“007: Spectre”), John-Henry Butterworth (“Al Filo del Mañana”) y Jason Keller (“Espejito Espejito”) rescatan uno de esos hitos, pero se concentran en la amistad y la tenacidad que lo llevó a cabo. Más precisamente la colaboración entre el diseñador e ingeniero automotriz Carroll Shelby (Matt Damon) y el experimentadísimo (y temperamental) piloto inglés Ken Miles (Christian Bale), principales responsables de la creación y suceso del Ford GT40, auto de carreras que se le animó a la imparable Scuderia Ferrari. Todo arranca en los primeros años de la década del sesenta cuando Henry Ford II (Tracy Letts) busca una mínima gota de inspiración entre sus numerosos ejecutivos para revitalizar la estancada Ford Motor Company. Ahí es cuando entran en juego las absurdas (y no tanto) ideas de Lee Iacocca (Jon Bernthal), vicepresidente de la empresa: comprar Ferrari (junto a su famosa escudería) para aumentar sus ventas y, de paso, estampar su nombre en la línea ganadora de Las 24 Horas de Le Mans, la carrera de resistencia más longeva y afamada del mundo. Shelby, el que pone la cara Cuando el engreído Enzo decide romper el trato y aliarse con Fiat ante la inminente bancarrota, el aún más orgulloso Henry II le ordena a Iacocca y su gente concentrarse en su propio equipo de careras y construir ESE auto capaz de vencer a Ferrari en Le Mans. Shelby, piloto retirado y campeón de dicho certamen en 1959, resulta ser el mejor hombre para la tarea junto a su propia empresa automotriz, pero decide aliarse con su buen amigo Miles, cuyo temperamento no cae tan bien entre los trajeados muchachos de Ford, sobre todo Leo Beebe (Josh Lucas), encargado de la imagen y el marketing de la compañía. “Contra lo Imposible” es un relato clásico y sencillo desde su narrativa que muestra la lucha de este dúo dinámico para cumplir las exigencias de Ford y sus propios sueños, el ensayo y error para crear la máquina perfecta, ponerle el pecho a las constantes negativas de Beebe, y no arriesgar su amistad en el camino. Claro que hay encontronazos y golpes (literales) de por medio, pero si algo es seguro, es que hay algo inherente que une a estos dos personajes, alma y pilares de la historia que Mangold decide contar. Por supuesto que nos pasea por las vertiginosas pistas de Francia y otros tantos lugares, dejando la adrenalina para el final, pero es la relación y sus logros conjuntos, lo que más se conecta con el espectador. Carroll y Ken, juntos a la par Bale y Damon hacen una pareja perfecta y se cargan al hombro esta aventura súper tuerca que, no por ello, deja de ser muy sincera y visceral. Sí, estanos a mediados de la década del sesenta, y sí, la testosterona se vuelve protagonista, pero los realizadores no desperdician ni un segundo de Caitriona Balfe en la pantalla como la incondicional esposa de Ken, Mollie Miles, ni los del joven Noah Jupe como su hijo Peter, humanizando todavía más a estos ídoslos de las pistas. No hay nada glamoroso en “Contra lo Imposible”, pero sí una historia emocionante y muy bien llevada que atrapa más allá de la anécdota de Ford, Ferrari y Le Mnas. Hay humor, hay drama y esos momentos electrizantes de tensión cuando llega el tercer acto y Mangold saca a relucir todas sus armas y dotes, recreando esta carrera que quedó en los anales. Su presupuesto no es acotado y esos millones están muy bien invertidos en la reconstrucción de la época y la velocidad de las pistas, pero también en al cachet de un elenco que se luce. El equipo de los sueños La música de Marco Beltrami y Buck Sanders, la fotografía de Phedon Papamichael, el montaje, todo está en función de contar la mejor versión de esta historia biográfica que tiene ganas de colarse entre las nominadas al Oscar de este año. Claro que se ajusta a la perfección a los cánones más clásicos de la Academia, pero lo hace con dinamismo y frescura, una visión ‘empresarial’ más moderna que siempre choca con lo artístico -porque también hay arte a la hora de crear un vehículo y probarlo en las pistas- (¿les suena esta discusión?), y el talento de dos figuras protagónicas que hacen honor a sus contrapartes de la vida real.
IMÁGENES PAGANAS El terror sofisticado de Midsommar Ari Aster sigue consolidando su lugar dentro del nuevo cine de terror con una historia tan atrayente como perturbadora. Con “El Legado del Diablo” (Hereditary, 2018), Ari Aster entró de cabeza en el panteón de los ‘nuevos realizadores del terror’ -codo a codo con Jordan Peele (“¡Huye!”) y Robert Eggers (“La Bruja”), entre otros- gracias a su destreza visual, su estilo estilístico y la combinación de los mejores elementos del género y los de un drama familiar más que perturbador. Con “Midsommar: El Terror no Espera la Noche” (Midsommar, 2019), el joven realizador neoyorquino pretende redoblar la apuesta y aunque su cuidado relato se puede ‘encasillar’ dentro del horror folclórico, la narración responde mucho más a la de un thriller de misterio con mucho subtexto antropológico. Queda bien en claro que a Aster no le interesa asustar, sino explorar la naturaleza humana a través de temas y situaciones bastante cotidianos con los que cualquiera se puede relacionar. Si en “Hereditary” se trataba del duelo, en esta segunda película el director y guionista se mete con las relaciones amorosas de una joven parejita y cómo ese amor/confianza se empieza a ‘debilitar’. Claro que nada es tan simple y Aster convierte lo metafórico en literal, incomodando al espectador (y a sus protagonistas) en el camino. Dani Ardor (la imparable Florence Pugh) es una estudiante de psicología que divide su tiempo entre una relación tambaleante con Chrsitian (Jack Reynor) -graduado en antropología- y las preocupaciones por el estado emocional de su hermana Terry, joven con trastorno bipolar. La familia es uno de los tópicos que más resuena durante las discusiones de la pareja, pero todo cambia tras una tragedia que pone la vida de Dani en un parate casi total. Para distanciarse de los problemas, y de su novia contrariada, Christian planea unas vacaciones veraniegas con un grupo de amigotes, tan insensibles como él: la idea es aceptar la invitación de su amigo Pelle (Vilhelm Blomgren) para visitar Hårga, una comuna ancestral en Hälsingland (Suecia) que celebra el solsticio de verano con un festival que sólo se lleva a cabo cada 90 años. Ni Mark (Will Poulter) ni Josh (William Jackson Harper) se van a perder esta oportunidad de conocer chicas, tomar cerveza y plantear su tesis, en el caso de este último, mientras aprenden de las milenarias (y paganas) costumbres suecas. Claro que los planes cambian cuando Dani se entera del viaje y acepta la torpe invitación de Chris para unirse a la travesía a pesar del dolor con el que todavía carga. Ahí donde fueres... Hårga es idílica y paradisíaca, un espectáculo pintoresco para estos forasteros no iniciados, hasta que el mentado festival da comienzo y los ritos más extraños (y violentos) salen a escena. No todos dentro del grupo de amigos y otros invitados de Pelle ven estas costumbres con buenos ojos y las tensiones se empiezan a acumular entre los extranjeros y los habitantes de la comunidad que sólo siguen sus tradiciones. A partir de este punto la trama va in crescendo hasta alcanzar su climax. Aster propone un viaje casi alucinógeno, una experiencia (que atraviesa al espectador) plagada de simbolismos, analogías, colores y formas, emparentadas con las conductas más primigenias del ser humano y esa rica mitología escandinava de la que tomó nota el cristianismo. El resultado, posiblemente, no sea para todos, mucho menos para aquellos que se impresionan fácilmente, pero el realizador se la juega, se corre de todos los convencionalismos del género -en un principio, la coproducción sueca giraba en torno a un slasher mucho más clásico, idea que descartó- y apela a los sentidos de la audiencia, incomodándolo escena tras escena. Un lugar no apto para parejas No tanto por su iconografía y sus imágenes más explícitas (bueno, también por esto), sino por el lugar donde Ari nos obliga a pararnos. Somos como el tercero en discordia en medio de una discusión de pareja, justo cuando estos se empiezan a revolear los platos. Así decide exorcizar su propio rompimiento amoroso y el resultado es cine puro. Sí, sabemos que la película lleva varios meses dando vueltas en las mantitas y que el estreno local se demoró demasiado, pero “Midsommar” es de esas historias que ganan gracias a la experiencia cinematográfica de la sala oscura. La inquietante banda sonora de The Haxan Cloak, la fotografía de Pawel Pogorzelski (el mismo de “Hereditary”), y por sobre todo la actuación de Pugh son los pilares dramáticos de este relato cuya lectura conclusiva, tal vez, no cae tan bien. No vamos a entrar en terreno de spoilers, pero ahí es cuando el realizador deja escapar su lado más pretencioso (¿en el buen o mal sentido?) y posiblemente más masculino, repitiendo algunos estereotipos que la industria (y la sociedad, en general) están tratando de reparar. Queda claro que a Aster le gusta jugar con algunos de estos tropos y resignificarlos (el grupo de amigos es prueba de ello), pero no queda bien parado cuando se trata de la protagonista y su estocada final. Con “Midsommar” Aster refuerza su toque de autor y destreza detrás de las cámaras, pero acá se pierde más en las formas y los simbolismos, desatendiendo la narrativa.
A BRILLAR MI AMOR Doctor Sueño es una digna secuela de El ResplandorStephen King sigue copando las pantallas, esta vez, con la adaptación de la secuela de "El Resplandor", película que trata de amalgamar su obra con la visión de Stanley Kubrick. No es ningún secreto que Stephen King odió con toda su alma la adaptación de “El Resplandor” (The Shining, 1980) a cargo de Stanley Kubrick. “Kubrick convirtió la película en una tragedia doméstica con algunos toques sobrenaturales. Como no podía creer, no logró que la película fuera creíble para otros”, opinaba el propio autor sobre una de las obras más emblemáticas del género terrorífico. Más allá del disgusto de King, el film prevalece en el tiempo como un clásico indiscutible (y discutible), cuyos elementos característicos trascendieron la trama para formar parte de ese entramada nostálgico conocido como la cultura pop. Para sacarse el mal sabor de boca, en 2013 Esteban se despachó con “Doctor Sueño” (Doctor Sleep), secuela de aquella celebrada novela de 1977 que ahora contaba las peripecias de un crecidito Danny Torrance, décadas después de los eventos ocurridos en el hotel Overlook. Ni lento ni perezoso, Hollywood tenía que echar mano de dicha historia, y en un año (lustro, década) recargado de adaptaciones del maestro del terror literario, nos llega esta continuación homónima. Mike Flanagan es el encargado de esta tarea, un realizador con varias historias de horror en su haber (“Oculus”, “Ouija: El Origen del Mal”, “The Haunting of Hill House”) y “El Juego de Gerald” (Gerald's Game, 2017), su propia versión de un relato de King, celebrada por el autor. De ahí el voto de confianza para este director, guionista y montajista que decidió tomar como fuente tanto la novela como la película de Kubrick, amalgamándolo todo con la intención de expandir el universo resplandeciente con nuevos elementos y personajes, así como apelar al conocimiento (y, una vez más la nostalgia) del espectador sobre ese terreno tan conocido. El resultado es un híbrido que entretiene (a pesar de sus dos horas y media), pero no siempre funciona, mucho menos cuando se empeña en recalcar lo establecido por Kubrick, olvidándose que el público puede construir sus propias conclusiones. Flanagan arranca en 1980 con un pequeño Dan y su mamá Wendy dejando atrás los horrores vividos, en su nuevo hogar de Florida. El nene todavía debe lidiar con su don, perseguido por los fantasmas del Overlook, pero con una ayudita encuentra la forma de hacerles frente. No lejos de ahí, un culto de seres casi inmortales conocidos como True Knot (el nudo verdadero), y liderados por la carismática Rose the Hat (Rebecca Ferguson), se dedica a rastrear a otros niños que ‘resplandecen’ para alimentarse de su poder, fuente de su perpetuidad, o convertirlos y sumarlos como miembros de su familia. Años después, en 2011, Dan sigue sin superar sus traumas y se entrega a la bebida para suprimir su resplandor, en parte, siguiendo los oscuros pasos de su papá Jack. Después de tocar fondo, algo lo lleva a instalarse en el pequeño pueblo de Frazier (New Hampshire), donde enseguida conoce a Billy Freeman (Cliff Curtis), futuro amigo y sponsor de Alcohólicos Anónimos, cuya relación lo va a ayudar a rehabilitarse y conseguir un trabajo en un asilo para ancianos donde sus poderes serán bienvenidos: de ahí su nuevo apodo, Doctor Sueño. Fantasmas del pasado Ocho años después, los miembros de True Knot están hambrientos y desesperados en busca de víctimas. Pronto van a sentir la presencia de Abra Stone (Kyliegh Curran), una jovencita cuyos poderes son enormes y que en los últimos tiempos anduvo en contacto telepático con Dan, una relación sin muchos riesgos, hasta que la nena decide buscarlo para pedir su ayuda. Esta es la verdadera cuestión del asunto, y aunque quiera esquivarlo, Torrance va a tener que convertirse en guía y protector de Abra, mientras buscan la manera de derrotar a Rose y su grupo. Flanagan tiene mucho para contar, salta de lugar en lugar, de año en año hasta que logra sentar las bases de su relato. Su punto más alto es el establecimiento de estos nuevos villanos y sus motivaciones, un grupo de seres sobrenaturales que mete miedo con poco y sin necesidad de extenderse en los detalles de su contexto. Son el nuevo enemigo a vencer y ahí es cuando la película se instaura como la clásica lucha del bien contra el mal, sin las sutilezas de Kubrick. Ferguson es, sin duda, el personaje más rico e interesante de este conjunto, mientras que el Dan de Ewan McGregor pasa a un segundo plano, opacado por el protagonista de Abra, una nena demasiado confiada para el beneficio de la narrativa. “Doctor Sueño” no es “El Resplandor”, ni pretende serlo, pero cuando se estanca y ya no sabe qué más agregarle a este universo de sectas inmortales y niñitos con poderes, cae en la tentación (y la repetición) de volver a recorrer todos esos lugares conocidos (física y metafóricamente). La historia de Abra vuelve a convertirse en la de Danny para intentar darle un cierre a sus propios traumas. La nueva villana de este universo Se celebra el detallismo con el que el director homenajea a Kubrick sin perder su propio estilo estilístico (tan marcado y recurrente en “The Haunting of Hill House”) y el no caer en la tentación del rejuvenecimiento digital cuando las escenas necesitan volver al pasado. Pero estas decisiones artísticas no siempre ayudan a una trama que parece dividir la película en secciones que deben ser superadas para seguir avanzando. Igual, y a pesar de la incesante banda sonora de The Newton Brothers que intenta marcar el pulso, Flanagan sale airoso con una secuela correcta que logra concluir una etapa y, con suerte, abrir un nuevo capítulo para este universo sobrenatural que deja bien en claro que tiene mucho más para ofrecer más allá de Dan, Abra, Rose y el siempre diabólico hotel Overlook.
SHOWGIRLS Estafadoras de Wall Street es un thriller empoderador JLo toma por asalto la temporada de premios con esta particular historia basada en hechos reales. Durante la temporada de premios siempre se cuela esa película ‘chiquita’ a la que pocos le tienen fe, pero la rompe con el público y la taquilla. Este año, dicho honor lo puede aceptar “Estafadoras de Wall Street” (Hustlers, 2019), una dramedia basada en hechos reales que pega fuerte en la empatía y en una coyuntura que lidia día a día con historias muy parecidas. Lorene Scafaria (“Buscando un Amigo para el Fin del Mundo”) tiene a su cargo la dirección y el guión de esta película que toma como punto de partida un artículo de la revista New York -“The Hustlers at Scores”-, escrito por Jessica Pressler en 2015. La historia arranca en el año 2007 con la joven Dorothy (Constance Wu), también conocida como Destiny, stripper del club Moves que intenta ganarse unos mangos para subsistir, ella y su abuela. La chica no tiene la experiencia necesaria, ni el carácter, para afrontar los abusos del trabajo, pero queda maravillada al conocer a Ramona (Jennifer Lopez), quien parece la dueña indiscutible del escenario. Ramona es la stripper curtida que se conoce todos los gajes del oficio. No es una persona que suele hacer amigos en el trabajo, pero decide cobijar a Dorothy bajo su ala y enseñarle todos los trucos. Ambas terminan formando una pareja ganadora que la junta con pala, pero aún más importante, conforman una amistad a prueba de todo. Un año después, la crisis financiera golpea a los Estados Unidos. Ramona y Destiny ya no tienen los mismos ingresos, y las cosas se complican un poco más cuando la chica queda embarazada. Sin trabajo para mantener a su bebé, a Dorothy no le queda otra que volver al club a ganarse el mango, pero la crisis también hizo estragos en Moves, dejando a las empleadas en una situación aún más precaria. La competencia es cada vez más feroz y las nuevas bailarinas procedentes de Rusia están más dispuestas a cruzar ciertos límites por menos dinero. En este panorama tan desalentador y poco favorable para la inocente Destiny, Ramona idea un nuevo plan donde el blanco son los clientes más ricos. Un poco de alcohol de por medio y algunos polvitos mágicos, y los hombres que caen en la trampa no toman conciencia de que están dejando todo su dinero en los bolsillos de las strippers. Con el tiempo, y la ayuda de Mercedes (Keke Palmer) y Annabelle (Lili Reinhart), Ramona y Destiny van perfeccionando la estafa, buscando entre los ejecutivos más adinerados de Wall Street, esos mismos que salieron impunes durante la debacle económica. Scafaria no pretende ocultar (ni romantizar) que sus protagonistas están cometiendo un crimen, pero tampoco podemos dejar de empatizar con ellas y su situación. Ramona es como la Robin Hood de esta historia, una madre todo corazón dispuesta a hacer lo que sea (aunque ilegal) para ayudar a sus pequeños retoños, y Dorothy se deja llevar muy consciente de sus actos. Este es uno de los hilos conductores de esta historia que tampoco glamoriza el lugar de las strippers. Para la realizadora y sus protagonistas es un trabajo más, uno que da disgustos y satisfacciones. Master class La atención al detalle y el punto de vista son cruciales para que el espectador no se equivoque y entienda las intenciones de este relato que muestra un empoderamiento muy diferente y efectivo. Acá no hay trucos ni golpes bajos, tampoco los efectismos que suelen tener las películas de atracos, y a pesar de la ficcionalización, “Estafadoras de Wall Street” se siente (y se disfruta) como un historia sincera que se acomoda sobre los hombres de sus dos protagonistas. La relación entre Ramona y Dorothy es esencial y brilla, justamente, por sus diferencias. Destiny es la chica naive que va aprendiendo de sus errores, y Ramona la figura avasallante que no siempre sabe dónde poner los límites. El glamour, el derroche, el estilo de vida particular que empiezan a llevar estas mujeres también es un factor determinante para la trama, pero no las define. Si hay que arremangarse, se arremangan, y eso las convierte en personajes tan humanos y queribles. El contraste entre Wu y Lopez también es un elemento destacable y ya podemos ir haciendo nuestras apuestas, prediciendo la primera nominación al Oscar para JLo, quien se roba cada escena donde aparece. Y claro, hace honor a todas esas ‘virtudes’ que siempre le hicieron notar. El toro por las astas “Estafadoras de Wall Street” cruza géneros, brilla cuando tiene que brillar y es un poquito patética y oscura cuando tiene que serlo. Siempre se mantiene dentro de sus límites sin llegar al exceso, aunque por momentos se pierde en la repetición y monotonía argumental antes de volver a encontrar su rumbo. Tiene algunos elementos de ‘feel good movie’, pero también la impronta de la historia femenina -detrás y delante de las cámaras-, un detalle que se nota en la visión y en la representación, porque Scafaria se preocupa por mostrar mujeres reales, aunque sean glamorosas estrellas de Hollywood. Dato no menor que Adam McKay (“La Gran Apuesta”) sea uno de los productores, reforzando esas ganas constantes de exponer al poderoso que siempre se sale con las suyas, y las consecuencias de una crisis económica que perjudicó a las clases menos afortunadas. Tampoco es azaroso que las ‘víctimas’ sean esos mismos hombres que creen que todo se puede comprar, incluso el favor de un grupo de strippers que sólo buscan un buen pasar.
UNA FAMILIA MUY NORMAL Los Locos Addams es un gran homenaje a la serie original La familia más terroríficamente simpática se muda a la pantalla grande en versión animada, con ganas de ganar nuevos adeptos. Podemos decir que todas las generaciones tienen sus “Locos Addams”. Están los que crecieron viendo la serie en blanco y negro de la década del sesenta, en esas repeticiones infinitas de los mediodías de canal 13. Los que conocieron a Homero (el OTRO Homero), Morticia, Merlina y Pericles gracias a las películas noventeras de Barry Sonnenfeld, o los fans más acérrimos que los siguen desde Cemento, o desde las historietas de Charles Addams publicadas en The New Yorker, medio que vio nacer a esta familia muy normal. Como el público se renueva y a los pequeñines les encantan las historias ‘terroríficas’, Metro-Goldwyn-Mayer se la juega con esta versión animada que, de alguna manera, nos cuenta los orígenes de esta simpática parentela. Todo arranca, justamente, la noche de bodas de Homero y Morticia, una amigable reunión familiar interrumpida por una turba asesina que quiere echar a sus monstruosos vecinos del lugar. De esta manera, el total de los Addams se dispersa por aquí y por allá, y la joven pareja de recién casados decide huir y hacer rancho donde nadie los pueda encontrar: Nueva Jersey. En la cima de una colina, reparados tras la bruma de un pantano, encuentran un asilo abandonado (y embrujado), ideal para convertirlo en su nuevo hogar. Doce años después, los Addams ya son una familia tipo, lidiando con una hija adolescente y abúlica que no para de pelear con su mamá y un hijo que debe someterse a un complicado ritual (la Mazurka) para pasar de la niñez a la adultez. Todo muy normal. Mientras tanto, abajo en la ciudad, Margaux Needler, la anfitriona de un reality show de esos que dejan tu casa como nueva, está creando una comunidad perfecta llamada Asimilación, y necesita que todo marche a las mil maravillas para su final de temporada y la subsiguiente venta de todas las propiedades. Para su fastidio, los Addams y su tétrica mansión se interponen en sus planes y hará lo que sea para deshacerse de ellos. La trama de “Los Locos Addams” (The Addams Family, 2019) no presenta muchas vueltas ni sorpresas, pero esa eterna lucha por la tolerancia y la aceptación le calza muy bien a estas épocas oscuras. Sabemos que las excéntricas costumbres de la familia no están tan bien vistas por aquellos que no las comparten, pero el cariño y la unidad siempre le ganan a cualquier monstruo. Los realizadores, Conrad Vernon y Greg Tiernan, tienen la tarea de traer a los Addams a la actualidad donde las redes sociales también juegan un papel fundamental en la vida de los habitantes de Asimilación. Por ahí se van a esparcir las habladurías y los odios que van a repercutir en la relación de los Addams con sus nuevos vecinos. Las relaciones padre-hijo y madre-hija también son un tópico que marcan esta aventura animada, donde los pequeñines se debaten las costumbres familiares y tratan de crear las propias. Si hay un globo rojo, debe haber un payaso asesino Así, Merlina se hace amiga de Parker, la hija de Margaux -que tampoco quiere seguir los lineamientos de mamá- y decide continuar su educación en la secundaria pública, con todo lo que eso implica. Por su parte, Pericles no es muy ducho en eso de la Mazurka, y también se las tendrá que ver con las críticas y la presión de papá Homero. “Los Locos Addams” se esfuerza por entregar una historia nueva y fresca que conecte con los más chicos a través de sus temas y moralejas, pero con la nostalgia suficiente para enganchar a los más grandes. El combo funciona sin mucho aspamento, aunque con el humor necesario y el entretenimiento justo para convertirse en una comedia familiar hecha y derecha. La película no ostenta muchas pretensiones, pero trastabilla cuando se toma a sí misma un poquito más en serio. Muchos de sus personajes caen en arquetipos demasiado explotados dentro del género infantil, simplificando las cosas y creyendo con los pequeñines no pueden entender. Igual, lo mejor de todo son los Addams y sus excentricidades, pero lamentablemente acá no nos toca disfrutar de sus voces originales (Oscar Isaac, Charlize Theron, Chloë Grace Moretz y Finn Wolfhard). El doblaje latino (perdón doblajistas) le resta algunos matices a la actuación y refuerza esa noción de caricatura constante de los personajes, que la propia historia trata de subsanar, demostrando que esta parentela no es tan diferente a las otras de Asimilación. Lo primero es la familia Como ya es común en las películas animadas modernas (o cualquier película en general), acá no faltan las referencias pop, aunque Los Locos Addams tengan su propio universo de guiños (y rarezas) para explotar. Todos están presentes, con cancioncita incluida, porque no vale ver a los Addams sin cantar un poco y chasquear los dedos.
I'LL BE BACK Terminator Destino Oculto no logra recuperar la magia Arnold y Linda están de regreso para una nueva entrega de la saga que comenzó James Cameron 35 años atrás. Sí, viejos son los trapos. En 1984 James Cameron, Harlan Ellison y Gale Anne Hurd tuvieron una idea brillante y pelearon a capa y espada para hacerla realidad. “Terminator” (The Terminator, 1984) pasó por todas las dificultades que una producción cinematográfica de bajo presupuesto puede atravesar y salió airosa, tanto en suceso de crítica como de público. La pequeña historia sci-fi de la damisela en peligro y el robot asesino se ganó su lugar en la cultura pop de la década del ochenta, y una secuela que (para algunos) la supera con creces. “Terminator 2: El Juicio Final” (Terminator 2: Judgment Day, 1991) bien podría haber sido la última entrega de esta saga y no nos hubiera molestado, pero Hollywood es codicioso y siguió explotando el relato apocalíptico hasta más no poder, con mejores y peores resultados. Aunque casi siempre peores. Nada de lo que vino después pudo superar la visión de Cameron y su equipo, pero “Terminator: Destino Oculto” (Terminator: Dark Fate, 2019) le quiere dar una nueva oportunidad a la franquicia, tomando el consejo de “Halloween” (2018) y haciendo caso omiso a lo que vino después de aquella celebrada continuación. Olvídense de la muerte de Sarah Connor, del maduro John Connor del futuro o del aún más olvidable reboot de “Terminator Génesis” (Terminator Genisys, 2015). Esta nueva instancia salta 22 años en el tiempo, pero retoma los sucesos del Juicio Final que nunca llegó porque madre, hijo y un T-800 compasivo lograron detener a Skynet. O eso, nos hicieron creer. “Terminator: Destino Oculto” reacomoda la línea temporal y nos muestra un presente en 1998 donde Sarah y el pequeño John (sí, un Edward Furlong recreado artificialmente) se relajan en una playa de Guatemala, habiendo dejado el drama de los cyborgs atrás. O no tanto, porque ese destino del título viene a buscarlos. Dos décadas después, Grace (Mackenzie Davis), una soldado cibernéticamente mejorada, y un flamante modelo de terminator conocido como Rev-9 (Gabriel Luna) aterrizan en la ciudad de México con objetivos opuestos: ella debe proteger a Daniella ‘Dani’ Ramos (Natalia Reyes) a toda costa, y él, como es de esperarse, viene a eliminarla. Así arranca este nuevo/viejo argumento que no puede evitar (y no quiere) repetir la fórmula del pasado, esta vez, con una visión más femenina y feminista. Sí, Dani es la Sarah de esta historia y Grace, su Kyle Reese (sin la parte de la paternidad compartida), pero mamá Connor también entra en la ecuación aportando toda su experiencia a la hora de enfrentar amenazas venidas del futuro. Lo que sigue, a lo largo de dos horas, es una persecución vertiginosa adornada con muchos efectos especiales y grandes escenas de acción muy bien llevadas por Tim Miller, director que toma la posta y trae consigo la experiencia de “Deadpool” (2016). Si van en busca de esto y nada más, su entrada bien vale el precio, pero si quieren originalidad o la relectura de una historia conocida como bien supo hacer “Star Wars: El Despertar de la Fuerza” (Star Wars: Episode VII - The Force Awakens, 2015), “Destino Oculto” nos queda floja de papeles. No tanto por sus intenciones un tanto forzadas -Cameron ya creía en su protagonista empoderada y no necesitamos que nos lo recuerden en cada secuencia-, sino por la previsibilidad y torpeza de un argumento que no tiene mucho para aportar a la saga. Girl power En una primera instancia, se pensó esta película como el inicio (o reinicio) de una nueva etapa de la franquicia, pero el bueno de James ya salió a asegurar que estamos ante un capítulo independiente y que hay mucho más para contar dentro de este universo. ¿Será porque las críticas no fueron tan favorables? Más allá de los dichos del papá de la criatura, “Destino Oculto” se sostiene por sí misma y no deja dejugar con los guiños de sus entregas anteriores. El humor no es el fuerte del guión de David S. Goyer, Justin Rhodes y Billy Ray, pero los efectos logran hacer su magia, así como la intervención de Davis (toda una graduada de heroína de súper acción) y la querida Linda Hamilton, demostrando que no hay edad para patear traseros. No podemos decir lo mismo del avejentado Arnold Schwarzenegger y su T-800 o la nueva ‘persona de interés’, una Dani que carece de carisma aunque juegue un papel fundamental en el futuro de la humanidad. A pesar de que no resulta tan orgánico para la trama, no dejamos de aplaudir las ganas de inclusión y diversidad que ponen Miller y compañía sobre la mesa. Pensemos, nada más, que el destino de los seres humanos está en las manos de una joven mujer mexicana, y que depende de otras dos mujeres para sobrevivir a un hombre/robot que quiere acabar con ella. Y no, las metáforas no son sutiles y los mensajes están demasiado impuestos para el beneficio de la historia, pero se agradece el esfuerzo mientras esperamos, algún día, disfrutar de otra “Mad Max: Furia en el Camino” (Mad Max: Fury Road, 2015). Frenemies Lamentablemente, “Terminator: Destino Oculto” nos obliga a preguntarnos, una vez más: “¿Era necesaria esta nueva entrega? La verdad es que no, y ya podrían dejar descansar a una franquicia que no sumó mucho desde aquella secuela de 1991 cuando la guerra con Skynet estaba ganada.
Zombieland 2 es una secuela innecesaria y desactualizada Tallahassee, Columbus, Wichita y Little Rock están de regreso una década después, pero sus aventuras no parecen haber envejecido. Hace diez años, Ruben Fleischer hacía el salto a la pantalla grande con “Tierra de Zombies” (Zombieland, 2009), comedia de terror con pocas pretensiones, un presupuesto ajustado y un par de caras que empezaban a emerger en la constelación hollywoodense. Y sí, del cuarteto protagonista, el único con un currículum destacable era Woody Harrelson, el resto (Jesse Eisenberg, Emma Stone y Abigail Breslin) comenzaba a dar sus primeros pasos delante de la cámara, y un poco deben agradecerle a esta road movie recargada de muertos vivientes que recuperó su inversión con la recaudación de su primer fin de semana en los Estados Unidos. Hoy, una década después, el panorama es muy diferente, pero Tallahassee (Harrelson), Columbus (Eisenberg), Wichita (Stone) y Little Rock (Breslin) se vuelven a juntar para rememorar aquellos buenos viejos tiempos, expandir un poco más este universo e intentar seguir sobreviviendo al apocalipsis en plan de familia disfuncional. Por ahí pasa la excusa de este reencuentro, con un Fleischer que viene de romperla con “Venom” (2018) -al menos, en cuanto a números de taquilla- y varios de sus protagonistas oscarizados. No vamos a entrar en la discusión de cuán necesaria, o no, es esta secuela, pero a rasgos generales tiene poco que aportar a una historia que no se beneficia de dicha continuación, es más, le queda repetitiva y un tanto añeja, teniendo en cuenta que sus chistes expiraron mucho más de una década atrás. “Zombieland: Tiro de Gracia” (Zombieland: Double Tap, 2019) subsiste gracias a sus protagonistas y la química que se entabla entre ellos. También a las mejoradas escenas de acción (y al doble de presupuesto) y a alguna que otra simpática referencia. ¿Es posible hacer una película en 2019 sin guiños a la cultura pop? Lo dejamos para otro debate. El resto es un rejunte de chascarrillos gastados, creados a base de estereotipos aún más gastados, y un conjunto de nuevos personajes que entran y salen de escena sin mucho peso. No se dejen engañar por los adelantos, la historia que nos cuentan va por otro lado y la incursión de Nevada (Rosario Dawson), Albuquerque (Luke Wilson) y Flagstaff (Thomas Middleditch) se siente un poco deslucida y desaprovechada. “Zombieland: Tiro de Gracia” arranca sin dar muchas explicaciones de lo que estuvieron haciendo nuestros protagonistas durante estos diez años de apocalipsis zombie. El presente los encuentra haciendo rancho en la Casa Blanca -su nuevo hogar-, tratando de llevar una vida normal, en el caso de Wichita y Columbus, como parejita enamorada. La estabilidad no les dura mucho, y la joven Little Rock decide partir por su cuenta para encontrar su propio rumbo alejada de la sobreprotección de Tallahassee. Afuera, el mundo es un tanto distinto, ya que los muertos vivos fueron evolucionando, muchas veces, en criaturas más veloces, inteligentes y peligrosas. Este es el disparador para volver a salir a la ruta, vivir aventuras y situaciones alocadas. En el camino conocemos a Berkeley (Avan Jogia), un hippie pacifista que hace buenas migas con Little Rock, y a Madison (Zoey Deutch), cuya única misión es ser la ‘rubia tonta’ de la historia. Sí, en serio, y en cierto punto ya da un poco de vergüenza la explotación de un personaje salido de una comedia de la década del ochenta. Una familia muy normal Fleischer y sus guionistas -Dave Callaham, Rhett Reese y Paul Wernick- parecen más interesados en repetir la fórmula que ya les funcionó la primera vez y no tanto en expandir este universo que fue ganado adeptos con el tiempo, mucho después de su estreno cinematográfico. No cabe duda que esta nueva aventura está enfocada en esos leales seguidores que pueden captar hasta la más mínima referencia, pero también en los nuevos espectadores que llegan un poco despistados. Para ellos van las constantes repeticiones y sobre explicaciones que pronto se transforman en redundancia, más allá de que formen parte de un chiste constante. Al final, uno debería preguntarse (como muchas veces con estas secuelas tardías) qué ganamos los espectadores. Sí, “Zombieland: Tiro de Gracia” es entretenida y nos arranca algunas sonrisas desde el principio, pero va decayendo con el correr de los minutos, su humor soso y una narración cíclica que no nos lleva a ninguna parte. Lo mejor, como ya dijimos, termina siendo el cuarteto protagonista y una simpática escena post-créditos… y hasta este plus lo terminan estirando para raspar el tarro de un cameo muy esperado. Si “Zombieland” se benefició de éxitos ‘parecidos’ como “The Walking Daead”, esta secuela sufre del mismo desgaste que la serie/cómic de Robert Kirkman. Puede ser que la saturación de los comecerebros ya no llame nuestra atención y esto influya en la recepción de la historia, aunque en el caso de la aventura de Fleischer, las criaturas siempre fueron (y siguen siendo) una excusa para jugar con las relaciones entre los protagonistas. Lamentablemente, esto ya no nos alcanza y “Tiro de Gracia” cae en el olvido, incluso más rápido que ‘la muerte zombie de la semana’.
Del Toro y sus Historias de Miedo para Contar en la Oscuridad Con el sello de Guillermo del Toro, llega la oscurita adpatación de una clásica serie de cuentos para los más chicos, aunque los sustos pueden ser enormes. A esta altura no hace falta presentar a Guillermo del Toro. El realizador mexicano, ganador del Oscar por “La Forma del Agua” (The Shape of Water, 2017) todavía está planeando su próximo proyecto como director pero, mientras tanto, no pierde la oportunidad de meter mano en otras grandes apuestas como la serie animada “3Below: Tales of Arcadia” o “Historias de Miedo para Contar en la Oscuridad” (Scary Stories to Tell in the Dark, 2019), adaptación de la colección homónima de cuentos infantiles escritos por Alvin Schwartz. Del Toro produce y colabora en el guión, junto a Dan y Kevin Hageman -habitués del cine familiar y las historias para pequeñines-, pero deja la dirección de este thriller de misterio en manos de André Øvredal, el cineasta noruego que deslumbró con “La Morgue” (The Autopsy of Jane Doe, 2016), otro relato terrorífico, esta vez, no apto para todo público. Podemos decir que es la combinación perfecta para esta traslación que juega con los sustos y los monstruos (los preferidos de Guillermo) sin necesidad de excederse con la sangre y el gore. Estamos en la víspera de Noche de Brujas, allá por el año 1968 en el pueblito de Mill Valley, Pennsylvania, un lugar cargado con sus propios mitos y casas embrujadas. Stella (Zoe Margaret Colletti) -una joven aspirante a escritora amante del horror-, Auggie (Gabriel Rush) y Chuck (Austin Zajur) son tres amigos inseparables que, tras jugarle una broma a Tommy Milner (Austin Abrams) -el abusivo del pueblo- se refugian en un autocine donde se cruzan con Ramón Morales (Michael Garza), un jovencito que no anda en busca de problemas. Tras evadir a la pandilla de Milner, el trío invita a Morales a la vieja mansión abandonada de los Bellows, una familia adinerada que ayudó a fundar Mill Valley, pero que también ocultaba un par de oscuros secretos. Entre ellos, los de la joven Sarah Bellows quien, según cuenta la leyenda, fue responsable de la desaparición de varios niños, allá lejos y hace tiempo. Dentro de la casa, el grupo encuentra una habitación secreta donde, supuestamente, estaba recluida Sarah. También los diarios de la chica y un tomo donde escribió sus propias historias de terror, esas que les contaba a los jovencitos a través de las paredes de su ‘celda’. Tommy y sus compinches logran seguirles los pasos y encerrarlos junto con Ruth (Natalie Ganzhorn) -la hermana de Chuck-, en el tétrico cuarto. Pero algo o alguien los libera, antes de que le miedo se termine de apoderar de ellos. Después de la agitación de la velada, y con el auto de Ramón destrozado por la pandilla, Stella resuelve darle albergue en su casa, mientras ojea las historias escritas por Bellows en el libro que tomó prestado. Para su sorpresa y delante de sus propios ojos, un nuevo relato empieza a tomar forma: una historia titulada “Harold” protagonizada por el mismísimo Tommy. Esta será la primera de las tantas narraciones que cobrarán vida y marcarán el destino de los personajes, al mismo tiempo que intentan descubrir la verdad sobre Sarah y su familia. Ese espantapájaros tiene mi camisa Así, “Historias de Miedo para Contar en la Oscuridad” se convierte en un relato detectivesco adolescente donde sus protagonistas deben escapar de sus propios temores que cobran vida, el arma que utiliza ¿Sarah? para esparcir su revancha. Øvredal se esmera por crear una atmósfera terrorífica cargada de tensión y escenarios muy diferentes (también desde lo visual) para cada uno de los ataques que se suceden, pero no puede evitar caer en varios convencionalismos del género y algunos jumpscraes desgastados. Lo más interesante de la película son las criaturas salidas directamente de los diseños originales de Stephen Gammell, ilustrador de la primera edición de la serie, allá por 1981. El director, del Toro y su equipo técnico se aseguraron de que el miedo sea palpable y real, para eso no echaron mano a los efectos por computadora, sino de los servicios de contorsionistas, maquilladores y expertos en FX físicos. Punto a favor para el simpático elenco juvenil, no tan reconocido. Los chicos, en especial Colletti, se lucen a la hora de darle verisimilitud a la historia, más allá de su trasfondo fantástico. La época también juega un papel importante, más si tenemos en cuenta los conflictos raciales en los estados del Sur y la peor etapa de la Guerra de Vietnam. Los realizadores se hacen eco de estos tópicos con una mirada actual, pero dejan que la creación de Schwartz se luzca por sobre todas las cosas. No duermo, la señora me come Sí, la premisa de “Historias de Miedo para Contar en la Oscuridad” puede sonar parecida a “Escalofríos” (Goosebumps), esa otra serie literaria de terror para niños escrita por R. L. Stine en 1992, que llegó a las pantallas en varias oportunidades. Acá, la gran diferencia es el tono más oscuro y maduro que le impregnan Øvredal y del Toro, quienes dejan sus marcas personales, más allá de que estén lidiando con relatos más aptos para un público menudo.
Un Amigo Abominable es un pasatiempo infantil DreamWorks nos lleva de paseo por los paisajes de China y una historia fantástica protagonizada por un Yeti que, de abominable, tiene muy poco. El “mercado cinematográfico infantil” parece estar dominado por Disney, Pixar e Illumination, que la pegó gracias a “Mi Villano Favorito” (Despicable Me) y sus minions. El resto es una lotería, y aunque DreamWorks supo ser una fuerza competitiva desde sus comienzos, se fue diluyendo después del éxito de franquicias como “Shrek”, “Kung Fu Panda”, “Madagascar” y “Cómo Entrenar a tu Dragón” (How to train your dragon), cuyo cierre de trilogía llegó a principios de este año y, a pesar de su gran calidad y su buena taquilla global, pasó bastante desapercibida. Igual, y más allá de los problemas internos que sufrió la compañía en la última década, siguen insistiendo con sus aventuras animadas, otra vez en coproducción con su sucursal oriental (ahora conocida como Pearl Studio) después de “Kung Fu Panda 3” (2016). Y tiene sentido, ya que “Un Amigo Abominable” (Abominable, 2019) nos lleva al corazón de Shanghái donde la jovencita Yi (voz de Chloe Bennet) no logra asimilar la muerte de su padre y se aleja emocionalmente de su mamá y su abuela, ocupando su tiempo en diferentes trabajos de verano para juntar el dinero suficiente y emprender ese viaje por el país que tanto anhelaba hacer su papá. No muy lejos de ahí, una extraña criatura escapa de una instalación secreta. Se trata de un pequeño Yeti (sí, como el abominable hombre de las nieves), cautivo bajo la celosa mirada del señor Burnish (Eddie Izzard), un aventurero ricachón afecto a los bichos exóticos que quiere demostrar la existencia de este; y de la doctora Zara (Sarah Paulson), zoóloga que sólo busca el bienestar del animalito. Tras la fuga, el yeti queda herido y se cobija en la terraza del edificio de Yi, mismo lugar donde la adolescente suele buscar refugio y soledad. El encuentro ‘muy a lo E.T.’ pronto se convierte en incipiente amistad y la posibilidad de encarar esa ansiada travesía cuando la jovencita decide ayudar al peludo a escapar y, con suerte, volver a casa con su propia familia… en los más alto del monte Everest. Mientras Burnish y sus cazadores le siguen los pasos, Yi resuelve subir a un barco y alejarse de su hogar para acompañar a Everest (como decide llamar a su nuevo amigo), arrastrando a su narcisista vecino Jin (Tenzing Norgay Trainor) y su pequeño y entusiasta hermanito Peng (Albert Tsai). Como verán, “Un Amigo Abominable” es una simpática aventura animada de manual, con lindos escenarios de diferentes regiones de China, hermosos diseños de personajes y efectos especiales, y los mensajes correctos, pero no mucho más. Lamentablemente, se pierde en un universo de historias ‘parecidas’ como “Pie Pequeño” (Smallfoot, 2018), “Señor Link” (Missing Link, 2019) -que llegó a los cines un par de semanas atrás-, y hasta el mismísimo Yeti interpretado por John Ratzenberger en “Monsters, Inc.” (2001), ese que odiaba que le dijeran ‘abominable’, mientras se deleitaba con sorbetes de limón. Su atractivo principal deberían ser los elementos característicos y la riqueza cultural de Oriente, pero cuesta sumergirse completamente en el relato cuando todos los protagonistas hablan en perfecto inglés. Los realizadores pierden la oportunidad de entregarnos una historia más jugada y original, pero no pueden evitar los convencionalismos de Hollywood. Extraños compañeros de aventura Igual, la película dirigida por Jill Culton y Todd Wilderman rescata momentos emotivos y toda la fantasía de un personaje con habilidades mágicas que se conectan directamente con la naturaleza. Culton (que pasó por el departamento de animación de Pixar) es de las pocas realizadoras femeninas al frente de una producción de esta envergadura -ya lo había hecho en “Open Season - Amigos Salvajes” (Open Season, 2006)- pero que, por algún motivo, no logran hacer su trabajo en ‘solitario’ sin que haya intervención masculina. El proyecto de DreamWorks viene dando vueltas desde el año 2010 (originalmente titulado “Everest”) cuando Jill estaba comprometida para las tareas de escribir y dirigir. En 2016 abandonó el proyecto y fue reemplazada por Tim Johnson y Wilderman, pero para 2018 volvió a ocupar su lugar detrás de las cámaras. Por lo demás, la película ostenta una hermosa banda sonora a cargo de Rupert Gregson-Williams (el mismo de “Mujer Maravilla”) y extrañas intervenciones de Coldplay. Decimos extrañas porque la música juega un papel fundamental en la historia, donde Yi se conecta con su papá a través del violín que heredó. Sí, un poquito parecido a “Kubo y la Búsqueda Samurái” (Kubo and the Two Strings, 2016), pero digamos que es pura coincidencia. Lo importante es que “Un Amigo Abominable” funciona para los más chicos con todo su espíritu aventurero, el sentimiento de pérdida compartido y el importantísimo valor de la amistad, además del amor y el respeto por todas las criaturas vivientes.