Brad Pitt deslumbra en la ciencia ficción de Ad Astra Las "aventuras espaciales" siguen copando la pantalla grande durante el mes de septiembre y ahora le toca el turno a este drama familiar que, además, suma algunos misterios. No es justo decir que el “género espacial” toma un nuevo aire cada dos o tres años, ya que desde hace una década, al menos, podemos disfrutar de una aventura intergaláctica anual, de esas más cercanas al hiperrealismo científico que a la fantasía. La inmensidad del cosmos siempre dio pie para contar historias (cinematográficas) más introspectivas, y reflexionar sobre nuestro planeta o el lugar que ocupamos en el vasto universo: desde que el hombre es consciente ha mirado hacia las estrellas con el deseo que conocer (o conquistar) otros mundos o de encontrar esas respuestas que no podía hallar en la Tierra. Hoy, en pleno siglo XXI, los avances tecnológicos lograron acercarnos un poco más a los confines de la galaxia, pero muchos de esos interrogantes aún siguen latentes. Por ahí viene el gran atractivo de estas películas que, disfrazadas de aventuras repletas de efectos especiales y escenarios increíbles, nos permiten filosofar y especular sobre un montón de cuestiones más profundas. James Gray, responsable de “Z: La Ciudad Perdida” (The Lost City of Z, 2016), quería desarrollar una historia espacial que se sintiera 100% realista y, además, impregnarla de la misma vibra que “El Corazón de las Tinieblas” (Heart of Darkness) de Joseph Conrad, cuyo antecedente fílmico más cercano es, sin dudas, “Apocalipsis Now” (Apocalypse Now, 1979). Hay mucho del capitán Benjamin L. Willard (Martin Sheen) en el mayor Roy McBride (Brad Pitt), astronauta dedicado y experimentado que dejó todo de lado (incluso a su esposa Eve) para convertirse en el mejor elemento de la agencia espacial. Estamos en un futuro no muy lejano donde los viajes comerciales a la Luna son moneda corriente y la galaxia es un lugar sin fronteras muy parecido al Lejano Oeste. En este contexto, y tras una serie de extrañas descargas eléctricas que amenazan la integridad del planeta Tierra, a Roy se le presenta una misión muy particular: tratar de contactar a su padre, Clifford McBride (Tommy Lee Jones), desaparecido y dado por muerto desde hace más de dos décadas, cuyos experimentos en Neptuno podrían ser la causa de la catástrofe que se vive en la actualidad. La tarea de McBride es viajar hasta Marte, con escala en el satélite, y enviar un mensaje que permita la localización de su padre, suponiendo que siga con vida. Un choque de realidad demasiado duro para el imperturbable astronauta que, a pesar de su carácter sereno, nunca logró resolver los conflictos y el abandono de su progenitor. Así, “Ad Astra: Hacia las Estrellas” (Ad Astra, 2019) se convierte en el viaje -literal y metafórico- del protagonista para intentar encontrar sus propias respuestas y, de paso, salvar a la Tierra de una destrucción inminente a causa de estas descargas de antimateria. Gray y el coguionista Ethan Gross (“Fringe”) nos regalan un drama personal disfrazado de aventura interestelar que recae sobre los hombros de Pitt, escena tras escena. A pesar de compartir pantalla con Ruth Negga, Liv Tyler, Donald Sutherland y Natasha Lyonne, entre otros, es su presencia la que nos mantiene conectados a esta historia bastante optimista, y al suspenso y la tensión que va generando por momentos. El recorrido de McBride es el alma de este relato, pero es su imaginería visual (no tan alejada de una posible realidad) la que termina de completar el conjunto de una gran película que no es perfecta, pero sabe cómo conmover desde lo particular a lo general, ya que cualquiera puede empatizar con esta trunca relación padre-hijo, o con interrogantes más explorados en la ciencia ficción como: ¿estamos solos en el universo? Brad se va de paseo hasta los confines de la galaxia Gray suma estas grandes planteos, pero su objetivo es más íntimo, algo que se contradice con la inmensidad de este espacio no del todo explorado. Ahí es cuando entra en juego la magia de la puesta en escena, los efectos especiales prácticos, la fotografía de Hoyte Van Hoytema -el mismo de “Interestelar” (Interstellar, 2014)- y la música de Max Richter (“Vals con Bashir”), entre otros elementos estéticos que se ponen en función de la historia. Por lo demás, “Ad Astra” -que significa ‘hacía las estrellas’, es más, la frase completa es ‘Per aspera ad astra’, o sea, ‘A través de las dificultades hacia las estrellas’- se suma a una larguísima lista de films con contexto espacial y, aunque a veces se bifurca distraídamente de su trama principal para perderse en cierta espectacularidad, logra cada uno de sus objetivos. No estamos ante una película independiente ni de bajo presupuesto, Gray también explota el estatus de estrella de Pitt, pero entre la majestuosidad que siempre nos regala el cosmos y su infinito (ya sea ficticio o de verdad), consigue conmover con temas tan humanos como universales.
El Jilguero es una poco atractiva adaptación literaria Una adaptación que nos debería conmover de pies a cabeza y, sin embargo, su desprolijidad y chatura nos apartan del relato. No todos los best sellers encuentran en la pantalla grande su mejor traducción. Es el caso de “El Jilguero” (The Goldfinch, 2013), la novela homónima de Donna Tartt, mucho más simple y contundente que la adaptación cinematográfica a cargo del director John Crowley (“Brooklyn”) y el guionista Peter Straughan (“El Muñeco de Nieve”). La película se centra en gran parte de la vida de Theo Decker (Ansel Elgort), jovencito que tuvo una infancia difícil y quedó marcado por la pérdida. La realidad del pequeño Theo (Oakes Fegley) se detiene a la edad de 13 años, cuando su mamá fallece durante un atentado terrorista en el Museo de Arte Metropolitano de la ciudad de Nueva York. Decker y su culpa sobreviven, y con un padre ausente, queda al cuidado de los Barbour, la conservadora familia de su compañero Andy del que, poco a poco, comienza a entablar amistad. La relación es mucho más estrecha con mamá Samantha (Nicole Kidman), quien a pesar del recelo inicial, lo termina considerando como un hijo propio. De repente, Theo no está tan solo y, además de los Barbour, también empieza a frecuentar la tienda de antigüedades de James ‘Hobie’ Hobart (Jeffrey Wright), la mitad de Hobart & Blackwell, socio y compañero de Welton ‘Welty’ Blackwell, quien también falleció en el ataque. La tarea que se impone el nene es devolver un anillo que pertenecía a Welty y, de paso, conocer a la pequeña Pippa (Aimee Laurence), sobrina del anticuario que sobrevivió con varias heridas graves. Ambos chicos empiezan a conectar, pero Pippa pronto se muda a Texas con sus tíos, otra pérdida para el joven Decker que no logra estabilidad en su vida. Esto último parece llegar cuando los Barbour deciden adoptarlo, pero ahí aparecen papá Larry (Luke Wilson) y su novia Xandra (Sarah Paulson) con ganas de reclamar al retoño. Así, Theo deja la comodidad de Nueva York y se muda a Las Vegas con un padre que abandonó su fallida carrera de actor y se terminó entregando a las apuestas y la bebida. Pero el ánimo del peque se mantiene tras conocer a Boris (Finn Wolfhard), hijo de ucranianos que lo ayuda a despabilarse un poco. Todo este recorrido plagado de baches tiene un común denominador que sigue conectando a Theo con su trágico pasado: una pequeña pintura de Carel Fabritius (el jilguero del título), que el nene decidió robar del museo en ruinas y conservarla como si se tratara de un amuleto. Crowley y Straughan se concentran en cada detalle de esta parte de la vida del joven Decker, yendo y viniendo del presente al pasado de manera bastante aleatoria y desordenada, una estructura no lineal que, curiosamente, no aparece en la novela y, en el caso del film, ayuda a confundir al espectador y a retorcer una trama que nunca encuentra el verdadero equilibrio. Theo termina escapando de vuelta hacia Nueva York donde, ocho años después, se nos presenta como un exitoso comerciante de antigüedades, las mismas que restaura Hobie. Las peripecias de su vida recién comienzan cuando termina involucrado en situaciones mucho más peligrosas. El gran problema de “El Jilguero” (The Goldfinch, 2019) es su desprolijidad narrativa. Los realizadores nunca saben dónde detenerse y dónde hacer las elipsis necesarias para que la historia de Theo no se convierta en una sucesión de extraños acontecimientos, muchas veces, desconectados entre sí. Los saltos temporales no facilitan la digestión de un relato larguísimo y denso, con el que nunca nos podemos conectar, aunque desde la pantalla insistan en recalcar los momentos más tristes y traumáticos en la vida del protagonista. Amistades peligrosas Ni Elgort, con todo su encanto, logra un poco de empatía en un conjunto de personajes mayoritariamente desagradables (muy desagradables) y bizarros. Los Barbour se nos presentan como caricaturas extravagantes y un tanto snob, mientras que en Las Vegas se concentra lo peor de la humanidad, aparentemente. Al final, el drama se convierte en una trama criminal que apenas dura unas secuencias en pantalla dentro de un interminable metraje de dos horas y media que, además, no le resulta suficiente a la película para acomodar y expresar todo lo que se propone. “El Jilguero” es una película chata desde todos sus aspectos: actuaciones que no conmueven, una narración carente de propósito y una puesta en escena que no transmite absolutamente nada, a pesar de tener al magnánimo Roger Deakins como director de fotografía. El resultado es confuso, no porque su trama lo sea, sino porque en el afán de ser ‘originales’ los realizadores decidieron retorcer algo que no necesitaba tantas vueltas de tuerca.
Yesterday es una azucarada fantasía Beatle El director de "Trainspotting" imagina un mundo donde Los Beatles no existen, pero un joven músico recuerda sus temas y no va a dejar pasar la oportunidad de triunfar a costa de ellos. Danny Boyle nos tiene acostumbrados a historias un poquito más oscuras y subversivas como “Trainspotting” (1996) y “127 Horas” (127 Hours, 2010), incluso con sus incursiones más fantasiosas como “Exterminio” (28 Days Later..., 2002) y “Sunshine: Alerta Solar” (Sunshine, 2007). De alguna manera, el realizador inglés logró mantenerse alejado del sistema hollywoodense y hacer la suya de la mano de un estilo muy particular, aunque sus últimos proyectos terminaron cayendo en fórmulas más convencionales que poco se destacan en un mar de oportunidades cinematográficas. Igual, sigue siendo un gran narrador y con “Yesterday” (2019) nos regala una carta de amor a la música y, en especial, a los ‘cuatro de Liverpool’. ¿Cómo, no sabés quiénes son? Entonces sumate a la mayoría de los personajes dentro de este relato que imagina un mundo sin Los Beatles. Así es, Boyle se contagia un poquito del romanticismo inherente de Richard Curtis -responsable de algunos clásicos modernos ingleses como “Cuatro Bodas y un Funeral” (Four Weddings and a Funeral, 1994) y “Realmente Amor” (Love Actually, 2003)- quien, junto a Jack Barth, pergeña esta historia que, al parecer, tiene poco de original y varios antecedentes similares en la comedia británica, el manga japonés o algunos trabajos franceses. Semejanzas aparte, “Yesterday” nos lleva hasta Lowestoft, el punto más oriental del Reino Unido, para contar la historia de Jack Malik (Himesh Patel), un joven músico con ganas de triunfar, aunque se debe conformar con un pésimo trabajo como repositor de supermercado y el constante entusiasmo de su amiga y manager Ellie Appleton (Lily James). Después de una desapercibida presentación en un festival de música local, Jack está listo para abandonar sus sueños y volver a dar clases, pero esa misma noche el planeta experimenta un apagón masivo por escuetos 13 segundos, durante los cuales el pobre artista es atropellado por un autobús. A pesar de quedar un tanto maltrecho, Malik recupera la consciencia, y durante un encuentro con sus amigos descubre que, al parecer, Los Beatles ya no existen. Su rastro se borró de la faz de la Tierra y de la memoria de sus habitantes, excepto la del protagonista, que decide aprovechar la oportunidad y “apropiarse” de los hits de la banda reclamándolos como propios. Al principio no obtiene muchos aplausos, pero de a poquito va creciendo su popularidad, hasta que el mismísimo Ed Sheeran lo ve por la tele y lo invita a ser su telonero en medio de una gira europea. Así, este joven compositor y su guitarra comienzan a deslumbrar al mundo, pero la fama empieza a sembrar varias dudas morales y éticas, además de alejarlo de su hogar y del afecto de Ellie, quien no puede seguirle los pasos. “Yesterday” es una historia de amor un poco torpe disfrazada de distopía musical. El universo alternativo que proponen Boyle y Curtis es lo más interesante de la película -claro que la desaparición de los Fab Four tiene otras consecuencias hilarantes que no vamos a revelar-, y no tanto la relación de la parejita protagonista que cae en demasiados lugares comunes y va perdiendo potencia con cada giro de la trama. En el medio, “Yesterday” nos regala un sinfín de clásicos pop/rock cortesía del mismo Patel, quien se carga la historia al hombro con su mezcla de ineptitud, ingenuidad y talento. Boyle aprovecha para darnos un pantallazo general del salvaje mundillo del espectáculo en tiempos de likes y redes sociales, además de sumar un montón de referencias a la cultura popular, mucho más actuales que el cuarteto de Liverpool. Juntos, en las buenas y en las malas Las intenciones del realizador son claras: rescatar el espíritu de la banda en estos oscuros tiempos que corren. El mensaje es alto y claro, y un hermoso golpe al corazón (y la nostalgia) cuando la historia más lo necesita. Se agradece que los realizadores nos mantengan anclados a este nuevo universo paralelo que crearon para nosotros y sus personajes, sin caer en facilismos y salidas harto conocidas. El problema es que terminan circunscribiendo todo el relato a la relación amorosa entre Jack y Ellie, la trama (principal) y más desafortunada de la película. Y no, el problema no pasa porque no seamos románticos, es simplemente porque no termina de funcionar por completo, obstaculizando los grandes momentos del film. A pesar de sus pequeñas fallas, “Yesterday” se disfruta de principio a fin, ya sea por su humor y sus guiños constantes, la imposibilidad de tararear cada uno de las canciones de Los Beatles o porque Boyle sabe cómo filmar y sumergirnos en la vorágine del show business con su ritmo implacable. Patel es toda una revelación que pronto hará de las suyas en la nueva película de Christopher Nolan y en “The Aeronauts” (2019), aventura biográfica donde comparte cartel con Felicity Jones y Eddie Redmayne. Y sí, seguro que se lo están preguntando: Boyle y compañía pagaron unos diez millones de dólares para poder acceder a los derechos de las canciones, pero también obtuvieron el visto bueno de los músicos y sus familiares a los que, seguro, se les escapa un lagrimón durante el tercer acto.
QUERIDOS MONSTRUOS: Aventuras animadas en stop motion El estudio de animación que nos hizo llorar con Kubo, ahora se despacha con una comedia aventurera, recargada de humor y los mensajes correctos. En un panorama cinematográfico donde los claros vencedores animados vienen de la mano de Disney, Pixar y algún minion colado, estudios como Aardman -responsables de “Wallace y Gromit”- o Laika intentan hacer una diferencia estética y pararse del lado de la resistencia con sus simpáticas aventuras ‘artesanales’ en stop motion. La compañía fundada, en principio, por Will Vinton y adquirida por Phil Knight arrancó produciendo comerciales, hasta que Travis Knight (hijo del dueño y animador) propuso la realización de largometrajes. Así nació la Laika que conocemos hoy en día, casa matriz de historias tan hermosas y oscuras como “Coraline y la Puerta Secreta” (Coraline, 2009), “ParaNorman” (2012), “Los Boxtrolls” (The Boxtrolls, 2014) y “Kubo y la Búsqueda Samurái” (Kubo and the Two Strings, 2016), todas nominadas al Oscar en la categoría de Mejor Película Animada y superadas por los estudio del ratón y la lamparita. “Sr. Link” (Missing Link, 2019) es el quinto film de la compañía, una comedia aventurera pergeñada por Chris Butler, codirector de “ParaNorman”. Butler escribe y dirige este relato centrado en Sir Lionel Frost (voz de Hugh Jackman), un investigador de criaturas míticas muy entusiasta, deseoso de compartir sus ‘descubrimientos’ con los colegas de la “Sociedad de Grandes Hombres”, a la que ansía pertenecer. Frost es un playboy millonario en busca de reconocimiento y legitimación, cuyos extraños objetos de estudio (digamos cosas como Nessie o el Yeti) no están bien vistos por su rival y presidente de la asociación, Lord Piggot-Dunceby (Stephen Fry). Corre el año 1886 y tras ser abandonado por su socio, Lionel recibe una carta que podría cambiar su situación, alertándolo sobre la presencia del Sasquatch (o pie grande) al Noroeste del Pacifico, allá en el Nuevo Mundo. Frost se sumerge en esta nueva aventura y hace un pacto con Piggot-Dunceby, garantizándole su bienvenida a la sociedad si logra conseguir las pruebas necesarias de la existencia de dicha criatura. Acuerdo que el Lord no está dispuesto a cumplir, así que contrata los servicios del despiadado Willard Stenk (Timothy Olyphant), violento cazarrecompensas que debe impedir el éxito de Frost. Sin prisa, ni pausa y con todo su coraje a cuestas, Sir Lionel se embarca rumbo a los bosques de América del Norte donde todas sus sospechas se hacen realidad. El Sasquatch es tan real como el suelo que pisa, y hasta puede comunicare con la voz de Zach Galifianakis. Este Pie Grande bonachón y muy ingenuo fue el responsable de enviar la misiva a Frost ya que necesita de sus talentos. Mr. Link, apodado así por su descubridor (por lo de eslabón perdido) accede a convertirse en prueba si el investigador lo ayuda a reencontrarse con sus parientes más lejanos, los Yetis, escondidos del mundo en una ciudad secreta del Himalaya. Conscientes de que Stenk está tras de ellos, la dupla se embarca en esta nueva misión, aunque necesita de un valioso mapa perteneciente a un colega que, ahora, está en poder de su viuda y ex enamorada de Frost, Adelina Fortnight (Zoe Saldana), quien termina convirtiéndose en la tercera pieza de esta historia. A partir de acá, el trío comienza una hilarante y peligrosa odisea que puede revelar lo mejor y lo peor de cada especie. ¿Quién es el monstruo? “Sr. Link” es la más divertida (y menos lacrimógena) de las películas de Laika. Una aventura hecha y derecha recargada de gags y mucha comedia física, que entre su inocencia y sus chistes escatológicos esconde varios mensajes importantes sobre la identidad (después hablamos del verdadero nombre del Sr. Link) y el lugar de pertenencia, así también como la reticencia al cambio y el desarrollo social, acá concentrado en la figura de Piggot-Dunceby y su conservador punto de vista pro-imperialista, donde no se aceptan cuestionamientos que puedan alterar el statu quo. Sí, “Sr. Link” sigue siendo una película para ‘chicos’, pero los grandes pueden salir de la sala con varias enseñanzas a cuestas. Como la mayoría de los largometrajes de Laika, este no carece de un poquito de oscuridad, relacionada a la naturaleza humana, esa que no siempre reconoce el valor de otros seres vivos. Frost será un tantito engreído y egocéntrico, pero su interés por las criaturas es puramente científico. Jamás se le ocurriría dañarlas, a diferencia de los ‘cazadores’ que conforman la esa “Sociedad de Grandes Hombres” a la que tanto anhela pertenecer. Por lo demás, la historia de Butler es una pequeña obra maestra acompañada por la gran banda sonora de Carter Burwell (“Tres Anuncios por un Crimen”) y todas las destrezas de un equipo concentrado en cada mínimo detalle. Tal vez no tenga del impacto visual de “Kubo y la Búsqueda Samurái”, pero no se queda corta a la hora de sorprendernos con sus personajes y sus escenarios. Lástima que llega meses después de su estreno y sin el aparato marketinero de sus poderosas competidoras.
HUELE A ESPÍRITU ADOLESCENTE: Elle Fanning es lo mejor de Alcanzando tu Sueño Elle Fanning es una pueblerina británica con sueños musicales y ganas de triunfar, en el debut cinematográfico de Max Minghella. Tal vez lo tengan mucho más por su faceta de actor -el Nick Blaine de “The Handmaid's Tale”, por ejemplo-, pero acá Max Minghella debuta como director con “Alcanzando tu Sueño” (Teen Spirit, 2019), dramedia musical adolescente, también escrita y producida por él. Una historia con buenas intenciones y todo el carisma de Elle Fanning pero que, desde lo narrativo, no aporta mucho que digamos al panorama cinematográfico. Violet Valenski (Fanning) vive en la Isla de Wight (Gran Bretaña) junto a su mamá de origen polaco. Desde que papá se fue de casa, las dos trabajan sin cesar para mantener la casa y la granja, tal vez, con la esperanza de que algún día regrese. Mientras tanto, la tímida jovencita busca escapar de todas sus responsabilidades y del aburrimiento del pueblo a través de la música, perdiéndose en sus propios sueños y pensamientos con los auriculares bien pegados a las orejas, o tras el anhelo de que alguien la descubra cuando despunta el vicio melodioso en el escenario de un barcito de mala muerte. Su suerte puede cambiar con la llegada de los reclutadores y las cámaras de “Teen Spirit”, un reality show al estilo de “Ameican Idol” que por primera vez viene a la isla en busca de talento local (y pintoresco). Violet no lo duda, pero no tiene el apoyo de su madre. Por eso encuentra en Vlad (Zlatko Buric) a un extraño mentor, que va a hacer las veces de su tutor y su manager. Este hombre desaliñado, borrachín y entrado en años es un ex cantante de ópera que tiene buenas intenciones y ve en la sociedad con Valenski una segunda oportunidad para su carrera, o la posibilidad de ser la figura paterna que no es para su propia hija. Después de ver que la chica tiene chances para llegar a la final, mamá Marla (Agnieszka Grochowska) empieza a ceder y deja que Violet siga adelante con las diferentes etapas del certamen, un camino que la pondrá varias veces a prueba y medirá sus lealtades y ambiciones en cuanto a su futuro musical. Básicamente, la historia de Cenicienta, pero sin príncipes azules, ni madrastras y hermanastras malvadas a la vista. Ella canta sola, canta siempre sola “Alcanzando tu Sueño” no tiene muchos matices. Minghella pone todo su ímpetu en el estilo visual, que contrasta constantemente las luces y la frivolidad del escenario con el paisaje y la rutina rural de Wight, pero se olvida de sus personajes, su desarrollo y sus motivaciones, que en la mayoría de los casos terminan cayendo en todos los lugares conocidos. La estética que propone el realizador es lo más interesante de la película, además de una banda sonora cargada de hits femeninos, cortesía de No Doubt, Katy Perry, Annie Lennox, Ariana Grande y la mismísima voz de Fanning que nos mantiene alejados del letargo. Por lo demás, el camino de Violet, y sus ganas de escapar/triunfar, comienza de manera prometedora (a todos nos gusta ver vencedora a la chica ingenua y pueblerina), pero pronto echa mano de todos los clichés. Su timidez no le permite sociabilizar y la convierte en la “rara” del lugar frente a las chicas populares, aunque encuentra un poco de empatía y amistad gracias Luke (Archie Madekwe), un compañero de clase, y su banda, que le servirán de grupo de apoyo durante el concurso. Un pasito más hacia la fama La inexperiencia de Minghella se siente mucho más durante la segunda parte de la película. Al principio se disfruta el recorrido junto a la protagonista mientras conocemos y reconocemos sus pasiones, la relación con su mamá o su abúlica cotidianeidad en una ciudad que no tiene mucho para ofrecerle. Una vez que la competencia entra en juego, la trama cambia de color y nos entrega momentos más desprolijos y convencionales. La naturalidad de los personajes se torna más caricaturesca y la frescura de la historia se pierde en previsibilidad y escenas caprichosas. Por suerte, el magnetismo de Elle nunca se desvanece, y aunque algunos numeritos musicales aparecen un tanto forzados, Minghella cae bien parado cuando se trata de reflejar el carisma (musical) de su protagonista. Estos son los momentos más disfrutables del film que, a pesar de su escueta duración, se hace un tanto tedioso cuando no tiene mucho para ofrecer en materia narrativa.
AL INFINITO Y MÁS ALLÁ: High Life es ciencia ficción contemplativa De la mano de la directora francesa Claire Denis, Robert Pattinson se va al espacio para descubrir unas cuantas cuestiones sobre la naturaleza humana. La realizadora francesa Claire Denis (“Bella Tarea”) decidió que esta ópera espacial se convertiría en su primera película en inglés porque en su imaginario los astronautas nunca hablarían en su idioma natal. Tal vez en ruso o en chino pero, definitivamente, no con acento galo. Igual, y a pesar de esta licencia que decide tomarse, “High Life” (2018) tiene todas las pinceladas del cine europeo y hasta de la ciencia ficción comiquera venida del viejo continente -pensemos en “Los Náufragos del Tiempo” (Les Naufragés du temps), por ejemplo-, mucho más contemplativa y existencialista que la norteamericana, un poco más propensa a los efectismos. No estamos descalificando la una por debajo de la otra, pero está bueno aclararlo para los desprevenidos que caigan sólo en busca de aventuras intergalácticas. Como muchas de estas películas de bajo perfil, el estreno de “High Life” se hizo desear, pero finalmente llega a las salas locales para que podamos descubrir la particular visión de la realizadora y de su coguionista Jean-Pol Fargeau que, de paso, nos dejan disfrutar de otra muestra de la dotes actorales de Robert Pattinson, cada vez más alejado de sus papeles de ídolo young adult. Los realizadores deciden contar esta historia de forma no linear para que vayamos descubriendo qué pasó dentro de esta nave (marcada con el número 7) que, ahora, deambula por el espacio infinito. En el presente tenemos a Monte (Pattinson), un joven que intenta seguir la rutina de supervivencia mientras se encarga de cuidar a la pequeña Wilow. Un alma que lucha, más que nada, contra la soledad y sus propios instintos que poco tienen de paternales. Antes de convertirse en aventureros espaciales, Monte y sus compañeros de viaje eran jóvenes criminales cumpliendo sus condenas. Ante la posibilidad de la pena de muerte, deciden convertirse en conejillos de Indias y aceptar esta travesía hacia un agujero negro que puede esconder una fuente de energía ilimitada necesaria para la supervivencia del planeta Tierra. Dentro de la nave son sometidos a otros experimentos llevados a cabo por la doctora Dibs (Juliette Binoche), una mujer que carga con sus propios fantasmas, obsesionada por crear una vida perfecta a través de la inseminación artificial. Los métodos de la científica son bastante deshumanizantes y retorcidos, lo que provoca más de un conflicto entre los prisioneros/pasajeros de este viaje. Por su parte, Monte decide no participar y mantener un estricto celibato, algo que choca constantemente con los avances sexuales de Dibs, y sus anhelos de transformar al joven en el sujeto ideal para sus pruebas. En el espacio nadie te escuchará cantar Denis no tiene la necesidad de darnos todos los truculentos detalles del pasado de los protagonistas y cada una de las circunstancias que nos llevan a este presente. Es trabajo del espectador recolectar cada una de los indicios y reconstruir este relato tan hipnótico y atrayente como repulsivo, en ambos casos, siempre ligado a la naturaleza humana que, a pesar del paso del tiempo y los avances tecnológicos, no deja de estar arraigada a los impulsos más primitivos. La puesta en escena de Denis es menos llamativa y espectacular que la de muchas de sus compañeras de género (sobre todo venidas de Hollywood), pero dentro de su minimalismo y sordidez hay naturalidad, verosimilitud y cierta belleza, ya que la realizadora tomó buena nota del experto en agujeros negros Aurélien Barrau y la consultoría de la Agencia Espacial Europea con base en Colonia (Alemania), además de los diseños del artista Olafur Eliasson. Imposible no hacer paralelismos con “Interestelar” (Interstellar, 2024), pero las similitudes solo pasan por algunas cuestiones científicas, y no tanto por la moralidad de los personajes. “High Life” es de ese tipo de experiencias cinematográficas que hay que contemplar para sacar nuestras propias conclusiones. De entrada, requiere de nuestra atención y compromiso, tanto con la historia como con sus protagonistas. No es entretenimiento “liviano”, pero tampoco es inaccesible, ya que habla de nosotros como seres humanos. El espacio, la frontera final Pattinson se carga la película al hombro, aunque comparte con Binoche y las grandes intervenciones de André Benjamin y Mia Goth (“Suspiria”), entre otros. Monte es el motor de esta historia y, a pesar de su apatía superficial, emana una ternura pocas veces vista en este tipo de película fantástica, demostrando que la visión femenina detrás de la cámara, sí tiene influencia sobre el relato.
La glorificación de Ted Bundy Los asesinos seriales no dejan de estar 'a la moda'. Para hacerle la competencia a Charles Manson, Ted Bundy vuelve a la pantalla con todo su encanto y falta de culpas. Joseph Berlinger es un realizador afecto a los documentales criminales, casi siempre llamando la atención sobre temas de justicia social, ya sean en los Estados Unidos o en otras partes del mundo, con películas como “Paradise Lost: The Child Murders at Robin Hood Hills” (1996), “Crude” (2009) o “Whitey: United States of America v. James J. Bulger” (2014). Muchos están de acuerdo en destacar que el estilo de Berlinger allanó el camino para el ‘true crime’ tal cual lo conocemos, hoy gracias al éxito de “Making a Murderer”, entre otros proyectos. El mismo director probó las mieles del suceso de la gran N con “Conversations with a Killer: The Ted Bundy Tapes”, miniserie que se mete de lleno en la cabecita de uno de los asesinos seriales más nefastos que conoció el país del Norte, y uno de los criminales más notorios dentro de la cultura pop, gracias (o por culpa) de la intervención de la prensa. Nombres como los de Bundy, David Berkowitz -conocido como “El hijo de Sam”- y hasta Charles Manson marcaron un antes y un después en estos asuntos tan delicados y su relación con el inconsciente colectivo, mucho más interesado en el perpetrador y sus métodos que en las víctimas. Hay algo hipnótico en estos individuos que nos hace querer sumergirnos en cada uno de los pequeños y sangrientos detalles de sus fechorías (sí, nos pasa a todos), de ahí la popularidad de la que goza por estos días el ‘true crime’ televisivo, impulsado también por dramas como “Mindhunter”. De repente, Manson vuelve a estar en boca de todos debido a su aparición en la segunda temporada de la serie de Netflix y en “Había una Vez… en Hollywood” (Onve Upon a Time… in Hollywood, 2019) de Quentin Tarantino, pero Bundy no se quiere quedar atrás y aprovecha la moda para inundar las pantallas con su macabra historia. A su favor, tenemos que decir que “Ted Bundy: Durmiendo con el Asesino” (Extremely Wicked, Shockingly Evil and Vile, 2019) tuvo su premiere mundial en el Festival de Cine de Sundance en el mes de enero y luego pasó a la pantalla de la N roja sin escalas. Por esas cosas inexplicables de la distribución, no está disponible por nuestros pagos, en cambio, aprovecha el momento y llaga a las salas de cine locales para conquistarnos con sus desventuras un tanto ‘románticas’ y enfermizas. La película de Berlinger, al igual que su documental, hace foco en el asesino y, sobre todo, en la relación con Liz Kendall (Lily Collins), secretaria y madre soltera que conoció a Ted (Zac Efron) en 1969 y, casi hasta el final de sus días (y a pesar de sus sospechas), profesó la inocencia de este hombre encantador y carismático quien supo ser su pareja durante años. Claro que también era un sociópata engreído que terminó confesando treinta de sus horrendos crímenes, todos ellos femicidios. El director y el guionista Michael Werwie toman como punto de partida las memorias de Kendall, “The Phantom Prince: My Life with Ted Bundy”, tratando de que nos paremos desde el punto de vista de esta protagonista, algo que nunca funciona porque el acento y la glorificación siguen puestos en la figura de Bundy. Entendemos que este hombre era súper atrayente y comprador: en aquella época, nadie podía creer que alguien tan ‘apuesto’ sea capaz de perpetrar semejantes atrocidades. De ahí, las groupie que se aglomeraron a su alrededor durante el juicio, o las mujeres que se enamoraron de él e insistieron en su inocencia, entre ellas, su esposa Carole Ann Boone (Kaya Scodelario). Tan engreído y carismático, como psicópata Suena enfermizo y así lo plantea la película: las mujeres que aparecen delante de la cámara nunca están asustadas ante este ‘enemigo’, en cambio, parecen desesperadas por un poco atención y afecto. Con el correr de los años y las acusaciones, Liz decide acabar con la relación y ahí es donde su vida se empieza a descarrilar, incapaz de soltar esta conexión, seguir adelante con una nueva pareja (Haley Joel Osment) o dejar el consumo de alcohol, que empieza a hacer mella en su salud. Obviamente, podemos detenernos y tratar de analizar estas relaciones y el estado emocional de estas víctimas indirectas, pero a los realizadores no les interesa este enfoque. E cambio, sí los carismáticos momentos de Bundy, muy bien encarnado por Efron. Mientras tanto, Bundy salta de juicio en juicio, de estado en estado, y de escape en escape, supuestamente, con la intención de reunirse con su amada. Por suerte, Berlinger no tiene la necesidad de escarbar en todos os truculentos detalles de cada crimen -para eso está su documental-, pero tampoco se preocupa demasiado por las víctimas. Todo tiene que ver con su ‘rock star’, y cómo encandila a estas mujeres que vienen en eterna negación. Para ello, la historia va y viene en el tiempo de manera un tanto desordenada y poco atractiva narrativamente, sumando los momentos más destacados de la carrera criminal de Bundy, que nunca deja de estar al centro y al frente. Curioso, más si tenemos en cuenta el material de origen. El relato nunca logra la sensibilidad necesaria para con Liz, quien se queda en su casa sufriendo los efectos depresivos de la culpa, convirtiéndose en un personaje de adorno y sin peso verdadero, que nuca puede contrastarse con el hipnótico y destacado Ted Bundy.
Dora y la Ciudad Perdida es Indiana Jones con Girl Power La simpática nena de Nick Jr. creció, pero sigue al pie del cañón con sus extrañas aventuras y su espíritu extrovertido. Si bien, todos confiamos en la calidad de casi todos los proyectos de Nickelodeon, cualquier aproximación live action de sus series animadas no hace un poco de ruido. Así ocurrió con el anuncio de “Dora y la Ciudad Perdida” (Dora and the Lost City of Gold, 2019), aventura 100% familiar basada en “Dora, la Exploradora” (Dora the Explorer, 200-2014), la serie educativa e interactiva de Nick Jr., protagonizada por la intrépida pequeña y su simpático compañero, el mono Botas. La película de James Bobin, responsable de “Los Muppets” (The Muppets, 2011) y su secuela, pero también de la fallida “Alicia a Través del Espejo” (Alice Through the Looking Glass, 2016), nos mete de lleno en la jungla (peruana, brasileña, no estamos tan seguros porque todos los países latinoamericanos se parecen, pero debería ser peruana), donde Dora y sus reconocidos amigos, Mapa, Mochila y su primo Diego, no dejan de imaginar las odiseas más descabelladas. De entrada, el realizador deja bien en claro que esta historia está recargada de humor, autorreferencias y un poquito de parodia, ya que nunca se toma nada en serio (ni a sí misma) y es, ahí, donde reside gran parte de su éxito. A pesar de que la nena crece, Diego vuelve con sus padres a la ciudad, y ella sigue creciendo y criándose entre los peligros no tan peligrosos de la selva, la historia (y su joven protagonista) nunca pierde la ingenuidad… y la necesidad de romper la cuarta pared de vez en cuando, recordando aquella interacción que tenía con la audiencia. Así, el mundo de la Dora adolescente (Isabela Moner) se vuelve a reducir a Botas, mamá Elena (Eva Longoria) y papá Cole (Michael Peña), dos profesores que dedicaron su vida a la exploración y a la búsqueda de Parapata, una antigua ciudad inca que, según dicen, contiene el tesoro más grande de esta extinta civilización latinoamericana. Ahora, con 16 años, la jovencita debe viajar a la ciudad de Los Ángeles para reencontrarse con su primo (Jeff Wahlberg) y su familia, asistir a la escuela secundaria y socializar con otros chicos de su edad, mientras sus padres emprenden el último tramo de su travesía rumbo a este descubrimiento tan sensacional. Más perdida que Cady Heron, Dora intenta encajar sin perder su frescura y sus extraños rituales que avergüenzan a su primo, le ganan los odios de Sammy (Madeleine Madden) -la odiosa cerebrito de la clase-, y el afecto inmediato de Randy (Nicholas Coombe), un nerd con pocos amigos. Durante una excursión escolar al museo los cuatro deben hacer equipo y, mientras suman puntos para su trabajo práctico, son secuestrados por mercenarios que los llevan derechito de contrabando a Perú. Claro que los malos están detrás de Parapata, sus riquezas y el mapa de Dora, donde sigue minuciosamente movimientos de sus padres. Por suerte, Alejandro Gutiérrez (Eugenio Derbez), explorador y profesor de la Universidad de San Marcos, quien dice conocer a sus papás, decide rescatarlos y ayudarlos a volver a casa o, en el caso de Dora, reencontrarse con sus seres queridos, desaparecidos desde hace varios días. Acá comienza la verdadera aventura, cuando la chica y sus compañeros de travesía deben trabajar en equipo para sortear todos los obstáculos que presenta la jungla, y a los villanos que les pisan los talones, incluyendo a Swiper (voz de Benicio del Toro), un zorro ladrón y escurridizo que no representa, específicamente, a los de sus especie. Una familia muy particular “Dora y la Ciudad Perdida” no intenta ser realista, ni súper original desde su argumento. En cambio, utiliza todos los lugares comunes y clichés del género aventurero y sus más grandes representantes como Indiana Jones (y sus clones), para romper todas las reglas a la manera irreverente (y un poco bizarra) de Nickelodeon. El resultado es una historia entretenida y disparatada que apunta a los más chicos -su función didáctica no pasa de moda-, pero también incluye la complicidad de los grandes. El hecho de que la protagonista sea un poco más grande ayuda a la credibilidad de la trama, porque no nos imaginamos a nenes de jardín paseándose por la selva amazónica. Claro que tampoco existen las ciudades encantadas y los zorros con antifaz, pero dentro del universo creado por Bobin y los guionistas Nicholas Stoller y Matthew Robinson, la locura se sostiene, más cuando los muchachos deciden ponerse alucinógenos y escatológicos, sin ninguna restricción. Pero lo mejor de “Dora y la Ciudad Perdida” es la inclusión, cortesía de un elenco de ascendencia latina y la representación de su cultura, sin necesidad de caer en estereotipos o burlas. Por momentos, es un poco caricaturesca, pero los mismos personajes son los que abrazan esta idiosincrasia con la que cualquiera puede relacionarse. De paso, suma algunas cuestiones sobre la adolescencia y el madurar, aunque sin necesidad de perder la esencia y las costumbres. Todo a su favor para disfrutar con los más chicos, en parte, gracias al entusiasmo y la autenticidad de su joven protagonista.
La Música de Mi Vida es un adorable tributo a Springsteen Las canciones Bruce Springsteen son el detonante par que un adolescente de Luton intente encontrar sus pasiones y su lugar en el mundo. Gurinder Chadha ya había explorado los conflictos culturales y familiares de una adolescente sij en “Jugando con el Destino” (Bend It Like Beckham, 2002). Ahora, la realizadora keniana nos transporta a mediados/finales de la década del ochenta, cuando las políticas de privatización (o las políticas, en general) de Margaret Thatcher desataron varios quilombos económicos que afectaron a los sectores más vulnerables de la población británica. La falta de trabajo, el creciente racismo y las problemáticas sociales son el contexto de esta comedia dramática que tiene muchos puntos en común con otras grandes historias del Reino Unido como “Tocando el Viento” (Brassed Off, 1996), “Billy Elliot” (2000), “Todo o Nada” (The Full Monty, 1997) y hasta “Sing Street” (2016), donde la música también es una vía de escape para el protagonista. En el caso de “La Música de mi Vida” (Blinded by the Light, 2019) tampoco hay que dejar de lado la identidad, un tema muy arraigado al cine de Chadha y a los inmigrantes que crecieron en suelo británico y se aferraron a sus costumbres, siempre tratando de buscar un mejor futuro para sus hijos. La realizadora no tuvo que ir muy lejos para encontrar inspiración ya que este relato está basado en la verdadera figura del periodista Sarfraz Manzoor y su amor por las canciones de Bruce Springsteen reflejado en sus memorias -“Greetings from Bury Park: Race, Religion and Rock N’ Roll”-, hilo conductor para esta historia que va más allá de un jovencito y sus ídolos. Manzoor, Chadha y Paul Mayeda Berges son los guionistas de esta dramedia que nos lleva hasta el apacible pueblito de Luton, bastante alejado de Londres, donde rara vez ocurre algo. Allí es donde la familia Khan y otros pakistaníes decidieron echar raíces y criar a sus hijos manteniendo cada una de sus tradiciones. En el centro de esta familia musulmana está Javed (Viveik Kalra), único hijo varón de Malik y Noor, dos trabajadores incansables. Estamos en 1987, la música electrónica hace estragos y Javed no deja de sentirse fuera de lugar, ya sea dentro de su propio hogar o en la escuela, donde no hay demasiados estudiantes de origen asiático. Al adolescente le gusta la música contemporánea, escribir poesía y canciones para la banda de su amigo y vecino de la infancia, Matt (Dean-Charles Chapman), una forma de expresar con rimas cada uno de sus sentimientos de alienación, demasiado depresivos para el pop/rock actual. Su vida da un giro inesperado cuando Roops (Aaron Phagura), de origen sij, lo introduce en el mundo musical de “El Jefe”, lo que provoca una conexión directa e inmediata con cada una de las alusiones sociales, económicas, políticas y personales que Bruce Springsteen plantea desde sus canciones, más que nada, sobre sus humildes comienzos en su Asbury Park (Nueva Jersey) natal, proveniente de una familia de la clase trabajadora. Es amor a primera vista (o escuchada) para Javed, quien convierte al cantautor norteamericano es su más grande pasión y obsesión. Mientras tanto, su profesora de literatura, la señora Clay (Hayley Atwell), lo alienta a pulir su material y poner en claro sus ideas sobre el papel, al mismo tiempo que empieza a entablar una relación más cercana con Eliza (Nell Williams), una joven activista de su clase. Todo esto, a escondidas de su severo padre que no aprueba ninguno de sus gustos, sus amistades, ni sus sueños de convertirse en escritor, un trabajo sin futuro cuando se trata de los Khan. El desempleo pronto golpea a la familia, y los planes de Javed se empiezan a desmoronar creando más tensión con su progenitor, siempre con la idea fija de escapar hacia esa “tierra prometida” que tanto predica el amigo Bruce. No tengan ídolos, ¿o sí? “La Música de Mi Vida” sigue una formula simple, pero efectiva, mezclando los elementos de una ‘coming of age’, con cuestiones más profundas como el desarraigo, el racismo, la pertenencia y la búsqueda de identidad para este adolescente que se pierde entre los confines de su pequeña ciudad. Como muchas de estas películas, es un viaje de descubrimiento que nos ayuda a empatizar con el otro y entender sus circunstancias. En el medio, Chadha y compañía nos entregan un repertorio musical plagado de hits, cortesía de “The Boss”, que sirven para ilustrar lo que pasa por la mente de este confuso protagonista. Lástima que la traducción local no se molesta en sumar estas líneas, un aporte fundamental que deja afuera al que no conoce las canciones o no sabe el idioma para traducirlas en su cabeza. Chadha habla de la importancia de los sueños, pero no se pierde en ideales (ni británicos, ni norteamericanos, ni siquiera pakistaníes). Cae en algunos lugares comunes y extiende demasiado algunos momentos superfluos de la narración, pero sabe cómo acercarse al público con una historia sencilla que habla desde el corazón para los más jovencitos que persiguen sus anhelos, y para aquellos más grandes que creen que los perdieron al crecer.
La Viuda es un thriller sin sorpresas ¿y humor? Neil Jordan vuelve a la pantalla grande con un thriller psicológico de esos que le calzan como anillo al dedo, pero esta vez se pierde en excesos y lugares comunes. Después de “Mona Lisa” (1986), “El Juego de las Lágrimas” (The Crying Game, 1992) y hasta “Entrevista con el Vampiro” (Interview with the Vampire, 1994), la carrera de Neil Jordan lucía más que prometedora, pero se fue diluyendo entre fracasos de taquilla, películas que pasaron desapercibidas y series televisivas como “Los Borgia” (The Borgias, 2011-2013). “La Viuda” (Greta, 2019) es su regreso al thriller psicológico con todas las letras, pero en el conjunto de lugares comunes y una historia demasiado trillada, se le notan estos años de ‘alejamiento’. Jordan y Ray Wright (“Caso 39”) son los responsables de este guión hecho, más que nada, para el lucimiento de sus dos protagonistas: Isabelle Huppert y Chloë Grace Moretz, sin dudas, lo más disfrutable de esta historia con muchas reminiscencias al género en sus versiones de los años ochenta y principios de los noventa, más que nada, cuando pensamos en antagonistas perturbados y obsesionados como los de “Atracción Fatal” (Fatal Attraction, 1987) y “Mujer Soltera Busca” (Single White Female, 1992), que no dejan muy bien paradas a las mujeres. Ok, ya les dimos una pista de por dónde viene este argumento centrado en Frances McCullen (Moretz), jovencita que trabaja como mesera, mientras comparte el coqueto departamento de su amiga Erica Penn (Maika Monroe), en Manhattan, y trata de recuperarse del reciente fallecimiento de su mamá, evitando contactarse con su padre (Colm Feore), quien pudo seguir adelante con su vida. Volviendo a casa en el subterráneo, la chica encuentra una cartera en apariencia olvidada. Obviamente, jamás escuchó eso de que hay que alejarse de cualquier cosa sospechosa y, en cambio, decide no dejarla en objetos perdidos y llevarla a su hogar para poder devolvérsela sana y salva a su legitima dueña. Adentro encuentra el nombre y la dirección de Greta Hideg (Huppert) y hacia allí se dirige para ser coronada una buena samaritana. Agradecida por el gesto, la mujer la invita a tomar una tacita de té y a contarle un poco sobre la historia de su vida. Greta nació y se crió en Francia, donde ahora estudia su hija, es profesora de piano, viuda, y claro, anda arrastrando su síndrome de nido vacío. Así es como se conectan estas dos protagonistas: una hija que extraña a su madre y viceversa. A simple vista, una relación bastante extraña, pero normal, aunque esto no le gusta nada a su amiga. Frances y Greta empiezan a pasar bastante tiempo juntas, hasta que la jovencita descubre que no fue la primera en encontrar la cartera perdida de Hideg. A pesar de que la chica intenta cortar todo contacto de raíz, la señora resulta ser un tanto persistente, y bajo sus constantes llamados y encuentros no tan fortuitos, esconde intenciones bastante macabras. Un giro poco original y para nada inesperado porque, ¿a quién en su sano juicio se le ocurre hacerse amiga de una solitaria mujer mayor con acento extranjero? A Hit-Girl no le pasan estas cosas Chistes aparte, “La Viuda” termina siendo una acumulación de clichés y momentos predecibles de esos que se ven venir a varias cuadras de distancia. La dupla protagonista hace su mejor esfuerzo con el material que le toca pero, así y todo, no podemos excusar ciertos momentos casi hilarantes y poco verosímiles en pleno siglo XXI. Las exageraciones de Huppert son legendarias, y el personaje de Stephen Rea (un detective privado) resulta casi un insulto para la inteligencia del espectador, que debe creer que la astucia y la habilidad de Hideg pueden sobrepasar a la policía que, por cierto, acá está bastante pintada. ¿Por qué nunca se puede confiar en los agentes de la ley? Festejamos que Hollywood le dé oportunidad de brillar a una actriz como Huppert que siempre se corre de los típicos papeles para ‘mujeres de cierta edad’. La interacción con Moretz tiene grandes momentos, pero la joven actriz sale mejor parada, más que nada, porque su personaje es más creíble y está mucho mejor desarrollado. Jordan logra atraparnos con algunos de sus juegos y escenas cargadas de tensión, las cuales se disipan rápidamente cuando podemos proveer sus intenciones. En resumen, “La Viuda” es un thriller demasiado convencional, que podría salir bien parado si su argumento no cayera en tantos facilismos, excesos y tropos desgastados. La fórmula pudo haber funcionado en otros tiempos, pero a pesar de la ‘modernidad’ de ciertos aspectos del relato y una historia casi en su totalidad femenina, la estructura y sus giros no se sostienen porque ya fueron utilizados hasta el hartazgo.