Dirigida y escrita por Dominga Sotomayor, "Tarde para morir joven" es un retrato sobre la juventud que se sucede durante un verano de 1990 en Chile, justo después de la Dictadura. Sofía, Lucas y Clara, dos adolescentes y una niña, viven junto a sus familias en una comunidad aislada a los pies de los Andes, alejados de la urbanidad y construyendo su propio mundo. Para algunos también es una especie de momento transitorio, “estoy feliz de estar acá pero también estoy feliz de irme”. Mientras esperan y preparan todo para la celebración de Año Nuevo, Sofía espera la llegada de su madre para poder irse con ella mientras vive con su padre que se separaron hace poco. En el medio, sucede la adolescencia, con ese tumulto de sensaciones e inquietudes. Sotomayor retrata estas juventudes a través de una fotografía cálida y con una música que funciona además a nivel narrativo. La música es importante para estas personas, a la larga estamos ante una comunidad artística, para quien quiere cantar en Año Nuevo, para Lucas y su bandita, o para Sofía que quiere irse a vivir con su madre que es cantante. En "Tarde para morir joven" estos personajes parecen vivir como en una especie de vacaciones permanentes. Momentos de ocio al aire libre, cigarrillos, salidas nocturnas, bailes, amoríos en los que escabullirse. Si bien Sotomayor decide enfocarse en estos jóvenes (y quizás por eso los personajes adultos queden algo desdibujados), Sofía es el personaje que mayor y mejor desarrollo tiene, y a eso se le suma la interpretación cautivante de Demian Hernández. Después está Lucas, a quien Sofía le gusta pero nunca se atreve a ir más allá. Y Clara, la niña a la que pierde el perro y recuperarlo sea tal vez aún más doloroso, aunque no para ella. Hay también una sensación de melancolía durante todo el relato y a la larga quedarán expuestas muchas decepciones. Quizás porque la vida nunca puede ser todo el tiempo como unas vacaciones de verano, y el idilio en algún momento se rompe, o uno crece y de a poquito se va resquebrajando. "Tarde para morir joven" es una película sencilla y hermosa que a través de pequeñas cosas y momentos logra retratar una historia de las llamadas "coming of age" (de maduración) de una manera muy sensorial. Como dato de color, con esta película Sotomayor se convirtió en la primera mujer en ganar el Leopardo a la Mejor Dirección en el Festival de Locarno.
Julián Giulianelli escribe y dirige esta historia chiquita sobre un verano que será igual al resto, en el que dos personajes se encuentran de un modo inesperado. Rodrigo (Guillermo Pfening) tiene a su cargo un conjunto de cabañas que se alquilan con fines turísticos en las Sierras de Córdoba. Cabañas que en realidad le pertenecen a su padre pero él las trabaja. Poco antes de que se acerque la temporada, Rodrigo tiene que asegurarse de que se arreglen y se pinten, de que estén presentables y listas para recibir clientes. Mientras maneja su auto, solo, en medio de la ruta, distraído probablemente por la relación rara que tiene con su novia (una lugareña que trabaja en un bar), atropella a un joven recién llegado de Buenos Aires, Juan (Juan Ciancio). En realidad el incidente es menor y no deja secuelas pero sí les permite a ellos dos conocerse. Si bien el muchacho no deja en claro qué está haciendo ahí (por qué llegaría de Buenos Aires sin alguna razón importante ni conocer a nadie del lugar), lo cierto es que Juan busca un trabajo y Rodrigo ve la oportunidad que necesitaba para poner en condiciones sus cabañas. Este segundo largometraje de Giulianelli, luego de Puentes, es una película chiquita y con la trama sucede lo mismo. El director y guionista retrata a estos dos personajes interactuando entre sí, pero también con su alrededor. Rodrigo tiene una novia pero la relación no parece ir del todo bien y él termina prefiriendo ahogar sus penas en alcohol, lo que luego lo hace reaccionar de maneras poco agradables. Juan es adolescente y cuando ve a una linda muchacha llegar para hospedarse junto a su familia la busca hasta que de a poco se permiten ir conociéndose. En el medio, la relación entre Rodrigo y Juan se va afianzando entre cervezas, guitarreadas y el trabajo con las remodelaciones. Hasta que cerca del final sucede algo que lleva al espectador a indagar un poco más en ciertos indicios y se podrá entender un poco mejor ciertas motivaciones.
Benjamín Naishtat escribe y dirige Rojo, un drama con dosis de suspenso protagonizado por Darío Grandinetti y situado en el interior del país durante la década del 70. En alguna provincia de Argentina que no necesita tener nombre, poco antes de que se suceda el golpe militar del ’76, vive Claudio (Grandinetti), un abogado al que le va bastante bien y tiene una linda familia. Una noche que no podría haber tenido mucho más de especial, su mujer llega tarde a cenar y él tiene un fuerte e incómodo encuentro con un desconocido (descomunal Diego Cremonesi) que lo insulta por estar sentado ocupando una mesa solo cuando él podría estar ordenando y comiendo. Ese altercado en algún momento parece quedar ahí. Pero nada queda ahí nomás, nada se olvida fácilmente. El desconocido se siente humillado y menospreciado por los aires del abogado y lo que sucede esa noche -que si bien se ve al comienzo de la película no conviene adelantar-, lo volverá a encontrar a Claudio tres meses después, tres meses en los que su vida siguió como si nada, como si nada hubiese pasado esa noche y como si nada le estuviese pasando al país. A Claudio un amigo de la pareja le propone un negocio con una casa abandonada, que ya no es de nadie. La mujer de este amigo un día estalla en llanto y gritos en medio de una fiesta; Claudio sigue. Hay una subtrama que tiene como protagonista a la hija de Claudio en medio de los ensayos para una obra teatral. Es acá donde quizás el film hace un poco de agua y le cede demasiado tiempo a algo que no parece estar mucho más que para intensificar ciertas nociones. Rojo es más accesible que la película previa de Naishtat, El movimiento, no tan experimental pero igualmente potente e intrigante, construida con cierta paciencia porque “el que se apura, pierde”. De hecho uno nunca sabe qué va a pasar y no puede dejar de mirar, de ver qué es lo que pasa con todo eso. Alfredo Castro aparece ya más entrado el film, con un personaje que parece salido de otra cinta, un famoso detective chileno que puede resolver cada caso que se cruza en su camino y en su camino se cruza Claudio. Es que más allá del suspenso y la tensión que se genera durante todo el relato, hay algunos momentos de humor que de todos modos siempre resultan incómodos, lo que termina de imprimirle el tono inquietante a la película. Rojo está llena de metáforas pero no subrayadas. Es una película construida con mucho cuidado, con imágenes a primera vista simples (como aquella con la que comienza: ese plano fijo y silencioso a la puerta de una casa donde entra y sale gente llevando objetos) pero que en su contexto dicen y retratan mucho más. Hay un muy buen trabajo en la fotografía de Pedro Sotero, donde predomina el rojo, un rojo que se va tornando cada vez más intenso. También juega bastante con el zoom, al mejor estilo del cine de esa década. Darío Grandinetti interpreta a Claudio dotándolo de una ambigüedad que se va desarrollando mejor a medida que se sucede el relato. Así, por momentos creemos conocerlo y podemos empatizar, pero luego ya no estamos tan seguros y no sabemos tampoco qué esperar de él.
Lo nuevo del director alemán Christian Petzold ("Barbara", "Phoenix") es una adaptación de la novela de Anna Seghers. Georg (Franz Rogowski) es abordado por un amigo para que entregue una carta a un escritor pero cuando va a hacerlo descubre que él está muerto. Todo esto sucede en una Francia que empieza a ser ocupada por los nazis y los judíos buscan poder escaparse de eso. Al leer lo que el escritor deja, entre otras cosas los papeles listos para poder irse a México, se hace pasar por él. En el medio, en esa espera en tránsito, se suceden diferentes historias de las que a veces es testigo y a veces protagonista, aunque sea secundario. Así, una intrigante mujer (Paula Beer, a quien se la vio hace no mucho en "Frantz" de Ozon) que deambula por las calles de Marsella y el consulado buscando a alguien, y un niño con una madre sorda que conecta inmediatamente con él son algunas de las cosas con las que él puede elegir quedarse, o abandonar. ¿Quién olvida primero, el abandonado o el que abandona?, se preguntan sus protagonistas aunque la respuesta siempre parece ser clara. En esta historia situada en un fuerte contexto político, Petzold opta por una narración de personajes. Así, más cerca del final sobre todo se tiñe de un tono más romántico. Así como el protagonista muchas veces es oyente de otras historias, el film cuenta con una narración en off de otro testigo, un personaje invisible que no se revela en un principio y que observa y, sobre todo, escucha (y a veces quizás subraya aquello que ya estamos viendo). Y sigue así la historia de este Georg en tránsito, en espera, en esa nada en medio de esa especie de limbo, como esperando entrar al Infierno, sin darse cuenta de que, quizás como el personaje del escritor al que personifica el protagonista, ya está ahí. Esas varias historias entre cafés, hoteles y las calles de Marsella que se van desplegando como hilos a lo largo del relato, algunas más chiquitas que otras, tienen su desarrollo y por lo tanto final (que no quiere decir que se solucionen). No quedan dibujadas sólo para añadir un poco más de color al relato. Petzold entrega un film que más allá de su fuerte contenido histórico y político se caracteriza por un tono más personal y melancólico, por momentos rozando el drama romántico. Un melodrama con constantes vueltas que sorprenden sin necesidad de sentirse forzadas, y rodadas con clasicismo. Un disfrutable viaje sentimental, duro pero necesario.
El primer largometraje de Fritz Böhm, Criaturas salvajes, es un drama con tintes sobrenaturales escrito junto a Florian Eder y protagonizado por Bel Powley. Anna (Bel Powley) es una niña que vivió toda su vida encerrada bajo el cuidado de su padre (Brad Dourif) quien le afirma que el mundo se está acabando y que ella es la única niña sobreviviente. A través de la ventana puede ver una imagen recortada del bosque que, en conjunto a las cosas que le cuenta su padre, le hacen temer al afuera y a la presencia de un supuesto monstruo. Hasta que un día este hombre no puede más consigo mismo ni con ella y la deja sola hasta que es encontrada en esa situación. La primera, y más interesante, parte de la película se enfoca en la salida al mundo exterior, al mundo real, por parte de quien no sabía siquiera de su existencia, algo parecido a lo que sucede con el personaje de Jacob Tremblay en La habitación. Una sheriff, Ellen (Liv Tyler), le cede momentáneamente un espacio en su casa y le enseña de qué va todo aquello que sería normal para cualquier chica de su edad: una adolescente a la cual se le empiezan a despertar cosas internas. Lamentablemente a medida que el film avanza va perdiendo interés y empieza a presentar inverosimilitudes varias, como muchas que tienen que ver con el hecho de que Anna nunca conoció nada ni nadie del mundo exterior fuera de su padre y no se aprecia el necesario nivel de asombro y sorpresa que generaría una salida así. De hecho, más allá de que sólo se puede quedar con la policía momentáneamente, imaginamos que por unas semanas (hasta que llegue una prueba de ADN), se ve introducida de repente al mundo de los otros adolescentes del pueblo y la reinserción no resulta demasiado problemática (por ejemplo, sin razones la invitan a una fiesta). Por otro lado, cuando el film empieza a dejar de lado el drama familiar y se introduce en el terreno que realmente le interesa pierde mucha fuerza de la mano de una historia que se va tornando cada vez más ridícula aunque predecible. Un cambio brusco que se puede notar incluso en la estética. Aunque se la siente desaprovechada, Bel Powley (Diario de una chica adolescente) logra salir airosa con su interpretación, a la cual su rostro aniñado de ojos grandes ayuda, y Brad Dourif (más conocido por su voz gracias a haber sido siempre el muñeco Chucky) también se destaca en sus momentos, especialmente en la primera parte, como ese padre extraño. El resto resultan anodinos, incluso Liv Tyler, quien además es productora ejecutiva de la película.
Dirigida por los hermanos Diego y Pablo Levy (Novias – Madrinas – 15 años) y escrita junto a Ignacio Sánchez Mestre, All Inclusive es una comedia romántica protagonizada por Julieta Zylberberg y Alan Sabbagh. Pablo y Lucía son una pareja que convive desde hace varios años aunque no estén casados ni tengan hijos. Él, arquitecto, y ella, modelo publicitaria, llevan una vida cómoda que empieza a verse sacudida cuando la mejor amiga de ella queda embarazada y Lucía se da cuenta de que también quiere dar ese paso. Pablo todavía no y se encuentra a punto de cerrar un buen negocio por lo que un acto de impulsividad lo lleva a contratar unos días en un All Inclusive en Brasil y así distraer un poco a su mujer del deseo de ser madre. Sin embargo hay cosas con las que Pablo no contaba. Primero y principal, que un día antes se queda sin trabajo. Y segundo, que allí contarían con la presencia de Gilberto, un brasilero insoportable que es todo lo que él no. Alan Sabbagh da vida a un Pablo poco tolerante, con una intolerancia que lo hace perder el trabajo y que podría hacerle perder a la mujer que ama. Zylberberg es una encantadora muchacha, divertida y con buena onda. Gilberto es interpretado por la peor faceta de Mike Amigorena (aunque a la larga le juegue a favor en esta película), con un personaje que se parece mucho al de Hank Azaria en Mi novia Polly. Es lo que Pablo no es. Tiene mil talentos y los demostrará todos en unos pocos días, y tiene un buen cuerpo en el que nunca deja de trabajar. Además está la pareja que compartirá la estadía con ellos, dos mujeres (Marina Bellati y Mariana Chaud) que se encuentran celebrando su luna de miel. Con ellas, Lucía se sentirá más cómoda pero luego habrá algunas sorpresas más. En medio de todo esto Pablo no puede disfrutar del paraíso que tiene ante él, sobre todo actuando para que su mujer no se entere de que se acaba de quedar sin trabajo. Le es imposible relajarse y se convierte en un manojo de nervios que lo hace chocar cada vez más seguido con Lucía. All Inclusive tiene mil y un elementos que se van presentando uno tras y otro y ponen a prueba el vínculo entre Pablo y Lucía. Una pareja que para darse cuenta de si realmente quieren estar juntos tienen que pasar y superar todo esto. Claro que como toda comedia romántica acá contada con un humor que no suele tener la vida real, con enredos a veces absurdos y exagerados, unos más efectivos que otros.
Dirigida por Aleksey German Jr. y escrita junto a Yulia Tupikina, Dovlatov repasa seis días en la vida del escritor Sergei Dovlatov, durante los cuales intenta ser publicado en la Rusia Soviética de los ‘7o. Dovlatov es un periodista y escritor de origen judío que se pasa la vida buscando ser publicado. La película de Aleksey German Jr. retrata al autor de La maleta durante seis días de 1971 en los que el escritor deambula intentando que publiquen sus textos para poder entrar al Sindicato de Escritores y sólo recibe rechazo o propuestas de notas intrascendentes. El director filma mayormente a través de largos y virtuosos planos secuencias que se pasean entre la galería de personajes que van a ir acompañando al protagonista en su recorrido, como su amigo escritor Brodsky (quien ganaría el premio Nobel años después), su hija pequeña o su ex mujer. Hay entonces un gran uso del espacio, especialmente de aquellos cerrados. Son destacables el diseño de producción de parte de Elena Okopnaya y la fotografía de Lukasz Zal. Durante dos horas se van pasando estos seis días, como un mal sueño que nunca se termina para Dovlatov, quien acaba de volver a casa de su madre tras separarse y tiene constantes pesadillas. Seis días apenas anteriores a que el escritor termine emigrando, que pretenden retratar una cotidianidad, entre anécdotas, rechazos y la búsqueda de una muñeca grande que quiere su hija. El relato se construye con escenas algunas más efectivas que otras a nivel narrativo y con cierta sensación de repetición en algún momento. “La literatura no puede ser optimista o pesimista. Está ahí o no está”, es una de las reflexiones a las que se llegará entre tertulias. Quizás por eso el film apuesta a un tono amable más allá del contexto y de la introducción de algunos momentos de fuerte carga dramática. De todos modos no consigue transmitir ese tono irónico que caracteriza al escritor. Milan Maric lo interpreta de manera sutil, con su rostro aniñado que le aporta picardía y calidez al personaje. Por otro lado, más allá de estar enfocado en un escritor, la película no bucea demasiado en el trabajo literario de su protagonista quien siempre está escribiendo una novela que no está escribiendo. Esto impide un mayor acercamiento a Dovlatov como artista, a través de su letra.
Escrita y dirigida por María Alché, “Familia sumergida” es una ópera prima que bucea en lo que le pasa a una mujer cuando sufre una pérdida cercana, la de su hermana, cómo le va despertando algo que le pasaba pero estaba dentro y al mismo tiempo la hace reencontrarse cara a cara con fantasmas del pasado. Marcela (Mercedes Morán) está casada y tiene tres hijos. Los cinco conviven en una casa pequeña, donde se amontonan cosas y personas. Sus hijos tienen problemas sentimentales, de espacio o estudiantiles. Su marido se muestra amable y atento… pero se va de viaje por trabajo justo cuando Marcela pierde a su hermana, aun después de que ella le diga, “Cuento con vos en la vida”. Durante este verano Marcela empieza a vaciar la casa de su hermana y al mismo tiempo conoce y se conecta con un amigo de su hija, Nacho (Esteban Bigliardi). Él también se encuentra en un momento crucial de su vida: había preparado, es decir dejado, todo para irse a vivir al exterior de la mano de una propuesta que se cayó a último momento. De repente los dos se encuentran compartiendo momentos de una intimidad palpable, como el revisar entre fotos viejas de la familia de ella, o visitar parientes de él que viven alejados de la urbanidad. La insatisfacción de la que empieza a hacerse consciente Marcela no pasa por una simple crisis de matrimonio o de edad, su crisis emocional es mucho más introspectiva. Todo esto está narrado visualmente a través de escenas con luces naturales que intensifican un clima casi onírico, en un relato donde los fantasmas se van colando en medio de ensoñaciones confusas. Acá, Alché remite al cine extrañado de Lucrecia Martel (Alché fue la protagonista de “La Niña Santa”) pero también a lo pesadillezco del cine de David Lynch. La fotografía es de Hélène Louvart, de extensa experiencia y que ha trabajado con directores como Win Wenders, Alice Rohrwacher y Claire Denis, entre tantos otros. La música, que es de Luciano Azzigotti, termina de generar esos climas de extrañeza aunque por momentos se siente algo invasiva y, sí, descolocada. “Familia sumergida” es el retrato de esta crisis emocional y bastante introspectiva –la película se corre de muchos terrenos esperados para este tipo de historias: una mujer que en medio de su crisis comienza a relacionarse con un muchacho mucho más joven; no es esta la película-. Marcela es una mujer y madre que intenta seguir su vida pero se rompe el lavarropas, se rompe un caño, y ella estalla en llanto mientras ayuda a su hijo a estudiar. Y mientras tanto, esos fantasmas del pasado que acechan. Algunos corpóreos –como el medio hermano al que ella no siente parte de su familia y una reunión impostada- y otros que se cuelan en medio de la realidad en la que navega y se siente perdida. Este primer largometraje de María Alché la sitúa como una realizadora a seguir, acá develando un universo complejo y perturbador y al mismo tiempo sumamente atractivo.
El director de “Pendeja, payasa y gorda” y “Recetas para microondas”, Matías Szulanski regresa con otra propuesta arriesgada y diferente a lo que se suele ver por estos pagos. Con “En peligro”, escrita por Damián Leibovich, Szulanski vuelve a apostar al trash pero esta vez con mayor prolijidad que en “Pendeja…”, que parecía ir siempre a mil. “En peligro” empieza y termina con el cine como escenario. Allí convergen dos personajes. Primero conocemos a una joven que se desplaza en muletas. Ya en la calle tiene una situación incómoda con una ex pareja (o conquista) pero al llegar a su casa se encuentra con otra peor. Sin dar muchos detalles, esto la lleva a hacer la denuncia con un policía que no parece tener muchas ganas de vivir y de trabajar. A partir de allí, las líneas argumentales seguirán por caminos separados pero muy cercanos. Nai Awada es la protagonista que irá pasando por diferentes e impredecibles situaciones, un personaje que parece estar constantemente en peligro. La joven actriz está muy bien a la hora de ponerle el cuerpo a Carla, y también en esa sutileza y ambigüedad que presenta su personaje durante el metraje. La acompaña Alberto Suárez como el detective práctico y simple, que no le da demasiadas vueltas a las cosas. El problema principal quizás radica en que “En peligro” parece más bien un conjunto de escenas atractivas y bien filmadas pero sin un hilo conductor claro y verosímil. Los personajes se cruzan, van a lugares, hacen cosas (para no contar demasiado), y todo parecería ser que porque sí. Hay un claro homenaje a un tipo de cine, más bien setentoso, donde la violencia y la estética prima por sobre la historia. Es una película con un atractivo envase, con un atractivo uso de la banda sonora también, pero las escenas parecen más bien ser excusas para desplegar todo esto que le interesa al director, sin un eje claro y bien construido. Szulanski es un director que sabe filmar y sabe lo que quiere mostrar y cómo. Pero mientras al menos “Pendeja, payasa y gorda” tenía un hilo narrativo claro y conciso, más allá del despelote –en el mejor de los sentidos- que sucedía alrededor de él, acá todo parece trivial y las constantes vueltas de tuerca no terminan de convencer. Interesante y audaz, más allá de un guion desparejo, “En peligro” no deja de ser una propuesta llamativa para el espectador ávido de un cine que se corra de los lugares más transitados.
Después de consagrarse con Gilda, no me arrepiento de este amor, Lorena Muñoz vuelve a apostar a una biopic sobre un artista musical nacional de trágica y temprana muerte: Rodrigo “El Potro” Bueno. “El Potro” fue un fenómeno. Rodrigo, un músico que hacía cuarteto -género de origen cordobés asociado a las bailantas-, de repente se encontraba llenando trece Luna Park. Ya los boliches le quedaban chicos. Pero cuando estaba ahí arriba, en la cumbre, un accidente de tránsito le quitó la vida. Probablemente muchos recordemos aquel 24 de junio del 2000 y la imagen de la camioneta blanca. Escrita nuevamente por la directora Lorena Muñoz junto a Tamara Viñes, El Potro, lo mejor del amor narra la historia de este muchacho desde sus comienzos: un chico humilde que se hizo de abajo, que pasó de ensayar en su cuarto a algunas presentaciones televisivas y boliches hasta irse a Buenos Aires y convertirse en el fenómeno que conocimos. El guion plantea varios aspectos de su vida en su primera parte y así deambula entre la relación con sus padres, con las mujeres y con el trabajo, a veces sin poder él lograr un balance necesario entre cada uno de ellos. Pero si bien se exponen muchas cosas, no todas terminan desarrolladas con el mismo éxito. Quizás porque el enfoque principal está en los primeros años y no tanto en aquella parte que todos conocemos o de la cual nos acordamos bastante. No obstante se siente que se podría haber desarrollado un poco más, por ejemplo, cómo es que Rodrigo llega al Luna Park, más allá de que es cierto que uno va siendo testigo, presentación a presentación, de un fenómeno que crece, pero ese último salto se siente bastante grande. A la larga, El Potro, lo mejor del amor se termina pareciendo mucho a casi cualquier biopic sobre un músico que además de empezar de abajo y lograr alcanzar la cima tiene que luchar constantemente con sus demonios. Y, al contrario que en Gilda, no me arrepiento de este amor, se quieren abarcar demasiadas aristas. Así se “lo ve” consumiendo drogas, teniendo sexo de manera desenfrenada pero también siendo protagonista de situaciones violentas que no siempre terminan de explotar -como una referida al personaje de Marixa que interpreta Jimena Barón-. En El Potro, lo mejor del amor suceden cosas todo el tiempo en esas dos horas de duración y mientras algunas quedan casi en el tintero, en otras se bucea tanto que por momentos se despega demasiado del personaje principal -como sucede con la Patricia de Malena Sánchez, quien de todos modos está muy bien en su papel-. Los mejores momentos se desarrollan con las relaciones paternales. Primero con el personaje de Daniel Aráoz, que interpreta a su padre y es quien lo ayuda a empezar, y más adelante con el de “El Oso”, el representante que lleva adelante Fernán Mirás, tal vez la interpretación más destacada del film, con un último plano suyo simple y conmovedor. A nivel musical el hasta ahora desconocido Rodrigo Romero parece divertirse tanto como lo hacía Bueno en el escenario y si bien, a veces, parece una imitación algo forzada, en general ofrece números musicales convincentes y alguno un poco más emocionante. También hay un buen uso del repertorio, resaltando la performance de “Lo mejor del amor”, la de “Qué ironía” en un momento de descontrol y el montaje con “Fuego y pasión” que, aunque la letra subraya bastante lo que vemos, no deja de tener mérito. Es obvio que alguien que se la pasaba cantando sobre estar con mujeres casadas o engañar a su mujer no iba a tener una vida amorosa calma. Hay más paralelismos entre El Potro y Gilda que los evidentes. El plano final de El Potro… se parece mucho al comienzo de Gilda… En la primera muchas manos intentan acercarse a tocar a Rodrigo que se arrojó al público del Luna Park; en la segunda las manos intentan tocar el ataúd de Gilda. También la imagen de la cantante aparece físicamente en un momento crucial de El Potro…, Muñoz es consciente de la conexión que hay entre sus películas y no pretende escaparse de ellas. Pero no se repite, porque a la larga son muy distintas (como sus personajes).