Alta cumbre l Everest narra la expedición de varios escaladores que intentan llegar a la cima de la famosa montaña en medio de una tormenta fatal. A la mayoría de las personas les resulta difícil comprender la psicología de quienes practican deportes extremos o de los que quieren marcar algún récord. Sólo los que alguna vez lo hicieron son capaces de entender hazañas como las de Rob Hall, famoso por haber llegado varias veces a la cumbre del Everest. Everest, la película dirigida por Baltasar Kormákur que lleva el nombre del gigante de más de ocho mil metros de altura, ubicado en el Himalaya, se encarga de contar la última expedición suicida encabezada por este célebre montañista el 10 de mayo de 1996. Detrás de toda aventura riesgosa está el negocio, y así es que Hall (Jason Clarke) es ahora (a mediados de la década de 1990) el director de Consultores de aventuras, agencia especializada en montañismo. Pero la empresa de Hall no es la única que está en el negocio. En la vereda de enfrente está la competencia, Locuras de montañas, liderada por Scott Fischer, otro alpinista, interpretado por Jake Gyllenhaal, quien, a pesar de estar deslucido, se impone con su carisma. Pero esta vez el clima de la montaña es sumamente traicionero y nadie sabe si podrán subir; mucho menos si podrán bajar sanos y salvos. Los excursionistas lo viven como un desafío personal y ni la falta de oxígeno los detiene. Para ellos, más que una cuestión de altitud es una cuestión de actitud, y no van a bajar los brazos hasta plantar bandera en esa alta cumbre. Hay un momento clave para entender lo que lleva a estos personajes a semejante odisea: antes de emprender el camino más empinado, el periodista y alpinista Jon Krakauer (Michael Kelly) les pregunta a sus compañeros por qué lo hacen. Las distintas respuestas no dejan satisfecho a Krakauer, ni al espectador. Hasta que en otra escena, Beck Weathers (Josh Brolin), otro de los integrantes, se sincera y da una respuesta indirecta a la pregunta de Krakauer: reconoce sufrir una terrible depresión, y escalar la montaña es lo único que lo hace sentir bien. Uno de los problemas principales de Everest es que su director elige un realismo natural, potenciado por el 3D, con elementos inverosímiles que producen interferencia en la trama. Por ejemplo, ¿cómo puede ser que con semejante tormenta los teléfonos sigan funcionando a la perfección? Es este detalle el que entrega la situación más irrisoria: en el exacto centro de la tormenta, moribundo y congelado, Hall se comunica por radio con su mujer (Keira Knightley) para decirle que la ama. El patetismo de la escena escala bien alto y hace que la película descienda al nivel del mar. Sin embargo, el filme logra atrapar a fuerza de un suspenso vertiginoso y desesperante, que ayuda a que los momentos más álgidos se transmitan al público con éxito.
Llegando los monos Guardianes de Oz es la nueva película de Ánima Estudios, productora de animación latinoamericana. Los salvajes monos voladores son los culpables de que los niños se despierten gritando en la noche. Los monos voladores provocan miedo y terror. Así se presenta a los protagonistas principales de Guardianes de Oz, la nueva película animada de Ánima Estudios, el estudio de animación más importante en Latinoamérica. La novedad de la propuesta dirigida por Alberto Mar es que esta vez la aventura para entretener a los más bajitos viene en CGI (imagen generada por computadora). Y si de bajitos se trata, Ozzy, el más pequeño de los simios alados, va a ser el encargado de salvar a su pueblo de las garras de la bruja del lugar. Lo que pasa es que hace algún tiempo, una valiente guerrera llegó a Oz y junto a sus amigos (León, Hombre de hojalata y Espantapájaros) derrotó a Eveline, la malvada bruja del Oeste. Después de la victoria, la guerrera regresó a su casa con la ayuda de Glinda, la bruja buena, y los amigos de la guerrera fueron nombrados “guardianes de Oz”. Pero Glinda decidió darle una segunda oportunidad a Eveline, aunque todos sus poderes fueron guardados en una escoba que quedó bajo el cuidado de los guardianes. Ya se sabe, una bruja malvada es una bruja malvada por más que no tenga poderes, y Eveline no tardó en reunir a su ejército de monos voladores para entrar al palacio y recuperar su escoba. La historia se centra en el viaje de iniciación del pequeño Ozzy, hijo del grandote Goliath, integrante del ejército de monos voladores al servicio de la bruja despótica de Ciudad Esmeralda. El problema de Ozzy es que, a diferencia del resto de los de su especie, no puede volar debido a que sus alas son muy pequeñas (para poder hacerlo tiene que sujetarse de un globo). Ozzy es el único que no está de acuerdo con el servilismo ciego de sus pares. Así que cuando la bruja pone en marcha sus planes para atacar el reino, después de haber recuperado la escoba, Ozzy decide ir en busca de los legendarios guardianes de Oz para que luchen contra ella. El problema de Guardianes de Oz es que sus responsables creen que hacer una película para niños equivale a hacer una película con una trama rudimentaria, con una resolución un tanto torpe y con personajes que más que graciosos sean idiotas (los chistes son de una inocencia que por momentos incomoda). Quizás con un poco de corazón, valentía e inteligencia se podría haber hecho una película mucho mejor. Sin embargo, lo que se rescata es la intención de dejar en claro que si una persona tiene poder sobre otras es porque esas otras la obedecen. Es esta dimensión política, además de algunas cuestiones técnicas, lo valioso del filme.
El conjuro La originalidad de este thriller de terror está cómo la narración alterna historias, tiempos y perspectivas. Muchos dirán que James Wan (Insidious), quien apadrina y produce La casa del demonio, es un oportunista que quiere filmar fantasmas para facturar con ellos y que cada vez que mete mano en alguna película la tiñe de sus vicios. Y de algún modo es cierto, ya que en este filme dirigido por Will Canon están todos los elementos del universo de Wan: los adornos con musiquita terrorífica, muñecas, una casa maldita, espectros demoníacos y, sobre todo, los golpes de efecto. Ya se sabe, para Wan, el terror se basa en el susto, y el susto tiene que ser impuesto a la fuerza mediante apariciones bruscas acompañadas con efectos sonoros sorpresivos. Sin embargo, La casa del demonio no es otra típica scary movie (película de miedo) sino un thriller que mezcla ingredientes de algunos subgéneros del terror, un combo potente y de buen ritmo que incluye fenómenos paranormales + ritual satánico + casa embrujada + copycat (asesino imitador) + suspenso policíaco. La película cuenta la historia de cinco jóvenes que van a una casa abandonada donde 25 años antes hubo un terrible asesinato en masa, conocido como los asesinatos de Martha Levingston (propietaria de la casa). Con la intención de hacer un documental, van con todo el equipo de cámaras y micrófonos para filmar a los fantasmas, a quienes van a invocar mediante una sesión de espiritismo. El problema es que alguien quiere repetir los asesinatos de fines de la década de 1980. Sin saberlo, los jóvenes están a punto de vivir una pesadilla. El detective Mark Lewis, interpretado por el actorazo Frank Grillo, y la psicóloga del departamento Elizabeth Klein (Maria Bello) es la pareja que se encarga de llevar adelante la investigación una vez que se enteran de lo nuevos asesinatos en la casa. Es la psicóloga quien interroga a John Ascot, el principal sospechoso y sobreviviente, y quien cuenta lo que pasó con sus amigos. El método del relato es el de empezar por el final para después tener que contar cómo y por qué sucedieron los hechos, y quién es el culpable. Pero lo más interesante de la película no es esto sino cómo cuenta la historia desde dos perspectivas distintas y antagónicas: la terrenal, donde transcurre la investigación policial (relato convencional); y la sobrenatural, la de la locura, la que transcurre dentro de la casa (registro documental, con cámara digital casera). La primera transcurre en el presente, la segunda en el pasado (una semana antes), donde muestra cómo llegaron a la casa y lo que sucedió. Es esta alternancia de historias, tiempos y perspectivas la clave de su originalidad. Y su gran logro reside, sin dudas, en cómo estos dos mundos incompatibles terminan fundiéndose.
El perfecto asesino Hitman: Agente 47 cumple con las mínimas expectativas del espectador adiestrado en películas de acción estilizadas. La historia del hombre se define por la guerra. Y la guerra por los hombres que la libran. Ahora bien, ¿qué pasaría si se creara un hombre superior? Un científico llamado Peter Litvenko (Ciarán Hinds) inició el Programa Agente en agosto de 1967 con el objetivo de crear la máquina asesina perfecta, seres humanos sin sentimientos llamados Agentes. Pero crear estos hombres sin humanidad pesó demasiado en la conciencia de Litvenko y decidió fugarse. El gobierno eliminó el Programa temiendo que saliera a la luz y los Agentes que sobrevivieron se refugiaron en las sombras. Hitman: Agente 47, basada en el videojuego del mismo nombre y dirigida por Aleksander Bach, se centra en uno de estos hombres diseñados exclusivamente para asesinar con la frialdad de un cirujano, y en la joven Katia van Dees (Hannah Ware), hija de Litvenko. Agente 47 (Rupert Friend), un elegante asesino de traje negro y corbata roja que lleva tatuado un código de barras en la nuca y duerme sentado, tendrá que proteger a Katia de una organización llamada Sindicato (sí, como en la reciente Misión Imposible 5), que quiere retomar el programa para crear más Agentes. Katia es la única que puede encontrar a Litvenko, quien a su vez es el único que puede reiniciar el programa. 47 es un especialista en disparos secos en la cabeza, a lo John Wick (es destacable el arranque de la película). Katia es, también, un experimento de su padre, ya que fue alterada genéticamente y tiene agudizado su instinto de supervivencia (posee la capacidad de anticiparse al peligro). Lo que sigue es esa búsqueda frenética de 47 (quien debe encontrar a Katie para luego buscar al padre), con persecuciones espectaculares y voladuras de sesos por doquier. El filme cuenta con al menos tres secuencias de una acción contundente (la de las vías del tren, la de la persecución en auto, la de la terraza del edificio) y el uso de la cámara lenta roza, en varias ocasiones, lo prodigioso. Lo negativo es que también cuenta con un error lógico (ver el momento de la habitación del hotel, cuando Katie no predice la llegada del peligro) y varios desaciertos, como el uso del flashback para explicar cómo se conocieron en la infancia, recurso que siempre delata pereza más que necesidad. Como si a los blockbuster del presente no les quedara otra que sumirse en un mar de referencias inmediatas, Hitman: Agente 47 es otra procesadora más que licúa muchos títulos reconocibles. Sin embargo, lo que podría haber sido un desastre es, sorpresivamente, un producto que cumple con las mínimas expectativas del espectador adiestrado en películas de acción estilizadas.
Excelente filme animado La película de los creadores de Wallace & Gromit y Pollitos en fuga es también un homenaje al cine mudo clásico. Si cuando no podemos dormir nos aconsejan que contemos ovejitas para conciliar el sueño, la nueva aventura en stop motion de Aardman Animations (creadores de Wallace & Gromit y Pollitos en fuga), Shaun, El cordero (inexplicable traducción de oveja), viene a desenterrar el somnífero y popular dicho. Basada en la serie de tevé homónima de la oveja negra, dirigida por Richard Starzak y Mark Burton, no hace más que despertar al público de una bofetada de simpatía. Si hay algo que cansa tanto a humanos como a animales es la rutina, la agotadora rutina que hay que respetar a rajatabla hasta desfallecer. Shaun se levanta un día cansado de hacer lo mismo de siempre, sale del establo y ve un colectivo con una publicidad reveladora, en la que se lee “Tómate el día”, lo que no hace más que decidirlo a tomarse el día libre y pasar un buen rato con el rebaño al que pertenece. En la rutinaria granja también viven los burlones chanchos, el perro Bitzer, un pato sobornable, un búfalo de pocas pulgas y, por supuesto, el granjero. Mirá cuáles son los nueve estrenos de la semana Para lograr el objetivo tienen que poner en acción un plan: hacer dormir al patrón para que no se entere y distraer a Bitzer para que puedan trabajar tranquilos. Una vez que logran dormir al granjero, lo llevan a una caravana abandonada y lo encierran con llave. Cuando Bitzer descubre el plan, la fiesta se les acaba y van en busca del patrón. Es ahí cuando surge el problema. Por querer abrir la puerta del remolque, lo mueven bruscamente y lo hacen zafar de la traba, lo que hace que empiece a rodar cuesta abajo hasta la gran ciudad. Y tendrán que ir en busca del granjero y enfrentar los peligros de la ciudad. Charles Chaplin fue quien dijo que la llegada del cine sonoro venía a echar a perder el arte más antiguo del mundo, el arte de la pantomima. Para el genio de bigote breve, el cine hablado aniquila la gran belleza del silencio. Sin embargo, Chaplin sabía que el avance del cine sonoro era imparable y tuvo que introducir sus adelantos de a poco, como por ejemplo la música. ¿Qué es Shaun, El cordero sino un profundo homenaje a esa primera etapa del cine, en la que no hacía falta hablar porque todo estaba tan bien hecho que se entendía a la perfección? Sólo acción acompañada con música y algunos subtítulos necesarios eran suficientes para disfrutar una película. Al igual que en Chaplin, los personajes de Starzak y Burton no articulan palabras y usan la música con fines expresivos y marcando coreografías inolvidables, como cuando se desencadena una pelea en un restaurante. Si bien la historia cuenta con un desliz en el que se nota un cierto egoísmo (ver cuando se escapan de la Retención de animales), la nueva animación de Aardman gana por su contundente nobleza y simplicidad. Las buenas películas no son las que nos hacen preguntar qué es el cine. Al contrario, las buenas películas son las que nos hacen olvidar por completo del cine, porque la historia que cuentan están tan bien contadas que no hay tiempo para pensar en otra cosa que no sea el destino de sus personajes, entre risas y onomatopeyas tiernas y efectivas.
La estetización del mundo La sal de la Tierra, que se estrena en el Cineclub Hugo del Carril, narra vida y obra del fotógrafo Sebastião Salgado. Dirige su hijo, Juliano y el alemán Wim Wenders. ¿Una película sobre la vida de un fotógrafo? Con esta pregunta abre La sal de la Tierra, el documental que Wim Wenders filmó para exaltar la vida y obra del prestigioso fotógrafo brasileño Sebastião Salgado. Si bien el documental viene precedido por reconocimientos en la edición del año pasado del Festival de Cannes (y fue nominado a Mejor Documental en la última ceremonia de los premios Oscar), hay que decir de entrada que quizás esos reconocimientos se deban más a la estetización del horror que tanto pondera el festival francés y al nombre del director alemán, que a los méritos cinematográficos. Codirigida por Juliano Ribeiro Salgado, hijo del fotógrafo, La sal de la Tierra es una suerte de biopic lastimera y sin demasiadas luces que se encarga de recorrer los distintos lugares del mundo donde Salgado viajó para fotografiar y ser testigo de algunos de los acontecimientos más destacados de la historia reciente de la humanidad (desde conflictos internacionales y hambrunas, hasta éxodos y selvas tropicales). El documental va intercalando las voces en off de Salgado, Wenders y Juliano con las fotos más emblemáticas del homenajeado. Antes de empezar a contar su historia, Salgado se detiene en el significado de “fotografiar”: “En griego, ‘photo’ significaba luz. Y ‘graphein’ era escribir, dibujar. Un fotógrafo es, literalmente, alguien que dibuja con la luz. Alguien que escribe y reescribe el mundo con luces y sombras”. Retratar la miseria y el horror de la condición humana parece ser la tarea de Salgado, quien adquirió fama y prestigio justamente por fotografiar el costado más violento y terrible de la humanidad, aunque también por ser un aventurero, que entiende que para conocer a las personas y sus distintas culturas hay que estar en el lugar, con sus habitantes. Después de una larga introducción, en la que Salgado habla de unas fotos de Sierra Pelada, la mina de oro de Brasil, y de lo que sintió y vivió cuando estuvo allí, el filme empieza a mostrar sus proyectos más importantes: Otras Américas, en el que el fotógrafo se propuso recorrer toda Latinoamérica; Éxodo, proyecto en el que se encargó de retratar a los marginales; y su último gran trabajo, Génesis, que consiste en descubrir territorios vírgenes, con flora y fauna salvaje, donde se concentre lo primitivo, el origen de las cosas. En un momento, Salgado dice que si el encuadre no es bueno, no hay fotografía, que sólo habría una imagen. Encuadrar la foto embellece el panorama. Y ahí está el problema. ¿Por qué encuadrar y embellecer niños muertos o desnutridos? ¿No es suficiente con mostrarlos sin estetizarlos? ¿Cuáles son los límites de Salgado? Por momentos las imágenes se parecen a las que algunos suben a Facebook, las mismas que despiertan la morbosidad culposa del espectador. Wim Wenders tiene una filmografía con más altibajos que una montaña rusa. Sin embrago es en los documentales en los que se ve una cierta inocencia que muchas veces es necesaria, porque increíblemente todavía hay personas que no están enteradas de la violencia de la historia de la Humanidad.
El corazón de las tinieblas Los 33, la película de Hollywood sobre la tragedia de los mineros chilenos, aspira a llegar al corazón del espectador. El 5 de agosto de 2010, 33 mineros de la empresa San Esteban Primera S.A. quedaron atrapados durante 69 días en las profundidades de una montaña tras derrumbarse la mina San José, en el desierto de Atacama, al norte de la ciudad de Copiapó, Chile. La noticia tuvo un despliegue mediático de escala global y su transmisión en vivo y en directo puso al país trasandino en el centro de la atención. Recién el 13 de octubre salió a la luz el primero de los 33 en una cápsula construida especialmente para el rescate, a la que llamaron Fénix. El drama tenía claros ribetes cinematográficos y Hollywood no desaprovechó el terrible acontecimiento y lo convirtió en película. El enviado especial de La Voz del Interior al rescate de los mineros opina sobre la recreación del caso. Dirigida por la mejicana Patricia Riggen, Los 33 cuenta sólo algunos días de la desgracia con suerte de estos trabajadores que quedaron a unos 700 metros bajo tierra, enterrados vivos en el corazón de las tinieblas. La película arranca con un soberbio travelling hacia adelante que se introduce en la boca del túnel de la mina para luego ubicarnos en una suerte de fiesta entre los protagonistas y sus familiares, días antes de entrar al infierno, como excusa para presentarlos. Ahí nomás sale el carismático Mario Sepúlveda (Antonio Banderas), haciendo sus bromas y jugando con su mujer y su hija adolescente. También están el jefe (responsable del grupo), el más joven (con su mujer embarazada), los hermanos separados (una vendedora de empandas y su hermano rencoroso), el más veterano, el más discriminado (“el boliviano”), el más payaso (“Elvis Presley”), entre otros. Aciertos y desaciertos Uno de los aciertos de Riggen es la decisión de poner el foco en el personaje de Banderas, quien se convertirá rápidamente en el verdadero líder. Banderas sabe actuar, sabe dejar el espacio justo entre la persona y el personaje y compone un Sepúlveda entrañable, lleno de energía y convicción y, sobre todo, de fe. Es él quien se va a poner a todo el equipo (y a la película) al hombro. En el mundo de arriba, donde está el circo del espectáculo y los negocios mezclado con las expectativas de los familiares, se destacan las actuaciones precisas de Rodrigo Santoro, Juliette Binoche y Gabriel Byrne. Otro acierto de la directora es la atmósfera de película de terror que logra por momentos, en los que el mal a temer es la montaña que amenaza a cada minuto con venirse abajo. También hay que destacar cómo filma el terremoto que los sepulta, con una cámara que nunca pierde de vista a los personajes y que logra que la acción se entienda. A Patricia Riggen no le interesan tanto los hechos tal cual sucedieron, ni señalar con el dedo a los responsables, sino contar una historia que llegue al corazón del espectador. Y es cierto que huele a propaganda de la presidencia de Sebastián Piñera, pero muchas películas son propagandísticas sin que esto sea algo negativo a nivel cinematográfico. Riggen asume una posición y las decisiones que toma no sólo son expresivas y estéticas sino también morales. Se podrá estar de acuerdo o no con la forma, pero lo que no se puede discutir es que el producto está bien hecho, al menos en los términos de Hollywood.
Toro salvaje Revancha, la película de Antoine Fuqua, es una destacada pieza del subgénero pugilístico del cine. Para transgredir las reglas de un género o un subgénero, primero hay que conocerlas y demostrar que se las conoce. Lo que hace Antoine Fuqua está basado en esa clase de respeto. Para el director de El justiciero, saber filmar un (sub) género y entenderlo es respetarlo. El respeto es su método y su originalidad reside en repetir lo que ya hicieron los grandes maestros pero introduciendo pequeñas variaciones. Revancha, su nueva película, es un compendio del subgénero pugilístico y cuenta la historia del campeón de los semipesados Billy Hope, protagonizado por un tallado Jake Gyllenhaal, quien tuvo que someterse a un duro entrenamiento para el papel. Y ahí están la gloria y los millones de dólares y su esposa Maureen (Rachel McAdams), la mujer de fierro que lo sostiene y sin la cual nunca podría haber sido el campeón que es, y Leila (Oona Laurence), su hija. Vienen la crisis, la caída y la pérdida fatal de su mujer, a quien matan de un disparo accidental. Y para colmo de males, la justicia determina que por su inestabilidad, su violencia, su continuo comportamiento de toro salvaje, su adicción a las drogas y su facilidad para enfurecerse, no puede vivir con su hija. El desastre se hace presente. Luego vienen la recuperación, la obligación de sentar cabeza, de pensar, de ubicarse, y la aparición del entrenador mítico, esa figura que tanto se le debe a la saga Rocky con su Mickey. Billy tiene que empezar de cero, volver a las bases. Sólo así recuperará lo único que le queda: su hija. Para eso tendrá que ir al gimnasio del barrio en busca del mejor entrenador, Tick Wills (Forest Whitaker). Lo que sigue es el consabido entrenamiento y el trabajo desde abajo, la pelea amistosa, que sirve para que el resto del mundo vea su avance, que sigue pegando duro, y para que reaparezca su exmánager chupasangre y arregle la pelea final. La relación que tiene Hope con su entrenador y con su hija demuestra lo talentoso que es Fuqua para dirigir actores y para narrar, para ir al hueso y resolver rápido los puntos básicos de la trama, para usar los tópicos y los lugares comunes obligatorios sin engañarse con falsos optimismos. En cuanto a la música hay que destacar dos cosas: el uso que hace de lo diegético (que sólo escuchan los personajes) y extradiegético (música añadida) y cómo los combina, y la banda sonora original compuesta por James Horner. Fuqua vio todo lo que había que ver y lo resume con maestría. Sabe dónde y cómo hacer los cortes, las elipsis, dónde poner la cámara, cómo usar los ralentíes, siempre con un ojo puesto en el subgénero y su tradición y el otro en la historia que está contando. Revancha entra como un jab y hace llorar de la emoción, quizás porque entrega de la mejor manera y con respeto lo que el espectador va a ver.
Cuidado con los niños El payaso del mal dignifica al subgénero de películas de terror sobre clowns diabólicos. El filme narra la historia e un padre de familia que se prueba un disfraz fatal. Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, en algún lugar del norte de los Países Bajos, un hombre salía de las montañas con la piel blanca y la nariz roja a causa del frío y conducía a los niños de la villa a su cueva (atrapaba uno por cada mes del invierno). Con los siglos, la leyenda del “Cloisne” fue olvidada y se convirtió en el “Clown”. Su rostro blanco y su nariz roja para hacer reír a la gente y entretener a los niños eran su anzuelo. Así se explica el origen de la figura del “Payaso” (Clown en inglés) en El payaso del mal, película que viene apadrinada (y producida) por Eli Roth, un director que ha demostrado talento y amor por la materia con gemas como Cabin Fever y Hostal. El hecho de que Roth esté de custodio la favorece y por primera vez se nota que hay un intento serio por hacer algo decente con este subgénero tan maltratado por la crítica. No cae en el psicologismo explicativo a lo Rob Zombie y no se olvida de los clisés a los que obliga la categoría. Hasta ahora no se hizo ninguna película de payasos asesinos que sea una obra maestra. Los títulos de este subgénero marginal y condenado al fracaso en la taquilla siempre ocuparon el lugar de “bizarras” en los videoclubes, ya que la mayoría fueron lanzadas directamente al video y casi siempre se trataba de producciones de bajo presupuesto hechas por amateurs. El payaso del mal, en cambio, demuestra de entrada un propósito distinto. No demora en mostrar al protagonista, el padre de familia Kent (Andy Powers), y su pronta conversión en el payaso asesino. En el cumpleaños de su hijo Jack (Christian Distefano), los verdaderos payasos contratados para animar la fiesta no pueden asistir y es así que papá Kent decide ir en busca de un disfraz para hacer él mismo del hazmerreír. Pero elige el traje equivocado, un disfraz viejo que tiene una particularidad: es la piel y el cabello de un demonio, que posee a quien se lo pone y cuya única manera de sacárselo es decapitando a quien se lo coloca. El director Jon Watts va mostrando de a poco la transformación del personaje. El timing para hacerlo, muy a lo Cronenberg en La mosca, es la virtud del filme. Hay además varios planos acertados, por su economía y pertinencia (por ejemplo el cenital para mostrar un choque de auto) y cuenta con una secuencia memorable: cuando están dentro del pelotero en el parque de diversiones y los asesinatos de los niños van quedando fuera de campo. Roth y Watts conocen el paño y lo demuestran en detalles: los dientes del payaso, la incorporación del ruido que hace Kent cuando empieza a ser poseído (como si las tripas le silbaran de hambre, pero de una manera terrorífica), en cómo Kent lucha por no dejarse poseer, entre otros. El payaso del mal cumple y el resultado dignifica a las películas de payasos diabólicos.
En Ted 2 la novedad del osito transgresor ya pasó y la película se deja ganar por la corrección política. Hace 30 años un niño llamado John Bennett pidió un deseo: que su osito Teddy cobre vida. Sí, ya conocen la historia: el deseo del niño se cumplió y nació Ted, el oso de peluche más fumón del cine. Los dos crecieron y se hicieron amigos inseparables consumiendo frente al televisor toda la cultura pop de la época. Esta vez su creador, Seth MacFarlane (Padre de familia), lo vuelve a hacer real pero entrega una segunda parte más suave, de bajo voltaje cannábico, lo que hace que no pegue tanto como su antecesora (la primera fue demasiado copada por la novedad, por lo bien trabajados que estaban los chistes, por sus efectivas referencias a la década de 1980 y sus básicos pero agradables homenajes al amplio universo nerd). Ted 2 arranca con el casamiento de Ted (voz de Seth MacFarlane) y Tami-Lynn (Jessica Barth). Pero los problemas matrimoniales llegan sin hacerse esperar (es muy gracioso cuando discuten como marido y mujer estereotipados) y una de las compañeras de trabajo de Ted (son cajeros en un supermercado) le recomienda tener un hijo para mejorar la situación. Es así que el amigo John (Mark Wahlberg) decide donar su esperma para la inseminación artificial. Pero hay un inconveniente: Tami no es fértil debido a su ajetreado historial de drogas y excesos. Deciden adoptar y es ahí cuando surge el problema: Ted deberá demostrar ante un tribunal de justicia que es una persona. Y con el problema surge la pregunta que atraviesa el filme: ¿Ted es una persona o una propiedad? En la tarea por conseguir un abogado entra en escena Samantha (Amanda Seyfried), la profesional novata que los ayudará en el juicio y con quien compartirán risas y llantos entre aromáticas volutas de humo. No faltan el gag chalón (el homenaje a El club de los cinco en la biblioteca y la escena Jurassic Park son un viaje), los habituales chistes escatológicos (el sello de la casa) y los juegos de palabras (se recomienda verla en su idioma original subtitulada). Tampoco faltan los cameos de actores famosos y el lucimiento de Giovanni Ribisi, quien vuelve en el papel del “enfermito” Donny, el perverso malvado y fanático de la cantante Tiffany. Para MacFarlane, Ted es algo así como la representación de la minoría oprimida, y con esto no hace más que atentar contra su propia comedia, ya que cae en una corrección política inobjetable (incorrección sería si Ted estuviera en contra de la marihuana, si fuera un facho). Hay un momento revelador: Ted y Tami están en la cama y el oso dice, mientras fuma cannabis, que ellos serían buenos padres. Esto no hace más que dejar en evidencia lo que MacFarlane cree que es ejemplar, porque al gag lo usa como diciendo que no serían para nada unos buenos padres. Así queda al descubierto el verdadero punto de vista de la película.