Héroe americano A los 84 años, Clint Eastwood hizo una de sus películas (sino la película) más controvertida en su larga carrera. Una iniciativa del principal protagonista, Bradley Cooper, el film adapta la autobiografía de Chris Kyle, un marine que sirvió al gobierno estadounidense en Irak entre 2003 y 2009, y a quien se atribuyen más de 255 bajas enemigas; la mayoría, a merced de su destreza como francotirador, que le valió el apodo de Leyenda. Habiéndose estrenado en los Estados Unidos, American Sniper (su título original) es una de las líderes en nominaciones a los premios Oscar, un éxito de taquilla en su país de origen y la responsable de reactivar un sinnúmero de expresiones reaccionarias, según medios norteamericanos. Así las cosas, Eastwood (que fue condicionado por el padre de Kyle, tras su accidental muerte en 2013, a no mancillar el nombre de su hijo) instala a su personaje en un lugar incierto. El Kyle de Cooper es, por momentos, un loco binario, en otros un mártir que (condicionado, como el director, por el mandato religioso de su padre) da la vida para proteger a los suyos. Es un doble groseramente yanqui de los personajes que hicieron famoso a Eastwood (Harry o el Hombre sin nombre en los films de Leone), pero nunca, al parecer, es el Kyle de la vida real, aquel que declaró desear haber matado a más y para quien apretar el gatillo era diversión pura. Existe la percepción de que Clint solo quiso mostrar la realidad, tan patriótica como es, pero hay inequívoca moralina en el francotirador que sufre cuando el objetivo es una mujer o un niño. Técnicamente, por otra parte, no existe nada que Kathryn Bigelow no haya presentado en sus últimos films bélicos.
Una marcha animada Un spin-off de Madagascar, el nuevo film animado de Dreamworks muestra a los pingüinos Skeeter, Kowalski, Rico y Private escapando de su refugio en el Ártico para conocer a un viejo enemigo: el pulpo mutante Dave, un personaje bastante inspirado en Los Simpson, con algo de los alienígenas invasores y otro poco del resentido Bob Patiño. Tras ser ignorado en decenas de acuarios por el carisma de los pingüinos, Dave usa la máscara del Dr. Octavius Brine y convence al cuarteto de que sean sus mascotas en un peligroso experimento. Entonces aparece la brigada del Viento Norte, comandada por un zorro arriesgado y munido de trucos tecnológicos, una suerte de James Bond con la adecuada voz del inglés Benedict Cumberbatch, el nuevo mimado de Hollywood. Mientras la interacción de los personajes no genera gran riesgo, Eric Darnell y Simon Smith, directores de la aventura animada, tienen buenas ocurrencias cuando empiezan las mutaciones de pingüinos y, en especial, el de un grillo distraído. Atinada es también la voz de John Malkovich como el pulpo Dave (una verdadera pena es sucumbir a la versión doblada) y, para amantes del cine, la de Werner Herzog como el documentalista que presenta la pingüinera al inicio del film, parodiando al popular La marcha de los pingüinos. Los seguidores del alemán sabrán apreciar la ironía.
Varón, dijo la partera Con Julianne Moore como una muy pero muy mala Maléfica y Jeff Bridges retornando al desalineado estilo Bad Blake - Dude Lebowski, Universal Pictures intenta recuperarse del sapo crítico y comercial que fue 47 Ronin, con protagónico de Keanu Reeves, y la dirección del ruso Sergei Bodrov (Mongol, El prisionero de las montañas) hace lo posible por, al menos, poner al gigante del espectáculo en buen camino. Bridges es Gregory, un cruzado perteneciente a un ancestral linaje de cazadores de brujas, y su némesis es Moore como la Reina Malkin, recién escapada de una prisión de máxima seguridad en las montañas y aguardando que se complete la luna roja para tener un poder destructivo inimaginable. El decorado es medieval, otro sucedáneo del revalidado Tolkien, con acólitos de la reina que se arman y desarman cual Transformers en criaturas monstruosas, aladas, reptílicas o simiescas, todas grandes como el apetito de Universal. En el medio de esta nube de efectos es interesante ver cómo la química entre Moore y Bridges, cuando funciona, funciona realmente bien (sobre todo en el segmento final de la película). Cuando no, Bodrov pone en marcha el plan B, que se diría, caprichosamente, dio título a la película. Tom (Ben Barnes) es el séptimo hijo varón de una mujer humilde a quien Gregory recluta como lugarteniente, acorde al mito de una magia latente en los retoños de tal orden familiar. Esto da lugar a los momentos tediosos y más trillados de El séptimo hijo, las discusiones entre el inocente Tom y el hosco Gregory, pero entonces aparece la bella bruja Alice (Alicia Vikander), pulsando las cuerdas que despertarán los poderes y el heroísmo. El séptimo hijo es más de lo mismo, pero hace bien lo suyo y es un título acorde a las vacaciones de verano.
Sin novedad en el frente Como productor ejecutivo, Brad Pitt se puso varias películas al hombro. Esta nueva recreación de la Segunda Guerra Mundial –su retorno al escenario bélico desde Bastardos sin gloria– se siente que no sólo se cargó como productor sino, notoriamente, como protagonista. Habiendo corrido nazis por África, Francia, Bélgica y ahora en la propia Alemania, su Don “Wardaddy” Collier es un badass de buen corazón cuya decadente elite semeja menos un batallón que un grupo de hambrientos piratas. Los personajes son estereotipos: el religioso “Bible” (Shia LaBeouf), el primitivo “Coon-ass” (Jon Bernthal), el mexicano “Gordo” (Michael Peña). Como si fuera un galeón, la manada viaja, pelea y convive dentro de Fury, un vapuleado y corajudo tanque, y los códigos se vuelven algo laxos, se “humanizan”, con la llegada de un joven pacifista llamado Norman (Logan Lerman). Avanzando campo traviesa en un blitzkrieg reverso a Berlín, Fury muestra la recta final de la guerra, tanto para el mundo como para estas almas en pena. David Ayer (En la mira) muestra ideas interesantes, como una escena donde Collier pelea sobre el tanque varado cual Ahab montado en Moby Dick. Pero, en el balance, son dos horas y diez sin variaciones sobre un tema trillado.
Quién quiere ser millonario Qué haría una persona normal si, mientras espera en su auto la señal de paso para cruzar las vías de tren, un llamado anónimo le ofrece 100 dólares por matar una mosca que anida en el parabrisas, y después 500 por comérsela? Antes de definir qué es normal, aclaremos que quien llama conoce muy bien al sujeto al volante, tiene el número de su cuenta para depositar la recompensa y, por algún secreto mecanismo, puede verlo y ver todo lo que hay alrededor suyo; como la mosca. Y no haría falta aclararlo pero sí, finalmente, el sujeto mata a la mosca y se la come. Adaptación de la película tailandesa 13: El juego de la muerte (2006), 13 pecados coincide con el estreno, dos semanas atrás, de Apuestas perversas. En ambos casos se aplica una retorcida lógica pavloviana, con alguien poderoso que se divierte a expensas de un necesitado, ofreciéndole plata a cambio de disparates que van en aumento (un hijo bastardo de los programas de preguntas y respuestas). La diferencia entre ambos films es que si Apuestas perversas muestra la hilacha de Tarantino, 13 pecados juega teorías conspirativas, al estilo David Fincher. Elliot (Mark Webber) queda desempleado, con su mujer embarazada y lo que empezó con una mosca terminará como una bomba de tiempo. La película cuenta con una serie de escenas absurdas, al borde del gag, pero al promediar la primera hora la trama muestra agotamiento y el desenlace, exceptuando un milagro, es cantado. Los milagros no existen, claro.
Hola de cierre Durante una fiesta de beneficencia en el Museo de Brooklyn, el director McPhee (Ricky Gervais) y Larry (Ben Stiller), el vigilante nocturno, montan un show con sus criaturas de cera, piedra y milenaria osamenta que resulta un bochorno. La mágica tabla de Ahkmenrah está funcionando mal y Larry, junto a una serie de figuras históricas como el propio Ahkmenrah (Rami Malek), Atila (Patrick Gallagher) y Teddy Roosevelt (Robin Williams), entre otros, viaja al Museo Británico para encontrar a Merenkahre (Ben Kingsley), el único capaz de restaurar el poder de la tablita. Dentro del gigantesco edificio, la tabla, pese a estar casi “descargada”, revive a todas las esculturas y antigüedades del museo, destacándose el fósil de un triceratops que embiste contra la troupe. En el momento en que la película demuestra sostenerse más en los efectos que en su cotizado elenco (Steve Coogan y Owen Wilson reaparecen como hombres menguantes, toda una metáfora de su contribución), aparece Dan Stevens como Lancelot, una figura de cera convencida de su identidad, cuya plasticidad en el absurdo pone en jaque las dotes del mismo Stiller. Una noche en el museo 3 será recordada por ser la última aparición en la pantalla de Robin Williams; un flaco epílogo para el gran actor y comediante.
Un cierre a capa y espada El cierre de esta nueva saga tolkiana, adaptación de un libro unitario, de homónimo título, que Peter Jackson infló con un guion anabólico para seguir el tenor de Lord Of The Rings es, sin duda, lo mejor de la trilogía El Hobbit y confirma que la desmesura es el fuerte del director neozelandés. Como en el cierre de la anterior trilogía, en La batalla de los cinco ejércitos Jackson eleva el conflicto a un nivel wagneriano, alternando con pasos maestros entre los enfrentamientos a gran escala (elfos, humanos y enanos versus huestes de orcos y otras monstruosidades) y dramáticas luchas personales que tienen como principales protagonistas a la elfa Tauriel (Evangeline Lilly) y su pretendiente, el enano Kili (Aidan Turner), la pareja romántica que todo (buen) film de acción necesita. Al mejor estilo de un serial televisivo, en el inicio la película retoma el final de la segunda parte, cuando el dragón Smaug (con la voz electrónicamente modificada de Benedict Cumberbatch) despierta de su letargo en el castillo de la Montaña Solitaria y descarga su furia sobre la vecina Ciudad del Lago. La primera media hora muestra el conflicto entre el dragón y el héroe de la ciudad, Bard (Luke Evans), quien, pese a lo insinuado en la segunda parte, no se transforma en el Aragorn de la saga. Este es el segmento menos atractivo de la película; no sólo los personajes no cubren las expectativas sino que la acción se desenvuelve en piloto automático. La batalla de los cinco ejércitos se pone en marcha cuando el líder de los enanos, Thorin (Richard Armitage), cree haber recobrado el oro de la Montaña que perteneció a sus antepasados, lo cual genera un conflicto con elfos y humanos y, finalmente, desencadena la batalla contra los orcos comandados por los impiadosos Azog y Bolg que da título a la película. Durante todo el conflicto, la incidencia de Bilbo Bolsón (Martin Freeman) es mínima: Bilbo cumple el rol de observador, como un cronista medieval, y su candidez y racionalidad son el reverso de la desmesura épica. En el final, Jackson y su equipo de guionistas, liderado por Guillermo del Toro, vuelven al inicio de Lord Of The Rings y muestran a Ian Holm como el anciano Bilbo, que vuelve a contemplar el misterioso anillo mientras recibe la visita de Gandalf (Ian McKellen). Si en sus predecesoras el relleno se notó, esta tercera y última parte, que redunda en la saga más costosa de la historia, redime el retorno de Peter Jackson a los míticos escenarios de Tolkien.
Curiosidad que mata De chicas, el pasatiempo favorito de Debbie y Laine era hacerle preguntas a una tabla ouija. Ya adolescentes, Laine pasa a buscar a Debbie pero la chica prefiere quedar sola en su casa. A diferencia de su amiga, ella sigue con el viejo hobbie, que, obviamente, no es un hobbie y esto es una película de horror. De modo que a Debbie, la rubia, la que parecía protagonista, un estremecimiento le deja los ojos en blanco y acto seguido se cuelga con una cadena al cuello de la araña del comedor. Esto, en la primera escena. La protagonista de Ouija, entonces, es Laine (Olivia Cooke), la morocha, la escéptica, quien de a poco sospecha, luego cree, en algo sobrenatural, una presencia maligna que asediaba a su amiga. Era una picardía desaprovechar los encantos de la actriz Shelley Hennig, de manera que Debbie retorna como fantasma. Laine y sus amigos la invocan para saber si realmente se suicidó o si fue asesinada. Y entonces la trama cobra cierto interés. Ouija es una película que va a lo seguro, con un elenco de tempranos jóvenes al estilo Crepúsculo, un guión poco novedoso y los efectos digitales de rigor, pero provoca dos o tres sobresaltos que calan hondo. Para el público que aprecia el terror, eso es más que suficiente
Justo el 31 Estrenada en San Sebastián, ganadora del premio Golden Eye al mejor film internacional en el último Festival de Cine de Zurich, esta coproducción argentino uruguaya (inapropiado decir rioplatense, ya que el aporte local proviene de la ciudad de Córdoba), es otra apuesta a las historias mínimas hechas con menos producción que talento. En la noche de año nuevo, cuatro vidas se cruzan en un pequeño pueblo del Uruguay. César (Marcel Keroglián) abandona su turno de taxista y viaja a pasar la noche junto a la familia de su ex mujer, con el deseo de estar más cerca de su hija; Miguel (Daniel Melingo) es liberado de la cárcel y ensaya con su guitarra el repertorio que habrá de interpretar en el club del pueblo; al mismo club se dirige otro de los contratados, el mago Antonio (Roberto Suárez), pero en el camino su auto queda varado junto al peaje, y así conoce a la empleada del lugar, Laura (Elisa Gagliano). Sin sucumbir al sentimentalismo sino, más bien, a un costumbrismo melancólico heredado de Aki Kaurismaki y la celebrada dupla uruguaya que componían Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, Una noche sin luna es una maravilla de ambientación, en gran parte por la fotografía de Magela Crosignani. El debut actoral de Daniel Melingo (ex Twist, Lions in Love, etc.) es un plus para este film que hace su justo desembarco para las fiestas.
Viento del este Diez años atrás, al poco tiempo de que su rol como James Bond quedara sin franquicia, Pierce Brosnan se aseguró los derechos del escritor Bill Granger, con la segura intención de reciclarse en un nuevo agente secreto. Así que ahora, con más arrugas pero el vestuario impecable (lo que se diría, un veterano con el glamour atado), Pierce es Peter Devereaux, agente retirado de la CIA a quien un viejo colega, aún en actividad, recluta para una misión delicada en Belgrado, Serbia, que involucra a un ex militar, candidato favorito para ser el nuevo presidente en Rusia. La trama involucra a Devereaux con David Mason (Luke Bracey), suerte de aprendiz suyo devenido enemigo, y Alice Fournier (Olga Kurylenko), protectora de una testigo clave en la Segunda Guerra Chechena. El aprendiz tiene los escenarios exóticos de un thriller de John Le Carré, espionaje volátil al estilo Tom Cruise en Misión imposible y un Brosnan áspero, mucho menos cerca de su Bond que del de su sucesor Daniel Craig. Plagado de convencionalismos y esquemas gastados, las actuaciones (y presencias) de Brosnan y Kurylenko no rescatan al film de su mediocridad.