Una vida de película... Una de las más importantes filósofas del siglo XX, Hannah Arendt es célebre por su frase “la banalidad del mal”, hoy utilizada y bastardeada con tantos fines disímiles. Precisamente, el film de Margarethe von Trotta aborda la biografía de esta pensadora focalizando en los momentos que rodearon la gestación de su famosa sentencia. Arendt logró escapar de las persecuciones nazis en Alemania y Francia, y se exilió en Estados Unidos, donde fue profesora en la New School de Nueva York. Cuando Adolf Eichmann fue secuestrado por el Mossad en la Argentina, trasladado y sometido a juicio en Israel, en 1961, Arendt -quien había publicado Los orígenes del totalitarismo- viajó a cubrir esa noticia para la revista New Yorker. Las escenas del juicio son documentales, de archivo. Esa experiencia generó en Arendt una intensa reflexión sobre la naturaleza del mal, del mal en estado puro, absoluto, y del mal ejercido por un burócrata como lo era Eichmann, un hombre mediocre que sólo sentía que debía cumplir órdenes, irreflexivo, sin cuestionarse que, como coordinador de los traslados en masa de seres humanos a los campos de concentración, estaba cometiendo un crimen monstruoso. Esa actitud del genocida inspiró su libro Eichmann en Jerusalén. Un reporte sobre la banalidad del mal. A una mirada poco ortodoxa sobre los crímenes nazis, se sumó la acusación de que los líderes de los consejos judíos no hicieron todo lo posible para impedir el genocidio, y llegaron a colaborar con él. Arendt encendió así una polémica que le valió el repudio de toda la comunidad judía en Israel y los Estados Unidos, donde los exiliados habían establecido un núcleo social cuyo poder se impone todavía. Barbara Sukowa y Von Trotta son viejas compañeras en la tarea de dramatizar la historia. Entre otras, Sukowa fue su Rosa Luxemburgo, y su interpretación de Arendt le está muy próxima. Ambas ponen su cuidado en registrar el proceso mental con el que fue elaborando sus teorías, y el peso del film recae en su presencia en casi todas las escenas. Junto a ella, como su secretaria, aparece Julia Jentsch (Sophie Scholl). El resto de los personajes secundarios resulta muy lavado, casi estereotipos, y es muy floja la dirección de actores. Su amiga mencionada sólo como Mary era la escritora Mary McCarthy, otra importante intelectual progresista que también se negó al pensamiento binario. Algunos flashbacks muestran su famosa relación con Martin Heidegger, quien en su juventud había pasado de ser su maestro de pensamiento a su amante oculto, todo ello antes de la guerra y del apoyo del filósofo al régimen nazi. Pero esta relación no está desarrollada. Cuando ha estallado la polémica, un amigo de Arendt declara que “prescindirá de la amistad de la discípula de Heidegger”, insinuando que ella también era filo nazi. Hay una breve referencia al pasado sionista de Arendt, que ella califica como “pecado de juventud”. Es una lástima que tampoco se profundice este tema, ya que la pensadora había sido crítica del sionismo, deseando una Palestina compartida por dos naciones en estado de igualdad. Estas y otras superficialidades del guión –la obsesión por mostrar la dependencia del cigarrillo de la protagonista es una de ellas- han provocado que la crítica, jugando con la famosa frase, hablara de “la banalidad de Hannah Arendt”. Sin embargo, pese a su verborragia, el film se ve con interés, presenta una adecuada recreación de la época y del ambiente intelectual de Nueva York -en interiores, que no fueron filmados allí-, y un digno trabajo de Sukowa.
El discreto desencanto de la burguesía Con una demora inmerecida, llega el estreno de La nana, un film de Sebastián Silva que ha recorrido muchos festivales (con premios en varios de ellos) y que ha colocado a Silva y a su actriz, Catalina Saavedra, en las primeras filas del ascendente nuevo cine chileno. Cuando lo vi, en 2009, fue uno de mis preferidos en el Festival de Miami y acababa de ganar en Sundance el premio al mejor drama y a la mejor actriz. Excelente retrato de la sociedad chilena en el micromundo de laC familia burguesa, La nana analiza el complejo rol que cumple una mucama, quien a lo largo de veinte años ha criado a todos los hijos y ejerce un peculiar poder en esa familia con la que vive, y que es de alguna manera la suya. La relación de mutua dependencia con la patrona, el amor-odio hacia la hija mayor que está haciéndose mujer, el boicot a todas y cada una de las asistentes que le trae la señora, la rutina, su amargura y frustración están impecablemente tratados en un film ágil (rodado con cámara en mano) y por momentos muy divertido, que rebosa humanismo y desarrolla en tono de sátira una crítica social moderada, tal vez un poco liviana. Hay momentos muy logrados: las tácticas disuasorias ante las nuevas empleadas, la inesperada relación que se establece con una de ellas. Saavedra desarrolla una actuación notable, de una evolución asombrosa. Pétrea, inamovible en su rol, apreciada pero ignorada en la invisibilidad de sus funciones, establece una red de alianzas y rivalidades con cada uno de los miembros de la familia. Pero en ella subyacen sentimientos de inferioridad, tristeza e intensa soledad. El director conoce muy interiormente esta red social, la mira con cariño y respeta a todos sus personajes. De hecho, Silva se basó en la realidad de su propia familia y sus empleados domésticos para componer el cuadro de Raquel en familia, y la locación es su casa paterna. En ningún momento se llega a plantear profundamente el conflicto de clases, tan rigurosamente divididas en Chile, disfrazando la sumisión de la criada con superficiales muestras de afecto. El valor de la amistad completa la pintura moral. Un film pequeño, pero de grandes alcances.
Nominado para el Oscar está un raro film independiente, entre los más originales de los indie, impulsado y premiado en Sundance pero también ganador en un festival tan distante como Cannes, y otros más. En su opera prima, Benh Zeitlin -un director de Nueva York instalado en Nueva Orleans- ha construido una fábula apocalíptica, suerte de cuento de hadas o historia fabulosa con una protagonista única en esta clase de films. Más allá de los márgenes de la ciudad de Nueva Orleans residen Winki y su hijaHushpuppy, sin madre a la vista. Pertenecen a una comunidad de marginales que habitan La Bañera, una isla en medio de los pantanos bajo el nivel el mar, detrás de un muro o dique que los separa de la zona industrial. La Bañera constituye un mundo originario, donde los humanos viven en estado semi salvaje y libertad total, sus viviendas están construidas precariamente con restos de otras construcciones, pedazos de vehículos y otros detritus, y comparten comida y habitación con los animales. Padre e hija forman parte de un grupo social que vive el carpe diem en situación de fiesta permanente, ajeno a las presiones del consumo, de las exigencias de la vida burguesa convencional, pero sin embargo en estado de extrema vulnerabilidad, todos presos del alcohol y de la carencia, con la constante amenaza del agua. Winki, por otra parte, está muy enfermo y vive la urgencia por enseñarle a su hija de 7 años los elementales medios de supervivencia en el pantano. Hasta que llega el diluvio anunciado y sobreviene la catástrofe. En su fantasía, Hushpuppy la atribuye a culpas propias, que causaron el descongelamiento de los hielos. En adelante, la niña deberá lidiar con la inundación, con su padre enfermo, con quienes los intiman a evacuar y, no menos importante, con los uros, unos animalesprehistóricos que han surgido del deshielo y la acosan calladamente. Sólo encuentra refugio en la evocación de la madre. Quvenzhané Wallis y Dwights Henry -como el resto del elenco- son actores no profesionales oriundos de Nueva Orleans. Hushpuppy es una verdadera heroína, negra, una de las más extravagantes que ha dado el cine de su país. La historia está vista a través de sus ojos, ella oficia de narradora en off de esta épica, y al tiempo que la pone en palabras, intenta encontrar un sentido a ese caos que se ha abatido sobre ella. Como toda gesta heroica, la de Hushpuppy es una tarea de autoconocimiento, de entrada a la madurez, mientras busca encontrar alguna explicación en el orden universal. El personaje del padre es ambiguo: arrastra un viejo dolor, una experiencia frustrante, y sus sentimientos hacia su hija son contradictorios, disputados entre el intento de protegerla en un ambiente hostil y una rabia apenas contenida, exacerbada por el alcohol. Filmada con una inquieta cámara en mano, a puro primer plano, el film se apoya en un montaje inteligente de planos breves, que compensa las actuaciones ásperas de ese elenco poco habitual. Zeitlin sabe articular el naturalismo con el realismo mágico, propios de ese espacio primigenio, sin caer en el regodeo ni estetización de la pobreza.En contraste con la fuerza de la imagen, resulta pomposa, blanda y reiterativa la banda sonora que compuso el mismo Zeitlin, en colaboración con Dan Romer. Toda la crítica ha visto las huellas de Terrence Malick en este film, pero también es heredero de mucho de la cultura de los Estados Unidos, notablemente de la obra de Mark Twain y Henry David Thoreau. Cuando la TV de Estados Unidos transmitió las consecuencias del huracán Katrina, con las víctimas que habían perdido sus viviendas precarias, o aferradas a ellas, su única posesión, una amiga nativa, profesional de Chicago, me dijo: yo no sabía que existía eso en Estados Unidos. Las condiciones de miseria en que vive el Sur profundo son desconocidas por la opinión pública. Katrina posibilitó su difusión, les dio visibilidad a estos ciudadanos que viven en los bordes, alejados del mundo civilizado y por tanto fuera del orden social. En el film, la historia apocalíptica y el tono algo pastoral de la narradora remiten a las mitologías del origen, y al tomar la voz ella opera como conciencia del grupo. El diluvio e inundación constituyen un arquetipo en las diferente culturas, y está claro que todo puede ser visto como una gran parábola, una metáfora de la realidad social de su país. Varios films están revisando la historia y política de los Estados Unidos desde dentro. Sin embargo, Zeitlin no tiene la cuestión política como prioritaria, sino que parece más entusiasmado con el carácter fantástico de esta narración mítica.
Infancia clandestina Esta película se presentó en el Festival de Mar del Plata 2011, edición que mostró excelentes realizaciones de nuevas directoras latinoamericanas con vívidos cuadros del mundo femenino: las argentinas Paula Marcovitch, Milagros Mumenthaler y María Eugenia Sueiro, la salvadoreña Tatiana Huezo Sánchez y, aquí, la peruana Rosario García-Montero. Las malas intenciones es un relato centrado en el punto de vista de una chica de unos 9 años (Fátima Búntinx, una actriz casi tan buena como Paula Galinelli Hertzog, la niña de El premio). Hija de una familia de la alta burguesía limeña, ella crece casi en soledad, rodeada de los empleados domésticos de la familia, ya que sus padres, separados, están casi ausentes de su vida. Ante el anuncio de un futuro hermanito, siente crecer dentro de sí un mundo lúgubre, pesimista, con anuncios de muerte. Que tal vez no sean otros que los del mundo del afuera de esa casa amurallada, en un Perú de los años '80 convulsionado por una violencia que se le trata de ocultar. Al mismo tiempo, hay en Las malas intenciones una creativa recreación de los mitos históricos peruanos, con sus héroes máximos que sirven como modelo. Una historia que seguramente debe de tener mucho de autobiográfico: elocuente y vital.
Pequeñas miserias de la vida conyugal Extrañábamos al cine iraní. Tras disfrutar de las películas de Abbas Kiarostami o Jafar Panahi, los inconvenientes por los altos costos de importación y la falta de títulos resonantes en los festivales hacían pensar que aquel gran momento de la producción de ese país ya era asunto del pasado. Pero basta ver la multipremiada La separación, de Asghar Farhadi, para comprobar una vez más la vigencia de los directores de ese origen, su creatividad e inteligencia, y la profundidad de sus temas. Una elocuente primera escena pone en autos el conflicto básico, que tendrá derivas varias a lo largo del film: una pareja explica ante un juez –la cámara ocupa su lugar- las causas de su separación: Simin quiere comenzar una vida diferente en el extranjero para lo cual han conseguido las visas, pero Nader, su marido, se resiste a dejar la casa familiar con su padre quien sufre de Alzheimer y requiere de sus cuidados. El problema es la hija de ambos, Termeh, una preadolescente: él se niega a dejarla partir y el juez les aconseja subsanar sus diferencias. Intuimos que ese dilema envuelve otros conflictos matrimoniales, no explicitados. Entonces la que parte es Simin, a casa de su madre. Esa decisión obliga al marido a contratar una mujer para cuidar a su padre, y ella llega con una hijita, aunque la tarea a cumplir parece superior a sus capacidades. A partir de allí, se sucederán las vicisitudes de esa nueva relación laboral, que va empeorando día a día hasta que todos terminan nuevamente ante el juez. La separación retrata con toda naturalidad y realismo los conflictos que se establecen entre esas dos familias: la de los empleadores -profesionales burgueses- y la de la empleada -ella muy religiosa, él desocupado y resentido-, separados por diferencias religiosas y sobre todo de clase. Ambos grupos sociales se ven envueltos en un enfrentamiento que no parece tener solución y, si la encuentran, será a costa de trasgredir distintas facetas de la honestidad. Tal vez de manera algo esquemática –pero no sabemos cuánto, debido al sistema patriarcal de Irán- el film muestra el absoluto acatamiento –incluso el temor- que toda mujer siente ante su marido, aunque los dos personajes masculinos involucrados parezcan confundidos, erráticos, y tan vulnerables como brutales. Aún así, ambas mujeres, con sus diferencias culturales, son quienes tratan de encontrar la solución a los conflictos que van emergiendo entre ellos. La acción está filmada en planos medios y ágiles en ambientes cerrados, claustrofóbicos -el departamento, el pasillo, el hospital, la oficina del juez- donde los hechos se suceden de manera bastante vertiginosa y parecen escaparse del control de cada uno de los personajes, incluso del espectador, ya que es frecuente la elipsis. Las actuaciones estupendas –sobre todo Peyman Moadi y Leila Hatami como Nader y Simin- aportan una fuerte cuota de verosimilitud. Es fundamental la presencia de Termeh (Sarina Farhadi, hija del director) quien, junto a la otra niña, resultan inquietantes y angustiadas testigos de las debilidades y renuncios de sus padres. La anécdota doméstica establece de manera magistral un cuadro pormenorizado de una sociedad de la que poco sabemos, donde la religión pesa sobre cada decisión cotidiana, y las diferencias de sexo, educación y clase son determinantes. Este film, que apela a la identificación emocional, también habla de conflictos universales, abre interrogantes -no juicios- sobre las relaciones de poder y cuestiones éticas: la relatividad de las conductas humanas, el valor de la verdad y la responsabilidad. El film tiene un gran final -en simetría con el formidable prólogo-, que se resiste a cerrar y que apela a la participación del espectador, como aquella escena inolvidable de A través de los olivos.
Ultimo tango en Nueva York Corporalidad, deseo, carnalidad. Sin explicaciones psicológicas, sin historia justificatoria, sin más razón que el apremio, la necesidad imperiosa de sexo puro. Sexo entendido también como consumo: encuentros circunstanciales con mujeres y hombres, prostitutas a cambio de dinero, películas, revistas, sexo en Internet, periódicas visitas al baño de hombres de la oficina para la masturbación cotidiana de la tarde. El director Steve McQueen indaga en las posibilidades y necesidades del cuerpo, del sexo como placer y también como compulsión. Michael Fassbender -quien en la previa Hunger, otra obsesión filmada por McQueen, había llevado al extremo la autoflagelación hasta la muerte- aquí es Brandon, el solitario, el potente y a la vez el desesperadamente necesitado. El cuerpo vuelve a ocupar el foco de atención, el espacio donde se vive y desarrolla visceralmente el drama de los personajes. Los sentimientos quedan afuera: Brandon parece empezar a sentir algo sólo cuando su hermana Sissy canta una versión personalísima, casi genial, de New York, New York. Ella es quien parece hacerlo revivir, su llegada constituye una sacudida, ella podría ser una puerta de salida de esa desesperada dependencia. O por lo menos, le permite enfrentarla. Carey Mulligan y Fassbender: dos exquisitos actores en un drama cuyos orígenes están intuidos, nunca explicitados. Lo explícito es la carnalidad de ambos, la angustia, la desesperanza. La única explicación: “No somos malos. Venimos de un lugar malo.” Y Nueva York como el escenario donde el sexo tiene lugar: sus bares, callejones, hoteles, oficinas, están magníficamente filmados, con sus colores fríos característicos en el cine. Pero podría ocurrir en cualquier otro lugar. Sin embargo, ese es el lugar elegido por este equipo de extranjeros, tal vez por su glamorosa fachada, o por su oculta vulnerabilidad. McQueen realiza un inteligente uso de los largos planos secuencia cruzados con tomas cortas y ágiles, dotando al film de un ritmo peculiar, intenso y expresivo. Las escenas aparentemente independientes de la vida sexual de Brandon hablan de su dificultad para tener un vínculo profundo. Son elocuentes el levante que logra casi sin proponérselo, por oposición a la frustrada relación con su compañera de trabajo. Shame constituía un desafío, por lo crudo del tema, por el rigor de su tratamiento. Tanto sexo, y con él, tanta angustia, tanta miserabilidad. No toda la crítica ha aceptado el planteo de McQueen, y se objeta que el film es moralista. No coincido. En todo caso, el título engaña. ¿Por qué Vergüenza? Lo que vive Brandon produce sobre todo tristeza, impotencia. Él no está avergonzado, sino desesperado por su dependencia. Si el tema podría inspirar resistencias, el tratamiento las vence, por su respeto, por su comprensión.
Las hermanas sean ¿unidas? María Eugenia Sueiro llega con un buen curriculum, habiendo colaborado como directora de arte en varias películas de realizadores consagrados (Daniel Burman, Alejandro Agresti, Lucrecia Martel, Anahí Berneri, Sergio Renán, Albertina Carri y Walter Salles, entre otros). Su debut como directora y guionista es promisorio, en esta película que tiene mucho de teatro, ya por sus espacios, ya por sus actrices. Tres hermanas reunidas en la casa materna después de la muerte de la madre, confrontan intereses, rivalidades, cariño. Realizada casi íntegramente por mujeres, el film capta y transmite de manera sutil, graciosa y dramática a la vez, los códigos femeninos, más precisamente los propios de las hermanas, logrando un clima muy particular y real, sin alardes ni pretensiones. Un film pequeño y valioso, con las parejas actuaciones de Eugenia Guerty, Vanesa Weinberg y Nora Zinski, como Teresa, Amanda y Ema, las tres protagonistas absolutas de la historia.
Cámara testigo No estamos ante un documental más sobre cartoneros, como podría pensarse. Esta opera prima constituye un muy cuidado trabajo de ensayo sobre ese grupo social -en este caso en el barrio de Villa Urquiza, una zona poblada de desechos en la ciudad de Córdoba-, con una elaborada puesta en escena en cada momento, cada cuadro de la vida de dos chicos que se inician en el oficio. Bebo y Ricardo conducen un carro de caballo por las calles de la Docta y la cámara es testigo de sus charlas y situaciones de vida cotidiana. Pero no un testigo cualquiera: su ubicación radica siempre en un sitio privilegiado, casi mágico, que le permite lograr en planos fijos imágenes notables, quizás demasiado bellas aunque no puedo acusarla de estetizar la miseria porque aquí no la hay: los personajes viven con dignidad su carácter de trabajadores, los chicos aprenden un oficio, enseñanza que reciben de la abuela, pionera en la tarea de “juntar para ganar plata”. Ella es la jefa de ese hogar donde Bebo y su hermana lamentan la ausencia de la madre, el alcoholismo del padre, en conversaciones tan naturales y espontáneas que el espectador se pregunta en qué medida siguen alguna consigna. Hay aquí un extraordinario trabajo con el espacio, la forma y el color, en esos lugares de detritus y un sabio uso de la luz natural. Magníficas todas las tomas de los caballos que ama Ricardito, las de amasijos de hierros, y sobre todo, las de esos pequeños carreros que la cámara toma casi en primer plano, mientras hablan un dialecto que, por suerte, viene con subtítulos. Con De caravana y ahora con Yatasto, comprobamos que el cine argentino no se limita a Buenos Aires.
En busca del tiempo perdido Las cuevas de Chauvet albergan en su interior una de las obras de arte más relevantes de la humanidad. Son cuevas angostas, con una longitud de unos 400 metros, y sus paredes irregulares han atesorado durante más de 32.000 años un conjunto de pinturas rupestres que representan la abundante y variada fauna que habitaba Europa durante el Paleolítico. El ser humano no cesa de lamentar la falta de registros que testimonien la vida en la Prehistoria, antes de que la escritura como la entendemos hoy fuera inventada. Por ello, todo resto de representación es extremadamente valorado. Cuando dichas cuevas fueron descubiertas en 1994 las pinturas estaban en perfecto estado de conservación, y después de las experiencias de Altamira y Lascaux, donde la presencia de numerosos turistas deterioró las pinturas allí encontradas, el gobierno clausuró las cuevas de Chauvet a los curiosos. Sólo se permite la entrada a un limitado número de investigadores -durante un corto período del año y por unos pocos minutos-, quienes deben transitar por un angosto sendero elevado construido para proteger los rastros de animales –osamentas y huellas de patas de osos cavernarios- y el delicado suelo de la cueva. Werner Herzog es el más inquieto, el más original del grupo de directores alemanes surgidos en los ´70 dentro del movimiento que se llamó Nuevo Cine Alemán. Su obra abarca una variedad de registros, desde la ficcionalización de mitos americanos y europeos, experiencias con hipnosis, a un variado rango de documentales: desde el inefable, inorgánico e inclasificable Fata morgana, pasando por los que se ocupan de seres marginales, como Grizzly Man o País del silencio y la oscuridad, o de lugares inexplorados como En la salvaje azul lejanía, Encuentros en el fin del mundo y éste, dedicado a las cuevas de Chauvet-Pont-d´Arc. Herzog se introduce por el estrecho canal de acceso a las cuevas con su fotógrafo Peter Zeitling y allí, a pesar de las restricciones naturales y las impuestas, construye otro viaje hacia lo maravilloso. Sería absurdo describirlo, el film hay que verlo, pero baste mencionar que allí hay toda una representación de la vida animal del abundante bestiario que habitó Europa durante el Paleolítico, cuando estaba cubierta de glaciares, las temperaturas eran bajísimas y el ser humano habitaba en las cavernas: osos, leones sin melena, rinocerontes lanudos, caballos, hienas, mamuts, mariposas y otros insectos están dibujados con una técnica que parece actual. En gran parte realizados con carbón, los (¿las?) artistas han aprovechado las irregularidades de las superficies para sugerir el movimiento de las bestias. Entre tantos animales, una única figura humana: el pubis de una mujer figura asociado a un bisonte, en lo que se interpreta como la primera representación -prehistórica- del mito del Minotauro. Porque Herzog no cesa de indagar sobre el alma de aquellos artistas rupestres: la posible función religiosa de esa cueva, cómo fue la vida de los artistas y sobre todo, cuáles habrán sido sus sueños. Para ello, entrevista a arqueólogos, paleontólogos y artistas relacionados con el estudio de esas cuevas. Sin embargo, poco es lo que los científicos pueden agregar a la elocuencia y el poder de las imágenes. En un momento, el guía propone callar, para escuchar el silencio de la caverna y percibir el sonido de los propios cuerpos. Herzog, siempre ávido, no lo soporta, e introduce una música que quiebra la magia de esa penumbra. Como su colega y compatriota Wim Wenders en su documental Pina, Herzog utiliza la filmación en 3D para dar mayor realismo, sensualidad y espectacularidad al registro de esas superficies sinuosas, y logra el mayor efecto en las tomas en el exterior, en los meandros del río Ardèche, junto al acantilado que se desmoronó en parte hace miles de años, clausurando la entrada a esa cueva. Lo cual hace pensar en un tema no menor: cómo se habrán iluminado los artistas, pues la entrada original no aportaría la luz necesaria para iluminar el fondo de la caverna. Pero además de las pinturas y los restos de osamentas, la cueva alberga un fascinante bosque de estalagmitas, formadas a lo largo de los siglos, después de que la cueva fuera clausurada, y los cristales de esas formaciones espejan en medio de esa galería de arte. El film tiene momentos de humor, algunos casi ridículos, como la demostración de caza de un arqueólogo, o la interpretación musical ¡del himno estadounidense con una flauta prehistórica de hueso, y otros inquietantes, como el ambicioso epílogo. Fiel a sí mismo, Herzog explora la magia oculta tras las imágenes.
Un film mínimo, que se agranda en su modestia, y que explora tanto el mundo geográfico como la emocionalidad de los personajes: un chico pasa unos días en el Caribe con su padre mexicano, quien acaba de separarse de su mujer italiana. La madre es urbana, y de Roma, el padre es un pescador que vive en una cabaña sobre el mar, donde va el muchachito antes de instalarse en Italia. El hijo de pocos años vive una estadía que lo inicia en los secretos de la pesca en lancha, de la caza submarina, del buceo con snorkel, pasando del miedo inicial a la confianza que le dan un padre cálido y protector y un abuelo sabio. Los tres hombres comparten la cotidianeidad de la vida en el mar sin presencias femeninas, excepto la de Blanquita, una garza bellísima casi domesticada. La película no se ata demasiado a ninguna de las categorías tradicionales -documental, ficción, película familiar- y respira libertad, espontaneidad, amor y belleza.