"Sintientes": en defensa de la naturaleza. La nueva película del director de "Arrieros" retrata la labor que un equipo de ambientalistas realiza junto a la comunidad de San Francisco, un pueblo ubicado en plena yunga en la provincia de Jujuy. Planteada como un híbrido entre el documental de registro y el de tesis, Sintientes retrata la labor que un equipo de ambientalistas realiza junto a la comunidad de San Francisco, un pueblo ubicado en plena yunga en la provincia de Jujuy. Un trabajo a través del cual sus habitantes reciben una serie de conocimientos, cuyo propósito es el de generar iniciativas autosustentables a partir del empleo responsable de los recursos naturales que se encuentran a su disposición, pero sin descuidar la relación de equilibrio con el medio ambiente. El objetivo de los mismos es el de fomentar una economía comunitaria y cooperativa, cuya lógica va en contra del modelo extractivo que toma de la naturaleza sin conciencia de la finitud de los recursos y del impacto que provoca su explotación indiscriminada. “La Tierra se ha tomado todo el movimiento de la vida para ser lo que es. Cuando los hombres vinimos a parar a aquí, no preguntamos las reglas básicas para vivir en este lugar: somos los hijos desobedientes. Ladrones de la naturaleza. Hemos asaltado, hemos herido, y ahora queremos curar”. La frase que abre el film, dicha por el encargado del taller de agricultura, funciona como declaración de intenciones de Sintientes, un impulso por aportar a la construcción de un mundo consciente del daño que le causó al planeta la presencia del hombre como especie dominante. La película, dirigida por Juan Baldana, retrata distintas etapas en el desarrollo de esos talleres, que van de la artesanía a la construcción; de una farmacología basada en rica biodiversidad de la yunga jujeña a la apicultura; o de la producción de combustibles y fertilizantes naturales a la confección textil. A través de un montaje paralelo, Sintientes registra el avance de los cursos, a los que intercala con escenas cotidianas de San Francisco. Sin embargo, nunca especifica si lo que se muestra es una experiencia piloto; si tiene una continuidad que excede lo exhibido, ya sea en San Francisco o si se replica en otros pueblos del país; o si solo se trata de talleres dictados ad hoc para ser filmados. Lo más cercano a ese dato aparece en una placa final, que aclara que esta experiencia fue posible gracias a una donación privada y que todo lo recaudado por la película será donado a su vez a la propia comunidad. Pero nada se dice respecto a la continuidad del proyecto más allá de los límites del registro cinematográfico. La ausencia de esa precisión, que ayudaría a entender la historia detrás de la iniciativa y su proyección, deja a la película un poco en el aire y priva al espectador de una información que permitiría tener el contexto completo. Como plus, Sintientes exhibe su capacidad para registrar con notable sensibilidad fotográfica el paisaje de la yunga, sacándole provecho a los recursos técnicos con los que cuenta. Esto incluye el uso virtuoso de los drones, que habitualmente cumplen una mera función decorativa, pero que acá están a disposición de retratar al entorno del modo más completo y bello posible.
"Monster Hunter": acción y ciencia ficción sin matices Un escuadrón de elite cae por accidente en un desértico mundo paralelo lleno de monstruos gigantes y sus integrantes deben sobrevivir. Protagonizada por Milla Jovovich, la película ofrece un contenido artístico que no está a la altura de su producción ostentosa. La reapertura de los cines, tras casi un año de cierre obligado por la pandemia, resultó una buena noticia para los amantes del cine, que durante 12 meses abrazaron el placebo de ver películas en casa. Pero quienes realmente celebraron fueron las empresas exhibidoras, uno de los pocos rubros comerciales que aún no había reiniciado su actividad en el marco de la nueva normalidad. Cuando a mediados de la semana pasada se autorizó a los cines a volver a abrir sus puertas, quienes disfrutan de ver películas sentados en una sala oscura –aunque sea con barbijo—, fantasearon con que ese día sería una fiesta, como reencontrase con un amor que les hubiera sido arrancado a la fuerza. Esa ensoñación duró hasta que las cadenas de cines anunciaron los títulos que ocuparían sus pantallas a partir de este primer jueves de estrenos. La confección de esa lista, en la que se encuentra Monster Hunter: La cacería comienza, film de acción y ciencia ficción basado en un videojuego, puso en evidencia algo que resulta obvio, pero que no siempre se da por sentado: que la felicidad de los amantes del cine y la de los exhibidores pertenecen a órdenes diferentes. Que una cosa es el negocio, cuya única libido se juega en el lecho de los balances y los asientos contables, y otra el goce cinematográfico. Que tendrá límites laxos y no siempre claros, pero no tanto como para excluir sin vueltas a esta película protagonizada por Milla Jovovich, de producción ostentosa y contenido magro. Pero hay una lógica para tratar de explicar por qué una película tan pobre es una de las pocas que se vio beneficiada con el escaso espacio disponible en las salas pandémicas: Monster Hunter se identifica más, incluso desde lo estético, con los objetivos de los exhibidores que con el placer de los espectadores. Se trata de una pieza de diseño burdo, cuya historia cabe en cuatro líneas: un escuadrón de elite cae por accidente en un desértico mundo paralelo lleno de monstruos gigantes y sus integrantes deben sobrevivir. El resto es la mera puesta en acción sin matices ni variantes de esa premisa básica, usando como principal recurso expresivo el intercalado de secuencias frenéticas en la que todo resulta visualmente confuso, con otras realizadas en cámara hiperlenta. La experiencia se parece un poco a la de subirse a un auto manejado por un conductor inexperto, que avanza muy poco pero a los sacudones. Apenas hay destellos de algo más allá de ese páramo narrativo en el vínculo que la protagonista establece con un guerrero del otro mundo. ¿Se puede culpar a los exhibidores por darle espacio a un bodrio como este? La verdad, no. Sus objetivos son económicos y hasta es posible que la decisión de incluir a Monster Hunter entre los estrenos de hoy les reporte el arqueo de caja soñado. Pero a quienes esperan que volver a sentarse en una sala de cine sea esa fiesta que imaginaron, desde acá se les recomienda aguantar un poco más el síndrome de abstinencia.
"La biblioteca de los libros olvidados", detectives del papel Como un mago antes de realizar su acto, la película pone enseguida todas las cartas sobre la mesa pero sin revelar el truco: una historia de escritores con un misterio a resolver de corte policial. No hay dudas de que entre los géneros narrativos (dentro y fuera del cine) el policial es tal vez el más popular y al mismo tiempo el que con mayor desinterés ha puesto sus herramientas al servicio de otros géneros. En la actualidad no es necesario que una película sea policial para organizar su estructura narrativa como si lo fuera, presentando un misterio que demanda ser resuelto y un par de personajes, no necesariamente detectives, empeñados en conseguirlo. En ese grupo se encuentra La biblioteca de los libros olvidados, último trabajo del director francés Rémi Bezançon, cuyas películas llegan regularmente a la Argentina, ya sea a través de un estreno comercial o como parte de los distintos ciclos dedicados a difundir en cine de su país, gracias a los cuales alguna vez incluso ha visitado Buenos Aires. Utilizando a la trastienda de la industria literaria como un universo autónomo con sus propias leyes físicas que regulan la lógica de su mecánica, La biblioteca de los libros olvidados propone un punto de partida atractivo. Una joven editora y su novio, que es un promisorio escritor, viajan juntos a un pueblito en la Bretaña francesa para visitar al padre de ella. La chica acaba de publicar la primera novela del chico, pero esta no ha resultado precisamente un éxito de ventas. Los dos están desilusionados y el padre, un poco para burlarse de su yerno, le dice a ella que un viejo bibliotecario del pueblo creó hace unos años una sala dedicada a alojar todos los libros inéditos que hayan sido rechazados por las editoriales. La idea despierta el interés de la joven, abriéndose ante ella como una realidad paralela, un inframundo literariohabitado por todos los libros que nunca serán leídos por nadie. El asunto es que ella descubre entre esos miles de originales lo que cree es una obra maestra perdida, con el atractivo adicional de que ha sido escrita por el viejo pizzero del pueblo, fallecido pocos años antes. Pero resulta que ni la mujer ni la hija del pizzero jamás lo vieron ya no sentado frente a una máquina de escribir, sino siquiera leyendo un libro. La perspectiva de publicar una joya literaria escrita por el genio menos pensado es demasiado perfecta como para no concretarla. Así la editora consigue que una editorial célebre la publique, convirtiéndose no solo en bestseller sino en un objeto de culto. Hay algo de ironía en el hecho de utilizar a la industria literaria, la más prestigiosa de las usinas culturales, para contar la historia de cómo se construye un ícono. Porque además se trata de la industria cultural más cuestionada por sus métodos. Para justificar esa susceptibilidad, alcanza con mencionar el hecho de que en los concursos literarios más importantes suelen triunfar los autores que ya tienen contratos con las mismas grandes editoriales que los organizan. La biblioteca de los libros olvidadosjuega con esa falta de transparencia, contraponiendo el aparato mediático montado para promocionar al infrecuente producto con el escaso interés de los editores por corroborar el por lo menos extraño origen de la novela. Solo un crítico literario estrella, famoso por su certera acidez, manifestará en público sus dudas al respecto y se propondrá descubrir al verdadero autor del misterioso texto. Resulta significativa la elección de la figura del crítico para superponerla a la del detective, sobre todo en la contraposición que se realiza con la del editor. Según la lógica del relato existe una suerte de complicidad entre editor y autor, y entonces es el crítico el único apto para evaluar la obra (y en este caso resolver el delito) de forma imparcial y justa. Es a través de su mirada que la obra puede legitimarse, pero también es la única capacitada para leer de forma correcta los indicios que conducirán a la resolución del enigma. Y en el camino se permite jugar con conceptos complejos, pero siempre con ligereza, como aquel que aborda la muerte de la figura del autor. Como un mago antes de realizar su acto, la película pone enseguida todas las cartas sobre la mesa pero sin revelar el truco, desafiando a que sea el espectador quien lo descubra junto a este crítico tenaz, quién formará dupla detectivesca con la propia hija del pizzero. Que los personajes estén interpretados por Fabrice Luchini y Camille Cottin es otro acierto. Ambos ya habían mostrado buena química en uno de los mejores capítulos de la serie francesa Diez por ciento (Netflix), en donde ella le pone el cuerpo a una intensa representante de actores y él se interpretó a sí mismo con gracia.
"Querido señor", ese tema de las castas Sin llegar a ser un panfleto de denuncia, la película aborda las férreas divisiones sociales de la India con una perspectiva de género, concediendo alguna mirada sensiblera pero sin llegar a la convención del final feliz. Tras formar parte hace dos años de la prestigiosa programación de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes, llega a los cines locales Querido señor,de la directora india Rohena Gera. El relato que propone se apoya en la famosa diferencia de castas, una de las características más conocidas de las sociedades indias fuera de sus fronteras, merced de la cual la enorme diferencia que existe entre las clases sociales se vuelve prácticamente insalvable, convirtiendo al ascenso social en una ilusión inútil. El hecho de que además el relato aborde el vínculo emocional cada vez más profundo que va surgiendo entre Ashwin, un joven profesional de alta sociedad y Ratna, la chica que realiza para él las tareas domésticas, puede hacer que la película avance por momentos por carriles previsibles. De hecho no faltará el momento en que, ya avanzado el relato, el espectador tenga la sospecha de que lo que se le está contando acá es el viejo cuento de Cenicienta por otros medios. Sin embargo Querido señor consigue ir haciendo slalom entre los obstáculos del trazo grueso, para dirigirse hacia un final quizá feliz, pero tomando la prudente decisión de dejar que el desenlace permanezca moderadamente abierto. La cineasta toma el punto de vista de Ratna para contar su historia. Una decisión que resulta lógica (y hasta obvia), no solo en términos de género, sino también en el aspecto social que involucra este relato. Porque así como es esperable que una mujer asuma abordar la narración desde su propia perspectiva, para retratar al complejo universo de la sociedad india desde la mirada femenina, también es habitual en el mundo del cine que los directores –quienes por lo general provienen de las clases altas— se fascinen con la posibilidad de indagar en el misterio de lo ajeno y abordar otras realidades. A partir de esa decisión Querido señorestablece un vínculo estrecho con los relatos de películas como Reimon (2014), del argentino Rodrigo Moreno, e incluso con la comentadísima y multipremiada Roma (2018), del mexicano Alfonso Cuarón. Unidas a partir del oficio de sus protagonistas (tres empleadas domésticas), estas películas le permiten al espectador compartir con los directores el juego de mirar por un rato el mundo de las clases burguesas con los ojos de una mujer de clase baja. Y también de sumergirse por un rato (y sin riesgos, más allá de lo emotivo) en la realidad de los pobres de la Argentina, de México y de la India. En ambos aspectos las coincidencias son más notorias y evidentes de lo que a priori se podría suponer. Tal vez ahí se encuentre lo más poderoso de Querido señor, en esa capacidad de revelarle al espectador occidental que sus pobres no tienen muchas más oportunidades de ascenso social que los pobres de la India, sometidos a las férreas fronteras de las castas. Que las clases sociales del capitalismo europeo/americano son universos cada vez más estancos y que acá la pobreza también equivale a una condena a cadena perpetua de la que rara vez es posible liberarse o escapar. Al menos Gera se permite imaginar una puerta de salida posible para Ratna, instancia en la que la película se inclina de forma peligrosa ante una moderada sensiblería. Sin embargo la directora y guionista también ejercita la resistencia y de ese modo logra no ceder del todo a la posibilidad de recurrir a las soluciones mágicas. Esas que en el cine de Hollywood suelen esconderse detrás de eso que llaman el Sueño Americano, un Deus Ex Machina que se encarga de escupir como chorizos finales felices en serie para mantener viva una ilusión que ya casi no existe. Es cierto también que Querido señor no es una película de denuncia ni mucho menos. Apenas un cuento bienintencionado que se debate entre la fantasía de los sueños y la rigidez de la realidad. Por esa senda cae en algunos excesos, como colocar a algunas neurosis de las clases altas frente al espejo de los problemas urgentes y materiales de los humildes, un ejercicio que se termina pareciendo demasiado a una especie de chantaje emocional que le apunta de frente a la culpa del espectador. De igual forma la película de Gera puede adquirir en algunas escenas un valor cercano a lo documental, exponiendo conflictos desconocidos para el espectador de estas latitudes. En el equilibrio entre esos extremos es donde se mueve esta propuesta realmente inusual para las salas de cine de la Argentina.
Conflictos raciales y corrección política La película asume desde su primera escena el punto de vista de la comunidad negra para exponer con demasiados subrayados las terribles injusticias que sus miembros padecen a diario. El cine no es solo un negocio o un entretenimiento, sino también un arte y un canal de comunicación que a veces incluso es usado como herramienta de denuncia. En ocasiones es (o intenta ser) todo eso junto, como ocurre con Buscando justicia, segundo trabajo que se estrena en la Argentina del casi desconocido director hawaiano Destin Daniel Cretton. Igual que la anterior (la película El castillo de cristal, protagonizada por Woody Harrelson, Naomi Watts y Brie Larson, quien acá también tiene un rol destacado), Buscando justicia está basada en un libro autobiográfico que tiene al drama social como eje narrativo en torno al cual giran sus acciones. En este caso no se trata de un drama familiar y de clases sociales (aunque ambos elementos también forman parte del combo que acá se ofrece), sino que la cosa va por el lado de los conflictos raciales, las inequidades judiciales que de estos se derivan y el uso de la pena de muerte como atajo espeluznante para el control social. La historia se desarrolla a comienzos de la década de 1990 en un pueblito semi rural del sureño estado de Alabama, en donde un leñador negro llamado Walter McMillan es arrestado y condenado a muerte por el asesinato de una joven blanca que llevaba un año sin resolverse, en un proceso judicial irregular e inusualmente rápido. Hasta ahí llega Bryan Stevenson, un joven también negro que acaba de recibirse de abogado en la prestigiosa (y blanca) Universidad de Harvard. La idea de Stevenson es montar una oficina que ofrezca asistencia gratuita a los reclusos condenados a muerte, para rever sus casos e intentar conseguir para ellos penas más piadosas. Así es como el abogado llega a conocer al prisionero y los escandalosos detalles de la investigación y del juicio en el que le impusieron la pena capital. La película asume desde su primera escena el punto de vista de la comunidad negra para exponer (una vez más) las terribles injusticias que sus miembros padecen a diario. Esa decisión llega a hacerse explícita cuando el director decide incluir algunos planos subjetivos que le permiten al espectador contemplar el bosque desde la perspectiva del protagonista. Se trata de la última mirada del mundo que McMillan dará en libertad, justo una escena antes de ser detenido violentamente por un retén policial en medio de la ruta. No es la único subrayado que incluye la película en su desarrollo. El plano de los prisioneros trabajando en el campo igual que un siglo antes lo hacían los esclavos en los sembrados de algodón, la abundancia de escenas en las iglesias de la comunidad negra y una banda sonora que derrocha spirituals también entran en el terreno del lugar común. En la misma dirección corre la transformación que opera en algunos personajes blancos, giros de rigor en tiempos de corrección política. Aun así Buscando justiciaconsigue ser una película de juicios e investigación los suficientemente redonda como para que sus casi dos horas 20 no se vuelvan tediosas.
"El escándalo": El “Me Too” antes del #Me Too La nueva película de Jay Roach aborda las acusaciones de acoso sexual que trabajadoras de Fox News, incluidas varias de sus estrellas, realizaron contra quien fuera su socio fundador y director, Roger Ailes. El “Mee Too” antes del #MeeToo. Así podría definirse a El escándalo, la nueva película de Jay Roach basada en las acusaciones de acoso sexual que distintas periodistas y trabajadoras del canal de noticias Fox News (incluidas varias de sus estrellas) realizaron contra quien fuera su socio fundador y director, Roger Ailes. Esta historia ha sido fundamental en la batalla por la igualdad de oportunidades y derechos que en la actualidad las mujeres llevan adelante, no solo en los Estados Unidos. El caso es emblemático porque ocurrió un año antes de las acusaciones contra Harvey Weinstein, cuyo caso fue más mediático porque se trataba del hombre más poderoso de Hollywood. Pero si de poder se trata, Roger Ailes estaba mucho más arriba. Miembro prominente de la clase más conservadora de su país, Ailes fue asesor directo de Richard Nixon, Ronald Reagan, George W. Bush y Donald Trump en las campañas presidenciales que los llevaron directo a la Casa Blanca. Creador de un imperio periodístico como socio y brazo ejecutor del magnate de los medios Rudolph Murdock, Ailes era uno de los hombres más poderosos de los Estados Unidos. Hasta que las mujeres que durante años fueron víctimas de sus acosos y abusos se cansaron. El escándalo es una de esas películas en la que la información es tan abundante que se necesitan varias escenas para establecer el contexto y ayudar a que el espectador desinformado se ponga al corriente. La narración transcurre en 2016 y arranca pocos meses antes de que la primera acusación contra Ailes tomara estado público. La atención se centra en tres personajes, dos de ellos inspirados en personas reales. Se trata de Gretchen Carlson y Megyn Kelly, periodistas estrella de la cadena que representaban a la perfección el rol de rubias, bonitas e inteligentes que el propio Ailes había convertido en una marca registrada de Fox News. Kelly, la más joven de ellas, se encontraba en la cresta de la ola tras haber moderado el debate republicano previo a que Trump se convirtiera en el candidato de su partido. La carrera de Carlson en cambio venía cayendo y ella suponía que por negarse sistemáticamente a las insinuaciones de Ailes. Y cuando es despedida por el canal, al fin se decide a demandarlo. El tercer personaje es pura ficción, una periodista más joven que simboliza a las víctimas anónimas. Nicole Kidman, Charlize Theron y Margot Robbie se lucen en sus interpretaciones, del mismo modo en que lo hace el extraordinario John Lithgow en el papel de Ailes. Es cierto que El escándalo consigue sostener la tensión a pesar de que el final es conocido. Sin embargo tiene algunas dificultades, sobre todo al comienzo, para organizar las toneladas de información que va lanzando. Algo parecido a lo que ocurría con La gran apuesta (2015), la película dirigida por Adam McKay con la que comparte al guionista Charles Randolph, ambas multinominadas a los Oscar. Como en aquella, acá también las protagonistas varias veces necesitan entablar un diálogo con el público y recurren al truco de hacerlo hablando directo a cámara para explicar qué es lo que pasa, quiénes son los personajes que aparecen y por qué son importantes. En la misma línea, El escándalo por momentos también peca de cierta candidez simbólica y de una abundancia de explicitud que hacen que la película se ponga un poco obvia. Es cierto que estos excesos tal vez sirvan para potenciarla como objeto de denuncia, para ilustrar las situaciones de violencia a las que las mujeres están expuestas de forma cotidiana. Pero también es posible que estos mismos elementos la debiliten en su carácter de narración cinematográfica.
."Gretel y Hansel", una relectura en clave feminista El director Oz Perkins invierte los roles para adaptar el conocido relato al paradigma actual. Casi desde su fundación, la industria del cine se encargó de confirmar la riqueza de los cuentos de hadas, apropiándose de su potencia para alimentar una usina que siempre necesita hallar nuevos yacimientos de relatos para mantenerse en movimiento. Gretel y Hansel: Un siniestro cuento de hadas, novedosa versión del clásico Hansel y Gretel filtrada por el imaginario y los recursos del cine fantástico y de terror, abreva justamente en el universo de la narrativa popular más tradicional. Un juego que, por otra parte, no es la primera vez que se realiza ni con los cuentos de hadas en general, ni con la historia de los dos hermanos abandonados en el bosque en particular. La inversión en el orden de los nombres en el título, colocando a la hermana delante, tiene varias interpretaciones posibles. Aunque quizá lo más oportuno sea leerla como un intento de adaptar el relato clásico al paradigma feminista actual, una idea que se sostiene en numerosas justificaciones narrativas. Al revés del cuento, acá Gretel es la mayor, una adolescente, y sobre ella pesa la responsabilidad de cuidar al pequeño Hansel. Sus padres han muerto a causa de la peste y la hambruna ha devastado la aldea en la que viven. La tragedia los obliga a atravesar el bosque en busca de una utópica comunidad de leñadores que, según creen, los recibirá, cuidará de ellos con gusto y les dará un oficio. Pero ya se sabe lo que encontrarán en el camino. La disolución familiar coloca a Gretel en el doble rol de asumir la representación de la figura materna, en tanto siente el impulso y el deber de mantener viva la ilusión de un hogar, pero también el instinto paterno de velar por Hansel en un mundo que es percibido como una amenaza. El resultado es una figura fuerte como la que en la actualidad reivindica para sí el colectivo femenino. Esa dualidad es representada con eficacia por la actriz Sophia Lillis, la joven pelirroja de IT, del argentino Andy Muschietti. Gretel y Hansel juega con la imagen andrógina de Lillis para potenciar la fusión y darle al relato un oportuno anclaje contemporáneo. Dicha intención se confirma de forma temprana cuando Gretel rechaza tanto trabajar como sirvienta para un burgués que trata de imponerle “servicios adicionales”, como la reclusión en un convento, ambas alternativas impuestas por la madre agonizante. Con una estupenda labor de arte y fotografía, y una relectura del clásico en clave pesadillesca que por momentos evoca a los trabajos del británico Peter Strickland, Gretel y Hansel resulta estimulante a partir de su enfoque diverso (pero deudor del original) y de la construcción de un mundo oscuro tanto en lo narrativo como en lo visual. Pero también por el complejo abanico simbólico que despliega para re-apropiarse y reinterpretar a los arquetipos clásicos, en busca de encontrar en ellos nuevas formas de representar lo femenino y sus particularidades. En ese intento, que a veces también puede volverse un poco obvio, está lo mejor de este trabajo.
"¡Por fin solos!": humor conservador Si la idea fuera tomar la parte por el todo, el reflejo de Francia que entrega este retrato familiar no podría ser más desalentador. La comedia francesa en su variante más popular siempre fue, y sigue siendo, uno de los géneros favoritos del espectador argentino: lo prueba el habitual estreno de no pocos exponentes en las salas locales. Es probable que haya tenido su auge en los ’70, cuando el cine francés se puso menos “nouvelle” y mucho menos “noir” que en décadas anteriores, de la mano de comediantes notables como Pierre Richard o Gérard Depardieu, y cineastas como el gran Francis Veber. Pero pasada la época dorada y sacando a las excepciones necesarias, el humor en el cine francés empezó a ponerse menos estimulante y más obvio, menos atrevido y hasta un poco reaccionario. En esa línea se encuentra ¡Por fin solos!, de Fabrice Bracq, que narra la historia de Marilou y Philippe, una pareja que ha pasado los 60 y que al jubilarse decide que llegó la hora de cambiar de vida, de dejar de preocuparse por los hijos ya grandes y dedicarse a disfrutar del soñado dolce far niente. Deseo cuya concreción, por supuesto, la película se encargará de entorpecer. Hay que reconocerle a ¡Por fin solos! la voluntad de atreverse a intentar hacer humor con temas incómodos, como jugar con el cruce de clases sociales desde la mirada pequeño burguesa, o hacer referencia a la precarización del primer mundo europeo a partir de su vínculo con los países del este o la inmigración. Todos ellos asuntos que ameritan por lo menos la precaución de ser consciente de las implicancias que tienen en la realidad. El problema es que el guion nunca consigue romper la tensión superficial del mero chiste, que es apenas uno de los muchos recursos con los que cuentan quienes se dedican a hacer humor. Y al quedarse en la superficie, la película tampoco les permite a sus personajes ir más allá para poner en cuestión sus propias motivaciones. Marilou y Philippe empiezan el relato siendo dos personas de buen pasar, conservadores y desconectados de la realidad, y llegan hasta el final dando un giro de 360° que los deja nuevamente encerrados en la caja de cristal de su propia clase y sin conciencia de ello. Se vuelve obvio entonces que el humor de la película es conservador y poco curioso porque así son sus protagonistas, una simbiosis que quizá hubiera sido conveniente romper. Pero ¡Por fin solos! no sabe cómo. Por el contrario, el relato se concentra en los caprichos de Marilou, condenada a no verse más que a sí misma, y en el carácter casi autista de Philippe, que parece incapaz de conectar con la realidad a menos que esta lo choque de frente, algo que casi no ocurre. Si se jugara el juego de tomar la parte por el todo, el reflejo de Francia que entrega este retrato familiar no podría ser más desalentador. Pero lo más incómodo es que la acción acaba manipulando a sus protagonistas para que crean que en realidad quieren volver a encerrarse en el mundo de las obligaciones que trataron de dejar atrás durante toda la película. Demasiado triste para ser comedia.
"La maldición renace": ¿para qué? Con su mudanza a los Estados Unidos, la saga pierde lo mejor que tenía: la estética anclada en la tradición japonesa de fantasmas. No hace tanto el terror venido de oriente estaba de moda. En especial el de Japón, que fue donde la tendencia surgió en 1998 con el estreno de Ringu, segundo trabajo de Hideo Nakata, recibiendo el rótulo colectivo de J-Horror. El éxito del film no solo trajo dos secuelas y dos remakes bajo el título local de La llamada (The Ring), sino también decenas de “Salieris”. Entre ellos destacan Pulse (Kairo, 2001), de Kiyoshi Kurosawa, que ganó el Premio Fipresci en Cannes; Dark Water(Nakata, 2002) y Ju-On: The Grudge(2002), dirigida y escrita por Takashi Shimizu. Se trata de historias fantasmas de la tradición japonesa, como los Yūrei o los Onryō, y elementos tomados de disciplinas como el teatro kabuki, en las que los protagonistas son acosados por espíritus vengativos de mujeres que murieron torturadas o asesinadas de forma violenta. Todas tuvieron remakes Made in Hollywood, pero solo The Grudge se convirtió en una saga que hasta ahora acumulaba 13 episodios, diez en Japón y tres en Estados Unidos. Esta trilogía, conocida acá como El grito, hoy suma su cuarta secuela bajo el distraído título local de La maldición renace. El punto de partida es el mismo: cada persona que entra en esa casa de Tokyo en la que un hombre mató a su mujer, a su hijo y al gato negro de la familia, de inmediato comienza a ser perseguido por los fantasmas de las tres víctimas. Pero la saga americana aprovechó la capacidad de estos espectros de adherirse a los desafortunados intrusos, para desplazar la acción de forma progresiva de Japón a Estados Unidos con el correr de las secuelas. De modo que La maldición renace solo una breve escena inicial se desarrolla en la capital japonesa y luego el relato viaja a un pueblo del interior estadounidense, a donde una mujer llega trayendo la condena desde oriente. Que el estreno tenga lugar en medio de la histeria colectiva causada por el brote de coronavirus no es más que una casualidad sugestiva. La consecuencia de esa mudanza a los “States” es que la saga pierde lo mejor que tenía: la estética anclada en la tradición japonesa de fantasmas. Con ella se va la poca gracia que le quedaba. Ya no está ni la temible Kayako, con su piel blanca, los ojos enormes y el pelo larguísimo ocultándole la cara, ni su hijo siniestro. Ni siquiera queda el gato negro, cuyo maullido era una marca registrada en la creación de Shimizu. Ahora los fantasmas son como los de las peores películas de terror y sus apariciones siguen el ritmo burocrático de un guión que no exhibe ninguna idea atractiva e incluso se regodea en detalles estériles, como darle a la dirección de la comisaría del pueblo el número 999. Es decir: un 666 invertido. Una idea occidental y cristiana que traiciona al universo profundamente oriental de la saga. Pero ahí está el número, no una sino dos veces en la pantalla, sin que a nadie se le haya ocurrido decir: “Che, mejor saquemos esa pavada”. Lo único que acá se conserva del original es el funesto gruñido de Kayako, detalle que de todas formas carece de sentido, porque en La maldición renace nadie muere con el cuello roto como ella.
"Dolittle": una película narrada con corrección clásica En su primer trabajo en seis años en el que no interpreta a Iron Man, el actor se pone en la piel del inefable veterinario capaz de hablar con sus pacientes. Con el estreno de Dolittle, la historia del veterinario decimonónico que puede hablar con sus pacientes en sus propias lenguas animales, se convirtió en una de las más populares del cine infantil, sumando su tercera adaptación en poco más de 50 años. La primera fue Doctor Dolittle, en la que el protagonista era interpretado por el atildado y algo rígido actor inglés Rex Harrison, que para 1967 ya era bien conocido por sus papeles centrales en la desmesurada Cleopatra de Joseph Mankiewicz (1963) y la comedia musical Mi bella dama (George Cukor, 1964), junto a Audrey Hepburn. Tres décadas más tarde sería Eddie Murphy, cuya carrera comenzaba a rodar barranca abajo, quien se pondría en la piel del veterinario en una versión aggiornada a los años ’90. Veintidós años después, el encargado de devolver al personaje a su origen victoriano es nada menos que Robert Downey Jr., en su primer trabajo en seis años en el que no le toca interpretar a Tony Stark, alias Iron Man, personaje que fue el alma del Universo Cinematográfico de Marvel durante 12 años. Lejos de resultar una liberación, su interpretación de Dolittle no siempre consigue despegarse ese aire de superioridad y la inclinación por la ironía y los excesos que definieron a su icónico personaje. Algo no muy distinto a lo que pasaba con su versión de Sherlock Holmes en las películas dirigidas por Guy Ritchie, que tendrán su tercer episodio el año que viene. Más allá de ese detalle --que quienes sean fanáticos de Tony Stark no dejarán de disfrutar-- Dolittle consigue erigirse como una película de aventuras dirigida al público infantil que cumple con un objetivo central que la mayoría de las de su tipo no consiguen alcanzar: transmitir la adrenalina de la aventura con recursos propios del cine pensado para chicos. Por supuesto que el relato no olvida que del otro lado también habrá adultos –renegar del multitasking es anatema en el cine industrial contemporáneo— y se preocupa por hacer que las peripecias que atraviesan sus personajes también resulten atractivas para ellos. Pero sin olvidar sus prioridades, exigiendo que sean los adultos quienes se atrevan a conectar con ese costado lúdico vinculado a las primeras experiencias como espectador que todo el mundo aún tiene en alguna parte. Humor físico, varias escenas de riesgo (que el CGI se encarga de aligerar) y algunos diálogos afortunados se cuentan entre las virtudes de una película narrada con corrección clásica. Por otro lado los gags interpretados por animales permiten dimensionar de qué manera los videos de gatitos de YouTube impactaron en la construcción de una mirada y un imaginario colectivo. Dolittle lo entiende y trabaja sobre eso, a veces simplificando y otras enriqueciendo la construcción cinematográfica, al mismo tiempo que se permite el riesgo de un final no tan feliz como los peores presagios hacían temer. Sin embargo no puede evitar caer en la trampa de la moraleja fácil: parece que todo junto no se puede.