Los invencibles Luego de su sensible filme La Carretera (basado en la novela homónima de Cormac McCarthy), John Hillcoat, nuevamente de la mano de un guión del músico y escritor Nick Cave, vuelve a ofrecer un vibrante filme sobre la historia real de la familia Bondurant, tres hermanos que se dedicaron a la producción y provisión de bebidas alcohólicas durante la época de la Ley Seca en el estado de Virginia...
Cruzada contra el amor Hay veces que una sola escena basta para comprender ante qué tipo de propuesta nos encontramos como espectadores. Dulce de leche nos ahorra varios pasos y desde los primeros fotogramas (en donde encontramos bellas imágenes de un río y unos jovencitos acartonados charlando tonterías) nos muestra un filme que puede llegar a ser apreciado desde su estética, pero jamás desde sus personajes y, por ende, de su historia...
La consolidación de un director Qué linda es la sensación que uno siente como espectador cuando se da cuenta de que está ante un realizador sólido, regular, confiable. Esa sensación que uno podía sentir con Christopher Nolan después de El gran truco, la que sentimos después de ver Trainspotting con Danny Boyle, con Clint Eastwood desde su resurrección en Million Dollar Baby o con Cameron tras Terminator II. Cada uno de ellos supo después hacer honor o no a esa sensación, la premonición de que la próxima que haga será buena también, porque ha logrado en nosotros una confianza, un vínculo, un entendimiento. Argo, el tercer filme de Ben Affleck tras las cámaras, es la consolidación de un director de cine, la confirmación de que lo que sucedió antes no fue producto de la casualidad, del azar, de un golpe de suerte. Salvo Desapareció una noche, su ópera prima, que supe con el tiempo redimensionarla y valorizarla como se debe, ni The Town ni Argo son obras maestras. En ambos casos, con una gran mayoría de aciertos (en especial desde la realización), se trata de sólidos filmes, entretenidos y bien contados, interesantes y con un ritmo trepidante, apoyados más que nada en un gran trabajo de montaje o en intensas escenas de acción. Desapareció una noche, en cambio, tenía ese plus que no tienen demasiadas películas: proponer una pregunta -una pregunta existencial podríamos decir- que queda flotando una vez que el filme termina e interpela al espectador a reflexionar sobre ella. Basada en una historia real, Argo cuenta las peripecias de un grupo de diplomáticos estadounidenses que pudieron escapar de una masiva toma de rehenes llevada a cabo por un grupo de insurrectos en Irak. Los que lograron huir durante la revuelta, llegaron a refugiarse secretamente en la embajada canadiense, pero no por ello dejaban de correr peligro en una época tan convulsionada como aquella de principios de los 70 en Medio Oriente. Ben Affleck interpreta aquí a un agente de la CIA especialista en rescates en países extranjeros (extracciones, según lo llaman) y será el encargado de organizar una fachada para poder sacar a sus compatriotas sin levantar polvareda. Esa charada sería "Argo", una supuesta película que busca locaciones exóticas para filmar sus paisajes inhóspitos del espacio exterior. La dirección de Affleck triunfa una vez más por sobre otros aspectos con un protagonismo excepcional del montaje escalonado entre dos lugares para lograr el suspenso necesario para mantener la intriga, el interés y, por qué no, al espectador al borde del asiento. Piensen sino en la larguísima escena del aeropuerto y todas las escenas que se van intercalando en las oficinas de la CIA y en la productora en Hollywood. El guión tiene la potencia suficiente como para mantener el interés en la historia a pesar de que se trata de un hecho heroico que probablemente imaginemos (si es que no nos enteramos antes) cómo puede terminar. También acierta al infiltrar en los personajes de Alan Arkin y John Goodman (dos trabajadores del mundillo de Hollywood) los comentarios ácidos sobre el ambiente cinematográfico y darle un tono cómico a una película que cada tanto necesita un respiro. Con un elenco de estrellas en donde se destacan los menos conocidos (Arkin y Goodman son muy divertidos, pero Bryan Cranston -protagonista de Breaking Bad- tiene un rol muy convencional): los seis escapistas (entre ellos Tate Donovan o Clea DuVall), perfectamente caracterizados (como podremos ver en las fotos de los créditos) logran transmitir el miedo que les da la operación y la poca confianza que tienen para con el héroe, Ben Affleck, que nuevamente se reivindica de aquellos pésimos papeles de los noventa y ofrece una sobria y contundente actuación como el conflictuado Tony Mendez. Argo es un filme entretenido e intrigante, bien narrado, con buenos momentos de suspenso y con un elenco convincente. El hecho de que sea basado en una historia real y esté narrado sin tomar demasiadas posturas respecto del conflicto internacional es otro gran acierto. Quizás no sea un filme inolvidable, una catarata de emociones, pero vuelve a poner la luz sobre el Affleck director y su gran talento tras las cámaras. Una buena historia que sirve de tercera prueba para que Ben nos demuestre que es un director consolidado.
Lo que fue y lo que será No soy un fanático de James Bond, ni mucho menos. De hecho, vi muy pocas de sus películas, ya sea las viejitas o las más nuevas. Recuerdo haber escuchado maravillas de Casino Royale y -ajeno a la saga como siempre fui- no prestarle demasiada atención más allá de haber visto partes en el cable, muy entretenidas, dicho sea de paso. Por eso, cuando me acerqué a ver Skyfall, al calor de las geniales críticas, tuve que abstraerme un poco de pensarla como un producto más de la franquicia (que desconozco casi en su totalidad) y asimilarla como un filme de acción específico, más allá de los Martinis, los "Bond, James Bond", las chicas sensuales y los aparatitos modernos. Lo extraño es que esta Bond es una película a la cual considerarla como un producto de franquicia es equivocado: Skyfall es un filme que carece casi por completo del espíritu que hizo famoso a la marca, para dar lugar a una progresiva añoranza al pasado en donde lo moderno y los guiños al personaje que todos conocemos pasan desapercibidos, como si fueran cameos de películas pasadas. Una de las cosas que llamó la atención de Skyfall desde el comienzo de su producción fue la elección del director. Sam Mendes, ganador del Oscar por Belleza Americana, es un director cuya única incursión en algo parecido al género de acción fue Camino a la perdición, por allá por el año 2002, un filme que está lejos del rimbombante estilo que propone James Bond. De todas formas, no habrán sido tantos los que dudaron de su capacidad para ponerse al hombro una película de este calibre siendo que Mendes siempre salió bien parado de sus producciones. Menos aún cuando se eligió al maestro Alexander Witt como director de segunda unidad, el responsable de las escenas de acción de las películas más impactantes que se les ocurran (Gladiador, La Caída del Halcón Negro, Casino Royale, American Gangster, The Town, Safe House o la escena del robo al tren en la última de Rápido y Furioso), un verdadero genio en el ámbito de la acción. Aquí no se quedan atrás y desde el primer minuto del filme nos encontramos con trepidantes persecuciones, tiros, patadas, trenes, motocicletas, accidentes, explosiones y caídas de 100 metros al vacío. Todo con la calidad que estos dos grandes artistas suelen proponer en sus trabajos. El guión de Neal Purvis y Robert Wade (usuales colaboradores de la saga) sumados a otro talento, John Logan (guionista de Gladiador, La Invención de Hugo Cabret, El Aviador, El Último Samurai, entre otras) plantea un motor principal para el villano: la venganza. Mediante una ordenada construcción, distribuye el relato de manera intrigante y aprovecha bien su texto para plantear problemas interesantes: la ambigüedad de M, por ejemplo, quién es responsable de tomar las decisiones y dejar a su suerte a sus agentes llegará a un punto de quiebre que mantendrá el suspenso durante toda la trama. Por supuesto, los clisés y las frases cómicas antes y después de cada disparo estarán presentes banalizando un poco la historia y también habrá situaciones típicas en donde el villano tiene todo en sus manos y desaprovecha la oportunidad de eliminar a sus víctimas, como en casi todas las películas de acción de la historia. Otra de las cuestiones destacables aún sin haber visto la película era la presencia de Javier Bardem interpretando al enemigo de turno, en lo que se esperaba una especie de revival del personaje que lo catapultó a la fama hollywoodense (y me hizo tener ganas de escribir sobre cine, dicho sea de paso) Anton Chigurh, el villano de Sin Lugar para los Débiles. La sola idea de que el personaje de Bardem se acercara a aquel mítico asesino que imaginó Cormac McCarthy ya era un motivo suficiente como para ir corriendo al cine. De más está decir que toda expectativa alta no logrará ser llenada en la mayoría de los casos. Este es uno de ellos. Silva es un buen villano, extrañamente amanerado (su elección sexual no le suma ni resta al personaje), interpretado con corrección y naturalidad por el actor español. Está a años luz de aquel Chigurh, pero es lógico que así sea. El resto del elenco (Judi Dench, Ralph Fiennes, Naomi Harris) aporta la sobriedad necesaria para una nueva entrega de esté personaje renovado y terrenal, alejado de los artilugios y las peripecias de superhéroe. El Bond de Craig ya se había vuelto más humano, más verosímil, pero aquí es un personaje prácticamente despojado, afectado, envejecido. Ya no es el fiero luchador, ni el arma más rápida de la agencia. Como Batman en The Dark Knight Rises, Bond sufre los achaques de la edad y los golpes de la vida. Se refugia en las tecnologías más antiguas y no utiliza ni lapiceras explosivas ni relojes que disparen. Y cuando el villano lo pone en aprietos, elige la austeridad y el despojo de una casa en medio de la campiña y la escopeta de caza de su padre como su último bastión y refugio. Es especialmente en esa última media hora en donde la calidad de la fotografía pegará un salto destacado para ofrecer imágenes imponentes y bellas, colores e iluminaciones bien pensadas y puestas en escena que no solo embellecen sino que aportan a que el cuento se cuente mejor. Skyfall, vista como una más dentro del género y no como la última de la franquicia, es una estupenda película de acción que no aburre a pesar de sus más de dos horas de metraje. Mucho más cercana a Duro de Matar o a El Último Boy Scout que la del famoso agente secreto inglés, es una película que se aprecia mejor como un exponente del género que como un eslabón más en esta historia que cumplió ya 50 años. Aunque es de esperar que muchos fanáticos festejen este Bond recio y despojado, más terrenal y austero como la gran resurrección de un personaje que se hallaba algo raído. En ambos casos, será cuestión de disfrutarlo.
Tejes y manejes En épocas de cacerolas ruidosas y reclamos del tipo “que se vayan todos”, una película como El Ministro puede resultar muy oportuna. No es común hallar en la cartelera filmes que retraten tan detalladamente el día a día de un político, en este caso de un ministro francés. El hecho de que se trate de un ministro de transporte y que el relato comience con un accidente terrible que termina con la vida de decenas de personas es un detalle que nos sonará muy cercanos a los argentinos...
Burton vuelve a sus orígenes El realizador Tim Burton fue objeto de los más fieros debates en los últimos tiempos debido a que sus filmes más recientes no habían llenado las expectativas de los espectadores. Tanto Alicia en el País de las Maravillas (2010) como Sombras Tenebrosas (2012) o Sweeney Todd (2007) fueron filmes que podían tener su sello, algún destello de aquel estilo que lo distinguió muchos años atrás, pero fueron historias que sólo parecieron conformar a sus fanáticos más acérrimos. La mencionada vuelta de Burton a sus orígenes implica no sólo el retorno al lugar que lo catapultó a la fama, el lugar del autor, del creativo, del extraño narrador de historias, del freak por antonomasia, sino también volver al pasado ya que Frankenweenie fue un corto que él mismo filmó en 1984, mucho antes de ser un realizador de largometrajes, mucho antes de Batman (1989), de El Joven Manos de Tijera (1990) y otro de los filmes que lo empujó a la fama (aunque no la dirigió él, como suele creerse) y que se emparenta mucho más con este, El Extraño Mundo de Jack (1993)...
Veo gente muerta... Un chico atribulado, solitario, sin amigos, un rarito, un fenómeno, un freak, un chico que ve gente muerta. “No dejes que los 'bullys' te afecten, Norman”, le dice su amigo gordito, “sucede en todas las escuelas”. El personaje de Norman, protagonista de este filme, podrá no ser muy original, pero dentro de esta entretenida historia de terror, cobra una fuerza notable. Paranorman (3D) es un filme de animación en stop motion realizado por el estudio Laika, los mismos que contribuyeron con Henry Selick en la popular El Extraño Mundo de Jack y en la aclamada Coraline y la Puerta Secreta (aquella historia de Neil Gaiman que también dirigió Selick en 2009). Si hay algo que emparenta a todas estas películas además de su belleza técnica y estética es que en todos los casos estamos ante filmes que no son precisamente para niños pequeños. No es que Paranorman tenga escenas perturbadoras o escandalosas, pero sí sucede que el tema general que trata la historia y algunos pequeños sustos diseminados a lo largo del metraje podrían no ser apropiados para los más chiquitos...
Historia de amor de un hombre y su auto Cuando Masterplan se exhibió en el BAFICI 2012 causó una impresión interesante y dejó un reguero de buenas críticas en los medios especializados que la cubrieron. Esta comedia de los hermanos Levy –que se habían presentado por primera vez en el mismo festival el año anterior con el también halagado documental Novias - Madrinas - 15 años– es una historia de enredos de un joven de clase media que intenta una estafa con una tarjeta de crédito y termina perdiendo su querido Siam Di Tella en el camino. Con un guión bien pensado, apoyado fuertemente en diálogos cotidianos, realistas y, por eso, muy cercanos, empáticos y divertidos, los Levy presentan esta historia protagonizada por Mariano (buen trabajo de Alan Sabbagh), un muchacho que se deja enredar por su cuñado en un chanchullo y luego no puede soportar vivir alejado de su preciado automóvil. Se está por mudar con su novia Jackie (Paula Grinszpan), una chica de familia judía, sumisa, paciente y que soporta todo su malhumor, el cual se potencia cuando el coche se aleja de ellos. Durante esos días de incertidumbre, en los cuales Mariano busca sostener sus mentiras para zafar de la investigación que lleva a cabo el seguro de la tarjeta de crédito, lo vamos a ver rodeado de unos compañeros de trabajo con los que no se lleva bien, en un noviazgo que no puede sostener por culpa de los inventos y las sospechas, y acercándose por un capricho del destino a un hombre que vive en la calle. Este vago (Andres Calabria, figura descollante de Novias - Madrinas - 15 años) se convierte en un personaje importante dentro de la trama y termina siendo el alma de la película, y avanza y entretiene gracias a sus alocadas intervenciones, a pesar de que a veces cueste entender lo que dice. El elenco, completado por un grupo de personas retratadas en la ópera prima mencionada anteriormente, más un par de actores que hemos visto en TV y en cine (Martín Campilongo y Carlos Portaluppi), es completamente dispar. Los realizadores se encaprichan en hacer participar a gente sin experiencia en la gran pantalla y esas escenas se destacan por su falta de ritmo y naturalidad. Esto sucede constantemente, con una escena de una señora mayor que habla sola, con una mujer de un restaurante chino que recibe un pedido (¿acaso habrán pensado que era gracioso escuchar hablar a una señora que no conoce el idioma?) o con el niño y el policía en la comisaría. En contraposición, las mínimas apariciones de Campi y Portaluppi le aportan a ese guión tan dialógico una cuota de calidad notable. El otro aspecto irregular es el apartado técnico: es un filme plagado de imágenes estáticas, de planos fijos y de escenas que se alargan por demás. Los momentos en los que se intenta innovar con cámaras movedizas y planos arriesgados (los de la ventana del departamento, por ejemplo) también tienen inconvenientes, con fuera de foco involuntarios y algunos movimientos de cámara extraños que no aportan nada a nivel narrativo. No sucede lo mismo con la música, muy bien seleccionada, que acompaña los climas planteados de forma natural y armónica, empuja las escenas dramáticas pero, más que nada, colorea las cómicas (por ejemplo, cuando Mariano abandona torpemente su auto en medio de una calle oscura). Con un final esquivo, que resume algunos inconvenientes planteados en la trama sin darles la menor importancia, Masterplan es un filme que, a pesar de presentar a unos realizadores frescos, con un guión entretenido, tiene algunos vicios que la desequilibran. Una comedia simpática, con algunos personajes queribles y muy poco más.
Hollywood noruego Roger no es un tipo cualquiera. No es el clásico padre de familia, ni el empleado que entrena al equipo infantil del barrio los domingos, ni el muchacho enamoradizo que es capaz de cualquier cosa por el amor de su pretendida. Tampoco es un ex agente de la CIA, como Liam Neeson en la otra película “implacable” de la cartelera. Roger es un empresario exitoso que trabaja en una firma importante y es una pieza fundamental en la estructura de la compañía. Tiene una mujer rubia, esbelta, despampanante, mucho más alta que él y definitivamente más agraciada. Roger no cree ser suficiente hombre para esa mujer, por lo que trata de darle todos los gustos para que no se aleje. La casa de 30 millones, la exposición de cuadros, los aros más caros de la joyería son demasiado para su sueldo a pesar de su buena posición, por lo que tendrá que buscar una alternativa. Entonces, Roger es un ladrón de arte. Su vida oculta, no muy convencional aunque efectiva, marcha sobre ruedas hasta que conoce a un sospechoso sujeto y las cosas se empiezan a complicar. Cacería implacable es un filme noruego, ya lo hemos dicho, pero tiene todo lo que un thriller hollywoodense podría tener. Si el idioma nos fuera más familiar y en lugar de a Aksel Hennie (Roger) tuvieramos a Tim Roth y a Aaron Eckhart para el papel de Nicolak Coster-Waldau (Clas Greve, el extraño sujeto), nunca nos daríamos cuenta de que se trata de una producción que no fue hecha en el corazón de la industria cinematográfica norteamericana. El filme no tiene la típica narración europea, cuenta con un montaje movedizo, vibrante, poderoso, pero también exhibe los vicios clásicos de las películas estadounidenses: los giros rebuscados, los excesos en el forzamiento del verosímil, los caprichos innecesarios a la hora de resolver los conflictos. De este modo, su guión oscila entre una estupenda primera mitad -la parte de la cacería, en donde se ve a Roger en un lugar para el que no está preparado, sentimos la empatía con un personaje absolutamente desagradable, pero con el cual el espectador se identifica por su miedo, su torpeza, y también su tesón- y una segunda parte que pierde fuerza. Cuando la historia comienza a volcarse hacia su resolución, las vueltas de tuerca se multiplican hasta el hartazgo, los excesos pululan por doquier y el resultado final deja un sabor agridulce. La debacle narrativa es lógica: mientras el verosímil se sostiene durante una primera mitad porque vemos a un tipo inexperto escapar a duras penas de un cazador implacable, termina por romperse cuando el torpe protagonista da un giro de 180 grados para volverse él mismo el implacable cazador. Con una interesantísima primera mitad, con algunas escenas muy bien logradas y otras directamente memorables (¡menos mal que encontró un tubo de papel higiénico!), Cacería implacable es un filme que cumple con entretener durante sus casi dos horas de metraje, pero que hubiera funcionado mejor si sus guionistas no se hubieran roto tanto la cabeza para hacer encajar piezas en donde no hacía falta.
Navegando en un mar de referencias Días de vinilo es la primera película de Gabriel Nesci, creador y director de Todos contra Juan, una muy divertida serie argentina de relativo éxito hace un par de años protagonizada por Gastón Pauls, que interpretaba a un actor de más de treinta que había sabido ser una estrella de la televisión cuando era adolescente. El argumento giraba en torno a la búsqueda del éxito de Juan mediante la ayuda de diversas figuras rutilantes de la tv a quienes perseguía hasta conseguir alguna audición para una obra, serie, película o publicidad. El mejor atributo de este programa era endilgarle a cada actor famoso -que se interpretaba a sí mismo- una particularidad extraña (Mariano Martínez era demasiado buen tipo, Daniel Fanego era un obsesivo de los valores y de la familia, Gustavo Garzón era un ególatra insufrible, Mirta Busnelli era cleptómana, etc.). El otro gran hallazgo de la serie fue el personaje de Sebastián de Caro, Tony, el encargado de descubrir esas rarezas y hacérselas notar a Juan, y un freak y obsesivo con sus propios mambos también. Todos contra Juan fue una serie excelente, especialmente en su primera temporada, con un humor muy particular, muy referencial y muy poco visto en otros programas nativos. Lo primero que llama la atención de Días de vinilo son varios parecidos con aquella serie del año 2010: la voz en off de Gastón Pauls, nuevamente entre cursi, solemne y paródica; el personaje interpretado por este mismo actor, cuyo physique du role es casi calcado del Juan Perugia de la serie (aquí no hay riñonera, pero si una gorra, barba larga y esa forma de caminar como si los pies pesaran); algún actor interpretándose a sí mismo; y una batería de referencias descomunal, inagotable, buscada adrede y con mucha efectividad desde el costado humorístico. Hay un metalenguaje constante, todo el tiempo los personajes hablan de otra cosa, sea una película, una canción, la historia de una banda, una serie de TV, un actor, Todos contra Juan y hasta la propia película. El hecho de que el guión haga encajar todas esas referencias culturales y las ponga en juego en armonía, hasta el punto de ser la película en sí misma material de una referencia, es un hallazgo interesante dentro de un marco de una película muy entretenida. Días de vinilo cuenta la historia de cuatro amigos que siempre tuvieron dos temas de conversación preponderantes: la música y las mujeres. Uno de ellos, Facundo (Rafael Spregelburd, de El hombre de al lado), está a punto de casarse. Damián (Gastón Pauls) busca terminar un guión "serio" para una película, ya que su primera obra fue devastada por su ex (Carolina Pelleriti), una crítica de jerarquía. Mientras tanto, Marcelo (Ignacio Toselli) intenta triunfar con su banda tributo a los Beatles y Luciano (Fernán Mirás) trabaja junto con la futura esposa de Facundo como presentador de radio, mientras sale con la estrella pop del momento (Emilia Attias). Cada historia tendrá su nudo, su tiempo, su particular interés. En cada historia tendremos lugar para la risa y para la empatía. Este buen guión que triunfa al armonizar tantas referencias culturales distintas también llega a buen puerto al no proponer un protagonista definido y dejar a cada historia su fluir natural, su desarrollo completo, sin olvidarlo, sin minimizarlo. El otro punto fuerte de la historia son los diálogos, con gags realmente imaginativos, efectivos y permanentes. Todo ese complejo ensamble, amenizado por una banda de sonido estupenda, con música original de Queen, Morrisey, entre otros, con un par de canciones compuestas por el director y también con música de The Beats en los momentos en que la banda tributo a The Beatles toca en pantalla. Cercana a Alta fidelidad (Stephen Frears, 2000), por su manera de contar historias de amor y endulzarlas con temas clásicos del rock, Dias de vinilo cuenta con muy buenas actuaciones, de entre las que se destacan la de Fernán Mirás que interpreta a un hipocondríaco que no puede parar de somatizar difícil de olvidar. También es bueno el trabajo de Maricel Alvarez y Rafael Spregelburd, muy creíbles en sus papeles de futuros mujer y marido, y una interpretación curiosa de Inés Efrón, a quien no hemos visto tanto en papeles convencionales (recordemos que es la protagonista de dramas muy formales como XXY, El niño pez y El nido vacío). Por su parte, las participaciones especiales de Leonardo Sbaraglia y Alfredo Castellani (el representante de Juan Perugia en la serie) no tienen desperdicio. Días de vinilo es otra gran película nacional, que viene en un año muy bueno en cuanto a lo que se suele llamar "cine comercial". Ya veníamos de varios dramas muy buenos y aquí nos encontramos con una comedia que no pasará desapercibida para los cinéfilos. Muy entretenida, muy agradable, muy graciosa. Muy recomendable.