Entre la irreverencia y la cursilería Cuando Seth MacFarlane creó Padre de familia su tarea era difícil: pelear palmo a palmo, capítulo a capítulo, con una serie animada con un público cautivo y contento desde hacía casi diez años. Su programa era superficialmente similar a The Simpsons, la historia de una familia norteamericana tipo (en ambos casos, matrimonio con tres hijos) cuyo padre es un perfecto idiota. Fueron los condimentos lo que la diferenciaron (el perro parlante que es el único bastión de la sensatez dentro de la casa, el niño que tiene planes para matar a su madre y, por qué no, dominar el mundo, la joven adolescente que es el chivo expiatorio de todo lo malo que le sucede a la familia) pero fue más que nada su personalidad lo que llevó a crear su público propio: esa cuestión de irreverencia permanente, de chiste grueso, de humor negro, de reír sobre absolutamente todo y más. Si el chiste más cínico de Los Simpsons es hablar de abandonar a la gente mayor y mostrar al abuelo en soledad atendiendo un teléfono que nunca sonó, Padre de familia redobla la apuesta y se ríe de las hambrunas, la pedofilia, las enfermedades sin el menor resquemor. Así también fue American Dad: misma estructura familiar, pero metidos de lleno en temas políticos, con un protagonista agente de la CIA, autoritario y bien republicano. Ese fue el tono particular que adoptó MacFarlane, un cinismo extremo, escandaloso, brutal, sin miedo al qué dirán. Ted es la primera película con actores en pantalla dirigida por el creador de Padre de familia y American Dad. Cuenta la historia de un niño y su mejor amigo, un osito de peluche que cobra vida milagrosamente y lo acompaña fielmente hasta que se vuelve un muchacho grande. Con ya 35 años, John Bennet (Mark Wahlberg) tiene una relación de varios años con su novia Lori (Mila Kunis) y las cosas se van tornando más serias. El problema es que John es demasiado apegado a su oso Ted, que a pesar de ser su mejor amigo en el mundo, parece no ser una buena influencia. Desde el aspecto técnico, Ted es deslumbrante. El osito (cuya voz interpreta el propio MacFarlane) es protagonista del filme, por lo que aparece en pantalla, interactuando con el resto de los personajes durante el 90% del metraje. El oso digital es capaz de hablar, moverse, abrazar, destapar una cerveza, hacer el amor con una rubia en un galpón de un mercado y hasta matarse a golpes sin que haya en ningún momento algo que suene raro a la vista o haga descreer de la situación. Ted es un filme que logra su propósito de entretener. Las risas comienzan desde bien temprano, con una voz en off que nos cuenta la historia del niñito y su oso y dice cosas como: "y sabemos que nada es más poderoso que el deseo de un pequeño... excepto un helicóptero Apache. El helicóptero tiene ametralladoras y misiles. Es una tremenda máquina de matar". Pero si Ted tiene un problema es que la historia sólo sirve para vehiculizar algunos gags. En algún punto del proceso creativo, MacFarlane no se decidió si quería hacer una película de fantasía infantil o una comedia irreverente y sin filtro. El resultado final es ambas cosas, es decir, un pastiche extraño en donde chistes sobre el cáncer del ciclista Lance Armstrong, sobre prostitutas que defecan fuera del baño y sobre el actor que interpretó a Flash Gordon esnifando cocaína en una fiesta quedan enmarcadas en una innecesaria historia de milagros, llantos, amistades duraderas y estrellas fugaces que no tienen ton ni son dentro de lo que el filme viene mostrando, en un cuentito muy formal y muy serio que está a años luz de la parodia y bien empapado en la cursilería de una película infantil de un sábado a la tarde. Toda la subtrama protagonizada por Giovanni Ribisi, absolutamente rebuscada y ridícula, también hace su aporta hacia ese costado de fantasía que es claramente opuesto al espíritu de la película. Al igual que Días de vinilo, Ted también está lleno de referencias culturales, en este caso más orientadas todavía hacia algunos clásicos de culto de los años ochenta, como la mencionada Flash Gordon (con una memorable participación de Sam Jones, protagonista de aquel extraño filme) y Top Gun, pero también hacia otras iconografías más modernas, como algunos cameos sorpresivos de artistas un poco más actuales. Mark Wahlberg trabaja aquí del mismo modo que en aquel papel que interpretó junto con Will Ferrel en The other guys (Adam McKey, 2010) o acompañado por Steve Carell y Tina Fey en Date Night (Shawn Levy, 2010), es decir, en piloto automático, haciéndose el tonto, lento, exagerado, gritón. Muchas de sus actuaciones dejan mucho que desear, como aquella espantosa interpretación en El fin de los tiempos, la película que comenzó la debacle definitiva de M. Night Shyamalan. Pero también lo hemos visto bastante bien en papeles serios como en El luchador (David O. Russel, 2010), Los infiltrados (Martin Scorsese, 2006) o Dueños de la noche (James Gray, 2007). Se ve que con Wahlberg nunca sabremos qué esperar, aunque en este papel logra generar algunas risas a pesar de que cansa con la repetición de sus pocas herramientas. Pensar que el mismo MacFarlane se burlaba de su actuación en Padre de familia ("Ahora volvemos con Mark Wahlberg en "Molesto y confundido"). El resto del elenco acompaña correctamente, siendo Ribisi quien se destaque un poco más, pero con un papel que no estuvo bien desarrollado por el guión. Es innegable que Ted es una película divertida y ese es su objetivo: entretener, hacer reír. Lo que es cuestionable es si las risas que genera este filme son más o de mejor calidad que las que provoca un capítulo al azar de alguna serie de Seth MacFarlane. Lo que no se puede discutir es que si el creador de Padre de familia tenía tantas ganas de contar una historia con un osito y meter toda esa batería de gags bien metidos, podría haberle puesto más atención al hilo argumental y mantener el espíritu irreverente y cínico que tantos réditos le ha generado en vez de volcarse a fantasías bobas, milagritos de estrellas fugaces y vueltas de tuerca en nombre del amor y la amistad.
Entre balas, escondites y besos Infancia clandestina pasó de ser una película muy promocionada por La TV Pública a convertirse en un -quizás- inesperado éxito entre la crítica nacional. Esta ópera prima dirigida por Benjamín Ávila-que si no es exactamente la historia de su vida, está fuertemente basada en ella- y producida por toda la familia Puenzo (recordemos que Luis fue el director de La historia oficial, en 1986, la primera película argentina en ganar un Oscar a mejor película extranjera) es un abrumador drama sobre un preadolescente hijo de montoneros que vuelven al país para participar de la llamada "contraofensiva" en el año 1979, en plena dictadura militar conocida como Proceso de Reorganización Nacional. Infancia clandestina inicia con una serie de imágenes a modo de racconto hasta llegar a la época de la dictadura, en donde comienza la historia y en donde nos sacuden con una escena brutal, creativa, imaginativa y muy efectiva en su forma de ponernos en contexto con la situación que viven los personajes. Esa forma particular de mostrar ciertos hechos se repite varias veces a lo largo del metraje y conjuga una manera poco usual (aunque vimos algo similar en Kill Bill Vol. I y en otros lugares) de retratar la violencia y una forma muy elogiosa y original de evitar escenas que podrían resultar muy complejas de lograr de haberse buscado una narración más explicita y menos simbólica. Oreiro y Alterio, versión 1979 Lo segundo que sorprende de este filme es -una vez más en el cine nacional, esperemos mantener este nivel- la calidad de imagen y sonido. El tratamiento visual es muy cuidado: se nota un gran trabajo de las puestas en escena, de la ambientación temporal y de la fotografía, por momentos lúgubre y oscura, pero también colorida y esperanzadora cuando el foco narrativo se centra en su costado más romántico, más naive. Por su parte, el sonido es también muy claro y bien tratado. Y si a eso le sumamos una banda de sonido estupenda, potente y arrasadora, que acompaña el sentimiento de la historia a la perfección, el combo está completo. No está demás decir que tanto Natalia Oreiro como su marido, Ricardo Mollo -y también su grupo, Divididos- aportan dos canciones (la pareja interpreta una bella versión de "Sueños de juventud" de Enrique Santos Discepolo, mientras que "La aplanadora del rock" suma una canción original llamada "Living de trincheras"). Pueden encontrar los videos al final de la reseña. Casi un beso en Ipanema, canta Divididos Y ya que hablamos de una ambientación de primera, hay que destacar que la cara de uno de los actores protagonicos, el uruguayo César Troncoso (interpreta al padre del chico), es de otra época: difícil hallar una cara que remita más a los 70/80 que esa. O quizá sea su deslumbrante actuación lo que lo refleje tan bien. El elenco se destaca entero, en participaciones colectivas, en escenas individuales, hay hallazgos por doquier. La historia que se cuenta tiene la fuerza suficiente como para dar espacio de lucimiento a sus protagonistas, pero sin un buen trabajo de la dirección y el compromiso actoral necesario, todo lo bueno del relato puede perderse. Aquí no ocurre, porque los roles principales están repartidos en grandes actores. El mencionado Troncoso, con sus aires porfiados, sus reglas a rajatabla y su aparente distancia al ser un "padre viejo". Natalia Oreiro, que vuelve a demostrar que pese a su mote de actriz banal o superficial, puede interpretar papeles que le exijan una intensidad dramática mayor con notable naturalidad. Ya la habíamos visto tener roles destacados en películas como Música en espera (junto con Peretti y Aleandro) pero aquí redobla la apuesta y nos muestra todas sus credenciales. En su papel de madre, cándida, amorosa, pero una luchadora montonera también, sus escenas le permiten un vuelo actoral importante y Oreiro lo aprovecha por completo. Ernesto Alterio interpreta al tío simpático de Juan, el niño protagonista. Su performance también es memorable, sentida y conmovedora, ya que el personaje del tío funciona al revés que el del padre, es decir, compinche, cercano, pícaro. Por último, los más jóvenes también logran buenas actuaciones que se corresponden con el nivel del elenco mayor. El chico protagonista, Teo Gutierrez Romero es un hallazgo completo, puesto que se trata de su primer trabajo frente a las cámaras. Su actuación brilla cuando la dirección potencia su mirada, pero al ser el personaje principal, sería injusto decir que no cumple con una performance destacada. Por momentos lleva adelante el filme y lo hace sin desentonar. La aparición de Violeta Palukas (María, la chica de la que Juan gusta) también es sorpresiva. Se trata de otro debut en la gran pantalla y logra aportar la frescura y la inocencia necesaria a su personaje. Seguramente les espera un futuro promisorio en el mundo del cine. Esa mirada de Teo Gutierrez Romero El motor dramático de la historia pasa por el punto de vista desde el cual se cuenta, siempre centrado en los ojos del púber que a medida que va entrando en la adolescencia, comienza a descubrir el amor al mismo tiempo que se ve forzado a acomodarse en una familia -en una vida, podríamos decir- que le propone la lucha política armada, la clandestinidad y la defensa de las ideas políticas como ideal absoluto. Como si la adolescencia no fuera suficiente responsabilidad, como si los cambios de su vida, las mudanzas, la escuela, los amigos y la aparición del amor no fueran suficiente sacudón para un niño que se está volviendo grande, el contexto de clandestinidad, de escape constante, de escondite en el fondo y balas guardadas en cajas de maní con chocolate pone a Juan en una situación que está siempre al extremo. "¡Contame quién te gusta!" Si bien se trata de un filme con cierto protagonismo del aspecto ideológico/político (los protagonistas montoneros no pasan desapercibidos, la dictadura está presente, como una especie de fantasma, implícito, pero vigilante), no se trata de un filme que haga bandera ni que baje una línea demasiado fuerte sobre los aspectos que describe. Los padres montoneros son luchadores, han vuelto al país para restaurar la democracia y el peronismo, están dispuestos a usar las armas si es necesario y a enfrentarse a esos mismos militares que llevaban tres años asesinando y desapareciendo personas a mansalva, robando niños, secuestrando mujeres y cometiendo todo tipo de aberraciones con total impunidad. Los participantes de la contraofensiva podrán ser vistos como héroes por algunos o como extremistas por otros, por eso es tan importante la escena de la visita de la abuela del chico (Cristina Benegas), que llega en una camioneta con los ojos vendados para no saber donde queda la casa. Esa estupenda secuencia, la más conmovedora del filme, con una actuación emocionante de Banegas, es esencial narrativamente para comprender la situación de los protagonistas, pero también para ofrecer otro punto de vista y dejar abierta la charla sobre política para el café a la salida de la sala de cine. Una escena inolvidable que deja a las claras la potencia de esta película. Banegas, en la mejor escena del filme Infancia clandestina fue elegida para ser la película que represente a nuestro país en los próximos premios Oscar -si es que logra los votos suficientes para estar finalmente en la terna, claro está-. Para llegar a esta mención debió superar a dos filmes con grandes críticas, como Elefante Blanco y El último Elvis. Se podrá pensar que el amuleto de los Puenzo pudo haber jugado su carta, que es bueno apelar a temáticas "importantes" como la dictadura en el país para gustar a los jurados internacionales y muchas cosas más. Pero lo que no se debe hacer es creer que cualquiera de esas cosas pueden ser más importantes para elegirla que su pericia técnica, su vuelo narrativo, su estupendo elenco y su poderío dramático. Durante los cinco minutos de los créditos sonará Living de trincheras y seguramente mucha gente disimulará estar mirando las fotos reales de aquella época y disfrutando de Divididos mientras lo que hace en realidad es tratar de recomponerse de un filme brutal como una trompada inesperada a la boca del estómago.
Una película peronista Guillermo Francella y Nicolás Cabré. Sí, ya sé. Chistecitos, morisquetas, ademanes, latiguillos, "iuuuuuuu" y "no me cortés el teléfono". Ah, ¿pero la película es de un robo? Entonces es una comedia de enredos. Ah, que está basado en recortes periodísticos sobre el destino de las famosas joyas de Evita. Mhh, pero seguro te reís un montón. Ah, ¿no es del todo una comedia? Bueh, pero con esos dos algo te reís seguro. Hay que tener cuidado con ¡Atraco!, porque uno puede caer desprevenido creyendo que va a ver una comedia y lo cierto es que lo humorístico la atraviesa de cierto modo, pero no es lo central de este buen filme argentino-español del catalán Eduard Cortés. El cuento, inventado a partir de algunas noticias, trata de seguirle el rastro a las famosas joyas de Eva Perón, que según este guión del propio Cortés, Piti Español, Pedro Costa y Marcelo Figueras, fueron empeñadas por un allegado a Perón durante su exilio en Panamá para juntar fondos para supuestos financiamientos políticos del General. Pero una vez lejos de las manos peronistas, las joyas pueden perderse en cualquier momento, por lo que hará falta fingir un robo para recuperarlas y que no se pierdan para siempre. El énfasis en que la película no es una comedia propiamente dicha tiene que ver con lo que uno puede llegar a esperar de esos dos actores principales que han sabido hacer reír tanto a su audiencia en papeles televisivos. Aquí, en cambio, sus personajes son muy simpáticos y causan algunas risas, pero la historia -que atraviesa géneros constantemente y de una manera muy equilibrada y agradable- está mucho más centrada en el destino de las joyas y de sus protagonistas como para detenerse en algún chiste. ¡Atraco! tiene muchos condimentos: tiene sus momentos románticos, tiene sus momentos emotivos, tiene sus momentos de policial y en todos ellos sale airosa y sin dejarnos un sabor a pastiche caprichoso. Los personajes nos enamoran inmediatamente. Francella está muy medido (interpreta a una especie de guardaespaldas que daría todo por el General) y Cabré cumple con su rol tierno y tontuelo (su papel es de un joven inocente y con buenas intenciones que se mete en el lugar equivocado y en el momento preciso), pero están muy bien acompañados por un elenco amplio y variado dentro del que sobresalen Daniel "cara de piedra" Fanego entre los argentinos y la bella Amaia Salamanca (que actuó en series que se vieron en el país, como Los hombres de Paco y Sin tetas no hay paraíso) entre los españoles. Con una calidad de imagen y sonido que ojalá el cine nacional proponga como estándar, ¡Atraco! brilla tanto en la cuestión técnica como se defiende en lo narrativo. Su historia funciona porque atrapa e interesa, pero también porque sus personajes nos importan. Y cuando el punto de vista los aleja y se centra en la investigación policial, nuevamente nos encontramos con grandes personajes y un relato bien contado, aunque casi pareciera que estuviéramos viendo otra película. Lo único que se le puede criticar a la historia es que la mayoría de los hechos importantes para el desenlace se desencadenan casi exclusivamente por la idiotez lisa y llana de uno de sus personajes, que no puede evitar meter la pata una y otra vez. ¡Atraco! es una buena película porque es simple y sentida, porque no busca giros y sorpresas para lograr su cometido, porque cuenta una historia interesante y la cuenta bien, con personajes atractivos, y porque tiene muchos condimentos, atraviesa varios géneros y cambia mucho de puntos de vista, pero sin perder la identidad. Es una película muy peronista, eso sí, así que estén avisados los que por fóbicos se le paren los pelos.
Asciende, pero jugando la promoción Quizás se trate de la película más esperada de los últimos años. Luego de la estupenda, inesperada, inigualable El caballero de la noche, Christopher Nolan, su director, se convirtió en una especie de genio, una suerte de estrella de rock, de maestro de maestros de quién se puede esperar que todo lo que toque sea oro puro. Los condimentos acompañaban la expectativa: el final de una de las mejores sagas del hombre murciélago, la última dirigida por este gran realizador (recordemos que tiene en su haber al menos tres películas que todo el mundo vio y que la mayoría adora, caprichosamente nombremos El gran truco, Memento y la nombrada El caballero de la noche), la promesa de una hora de filmación en formato IMAX y el morbo que nos obliga a todos como espectadores a ver si realmente está a la altura de lograr superarse a si mismo, cosa que, ahora, a la distancia, parece muy difícil, si tenemos en cuenta la calidad de esa segunda parte de la historia del encapotado. Se acaba la mentira La tercera entrega arranca varios años después del final de la segunda: Bruce Wayne se aisló en su mansión y ha dejado de ser Batman. La paz reina en Ciudad Gótica, Bruce se aburre, está maltrecho (al parecer las batallas le han pasado factura) y prácticamente no sale de su habitación, esperando que Alfred le traiga la comida. Pero dos situaciones lo sacan de su letargo emocional: la aparición de una intrépida ladrona en su casa que se queda con una joya familiar y la intervención de un irredimible villano, Bane, que pone la ciudad patas para arriba con una discurso de tintes anarquistas. La última de Batman tiene puntos altos, obviamente. Nolan no puede hacer productos de baja calidad simplemente porque es un verdadero director de cine y está acompañado por un equipo de primera. Nuevamente cuenta con Wally Pfister como director de fotografía y esa mano es notable otra vez. Pero también porque la tercera parte de la saga tiene que tener, obligatoriamente, un redoble de apuesta en materia de acción, en el ámbito de la espectacularidad. Y ver esa primera escena del secuestro del avión en pleno vuelo en una pantalla de siete pisos en pleno funcionamiento es absolutamente abrumador. O cómo toda Ciudad Gótica estalla, con sus puentes, edificios y, por qué no, el campo de un estadio de fútbol americano en pleno partido. Anarquía en Gótica En esta entrega Batman tiene más chiches que los que ha tenido antes. Ahora su vehículo también vuela, con lo cual si sostenemos esa afirmación de que Batman no es un superhéroe porque no tiene superpoderes, ya nos vemos forzados a discutir si un avioncito todoterreno que desaparece, que desactiva-apaga-corta la señal de todo a lo que apunta no está demasiado cerca de un "superpoder". Y sin embargo, es más Bruce Wayne que Batman el protagonista de este relato, sus vaivenes emocionales, sus sensaciones tras la muerte de su amada, tras aceptar dejar de ser el héroe para ser el villano y que Harvey Dent se lleve todos los laureles si es la paz lo que está en juego, su sufrimiento ante los achaques del tiempo, los recuerdos de sus seres queridos que ya no están, las decisiones que tienen que ver con las empresas Wayne y con seguir haciendo dinero. Y Christian Bale vuelve a estar a la altura, dentro de un elenco en el cual solo faltaría un cameo de Di Caprio y llenamos el album. Tom Hardy interpreta al inefable Bane, un villano que logra atemorizar a fuerza de golpes, destrucción y pura maldad. Su personaje utiliza una mascara constantemente, no podemos ver más que sus ojos y su impresionante musculatura, y aún así logra transmitir -quizás a fuerza de una buena construcción del personaje desde el punto de vista narrativo que otra cosa- el miedo debería causarnos un villano que le haga frente a este Batman. Las comparaciones con el Guasón de Ledger son tan inútiles como inevitables: será difícil hallar un enemigo que le llegue a los talones al antagonista de El caballero de la noche, pero Bane tiene otras armas a mano: dos puños intratables, una fuerza claramente mayor que la del encapotado, lo que genera que cada enfrentamiento sea un deleite y un sufrimiento constante para el espectador. ¡Dame un abrazo! Marion Cotillard (La vie en Rose, Inception) interpreta a una millonaria que se hace amiga de Wayne y que le ofrece su ayuda cuando las papas queman. Joseph Gordon Levitt (50/50, 500 días con ella, Inception) juega el papel de un joven policía que asistirá a Batman y a Gordon cuando las esperanzas parecen ser nulas. Hoy en día ya podemos considerarlo uno de esos actores que te pagan el precio de la entrada. La bella Anne Hathaway compone a una Selina Kyle/Gatubela muy sugerente, aunque quizás se trate del personaje menos interesante de toda la saga. Completan el dream team actoral Morgan Freeman, Michael Caine y Gary Oldman como Lucious Fox, Alfred y el Comisionado Gordon respectivamente, aportando la sapiencia y experiencia esperadas para darles a sus personajes secundarios la profundidad que le hace falta a este relato para ser considerado "más un drama que un filme de aventuras". El encapotado vuelve a las pistas Finalmente llegamos a lo que como fiel seguidor de esta trilogía no quisiera haber hallado: las falencias. Al igual que en Inception, Nolan se aprovecha del artificio visual, del poderoso correr de la trama, de la inminencia de algo a punto de estallar para llevarse puesta a la narración y que el espectador olvide los baches, el seguimiento lógico de las acciones y las explicaciones de los hechos. Con esto no me refiero al epílogo del filme (he encontrado a varios espectadores que no lo comprendieron aunque la explicación está presente en el relato), sino más bien a los preparativos para la batalla final. Bane propone una especie de dictadura sobre la base de la libertad pura ("cada uno es libre de hacer lo que quiera"), solo que sus secuaces patrullan las calles y procuran hallar a quienes les traigan problemas y someterlos a un despiadado juicio unilateral. En medio de ese caos violento y vigilante, algunos personajes se pasean juntando unos hilos cuyo fin es una comunicación disimulada con sus compañeros. ¿Y esos hilitos? Por otra parte, Bane, que logra entusiasmar al espectador a fuerza de músculos y amenazas, termina olvidado por el guión y queda desdeñado por un final que no merece en pos de un giro narrativo innecesario. Parece un tanto atolondrada la forma en la que los hermanos Nolan y David S. Goyer, guionistas de toda la trilogía, intentan recargar de vueltas de tuerca ese climax como intentando que la bola de nieve de hechos sea lo suficientemente grande como para que se justifique la expectativa generada por el filme. Desde el punto de vista que podríamos llamar ideológico, el guión se comporta también de manera un tanto extraña. Si bien Bane amenaza a toda la cuidad con una bomba atómica que estallará irremediablemente en un par de días, su discurso va entre el anarquismo y el comunismo, proponiendo la libertad para quienes están cautivos, la pobreza para los que mucho han tenido a costa de los trabajadores y su primer ataque es a la bolsa, intentando desvalorizar todo el mundo de las finanzas mediante un hackeo de los sistemas. En medio de este embrollo, es Batman, cuyo alter ego es un ricachón que ha sabido ser un bon vivant irresponsable, que cada tanto prefiere salir a pasear en el Lamborghini para hacer facha, quien se encargará de poner en su lugar las cosas, de reestablecer el sistema, de volver a poner a los ricos en su lugar y a los pobres en donde estaban. Si, bueno, Bane los iba a matar a todos igual, pero qué rara suena la descripción, ¿no? Lucha de titanes El caballero de la noche asciende es un filme que complejiza su trama demasiado sin motivo, que es grandilocuente desde todo punto de vista (¡una hora de IMAX!), que busca el efectismo de los giros y vueltas sobre el final, que posee un discurso inconexo y que si no fuera la espectacular trilogía que supo ser, nadie estaría mencionando este tipo de cosas o siquiera fijando su atención en trivialidades como estas. El problema es que Nolan, desde su comienzo, puso a la historia en un lugar que la aleja de las historias convencionales de superhéroes y la transformó en un poderoso drama de aventuras, en un policial negro, en un relato con un desarrollo interesantísimo de la psicología de los personajes. Por todo esto, la lupa sobre la tercera parte de esta fabulosa historia del encapotado se centra en detalles que en una del Hombre araña, de los Gemelos fantásticos o de Superchica no lo haría jamás. Por todo eso, pese a sus fallas, debemos estar agradecidos. Por brindar esa dosis de realismo, de profundidad de personajes, de villanos inolvidables, de oscuridad y de drama que no se halla en ninguna otra historia basada en comics. Y porque, como cierre de una gran trifecta, El caballero de la noche asciende no deja de ser una catarata de aventuras y de espectacularidad visual que se encuentra pocas veces en las salas de cine.
Denzel lo logra de nuevo. El filme de acción del director sueco Daniel Espinosa, con guión de un debutante en la gran pantalla David Guggenheim cuenta la historia de Matt Weston (Ryan Reynolds) un novato agente de la CIA que tiene como la tarea más aburrida del mundo: ser responsable de una "casa protegida", una prisión momentánea donde mantener a presos importantes antes de que sean trasladados a la prisión correspondiente. Luego de nueve meses de estancia en el mismo puesto perdido en Ciudad del Cabo, Weston sólo desea el ascenso que tanto le prometieron. Pero todo cambia cuando Tobin Frost (Denzel Washington) uno de los delincuentes más buscados y ex agente cae preso en su ciudad y él se convierta en el responsable de su seguridad. Cuando en medio de un interrogatorio, un grupo armado intenta tomar la casa, Weston deberá proteger a Frost y hacer que llegue sano y salvo a la "casa protegida" más cercana. Si hay algo que se destaca en este relato de acción es precisamente en los grandes momentos de acción. El filme es un festival adrenalínico cada vez que se lo propone, con escenas de persecución absolutamente memorables y momentos dramáticos que cortan la respiración. El director realmente cumple en su forma de filmar una película de acción y deja chiquitos a muchos de los grandes y experimentados directores que a veces culpan a no tener suficiente presupuesto como para filmar mejor. . A medida que el metraje avanza vamos cayendo en la cuenta de que no tenemos en frente a un gran guión: no es que la historia entre el agente bueno y el agente traidor flaquée, pero sí dejan bastante que desear las historias periféricas en donde hasta los giros o las sorpresas son bastante esperables para el espectador promedio. El otro punto altísimo del filme es el reparto, en particular sus dos protagonistas principales, Reynolds y Washington que vuelven a demostrar por qué están en donde están. El viejo Denzel parece inoxidable, no sólo porque su papel le calza perfectamente, cada mueca, cada fanfarroneada, cada cara de piedra cuando todos parecen enloquecer, sino también porque a medida que el personaje le exige escenas más duras, más complejas, logra siempre salir parado de la mejor manera. Sus últimas tomas son para una clase de actuación, sin ninguna duda. Por su parte, Reynolds se vuelve a alejar de los papeles de carilindo para ponerse el traje de héroe y uno se lo termina creyendo. Si su mejor trabajo fue Enterrado, aquí vuelve a presentar sus pergaminos para que se lo tenga en cuenta como un actor completo. Weston es un personaje conflictuado, que debe improvisar a cada momento y cuya ética se ve tambaleante ante hechos que desconoce. En medio de toda esa confusión, Reynolds le da al personaje la intensidad y la seriedad necesaria para transmitirnos todos sus miedos, todas sus dudas. El elenco se completa con unos convincentes Vera Farmiga y Brendan Gleeson. No me cabe ninguna duda de que lo peor de este filme es el epílogo (con esto me refiero a las últimas escenas, una vez que el conflicto se resuelve): luego de un climax vibrante, duro, que estalla y concluye como la historia lo exige, el director nos echa en cara un par de escenas extra en donde vemos a donde quedaron los personajes luego de que todo haya pasado. Me permito arriesgar que es uno de los peores epílogos que haya visto en una sala de cine, más que nada en contraposición con una historia que en general cerraba muy bien. Protegiendo al enemigo es una gran propuesta de acción que no estoy seguro de que deje contentos a los fanáticos del género, pero seguro que dejará conformes a los fanáticos del cine serio, bien hecho y que disfrutan de algún tiro y alguna persecución cada tanto. Espinosa será un director a tener en cuenta de aquí en adelante, y Washington y Reynolds actores en los que podemos confiar sin miedo a arrepentirnos.
Éramos tan felices... La opera prima de ficción del hasta ahora documentalista Hernán Belón es un filme con una premisa muy sencilla y que -quizás como todas las películas, en parte-, tendrá éxito entre los espectadores dependiendo de qué fibras intimas logre tocar en ellos con la historia que abarca. Al atravesar un buen pasar económico, Santiago, Elisa y su pequeña hija cumplen su sueño de irse a vivir al campo: compran una casa vieja en medio de la nada, se mudan y comienzan a ponerla en condiciones. Sin embargo, eso que parecía un sueño familiar, el ideal para los tres, comienza a mostrarse más cerca de un capricho de Santiago o de una idea que suena muy linda de pensar pero no tanto de realizar. A Elisa no le gusta tanto la rusticidad de la casa, la cercanía de los animales, el frío de la falta de calefacción, el campo, que ante todo se impone como inabarcable. La inesperada aparición de una vecina vieja y metiche complicará aún más la situación. Planteada por momentos como un filme de intriga o de suspenso, El campo no llega a cumplir en ningún momento con ninguna de esas sensaciones, sino que se dedica enteramente a describir y analizar los sentimientos profundos, las situaciones de pareja, la vida en compañía de otro, esa que nos hace elegir determinadas cosas o precindir de elecciones en pos de otro miembro de la familia. El campo no cuenta la historia de cómo la vida lejos de la ciudad nos transforma como personas, si no más bien de cómo un cambio de aires y perspectivas puede desnudar falencias que parecían ocultas o superadas en una pareja bien establecida. Sbaraglia y Fonzi se destacan obligatoriamente en este filme -especialmente porque aparecen durante el 90 por ciento del metraje- con labores muy sólidas y creíbles. A medida que avanza el relato y la relación de pareja se va complicando, los personajes se ven obligados a lastimarse, a forzar los límites para imponerse en una discusión x que en realidad representa a todas sus discusiones. Cada pérdida de los estribos de Fonsi y cada exagerada reacción de Sbaraglia son coherentes (acierto del guión) y logrados (acierto de los intérpretes y su director) e ilustran a la perfección el sufrimiento de los dos. Hernán Belón, un director con poca trayectoria, toma las riendas de su guión coescrito por Valeria Radivo y con armas muy nobles como una cuidada fotografía y una puesta en escena bien seleccionada, hace brillar un a historia profunda, contenida, realista que no necesita de grandes picos narrativos para buscar gustarle al espectador. Sin grandes pretensiones, sin giros rebuscados, cuenta esta historia de altibajos de una pareja enamorada que se va a vivir al campo. Hay veces que solo hace falta eso...
Otro gran micromundo de Trapero Muy de a poco, película a película, Pablo Trapero se fue transformando en uno de los directores más talentosos del medio local. Desde el comienzo, tuvo la suerte de romper el molde y llamar la atención con historias que sorprendieron y golpearon en el lugar correcto, como Mundo Grua y El bonaerense. Ya desde aquel momento Trapero priorizaba historias que contaran un mundo (o un pequeño aspecto de ese mundo) que a la mayoría de los mortales nos resulta ajeno. Sea la corrupción en la policía, la vida en una cárcel de mujeres o el trabajo de un abogado que se dedica a lucrar con la gente accidentada, la clave de Trapero siempre estuvo en meternos en un universo desconocido y mostrárnoslo lo más crudamente posible. Y esta no es la excepción. El Elefante blanco fue un proyecto de hospital durante la década del 50, que a lo largo del tiempo y por falta de inversión quedó en su propio inicio: una gigantesca estructura de concreto que hoy, en medio de una enorme villa de emergencia, alberga bajo sus techos a miles de personas. En esa villa, en ese contexto, trabaja el Padre Julián, un sacerdote más preocupado por el aspecto social que el estrictamente religioso, que cruza medio mundo para encontrar a un viejo amigo, un joven sacerdote francés cuyo proyecto de evangelizar en la jungla terminó en una masacre por parte de un grupo paramilitar. Su idea es salvar a su amigo de esa desazón que lo aqueja mientras trabajan juntos en la capilla cerca del Elefante. Si sabemos que Trapero y su equipo pasaron un buen tiempo en la villa para filmar y aclimatarse -y si tenemos en cuenta que gran parte de los actores que participan en la película no son profesionales y son realmente habitantes del lugar- es casi una obviedad decir que se trata de una historia de un realismo notable, tan cruda y despojada de adornos que puede llegar a chocar. Es precisamente en este aspecto del filme en donde podemos encontrar el talento de Trapero: en ese realismo extremo expuesto ante las cámaras con una pericia y un estilo difícil de encontrar en otro lugar. El director sabe cómo componer la escena, sabe cómo contar la historia y sabe esencialmente como transmitir esa sensación de adrenalina en el espectador que lo hace enamorarse del cine. Si la mejor escena de Carancho era ver a Martina Gusman encerrada en un consultorio del hospital mientras barrabravas intentaban matarse a su alrededor, Elefante blanco tiene por lo menos tres escenas que logran la misma intensidad, especialmente un plano secuencia que encuentra a dos protagonistas evitando que delincuentes armados los maten mientras intentan matarse entre ellos. La pericia de trapero no es sólo técnica, sino narrativa. Sus personajes nos importan y sus historias nos atrapan, aunque nos metamos con él en el peor de los infiernos. Elefante blanco vuelve a contar con grandes actuaciones: Darín no hace más que confirmar en cada proyecto que no solo es la cara del cine nacional sino por qué lo se ha convertido en ello. Jeremie Renier (actor belga de gran trayectoria, que incluye filmes como El chico de la bicicleta y Escondidos en Brujas) cumple muy bien con su papel protagónico de sacerdote atribulado y luchador, y el gran elenco de no actores impresiona una vez más por su realismo aún cuando no cuentan con las herramientas que podría utilizar un actor profesional. Martina Gusman, actriz fetiche de Trapero -y también su esposa, claro-, aburre un poco con su estilo, porque sus papeles, sean de enfermera, de presa o de asistente social, siempre se parecen. Da la impresión de que siguiera el mismo personaje que hace tres películas, pero ahora se dedicara a otra cosa. Si hay algo que no condice con el buen paso que lleva el filme a lo largo de casi dos horas es su resolución: cuando los problemas se van acrecentando y las decisiones apremian, el climax no estuvo tratado de la manera más acertada, dando lugar a una pérdida grosera de la verosimilitud que tan bien se venía construyendo hasta ese momento. Esa verosimilitud que sólo puede verse puesta en jaque anteriormente en algunas escenas que tratan el trasfondo político del trabajo de los curas, en donde los corruptos son demasiado trillados y los "malos" demasiado obvios. Elefante blanco tiene muchos puntos altos, incluso su manera esperanzadora de mostrar a los sacerdotes que trabajan en las villas, su historia a modo de homenaje de aquel luchador incansable que fue el Padre Mujica y, especialmente, en esa capacidad enorme que despliega Trapero como realizador y que lo pone indefectiblemente entre los mejores directores argentinos de la actualidad. Si la historia flaquea hacia el final no debería prevalecer ese mal sabor de boca, porque el desarrollo general del filme nos dejará contentos como cinéfilos.
Del sexo y otras adicciones "Tu pene fue una revelación" le dijo Charlize Theron a Michael Fassbender ante el publico en una gala a beneficio y desató un runrún que ya se venía agigantando desde que se supo que Steve McQueen iba a filmar una película sobre un adicto al sexo: no hay dudas de que Shame no es para cualquiera. Brandon es un neoyorkino exitoso cuya vida y costumbres se ven forzadas a cambiar cuando su díscola hermana menor se aloja en su departamento inesperadamente. Cualquier adulto sufriría un poco de una visitante repentina en su departamento de soltero, pero lo que a Brandon lo incomoda intensamente es perder esas horas de intimidad, en compañía o en soledad, esos momentos en donde puede liberar a su animal interior y despojarse de sentimentalismos, los ratos en los que solo de sexo se trata su vida. Y esos ratos son muchos... Filmada con sobriedad y tesón, McQueen nos cuenta esta historia de adicciones que -si la despojamos del contenido de alto voltaje que caracteriza a la temática- no dista estructuralmente de cualquier otra película de adicciones: el personaje se muestra atribulado, dolido y va empeorando hasta tocar fondo, ese fondo al que solo un adicto puede llegar a considerar. La narración avanza con un ritmo lento pero sostenido, estructurada a partir de un drama poco convencional: a medida que la angustia de Brandon comienza a aflorar debido a la presencia de su hermana, el sentimiento de culpa lo va empujando a querer cambiar. Es en esa lucha interior en donde se produce la chispa que le da vida a este buen filme. El joven director Steve McQueen logró hacerse un nombre en el mundillo hollywoodense con la audacia como su motor principal. En su segundo filme (el primero se llamó Hunger, sobre un hombre en prisión que lleva a cabo una huelga de hambre) logra un ambiente intimista a base de colores amarillentos y de iluminaciones inteligentes. Su dirección tiene logros (su manera inteligente de rozar la pornografía sin caer en ella, algunas escenas memorables, como la del trote nocturno) y desaciertos (en especial algunas escenas que no parecen llevar a nada y vuelven repetitivo el mensaje), pero sin dudas que el realizador sale muy bien parado de este proyecto. No hace falta decir que será uno de los directores a tener en cuenta a futuro. Las actuaciones logran su cometido en todo momento: tanto Fassbender como Carey Mulligan (la hermana de Brandon) tienen momentos muy buenos en donde logran transmitirnos sus penas sin necesidad de ahondar en parlamentos complejos. Lo de Fassbender es sensacional por su desparpajo para ponerle el cuerpo y el alma a un personaje tan complejo como el de Brandon. Un filme con muchas escenas fuertes, que exhibe mucho pero de manera justificada -aunque la escena sobre el final pareciera ensañarse y ser más larga de lo que debiera- y que trata a la adicción con la misma estructura que se la suele tratar en las películas que tratan este tipo de problemas, con una buena dirección de un director que promete y con un final que amaga y amaga, Shame es una película que mucho público desdeñará desde que lee la sinopsis, pero que al que se anima, le terminará dejando una buena impresión.
El corto promocional que sirvió de avance de este filme (y que forma parte de la película) con Scrat de protagonista nuevamente, en busca de la nunca bien ponderada bellota, era un pequeño cuentito, no solamente atractivo sino divertidísimo, a pesar de repetir las mismas herramientas de siempre: la primitiva ardillita corriendo incansablemente tras su negado fruto seco hasta que todo se desencadena en algo mucho peor que no obtenerlo. La era de hielo 4 nos trae nuevamente a este grupo de animales prehistóricos de renombrado éxito para ponerlos nuevamente en una situación migratoria, como sucediera desde la primera (definitivamente la mejor, por emotividad y por entretenimiento). Otra vez la manada debe moverse de un lugar a otro para evitar morir a causa de los movimientos de la naturaleza, pero esta vez los principales personajes (Diego, Sid y Manny) se encontrarán náufragos en medio del océano intentando volver a encontrarse con sus seres queridos. En medio de ese desafortunado panorama, se encontrarán con un barco pirata (con animales piratas, claro está) que complicarán aún más su vuelta a casa. Con incursiones de nuevos personajes (la abuela de Sid, un elemento romántico para Diego, un villano malvado y sus tontos secuaces, un elemento romántico para Ellie, la hija del sobreprotector Manny) La era de hielo 4 intenta escaparle a la misma historia de siempre e innovar un poco, pero a diferencia de Madagascar, sus personajes son mucho más transparentes, más pequeños, menos interesantes y sus intervenciones siempre parecen ir hacia los mismos lugares. Ni hablar del incansable Scrat, nuevamente protagonista transversal de la historia, que no puede dejar de ser eso que es ni siquiera cuando consigue llegar a lo más alto que puede soñar. En oposición a Madagascar 3, que incluye personajes humanos dentro de la historia (en una idea muy poco atractiva, siendo que los animales siempre habían tenido historias propias que no incluían a personas) en La era de hielo (con mucho sentido) sólo se agregan personajes animales, pero tan previsibles y lineales como los que ya conocíamos y que terminan por aportar muy poco a la historia final, que si bien tiene sus dosis de aventuras y de entretenimiento (con Sid y su abuela a la cabeza y la torpeza de Scrat), termina por resultar algo bastante desabrido. La cuarta entrega de la saga de los animalitos primitivos repite demasiadas formulas y no agrega nada significativo a lo que fueron las otras tres. Si funciona es porque muchos chicos y grandes conocen y quieren a sus personajes, por lo que un lanzamiento más vuelve a ser promotor de nuevos muñequitos, figuritas y el merchandising que se les ocurra. Como filme, un pequeño sinsabor, sin ser una película que no se deje ver.
La nueva entrega de la saga de estos bichos de la selva que no saben si quieren volver a vivir en cautiverio o aprovechar su libertad es una película ideal para los más chicos, pero curiosamente funciona muy bien con gente grande. La más lisérgica de todas las partes de la franquicia de Alex, Marty, Melman y Gloria está mucho más cerca de Vecinos invasores que de películas más tradicionales del género de animación que los tiene como estrellas. Con un guión al que no le interesa en lo más mínimo tener una continuidad lógica, el realismo o las explicaciones de los eventos que se van sucediendo, se dedica directamente a hacer reír por la vía más bizarra, desde una canción zonza, coreografiada y que repite Circo-afro, Circo-afro hasta una enorme y poco antropomorfizada osa que enamora al rey Julian (gran apuntalador de la saga), la búsqueda del humor es constante y no se detienen jamás a pensar en el sentido de los hechos anteriores o posteriores. Para que se den una idea, el filme comienza con los muchachos en la selva, en donde los habían dejado los pingüinos abandonados mientras huían en su avión y los animales liderados por Alex, deciden ir a buscarlos para vengarse. Acto seguido, se encuentran nadando en el Mediterráneo, con las antiparras puestas. La magia del dibujo animado les permite alejarse de todo convencionalismo y de todo atisbo de verosimilitud para centrarse en la acción pura de lo que diga el guión, sin importar que esto tenga sentido o no. Ideal para un niño, como dijimos, pero si uno es lo suficientemente "niño" como para dejarse llevar por esos sinsentidos y simplemente relajarse, se va a dar cuenta de que la puede pasar mucho mejor. En este caso, el grupo de simpáticos animalitos va a llegar a Europa y será perseguido hasta el hartazgo por una implacable funcionaria de control de animales que es casi un X-Men o -por qué no- el T-1000 de Terminator 2, con capacidades olfativas, visuales y físicas absolutamente desaforadas. En sus intentos de escape, se encontrarán con un circo itinerante manejado por una bella felina, un elefante marino parlanchín y cuya figura -un tigre ruso- ha perdido la confianza. Madagascar 3 tiene las aventuras que se esperan de ella, las risas predecibles que pueden generar cada uno de los personajes principales que tan bien han sido desarrolladas en las pasadas entregas (Alex, con su vanidad y su nostalgia constante del zoológico; Marty, con sus ocurrencias y su espíritu constantemente festivo; Melman, con sus neurosis e hipocondrias; Gloria con su toque femenino; y el infaltable Julian, ese delirante autoproclamado rey de la selva con sus aires de grandeza) pero es el personaje de la osa y su enamorado quienes se roban todas las carcajadas con escenas completamente desopilantes, sacadas de contexto y casi ajenas al resto de la historia. Cada escena en donde aparecen ellos dos, en especial esa particular osa, la única que no habla el mismo idioma que el resto, la única que no tiene cara y movimientos humanos, con un ridículo moñito color rosa, elevan la diversión a niveles incalculables. En una película en donde casi nada tiene razón de ser, con mucho color, música, fantasía, pero también con un humor que se va para los extremos, Madagascar 3: los fugitivos es probablemente la peor de las tres películas de la franquicia (si nos ponemos estrictos con el guión, la narración inconexa, la historia intrascendente) pero seguramente es la más divertida de todas, si uno se deja llevar.