El dolor después del amor En su tercera película, el cordobés Rodrigo Guerrero (El invierno de los raros, El tercero), Venezia (2019), recorre de manera intimista y a través de un único punto de vista el derrotero de una joven mujer que en plena luna de miel pierde inesperadamente a su marido en la mágica ciudad de Venecia. Una mujer llora en la habitación de un hotel. Afuera un policía vigila su puerta. Minutos más tarde ella sale y le avisa al custodia que va a fumar un cigarrillo mientras él la sigue. La mujer en cuestión es Sofía (Paula Lussi) y la situación es generada porque su marido tuvo una muerte súbita y hasta que no esté el resultado de la autopsia ella se encuentra bajo custodia. Mientras todo se aclare Sofía debe permanecer en Venecia enfrentándose a una pérdida inesperada. Guerrero sigue con su cámara a Sofía, protagonista excluyente, durante todo el periplo que atraviesa posterior a la muerte y antes de su regreso al país, evitando lo morboso y burocrático del tema para centrarse en lo que pasa con ella tras lo inesperado. Una ciudad soñada que vista tras los ojos de Sofía se convierte en algo muy diferente a la de una postal turística. La contradicción, la negación, el seguir y la búsqueda constante de una vía de escape ante una situación azarosa donde uno se encuentra en la soledad de un país desconocido y rodeado de extraños con los que cuesta comunicarse interpelan a Sofía y a al espectador ante la posibilidad de una situación similar. Una historia sensible, pero que le escapa a la manipulación sentimental, sobre las diferentes maneras de atravesar el duelo. Queriendo huir para siempre pero también quedarse para evitar lo que viene. Asi es Venezia.
Una aproximación a la creatividad de un grupo de artistas visuales con discapacidad intelectual es la propuesta de Josefina Recio en El huevo del dinosaurio (2019), un documental cuyo eje gira en torno a las clases que dicta la propia madre de la realizadora. Los Chopen es un grupo de artistas con discapacidad intelectual que se dedica a la pintura. Fue creado por la propia madre de la cineasta y está integrado, entre otros, por su tía. El huevo del dinosaurio gira sobre la cotidianidad del grupo en su conjunto como así también de la individualidad de algunos de sus integrantes, hombres y mujeres de diversas edades que encontraron en la pintura una forma más de expresión y de relacionarse con el mundo que los rodea. Recio trabaja a partir de lo observacional sin intervenir de manera directa. La cámara voyeur busca capturar aquellos momentos tanto del proceso creativo como del trabajo que una docente realiza con sus alumnos. Mientras por otro se posa sobre el quehacer cotidiano de aquellos que asisten a las clases. Los vínculos familiares, sociales y entre el propio grupo son explorados por la realizadora con una honestidad poco frecuente, sin la necesidad de apelar a recursos efectistas ni golpes bajos. Una puesta en escena original y colorida -con influencias de Wes Anderson y algo de Tim Burton- conecta la pintura con una impronta narrativa desacartonada que le escapa al prejuicio de “lo diferente”, buscando integrar en lugar de expulsar.
Un día en la vida Luego de haber incursionado en la ficción con Bolishopping (2014) y Mario on tour (2017), Pablo Stigliani debuta en el documental con Días de temporada (2019), un relato que apela a la coralidad para retratar a trabajadores de la temporada veraniega en una ciudad balnearia de la costa argentina. Stigliani elige para su debut en el documental mostrar el lado b de la fauna humana que ocupa una típica ciudad veraniega. No focaliza sobre aquellos que disfrutan los días entre las olas y el mar, sino sobre quienes ven en la llegada de los turistas una oportunidad laboral. La ciudad elegida es Santa Teresita un día de enero de 2018 y la historia se articula a través del retrato íntimo de vendedores ambulantes y buscavidas: Lola, Aye Valen, Peter, Gitano, Ale y Eli, y Bamba. Historias breves y muy disimiles de cómo es un día en la vida de cada uno de ellos, con actividades tan diferentes que van desde la venta de pochoclos en la playa hasta convertirse en Spiderman para entretener a niños y adultos. La cámara observa sin interferir en la rutina laboral y familiar. Tanto en su intimidad hogareña como en el trato seductor que ejercen sobre sus posibles clientes. La ausencia de diálogos hace que la música y el sonido cobren un protagonismo esencial, pero no como un decorado artificial sino brindándole ese naturalismo entre autóctono y kitsch que identifica los días veraniegos en la costa atlántica. Como en todo relato coral las historias son heterogéneas y la decisión estética de que el retrato sea solo durante un día hace que muchas veces den ganas de indagar un poco más allá de lo que se muestra, algo similar a lo que ocurre con aquellos personajes que uno descubre en vacaciones y de los que quisiera saber algo más.
Un mundo de sensaciones En su ópera prima, El Pasante (2010), Clara Picasso seguía durante toda la historia el derrotero de un botones de hotel en una suerte de película de iniciación. Casi una década después regresa al cine con La protagonista (2019), película que mantiene la línea de su antecesora donde el botones es reemplazado por una aspirante a actriz que por un infortunio de la vida se convierte en famosa. La historia comienza con Paula (una revelación Rosario Varela) dándole clases de español en un bar a un estudiante alemán. Entran ladrones, a Paula se le cae el celular al piso y al agacharse el ladrón choca con su pierna y cae. Acto seguido las cámaras de los noticieros hacen fila para tener una exclusiva con Paula, la heroína del día. Pero lo que nadie sabe es que Paula es una aspirante a actriz, que trabaja actuando para empresas encuestadoras, que está en medio de una crisis (amorosa, profesional, etc.) y que esos 15 minutos de fama le pueden servir para que sus problemas se intensifiquen o sacar provecho de ellos. La protagonista es un peculiar relato sobre hechos fortuitos y de cómo estos pueden modificar nuestras vidas de acuerdo a las decisiones que se tomen. Picasso construye con humor ácido y para nada explicito un film sobre el azar y las decisiones y de cómo la vida puede cambiar para bien para mal o seguir igual a como se estaba. Donde todo depende de uno y ya no de un factor externo. Durante 65 minutos la cámara se posa sobre las diferentes acciones de la protagonista. Dando clases, siendo entrevistada, haciendo un personaje de encuestada, yendo a una fiesta, tomando sol, conociendo de casualidad a alguien, encontrándose con su ex, o comprando en una panadería. El arco dramático del film va en zigzag al igual que lo que experimenta el personaje. La protagonista es una historia chiquita, fresca, donde toda la fuerza está puesta en el personaje que construye Rosario Varela, logrando transmitir ese mundo de sensaciones contradictorias en las que se halla inmersa.
Volver y dejar partir Luego de Cómo funcionan casi todas las cosas (2015), Fernando Salem regresa con la transposición cinematográfica de Agosto, la célebre novela de Romina Paula, que aborda el tema del duelo y el arraigo a lo que ya no se tiene. Emilia (Antonella Saldicco), una psiquiatra recién recibida, es visitada en Buenos Aires, ciudad en la que habita desde que se vino del sur, por el padre de su mejor amiga, Andrea, muerta hace tiempo, y la invita a participar de la ceremonia en la que se expandirán sus cenizas. Emilia regresa al sur y con ella un pasado que no puede dejar ir. Tal vez esta sea la oportunidad que tenga para comenzar de nuevo y dejar de mirar atrás. Salem, que en su ópera prima apeló al realismo mágico, construye una historia de realismo fantástico sobre fantasmas que regresan del pasado –de manera literal- para abordar el duelo por la pérdida no solo física sino también afectiva que la distancia provoca. No desde una mirada nostálgica sino desde la insatisfacción de un presente de búsqueda interior. Emilia parece tenerlo todo y nada a la vez. La muerte no existe y el amor tampoco está narrada desde el punto de vista de Emilia que desde su regreso es acompañada por el fantasma de su amiga muerta (Justina Bustos), como una mochila que no puede dejar en ningún lugar. Emilia se hospeda en la casa de los padres de esta (Osmar Núñez y Susana Pampín impecables como siempre), se encuentra con su antiguo novio (Agustín Sullivan), visita a su propio padre ausente (Fabián Arenillas), conoce a sus nuevos hermanos…Revisa, reprocha y regresa a su pasado, un pasado atado por nudos que la distancia y el tiempo han desgastado al punto de cortarse y que ese regreso le servirá para convencerse de que ya nada es real sino sólo una construcción de recuerdos idealizados. Un viaje que se opone a la idea de iniciación, sino todo lo contrario, es lo que propone una historia que revisa desde la insatisfacción del presente un pasado idealizado que como las cenizas de Andrea el viento se llevará para no volver.
Madres Hogar (2019) es la primera ficción pura de la italiana Maura Delpero, que hasta el momento solo había incursionado en documentales que rompían con esa barrera que separa la realidad del artificio. Un convento religioso dirigido por un grupo de monjas ancianas que alberga madres adolescentes es el espacio físico elegido para plantar una historia que pone en conflicto los vínculos generacionales, sociales y religiosos entre un grupo de mujeres madres: algunas de hijos propios y otras que cumplen con ese rol por ser siervas de un dios. Las protagonistas de Hogar son mujeres y niños, no es casual que ningún hombre aparezca en cuadro y aquellos que están pero no vemos resulten conflictivos, pero también el hogar que las alberga funciona como un protagonista más. Espacio donde transcurre casi el 99% de la historia y fiel a su género masculino se convierte también en un conflicto. Las alberga pero a cambio de qué. El hogar que da título al film está habitado por monjas argentinas e italianas, todas mayores, y un grupo jóvenes madres que se debaten entre atender a sus hijos, con las responsabilidades que eso conlleva, o comportarse como lo que son: adolescentes. Contradicción a la que también se enfrenta la hermana Paola, interpretada por la italiana Lidiya Liberman, que se instala en el convento para terminar su noviciado y profesar sus votos en medio de dudas y temores. La directora construye un relato coral sobre la tensión latente entre las monjas y las huéspedes pero sin olvidarse de los conflictos propios entre cada una de las integrantes y su relación tanto con lo terrenal como lo divino. La historia busca diferenciar dos realidades bien opuestas entre quienes pueden elegir y quiénes no. La hermana Paola tiene la oportunidad de tomar los votos o dejar todo. Pero ¿las adolescentes en estado de vulnerabilidad tienen la misma posibilidad? Dentro de la historia dos chicas sobresalen del resto de las madres que forman el núcleo de la película. Fátima (Denise Carrizo), una tímida y joven embarazada cuya mejor amiga es la rebelde Luciana, interpretada por Agustina Malale, a la que la realizadora, afincada hace años en Argentina, conoció en un hogar real. La conexión que logran ambas pese a las diferencias que las separan traspasa la pantalla y atraviesa a todos los personajes. Producida por Campo Cine de Nicolás Avruj y Diego Lerman, Hogar que por la forma de retratar el espacio nos recuerda a La mirada invisible, dirigida por éste último, es una película movilizadora, con más preguntas que respuestas, como aquellas generadas por la propia religión.
Crónicas del saqueo Luego de El camino de Santiago (2018), el director y flamante Ministro de Cultura de la Nación, Tristán Bauer regresa al cine con otro documental urgente, Tierra arrasada (2019), con el foco puesto en la destrucción social, económica e institucional provocada por las políticas neoliberales impartidas por el ex presidente Mauricio Macri y el grupo de CEOs que gobernó el país entre 2015 y 2019. Tierra arrasada es un retrato político de época regido por cierta urgencia que resume en apenas 120 minutos los cuatros años de gobierno macrista. En sus títulos iniciales una leyenda lo presenta como una producción de Sucesos Argentinos tomando el nombre del legendario noticiero cinematográfico. Ese nombre no funciona solo como un homenaje, sino que la forma elegida por Bauer para poner en escena el “desastre” es muy similar a la que durante décadas se podía ver antes del inicio de cada película. La voz en off de Dario Grandinetti relata, como en aquel viejo noticiero, cada uno de los ítems que hicieron que el gobierno saliente aumentara los niveles de pobreza, desocupación, inflación…y la lista podría continuar eternamente Bauer estructura el documental en dos segmentos bien claros: el de la destrucción y el del renacimiento. Uno enfocado en una política de vaciamiento con la complicidad del poder judicial y los medios de comunicación, y otro en la esperanza, a partir de la unificación del peronismo. Mientras que por un lado muestran despidos, crisis económica, tarifazos, represión…por el otro vemos como a partir de la unión se da batalla para que un gobierno nacional y popular vuelva a tomar las riendas de un país gobernando para todos y no para unos pocos. Es en este eje donde Bauer elije un retrato desde lo épico, que por momentos hace recordar al cine de Leonardo Favio y esa megaobra llamada Perón, sinfonía de un sentimiento (1999). Los dos protagonistas excluyentes para graficar los dos sistemas de país son Mauricio Macri, el del ocaso, la persecución y el cinismo, y Cristina Fernández de Kirchner, la reconstructora. Bauer, que contó para la elaboración del guion con Omar Quiroga y Luis Bruchstein, más del asesoramiento en materia económica de Alfredo Zaiat, recurre a material de archivo pero en su mayoría apela a un registro inédito de imágenes y testimonios de momentos estratégicos ocurridos durante los últimos cuatro años con grandes planos generales realizados con drones y escenas que emocionan y otras que enfurecen ante lo impotencia . En este sentido se destaca el trabajo del DF Manuel Fernández Ceballo quien logra captar lo esencial aun cuando podría pasar desapercibido.. Más allá de una clara intencionalidad ideológica, Tierra arrasada documenta y justifica cada uno de los datos que muestra, incluso algunos ya quedan viejos como el caso de la pobreza que hoy supera el 40% y el documental habla del dato conocido con anterioridad. Tanto por lo que se dice y por como se lo muestra Tierra arrasada no hace otra cosa que mostrar una realidad que está a la vuelta de cualquier esquina y eso lo convierte en un material tan necesario como imprescindible para no olvidarse de como el neoliberalismo arrasó con el país.
La comedia de la religión En el año 2013, el Papa Benedicto XVI se convirtió en el primer líder de la Iglesia Católica en renunciar en los últimos 600 años. La decisión de reemplazar al papa alemán por el Papa Francisco se presentó en los medios de comunicación de todo el mundo como una señal de que la Iglesia Católica se alejaba del enfoque estricto y tradicional de Benedicto hacia un futuro más liberal, global y progresista. Los dos Papas (The Two Popes, 2019), basada en una obra de teatro de Anthony McCarten, argumenta que este análisis es demasiado simplista, sugiriendo que los dos hombres no son realmente tan distintos. Fernando Meirelles pone el foco en el pasado de Francisco, cuando todavía era conocido por su nombre de nacimiento, Jorge Mario Bergoglio. Juan Minujín interpreta al Cardenal Bergoglio durante los flashbacks sobre su juventud en Argentina. Tiene sentido que sea otro actor el que dé vida al Papa Francisco durante esas escenas, ya que por aquel entonces era un hombre completamente diferente al de hoy. Durante su juventud Bergoglio era una figura bastante controvertida, criticada por no proteger al clero de la junta militar, una reputación que aún lo persigue. Por otro lado, Benedicto tan solo aparece representado como un octogenario, y su fracaso a la hora de lidiar con los casos de pedofilia en la Iglesia Católica apenas se menciona en la película, sin llegar a profundizar en el tema. La mayor parte de la película consiste en una serie de conversaciones imaginadas entre Benedicto y Francisco, con diálogos ingeniosos, ágiles y bien planteados. La ironía de la historia reside en que, cuando se conocen por primera vez, es Francisco el que quiere renunciar. Los dos hombres discuten sobre grandes temas, pero de una forma diseñada para no ofender nadie. Un planteamiento gentil que, por otra parte, puede generar muchas críticas dado el historial reciente de la Iglesia Católica. La razón principal por la que Los dos Papas funciona tan bien es porque trata un tema difícil de una forma atractiva para el gran público. Se necesita mucha astucia para crear escenas de comedia observacional tan agudas. La comida, la moda y el fútbol se utilizan para presentar ciertos argumentos y resaltar las diferencias culturales entre ambos, como ocurre en la vida real. En ese sentido, la película no evita los temas complejos, pero tan solo se limita a rozarlos. Meirelles logra capturar algo importante en la era de las noticias falsas: el hecho de que cuando se escarba bajo la superficie, la verdad no suele ser blanca o negra.
Propios y ajenos La nueva película de la directora portuguesa Susana Nobre, Tiempo común (Tempo comum, 2018), se enfoca en la experiencia ajena de ser padres primerizos. La historia se centra en una joven pareja conformada por Marta y Pedro junto a su pequeña hija, Clara. Marta y Pedro están juntos en la vida real, Clara es su hija, varios de los personajes secundarios son de sus parientes y amigos… y aun así la película es una ficción que juega con la realidad. Tiempo común es una película poética en su propia naturaleza híbrida: sets reales, sonido real y actores no profesionales enunciando líneas escritas, tratando de llevar realidad a un momento artificial, que a la vez es un momento aunténtico, como una escena robada de la realidad, que se transforma inmediatamente mientras pasa por el filtro de la ficción. Nobre utiliza un tempo contemplativo, minimalismo extremo y la ausencia casi total de un conflicto para construir la historia a partir de conversaciones entre la pareja y sus invitados para dejar parcialmente atrás el conflicto de la paternidad propia y así profundizar en la vida y los recuerdos de otras personas. La confrontación generacional trae historias pasadas, como el álbum de fotos de la madre de Marta o el diario que Pedro escribió junto a su padre durante un viaje a Italia. Otra confrontación –la ciudad contra el campo– le permite a la película respirar fuera de la claustrofobia del departamento que habitan¸ llevando a la pareja a Alentejo, donde, una vez más, los habitantes comparten historias pasadas de cuando las mujeres del campo no tenían acceso a los anticonceptivos y a menudo se veían frente a la muerte de alguno de sus hijos.
Mucho más que una película de amor Ensayo autobiográfico, suerte de homenaje sobre la relación entre la directora y su padre, el músico Javier García Blaya, fallecido en 2015, integrante del grupo Sorry junto al también fallecido Pablo Fischerman, Paola Pelzmajer y Sebastián Orgambide, pero también retrato de época sobre quienes resistieron al vaciamiento cultural de los años 90, resultan los pilares fundamentales sobre los que erige Las buenas intenciones (2019), tal vez uno de los debuts más prometedores y estimulantes del último año. Años 90. Gustavo (Javier Drolas) es padre de tres hijos, está divorciado del personaje de Jazmín Stuart y tiene una disquería con su mejor amigo (Sebastián Arzeno). Gustavo no es un hombre al que la responsabilidad le siente bien sino todo lo contrario. Es el eterno adolescente con síndrome de perterpanismo que pasados los treinta y pico sigue actuando como tal. Las buenas intenciones es la mirada nostálgica, según el punto de vista de Amanda (alter ego de Ana Garcia Blaya), una de sus hijas, sobre el amor entre un padre y su hija cuyos rolos son ejercidos a la inversa, pero también un ensayo crítico hacia la política de los años menemista, época de los veraneos en Miami, del deme dos y la frivolidad de la pizza con champán mientras la industria nacional se destruía, el desempleo crecía y los "Todo por $2" y las canchas de padle se reproducían como conejos. Narrada en tono de tragicomedia, Ana Garcia Blaya construye una historia simple, sin demasiadas pretensiones narrativas ni estilísticas, repleta de matices, donde cada dialogo funciona de manera precisa sin resultar artificial, evitando siempre caer en golpes efectistas y manipulaciones emocionales, poniendo un punto en el momento en que todo se puede desbarrancar tanto para el lado del humor absurdo como del melodrama. Todo está en perfecto equilibrio sin que esto parezca calculado. Las canciones de Sorry (el título de la película hace referencia a una de ellas), que integran una banda sonora que en ningún momento molesta ni aparece como relleno sino que suena en función a la necesidad de la trama, junto a las actuaciones de un elenco que apela a la naturalidad, donde Amanda Minujín resulta todo un hallazgo, funcionan como el complemento ideal para que Las buenas intenciones se convierta en la pequeña gran obra que es.