Obsesión a la carta En tiempos de apogeo de la comida gourmet y devoción por el #foodporn, John Wells y Bradley Cooper presentan una comedia dramática sobre la caída y ascenso de un chef que va en busca de su tercera estrella Michelin. Adam Jones (Cooper) es un prestigioso cocinero que supo trabajar en la mejor cocina de París. Junto a un equipo de excelencia, creaban y combinaban sabores nunca antes degustados. Sin embargo, su frenético ritmo de vida y un combo excesivo de drogas, mujeres y alcohol, lo llevaron a la ruina y lo depositaron en un olvidado restaurant de Nueva Orleans en el que debería cumplir una penitencia autoimpuesta: pelar un millón de ostras. Cumplido el castigo, Jones regresará esta vez a Londres para recuperar su prestigio, reivindicarse profesionalmente y redimir su pasado obteniendo su tercera estrella Michelín, símbolo de la perfección en el mundo de la alta cocina. Para ello reúne un equipo de muchas caras viejas y algunas nuevas, entre los que están Sienna Miller, Daniel Brühl, Riccardo Scamarcio, Omar Sy y Sam Keeley. A partir de ahí, el derrotero de la película se alimenta de la trama amorosa entablada con Helene (la sous chef de la cocina encarnada por Sienna Miller), la competencia con el restaurant de un antiguo colega de París (Matthew Rhys) y el acoso de dos miembros de la mafia francesa que vienen a cobrar una vieja deuda pendiente de Jones… fotos pelicula burnt 3 A diferencia de otras películas como Chef (2014) o Amor a la carta (2013), cuyo encanto estaba en el vínculo de la comida con las relaciones humanas, John Wells -director de August: Osage County (2013)-, elige retratar la vorágine vertiginosa de la gastronomía de elite focalizándose en el frenesí constante, el trabajo bajo presión, el calor y la obsesión por la perfección. Un mundo que, oculto tras bambalinas, contrasta con el clima silencioso y elegante que rodea a los comensales de este tipo de restaurantes. Una buena receta es una película bastante lineal que, si bien no llega a aburrir, tampoco alcanza para emocionar. La previsibilidad de un guión repleto de giros esperados y lugares comunes conducen a una redención que se obtiene sin demasiada pena ni gloria. La presuntuosa declamación de personajes en exceso obsesivos y arrogantes por llevar a sus clientes a estados de éxtasis culinarios, choca a menudo con una filmación desapasionada y fría que contempla platos perfectamente decorados pero que, a la distancia, lucen bastante insípidos y poco tentadores. Bradley Cooper lleva a su personaje con corrección, aunque sin demasiadas luces. Lo mismo puede decirse del resto del elenco. En realidad, lo mismo puede decirse de toda la película, que empieza y termina en un santiamén, como los patys que tiro en la plancha cuando no tengo tiempo para comer algo mejor: aburrido, sin cocción y sin demasiada gracia.
Una típica película de Marlon Wayans Luego del éxito comercial de las parodias de Actividad Paranormal (A Haunted House 1 & 2), la dupla Marlon Wayans + Michael Tiddes vuelve a la carga con 50 sombras negras, un film que se construye a imagen y semejanza de la película 50 Sombras de Grey pero con sus habituales ribetes cómicos basados en lo obsceno y lo grotesco. El protagonista es Christian Black, un multimillonario que amasó su fortuna en las redes del narcotráfico. Cierto día recibe en su oficina a una estudiante de literatura inglesa con la que empieza una relación un tanto más asquerosa y exacerbada que la original… En su rol como co-guionista y productor del film, Wayans intenta replicar el estilo de películas como “Scary Movie” (2000), algo que se ha vuelto reiterativo y cansador, sobre todo porque el ex G.I Joe sigue sin demostrar ingenio creativo alguno para la parodia. En este caso, la pereza intelectual del actor se refleja en una historia cuyo único objetivo es reírse del negro punga, del negro analfabeto, de la gorda sexópata o del pseudo amigo violador. El repertorio humorístico, en este sentido, se articula a partir de un conjunto de estereotipos racistas, misóginos y discriminatorios puestos al servicio de gags muy forzados y elementales, en estrecho vínculo con lo sexual. Lo descripto anteriormente no es nada distinto a lo que Wayans venía haciendo, por lo que su nicho de seguidores seguramente recibirá de buen agrado esta nueva entrega. En lo personal, creo que se trata de un humor agotado y pasado de moda desde, al menos, “Una loca película épica” (2007) o “Una loca película de Esparta” (2008). Lo único bueno, más allá de valoraciones positivas o negativas, es que cuando entras al cine sabés con qué te vas a encontrar.
Voluntades indomables Flamante candidata al Oscar 2016 como Mejor Película Extranjera -Best Foreing Language Film- y con gran acojo de la crítica en el pasado festival de Cannes, “Mustang, Belleza Salvaje” aborda la vida de cinco hermanas adolescentes que, en un pueblo del interior de Turquía, sufren el peso de una sociedad machista, retrógrada y represiva. Estas chicas, hermosas y sensuales, viven a orillas del Mar Negro con una abuela y un tío extremadamente estrictos, que a partir de cierto momento comienzan a moldear y modelar sus vidas siguiendo los parámetros de una tradición que las concibe como propiedad de los hombres y las reduce a un rol meramente reproductivo. La obligación de respetar un mandato social basado en rígidos roles de género les impone un adiestramiento que va desde la asistencia a cursos de cocina y costura hasta la prohibición de utilizar ciertos ropajes “moralmente inaceptables” bajo la mirada masculina. Además, los adultos las fuerzan a casarse en matrimonios arreglados con otras familias igual de tradicionales (con vejatorios controles de virginidad de por medio que aseguren la pureza del producto entregado). Este conjunto de restricciones, sin embargo, chocará contra el espíritu indomable de este quinteto, que con actos de rebeldía de mayor y menor magnitud enfrentarán a esta cultura patriarcal y afirmarán sus identidades reprimidas restituyéndoles su sentido emancipatorio. mustang_1-250893_655x Una de las virtudes de la ópera prima de Deniz Gamze Ergüven (directora y guionista) es que no se agota en los aspectos crueles de la historia. Por el contrario, la belleza de este film reside en la vitalidad y la energía de este grupo de hermanas, que a través de pequeños gestos trasgresores (como ir a ver un partido de fútbol sin el consentimiento del tío o aprender a manejar) nos recuerdan que no existen jaulas suficientemente fuertes para contener los deseos de libertad. La química lograda entre las actrices -todas debutantes- es asombrosa, como también lo es el nivel de intimidad logrado por la cámara en mano de Ergüven. Juntas, conforman un bloque arrollador, imparable, como los caballos salvajes a los que hace referencia el título de la película. En definitiva, estamos ante un relato descarnado, conmovedor, fluido y sensible que va más allá de la crítica feminista, aunque no la elude. En una Turquía que conserva vestigios de tradiciones opresivas, Mustang es un rugido de libertad.
Más vale género conocido que género por conocer Lo único seguro en el mainstream hollywoodense actual es que cada vez más producciones van a lo seguro. Y en un campo tan minado para la experimentación y la audacia como lo es el de la comedia familiar, lo más sensato es convocar a comediantes que ya conozcan el terreno. Sin dudas, Will Ferrell es uno de ellos. Si bien ha tenido una carrera con resultados desparejos (debido, muchas veces, a un exceso de idiotización en sus personajes), el colorado miembro del Frat Pack es hoy una referencia innegable dentro del género y ha alcanzado una madurez actoral que se refleja en interpretaciones más sobrias que aún conservan su frescura humorística. En Guerra de Papas (Daddy’s Home, 2015), al menos, el resultado es satisfactorio. Un padrastro que intenta por todos los medios congeniar con los hijos de su esposa es el disparador inicial de la película. Brad Whitaker (Ferrell) vive esforzándose para su familia y es feliz haciéndolo: cocina, va a buscar a los nenes al colegio, los lleva a diferentes excursiones y devora libros que dan consejos sobre cómo ser un mejor papá. Todo va bien, pero la reaparición del fachero Dusty Mayron (Mark Wahlberg) -ex esposo y padre biológico de las dos criaturas- altera la perfecta rutina familiar y progresivamente va mellando la confianza de Brad, intimidado por la encantadora personalidad (y los bíceps) de su nuevo contrincante. Así las cosas, se desata una “guerra” entre ambos que da lugar a todo tipo de peripecias humorísticas, las cuales funcionan gracias a la excelente química lograda entre Ferrell y Whalberg. Cada acción es un desafío, un artilugio, una competencia para debilitar la posición del otro frente a la familia. Pero las escenas más desopilantes provienen de la desesperación creciente de Brad, que se manda las mil y una al ver como un extraño se va apoderando de lo que más ama en el mundo. Si bien no se destaca por la originalidad de su propuesta, Guerra de Papás tiene la virtud de poseer un guión previsible pero efectivo que le da fluidez a la narración. Aún intuyendo lo que va a suceder, la película se disfruta a cada momento y no tiene la necesidad de recurrir a golpes bajos o mensajes moralizantes sobre la familia, cosa que abunda mucho en este tipo de género. Los lugares comunes están, la temática de la película la hemos visto muchas veces (sin ir más lejos, se asemeja mucho a “Kicking & Screaming”, con Will Ferrell y Robert Duvall) y el abordaje del mismo es poco audaz. Los actores trabajan en su zona de confort y no se atreven a salir de su libreto. Sin embargo, es justo señalar que es un film que no pretende ser más de lo que es, y en ese reconocimiento, logra repartir unas cuantas risas y breves momentos de emoción genuina frente a la pantalla, lo cual siempre se agradece.
Todo vuelve El thriller argentino reaparece en la cartelera con “8 Tiros”, del debutante Bruno Hernández. Daniel Aráoz, Luis Ziembrowski y Leticia Bredice componen el reparto de este sombrío policial que nos introduce en el mundo del narcotráfico bonaerense, la corrupción policial y la trata de personas. Un elemento clásico del cine de acción es el enfrentamiento entre personajes antagónicos trabados en luchas que, normalmente, culminan con la victoria física y/o la imposición moral de uno sobre el otro. En el caso de “8 Tiros” esta contienda es motorizada por Vicente (Luis Ziembrowski) y Juan (Daniel Aráoz), dos hermanos narcotraficantes -otrora muy unidos- cuya relación se quebró cuando este último quiso alejarse de la actividad delictiva. Defraudado por tal traición, Vicente manda a matar a su hermano, que es dado por muerto en un confuso episodio. Siete años después, Juan reaparece durante el funeral de su madre prometiendo venganza. Daniel Aráoz saca a relucir uno de sus mejores repertorios (quizás apenas un escalón por debajo de su performance en “El Hombre de al Lado” (2009)) interpretando a un gangster hosco, temerario, de expresiones parcas y semblante tenebroso. Si bien el resto del elenco acompaña (en especial Ziembrowski, con sus habituales toques de distinción), la calidad de Aráoz se destaca y confirma su gran momento actoral, ya alejado del género cómico. 8 Tiros posee tanto virtudes como defectos: el primer acto del film es atrapante, tanto desde el punto de vista argumental como desde la composición de la puesta en escena. La construcción de la trama de venganzas y traiciones junto a la presentación del rudo y duro personaje de Juan logra sentar las bases de un conflicto que promete altas dosis de acción para los actos subsiguientes. Sin embargo, la segunda parte de la película no termina de consolidar todo lo bueno que se venía insinuando en esos primeros veinte/ treinta minutos. La escalada de violencia entre los dos antagonistas se estanca luego de una lograda escena de tiros y explosiones en una cocina de drogas en Dock Sud, y a partir de ahí se limita a una sucesión de amenazas cruzadas intrascendentes que poco a poco van diluyendo la expectativa. En ese sentido, los acontecimientos se tornan repetitivos y, de esa forma, las motivaciones de los personajes comienzan a embarullarse. Tampoco es del todo claro el desarrollo de las historias secundarias (la investigación policial en manos de una detective colombiana y la historia de amor entre la administradora de un prostíbulo –Leticia Brédice- y Juan), que terminan siendo meras anécdotas accesorias del plot principal. Desde el punto de vista formal, la película es impecable. El nivel de profesionalismo alcanzado por los técnicos argentinos demuestra una gran evolución en nuestra industria que no tiene nada que envidiarle a las grandes producciones del cine hollywoodense. La construcción de climas densos y agobiantes, en ese sentido, le deben mucho al gran trabajo de Graciela Fraguglia y Julian Apezteguía, a cargo de los rubros de arte y fotografía, respectivamente. 8 tiros es una sucesión de buenas intenciones que quizás no terminan de consolidarse desde el punto de vista dramático. No obstante, se trata de una producción nacional atractiva desde lo visual y excelente en cada uno de los rubros técnicos.
Sólido debut de Joel Edgerton en la dirección Luego de más de veinte años de carrera actoral y una amplia participación en todo tipo de películas, el australiano Joel Edgerton (Exodo: Dioses y Reyes; El Gran Gatsby) se lanzó a la dirección con la atrapante El Regalo, un thriller psicológico de esos que te absorben y te mantienen al borde del asiento durante toda la función. Jason Bateman y Rebecca Hall componen el correcto elenco de este film, que también fue guionado y producido por el propio Edgerton. Simon (Bateman) y Robyn (Hall) conforman un matrimonio feliz que, gracias al nuevo empleo de Simon, consiguen mudarse a un caserón en los suburbios de Los Ángeles. A poco de llegar, se cruzan en un negocio con un viejo compañero de secundaria de Simon -Gordon Mosely (Joel Edgerton)- al que no veía desde hace veinte años. “Gordo” se muestra muy interesado en entablar una amistad con ellos y, luego de ese encuentro azaroso, comienza a dejarles todo tipo de regalos en la puerta de la casa: vinos, peces para el estanque, una cuna para el bebe. Este extraño comportamiento -sumado una serie de visitas inesperadas de parte de Mosely- pone muy nerviosa a Robyn (personaje de rasgos paranoides), y lo que al principio eran gestos amigables de un tipo extraño, pronto se convierte en una situación de acoso insoportable de la que ninguno de los dos puede escapar. No conviene adelantar mucho más sobre la trama, pero basta con decir que el pasado de ambos jugará un rol fundamental en el desarrollo de los acontecimientos. Edgerton elabora un complejo juego de máscaras e intenciones ocultas que descolocan y sorprenden al espectador conforme avanza el argumento. Nada es lo que parece en este intrigante film. El manejo maestro del suspenso por parte del realizador y las vueltas de tuerca de un guión inteligentísimo construyen un clima verdaderamente paranoico y hace que nunca podamos confiarnos demasiado en lo que estamos viendo. Edgerton ya había demostrado su destreza como guionista en la interesante El Cazador (The Rover, 2014) y en los thrillers The Square (2008) y Felony (2013. A partir de ahora, habrá que sumarle a su habilidad creativa una sólida faceta como narrador, en este caso, de una historia retorcida que lleva adelante con pulso firme y que a fin de cuentas logra salir airosa de todos los enigmas que propone.
Civilización o Barbarie Hay actores (y actrices) que quedan encasillados dentro de un género o papel durante toda su vida. Muchos intentan salir y pocos lo logran. Matthew Mcconaughey (Dallas Buyers Club) o Steve Carrell (Foxcatcher) constituyen ejemplos recientes de artistas que consiguieron romper el molde y reinventaron sus carreras casi de un momento a otro. Sin embargo, librarse de la etiqueta es un proceso dificultoso, sino pregúntenle al personaje de Michael Keaton en Birdman. En ese sentido, el regreso de Owen Wilson como héroe de acción generaba cierta curiosidad, ya que la última vez que lo vimos en un rol de similares características fue junto a Gene Hackman en el drama bélico “Tras líneas enemigas” (Behind Enemy Lines, 2001), hace 14 años. Desde ese momento, la carrera de Wilson se volcó definitivamente hacia la comedia y, salvo alguna excepción (Medianoche en Paris, 2011), el grueso de su producción artística se vio reflejada en películas como Zoolander (2001), Shangai Kid (2003), Starsky & Hutch (2004), Los Rompebodas (2005), Una Noche en el Museo (2006), Marley y Yo (2008), etc. Parte de la expectativa de Sin Escape (No escape, 2015), entonces, consistía en observar el desempeño de este rubio de 46 años en un rol distinto al del resto de sus películas, en este caso acompañado por el veterano Pierce Brosnan (El Caso Thomas Crown), Lake Bell (Boston Legal) y John Erick Dowdle (Así en el cielo como en el infierno, Cuarentena) en la dirección. En este aspecto, si bien el resultado de su interpretación es aceptable, la película deviene fuertemente cuestionable en cuanto a las representaciones ideológicas que contiene. descarga (1) La trama de la película es bastante lineal: Jack Dwyer (Wilson) es un padre estadounidense que se muda junto a su familia (madre y dos hijas) a un país del sureste asiático (nunca se menciona cuál) en busca de un mejor pasar económico. Sin embargo, al poco tiempo de llegar se produce un violento golpe de estado que convierte a la ciudad en una zona de guerra y los deja completamente aislados. Mientras intentan escapar con la ayuda de un agente británico llamado Hammond (Brosnan, en un papel menor), se dan cuenta que los rebeldes están ejecutando brutalmente a los extranjeros sin ningún motivo aparente… El modelo de “sujeto normal que debe actuar en circunstancias extraordinarias para sobrevivir” ha sido ampliamente utilizado en la historia del cine. En Sin Escape, nuestro héroe debe probar sus destrezas en un entorno hostil y enfrentarse a situaciones críticas en las que, para proteger a su familia, tiene que trasgredir los límites de su propia moral. De este modo, vemos a Wilson saltando de edificio en edificio, sobreviviendo a tremendas explosiones y luchando contra rebeldes incivilizados que lo único que quieren es torturarlo, filetearlo, machacarlo y/o asesinarlo brutalmente. Como film de acción pasatista, Sin Escape brinda un entretenimiento meramente aceptable. Si bien John Dowdle (que co-escribió el guión junto a su hermano Drew Dowdle) logra imprimir dinamismo y espectacularidad en las secuencias de acción, la historia deviene predecible y, por momentos, bastante absurda. Las condiciones sociopolíticas que llevan al golpe de estado nunca son explicitadas, por lo que no sabemos prácticamente nada sobre los actores del conflicto, sus motivaciones, o el contexto de pobreza y explotación que los lleva a sublevarse. Lo único que sabemos es que hay, por un lado, un gobierno monárquico ultra corrupto que transa negocios con los países primermundistas a cambio de la sesión absoluta de los recursos naturales del país y, por otro, una banda de guerrilleros salvajes, violentos y sádicos -teóricamente los oprimidos-, que toman el poder sin saber muy bien para qué (más allá de su evidente vocación asesina). En este sentido, los rebeldes son presentados como una masa homogénea de bárbaros irracionales, cuya única motivación es saciarse con la sangre de los norteamericanos, a quienes señalan como los principales responsables de la opresión sufrida durante tantos años. Este tufo etnocentrista, que establece la civilización del lado estadounidense y la barbarie del lado de los asiáticos (además... como si Asia fuera un país), compone un marco ideológico fuertemente discriminatorio. Dentro de él, se desarrolla esta historia, que en este contexto se convierte en una suerte de “aventura del buen blanco en un país de incivilizados” en donde un montón de gente muere para que él y su familia puedan escapar. Este gesto reduccionista y cuasi racista de convertir a los excluidos en salvajes peligrosos (“el enemigo”), invisibiliza las verdaderas problemáticas de estos pueblos que, por un lado, sufren el sistemático vaciamiento de sus recursos naturales y, por otro, adolecen las consecuencias devastadoras de una división internacional del trabajo que los sojuzga a condiciones laborales verdaderamente inhumanas. En definitiva, y retomando el comentario inicial, podemos decir que Owen Wilson cumple en el papel de héroe de acción, pero la película en sí, deja bastante que desear…
Cerveza Robada El gran secuestro de Mr. Heineken es una película dirigida por Daniel Alfredson (director del segundo y tercer episodio de la trilogía Millenium) y protagonizada por Anthony Hopkins, Sam Worthington y Jim Sturgess. Está basada en la investigación del periodista Peter R. De Vries (“Kidnapping Mr. Heineken”) y relata los hechos acaecidos en la Holanda de 1983, cuando un grupo de delincuentes amateurs planeó y ejecutó el secuestró de uno de los magnates más poderosos de toda Europa: Freddy Heineken. Se trata de la segunda ficcionalización cinematográfica del caso, ya que en 2011 el holandés Maarten Treurniet también había decidido retratar los sucesos del entonces denominado “secuestro más famoso del siglo 20” (“De Heineken Ontvoering”). Mientras que la primera adaptación tenía un mayor vuelo ficcional, el film de Alfredson realiza un recorrido más fiel en términos históricos y se centra en el derrotero de los cuentapropistas Cor van Hout (Sturgess) y Willem Holleeder (Worthington) que -debido a la agobiante crisis económica de esos años- se convierten en improvisados criminales. Kidnapping_Mr_Heineken-1-SM En ese sentido, el cineasta sueco ejercita un clasicismo bastante lineal que divide a la obra en tres actos claramente diferenciados: el primero engloba la planificación y ejecución del secuestro; el segundo va desde el momento de la abducción hasta su liberación 3 semanas después; y el tercero aborda el desenlace de la historia luego del pago de la cuantiosa recompensa (alrededor de 16 millones de dólares). Al tratarse de hechos de público conocimiento el final no resulta tan importante en comparación con la mirada que se construye sobre los captores. En este aspecto, si bien el guión es correcto y las actuaciones sostienen el relato con solvencia, la falta de audacia evidenciada en la excesiva fidelidad para con los acontecimientos le terminan jugando un poco en contra. Por momentos, el film deviene superficial y no se decide a desarrollar en profundidad ninguna de las vetas argumentales que propone. Más allá del hincapié puesto en la profesionalidad criminalística de cinco tipos a priori honestos y en algunas tesis tiradas al aire sobre la amistad y la riqueza material, nos quedamos con ganas de ver más de la relación entre secuestradores y secuestrado, más sobre la personalidad de Freddy Heineken y más sobre los conflictos internos que atraviesan los inexpertos delincuentes. De esta forma, la película termina siendo una especie de crónica “documental” que no logra despegarse de la frialdad de los hechos duros. En tal carácter, dilapida gran parte de su potencial expresivo, aún siendo un producto entretenido por su fluidez y actuaciones.
En Busca de la inmortalidad Inmortal (Self/Less, 2015) es una película que no pasará con demasiada pena o gloria por la cartelera local. El quinto film del indio Tarsem Singh (“The cell” -2000-; “The Fall”-2006-; “Immortals” -2011-; “Mirror, Mirror”-2012) “presenta un thriller de ciencia ficción en el que subyace una reflexión moralista bastante gastada sobre los dilemas éticos que plantea el progreso científico cuando éste socava derechos biológicos inalienables de las subjetividades humanas. Cuestiones existenciales que no encuentran desarrollo ni profundidad en una trama muy chata y ultra predecible. La historia gira en torno a Damian Hale (Ben Kingsley), un multimillonario entrado en años que padece un cáncer terminal y decide participar en un proyecto científico en el que le traspasarán su conciencia a un cuerpo más joven. Ante la posibilidad de tener una segunda vida y poder disfrutar –una vez más- de las mieles de la juventud, Damian se somete al procedimiento, aún sabiendo que perderá su identidad y nunca más podrá conectarse con los afectos de su vida anterior. Fiesta, mujeres y desenfreno es lo que guía la nueva vida de Damian (ahora Ryan Reynolds). Sin embargo, luego de experimentar extrañas alucinaciones, descubre que su nuevo cuerpo no es una fabricación de laboratorio, sino que había sido donado por un joven necesitado, a cambio que le financiaran un tratamiento especial para su hija moribunda. Consternado y lleno de culpa por la usurpación del cuerpo ajeno, Damian rastrea a la familia de esta persona y emprende una cruzada de redención, en la cual intentará terminar con la inescrupulosa compañía que, en pos del progreso científico y la abundancia económica, es capaz de cualquier cosa… S_10749_R_CROP (l-r.) Madeline (Natalie Martinez) and daughter Anna (Jaynee-Lynne Kinchen) flee with Young Damian (Ryan Reynolds) in Gramercy Pictures' provocative psychological science fiction thriller Self/less, directed by Tarsem Singh and written by Alex Pastor & David Pastor. Credit: Alan Markfield / Gramercy Pictures Si bien el film parte de una premisa interesante, las ilusiones de un buen espectáculo pronto se diluyen en manos de una narración forzada que parece estar más preocupada por avanzar cronológicamente en el relato, que en divertir o movilizar al espectador con lo que acontece en la pantalla. La historia se desarrolla sin demasiado entusiasmo y con algunos giros bastante inverosímiles, incluso para una peli de ciencia ficción (la parte en la que Reynolds encuentra el molino de agua en “Google imágenes” es tremenda). Con respecto a las actuaciones, Ben Kingsley y Ryan Reynolds realizan trabajos correctos. Sin embargo, nos queda la sensación de que no hacía falta convocar a actores de tamaña jerarquía (en especial en el caso de Kingsley) para papeles tan chatos. Otro tanto sucede con Matthew Goode (Código Enigma; Match Point), un excelente actor que en este caso interpreta a un científico inescrupuloso tan simple como insulso. Su motivación, a fin de cuentas, termina siendo algo tan básico como el enriquecimiento personal y “el avance de la ciencia a cualquier costo”, frase enunciada explícitamente sin ningún tipo de desarrollo ulterior. Es una lástima, porque en la actualidad, los debates científicos y filosóficos en torno de la intervención técnica sobre el cuerpo y las subjetividades humanas son súper amplios y profundos. En ese sentido, la historia daba para mucho más, pero se conformó con poco. Cabe la aclaración, el film no es decididamente malo. Parte de una buena idea y como entretenimiento pasatista puede llegar a funcionar. El problema, en definitiva, es que la película pareciera haber sido armada en una fábrica de autopartes, en la cual –de manera automática- decidieron meter: tiros, persecuciones, una premisa científica estereotipada, una historia de amor estándar y actores conocidos para llenar un espacio en el afiche. En este sentido, estamos ante una clara película de fórmula, con situaciones rígidas y funciones pre-asignadas. Una obra sin alma que, en tal carácter, pasará al olvido en un par de semanas. Por Juan Ventura
Suspense 1.0.1 ¡Hace mucho que no me julepeaba tanto viendo una de terror! Esperen… creo que puedo ser aún más contundente: al fin una película que -pretendiéndose de terror- cumple su cometido y… ¡Causa terror! Aplaudan, aplaudan, no dejen de aplaudir… Enfrentémoslo: en términos generales, la industria del miedo mainstream se está consumiendo poco a poco como resultado de un proceso de estandarización y homogeneización que, en los últimos años, se fue cristalizando en la repetición de fórmulas estereotipadas y la escasez de ideas novedosas. Así, las películas salen y salen del horno hollywoodense con cada vez menos cocción y abordan un universo temático especialmente acotado, a saber: posesiones diabólicas, casas embrujadas, pibitos ultra creepys, monstruos míticos y asesinos sanguinarios (miren The Cabin In The Woods (2012) y ahí van a entender todo). Ni que decir de la cantidad de secuelas/precuelas y spin offs que andan pululando por ahí…en fin, el agotamiento es visible. Por suerte, siguen existiendo bocanadas de aire fresco que rompen la monotonía y sacuden la estantería de la industria de tanto en tanto. En ese sentido, Te Sigue (It Follows, 2014), de David Robert Mitchell, es un film independiente estadounidense de terror psicológico que sorprende por la originalidad de su propuesta, cautiva con su estilizada puesta en escena y atrapa con su aterradora atmósfera. Sin dudas, estamos en presencia de uno de los mejores exponentes del género en lo que va del año. It-Follows-quad-poste223r Mitchell se encarga de colocarnos en clima desde la secuencia inicial: zona residencial suburbana; crepúsculo; una adolescente sale corriendo despavorida de su casa; se detiene en la mitad de la calle; voltea y mira fijamente hacia su hogar; espera; está nerviosa; un vecino le pregunta si está todo bien; ella le contesta que sí (aunque es evidente que no); continúa mirando. Repentinamente, se lanza hacia su hogar rodeando sus trayectoria anterior; entra en el auto; escapa… acto seguido, aparece muerta en la playa con una de sus extremidades inferiores girando sobre su eje. No sabemos cómo ni por qué, pero sabemos que alguien -o algo- la asesinó y que, de alguna manera, en ese enigma introductorio estará la clave de la película. Luego de esta escena inicial conocemos a Jay (Maika Monroe, de soberbia interpretación), una adolescente que sale con Hugh (Jake Weary), un pibe bonachón que aparenta ser el partido ideal para cualquier chica. Sin embargo, como las apariencias engañan, luego de tener sexo en un descampado, Hugh secuestra a Jay y le confiesa que le acaba de transmitir una terrible maldición, la cual consiste en un demonio que persigue y asesina a sus víctimas a través del acto sexual (si, ¡un demonio de transmisión sexual! ¡es genial!). Este demonio puede adquirir cualquier forma humana (conocida o no) y sólo puede ser visto por aquellos que portan la maldición. Además, se dirige hacia sus víctimas caminando (no corre, no salta, pero tampoco se detiene). De esta manera, no importa dónde estés: si estás maldito, siempre habrá alguien caminando lentamente hacia vos hasta que cumpla con su cometido fatal-sexual. En este sentido, el film es una analogía de la vida misma, en donde todos los seres humanos luchan diariamente contra su no-ser, contra su no existencia. En otras palabras, combatimos y escapamos de la muerte para prolongar al máximo nuestra estadía en el mundo, aunque tenemos la certeza de que, tarde o temprano, la parca nos alcanza a todos. La única alternativa para librarse de este flagelo es pasar la maldición a otra persona teniendo sexo con ella. Así, el film enfatiza en las decisiones éticas de Jay, que tendrán una influencia directa sobre la vida de otros sujetos. En ese sentido, Te sigue constituye una reflexión en torno a la perdida de la inocencia adolescente y el ingreso definitivo al mundo de la adultez (con las respectivas responsabilidades que eso conlleva). esta-detras-de-ti-it-follows-mika-monroe-02 Si bien la historia posee algunas flaquezas menores, la principal fortaleza del segundo film de Mitchell –el primero había sido The Myth of the American Sleepover (2010)– reside en una progresión dramática en donde la tensión va en constante aumento. En este sentido, la atmósfera sofocante y angustiante que tiñe todas las imágenes de la película no sólo viene dada por la excelsa fotografía de Mike Gioulakis o la desesperante música de Rich Vreeland, sino por un terror que se basa más en lo que insinúa -en su latencia- y menos en lo que realmente sucede en pantalla. La potencialidad del peligro es tal que no hace falta recurrir a golpes de efecto o escenas gore más explícitas. Basándose en la productiva explotación de los recursos técnicos y expresivos del artilugio cinematográfico, Mitchell brinda una contundente clase de suspense Hitchcockiano que mantiene al espectador en todo momento al borde del asiento. Viendo la película, uno tiene la incómoda sensación de no estar nunca a salvo, generando una tensión y una intriga que a menudo llegan a ser insoportables. Y si a esto le sumamos que los personajes casi no toman decisiones estúpidas en toda la película, el resultado final es bastante redondo. ¡Vayan a ver esta joyita del género al cine! no se van a arrepentir… Por Juan Ventura