Costumbres argentinas “Días de vinilo” es una típica comedia costumbrista alla argentina remasterizada. Quizás eso quiere sugerir el título y es corroborado por el guión. Los protagonistas son cuatro amigos que rondan los cuarenta años y que se conocen desde niños, ya que se criaron en el mismo barrio (no se especifica, pero es algún barrio de Buenos Aires). Damián (Gastón Pauls), Luciano (Fernán Mirás), Marcelo (Ignacio Toselli) y Facundo (Rafael Spregelburd) conforman un grupo típicamente porteño, con neurosis, ilusiones, vicios y virtudes característicos del habitante promedio de esa ciudad. La particularidad que presentan es que han tenido que crecer a caballo entre dos siglos y sienten una fuerte nostalgia por aquellos elementos simbólicos que estaban presentes en la infancia, en particular, los referidos a la música popular, con gran influencia de grupos musicales extranjeros. De allí que los antiguos discos de vinilo adquieren el valor de fetiche, constituyen el objeto de devoción ante el que todos se rinden. Los chicos crecieron atesorándolos como objetos de culto y cada uno ha tratado de hacer una carrera artística de algún modo vinculada al ambiente musical. Facundo es vendedor de parcelas en un cementerio privado y despunta el vicio ideando jingles publicitarios ad hoc, Damián es un guionista de cine semifrustrado, Luciano es locutor de radio y Marcelo sobrevive alquilando habitaciones de su casa a turistas extranjeras (mujeres) mientras mantiene una banda de tributo a Los Beatles desde hace veinte años. Ahora están todos convocados porque Facundo anunció que se casará con su novia (Maricel Álvarez) y así uno se va enterando de la situación sentimental de cada uno. Damián vive extrañando a su ex pareja (Carolina Peleritti), quien lo dejó provocándole un trauma profundo del que no puede recuperarse, aunque aparecerá Vera (Inés Efrón), una vendedora de cosméticos aficionada al teatro, para rescatarlo. Luciano vive un romance tormentoso con una cantante pop en ascenso, inescrupulosa y manipuladora (Emilia Attias), que lo vuelve loco de celos. En tanto que Marcelo, militante contra el compromiso afectivo con las mujeres, caerá en las redes de una colombiana que pondrá en crisis su soledad (Akemi Nakamura). Visión idealizada También aparece Leonardo Sbaraglia haciendo una parodia de sí mismo y del mundo del cine en general, manifestando una especie de autocrítica de ese ambiente invitando al espectador a no tomarlo muy en serio. Los temas que despliega el director debutante, Gabriel Nesci, son el amor, la amistad, la vocación, el temor a crecer, a madurar, a asumir compromisos, que contrasta con una visión idealizada de la vida que siempre hace tropezar a los protagonistas con la cruel realidad. Con humor, Nesci hilvana una serie de situaciones típicas, en la que no faltan las traiciones y agachadas, como siempre ocurre aun entre los mejores amigos, aunque nada será tan dramático como para quebrar los sólidos sentimientos que los mantienen juntos. Y la moraleja es que tendrán que crecer aunque se resistan y asumir las responsabilidades que ello implica, con sus logros y sus fracasos.
Nostalgias del erotismo suculento Mathieu Amalric se está convirtiendo en un niño mimado del cine francés. Más conocido como actor (en una gran variedad de películas), también dirige y escribe guiones. En “Tournée”, precisamente, combina todos esos roles y lo hace con la suficiente solvencia como para haber merecido el premio al Mejor Director en el Festival de Cannes. En este filme interpreta a un manager de una troupe de stripers. Joachim Zand, tal el nombre del personaje, es un hombre de unos cuarenta años, quien en su Francia natal hizo una carrera como productor televisivo con relativo éxito, pero en un momento decidió dejar todo, incluso a su mujer y sus dos pequeños hijos, e ir a probar suerte a Estados Unidos. Allí reunió a un grupo de mujeres desnudistas y formó una compañía llamada Cabaret New Burlesque, con quienes realiza shows en locales nocturnos, en los que los voluminosos cuerpos de las artistas son la principal atracción. La película refiere, sin embargo, a una gira que el grupo realiza en Francia, un lugar desconocido para el elenco, adonde llega de la mano de Joachim con promesas de hacer funciones en locales importantes en varios puertos marítimos y terminar, como broche de oro, con una presentación en un gran teatro en París. Con el espíritu de una road movie un poco melancólica, Tournée se concentra en el detrás de escena de cada presentación, así como en los tiempos entre función y función, es decir, la vida íntima de estos personajes en tránsito, obligados a convivir y compartir algo más que un mismo trabajo. Si bien el guión no profundiza demasiado sobre quién es quién, va soltando algunos datos que dan pistas sobre las características o la vida privada de algunos de los personajes, más que nada, de Joachim, quien en medio de la gira se reencuentra con sus hijos, con quienes comparte parte del recorrido, para sorpresa del elenco. Mientras, se va generando una relación especial con una de las actrices, Mimi de Meaux, con quien el manager entabla una amistad más íntima y comparte algunas confesiones. Las cosas no saldrán como les habían prometido, en el plano profesional, los viejos contactos de Joachim no están muy dispuestos a abrirle puertas y los acuerdos pactados de palabra se van cayendo, de modo que la gira nunca saldrá de los límites de la mediocridad y los apremios económicos. Sin embargo, el grupo no desespera, los lazos que unen a sus integrantes son más fuertes que las adversidades y un moderado optimismo los mantiene siempre con mentalidad positiva. Homenaje a un oficio “Tournée” aporta otra mirada sobre el cuerpo femenino y a la vez, es una especie de homenaje a un oficio que ya va perdiendo espacio en el ambiente del showbusiness, quizás destinado a desaparecer o a sobrevivir en ámbitos más marginales, como si fuera una especie en extinción. Amalric no apela al sentimentalismo sino a una suerte de cinismo a través del cual el dolor y la desilusión se traduce como sutil agresión o desencanto provocativo, logrando un clima seductor donde no está del todo ausente la amabilidad y hasta hay lugar para la ternura.
Casi, casi un videoclip Es cierto que el cine es amplio y generoso. Admite historias de todo tipo. En el cine casi todo es posible y parece que no hay prenda que no le siente. O dicho de otra manera, en el cine siempre hay público dispuesto. O más bien, con un par de ideas básicas podés hacer desde una película taquillera clase B hasta un peliculón que rompa todos los parámetros estéticos convencionales y siempre habrá alguien que la quiera ver. Por eso se pueden apreciar muchas veces buenas ideas maltratadas en formatos mediocres y desprolijos, o, en el otro extremo, exquisiteces formales para hablar más o menos de lo mismo que habla la vecina en una tarde aburrida sin nada nuevo que contar. Quiero decir, “Salvajes”, la última película de Oliver Stone, toma un tema candente que ocupa mucho tiempo en los medios de comunicación últimamente: el narcotráfico y sus manifestaciones violentas. Inspirado seguramente en las imágenes truculentas de muertos decapitados en las regiones calientes de México, el director estadounidense se puso la cámara al hombro y quiso mostrar cómo ve él las cosas. Más bien, se lo hace decir a una joven, porque el relato en primera persona está puesto en boca de O (de Ofelia), la muchacha protagonista de esta historia (Blake Lively). O es una chica muy joven, muy rubia y muy linda, que creció en un hogar en el que la madre cambiaba de marido como de vestuario y no tenía mucho tiempo para dedicarle a su adorable pequeña. O es una joven rica que creció sin afecto. Ese sentimiento lo encontró al lado de dos muchachos, Chon (Taylor Kitsch), un ex combatiente de la guerra de Irak, y Ben (Aaron Taylor-Johnson), un pacifista budista experto en botánica, especialmente en plantas de marihuana. Estos muchachos son amigos y socios en el próspero negocio del cultivo de las mejores plantas de marihuana en California. Han conseguido un producto de altísima calidad que distribuyen a través de una amplia red, lo que les permite vivir muy confortablemente junto a la bella O, en un triángulo amoroso ultrafuncional. ¿De dónde vendrán los problemas? Pues, de la competencia. Estos chicos hacen alarde de su independencia, cosa que molesta a los capos de la droga, sobre todo los vinculados al comercio de la cocaína. Entonces empiezan a acosarlos para que acepten asociarse con ellos. La invitación no acepta un no como respuesta y ahí empiezan los líos. Captar la realidad El tono de la película de Stone tiene más semejanza con la historieta que con la vida real, aunque no hay que subestimar su capacidad para captar la realidad, porque no hay por qué pensar que los narcotraficantes tengan un cerebro mucho más sofisticado que lo que se ve en la pantalla. Es muy probable que sus mentes funcionen así como lo muestra la aparentemente fantaseosa película de Stone. Es probable que haya cierta ironía en ese enfoque y que pese a todo, refleje el mundo de los narcos tal como es: drogas, sexo y violencia, y dinero, mucho dinero para gastarlo a manos llenas en todo lo que se te antoje. “Salvajes” cuenta los pormenores de una guerra entre capos de la droga rivales, que se disputan el mercado. Los más violentos son los mexicanos, donde un tal Azul le hace la guerra a La Reina, y ambos terminan destruyéndose mutuamente a causa de los hipposos californianos. ¿Quién pondrá fin a la carnicería? Un corrupto agente de la DEA capaz de controlar la situación y poner a todos en caja. “Salvajes” parece un cuento de hadas al que no se puede tomar muy en serio. Muestra una versión casi paradisíaca de la violencia narco, en un estilo demasiado parecido al que puso de moda, tiempo atrás, Quentin Tarantino. Se lucen John Travolta, como el oportunista agente de la DEA; Salma Hayek, como La Reina, una jefa narco despiadada y cholula; y Benicio Del Toro, como Lado, su bruto brazo armado más cruel y sanguinario.
Matrimonio en terapia intensiva “¿Qué voy a hacer con mi marido?” es el título de una película cuyo original, Hope Springs, refiere al nombre de un pueblo canadiense donde es posible recomponer matrimonios descoyuntados. Se trata de una comedia dirigida por un experto en la materia, David Frankel (“El Diablo viste a la moda”, “Marley y yo”, “Un gran año”), y más específicamente, una comedia romántica norteamericana que pone la mira sobre la institución del matrimonio... un tema recurrente que quizás esté entre los Ítem de la agenda de preocupaciones del ciudadano medio de aquel país. Quizás porque el modelo de familia de la clase media alta esté sufriendo una nueva crisis y por eso surge la necesidad de revisar algunos aspectos. La cuestión es que Kay (Meryl Streep), una mujer entradita en años, empieza a sentir inquietud, angustia y desazón, porque su vida hogareña se ha convertido en una rígida rutina diaria despojada de afecto y emoción. Para colmo, hace ya bastante tiempo que ella y su marido, Arnold (Tommy Lee Jones), duermen en cuartos separados, y son como dos extraños cohabitando bajo el mismo techo, pero casi sin mirarse ni hablarse. A ella no le falta nada, su casa es confortable y cómoda, mientras él cumple con su trabajo prolijamente. Hace 31 años que llevan casados y sus hijos ya abandonaron el nido y se han independizado. Kay siente el vacío y se propone recuperar a su marido. Quiere volver a unir lo que aparentemente está muriendo de inanición y distancia. ¿Cómo volver a encender la llama del deseo, de la pasión, de la alegría de estar juntos? Charlas con una amiga, consultas a libros de autoayuda... y la tentación de probar con una propuesta de terapia para parejas. Solamente que el tratamiento se brinda en un pueblito costero canadiense, llamado Hope Springs, donde el Dr. Feld (Steve Carell) tiene su consultorio. El lugar es pintoresco y ofrece la tranquilidad necesaria para despegarse de las obligaciones y de las rutinas, para enfocarse nada más que uno en el otro. A Kay no le resulta fácil convencer a Arnold, aunque finalmente el hombre acepta a regañadientes. El viaje, con la ayuda de las sesiones con el consejero, servirá para sacar a la luz lo que ambos se han venido tragando durante años. Es que ellos conforman una típica pareja que se ha ocupado más de cumplir con los mandatos sociales que de procurarse la felicidad, y al cabo del tiempo, eso ya parece un destino imposible de cambiar y todo lo demás, ilusiones que se fueron con la juventud. Nada del otro mundo, “¿Qué voy a hacer con mi marido?” responde a un guión estándar y módico, sin sorpresas, aunque presente algunos mensajes entrelíneas que dan que pensar: ¿El estilo de vida norteamericano está atentando contra sus propios fundamentos? ¿El modelo de familia tradicional está en peligro por las presiones de la vida moderna? ¿Estamos a tiempo de hacer algo al respecto o nos hundiremos en la impotencia? Para Kay y Arnold hay otra oportunidad, aunque tienen que trabajar para eso. Maryl Streep y Tommy Lee Jones hacen lo que saben hacer para salir airosos lidiando con un guión que luce un poco chato y aburrido.
El mundo es pequeño, pequeño El brasileño Fernando Meirelles (“Ciudad de Dios”, “El jardinero fiel”) dirige “360”, una película basada en la obra “La Ronda” del austríaco Arthur Schnitzel, que fue adaptada varias veces al cine, en versiones de diverso origen y calidad. La idea central es la de historia circular, en la que varios personajes van encadenando sus respectivas historias personales en un relato coral que los incluye a todos. Una estructura narrativa que se ha repetido en unas cuantas propuestas cinematográficas, y que en esta oportunidad agrega la particularidad de que los hechos ocurren en distintas ciudades y los personajes parecen estar en tránsito casi permanente, o bien, son extranjeros viviendo en un país de adopción. Así se van interrelacionando seres de nacionalidades diferentes en una especie de rompecabezas dinámico en el que se entrecruzan idiomas, costumbres, religiones, en un diálogo no siempre fácil, pero que pone de relieve la irreductible necesidad de comunicación y también de contacto. Son las nuevas formas de convivencia que adoptó el mundo, sobre todo en Europa, de la mano de la globalización y la facilidad de movimiento que ofrecen los medios de transporte, la telefonía y la Internet. La acción comienza en Viena, majestuosa ciudad que para muchos podría significar precisamente la capital europea del siglo XX, mostrando una interesante tensión entre tradición y modernidad. Hacia esta ciudad viajan periódicamente dos hermanas eslovacas. La mayor va a ejercer la prostitución y la más chica, la acompaña. Han contactado con el dueño de una agencia de escorts que les consigue los clientes, en general de alto nivel, ejecutivo, hombres de negocios, también extranjeros en tránsito. En el lobby de los hoteles se suelen encontrar caballeros ingleses, árabes, rusos, norteamericanos, latinos... y mujeres dispuestas a complacerlos por un par de horas a cambio de una buena suma de dinero. La vieja fórmula de mezclar placer y negocios, que siempre ofrece oportunidades, aunque también implica riesgos. No es lo mismo tener de cliente a un marido aburrido que a un capo de la mafia rusa. En otro lugar del mundo, Londres, también ocurren cosas. La mujer de un ejecutivo que viaja demasiado tiene un amante brasileño más joven, que a su vez está de novio con una chica que vino con él desde el lejano país sudamericano, pero que decide volverse a casa decepcionada. En el aeropuerto, esta joven conocerá a un anciano norteamericano que anda por el mundo buscando a su hija desaparecida hace tiempo y comparten confidencias. También se cruzarán con un ex convicto en su primera salida luego de purgar una pena por delitos sexuales. El juego eterno de la vida En otro rincón de Viena, un musulmán siente una atracción prohibida por una mujer rusa casada, que a su vez está disconforme con su marido, porque “anda en algo malo”. Conflictos, encuentros y desencuentros, simpatías y antipatías, el juego eterno de la vida, siempre en movimiento, que parece avanzar nada más que para regresar al punto de partida. Sin ser original, ni una obra perfecta, la película de Meirelles transita por tópicos ya bastante frecuentados pero lo hace con gracia suficiente como para entretener con amabilidad, apelando a actores también de diverso origen entre los que se destacan Jude Law, Rachel Weisz y Anthoni Hopkins, junto a otros no tan conocidos, como Jamel Debbouze, Ben Foster, Lucia Siposova, Gabriela Marcinkova, Dinara Drukarova, Morizt Bleibtreu, y los jóvenes brasileños Maria Flor y Juliano Cazarré. Una mezcla bien administrada que permite apreciar un poquito de aquí y un poquito de allá, en una combinación de tinte clásico, que incluye también algo de violencia y el viejo conflicto entre buenos y malos, definiéndose a favor de los buenos, para salir del cine con una sonrisa.
La mirada de las prostitutas Anne (Juliette Binoche) es periodista y escribe para la conocida revista Elles. Justamente ahora está concentrada en su próximo artículo que refiere a la prostitución estudiantil en París, ciudad donde vive y trabaja. Anne está casada con el ejecutivo de una firma privada, Patrick (Louis-Do de Lencquesaing), con quien tiene dos hijos: un adolescente y un niño más pequeño. Esta película es la segunda realización de ficción de la documentalista polaca Malgoska Szumowska, quien es también coautora del guión. Pero hay que decir que pese a calificar como ficción, “Ellas” está pensada como un trabajo de investigación por parte del personaje protagónico, quien se involucra un poco más de lo conveniente, llegando a sentir una influencia en su vida privada a partir de esa experiencia. Es que Anne se ha introducido en el territorio de las jóvenes que alquilan su cuerpo para pagarse los estudios universitarios. Ha realizado entrevistas con algunas de ellas y la cuestión quizás empezó a tomar un sesgo más inquietante cuando la periodista recurre al truco de pagar, como si fuera un cliente, por el tiempo que las jóvenes le deben dedicar para contar sus experiencias. Siendo Szumowska de origen documentalista es de suponer que este recurso narrativo no es casual ni inocente. La prostitución, aun cuando se considera la profesión más antigua del mundo, sigue siendo una cuestión tabú incluso para las sociedades más evolucionadas. Lo que intenta hacer esta película es ponerle voz a la mirada femenina sobre este asunto y más particularmente, a la mirada de las prostitutas. Mientras Anne anda con el artículo en la cabeza todo el tiempo, tiene que seguir cumpliendo con los otros roles: madre y esposa. Cada uno de sus hijos plantea desafíos diferentes, pero igual reclaman su atención. El marido, una figura un tanto light y bastante ausente, parece mentalmente secuestrado por sus obligaciones laborales, por lo que la organización del hogar resulta ser casi de la exclusividad de ella. Es así que el relato va alternando entre los testimonios de Charlotte (Anaïs Demoustier) y (Alicja) Joanna Kulig, y las otras tareas que debe llevar adelante Anne cada día. La primera proviene de un hogar parisino típico de clase media baja y la posibilidad de obtener dinero rápido fue lo que más la sedujo, aunque a medida que avanza el relato, se percibe que el contacto con clientes de otro sector social, más elevado, pareciera hacerle olvidar por un rato sus orígenes humildes. En tanto que Alicja refleja otra realidad: es polaca y ha llegado a París para estudiar. Sus gastos están a cargo de su madre (residente en Polonia), pero como la joven es ambiciosa y aventurera, se involucra en la prostitución de alto perfil, más por lujuria y el placer de darse gustos caros que otra cosa. Invitación a pensar Las dos chicas, sin embargo, ocultan ese aspecto de sus vidas a sus familias y en el caso de Charlotte, también a su novio, un chico del mismo origen que ella, atisbándose allí el germen de conflictos, por el momento apenas incipientes, pero que podrían desencadenar alguna crisis en cualquier momento. Al comenzar su investigación, Anne pretende asumir un papel profesional y distante, pero poco a poco irá aflojándose hasta intimar con las prostitutas casi como si fueran amigas. Ello produce efectos en su vida privada y le aporta un nuevo punto de vista acerca de las relaciones sociales, incluso las de su entorno más cercano. Szumowska solamente trata de mostrar de manera explícita una realidad a la que generalmente se alude mediante rodeos y eufemismos, poniendo en evidencia que es más común de lo que uno puede imaginar y tal vez no tan ajeno, ya que la mayoría de los clientes de estas chicas son “maridos maduros aburridos”, hombres que provienen de hogares aparentemente normales. El film no juzga, no sanciona, no cuestiona, simplemente invita a pensar en varias cuestiones, pero sobre todo, en el lugar que se le da al erotismo en la vida cotidiana y a las posibilidades de explotación y los riesgos que ofrece.
Es preferible reír que llorar El humor, la sátira, la ironía, son recursos válidos y legítimos para abordar situaciones complejas o escenarios de conflictos trágicos, como en este caso, que trata de algunos sucesos que ocurren en la Franja de Gaza. El director Sylvain Estibal es periodista y por su profesión conoce la zona de Cisjordania. También es escritor y fotógrafo. “Cuando los chanchos vuelen” es su primer largometraje, en el que se propone “decir cosas” acerca de ese prolongado conflicto de Medio Oriente, de modo que sean aceptadas por todos, y nada mejor que apelar al humor. Porque precisamente la risa viene en auxilio cuando se trata de soportar lo insoportable y cuando es necesario derribar barreras absurdas y los límites rígidos de una violencia que se caracteriza por su irracionalidad. Eligió un asunto sensible como disparador, un elemento igualmente tabú para ambas culturas: la judía y la palestina. El cerdo. Animal considerado sucio y ofensivo, impuro, capaz de traer desgracias y maldiciones a quien tuviera contacto con él. Tanto judíos como palestinos tienen prohibido comer carne de cerdo y esos animales no pueden pisar tierra en ninguna de las dos jurisdicciones por igual. Y resulta que justamente a Jafaar, un paupérrimo pescador palestino que apenas sobrevive con las escasas sardinas que logra atrapar y el escuálido olivar que forma parte de la dote de su esposa, le viene a ocurrir que un chancho, regordeto y en su plenitud vital, aparece en su red, presuntamente luego de haberse caído al mar desde un buque extranjero. A partir de esta situación, se sucede una serie de hechos a cual más disparatado, en los que se lo ve al protagonista tratando de liberarse de esa presencia maldita que tiene oculta en su pequeño barquito. Primero acude a un amigo peluquero, quien le aconseja que lo mate con un fusil y se deshaga del cuerpo en el mar. Jafaar lo intenta pero finalmente, no lo logra. Entonces decide ofrecérselo al delegado de las Naciones Unidas, que es un francés. Sin embargo, el hombre, que no tendría problemas en comer carne de cerdo en cualquiera de sus formas, no quiere hacerse cargo de un cerdo vivo. Después, el protagonista se entera de que los judíos crían chanchos a escondidas, seguramente con las intenciones de hacer algún negocio. Jafaar intenta hablar con el jefe de los israelíes pero lo echan a patadas, aunque a través del alambrado consigue tomar contacto con una colona del otro lado, con quien finalmente llega a un acuerdo comercial, de cuyas características mejor no hablar porque es una de las perlas graciosas de la película. Con esperanza Como todo es precario e inestable en ese lugar del mundo, las cosas pronto se irán de las manos y como un conflicto trae otro conflicto, se arma un lío descomunal, aunque, como en las fábulas, el final trae un alivio de esperanza. Estibal ideó esta anécdota extravagante, ridícula y absurda, para dar un pincelazo sobre las costumbres de esos dos pueblos obligados a subsistir en una convivencia forzosa. Y aprovecha la oportunidad para mostrar la vida cotidiana con sus pequeñas glorias y sus pequeñas miserias, y la difícil relación que cada ser tiene con el terruño. Para unos, el lugar de sus ancestros hoy ocupado por gente extraña, y para otros, un lugar de paso adonde se viene a cumplir un servicio. De un lado, el ejército israelí, del otro, las milicias palestinas, y en el medio, los delegados de la ONU y la Cruz Roja, como una presencia burocrática que en vez de facilitar las cosas, a veces las complica un poquito más. La película de Estibal es divertida, ingeniosa y simpática, invita a pensar y critica desde el humor, tratando a todos los personajes con cariño.
Efectos colaterales y cabos sueltos “El legado Bourne” es un experimento dentro de otro experimento. Es un producto de la fábrica de ilusiones y entretenimientos llamada Hollywood y responde a necesidades de mercado, mayormente. Resulta que el personaje llamado Bourne, Jason Bourne, es un agente secreto creado por el escritor Robert Ludlum y llevado al cine (luego de haber sido adaptado como telefilm) por Doug Liman. El producto se llamó “Identidad desconocida” y tuvo dos secuelas, “La supremacía Bourne” y “Bourne, el ultimátum”, todas protagonizadas por Matt Damon. Aunque estas dos últimas las dirigió Paul Greengrass. Ahora bien, “El legado Bourne” refiere a hechos que transcurren al mismo tiempo que lo que ocurre en “Bourne, el ultimátum”, es algo así como un relato paralelo (algunos dicen que esta película surgió a partir de la necesidad de algunos de seguir explotando la veta y la contrariedad presentada por el abandono de Matt Damon, quien dijo basta). El caso es que con el gancho del uso del nombre en el título y un par de referencias en medio del film, el director y guionista Tony Gilroy asumió el desafío. El enganche viene así: un superagente militar retirado de nombre Eric Byer (Edward Norton) tiene que tomar la difícil decisión de abortar uno de los proyectos vinculados al caso Bourne, dada la alta exposición mediática que tuvo el asunto y el riesgo que eso supone. Esa decisión implica mandar a matar a sus propios agentes involucrados en el experimento, que se llama Programa Outcome, que funcionaba en paralelo a Treadstone (del caso Bourne). Los agentes de Outcome son sometidos a tratamientos con drogas y otro tipo de intervenciones que los convierten en súper-resistentes, aunque no son entrenados para matar sino para protagonizar misiones peligrosas en condiciones extremas. Aaron Cross (Jeremy Renner) es uno de esos agentes que logra escapar de la matanza y en su huida se cruza con la infectóloga Martha Shearing (Rachel Weisz), quien era la responsable del control clínico de estos individuos. Ahora, ambos deberán morir, por decisión de Byer. Quizás, quizás, quizás... Pero no están dispuestos a dejarse matar tan fácilmente así que emprenden una fuga casi desesperada que los llevará hasta Filipinas, en busca de un antídoto para los trastornos que las drogas le producen a Aaron, y hasta allí llegará el largo brazo de Outcome con el objetivo que todos imaginan. En la ciudad de Manila, la pareja de fugitivos tendrá que protagonizar persecuciones a pie, en auto, en moto, por las calles, por los techos, en fin, la cuestión es que finalmente logran zafar y dejan abierta la posibilidad de que en algún lugar, tal vez, más adelante, las dos historias (la de Bourne y la de Aaron), se encuentren quizás en otro guión y ambos personajes compartan el set de filmación y quién sabe cuántas cosas más. Es una posibilidad, aunque no expresa. El mercado decidirá. “El legado Bourne” es entretenida como son todas las películas de acción con una trama de intriga básica, con actores atractivos y recursos tecnológicos de alto impacto, pero nada más. Jeremy Renner y Rachel Weisz en una escena de “El legado Bourne”, dirigida por Tony Gilroy.
Una composición audaz y ambiciosa “El molino y la cruz” es una composición estética original que integra varios lenguajes en el formato cinematográfico. Una exquisitez, si se quiere, un planteo formal, una lección de arte, que trata de aprovechar todos los recursos de la tecnología digital, para plantear una reelaboración de una obra pictórica: “El camino del Calvario”, pintura de Brueghel que data del siglo XVI. La realización de la película le llevó varios años al director polaco Lech Majewski, en un proyecto audaz y ambicioso que intenta reflejar una mirada artística, metafísica e histórica, porque no se trata solamente de un juego formal y visual que apela a los sentidos, sino que pretende recrear el proceso de creación de una obra de arte. Algo así como una deconstrucción, utilizando otras técnicas como el cine, el teatro, la plástica y el prolífico universo digital que permite nuevas maneras de integrar los lenguajes clásicos. Partiendo del lienzo mencionado, Majewski da vida a varios de los personajes que aparecen en la pintura, inspirándose también en los bocetos previos que se conocen de Brueghel, para dar una visión de lo que fue la violenta ocupación española de Flandes, a mediados del siglo XVI. La pintura es contemporánea de esos sucesos y en el cuadro aparece retratado el mismo autor, interpretado en el film por Rutger Hauer, su amigo y coleccionista de arte Nicholas Jonghelinck (Michael York) y la Virgen María (Charlotte Rampling). La obra pictórica recrea la pasión de Cristo en el Monte Calvario, pero ambientada en Flandes, en un escenario en el que Brueghel sintetiza las dos pasiones, la del Salvador y la del pueblo campesino perseguido por las milicias de la fe, muchos de ellos castigados y torturados hasta morir por herejes, a manos de los soldados españoles. Una mirada trascendente Casi no hay diálogos en “El molino y la cruz”, cada escena habla por sí misma. La composición visual es de un extremo cuidado así como la música que acompaña cada secuencia, pensada especialmente para la película. Así, de la mano de Majewski, el espectador se puede hacer una idea de la vida cotidiana en ese momento en ese lugar y cómo esa vida se vio alterada por la irrupción de jinetes vestidos con uniformes colorados en una cruzada cruel y sangrienta. Respetando el espíritu del pintor flamenco, el director polaco reúne información sobre hechos históricos con elementos y figuras simbólicos, para dar su particular visión de los hechos, recordando que el arte siempre ofrece una mirada trascendente sobre los datos de la realidad. El resultado es una obra nueva, que tiene su propio lenguaje y a la vez, un homenaje a uno de los genios de la pintura universal. Y quizás esta película sea recordada en el futuro como un hito en la historia de las artes audiovisuales, por la complejidad de las técnicas utilizadas, por su temática y por su extraordinaria calidad.
El retrato de una dama La película The Lady, titulada aquí como “La fuerza del amor”, me dejó la sensación de que la combinación entre el guión de Rebecca Frain, la dirección de Luc Besson y el personaje protagónico fue una buena elección. El producto resulta un encuentro de estilos que parecen compatibles. Más si se tiene en cuenta que el film trata de hacer un relato biográfico de una persona de la vida real contemporánea de los realizadores. Aung San Suu Kyi es líder de la oposición de Birmania, pacifista, Premio Nobel de la paz 1991, hija de un militar que luchaba por la república y fue muerto por las fuerzas dictatoriales cuando ella era una niña. Suu Kyi creció y se educó en Inglaterra, donde se casó con un médico, Michael Aris, y tuvo dos hijos. La historia que cuenta Besson se concentra en los años en que Suu Kyi regresa circunstancialmente a su tierra para ver a su madre enferma y ya no puede regresar a Inglaterra, porque su país está sumergido en luchas sociales entre la cruel dictadura y fuerzas populares que quieren una democracia, entre las que juegan un papel relevante los grupos estudiantiles. El retrato de la protagonista que ofrece el film, encarnado por la actriz Michelle Yeoh, parece fiel y respetuoso, y muestra a grandes rasgos las características de esta mujer que tiene que afrontar desafíos ineludibles. Siendo la hija de un líder de la oposición asesinado por el régimen opresor, es vista por unos como un referente para encabezar las protestas y por otros, como un serio peligro, una amenaza. Suu Kyi no vacila en asumir el legado espiritual de su padre y, bajo la inspiración de Gandhi, pregona la resistencia pacífica. Pero tiene que elegir entre sus dos amores: su marido y sus hijos británicos o su patria. Su esposo, un médico y profesor universitario, es su compañero perfecto, la apoya, la cuida, la protege, aunque deban estar separados, ya que a él le restringen el ingreso a Birmania y ella, si llegara a salir, ya no podría volver a ingresar. El país oriental vive tiempos convulsionados, de mucha violencia y opresión, y el caso de Suu Kyi, bajo arresto domiciliario, llega a los estrados internacionales, y pronto la Organización de las Naciones Unidas asume que debe intervenir. El Premio Nobel de la paz, que la mujer no pudo recibir personalmente, fue entregado a su marido y sus hijos, y fue la manera con que el organismo dejó claro que había tomado nota del problema en Birmania y también una firme señal de su posición al respecto. Hoy, Suu Kyi ya puede moverse libremente por el mundo, y sigue llevando adelante su trabajo promoviendo la democracia, la paz y la tolerancia. Besson, con su estilo ni muy duro ni muy blando, y con ese lenguaje que busca una síntesis entre la mirada estética, el entretenimiento y la narración de hechos que merecen conocerse, logra acercar al espectador al aspecto humano e íntimo de una figura pública, influyente, respetada y controversial. ¿Es ficción? ¿Es documental? ¿Es propaganda? Es un poco de todo eso y resulta interesante.