La crisis y la oportunidad Los hermanos Dardenne (Jean-Pierre y Luc) son considerados maestros en el mundo cinéfilo y cuentan con gran aceptación en festivales y salas. Su estilo es muy definido y reconocido. En “El chico de la bicicleta” insisten con su tema predilecto: la infancia en problemas. Podría decirse que los directores belgas son expertos en la problemática infanto-juvenil, a la que aportan una mirada tensa, cruda pero a la vez contenedora. Entre sus películas más famosas se destacan “Rosetta”, “El hijo”, “El niño” y “El silencio de Lorna”. En esta oportunidad, el protagonista es Cyril, un chico de once años, quien ha sido abandonado por su padre en un internado para menores. La película comienza mostrando al pequeño aferrado a un teléfono, intentando comunicarse con su papá, quien había prometido volver a buscarlo al cabo de un mes y en cambio ha desaparecido. A partir de esa escena tensa en la que su tutor trata de hacerlo entrar en razón, el jovencito comienza una búsqueda desesperada y actúa como un animalito acorralado que sólo quiere liberarse. Es así que se escapa del instituto y acude al edificio donde vivía hasta hace poco con su progenitor y se muestra muy ansioso por saber qué fue de él y también, casi en igual grado de importancia, dónde está su bicicleta. En el edificio apela a argucias y picardías para conseguir que le abran la puerta y así verificar que el departamento del quinto piso que había sido su hogar, está vacío y no hay señas ni del padre ni de la bicicleta, ni siquiera una dirección o un teléfono donde ubicarlo. Pronto llega el tutor a buscarlo y Cyril se refugia en el consultorio de un médico, donde se produce un forcejeo y el chico se aferra a una paciente con desesperación. Así es como conoce a Samantha, una joven peluquera del barrio, quien se conmueve por la situación del chico y se encarga de recuperar su bicicleta. A partir de entonces, ambos se adoptan mutuamente. Cyril le pide que lo lleve con ella los fines de semana y la mujer acepta. Pero las cosas no serán tan fáciles. El muchachito tiene problemas de conducta, sigue actuando como un animalito salvaje y herido, y tiene una idea fija: encontrar a su padre. Finalmente, lo consigue, pero de ese reencuentro saldrá más lastimado porque el hombre, joven y con problemas económicos, no quiere hacerse cargo de su hijo. La cámara de los Dardenne sigue las peripecias de Cyril con pulso nervioso, para registrar el difícil proceso de duelo y adaptación a la nueva situación al que se ve sometido. Abandonado en un internado, con un padre que prefiere no verlo, una madre ausente a la que ni siquiera se menciona, una desconocida que hace las veces de madre sustituta, sin que se sepa tampoco mucho de este personaje solitario, y un mundo hostil siempre acechante. Pronto, el chico se verá implicado en problemas debido a la mala influencia de una pandilla de delincuentes juveniles. Y allí estará otra vez Samantha rescatándolo y ayudándolo a reconciliarse con el entorno social, aceptando las reglas de juego. Como un toque de gracia La película no explica nada, ni el antes ni el después de los hechos que muestra, solamente toma una secuencia de acontecimientos en un breve lapso en el que se produce ese quiebre en la vida del pequeño, pero a la vez, se abre otra instancia que le permite comenzar una nueva vida y no solamente parece haber encontrado la ayuda apropiada, sino que ha aprendido a ganársela. Si bien el final es abierto, se percibe cierto optimismo, como un toque de gracia que dice que no hay que bajar los brazos porque siempre puede haber alguien en quien confiar. El pequeño actor Thomas Doret compone un Cyril verdaderamente vibrante y conmovedor, y está acompañado por una destacada actriz como Cécile de France, en el papel de Samantha, y el también reconocido intérprete Jérémie Renier, como su esquivo padre, quienes aportan su calidad profesional al relato.
Vidas raras en un mundo hostil El guión está basado en una novela corta de George Moore que despertó el interés de la actriz Glenn Close, quien antes de pujar para llevarla al cine la convirtió en una obra de teatro. El dato es curioso, aunque no se conocen los motivos por los cuales Close se comprometió tanto con el tema, al punto de participar en la adaptación, en la producción y asumir el personaje protagónico. La dirección fue confiada a Rodrigo García (“Con sólo mirarte”, “Nueve vidas”), el hijo del escritor Gabriel García Márquez con quien la actriz ha trabajado varias veces. “El secreto de Albert Nobbs” cuenta la historia de un personaje misterioso, ambientada en las postrimerías del siglo XIX en Irlanda. Fiel al espíritu de la época, trata de ofrecer un relato social, enfocado en los personajes menos favorecidos de la escala, en un ambiente urbano en donde el trabajo escasea, la miseria abunda y las condiciones de existencia se presentan particularmente duras. Albert (Glen Close) trabaja de mayordomo en un hotel. En realidad es una mujer de orígenes oscuros que ha tenido que asumir una personalidad masculina para poder sobrevivir. Ha guardado su secreto celosamente durante unos treinta años, con relativo éxito en lo económico, al punto de que fantasea con independizarse y abrir un comercio propio. Integra la servidumbre del Hotel Morrison, compuesta por un par de ancianos sirvientes y un puñado de jóvenes mucamas, quienes deben atender a la clientela, miembros de una clase social terrateniente y profesionales liberales de buen pasar. Historias de vida En ese micromundo, donde todos están a las órdenes de una casera entrada en años pero vivaz y rápida para los negocios, la Sra. Baker (Pauline Collins), se van generando historias de vida que entrecruzan amores, pasiones, ilusiones y desengaños. Entre esas historias, se destaca la de Helen (Mia Wasikowska), una bella y joven mucama, que se enamora de Joe (Aaron Johnson), el muchacho buscavidas que se encarga de atender la vieja caldera pero fantasea con emigrar a América en busca de un mejor futuro. La rutina sufrirá un giro inesperado cuando aparezca Hubert Page (Janet McTeer) en escena, un pintor de paredes que conseguirá romper el muro de silencio de Albert y penetrar en su secreto. Ambos empiezan una rara amistad en medio de ese ambiente que no es precisamente amable con seres como ellos. Y las fantasías del protagonista empiezan a crecer y a aventurarse por caminos nuevos, desconocidos, sin reparar en los riesgos. Pronto, a las complicaciones socioeconómicas se sumará la fiebre tifoidea, más otros sucesos entre trágicos y pasionales, y los sueños de Albert se estrellarán estrepitosamente contra la dura, más que dura, realidad. Sin embargo, pese a esta visión pesimista, el relato rescata a otros personajes con un aliento de esperanza y redención, en medio del naufragio. “El secreto de Albert Nobbs” está pensado para destacar las composiciones actorales en una estructura dramática muy teatral, planteando desafíos interesantes para todos los intérpretes, quienes logran una buena y amena composición, aunque la historia no escape a los clichés ni sea inmune a los golpes bajos.
¿Quién le teme a Marilyn Monroe? La figura de Marilyn Monroe sigue despertando interés y fantasías, a pesar del tiempo que ha transcurrido desde que abandonó este mundo en circunstancias por todos conocida. En esta oportunidad, el director británico Simon Curtis, en su primer largometraje, decide desempolvar el diario de un joven que se desempeñó como asistente de Laurence Olivier, durante el rodaje de “El príncipe y la corista”, dirigida e interpretada por el gran actor inglés. Los hechos se ubican en Londres en el año 1956. Olivier, ya entrado en años, decide darle un nuevo impulso a su carrera invitando a la gran estrella de Hollywood a participar en su nueva película. Piensa que su experiencia y el glamour de la diva harán una buena combinación para revitalizar su arte. El guión de Curtis se basa en las memorias de Colin Clark, un muchacho de origen aristocrático, seducido por el mundo del cine, quien inicia su carrera precisamente asistiendo a Olivier en este emprendimiento, lugar que le permite mantener una fugaz pero intensa (según su testimonio) relación con Marilyn. El enfoque del relato pone el acento en el fuerte contraste que provoca el encuentro de dos mundos diferentes y ambos muy poderosos: el de la tradición escénica londinense y el método hollywoodense. Marilyn llega a Londres acompañada por su flamante tercer marido, el dramaturgo Arthur Miller, su manager y ex amante Milton Green y Paula Strasberg, esposa del maestro de actores Lee Strasberg (director del Actor’s Studio), quien no se le despega en ningún momento. La estrella norteamericana se muestra frágil y vulnerable, insegura ante personalidades tan indiscutidas como Olivier, su mujer Vivien Leigh y la veterana dama Sybil Thorndike, entre otros; sin embargo, todos sucumben ante sus encantos naturales y se muestran dispuestos a tolerarle sus constantes cambios de humor y su incorregible impuntualidad. Colin es un jovencito tan audaz como inexperto, que no se ve ni muy apuesto ni muy interesante, no obstante, está siempre ahí cuando lo necesitan y su asistencia es extremadamente eficiente. Rápidamente se gana la simpatía de Marilyn y se convertirá en su gran apoyo afectivo cuando sufra una importante crisis en medio del rodaje. Gran sentido estético Ésa será precisamente “la semana” de la que habla el diario en que se basa el guión. Después de un desencuentro con su esposa, que trascendió los límites de la alcoba, Miller decide irse a París a visitar a sus hijos de un matrimonio anterior, pero antes hace algunas confesiones dolorosas a Olivier, según el relato de Clark, acerca de su relación con la diva. La actriz acusa el golpe y su salud se reciente, la filmación se interrumpe, y Colin se convierte, por pedido de ella, en su acompañante predilecto. El joven, deslumbrado por la personalidad de la mujer, cae en una suerte de hechizo, aunque nunca pierde el aplomo y logra, ante la sorpresa de todos, ayudar a Marilyn a reponerse y volver al trabajo, que concluye con total éxito. No se sabe si el relato es fiel o es más producto de la fantasía, pero la puesta de Curtis recrea una situación que pudo haber ocurrido así y lo hace de manera verosímil y con un gran sentido estético. El papel protagónico parece sentarle como un guante a Michelle Williams, que compone una Marilyn sencillamente encantadora; mientras que Kenneth Branagh se luce con su imponente Laurence Olivier. Y el resto del elenco acompaña de manera impecable.
Al diablo la realidad ¿Se puede resumir en poco más de noventa minutos casi toda la cultura moderna de Occidente para dar un mensaje poético y esperanzador a la vez? El finlandés Aki Kaurismäki demuestra que sí, se puede. Ambientada en Le Havre, Francia, “El puerto” tiene como protagonistas a un puñado de seres cuasi marginales, que llevan un modo de vida extremadamente modesto, pero llamativamente digno. El personaje central es un hombre mayor que aparentemente sobrevive como lustrabotas callejero. ¿Su nombre?, Marcel Marx. Vive en una modesta casita, en una barriada muy parecida a cualquier villa suburbana argentina, con su mujer, Arletty, y una perra, Laika. Las costumbres cotidianas del matrimonio, con sus rituales y gestos, develan una educación y un buen gusto que contrastan con los limitadísimos recursos con que subsisten. Con breves pinceladas, Kaurismäki se las ingenia para mostrar el entorno y sus características, donde la violencia dice presente desde un principio, aunque también se ve contrarrestada por los fuertes lazos que se generan entre esos seres de oficios tan precarios como eternos. Músicos ambulantes, meseras, verduleros, panaderas, buscavidas varios y por supuesto, los omnipresentes policías. Con ese aire de cuento de hadas que el finlandés les imprime a sus películas, “El puerto” muestra cómo de repente la vida de Marcel sufrirá un cambio inesperado y profundo. Es testigo, sin querer, del hallazgo de un grupo de inmigrantes africanos en un contenedor depositado en el puerto por alguno de los barcos arribado recientemente. Los polizones son detenidos por la policía pero un adolescente logra escapar. El joven Idrissa lo único que quiere es llegar a Londres, donde está su madre. Su abuelo lo acompañó hasta allí y ahora sus destinos toman caminos diferentes. El anciano será recluido en un centro de refugiados y el pequeño, a la buena de Dios, tratará de cumplir con su objetivo. El caso despierta gran curiosidad en el ambiente y un revuelo constante de policías. Y por esas cosas, el muchachito termina en casa de Marcel, quien de golpe se encuentra solo porque su mujer tuvo que ser internada de urgencia por una grave enfermedad. A partir de allí, Marcel se multiplicará. Tendrá que hacerse cargo de varias cosas a la vez, pero se lo ve decidido y como fortalecido por la adversidad, que le da más responsabilidad y a la vez refuerza su sentido del deber y de la solidaridad. Talento y magia El sentimiento es contagioso y entre todos los vecinos consiguen ayudar a Idrissa y también darle una mano al hombre afectado por la enfermedad de su esposa. Y paso a paso, las cosas irán acomodándose de modo que se arribe a un final feliz, aunque sea momentáneamente feliz. Tanto, que un hombre que no expresa tener ninguna fe religiosa, termina creyendo en que los milagros existen y él ha sido tocado por esa gracia inexplicable. Kaurismaki lo hizo, una vez más. Con su talento y su magia, logra transmitir un mensaje pleno de sentido humanista que sin escamotear la dura realidad, eleva el pensamiento hacia realidades más espirituales y bellas, otorgándoles un sentido trascendente a las experiencias humanas, por más insignificantes que parezcan.
Distinguido club de corazones solitarios Una amable comedia inglesa que entretiene con buen gusto, interpretada por un elenco que combina experiencia y feeling, eso se puede apreciar en “El exótico Hotel Marigold”, dirigida por John Madden, con guión de Ol Parker, sobre un libro de Deborah Moggach. Todos los protagonistas son individuos de la tercera edad, a quienes por diferentes circunstancias, el destino los reúne en un aeropuerto londinense, para viajar a la India. Cada uno ha contactado a través de Internet con una oferta promocionando un hotel de bajo costo para jubilados en la ciudad de Jaipur, el Hotel Marigold. En la sala de preembarque se encontrarán Evelyn (Judi Dench), quien después de cuarenta años de matrimonio ha quedado viuda y debió vender su casa para pagar deudas, y que parece buscar nada más que otros horizontes; Graham (Tom Wilkinson), un juez de la Corte que va con la intención de reencontrarse con una parte de su pasado muy importante para él, algo así como el amor de su vida; Muriel (deliciosa Maggie Smith), una anciana cascarrabias que decide operarse de la cadera en India, a pesar de sus prejuicios xenófobos, para no tener que someterse a una espera de más de seis meses en Inglaterra; Madge (Celia Imrie) y Norman (Ronald Pickup), dos solteros acostumbrados a las conquistas circunstanciales que van por más aventuras amorosas; y una pareja desavenida que no disimula sus íntimos desencuentros integrada por Douglas (Bill Nighty) y Jean (una agria Penélope Wilton). En Jaipur, las cosas no serán como las vendían las fotografías de la publicidad en Internet. El exótico hotel es un viejo edificio en no muy buen estado de conservación, que está en manos de un joven con más fantasías que habilidades para los negocios. Este personaje, Sonny, está a cargo del actor Dev Patel, conocido por su protagónico en “¿Quién quiere ser millonario?”, que está de novio con una joven, Sunaina (Tena Desae), romance no aprobado por la madre del muchacho. Sucede que Sonny es el tercer hijo de una mujer viuda y el hotel es lo que queda del patrimonio familiar. Los otros dos hijos tienen un buen trabajo y un buen pasar, mientras que Sonny parece lidiar con proyectos de difícil realización y siempre a punto de quebrar. Con fina sensibilidad En ese ambiente, las historias de los protagonistas se irán entrecruzando, conformando un relato en el que cada uno hará una suerte de proceso expiatorio, de donde saldrán transformados y dispuestos a encarar una nueva etapa en sus vidas. Algunos tienen que resolver duelos, otros se atreverán a cambios antes impensados o a cancelar una vieja deuda afectiva. La experiencia no dejará a nadie indiferente, incluso Sonny y su familia serán influidos por este grupo de huéspedes, de manera que tenderán a resolver sus conflictos y seguir hacia adelante. La propuesta de Madden es una narración amena, de fina sensibilidad y contenido humanitario, que si bien no es demasiado profunda, no se puede calificar de liviana. Produce un delicado placer al espectador, quien percibe que es invitado a participar de un entretenimiento que destila cierta nobleza. Los protagonistas de “El exótico Hotel Marigold”, a punto de iniciar un viaje desde Londres a India que cambiará sus vidas.
Una huida desesperada El título de la película, “Essential Killing”, concentra el sentido que le quiso dar el realizador polaco Jerzy Skolimowski. Es un relato que apunta a lo esencial de la experiencia criminal, en un contexto de conflicto bélico. Pero seguramente el film dejará insatisfechos a los que reclaman análisis, explicación, trama, intriga, razones o interpretaciones políticas. Nada de eso, lo que muestra Skolimowski es simplemente visceral. El protagonista es un combatiente presuntamente talibán, que es arrestado por las fuerzas norteamericanas en algún país árabe y trasladado a un centro de detención en Europa del Este. El actor Vincent Gallo tiene a su cargo este papel, que pone de relieve su extraordinaria capacidad expresiva, porque mantiene en vilo al espectador con su sola presencia, sin pronunciar una sola palabra. Casi no hay palabras a lo largo de todo el film en realidad, por lo que las imágenes y los sonidos llevan toda la carga expresiva de la narración. El personaje es sometido a torturas y a través de tomas subjetivas se entiende que está aturdido y que su cabeza es un constante rechinar de ruidos. Su actitud es de terror y agresividad. Parece que solamente piensa en escapar y sobrevivir. Un accidente en una carretera montañosa, durante un traslado, permite su huida y ahí seguirá su raid, su fuga permanente, su escape hacia la nada. Ahora, en un ambiente diferente, ha pasado de deambular entre cavernas pedregosas en el desierto a escapar por montañas nevadas, con renos y alces, y árboles desconocidos. El ejército lo persigue con perros rastreadores, helicópteros y vehículos terrestres; sin embargo, el instinto del evadido hace que se escabulla cada vez, aunque siempre de manera desesperada, y no lo puedan atrapar. Y además, demuestra ser muy peligroso porque no duda en matar al primero que se le acerque. Su destino es irreversible, pero él busca y busca una salida. Por imágenes que aparecen en oníricos flash backs se supone que tiene una esposa y un hijo en algún lugar, y quizás lo único que quiere el hombre es regresar a casa, aunque ya no sepa dónde está ese sitio. Sufre hambre, frío, heridas de todo tipo. Hasta que ya casi en el límite de sus fuerzas, llega a una casa de campo donde una mujer solitaria, sordomuda, le cura la enorme herida que tiene en el pecho, le da ropas limpias, alimentos calientes y un caballo para huir sobre la nieve. Ese gesto no alcanzará para salvarle la vida, pero hará más digno el último trayecto. Esa mujer parece reconciliarlo con la humanidad, cuando ya parecía haberse convertido en algo peor que una bestia rabiosa. Skolimowski ha logrado lo que se propuso, contar una historia atemporal, abstracta en el sentido de que no importan las referencias históricas, no importan las precisiones de raza, nacionalidad o motivos para la guerra, sino simplemente se trata de mostrar a un hombre que mata y huye, al que lo persiguen para atraparlo o matarlo. Sin otro asunto en mente, ni nada a qué aferrarse. Mientras, la naturaleza parece ser un testigo mudo del drama humano, siguiendo sus ciclos, indiferente.
¿Predestinados al infortunio? Magistral relato del realizador iraní Asghar Farhadi, “La separación” es su quinto largometraje y ha merecido premios en el Festival de Berlín el año pasado y el Oscar a Mejor Película Extranjera este año. La película empieza con una pareja enfrentando a un juez en una audiencia para gestionar el divorcio, pedido por la mujer, Simin (Leila Hatami), quien desea separarse de su marido, Nader (Peyman Moaadi), porque ella quiere irse a vivir al extranjero y él no. Son un matrimonio joven, ambos trabajan y tienen una hija de once años, Termeh (Sarina Farhadi). La mujer sostiene que no quiere seguir viviendo en Irán “en estas circunstancias” y que desea aprovechar la oportunidad que le da la obtención de una visa para radicarse en otro país, al que no menciona, para lograr una vida y un futuro mejor para el matrimonio y su hija. El hombre, en cambio, se opone porque no quiere dejar solo a su padre, enfermo de Alzheimer y a su cargo. El juez dictamina que no existen motivos para autorizar el divorcio y cierra el caso. A partir de allí, de esta desaveniencia privada y familiar, las cosas empezarán a complicarse, de manera exponencial, en una espiral de pequeños conflictos que se irán entrelazando uno con otro, hasta formar una urdimbre de una complejidad tal, que la sensación que transmitirá al espectador será de verdadera asfixia y desesperación. Con el sello inconfundible de los relatos orientales, que va encadenando una historia con otra, conformando un relato mayor, “La separación” expone un retrato de la vida doméstica y social del Irán actual, en el que conviven las tradiciones y la modernidad en una difícil y conflictiva cohabitación. Maestría Farhadi demuestra maestría al lograr sintetizar en un drama familiar, esa complejidad de su pueblo que, con una concepción determinista implícita (propia de esa cultura), trata de adaptarse a las nuevas circunstancias. En la sucesión de problemas, cada vez más graves, que tienen que afrontar Simin y Nader, a partir de su desaveniencia conyugal, confluyen concepciones religiosas, conflictos de clase, aspectos educativos, morales, sociales, políticos y fundamentalmente (algo muy arábigo), el tema de la justicia. Cómo administrar justicia, atendiendo todas las posiciones en conflicto. Y cómo las negociaciones pueden llegar a un punto de no resolución por el entrecruzamiento de distintos discursos, cuando, por ejemplo, un arreglo “políticamente correcto” resulta impracticable porque va en contra de la fe y sus preceptos. En el medio, quedan desamparados los sentimientos, lo que expresa Termeh, con su tristeza incontenible al ver el derrumbe de su hogar familiar y los prejuicios a los que debe enfrentarse fuera de casa, al involucrarse su familia en un conflicto penal suscitado por un confuso accidente que sufre una mujer que cuidaba al anciano enfermo. El enfrentamiento entre ambas familias dispara otra serie de sucesos confrontativos y engorrosos, imposibles de asimilar para la pequeña, pero que no hacen más que mostrar hasta qué punto está complicada la vida para ese pueblo. Sin caer en la tentación de tomar partido por alguna de las partes ni de aventurar salidas facilistas, el relato de Farhadi apunta a lo más humano de la experiencia vital, a lo cotidiano, a la existencia concreta de personas de carne y huesos en una época y un lugar difíciles. Acompaña al director un elenco de un nivel excelente en el que cada actor asume su papel con total convicción y naturalidad, destacándose especialmente las dos niñas que lo integran.
Cuando la hora del cambio llega Esta película del director francés de origen rumano Radu Mihaileanu ofrece una mirada refrescante de un conflicto ancestral, ambientado en una aldea africana de población islámica, ubicada en algún punto del norte de ese continente y tal vez próximo a Medio Oriente. La ubicación no demasiado precisa obedece al estilo narrativo elegido y también quizás a la voluntad de no apuntar directamente a ninguna región en particular, con un tema tan sensible. Lo que Mihaileanu pone en escena es un conflicto que se suscita en esa pequeñísima población, cuando las mujeres deciden rebelarse ante una costumbre tradicional a la que consideran no sólo injusta sino peligrosa para la misma subsistencia. La cuestión es que, precisamente por tradición, son las mujeres las encargadas de traer el agua al poblado, de una fuente surgente que está en lo alto de un cerro. Al lugar se llega a través de un estrecho sendero pedregoso y el regreso, con los baldes cargados, suele provocar accidentes. La pérdida de un embarazo a raíz de una caída, es la chispa que enciende la protesta. El relato está presentado como una fábula, inspirada en una comedia griega (“Lysístrata” de Aristófanes) y los cuentos de las “Mil y una noches”, en una evidente intención de aunar culturas y poner el eje en un tema que de algún modo es universal. En esa aldea perdida entre áridas colinas, vive un pequeño grupo de seres humanos con escaso contacto con los avances de la civilización. Si bien, tiempo atrás, los hombres estaban ocupados en hacer la guerra (no se especifica cuál, pero la región está signada por conflictos interminables), ahora están la mayor parte del tiempo ociosos, en un bar, tomando té, jugando a las cartas, mirando el tiempo pasar. Y las mujeres son las encargadas de hacer todos los trabajos, aun los más pesados como el que dispara el conflicto. Microcosmos El tono de fábula hace que tanto los personajes como las situaciones sean tratados como arquetipos. Esa pequeña comunidad es vista como un microcosmos en donde cada rol, presentado con grandes rasgos, representa uno de los valores en juego: está la matriarca, el imán, el maestro, la dulce esposa que no es bien vista por la celosa suegra, el maestro y fiel esposo, el patriarca que debe poner orden, la adolescente presa de las angustias de su primer amor, el enamorado perdido que regresa, el mercader y mensajero... y allá, afuera, el mundo, la ciudad, la civilización, cuyos beneficios tardan en llegar. La mirada de Mihaileanu es amable y si bien la tensión crece en algún momento, ya que las mujeres deciden mantener una huelga de sexo hasta que los hombres entiendan que tienen que colaborar con la tarea de traer el agua, la violencia no alcanza niveles inmanejables. El guión pone en el tapete la interpretación del Corán, que autoriza a los maridos a castigar físicamente a sus mujeres, por lo tanto, más de una sufrirá en carne propia la ira de su esposo rechazado. Están en juego también el orgullo, la vergüenza, la humillación, la amenaza a las tradiciones, el temor al cambio. En algún momento se produce una confrontación coral entre mujeres y varones, pero finalmente la jugada femenina dará sus frutos, el reclamo trascenderá los límites del pueblucho, llegará a oídos de las autoridades de la ciudad y se resolverá. “La fuente de las mujeres” es un canto al amor y a la solidaridad y una apuesta por la difusión del conocimiento y por las soluciones negociadas para superar los conflictos. Y pretende mostrar cómo los cambios vienen a partir de la necesidad y no por una imposición coercitiva, aunque a veces, alguna presión parece ser necesaria.
La raíz del odio y sus consecuencias En “Tenemos que hablar de Kevin”, de la directora escocesa Lynne Ramsay, la historia, los personajes, el ambiente, la imagen, la forma en que está narrada y el montaje, son un todo articulado, una unidad de sentido que muestra pero no explica por qué a veces suceden cosas que van más allá de lo previsible o de lo considerado normal. El film se centra en la relación madre-hijo, entre una joven madre primeriza, Eva (Tilda Swinton) y Kevin (Ezra Miller) su primogénito, un niño raro. El relato no sigue un discurso lineal, se va desplegando a la manera de un rompecabezas en el que las piezas van cayendo de manera caótica, dislocada en el tiempo y el espacio. El tono de tragedia se respira desde el primer plano y se mantiene en altos niveles durante toda la película hasta el final, y sumerge al espectador en un estado de inquietud, a veces de rechazo. Esos sentimientos son los que manifiesta Eva hacia su hijo, incluso desde antes del parto. Ambos mantienen una relación tensa, de mutua agresividad, fría y a menudo perversa. El padre, Franklin (John C. Reilly), es apenas una figura secundaria que suele poner un poco de equilibrio, funcionando a veces como el factor que aparece para descomprimir la siempre alterada relación de la madre con el hijo. Ramsay apela también al uso de íconos y símbolos, que refuerzan el mensaje de disfuncionalidad que afecta a la familia, a la que se agregará, años después, otra hija, una niña de conducta más normal, pero que será una de las primeras víctimas de la violencia de su hermano mayor. Frialdad, un orden maníaco, ausencia de alegría, sentimientos de furia reprimida, son las características del hogar, aun cuando Franklin, un mediocre y simplón, trata de poner a veces un toque de sentido común. Pero es evidente que ni entiende demasiado lo que está pasando en el seno de su familia ni se hace cargo tampoco de la gravedad de lo que se está gestando, de modo que cuando todo estalla finalmente, sucumbirá también como el resto de las víctimas del joven. Porque hay que decir que lo que intenta Ramsay, a partir de la recreación de la novela de Lionel Shriver, es escudriñar el entorno familiar del protagonista de una matanza en un colegio secundario de Estados Unidos. La idea dominante es que el problema quizás tenga el origen en la falta de sentimientos maternales de esa mujer escuálida y gélida. La cuestión es que Kevin crece de una manera diferente al resto de los niños, tiene dificultades para incorporar el lenguaje, dificultades para controlar esfínteres, dificultades para expresarse, pero se revela como un frío y calculador manipulador, que se va de las manos de sus progenitores y de todo el sistema, provocando una tragedia que nadie supo prevenir a tiempo. Olla a presión La película parece pensada a la medida de la capacidad histriónica de Tilda Swinton, que construye el personaje exacto que la historia requiere, y también es de destacar la interpretación de Ezra Miller, con su adolescente terriblemente perturbador y hasta por momentos, repulsivo. Sin atenuantes, finalmente madre e hijo se enfrentan cara a cara y se hacen cargo de su mutua desgracia, sin atisbos de redención, dejando la impresión de que esa olla a presión que son esos indescifrables sentimientos que los unen pueda volver a estallar en cualquier momento. El punto de vista es despojado y no toma partido por ninguno de los personajes, simplemente muestra lo que quizás nadie quiera ver.
El eterno femenino y un mito que regresa La Reina es una bella mujer, pero más que bella, es malvada. Es ambiciosa, inescrupulosa y ha usado su belleza para conquistar hombres poderosos. Se vanagloria de haber tenido ya cinco maridos, contando al último, el Rey, padre de Blancanieves, muerto en misteriosas circunstancias. Es decir, que ahora la Reina es la ama absoluta del reino que heredó de su último marido y madrastra de la joven y bella Blancanieves, una muchachita que acaba de cumplir dieciocho años. Joven y hermosa, se convierte en una presencia desestabilizante para la malvada mujer, que pretende seguir reinando sin competencia de ninguna especie. El clásico relato infantil es retomado en esta oportunidad por el director indio Tarsem Singh, tomando como figura central precisamente a la mala del cuento. De ahí que toda la propuesta descansa fundamentalmente en el trabajo de la actriz Julia Roberts, que compone una bruja de manual pero aggiornada a los tiempos que corren. El tópico de la mujer bella que concentra poder gracias a esa cualidad, la juventud y la malicia, y que por lo tanto considera al paso del tiempo como su peor enemigo y a la competencia de mujeres más jóvenes su peor amenaza, es un clásico de todos los tiempos y de todas las culturas. El mundo siempre ha sido demasiado sensible a esos atributos, en detrimento de otros valores, como la bondad, la lealtad, la virtud y el sacrificio. En estos relatos arquetípicos, el mal, la manipulación y el poder basado en malas artes es una fuerza muy poderosa que siempre pone en peligro a los más honestos. Generalmente, se confunde esa cualidad con debilidad, en la relación de fuerzas, el mal siempre parece más fuerte que el bien. Cuenta con más recursos, apela a la magia, a trucos, mentiras y demás conductas que una persona justa jamás usaría. En este caso la historia respeta esos preconceptos y se concentra en los esfuerzos que hace una Reina ya madurita, en bancarrota, con una princesita que asoma como su rival más peligroso y con sus encantos en franca decadencia. ¿Qué hacer para reciclarse y seguir disfrutando de las mieles del éxito? Conseguir otro marido poderoso a quien engatusar y exprimir. Por allí aparece un despistado Príncipe, apuesto y honorable, y la Reina se lanzará a su conquista. Realidad y fantasía A Hollywood le gusta reírse de sí mismo y las tribulaciones de la monarca no se ven diferentes a las de una diva acostumbrada a las mieles del éxito a cualquier precio y que ve con horror los atormentadores indicios de la decadencia. La propuesta de Singh le da gran importancia al juego coreográfico, al vestuario colorido y fantástico, y a las situaciones que mezclan realidad con fantasía. Y en el plano de los contenidos, enfoca el relato poniendo también un poco el acento en la cuestión social, en el sufrimiento que los delirios de grandeza y la ambición desmedida de la Reina infiel traen al pueblo, agobiado por el hambre y esquilmado por impuestos cada vez más elevados. ¿Y los enanitos? Pues bien, constituyen un grupo de marginales expulsados del Reino por indeseables (feos) y que no han tenido más remedio que convertirse en bandidos para subsistir. En manos de ellos quedará Blancanieves cuando escape de su asesino, Brighton, uno de los más fieles cortesanos de la malvada madrastra. Y con ellos reconquistará el Reino, legado de su padre, a quien también rescatará del hechizo en el que lo tenía envuelto la Reina y colorín colorado... Blancanieves y el Príncipe se casarán y una nueva etapa, más normal, parece inaugurarse a partir de la derrota de la bruja. Julia Roberts demuestra un gran profesionalismo, imprimiéndole a su personaje más humanidad, haciendo una mala típica aunque en tono de humor, pero los otros personajes no pasan del estereotipo, como si se tratara de un mero baile de disfraces.