Fábula sobre aceptación del diferente, realizada con una animación de muy buen gusto. Un yeti quiere volver con su familia en Nepal y quien toma la misión de acompañarlo es una adolescente, a quien se suman dos chicos. Fábula sobre aceptación del diferente, realizada con una animación de muy buen gusto que no sorprende ni por su trama ni por su tema, sino por la ejecución de la fábula, que evita los subrayados y pone el acento en las aventuras. Ah, sí, tiene alguna similitud con la genial Señor Link.
Una escritora que tiene que entregar un guión al mismo tiempo que sufre una ruptura sentimental y pasa vacaciones en familia. Una pena que aquí no hayamos visto (no tuvieron estreno comercial) las otras películas como directora de esta notable actriz. Aquí interpreta a una escritora que tiene que entregar un guión al mismo tiempo que sufre una ruptura sentimental y pasa vacaciones en familia. Del drama a la comedia, con amabilidad y cariño por sus personajes, Bruni-Tedeschi crea un paisaje humano que nunca nos deja afuera.
Un chico que, a los 13 años, pierde a su madre en un atentado terrorista y de allí en más debe reconstruirse. El problema de una película que adapta un libro que no está en la memoria colectiva incluso si es un best seller es que su mito es menor que sus palabras. Y el realizador siempre se enfrenta a la disyuntiva de qué dejar y qué no. Esta historia de un chico que, a los 13 años, pierde a su madre en un atentado terrorista y de allí en más debe reconstruirse es ocasionalmente todo lo emotiva que debe ser, pero en otros momentos da la impresión de que las secuencias se han elegido por separado, por su potencial emotivo más que por la forma de ser realizadas. El resultado es desparejo: demasiado largo por un lado, apresurado por otro. Las actuaciones aportan mucho más que la puesta en escena (es una película sobre todo de personajes) y eso genera un equilibrio que permiten disfrutar de los momentos que lo merecen. De paso -quizás es una regla a verificar- cuanto más joven el personaje, más emotivo el resultado en pantalla.
Un astronauta que debe salir del Sistema Solar en busca de su padre y de un secreto. Cada tanto y por suerte, James Gray hace películas. Aunque varias de sus últimas creaciones no se estrenaron en la Argentina, sigue siendo un realizador que cree en el cine clásico y en las ideas comunicadas a través de la imagen. Aquí hay un astronauta que debe salir del Sistema Solar (un Brad Pitt que hace lo mejor que puede ser un actor en el cine: ser sin forzar nada) en busca de su padre y de un secreto. Gray opta por contar algo bastante ambicioso (el sentido de la vida, nada menos, en medio del vasto universo), sin caer en alegoríás ramplonas. Es épico sin necesidad de subrayarlo, y deja que el relato, esa nave que transporta las emociones de los personajes y con ellas a nosotros, marque el rumbo con una mano al mismo tiempo de hierro e invisible. Las actuaciones son todas perfectas incluso si Pitt se roba las escenas donde está, y lo que se le puede reprochar es también una de sus máximas virtudes: una ambición que le falta al resto del cine. Algo más: la película es una verdadera lección de cómo usar el efecto especial: en lugar de relleno o de “carnada” para el espectador necesitado de emociones fuertes, están ahí cuando es necesario para construir el mundo donde la fábula es posible. A la altura de la subvaluada Misión a Marte (de otro grande, De Palma), Ad Astra muestra que el gran universo encierra, todavía, grandes ficciones por descubrir.
Aun imperfecta, resulta interesante en un panorama bastante adocenado. Las películas de perdedores, cuando están narradas con la distancia necesaria, generan el efecto de lo ridículo combinándose de modo constante. En sus mejores momentos, esta historia de un tipo inmaduro, alguna vez responsable de un disco de covers sobre temas de Serge Gainsbourg, que pasa por la peor semana de su vida logra, gracias a Peretti, ese efecto con nobleza y originalidad. Aun imperfecta, resulta interesante en un panorama bastante adocenado.
En esta, su última película y casi un testamento, se dedica a ser feliz y mostrarlo. Varda fue una gran cineasta. No solo por su aporte a la Nouvelle Vague sino por la manera empática, comprensiva, libre en la que registró comportamientos que, desde lo cotidiano, siempre lidiaban con lo artístico. En esta, su última película y casi un testamento, se dedica a ser feliz y mostrarlo, a hacer un gran balance y una lección de cine hablando de sus propias imágenes. Placidez y placer.
Un cuento que, después de todo, habla de amistad, familia y aceptación de las diferencias, sin que nada aparezca demasiado subrayado. El estudio de animación Laika es de las mejores –y un poco secretas– noticias que tuvo el cine en los últimos años. Se dedican al viejo y refinado arte del stop-motion (muñecos, digamos) y seguro vieron joyas como “Paranorman” o “The Boxtrolls”. “Señor Link” es una comedia de aventuras donde el Eslabón Perdido decide salir al mundo con la ayuda de dos aventureros y buscar, en la mítica Shangri-La, a sus parientes. Lo que lleva a un cuento de viajes y peligros cuyo ambiente es el de las historias finiseculares de Julio Verne. Esa distancia le permite una nobleza y una riqueza en los personajes muy notables, a la vez que ejerce un abanico de humor bastante amplio, desde la ironía o el understatement inglés hasta el golpe y porrazo repentino. El amor por la artesanía, por una forma de cine que requiere de las manos para existir, se traslada al cariño que surge entre los personajes en un cuento que, después de todo, habla de amistad, familia y aceptación de las diferencias, sin que nada aparezca demasiado subrayado. A veces queda mal decir que un film tiene un “humor inteligente”: el uso de la etiqueta suele ocultar cierta superioridad por parte de quien la usa. Pero aquí es adecuada: “Señor Link” confía en la inteligencia del espectador para despertar la gracia. Una joyita en un año de bondades más bien escasas.
La historia de un cantautor con mala suerte al que un milagro –ser el único ser sobre la Tierra que recuerda la existencia de los Beatles– lo transforma en el exitoso que siempre quiso ser. Sin vueltas, Danny Boyle es uno de los pocos realizadores del cine contemporáneo que comprende el cuento de hadas. Casi todas sus películas lo son, incluso las crueles o crudas como “Tumbas al ras de la tierra” o las dos “Trainspotting”. Siempre hay algo fantástico que lleva tras una serie de pruebas a la felicidad. “Yesterday” es la historia de un cantautor con mala suerte al que un milagro –ser el único ser sobre la Tierra que recuerda la existencia de los Beatles– lo transforma en el exitoso que siempre quiso ser, aunque es un impostor. Claro que Boyle habla de tres cosas: cómo funcionan el amor y la discriminación, cuán universales son esas canciones tan milagrosas como el dispositivo que desencadena la trama. Y la parte romántica de la historia es, como en los cuentos de hadas, lo que sostiene la fantasía. Salga del cine sonriendo y cantando, nos hace falta.
En el fondo, esta es una de esas películas de acción sin pretensiones, pero realizada con gran presupuesto. Otra vez el agente guardaespaldas tiene que proteger al presidente Freeman, sólo que ahora todo el mundo va contra él. En el fondo, esta es una de esas películas de acción sin pretensiones, pero realizada con gran presupuesto. Y como películas clase B, tiene algo que suele faltarles a películas más “serias” o “monumentales”: la nobleza de contar un cuento de la manera más emocionante posible.
De Caro, amante de todo el cine posible, teje desde la aventura hasta el terror todos los colores posibles. El título es el nombre de la protagonista, una obsesiva wedding planner que debe llevar adelante una fiesta en una casa señorial donde, parece, hay una especie de plan macabro alrededor de los contrayentes. De Caro, amante de todo el cine posible, teje desde la aventura hasta el terror todos los colores posibles. No siempre funciona, pero cuando no, está Dolores Fonzi sacando de la galera un personaje extraordinario. Un film original, lo que en nuestro panorama es extraordinario.