Una mujer que fue agente infiltrada en una banda de ladrones de bancos y que, años después de fracasar, vuelve a enfrentarlos. Karyn Kusama es una realizadora interesante, especialista en películas de acción. Ha tenido éxitos (“Girlfight”) y fracasos (“Aeon Flux”), pero su tema es el rol de las mujeres en un universo donde es necesario a veces tomar las armas. De eso se trata “Destrucción”, sobre una mujer que fue agente infiltrada en una banda de ladrones de bancos y que, años después de fracasar, vuelve a enfrentarlos. La película tiene sus fallas, pero es un enorme bastidor para ver el trabajo de una perfecta y oscura Nicole Kidman; una actuación que es buena más allá del maquillaje, por cierto.
El asunto familiar, la necesidad de revancha, etcétera se cruzan en el ring, donde todos los conflictos se transforman en algo elemental y se anudan en un ir y venir de golpes. El universo de Rocky consta de dos pilares: el box y la familia. Si un realizador puede ser fiel a ambas cosas y sostenerlas con secuencias efectivas, la película funciona. Porque Rocky, el personaje, contagia de bonhomía, optimismo y algo de resignación todo lo que lo rodea. También de coraje: de allí que esta secuela de la historia del hijo de Apollo Creed y su(s) combates con el hijo de Iván Drago, el hombre que asesinó a su padre, funcione. El asunto familiar, la necesidad de revancha, etcétera se cruzan en el ring, donde todos los conflictos se transforman en algo elemental y se anudan en un ir y venir de golpes. Al final, el único tema de esta película es qué significa ser padre, pero en lugar de darnos moralejas, el film nos permite ver cómo cada uno de los personajes lidia con esas preguntas y las resuelve a su manera. Como todo Rocky, de una nobleza infrecuente en el cine de hoy.
Shyamalan demuestra otra vez que sabe entretener, que puede sostener el interés pero nos interesa más cómo va a funcionar la máquina que los personajes. A esta altura, Shyamalan es un problema para la crítica de cine. Es realmente un autor, y uno reflexivo, además; trabaja sobre lo fantástico y la cultura pop como pocos cineastas, y ha realizado películas notables, incluso una obra maestra como El protegido. Pues bien, aquí vuelve a esa genialidad sumando además al personaje de su penúltima película, “Fragmentado”, para volver a jugar el juego de los superhéroes hiperrealistas. También vuelve a las vueltas de tuerca y al comentario meta discursivo sobre los lugares comunes del género. Pero hay algo que nos falta: la profundidad emocional. Si ya vio, por ejemplo, “Sexto sentido”, y la vuelve a ver, notará que es una película sobre decir adiós y sobre la tristeza. Funciona igual, digamos. Aquí Shyamalan demuestra otra vez que sabe entretener, que puede sostener el interés pero nos interesa más cómo va a funcionar la máquina que los personajes. Los intérpretes logran, de todos modos, quebrar a medias tal falencia, especialmente Willis, que vuelve a trabajar a conciencia después de tantos ganapanes intrascendentes. De todos modos, es posible que “Glass” sea reevaluada en el futuro, dado que no carece de virtudes (Shyamalan, a diferencia de muchos directores de hoy dedicados al terror, sabe cómo hacer que sintamos miedo, cómo impactarnos con las imágenes de un modo único). Pero lo que tenemos, a primera vista, deja un resabio de insatisfacción, como si el propio director hubiera decidido restringir su poder de emocionar.
Basada en una serie de novelas de fantasía, transcurre en un mundo donde los recursos se agotaron y las ciudades viajan como monumentales carros de guerra. Hay películas que dan pena. No por ser malas, sino porque no pudieron ser buenas. “Máquinas mortales” es un caso. Basada en una serie de novelas de fantasía, transcurre en un mundo donde los recursos se agotaron y las ciudades viajan como monumentales carros de guerra. Londres es una de esas ciudades/carro y es de las peligrosas. Hay una heroína con un pasado triste, que es la clave para derrotar a un tirano terrible, y hay una serie de invenciones gráficas notables, incluso bellas. Pero falta algo, esa cuerda emocional que hace que nos interese realmente lo que vemos en la pantalla. Sin eso, cualquier imagen, por rara o monumental que fuere, es simplemente una decoración sin sentido, un bibelot. Pues bien, aquí el bibelot sobra y si en el fondo se percibe que había algo interesante para contar, siente que el diseño se comió la empatía. Por ese pequeño “algo” da pena que el film no sea mejor.
El film reflexiona sobre la trata, la violencia de género y los lugares comunes de la mirada masculina sobre lo femenino invirtiendo ese punto de vista. Dos mujeres enfrentadas a la explotación y a representar un papel para sobrevivir. A través de esas historias, el film reflexiona sobre la trata, la violencia de género y los lugares comunes de la mirada masculina sobre lo femenino invirtiendo ese punto de vista. El resultado es decoroso, pero también intenta ser demasiado cuidadoso y correcto cuando el drama –y no el uso del drama– requiere intensidad, incluso romper con los propios límites.
Un collage que remite a las historietas incluso de modo literal y divierte al espectador con una gran cantidad de juegos visuales y gráficos. Esta no es una película más de superhéroes, ni es una película más de animación, sino un verdadero experimento con ambos géneros. Del primero, toma las posibilidades que tiene –lo humorístico, lo épico, lo absurdo– y las confronta en una multiplicidad de personajes. Del segundo, juega con sus capacidades para pasar de lo realista a lo caricaturesco. El resultado es un collage que remite a las historietas incluso de modo literal –hay viñetas directas en pantalla– y divierte al espectador con una gran cantidad de juegos visuales y gráficos: en ese sentido, se trata de una película completamente experimental nacida en el corazón más comercial de la industria, algo rarísimo. En cuanto a la historia, es la de un adolescente enfrentado a lo gigante que es el mundo, es decir el tema base de Spider-Man, y la forma visual animada y juguetona refleja –esto es algo poco habitual, también– la manera como el protagonista, un afro/latino/americano ve lo que lo rodea. Dicho de otro modo: lo que vemos a veces es infantil hasta lo absurdo (Spider-Ham, el chancho araña satírico que es parte del Universo Marvel, créase o no) y a veces muy adulto e incluso oscuro. Aunque lo luminoso y juguetón predomina. Una película más extraña de lo que parece, incluso aunque esté –conscientemente– llena de clichés.
Seguramente Auteuil, gran actor, tenía alguna deuda por ahí y por eso decidió hacer esta comedia burguesa de un señor que ama mucho a su mujer pero fantasea con la novia nueva de su mejor amigo. Todos los lugares comunes que se le pueden ocurrir sobre “ah, estos franceses con el amor, qué complicados que son” se justifican con esta película pobre de ideas y más pobre aún de ritmo. Esperemos que los cheques hayan sido generosos, al menos.
Oslo tuvo un enorme terremoto en 1904 y ahora parece -sin “parece”- que se repite, dice esta película catástrofe. Que es una buena lección para Hollywood: si ponemos un millón de efectos especiales uno al lado del otro, ninguno nos va a asombrar. Si ponemos los justos, perfectos, con personajes que nos importan, vamos a quedar impactados por el espectáculo. Sí, Hollywood lo sabía en la era clásica, y hoy cines de otros países (¿cuándo vemos estrenos noruegos acá?) son los únicos que pueden rescatarlo. Pruebe que vale la pena.
Menos mal que aún existen cineastas amables y generosos como Jafar Panahi. Aquí vuelve a tres de sus tópicos: el viaje, la condición de la mujer en Irán y el sentido del propio cine. La historia: una actriz recibe un video de una chica del interior del país que quiere ir al conservatorio dramático en Irán pero cuya familia se opone. Director y actriz viajan a buscarla y descubren no solo una serie de personajes increíbles -algunos humorísticos, otros, no tanto- sino, sobre todo, un paisaje social y moral. Mientras, el propio cineasta utiliza todas las herramientas posibles para que esa historia real (o con enormes visos de realidad) se convierta en un relato cinematográfico. Vemos la película hacerse película, como sucedió con la genial El espejo, de 1998. Y al mismo tiempo, Panahi ejerce de la manera más sutil y frontal la crítica social y política. Es una película de una enorme elegancia en ese sentido, realizada por alguien que considera todavía que la gran pantalla es un lienzo que permite iluminar sutilezas, un arte popular que apela a la inteligencia.
No era tan difícil hacer una buena película con los Transformers. Autitos que se vuelven robots gigantes y que pelean al lado de chicos con buen corazón: eso alcanzaba para hacer algo divertido, emotivo y bello. Pero tuvimos a Michael Bay, el hombre que cree que crear emociones es tirarnos pólvora en los ojos, ruido en los oídos y mover la cámara sin ton ni son. Bumblebee es un regreso al cine emocional y fantástico de los años 80, aquel que producía Spielberg entonces, pero no es nostálgico -a la manera de esa gran película que fue Super 8- sino que ubica el “aquel tiempo” como una zona donde lo fantástico es posible. El auto en cuestión es de una simpatía alucinante -hablando de los 80...¿Recuerdan Corto Circuito, por ejemplo?- pero el filme no se concentra exclusivamente en él sino en la protagonista, una gran y carismática Hailee Steinfeld a quien habría que seguir con atención. Justamente, el film juega más alrededor del mito de la muchacha y su mascota que esos ruidos enormes que hacía Bay. Básicamente, no pone diálogos para que esperemos una nueva secuencia de batalla sino que hace que todo funcione de manera fluida. Incluso el encuadre tiene un clacisismo que le hace honor al relato y nos evita salir con la cabeza destrozada por la confusión visual. Bastaba, pues, con poner amor por el cine y corazón para que estos robots autitos y sus jóvenes amigos nos comunicaran fascinación y emoción.