Todo gira alrededor de la tensión entre un nene y su hermana, aunque no los veamos. Lo peor de la primera película de Lego consistía en que el final era aleccionador de modo innecesario. En este film ya sabemos que todo gira alrededor de la tensión entre un nene y su hermana, aunque no los veamos. Por lo tanto, podemos gozar con el viaje y en todo caso el problema consiste en que los personajes se enfrentan a sus circunstancias sin hacerse demasiadas preguntas. No pidamos metafísica, de todos modos: el impacto y la creatividad visual siguen allí, hay momentos de una locura surreal que difícilmente encontremos en gran parte del cine que nos toca ver semana a semana, y algunos de los chistes son maravillosos. Los personajes siguen siendo muy buenos (sí, claro que el Batman con la voz de Will Arnett supera a casi todos) y quizás la parodia a otras películas sea innecesaria aunque también genera momentos de buen humor. Sin la novedad pero con el corazón de la primera.
La remake americana de “inseparables” con Oscar Martínez y Rodrigo de la Serna. Ya la vio en francés (la muy exitosa “Amigos intocables”) y en castellano argentino (“Inseparables”, con Oscar Martínez y Rodrigo de la Serna). Ahora llega el turno de la remake americana: tipo rico cuadripléjico tiene como ayudante un tipo pobre y –en este caso como en francés–, negro. Y todo bien, eh… y Cranston y Hart son buenos comediantes, así que uno no la pasa mal. Después se olvida o se confunde una escena de una versión con la otra… Qué decirles: traduttore, tradittore.
Beautiful Boy ofrece una mirada que nos dice que la vida de las personas no gira siempre alrededor de alguna obsesión. Podríamos estar ante ese objeto tan peligroso: la fábula aleccionadora que dé sentido (aparente) a lo que sale la entrada de cine. Por suerte, si bien en parte este film sobre un padre y su hijo peleando contra adicciones no carece del costado aleccionador y de momentos de dedito levantado, también es otra cosa: una mirada que nos dice que la vida de las personas no gira siempre alrededor de alguna obsesión. Carell quizás se pasa un poco en mostrarse como un “tipo normal, común y corriente”, pero la película funciona.
En Suspiria se aprecia una artificiosidad que genera un raro y desastroso efecto: terror que no asusta de tan frío y calculado que está. Vaya uno a saber por qué a un director dotado como Guadagnino se le ocurrió hacer una remake de la obra maestra formal de Darío Argento. Está bien, tiene derecho, después de todo Brian De Palma hizo “Scarface”. Pero aquí Guadagnino no sólo estira la anécdota de la escuela de danza infernal y macabra, sino que además deja de lado la cruel inventiva de Argento para la truculencia e introduce casi incomprensibles o desconectados comentarios políticos, algún paralelo de mal gusto con la “realidad” (también incomprensible) y una artificiosidad que genera un raro y desastroso efecto: terror que no asusta de tan frío y calculado que está. Si la original “Suspiria” era un descenso en espiral a la creciente locura, esta nueva versión, aún cuando intenta reinventar su modelo, es casi una exhibición de museo esterilizada de toda visceralidad. Sí, sí, tiene momentos. Pero sólo eso: momentos.
La historia de una despedida necesaria y natural con varias subtramas. En el actual universo del cine de gran presupuesto, donde todo es secuela, spin-off o relanzamiento, que una película “de serie” sea emotiva, original, bella y generosa con el espectador es casi un milagro. Las dos películas anteriores de “Cómo entrenar a tu dragón” resultaron cuentos emotivos que no desdeñaban ni el humor ni el pathos cuando era necesario (el niño héroe pierde una pierna en la primera película; a su padre, de un modo cruel, en la segunda), y combinaba un diseño caricaturesco con la pura aventura y el puro peligro. Siempre estuvo más cerca, de todos modos, de “Lassie” que de “Toy Story”, y eso hay que leerlo como una virtud. Este tercer episodio, de una enorme belleza –pero una belleza “útil”, no gratuita; no es un mero “miren lo que podemos hacer con dinero y píxeles”–, es también la historia de una despedida necesaria y natural. Hay varias subtramas (los vikingos amigos de los dragones tienen que huir de su utopía, el gatuno o perruno Chimuelo se enamora de una dragona de la misma especie que él, Hipo es ahora un líder de su tribu y tiene que conciliar vida social con vida personal) pero lo más interesante de la película es que esconde muy bien los trucos del guión detrás de la empatía que generan sus criaturas. Probablemente esta película amable, cómica y muy melancólica sea la mejor de la serie. Y, veremos, de lo que se estrene en este año. Hay artistas que aman su profesión detrás de cada fotograma y se nota.
La premisa no es mala: chica retraída a la que le hacen de todo en el secundario cambia lugar con su propio reflejo en el espejo. La premisa no es mala: chica retraída a la que le hacen de todo en el secundario cambia lugar con su propio reflejo en el espejo, que resulta ser una especie de demonio adolescente (tiene algo de “Carrie” el asunto, es verdad). El problema aquí no es ni la premisa ni las actuaciones, a tono con lo que se pide, sino que el realizador no sabe si hacer un drama psicológico –es leve en ese terreno– o una película de terror hecha y derecha para lo cual le falta ritmo. Una pena.
Un drama sobre las relaciones entre las personas. De lo mejor que se estrenará en 2019. Esta es, primero, la historia de una simpática familia pobre en Japón que sobrevive con pequeños robos y estafas. Pero luego es un drama sobre las relaciones entre las personas, la búsqueda de una respuesta acerca del sentido de la familia. Construida sobre una cuerda que se vuelca cada vez más hacia la tristeza y lo trágico, es el reverso perfecto de “Nuestra hermana menor”, filme anterior del realizador japonés. De lo mejor que se estrenará en 2019.
Aunque no es lo mejor que hizo McKay y en cierto sentido “se pasa de progre”, el resultado como invención y como método no deja de ser interesante. Más de una vez, aquí o en la página de On Demand, hemos mencionado a Adam McKay, uno de los genios contemporáneos de la comedia y un tipo con muchísima mala suerte en las salas argentinas: solo su película “La gran apuesta” (porque hablaba de “un caso real” y la nominaron a los Oscar por eso) tuvo estreno comercial; sus obras maestras de la comicidad alocada (“El reportero”, “Loco por la velocidad”, “Policías de repuesto” o “Hermanastros”) son sólo filmes de culto en el digital, aunque los que las vieron saben que son geniales. El vicepresidente es un poco una mezcla de las dos vertientes: por un lado, la biografía de Dick Cheney, el villanesco vicepresidente de George W. Bush. Por el otro, una especie de grotesco donde todos los personajes son tratados como pura invención cómica cuando –y he aquí el gran tema– existieron –existen– en el mundo real. Aunque no es lo mejor que hizo McKay y en cierto sentido “se pasa de progre” (estos tipos no eran tan patéticos como parecen), el resultado como invención y como método no deja de ser interesante. Por cierto, en la ficha pusimos “drama”, pero es rarísimo utilizar ese término considerando el tono de este film más original, en principio, que la media del cine industrial, incluso a pesar de sus fallas. Lo de Christian Bale con toneladas de maquillaje es realmente un trabajo notable, algo digno de los mejores payasos del cine, y lo mismo sucede con el de Amy Adams.
Pasó el tiempo y los chicos Banks están en la mala. Son adultos, uno de ellos es viudo, pobre y con hijos y entonces vuelve Mary Poppins a salvar el día. Pasó el tiempo y los chicos Banks están en la mala. Son adultos, uno de ellos es viudo, pobre y con hijos y entonces vuelve Mary Poppins a salvar el día. Fin. Bueno, no, “fin” no. Antes, el señor Rob Marshall, un tipo del teatro y la televisión que ganó un Oscar rarísimo con “Chicago” construye una especie de compendio de música y lágrimas y efectos especiales que, de no contar con esa maravilla actoral que es Emily Blunt, sería un balazo de glucosa en el cuerpo de un diabético. Todo es común y cursi, pero eso sería lo de menos si tal cosa quedase justificada por alguna parte, si hubiera no ya “reflexión” sobre el tema del extraño que salva el mundo y vuelve a desaparecer sino al menos un cuento contado de manera más o menos atractiva. Marshall sigue desparramando teatralidades y desconociendo para qué se usa una cámara de cine: dos horas y cuarto de pereza.
Una pareja en crisis con hijos adolescentes que vacaciona en Florianópolis a principios de los 90, Justo y cómico el trabajo de los protagonistas. Ana Katz vuelve a describir la familia de clase media argentina con precisión y con humor, lo que no la exime de (cierto) cariño por los personajes. Retratando a una pareja en crisis con hijos adolescentes que vacaciona en Florianópolis a principios de los 90, logra no sólo narrar una época sino también los deseos y frustraciones universales que encuentran su explosión en esas vacaciones que son un hiato ante la realidad cotidiana (pero también, paradoja, están invadidas por lo cotidiano). Justo y cómico el trabajo de los protagonistas.