Guía práctica del buen espectador Resulta bastante complicado entender la última de los Coen sin tener competencia en algunas cuestiones de física y teología. Para los que ya vieron Un hombre serio y confunden física con gimnasia, desconocen a Job y creen que los judíos viven en Judea, sepan que yo tampoco había entendido la película. Es recomendable tener un mínimo conocimiento acerca de todos esos simbolismos y extraños rituales –tan ajenos al mundo goy– que tanto le gusta a la cultura judía. Además, también hay que saber que Un hombre serio es una adaptación libertina del libro de Job, quien sufrió una seguidilla de calamidades, a pesar de ser hombre bueno y justo. La ley divina afirma que si sufre es porque pecó o proviene de una estirpe de pecaminosos. Job le pide a Dios un juicio para demostrar su inocencia. Dios, que a las claras no tenía tanto trabajo como hoy día, acepta y responde desde la tormenta al desafío. Conocer esta historia nos sirve para entender no solo el abrupto e inexplicable final y el cuento de fantasmas idish que inicia la película sino que le da sentido y coherencia a todo el relato. Larry, nuestro Job moderno, paga los pecados familiares con el desplome de su familia y su vida profesional. Su vida perfecta ya no tiene sentido y este profesor de física decide buscar en la metafísica la explicación a la incertidumbre que su mente racional no logra hallar. La respuesta que encuentra en los tres rabinos que consulta es más o menos la misma: todo cuestionamiento termina en la nada porque hay cuestiones sobre las cuales no tendremos nunca una respuesta. La otra competencia que exige la película trata sobre dos teorías de la física. Por un lado, el principio de incertidumbre –vagamente explicado por el protagonista– afirma que no se puede determinar, simultáneamente y con precisión arbitraria, ciertos pares de variables físicas. La escena del accidente es buena muestra de este principio gracias a un montaje paralelo que está en función de confundir dos escenarios diferentes haciendo creer que Larry choca con la actual pareja de su mujer. Por otro lado, la teoría del caos –no se puede saber con precisión lo que va a suceder– se ve reflejada en lo impredecible de la vida del protagonista. Y, otra vez, sirva el prólogo de la película como ilustración de esta teoría. La conclusión es que ni la ciencia ni la religión le permiten a Larry entender lo que sucede o lo que pueda suceder y los Coen nos hacen transitar la incertidumbre de este pobre hombre que “no hizo nada” con las mismas vacilaciones del protagonista. Un hombre serio –que de a ratos se torna monótona, confusa y exigente– nos cuenta la historia de un hombre que intenta entender la lógica de la vida hasta llegar a la imposible tarea de aceptar el misterio. Otros, los más humildes, nos contentamos con entender esta película.
La vida continúa Los adolescentes de ahora viven en el limbo. Algunos se pasan el día pensando en el amor y en los pajaritos mientras otros prefieren andar borrachos, pichicateados y teniendo sexo promiscuo hasta en las plazas. Je. A diferencia de estos jóvenes sin futuro, el vecino de Susie le saca pasaje sin escalas al limbo de los muertos, después de haberla violado y asesinado. Desde la frontera con el más allá, la difunta observa y narra la vida de su familia y compañeros de escuela, la depravación de su asesino, el deterioro de la relación de sus padres, la forma en que sobreviven sus hermanos y la intentona de una freak por robarle el novio. A partir del asesinato de la joven, la película alterna entre dos mundos paralelos. El limbo kitsch de Susie bien podría inscribirse en el género fantástico por su menjunje de sobrenatural y fantasía onírica. Esta nube de pedo coexiste con un mundo real, sucio y violento donde una familia no logra reponerse de la pérdida de un ser querido. Oscilar entre estos dos espacios con sus respectivos y disonantes criterios estéticos no resulta atinado. Ambos mundos se opacan y mientras el colorido limbo de la joven violada termina siendo de mal gusto, el drama familiar pierde fuerza dramática entre tanto floripondio lírico. Para hacerle justicia a Desde mi cielo, hay que agregar que el ecléctico Jackson es un conocedor del oficio y habrá que reconocerle algunas decisiones acertadas que incluyen el casting de actores, los montajes en paralelo del primer tercio de la película y las primeras escenas de la mudanza al limbo. Y hablando de hacer justicia, ¿la forma estúpida en que muere el asesino y ese final Narosky en el cielo fraternal de las violadas, no es un insulto a la inteligencia?
Un poco de humor francés Comedia que para ser liviana es bastante pesada, dicho sea de paso. Los problemas de guión de Mis estrellas… son notorios. Se demora un rato largo en mostrar las ingenuas intromisiones de Robert en la vida de sus estrellas y se detiene mucho más en cada una de las tres respectivas estrategias de sus estrellas una vez que deciden alinearse en una suerte de constelación vengadora. En cambio abrevia donde no debería y los objetivos de cada uno de los personajes no son fuertes o están desdibujados y todo parece reducirse a situaciones que a veces pretenden ser graciosas y en casi todos los casos son aburridas y desubicadas. Si a la historia le falta energía, a las escenas les falta resolución. El humor del que hace uso es demasiado ingenuo y previsible, hecho que podría salvarse si el guión fuera más contundente a la hora de rematar. Demás esta decir que Catherine Deneuve es un lujo inmerecido de esta película y ni siquiera su aura alcanza a esconder el hecho de que estamos en presencia de una de esos formatos ñoños que dominan a la perfección los norteamericanos pero hecha con lo peor de los franceses.
Lluvia ácida Agathe Villanova es una de esas feministas a las que les debemos el pagar la mitad de la cuenta del restaurante, la opción de no tener novio porque amamos la libertad, la actitud activa en el sexo – que implica estar despiertas – y el cupo femenino en ciertas instituciones (logro también del discapacitismo). Michel es un cineasta torpe y poco cultivado con alguna que otra gloria pasada que ya nadie recuerda. Karim es un recepcionista de hotel que en sus ratos libres juega a ser un inexperto documentalista con sueños de justicia social. Estos personajes tienen en común ser víctimas de la discriminación y la humillación. Agathe es una mártir del sexismo como Karim del racismo. A su vez, Florence –hermana de la feminista – es víctima de una madre que la ignoró toda su vida y Michel sufre los designios de una sociedad que no le reconoce derechos a los hombres a la hora de tener la custodia de los hijos. Resultan ser víctimas de la sociedad o de otras personas mientras intercambian roles con los victimarios y son víctimas de sí mismos. No suele ser confortable un mundo dividido entre débiles y fuertes y por esto no sorprende que Hablame de la lluvia presente personajes desubicados en situaciones embarazosas y en apariencia inconexas que buscan y logran incomodar al espectador. A ese mismo espectador le toca enfrentarse a personajes que se presentan de manera independiente, sin que se evidencien los vínculos que existen entre ellos ni hacia donde se dirige la historia. Esto ralentiza el comienzo y la película se demora demasiado tratando de armar el rompecabezas. Las piezas recién encajan cuando Karim y Michel deciden entrevistar a la feminista – quien llega de vacaciones a su casa materna – para realizar un documental sobre mujeres de éxito. Para ese entonces, Hablame… mantiene un virtuoso equilibrio entre un drama que se adentra en las relaciones de poder y los sentimientos de inferioridad, y la comedia ácida de enredos que hace base en lo absurdo de las situaciones que plantea.
El cuco represor Aparecidos trata la historia de dos hermanos que, queriendo conocer su pasado, reviven unos brutales asesinatos ocurridos en nuestro país, cometidos por la última dictadura militar. No es que los protagonistas se hayan topado sin querer con un libro de historia o con el Nunca más de la CONADEP, sino con el diario íntimo de un médico represor, al estilo Josef Mengele. Paco Cabezas intenta en su primer largometraje, un relato de terror inteligente, con mezcla de géneros y temas serios donde las mujeres que corren aterradas en pelotas están de más. Apariciones apuesta a la sugestión del ruido sorpresa, a las puertas poco aceitadas o con vida propia. No hay sangre, ni amputaciones, ni tortura explícita. En el menjunje, hace uso de muchos de los tópicos y convenciones del género de terror para mezclar lo irreal con la realidad política de la Argentina y para convertir a los aparecidos del título en algo más que simples fantasmas que vuelven para exigir venganza. El género de terror tiene la única y difícil tarea de aterrarnos. Una trama enrevesada no garantiza ni miedo, ni un buen susto, ni una buena película. El resultado de Apariciones es un mix que como terror no asusta y como denuncia política es confusa. La mezcolanza crea un desconcierto ideológico tal que hacia el final de la película Malena tiene que desenchufar al represor comatoso para que su fantasma deje de torturar a su hermano y para que los muertos descansen en paz. Serán muy innovadores los elementos que agrega Cabezas al género de terror, pero sigo creyendo que los represores no son monstruos y los desaparecidos no son apariciones. Lo que hace aberrante a los dictadores es que –creer o reventar- eran personas.
Al final de este viaje No debe haber profesión que se ajuste más a su estereotipo que la del taxista. Parecería ser que el inmiscuirse en la vida ajena y el saber discurrir entre el clima y las posibles formas de preparar pescado al horno son condiciones sine qua non de cualquiera que se digne a ser un buen tachero. El senegalés Solo no es precisamente la excepción que confirma la regla. Por eso no importa que tan poco hable su víctima pasajera, Solo habla por los dos. Lo poco que sabemos la víctima en cuestión, William, es en parte por algunos dichos suyos de dudosa veracidad y en parte por conjeturas del taxista. Lo único que deja claro el personaje es que se trata de un viejo solitario, esquivo y malhumorado que, además de haber cerrado sus cuentas bancarias, pretende ser llevado y dejado en una apartada montaña llamada Blowing Rock, donde el viento es lo suficientemente fuerte como para empujar a un hombre al cielo. Por distintas razones, la necesidad de volar alto parece ser el común denominador de William y este taxista, que ambiciona convertirse en auxiliar de vuelo a pesar de que su latina y embarazada esposa se obstine en mantenerlo cerca y en tierra. En su intento por hacer desistir a William de su viaje sin retorno, Solo se empeña en descubrir las motivaciones que oculta su cliente y para eso lo persigue, lo acosa con preguntas, lo presiona y revisa sus pertenencias. Lo que un psiquiatra no titubearía en catalogar como psicópata es, a los fines de este relato, un hombre de carácter bondadoso y solidario. Lo cierto es que, mientras se acerca el día pactado para el ascenso al Blowing Rock, entre estos dos personajes nace una suerte de extraña amistad. Goodbye... confronta, en tono poético y sencillo, a la idiosincrasia de estos dos personajes evidenciando sus distintas realidades, sus modos de ver el mundo, sus sueños y expectativas ante la posibilidad de tomar las riendas de sus propias vidas. Goodbye… es mucho más que las diferencias entre reggae y country, es mucho más aún que un fresco sobre las condiciones de vida de los inmigrantes en USA. Y en este sentido, tampoco alcanza con hablar de la excelente fotografía o las inmejorables actuaciones. Es más bien un viaje por un camino sinuoso que quieran o no, les toca recorrer juntos. Es un viaje sobre las motivaciones que impulsan a seguir o detenerse, sobre frustraciones y pérdidas y, sobre todo, sobre la necesidad de ser dueño de su destino.
Con un pie ajuera Tarde o temprano, todos pensamos alguna vez en terminar ocupando las propiedades de nuestros familiares. Y no es que uno ande por ahí deseándole la muerte a alguien, pero es difícil no caer en repartijas mentales y calcular la cantidad de hermanos, tíos y sobrinos involucrados. Las elucubraciones que a mi me convierte en una porquería de persona, a María se le hacen realidad y la obligan a abandonar Barcelona para volver a la Argentina para convertirse en única heredera de una chacra perdida en un pueblo puntano. Y si con la chacra rasposa no le alcanzaba, tiene la fortuna de conquistar al patrón de una estancia vecina, el adinerado, citadino y buen mozo Arnaldo André. A medida que se va acomodando en su nueva propiedad, María se va transformando en una Inodora Pereyra dispuesta a montar una cooperativa rural destinada a explotar la promisoria industria del arrope. La imprecisión a la hora de definir a los personajes y sus acciones convierte a la segunda película de Fernando Díaz en una suerte de híbrido entre el drama y la comedia. Como drama le falta fuerza y el intento por apropiarse de los tiempos lentos del campo se traduce en situaciones que no aportan nada, son largas y podrían haberse evitado. Para ser comedia, el timing de las escenas no la favorece y a esta Pereyra empresarial le falta el talento de Fontanarrosa a la hora de encontrar un remate. Podría haber sido una buena parodia acerca de la mirada bucólica y pintoresquista de dos personajes de ciudad sobre la vida en el campo o bien podría haber sido un drama centrado en la necesidad y los modos de adaptarse al otro. Víctima de la vacilación, opta por chapotear como puede entre dos aguas.
Un caballo con dos cabezas No hace mucho de la última vez que el cine argentino trató tópicos como el hermafrodismo y la vida rural. En este sentido, las comparaciones entre El último verano de la boyita con XXY y La rabia, además de ser odiosas, son casi inevitables. Lo que no siempre se lleva a la pantalla grande es esa demostración de seriedad y respeto de la que hace gala esta película. Más que tratar de un tema, trata sobre una mirada, por eso ninguno de esos dos tópicos es el tema central de la película, que más bien parece acompañar el tránsito de la infancia de Jorgelina hacia algún otro lugar incierto y complejo (de ahí que el título haga referencia a una casa rodante que quedó atrás -la Boyita- como imagen de un mundo conocido). Es la mirada de esta niña de 9 años la que guía un relato que se adentra en los rituales de iniciación adolescentes y en el mundo de los adultos y la normalidad. Su corta edad y su desconocimiento científico le devuelven al mundo la naturalidad que olvidaron los adultos. A sabiendas de que la seriedad no consiste en fruncir el ceño y decir algo importante a las generaciones venideras, El último verano… carece de prejuicios y juicios de valor sobre los saberes disociados que pone en juego, que logra hablar de la normalidad desde lo normal y cotidiano sin caer en lugares comunes, sin estereotipar personajes, situaciones o paisajes. Habla del otro y de la diferencia con el respeto del que entiende que el peso del asunto no requiere de ningún tipo de subrayado burdo. El haber respetado las edades y el haber pensado que los chicos no son necesariamente minusválidos mentales ni están en el mundo para darle pie a la reflexión del adulto, le confiere naturalidad a los diálogos y voz propia a cada uno de los personajes. Cuidando hasta el más pequeño detalle, Solomonoff narra una historia simple en tono intimista que busca -y logra con mucho éxito- alejarse de tanta sanata grandilocuente.