Como ya es costumbre en las últimas películas de animación, no hay mejor manera de bajar línea política y/o ecológica para la platea infantil de la casa que con animales parlantes. Norm of the North no se diferencia de la tendencia, pero en un escalafón más bajo que sus compañeras de terna. Con un nivel de animación digital convincente y pasable, teniendo en cuenta que no proviene de un gran estudio, Norm... elige como tema principal el terrible calentamiento global en la forma del hábitat polar del protagonista del título, que ve amenazado su hogar cuando un megalómano villano lo elige como el próximo destino para construir un conjunto de viviendas y un shopping en pleno glaciar. Hasta acá todo bien, sigue los lineamientos generales de los films de turno, pero cuando Norm elige viajar a Nueva York para representar a su comunidad y todos lo confunden con un actor disfrazado de oso, el poco hilo narrativo verídico se va al garete. Para cuando ese momento llega, no tiene mucho sentido analizarla en profundidad. Quizás sea el efecto de Inside Out y el producto de que Pixar nos haya mimado con su nivel de calidad en pantalla y detrás de ella, quizás no. Pero estamos frente a un intento bastante burdo, y por demás mediocre, de aleccionar a las nuevas generaciones mediante chistes rústicos, personajes secundarios que se asemejan sospechosamente a los pingüinos de Madagascar y a los masivos Minions. Hay momentos de inserción videoclipera con temas de moda y otros clichés del género tan pero tan obvios que resultan lastimeros de ver en pantalla. Con una duración de hora y media, el castigo de Norm of the North es bastante leve para sobrellevar y que los infantes no se aburran. Lo que es imperdonable es la falta de ideas y la flaqueza mental con la que todo el proyecto fue construido.
Un conductor de orquesta retirado. Un cineasta en el ocaso de su carrera escribiendo su película testamento. La hija del primero, atravesando una crisis personal. Una estrella de mediana edad, acomplejado por su fama y sus papeles. Un crack del fútbol que es una sombra de lo que alguna vez fue. La última Miss Universo, que esconde una mente pensante detrás de su hermosa fachada. Una masajista joven que es pura expresión. Una pareja que no se dirige la palabra mientras cenan. Éstos son un puñado de personajes presentes en Youth, la siguiente película del italiano Paolo Sorrentino luego de su magnífica La Grande Bellezza, y la segunda de habla inglesa tras This Must Be the Place con Sean Penn. Una secuela casi espiritual de aquella película que le otorgó el Oscar a Mejor Película Extranjera, Youth es un plato artístico con una impronta muy notable, pero que absolutamente no es para todo el mundo. Entre la vida y la muerte, el pasado, presente y futuro, la vejez y la juventud del título, todos los temas que elige Sorrentino desde un guión propio apuntan a una exploración humana y muy visual, que en ejecución obtiene un sobresaliente pero que deja con gusto a poco sobre todo si la ponemos lado a lado con La Grande Bellezza. La comparación es siempre odiosa, pero el hilo argumental, con escenas oníricas y surreales a montones, juega a ser una secuela espiritual, con momentos hilarantes, otros que parecen sacados de un videoclip demencial y algunos que estrujan el corazón cuando Sorrentino toca las fibras más tensas de la situación humana. El cine de Sorrentino no es para todos, pero alegra que haya encontrado un elenco tan virtuoso para darle rienda suelta a sus descabelladas ideas. La dupla de Michael Caine y Harvey Keitel como amigos veteranos tiene excelente química, y el viaje de cada uno está muy bien coordinado por dos luminarias del cine que se rehúsan a colgar los guantes. El trío protagónico podría decirse que lo compone Rachel Weisz como la hija de Caine, asistente de su padre atravesando un doloroso rompimiento y los intentos por salir de ese pozo depresivo. De los tres, es la que menos importancia y peso tiene en la trama, pero Weisz es una actriz notable y saca a relucir todos sus dotes cuando debe. Como siempre, Sorrentino tiene un talento nato para hacer sobresalir hasta al más ínfimo personaje secundario y su acuarela de invitados en el spa de lujo en Suiza tiene su momento. Y si hablamos de apariciones especiales, Jane Fonda tiene un acotado pero importante momento en la segunda mitad de la película, donde nuevamente demuestra lo que significa masticarse la escena donde tiene asentados sus pies. Es una titán del cine y lo demuestra en apenas dos o tres secuencias. De una calidad visual imponente, Youth no pisa suelo firme en cuanto al mensaje que quiere explorar, siendo una bolsa mixta de emociones que a veces funciona y otras resulta un tanto gélida. De lo que no hay duda alguna es que Paolo Sorrentino tiene un sabor particular que remixa con cada película, pero nunca repite. Es un director fiel a sí mismo y su tren de pensamiento, una vez que se lo entiende, se disfruta mucho más. Básicamente, es una obra de arte en movimiento.
Bajo el techo de producción de Disney y en el marco de una historia basada en hechos reales, The Finest Hours puede resultar una aventura de superación común y corriente, pero es tarea del director Craig Gillespie (Lars and the Real Girl) separarla del resto. Gillespie no es ajeno al estandarte de Disney en cuanto a historias que elevan los espíritus de la platea. En 2014 presentó Million Dollar Arm con Jon Hamm como protagonista, pero el giro esta vez hace que los sucesos reales sean más vistosos y excitantes que un agente de talentos deportivos buscando a su próxima estrella. El año es 1952 y, en medio de una tormenta que deja varado en alta mar a un tanque petrolero, un grupo de la Guardia Costera decide enfrentar al destino y al turbulento mar para salvar a los hombres que pueden perder la vida de un momento a otro. En papel, la trama puede resultar convencional y trillada, pero en manos de Gillespie, supone una aventura emocionante y muy tensa. Es increíble que un diminuto grupo sea capaz de una hazaña tan grande y hasta puede resultar increíble, pero cosas aún más extrañas han pasado y las creemos. La clave es tener buena fe y alma, y eso The Finest Hours lo tiene de sobra. Gran parte de ese resultado es las interpretaciones pilares de la película, por un lado el héroe de Chris Pine, que lo deja todo para salvar a los hombres en el mar, y Casey Affleck como uno de dichos hombres en la trampa marítima. Entre uno y otro hacen acopio de fuerzas con una situación que los desborda, sobre todo en el caso del segundo, que enfrenta la precariedad de su futuro con todo el empeño que su cuerpo y mente le permiten. En el caso de Pine, ya ha demostrado que es un brillante actor al que le sientan los protagónicos, pero su papel en la odisea se ve empañado por otras circunstancias. No hay mucha sorpresa en una historia real de un rescate, todos sabemos para donde apunta la finalidad de la película, pero eso no le impide a su director entregar secuencias visuales fascinantes y abrumadoras. Para paliar tanto drama, el costado romántico del film aflora en la relación entre Pine y Miriam, el personaje de Holliday Grainger. Ellos hacen una linda pareja, pero demasiado tiempo se enfoca la trama del romance cuando hay hombres peleando por su vida en el mar. La combinación no es del todo recomendada, cuando lo que sobresale es el protagonismo de la nave a punto de sumergirse en las gélidas aguas marinas. The Finest Hours puede ser un producto Disney algo masticado desde su guión, pero tiene varias secuencias que enervan los sentidos y un elenco joven que está a la altura de las circunstancias.
Los robos a grandes entidades bancarias podrían considerarse un subgénero en sí mismo, ya que el cine siempre vuelve a esa trama de ladrones que se organizan para cometer un asalto maestro y las cosas se les complican en su ejecución. 100 Años de Perdón es una co-producción entre Argentina y España que se marina en ese género y, con un elenco decente y un guión que cubre sus falencias con mucho arte, sale airosa en su resultado final, que es en resumidas cuentas entretener a su audiencia. En uno de los días de lluvia más torrenciales que ha presenciado la ciudad de Valencia, la actividad de un banco céntrico se ve abrumada de pronto por un grupo reducido de asaltantes. Portando máscaras para proteger su identidad, el líder ofrece un cierto resguardo de seguridad a todos los presentes, indicándoles que si siguen sus reglas, su periplo terminará en un santiamén. No hay que ser muy avispado para saber que las cosas no saldrán a pedir de boca, y que es necesario el conflicto para llevar a buen puerto la trama. El guión de Jorge Guerricaechevarría -frecuente colaborador del absurdamente genial Álex de la Iglesia- lo sabe y juega con las expectativas de la platea, agregando aquí y allá algún que otro giro orgánico a la narrativa. Está más que claro que el grupo del Uruguayo -Rodrigo de la Serna- está en la búsqueda de algo más que un poco de dinero fácil y joyas varias. Es un buen botín, sí, pero cuando la búsqueda se torne más frenética, sus compañeros irán sospechando que algó más se cuece a espaldas suyas. Uno de ellos es el Gallego -Luis Tosar- quien gracias a la inestimable ayuda de la próxima ex-directora del banco descubre lo que se trae entre manos su compañero, lo que genera aún más chispas en la ya complicada circunstancia. Con la situación ya en medidas angustiantes, el guión de Guerricaechevarría elige elevar la apuesta con un misterio de tintes políticos que embarra la cancha. La toma de rehenes dentro del banco, con toda la opresión que le imprime el director Daniel Calparsoro, se va diluyendo cuando la acción pase de ocurrir en una sola locación a las ramificaciones que este atraco está teniendo en las altas esferas gubernamentales, que se ven perjudicadas si cierto material sensible llega a abandonar el banco. La dinámica de ida y vuelta ayuda muy poco a los picos de tensión que maneja la historia, y su resolución tampoco es que brilla por su inteligencia. Para enderezar un poco el desnivel narrativo, no hay mejor oportunidad para que el elenco se luzca. De la Serna y Tosar pueden considerarse entre lo mejor de lo mejor tanto en talento argentino como español, y ambos se sacan chispas con cada escena que comparten juntos. Los personajes secundarios son predominantemente visitantes, mientras que dentro del grupo de ladrones, los argentinos siguen sumando puntos con un sobrio Luciano Cáceres y un tremendo Joaquín Furriel, que conforma el alivio cómico de la trama, estandarte que porta a mucha honra. Si bien su papel al principio es una hoja de calcar de lo transparente y tipificado que resulta, poco a poco sus acciones y decires terminan comprando al espectador, y sin quererlo empuja la trama hacia nudos impensados con su insistencia casi infantil. 100 Años de Perdón no pasará a la posteridad como un momento definitivo en el cine de grandes robos, pero su argumento es lo suficientemente intrigante para interesar al espectador, y su elenco subsana cualquier bajón de calidad que la historia se permita. En un terreno donde las coproducciones a veces le aciertan y otras caen redondas en el suelo antes de terminar, es admirable que la película de Calparsoro haya salido indemne.
Brooklyn es la pequeña película que pudo. En un terreno donde cada nominada al Oscar de 2015 luchó con uñas y dientes para llegar, y con ciertas ausencias muy notables, el hecho de que un drama histórico como el que presenta John Crowley esté nominado a Mejor Película desconcierta y mucho, pero méritos no le faltan. Una de las mejores cosas que se pueden decir acerca del film es que tiene encanto para tirar al techo. La historia de vida de Ellis -una magnífica Saoirse Ronan- puede parecer convencional al principio, pero a fuerza de voluntad y con un inmenso trabajo desde el guión de Nick Hornby, el despertar de la joven irlandesa es un viaje que acaricia el alma cuando quiere. Hornby tiene algo que parece el toque de Midas. Cada vez que elige adaptar un trabajo literario, las nominaciones llueven a diestra y siniestra, y no es casualidad. El autor inglés tiene una sensibilidad especial que se transmite muy bien en pantalla, ya sea en 2009 con An Education o en 2014 con Wild. Su tercer guión, nuevamente con una protagonista femenina al comando, está nominado al mayor galardón de los próximos Oscars, y con mucha razón. En un principio, el cuadro narrativo de Brooklyn parece que se presta mucho al melodrama, pero está lejos de ello. No hay grandes situaciones dramáticas -exceptuando una que llega como una catástrofe, totalmente inesperada- y si bien no toma sus tópicos con liviandad, sí lo hace con una ligereza y soltura extremadamente bien conducidas por un director experto que sabe sacar lo mejor de su protagonista. A cada segundo que uno se imagina que ya ha visto lo que propone la película, al siguiente momento llega una escena que logra sacar al espectador una sonrisa de complicidad y simpatía. Si bien hay excelentes jugadores en el terreno como los inmensos Julie Walters, como la dueña de una casa de chicas en Brooklyn, o Jim Broadbent, como el párroco que ha facilitado la nueva vida de Ellis en América, los aplausos se los lleva Saoirse con una sentida pero firme interpretación de una chica tímida que debe dejar su hogar natal para forjarse una nueva vida cruzando el Atlántico, y su lenta pero segura transformación en una mujer segura de sí misma. La atención de Ellis es dividida entre el joven Tony de Emory Cohen y el irlandés Jim de Domhnall Gleeson, y por más que parezca un triángulo amoroso, la situación es mucho más sencilla y menos conflictiva de lo que parece. Saoirse tiene un fantástico nivel de química con los dos jóvenes actores, así que el enredo romántico, empujado ciertamente por costumbres de antaño difíciles de ignorar, lleva a la película a un tercer acto algo cenagoso, pero resuelto de la mejor manera. Brooklyn es una agradable mezcla entre historia de inmigrantes y coming of age, solidificada por una impresionante actuación protagónica que le abre las puertas a Saoirse Ronan a jugar en las grandes ligas.
Dejando de lado la parafernalia que es Transformers, donde Michael Bay le da rienda suelta a su niño interno y se preocupa únicamente de sus excesos más notorios, el director americano es uno bueno cuando quiere y se lo propone con ahínco. Trabajando con un presupuesto que es una ínfima fracción de las superproducciones que usualmente maneja, 13 Hours es ese raro pero efectivo drama bélico donde a Bay se lo nota mas enfocado que nunca, lejos de su notorio déficit de atención juvenil que plaga el resto de su filmografía. Basada en el libro homónimo de Mitchell Zuckoff y con un sólido guión de parte de Chuck Hogan, que debuta en la pantalla grande como escritor, el drama es un intenso recuento de la desbordante situación vivida por ciudadanos americanos dentro de instalaciones estadounidenses en suelo libio, mas precisamente en Bengasi, en 2012 declarada una de las ciudades más hostiles del mundo. Tras el pistoletazo de largada, hay una gran cantidad de información vertida en el público para ir entrando en calor, y la primera situación hostil no se hace esperar mucho. La bienvenida a Bengasi de parte de un ex-militar, ahora devenido en contratista privado para la CIA, no es para nada cálida, y está rodeada por un escenario devastador, donde los resabios de un cruento pasado militar están en cada esquina. Con una cantidad de patriotismo decente y casi sin caer en aleccionamiento barato, la nueva película de Bay tarda su buen tiempo en arrancar, pero ese está bien empleado en mostrar la vida de estos ciudadanos ilustres en pleno infierno. El equipo de élite que los protege a todos es el centro neurálgico de la trama, cada uno con su historia de vida y razón específica de porque regresar al meollo del asunto cuando todos saben y sufrieron en carne propia los avatares de la guerra. Es una situación incómoda decir que uno se entretuvo durante la odisea en tierra libia, pero lo cierto es que 13 Hours dura casi dos horas y media, las cuales se pasan raudamente cuando uno está tan concentrado de lo que pasa en la pantalla. Bay no mete toda la carne al asador de una, va dejando que la acción llegue de a poco y, para cuando lo hace, todo estalla en los aires. No se puede decir que los espectáculos que monta Michael no se dejan ver. Detrás tiene una producción asombrosa, que juega el mismo juego que el director, y cuando el equipo se entiende de maravillas, el resto se traslada sencillamente a la platea. Hay artillería pesada por todos lados, el sonido agudo y envolvente hace que uno se sienta parte del asedio, y hasta en ciertos momentos hay situaciones de extrema tensión con un nivel de suspenso inusitado, que no se ve en otra película de la factoría Bay. Hay codazos suficientes a un gobierno que prácticamente eligió no escuchar las protestas de sus compatriotas y los dejó descubiertos cuando más lo necesitaban, y la cuestión racial está fabulosamente trabajada desde un ángulo muy bien integrado en la trama. Cuando todas las personas lucen exactamente iguales las unas a las otras, ¿en quién se puede confiar? ¿Quién es amigo y quien es enemigo? Esta dualidad es una de las principales causas de tensión en el film, que eleva el hilo narrativo a alturas impensadas. El elenco no se puede más que aplaudir por ellos. John Krasinski muestra una faceta dramática muy férrea, pero si bien es el punto de entrada del espectador a esta pesadilla, se acompaña muy bien de sus colegas. En especial cabe mencionar a James Badge Dale el motor general de la defensa, un actor hasta ahora muy secundario pero que se roba más de un momento en el transcurso de la película con su estandarte humano que busca a toda costa defender a los suyos. Pablo Schreiber, conocido por su papel en la serie Orange is the New Black, ofrece un poco de alivio cómico cuando la situación lo requiere, pero entrega también un interesante papel dramático en algunas ocasiones. Quiero mencionar a todo el elenco, porque todos hacen un excelente trabajo, nunca sobreactuado, siempre correcto y en personaje. Es de una solidez absoluta y eso se nota. Si no fuese por la mala fama que tiene Bay y su hiperactividad, 13 Hours hubiese sido recibida de otra manera. Me animo hasta a decir que si se borrase su nombre de la promoción del film, la gente pasaría un genial rato en el cine, sin el prejuicio que conlleva cada nueva película del director. Lejos, es uno de sus trabajos más centrados e importantes de su carrera, y hay que notarlo como tal.
Los comienzos de cada año, en particular sus dos primeros meses, son conocidos mundialmente y sobre todo en suelo norteamericano por ser un reguero de película descartadas por todos los grandes estudios. Son pequeños proyectos, usualmente de horror, con bajo presupuesto y apuntadas al sector adolescente. Si logran enganchar a esa platea, atraídos por terror descartable y una calificación PG-13 que los favorece, el rédito económico no será mucho pero suficiente para saldar las cuentas. Es una pena absoluta que detrás de la interesante premisa que maneja The Forest se esconda esa película que los estudios tanto desdeñan, rebosante de momentos muy usados en el género y el desperdicio de una fantástica actriz principal. La asombrosa historia del bosque de Aokigahara, en Japón, es demasiado llamativa para que no haya sido trasladada a la pantalla grande antes. En las laderas del monte Fuji, es conocida la costumbre de acercarse a dicho bosque y sumergirse en su profundidad frondosa para encontrar el final de la vida. Es en este mismo bosque que Jess, la gemela idéntica de Sara -Natalie Dormer- se extravía durante días y es tarea de su hermana el viajar a tierras asiáticas a recuperar a la oveja descarriada de la familia. Durante el primer tramo del film, es imposible no sentirse atraído a la moda de la década del '00, cuando la aparición de reimaginaciones del género de terror brotaban de abajo de las piedras. La excelente The Ring, las mediocres The Grudge y muchas otras más. La trama se presta a la confusión entre costumbres, la tristeza ante la posible pérdida de un familiar muy cercano, todo encaja de perlas en el sutil y hermoso filmar que tiene la opera prima de Jason Zada. Como escenario, el misterio está en cada fotograma y por ese lado, la película es escabrosa. El guión es lo que saca de sus ejes a The Forest. El trabajo a seis manos de Nick Antosca, Sarah Cornwell y Ben Ketai elige la ruta de una búsqueda desesperada hacia un terror de sustos momentáneos, mechando con un poco de horror psicológico, alucinaciones y un par de fantasmitas japoneses que apenas dan miedo. No hay sustos inteligentes, sino apariciones raudas seguidas de un volumen elevado que toma por sorpresa al espectador pero que a la larga no lleva a ningún lado. Habrá algún que otro susto bien pensado, pero son poquísimos, y se ahogan entre la otra clase. Para cuando las ruedas del tercer acto comiencen a moverse, la trama está totalmente deshilvanada, y como resolución ofrece un final muy pobre y, sí, trillado. Dormer hace lo que puede dándole vida a una historia de dos hermanas, cada una con su diferente personalidad, y entrega profundidad allá donde el guión no la ofrece. Algunas decisiones de Sara no son del todo acertadas, siempre desde un guión que apunta a empujar la trama hacia adelante con pasos en falso de parte de la protagonista, pero en boca de Dormer dichas decisiones se notan acertadas. Natalie es el corazón de la película... si bien está acompañada por Taylor Kinney, es una cara bonita cuando tiene que serlo y un verdadero árbol endurecido cuando la ocasión lo requiere. Lo que comienza como un viaje sugerente a un hábito cultural siniestro y oscuro termina por encontrar su lugar en una película de horror pasatista, obligada terminar su paseo por el bosque de la manera más arbitraria posible. Más de lo mismo, aunque posee uno de los escenarios más bellos que se hayan visto en el cine de género reciente.
The Danish Girl grita "quiero un Oscar o varios" en su primer tramo, y eso nunca es bueno. Parecía que el director Tom Hooper había aprendido un poco de sus excesos luego de la dramática pero enorme Les Misérables, pero la vuelta de los vicios a veces es fuerte. Y mucho. Desde el pistoletazo de largada, la muy interesante historia real de Lili Elbe, pionera en la operación de cambio de sexo, es un melodrama sin sutilezas. A partir del guión de Lucinda Coxon, basada en la novela de David Ebershoff, los momentos premonitorios del despertar de Einar Wegener en su alter ego Lili tienen de sutil lo que un elefante tiene adentro de una cristalería. Hay diálogos forzados realmente vergonzosos, que no ocurren por casualidad, sino que se van repitiendo una y otra vez y lastiman la credibilidad de la historia. En una época en donde la charla del transgénero está en su punto álgido, que se le de un tratamiento mediocre desde un guión sin vida es un insulto muy fuerte. Es una fortuna que el barco de la historia se enderece con el correr del metraje, y la historia deje de lado esas pinceladas pobres de guionista recién salida de la escuela para darle más espacio a la pareja protagónica, que realmente es para destacar. Eddie Redmayne es un animal de actor y, un año después de erigirse vencedor en la contienda a Mejor Actor luego de su interpretación de Stephen Hawking, en esta ocasión borda un personaje histórico con el mismo ahínco pero desde otra perspectiva. Los rasgos faciales andróginos del actor lo ayudan a jugar tanto el papel de Einar como el de Lili, pero es en los manierismos, las miradas, y esa alegría casi incontenible de poder mostrarse tal cual es, en una sociedad para nada preparada para su cambio, en donde Redmayne florece. Por su parte, la naciente carrera de Alicia Vikander sigue creciendo a pasos agigantados, y en esta oportunidad le toca el juego de ping pong interpretativo de Eddie, interpretando a Gerda, la esposa y compañera de Einar, completamente conflictuada por los sucesos que despierta luego de que un inocente juego de disfraces descubre un costado aparentemente dormido y latente en su marido, esperando salir a la luz en cualquier momento. Es Redmayne quien se devora la película, pero sin la tenaz ayuda de Vikander, su interpretación estaría flotando en el aire. Incluso cuando vira hacia los cenagosos pantanos del melodrama, el arte de Tom Hooper queda intacto. Es un director que peca de subrayar de más cosas que podrían ser mucho más satisfactorias sin sobreexplicarlas, pero no hay duda que tiene ojo para filmar. Ciertas escenas son bellísimas y muy íntimas en la manera de captar el viaje de Einar hacia Lili. Hay una producción muy detallada que no por nada está nominada en los próximos Oscars, y las siempre agradables melodías de Alexandre Desplat ayudan a animar un viaje de transición un poco doloroso, pero esperanzador. Es una pena que después de corregir el rumbo del rocoso comienzo, el acto final se sienta apresurado, y en el epílogo se vuelvan a las andanzas poco sutiles, detonando un bello momento con una frase muy superficial. El trabajo de Redmayne y Vikander es absolutamente fascinante y no por ello se pierden dentro de una bola de drama, apuntado directamente a premios y más premios. Es una costumbre usual, pero ciertos detalles hacen que la propuesta valga la pena.
Con la llegada a la cartelera de películas de este calibre, uno se pone a pensar qué es la fuerza motriz que lo lleva a un actor del nivel de Robert De Niro a firmar contrato. ¿Es que le falta plata para comprarse una casa nueva? ¿Deudas impositivas? Toda pregunta es posible y quizás más de una sea válida. Pero hay otra potencial variable, y es que tal vez Robert quiera hacer un papel en las antípodas de lo que usualmente acostumbra. Es por eso que Dirty Grandpa, y todos los problemas y aciertos que trae a colación, empiezan y terminan en la figura del ganador del Oscar. La historia tampoco es un dechado de virtuosismo. En lo que puede ser una de las tramas más lineales y previsibles de los últimos años en materia de comedia, un más que ajustado joven abogado en la piel y apretada ropa de Zac Efron se ve engañado por su agresivamente sexual abuelo, para que él mismo tenga sexo luego de la muerte de su compañera de toda la vida. No es más que eso. Los guionistas no se esforzaron mucho en plantear una narrativa creíble y hasta tienen el atrevimiento de querer aleccionar en algunos momentos, fracasando estrepitosamente. Sí, si sos joven tenés que vivir la vida y aprovecharla, seguir tus sueños, bla bla bla. Lo entendimos. Hay mucho estereotipo burdo dentro de la película de Dan Mazer, y cuando se regodea en ellos, no es para nada entretenida. Sí lo es cuando prende la mecha de abuelo zafado de De Niro y lo deja decir y hacer infinidad de sandeces muy gráficas, que no estamos acostumbrados a oír y ver en una figura como la que representa. Claramente disfrutó mucho de su papel y su entusiasmo se transmite a la platea con situaciones extremadamente subidas de tono, que harán las delicias del público buscando todo lo que ofrece una buena comedia restringida. Efron hace buena dupla con el galardonado actor, y si bien está muy a gusto con las comedias en los últimos tiempos, acá se lo nota un poco desanimado, a excepción de cuando tiene que mostrar toda la carne, que el director sabe sacarle provecho con mucho gusto. Dentro del resto del elenco, cabe destacar el hilarante trabajo de Aubrey Plaza como una universitaria enajenada y con la vista fija en el abuelo, y la bonita Zoey Deutch, que se merecía un papel mucho más redondeado. En definitiva, Dirty Grandpa es mucho mejor que lo que los medios americanos tanto criticaban, donde destrozaron a la película sin miramientos, pero tampoco es una comedia que pasará a la historia por su temática o memorables escenas. Es entretenida, vemos otra cara de De Niro, y saciará las ansias de chistes burdos, crudos y sexuales que toda comedia restringida ofrece.
La vida social de Nueva York se ha visto retratada en un sinfín de películas y series. Sin ir más lejos, es imposible no pensar en la ciudad y acordarse de la icónica Carrie Bradshaw de Sex & The City. How to Be Single intenta un poco recuperar ese fulgor femenino y a veces lo logra. Otras, resulta que el dicho "la imitación es la mejor forma de halago" no encaja demasiado. El ángulo principal de la historia es la vida de Lucy -Dakota Johnson, luminosa como siempre- quien luego de tener una relación larga con su novio decide darse un respiro y probar nuevas experiencias en Nueva York. En el camino se cruza con la aventurosa Robin, de una siempre intempestiva Rebel Wilson, que la introduce a su peculiar estilo de vida, mientras que su hermana mayor, Meg -Leslie Mann-, lucha con su soltería y pronto decide dar un paso adelante en su vida. El otro lado del cuarteto, si es que lo hay porque el material promocional del film puede mentir un poco, es la recta Lucy de Alison Brie, una mujer empecinada en encontrar al hombre ideal, tanto que tiene une ecuación matemática para lograrlo. Las idas y vueltas amorosas de estas mujeres son el hilo conductor de la película de Christian Ditter, y en ciertas situaciones, la mezcla funciona. En un principio, el proyecto tenía previsto abarcar diferentes puntos de vista, tanto femeninos como masculinos. Pero en cierto momento de la producción se decidió enfocarse en las féminas de turno, las Carrie y compañía, dejando a los hombres como sólidos pero algo perdidos secundarios. Es un movimiento que le viene muy bien al girl power que está recorriendo al medio en los últimos años, pero gracias a ese rotundo cambio, las costuras del producto son muy visibles y eso afecta muchísimo al tono en general de la película. Hay conflictos que surgen de la nada y situaciones forzadas que le quitan la naturalidad que se consigue en ciertos tramos, y por eso no se la puede tomar demasiado en serio. Johnson es un increíble ser de luz que no necesita tener mucho glamour encima para destacar, aunque a veces se la fuerce a voiceovers que parecen prestados de Carrie Bradshaw. Wilson sigue cómoda en su papel de amiga disparatada y parece no cambiar nunca, mientras que Mann y Brie se llevan los papeles más secundarios con viajes bastante trillados y comunes, pero que las brillantes actrices hacen funcionar a como de lugar. Los caballeros -Jake Lacy, Anders Holm, Damon Wayans Jr., Jason Mantzoukas- acompañan muy bien en la trama, y el elenco en general parece haber disfrutado trabajar juntos en esta comedia que tiene lo justo de edulcorante y de carga irónica y drama para no abrumar al espectador. How to Be Single no pasará a la posteridad como una comedia sobre la importancia de la soltería, pero tiene un elenco al servicio de la historia, y es más que entretenida.