La novela Gone Girl puede fácilmente caer ante los ojos de un observador ocasional como el nuevo libro de moda, un girapaginas de dudosa calidad imposible de dejar hasta no leer un capítulo o unos cuantos más. Durante mucho tiempo, ese cartel de literatura comercial, barata, pendió sobre la cabeza de Stephen King, y lo mismo está ocurriendo con Gillian Flynn, autora de la novela en cuestión y flamante guionista de su propio material. Uno pensaría qué fue lo que atrajo a un director del calibre de David Fincher para adaptar un best-seller de este tipo, y tras finalizar Gone Girl, la pregunta se responde sola. Detrás de la simple trama se esconde una radiografía profunda y lacerante sobre las relaciones de hoy en día, sobre el matrimonio, los medios de comunicación, y la pregunta del millón: ¿Realmente conocemos a la persona que está al lado nuestro? Funcionando como varias películas al mismo tiempo como engranajes bien aceitados, Gone Girl comienza con el típico chico-conoce-chica para ir desprendiéndose poco a poco de sus capas superficiales y presentando una dimensión oscura y siniestra. Ante la desaparición de su mujer, Nick debe enfrentar el frenesí de los medios que lo acosan y lo señalan como el culpable. La apatía y el cinismo del personaje, capturados con firmeza por un Ben Affleck en modo fénix dentro de la industria, no ayudan a que luzca menos culpable, más cuando las evidencias en su contra se vayan apilando conforme pase el tiempo. La estructura narrativa de la novela, dividida en dos partes y con narradores en primera persona, se traslada con facilidad a la pantalla, mostrando en el pasado a Amy narrando su diario íntimo y en el presente a Nick enfrentando la investigación policial. Revelar mucho más de lo que hace el trailer sería contraproducente, pero es de esperarse varios giros en la trama que finalmente genera un antes y un después en la historia. Lo que Fincher vio en la prosa de Gillian -un matrimonio resquebrajado, una cruenta caza de brujas con un personaje apático en una tormenta mediática- se ve trabajado con la sutileza que caracteriza al director. Sin muchos artificios pero con pulso morboso, el realizador se sumerge en la vorágine de la pareja para explorar el desasosiego que se genera en la acuciante situación. Con ayuda de los sospechosos de siempre -la fotografía ligeramente sombría y atmosférica de Jeff Cronenweth, la edición puntillosa de Kirk Baxter sin su colaborador Angus Wall- Fincher lleva a buen puerto su adaptación, elevando un material de por sí interesante hacia alturas impensadas. Los 149 minutos de metraje se pasan volando gracias a la fuerza magnética de las imágenes y escenas conjuradas. El as bajo la manga de Gone Girl, sin embargo, es Rosamund Pike. Venciendo a muchas otras actrices por el preciado papel, ella le insufla vida a Amy y por fin esa actriz, que siempre fue la secundaria bonita de una preciosura frígida, puede ingresar al panteón de grandes figuras. Su Amy es avallasante, temeraria, una bomba que va juntando fuerzas y explota en el momento indicado, en uno de los pasajes más hermosos, audaces y rellenos de comedia negra de toda la película. Sí, así es, Gone Girl es un thriller demoledor, pero también tiene pinceladas de humor negro que van a hacer sentir al espectador culpable por reírse ante semejantes situaciones. El elenco secundario es uno de los más sólidos que se han visto en pantalla en años. Carrie Coon, en una seguidilla ganadora luego de su papel en la serie The Leftovers, interpreta con personalidad a la hermana gemela de Nick, mientras que el dúo de policías de Kim Dickens y Patrick Fugit acompañan con fuerza a Nick en su descenso al infierno durante la investigación. El costado de los medios está bien representado en Missi Pyle como la sensasionalista Ellen Abbott, y la más moderada Sharon Schieber de Sela Ward. Incluso comediantes como Tyler Perry y Neil Patrick Harris sacan a relucir sus mejores armas dramáticas en sendos papeles pivotales. Hasta la bomba sexual de Emily Ratajkowski no desentona como la misteriosa Andie. La amalgama de actores es de una uniformidad pasmosa, rodeando eficazmente a Affleck y Pike. No puedo dejar de mencionar la gran labor de Trent Reznor y Atticus Ross, que vuelven a trabajar junto a Fincher luego de haber recibido sendos Oscars por The Social Network y aumentado su calidad en The Girl with the Dragon Tattoo. Aquí siguen experimentando con sonidos industriales que embotan los sentidos, mezclados con melodías lúgubres y tenebrosas para crear una de las bandas de sonido más peculiares que se hayan oido en un film de este estilo. Como todo lo que toca Fincher, la música es estilo puro, puede que no sea para todos, pero le aporta una atmósfera siniestra e incómoda. Gone Girl es una prueba firme de que David Fincher sigue siendo una promesa de cine de buena calidad. Aunque al principio parezcan extrañas sus decisiones fílmicas, está claro que ve potencial ahí donde nadie más lo hace, y los resultados quedan a la vista. Su film es feroz, atrevido, despiadado y quizás hasta sea mejor película de citas para llevar a una persona al cine que una romántica de esas que pueblan las carteleras de cine. Y que la próxima temporada de premios se agarre fuerte, porque este tren promete entrar arrasando a la carrera del Oscar. Otra estrellita dorada en la frente de Fincher.
La dupla de Phil Lord y Christopher Miller es lo más refrescante que le pasó a la comedia americana en años. Primero por el lado de la comedia animada, en 2009 con Cloudy with a Chance of Meatballs y este mismo año con la brillante The LEGO Movie, y luego en 2012 por la comedia pura y dura, con 21 Jump Street, basada en la serie de los años '80. El éxito de ésta última le permitió a los directores volver con la dupla de Schmidt y Jenko en esta secuela que ahora tiene como escenario principal una universidad, y la peor mejor pareja de policías infiltrándose en la misma. 22 Jump Street ya de por sí es una genial comedia de acción y una superior secuela, pero se disfruta el doble, diría, si se tiene en cuenta el alto nivel de autoconsciencia que posee el guión. Todo diálogo o discusión tiene un doble sentido, que muchas veces alude al inesperado suceso de la primera parte, así como también a las nociones de lo que significa estar presentes en una secuela, con un presupuesto elevado y situaciones y persecuciones con el doble de adrenalina. No sé hasta qué punto la traducción logra captar todos los guiños cinéfilos y cinematográficos, pero las referencias personales a lo que perfila ser una saga son muchísimas: Lord & Miller no tienen miedo de reírse de sí mismos en los créditos finales, ni tampoco dejan pasar el hecho de que habrá una 23 Jump Street incluso cuando dicha secuela no estaba aún confirmada para el estreno de esta secuela. Pasando el hecho de las autobromas y la constante burla a que la acción es toda lo mismo, pero con un presupuesto más grande, la vida en el campus académico afecta diferente a la dupla de amigos. No todo tiene que ser exactamente igual, así que desde el guión hay muchos juegos con esos ligeros cambios, aunque el nudo del conflicto es el progreso del bromance entre Schmidt y Jenko, peligrando por la inesperada aparición de un jugador torpe de fútbol americano. Tomar esto como si fuese un matrimonio hecho y derecho, con todos los problemas que acarrea la situación, es uno de los detalles glorificados que posee esta continuación, situación insuflada por el carisma y la química lograda por Jonah Hill y Channing Tatum, la nueva dupla imbatible en lo que se refiere a comedia. Hay bastantes cameos que no vale la pena comentarlos acá -hay que quedarse hasta el final de los títulos también-, una agradable expansión del secundario de Ice Cube, y grandes apariciones, como el siempre villanesco Peter Stormare y más sorpresas, como los gemelos Kenny y Keith Lucas y esa pequeña bomba de relojería llamada Jillian Bell, como la extraña compañera de cuarto del interés amoroso de Schmidt. 2014 es el año de Phil Lord y Christopher Miller. Con el rotundo éxito de La gran aventura LEGO y la más que cálida recepción de 22 Jump Street, parece que el futuro de ambos es imparable. Tardó bastante en llegar, pero esta secuela es una de las comedias del año, e imperdible para todos aquellos que disfrutaron de la primera entrega. Hill y Tatum dignifican.
Hace tres años Steven Quale, el protegido de James Cameron, se daba el lujo de separarse del mentor y darle de lleno a la ficción con la entretenida y significante Final Destination 5, una de las mejores de la saga. Su siguiente trabajo, Into the Storm, bien podría considerarse una secuela espiritual a la noventosa Twister, que no está a la altura de las circunstancias pero que se puede considerar un ameno y turbulento entretenimiento pasatista. Ayudándose del incansable método del metraje encontrado pero dejando sus mejores escenas para una filmación convencional, la película sigue a un grupo de meteorólogos en busca de la toma más lograda de estos impredecibles y violentos fenómenos naturales. Como siempre tiene que haber un núcleo familiar que signifique peligro inminente y un punto de atención para el espectador, el vicedirector viudo de la escuela secundaria local y sus dos hijos adolescentes harán las veces de protagonistas. El guión de John Swetnam mucho no ayuda a generar empatía por personajes tan estereotipados y unidimensionales, así que el curso de la hora y media de corridas y escapes están cimentados en estúpidas decisiones. Por supuesto, uno no espera grandes historias en películas de cine catástrofe, pero si Titanic alguna ve lo logró, ¿por qué no esperar algo en la misma línea? Se puede decir al menos que el elenco ayuda a crear un vínculo, en particular los protagónicos de Richard Armitage -el amado Thorin en The Hobbit- y Sarah Wayne Callies -la bastardeada Lori de The Walking Dead- mientras que el secundario de Matt Walsh -un comediante que ahora descolla en Veep- alivia un poco el ambiente con su inescrupuloso pero en el fondo querible Pete. Los jóvenes, bien gracias, apenas si logran aportar algo dentro de su acartonamiento actoral. Lo que hace que Into the Storm valga la pena verla en una sala de cine son sus efectos especiales. El punto fuerte de la dirección de Quale, el film bien podría ser un carrete de presentación de un estudio de FX, ya que el hilo conductor narrativo sirve para poner en pantalla la destrucción total que genera la Madre Naturaleza. Como una nueva generación necesita aún más caos y escombros, ahora hay varios tornados ocurriendo al mismo tiempo, uno que se enciende fuego y otro tan gigante que su vórtice parece tan ancho como un estadio de fútbol. En aspectos técnicos es donde sobresale esta propuesta, por lo que bien vale el precio de la entrada. El dato loco es que teniendo tanto potencial para el uso del 3D, esta vez la producción dejó de lado el formato en pos de uno convencional. No nos quejamos, pero si una película podría haberle sacado provecho del formato era ésta.
Cuando en su momento compré y leí Maze Runner: Correr o Morir, no tenía idea que se convertiría en una futura saga juvenil. En la sequía de ideas que transita Hollywood, no era impensado el plan de que el mundo de James Dashner salte a la gran pantalla. Mi mayor miedo era que, al terminar la novela, la cantidad de misterios para continuar la trilogía no fueran suficientes como para querer empezar la segunda entrega, cosa que no sucede en la película de Wes Ball, rellena de acción y con un ritmo adrenalínico que satisface las ansias de una nueva saga adolescente. Dominada de forma asequible por un director novato, y exprimiendo al máximo un presupuesto ínfimo en comparación con este tipo de propuestas, Maze Runner lucha mucho por salir de la larga sombra que generó The Hunger Games y, si bien no es tan potente en su alegoría social, le juega cabeza a cabeza en cuanto al manejo de la acción y la creación de un mundo distópico. Una amalgama entre Lost y El Señor de las Moscas como grandes exponentes, el mundo donde transcurre la historia es uno sencillo, que utiliza sus debilidades presupuestarias y las convierte en fortalezas, donde el minimalismo ayuda a la sensación de abandono que sufren los jóvenes dejados a su suerte en el centro mismo de una pesadilla laberíntica. La fuerza, la entrada del espectador hacia la aventura, recae en los hombros de Dylan O´Brien, ese secundario que tanto fervor provoca en la serie Teen Wolf, y que finalmente deja de ser el mejor amigo para convertirse en un señorito protagonista, audaz y curioso por demás, comandando a un grupo de jóvenes actores que se van destacando y dando matices interesantes y algo oscuros. Dejando de lado la exasperación de todo producto apuntado a las masas púberes y la manía de tener que sobreexplicar todo para que no se pierda detalle alguno, la adaptación de la novela -a cargo de Noah Oppenheim, Grant Pierce Myers y T.S. Nowlin- no se siente como si seis manos hubiesen trabajado en la misma, hay coherencia y elipsis donde las tiene que haber, creando un producto de fácil digestión. Recuerdo algún que otro detalle clave de la trama, pero las escenas finales claramente han sido adulteradas para atraer a los sectores que no han leído el libro y se sientan cómodos con que algunas respuestas han sido contestadas, y la semilla de un futuro ha sido plantada de manera efectiva. Es más que obvio que este fin de semana Maze Runner logrará una victoria en la taquilla, que le asegurará llevar a buen puerto la saga hasta el final de la trilogía. De momento, tenemos entre manos una digna saga juvenil, vertiginosa, con un buen elenco joven, que augura buenos momentos de aventura y tensión.
Luego de la ingeniosa y celebrada Medianeras, Gustavo Taretto vuelve a utilizar como base fundacional un corto de su autoría para extenderlo a largometraje. Al igual que la arriba mencionada, Las Insoladas surgió en 2002 como una pequeña historia, donde dos amigas se dedicaban a abrasarse en pleno verano en la terraza de su edificio. Esas dos amigas ahora son seis y todas comparten la misma ambición: juntar plata e irse de vacaciones quince días al Caribe. Los peligros de estirar una historia que funcionaba desde un corto son muchos, y en la aventura de arriesgar se puede ganar un poco, pero también se puede perder. El resultado de Taretto es una comedia sutil, light, que retrata con cierto nivel de agudeza la amistad femenina, y también un claro reflejo de lo que significaba el pertenecer en los años '90, cuando el dólar en el país estaba en relación 1=1 con el peso, y la clase media disfrutaba de viajes a lugares paradisíacos... menos las protagonistas, aisladas en una terraza que, poco a poco, les va cociendo las mentes a lo largo de una tarde a la cual el adjetivo calurosa le queda chico. Los desaciertos de Las Insoladas son pocos. Por un lado, aún con un guión sólido de parte del director -crear seis mujeres bien definidas aunque un poco unidemensionales no es poca cosa para un guionista hombre- en el terreno de la comedia hay pocas situaciones en las cuales las carcajadas brotan con facilidad. Muchos de los diálogos son inteligentes, llevados a buen puerto por un grupo selecto de actrices bien elegidas para cada uno de los papeles, que elevan el nivel de un libreto relleno de mañierismos y detalles de la época, mientras que otros momentos y situaciones se notan forzados y no cargan el mismo contenido de hilaridad. Este desnivel no termina de adecuarse y el resultado general es amable, aún cuando hay escenas muy destacables a lo largo del metraje. Falta empuje y mas decisión para terminar de redondear un buen producto, que podría haber resultado una comedia más efectiva. Los aciertos, por otro lado, le dan otro gusto muy diferente al film. La fotografía es alucinante, creando un contraste muy logrado entre colores fuertes y la ciudad, ruidosa como siempre, en matices de blanco y negro, con un filtro dorado que ayuda a crear una sensación de sofocamiento compartido con el elenco, ayudando a esos gráficos que van mostrando poco a poco como sube la temperatura a lo largo del día. La unicidad, el estandarte que presenta Las Insoladas para equilibrar la balanza, son sus actrices, muy bien personificadas por un plantel de hermosas mujeres donde sobresalen por encima de las otras Violeta Urtizberea con sus letales ocurrencias, y Marina Bellati, como la problemática Vale. En general, todas tienen un ritmo chispeante y se retroalimenten las unas de las otras, creando esa sensación de que ya las conocemos muy bien desde hace tiempo. Le tenía bastante fe al estreno de Las Insoladas y, si bien no colmó las expectativas que generé hasta el momento de su visionado, es una gran entrada dentro de lo que significa la nueva oleada de cine comercial nativo. Sin duda alguna, no pasará desapercibida en las carteleras.
Nueva propuesta lacrimógena para adolescentes, basada en la novela juvenil de Gayle Forman, publicada en 2009. Al contrario que el éxito de género por antomomasia que resultó The Fault in Our Stars, If I Stay no llegó tarde y por eso se verá perjudicada, simplemente es un film menor y muy manipulador, que no consigue esconder con entereza los lugares comunes del género que visita en reiteradas oportunidades. Como ya lo demostrase con la liviana remake de Carrie el año pasado, Chloë Grace Moretz se va consagrando poco a poco como la genial actriz de su generación que es, y no importa la calidad del producto donde participe, ella siempre sale adelante y a todo pulmón. El drama que le toca vivir en esta ocasión tiene momentos paupérrimos y muy mal escritos, que se trasladan aún peor a la pantalla grande, pero ella es una campeona y timonea cualquier crisis que se le presente. En la piel de la sensible Mia, Moretz representa a un pez fuera del agua incluso en su seno familiar, donde madre, padre y hermano menor, todos fanáticos de la música rock y punk, giran en torno a ella, adicta desde temprana edad a la música clásica. Esta extrañeza propia se acrecienta con el oportuno arribo de un cortejante, Adam, la estrella de rock del pueblo, que la empujará fuera de su zona de confianza. Desconozco el tratamiento de las relaciones de los personajes en el libro, pero Moretz y su compañero Jamie Blackley gozan de un módico nivel de química, simplemente superados por el extraño amor que se profesan los padres encarnados por la genial Mireille Enos y Joshua Leonard. Pasando el endeble círculo romántico -que debería ser una fuerza imponente, el corazón de la película- un giro en el guión que es preferible no develar en este momento cimenta el trayecto que seguirá el film. A partir de ahí, ni el libreto de Shauna Cross -escribió la irreverente Whip It- ni el debut sin pena ni gloria del director R.J. Cutler -del interesante documental The September Issue- logran hacer levantar vuelo a una trama desprovista de corazón y buenos momentos. La condición bordeante en el realismo mágico que toma If I Stay se nota cargada, y va pesando más conforme pasa el tiempo, fragmentando la estructura narrativa con muchos saltos temporales y abuso de flashbacks, claramente los únicos recursos posibles que tenía a su disposición Cutler. If I Stay funciona para ir al cine, lagrimear a mares y salir, comentando que dura que fue la película, que genial es el papel de Chloe, y correr a comprar el libro en el que se basó. Con el paso de las horas, la historia se irá esfumando y quedará en el olvido. Una pena, porque una actriz tan joven se merece plataformas de salto mucho más sugerentes que una undécima adaptación literaria del estilo.
El paraje creado por el director David Michôd para The Rover no podía ser más inhóspito y desolador. Presentada como un western contemporáneo, la segunda incursión cinematográfica del australiano posiciona al espectador en medio de un brutal colapso económico y social, que deja las calles desiertas, y los remanentes humanos luchando por subsistir, donde una bala vale más que una vida humana. En el medio de esta aridez, el protagonista es un duro hombre que no tiene nada que perder, un vagabundo o trotamundos, como bien lo indica su título original. Australia. Diez años después del colapso. Ése es el único dato que se nos enseña para saber que el mundo no es el mismo. Casi no hay detalles explícitos que subrayen esa idea, con excepción de los diferentes personajes que van apareciendo y desapareciendo con el correr de los minutos. El detonante de la acción es simple y directo: al protagonista le roban su auto, tal vez la única posesión que le queda. Y la más importante, ya que saldrá en su búsqueda sin importarle lo que le depare esta caza humana. En el camino se encontrará con un peculiar joven, mitad Jesse Pinkman de Breaking Bad y Leonardo DiCaprio en What's Eating Gilbert Grape?, formando una inestable alianza en la abrasadora estepa australiana. Todo aquel que espere una aventura postapocalíptica al estilo de Mad Max se verá muy decepcionado, ya que ése no es el objetivo de Michôd. Con apenas un toque de historia, la más de hora y media de metraje transcurre entre paisajes oníricos, y una banda sonora -cortesía de Antony Partos- que a veces participa más que los protagonistas, y su impulso se siente en muchas de las escenas, creando atmósferas pesadas, asfixiantes, chirriantes. En el mundo de The Rover no hay buenos ni malos, hay mucho gris. El protagonista difícilmente haga algo que se gane la total confianza de la platea. Si estuviésemos hablando de otra película, el ciudadano de Guy Pearce sería un villano, que no se detiene ante nada ni nadie para conseguir lo que quiere, sin importar si tiene que gastar un poco de plomo. El papel de Pearce es fantástico y el actor le pone todo el cuerpo a este hombre duro y reacio, con mucho desgaste físico y psíquico, que repite más de una vez sus preguntas y que no está para chistes. Su contrapartida es un inesperadamente excelente Robert Pattinson, que los hará olvidar -a mí inclusive- el horrible papel que tuvo en la saga Twilight, demostrando que tiene pasta para componer papeles difíciles y desafiantes. The Rover no es una película fácil de ver, pero aún así es disfrutable. Aunque es dura, no es tediosa. Aunque es desoladora, la belleza de su fotografía es innegable, aún cuando el escenario del film priorice el polvo, sangre, sudor y metal oxidado.
Cameron Diaz es una de mis actrices de comedia favoritas, y ni hablar cuando se pone en modo guarra y nos entrega delicias cuestionables como The Sweetest Thing o la irreverentemente genial Bad Teacher. Con un título tan picante como Sex Tape, una pareja con tanta química como Jason Segel y un director capaz como lo es Jake Kasdan -el trío trabajó en la recién mencionada película de la profesora- se podían esperar grandes cosas. El resultado final no podía ser más decepcionante, con una comedia que tiene una buena trama pero que se estanca durante varias fases, con pocas escenas donde las carcajadas abundan. La Nueva Comedia Americana nos trajo este mismo año una producción explosiva como lo fue Neighbors, por lo cual era de esperarse el mismo nivel de bromas burdas y pasadas de rosca que en la película de Seth Rogen, teniendo en cuenta que su director, Nicholas Stoller, hace las veces de guionista acá. Y nada habilita a más escenas hilarantes que una pareja intentando recuperar un video sexual casero a toda costa. La desgracia cae cuando se desarrolla el nudo del conflicto. Tras un primer acto donde se nos presenta a una pareja que tiene muchas conexiones, tanto dentro como fuera de la cama -o biblioteca, auto o cualquier lugar donde se les ocurriese tener sexo- hay muy pocos lugares a los que recurre Sex Tape para sacarle una risa al espectador. Si tuvieron la fortuna de ver Neighbors, habrán notado que dicha comedia recurría a muchos y no dejaba ningún tabú de por medio, a la vez que ahondaba profundamente en el concepto de un seno familiar donde los padres se planteaban si todavía podían divertirse como si tuviesen 20 años. Éste no es el caso, ya que al deseo sexual en una dupla con hijos apenas si se hace referencia y los momentos de comedia no ayudan demasiado al tópico. ¿Una larga escena donde un perro feroz ataca al protagonista masculino? ¡Qué innovador! ¿Una lista de corrido de diferentes sitios porno? Wow, un festín de risas. Amén de un cameo que no vale la pena revelar para al menos guardar esa sorpresa, el elenco es bastante sólido, lo que hace que la propuesta no sea tan desastrosa. Diaz y Segel ya demostraron anteriormente que tienen pasta de comedia dura y la pareja amiga, encarnada por Ellie Kemper y Rob Corddry, aliviana el ambiente, además de la increíble labor de Rob Lowe como un potencial jefe para Cameron, un señor un poco extravagante con un pequeño problemita con cierto polvo blanco y películas de la factoría Disney. Ciertamente, la razón de que Sex Tape no se lleve un rotundo desaprobado es su intervención. Había verdadero potencial en la historia de este video casero suelto por las redes, pero con un guión de poca gracia casi nada pueden hacer los protagonistas para salvarse del escarnio público.
Los héroes de acción clásicos nunca fueron lo mío. Obvio, el más mentado fue Arnold Schwarzenegger con sus icónicas Terminator, pero del resto no puedo decir que alguna vez haya encontrado momento para ver una película suya al completo. Stallone, Norris, Lundgren, Li, realmente no se me viene a la mente una adolescencia donde haya completado de la primera escena a la última un clásico de acción de sábados por la tarde en Canal 13. Con decir que para el momento de la función de prensa de The Expendables 3 no había visto ninguna de las anteriores... por lo que hubo que imponer una maratón acelerada de las otras dos. La primera testeó las aguas con un grupo reducido de mercenarios descartables y un par de cameos sabrosos, pero con gusto a poco y un resultado amable. Ya para la segunda entrega el elenco se dobló y el efecto autoparódico y la acción ganaron terreno en una secuela que finalmente encontró el tono que debió seguir desde un principio. Ya con el comienzo de esta tercera -¿y ¿última?- aventura, los tiros -ejem- van muy bien encaminados, en un asalto a un tren en movimiento que introduce acción de alto octanaje y la carta de presentación del nuevo directo a bordo, Patrick Hughes. Con la inclusión de un nuevo Indestructible veterano -atentos a la excelente causa de su encierro-, el hilo argumental presenta al villano de armas tomar: si en la primera era un ignoto general muy parecido a Fidel Castro y un corrupto agente americano, y la segunda ya tenía al eximio Vilain en la piel de Van Damme, en esta ocasión la venganza es el motor primordial con la aparición del feroz Conrad Stonebanks de Mel Gibson, muy a gusto con papeles de villano -también interpretó a uno en la secuela Machete Kills-. Por miedo a perder a sus amigos de toda la vida enfrentando a este antiguo enemigo, el líder de la banda elige hacer a un lado a su equipo original y contratar a sangre fresca, porque si hay algo que sobran son las luminarias jóvenes dispuestas a morir por una causa que les es ajena. Entre las caras conocidas, quizás los que tomen la posta para una nueva trilogía, están Kellan Lutz, la explosiva Ronda Rousey y el hilarante Galgo de Antonio Banderas, uno de los puntos álgidos del film. Y así el rocoso Sylvester Stallone sale a terminar lo que empezó hace muchos años, con varias vueltas de tuerca previsibles pero no por ello menos disfrutables, nuevas caras -Kelsey Grammer como un recluta de jóvenes prodigio y Harrison Ford supliendo a un cameo en las previas entradas- y mucha pero mucha más acción, como si las entregas uno y dos combinasen su potencia armamentística. Llega cierto momento, sin embargo, donde tanto cascoteo de un ejército completo frente a un puñado de expertos mercenarios genera una desensibilización impresionante y los escombros en pantalla abruman un poco, pero todo está dentro de lo permitido en una continuación del estilo. Quiero creer que el pobre éxito en taquilla nativa de The Expendables 3 tuvo que ver mayormente con la filtración de un "workprint" días antes del estreno y no con la calidad final de la película, que finalmente encuentra el equilibrio entre la parodia de todos los involucrados y la acción ochentosa y noventosa que se espera de un producto con estilo. Y si este es el fin de un capítulo de la saga, al menos se despidieron a lo grande y con redoble de tambores.
Semanas después de haber visto Relatos Salvajes todavía no puedo sacarme esa sonrisa de la cara cada vez que recuerdo algún momento de la película. Casi nueve años después de su última incursión en el cine, Damian Szifrón se tomó su tiempo pero el resultado es insoslayable: estamos frente al éxito taquillero nacional del año, ese que genera alabanzas tanto del público y de la crítica y cuyo boca a boca será la comidilla de todos los lugares públicos. No estoy exagerando y, si exagero, no le hace mal a una película que en el mercado actual del cine nacional, viene a reivindicar lo que significa el buen cine comercial del país. A través de seis historias cuyo único nexo es la liberación del monstruo de la violencia que llevamos todos dentro, Szifrón construye un largometraje de vuelo internacional, que nada tiene que envidiarle a grandes producciones norteamericanas. Relatos Salvajes es prácticamente un film inclasificable: podría ser una comedia -negrísima, si vamos al caso-, un thriller -sus momentos de suspenso están muy bien cronometrados- o hasta un drama -el peso dramático existe- pero en general la mezcla de tonos y ese total desdén por evadir clasificación alguna es lo que la hacen aún más grande. Como director, Szifrón sabe lo que quiere y el estilo con el que filma denota una persona precisa, y eso se refleja en pantalla. Como guionista, el toque argentino se encuentra fuertemente presente en cada historia, pero cada una tiene un aire humano universal, esa mezcla entre impotencia y justicia por mano propia, que es imposible no generar empatía con alguna u otra situación. A cada relato lo acompaña también un elenco fascinante, la créme de la créme nacional, ya sea desde la pequeña participación de Darío Grandinetti en la hilarante Pasternak, el contraste de la rudeza de Rita Cortese y la bondad personificada de Julieta Zylberberg en Las Ratas, pasando por la solvencia de Ricardo Darín y Oscar Martínez en Bombita y La Propuesta, respectivamente -la primera de seguro con visos a convertirse en una favorita de la gente-. Ciertos puntos álgidos, sin embargo, son el segmento El Más Fuerte, donde el estirado personaje de Leonardo Sbaraglia la pasa mal en un hermoso paisaje en el norte del país, y el corto final, Hasta que la muerte nos separe, donde Erica Rivas demuestra una vez más que es un tesoro nacional, personificando a una flamante novia que se entera de lo peor en su casamiento. Relatos Salvajes es una experiencia cinéfila única, con un director cuyos trabajos se hacen desear, pero cuando llegan arremeten con todo y nos dan los mejores momentos del cine nativo. Una cita imperdible para conectar con el animal salvaje que todos llevamos dentro.