Interstellar es una película enorme y muy abarcativa, pero que lamentablemente será más polarizante aún que Inception, el anterior film original de Christopher Nolan. Si pensaban que por momentos aquella era difícil de seguir por su enrevesada narrativa, prueben suerte con los tratados cuánticos y relativos que propone la gargantuesca odisea espacial de Nolan, que expone las mejores y peores cualidades de un director único en Hollywood. Así como los personajes dentro del film, como espectador hay que hacer un sacrificio, un pacto para con Interstellar: ya que las nociones de los viajes espaciales, agujeros negros y diversas dimensiones son muy densas, el guión de Jonathan Nolan intenta simplificar mucho y el resultado es un viaje intergaláctico que asombra al mismo tiempo que abruma. Lo que alguna vez fue un vehículo directorial para Steven Spielberg -hay grandes rasgos de sus historias presentes aquí- es una mezcla y homenaje a Stanley Kubrick y al cine de Terrence Malick, pasando por viajes más convencionales y cercanos como Sunshine de Danny Boyle o Contacto de Robert Zemeckis, y todo lo que se les ocurra que sea pertinente al tema. Por eso, es ideal tener la mente muy abierta y sobrevivir a algunos diálogos demasiado expositorios y nociones técnicas que confunden. Una vez que la trama se ponga en marcha tras un primer acto que presenta la angustiante vida en la Tierra, la mente de Nolan tiene carta blanca para presentar una maravillosa y a la vez escalofriante inmersión hacia el espacio exterior, más allá de todo lo conocido por el ser humano. A diferencia de pinceladas más coloridas y agradables del espacio como suelen aparecer en series de ciencia ficción estilo Star Trek, la aproximación realista pura y dura del director en Interstellar está plasmada con fiereza. Estos planetas desconocidos son territorios completamente hostiles, que podrían o no permitir la perpetuidad de la especie humana. Por eso, cuando Nolan está en el espacio es cuando su capacidad como narrador transciende toda línea, y sus personajes se cuestionan todo lo conocido, mientras se enfrentan a sus peores miedos y esperanzas. Si nos remitimos a los efectos prácticos y especiales, la novena película de Nolan es una proeza técnica que seguro estará nominada a los próximos premios de la Academia. Visualmente, es el film más enorme en lo que va del año, acompañado con un equipo técnico de lujo calibrado hasta el más mínimo detalle -mucha atención al detalle en el espacio- y una banda sonora del siempre dramático Hans Zimmer, que en un cine de buena calidad sonora -es requisito verla en una pantalla IMAX en lo posible- genera una amalgama con las imágenes en pantalla difíciles de superar. Hay un gran trabajo de parte de Matthew McConaughey al crear un protagonista convincente tanto como ingeniero y piloto aeronáutico, como también actuando de granjero y padre angustiado por dejar a sus hijos atrás, a su suerte. Hay rasgos parecidos a su Rust Cohle de True Detective pero están bien medidos, y se apoyan en los secundarios de la creíble Anne Hathaway como la única mujer de la misión, y la presencia impoluta de un Michael Caine algo desaprovechado, pero que nunca sobra. Jessica Chastain es otra gran figura sumada que tiene un papel interesante pero que no termina de hacer mella, aún cuando las escenas dramáticas en las que se encuentra son pivotales a la trama. Al hacer un viaje espacial tan arduo como azaroso, uno espera una respuesta contundente y calculada. Sin embargo, Interstellar llega a su clímax y lo que los viajeros encuentran es una verdad que se percibe demasiado sentimentalista en manos de un director algo frío como Nolan. La revelación del último acto es el salto final que debe afrontar el espectador para decir si valió la pena tanto esfuerzo. Es un concepto arriesgado, que tiene no pocas falencias, pero que se agradece que el director haya logrado llevar a cabo.
Así como en enero pasado tuvimos el agrado de presenciar el evento cinematográfico que resultó ser La vida de Adéle, no termina el 2014 y finalmente ve la luz del día el gran proyecto que Richard Linklater pergeño durante doce largos años y se establece como un hito en la historia del cine. Es muy difícil no ponerse emocional al hablar de Boyhood, una maravillosa historia que tiene al espectador como protagonista cómplice mientras presencia el crecimiento del pequeño Mason en el seno de una familia disfuncional a través de la llegada a la vida adulta. Filmada en más o menos 45 días a lo largo de doce años como si de pequeños cortos se tratasen -un estilo fragmentado, que el director dominó con la eximia trilogía Before...- Boyhood es una tarea titánica, que sólo un director con mucha paciencia y los ojos en la meta como Linklater podría lograr. Armado con secundarios adultos como la potente Patricia Arquette y un amigo de la casa en Ethan Hawke, el foco del film es la vida y obra de Mason, un chico bastante apático, que oscila entre los videojuegos y los fines de semana con un padre algo ausente. Entre un hogar y otro, y la presión de dejar una huella en el mundo, Mason irá creciendo ante los atentos ojos del incrédulo espectador, que ante cada nueva escena verá como Ellar Coltrane irá cambiando de piel conforme pasen los años y las hormonas hagan efecto. Mucho se ha hablado del joven Coltrane, quien hace un magnífico trabajo siguiendo la línea practicamente abúlica de su personaje, pero en general el paso del tiempo afecta a todo el elenco, y también es destacable el agigantado crecimiento de la hermana Samantha, interpretada por Lorelei Linklater, hija del director, y su cambio de personalidad y asentamiento a la vida adulta con el correr de los años. Puede resultar fácil a primera vista filmar durante tanto tiempo y haber logrado captar tantos momentos pequeños que demuestran el paso de los años, pero hay una mirada muy particular de Linklater en cuanto a los detalles en pantalla. Cada canción, cada video, cada moda, están planeadas con premeditación, y aumentan la sensación de haber roto la intimidad de la familia y estar espiando momentos muy personales. El guión ayuda mucho a crear esta sensación de familiaridad, con situaciones y diálogos muy cotidianos con los que uno se puede relacionar. Tampoco es que el libreto es sencillo y pasatista; al fiel estilo de Linklater, Boyhood tiene su cuota de amargura y cinismo, pero también de romance y magia. El joven Mason tiene una oscura idea de lo que le espera a uno en la vida cuando crece y la apatía propia del personaje se refleja en la vida que tuvieron sus padres al tenerlos a él y a su hermana de joven. Hay discusiones fuertes y trágicas, tan reales que asustan, y otras tan profundas que lo dejan a uno pensando, más allá de la escena final, que propone una idea tan deliciosa como estremecedora. Boyhood es un evento imperdible que refleja el vuelo rasante de ese director tan estimado que es Richard Linklater. Sublime y única, sobran los calificativos para describir esta grandiosidad hecha película.
Chico conoce chica, pero chica ya tiene novio. Esta es, básicamente, la trama de What If?, la nada novedosa pero igualmente encantadora comedia romántica que tiene como motores de arranque a un disfrutable Daniel Radcliffe y a una adorable Zoe Kazan, que ya venía de robarnos el corazón con la fantástica Ruby Sparks. Al igual que la siempre presente 500 Days of Summer, el punto de encuentro en el film de Michael Dowse es la sorprendente conexión que comparten en pantalla Radcliffe y Kazan, él como un estudiante de medicina todavía llorando su última relación y ella una vivaz diseñadora y artista que se encuentra en una relación duradera con un novio algo mayor que ella. La historia romántica de siempre cobra un nuevo y vibrante sentido a partir de un guión filosísimo de Elan Mastai, que utiliza la química de su pareja protagónica para apoyarse en una serie de personajes secundarios hilarantes y situaciones aún más descabelladas y graciosas. No se puede pasar por alto que muchas de estas situaciones involucran los estallidos de locura de la parejita de amigos de ambos interpretados por los ascendentes Adam Driver y Mackenzie Davis, que están a punto de reventar en pantalla y entrar en las grandes ligas. Sus Allan y Nicole tienen el desacato y la ligereza que Wallace y Chantry no poseen, y se pueden considerar los mejores momentos del film cuando ellos están presentes. Hay algo muy genuino en la manera de atravesar la historia, incluso en sus momentos más expositivos y comunes del género, donde la novedad se diluye en pos de situaciones conocidas, pero con un ligero toque de innovación. Radcliffe está en su salsa con nuevos papeles alejados del joven mago y Kazan parece haber nacido para hacer comedias románticas alternativas, una versión menos edulcorada de Zooey Deschanel que no genera ahogo con su incipiente rareza y ojos gigantes. Sumando los factores de un gran ojo de Dowse para hacer de Toronto la Nueva York de turno con sus lugares más importantes e intentar ganarle al cinismo del espectador, What If? es una pequeña joya que devuelve las esperanzas del amor contra el cínico y te despide con una sonrisa de lado a lado.
Me gusta lo cínica que es la mirada de David Cronenberg sobre Hollywood en Maps to the Stars. Su última película puede pecar a veces de pretenciosa -esa andanada de nombres lanzados al aire desde el guión de Bruce Wagner puede divertir y agotar al mismo tiempo- pero a su vez es una afilada radiografía del estado actual anímico del estrellato americano, donde el concepto de normalidad en una familia prácticamente es inexistente, los desbordes comienzan a una edad a la cual la palabra temprana le queda muy grande, y donde el sexo, la sangre y la muerte venden, y mucho. La entrada del espectador a este inframundo paradisíaco es el personaje de Mia Wasikoska, una joven que lleva las marcas del fuego en su piel y actúa casi obnubilada, presa de una fascinación por conocer al jet-set local. Lejos es el personaje más agradable además del chofer que interpreta Robert Pattinson -¿podemos decir que es actor fetiche del director ya?- ya que los ánimos se caldean con la introducción de la agradablemente asquerosa Havana de la colosal Julianne Moore y la joven promesa perdida en los excesos de Evan Bird. Hay un padre que vendría a ser un gurú new age a cargo de John Cusack y una mamá manager -momager- en Olivia Williams, todos respondiendo a la violencia que genera el medio y devolviendo el golpe con dos veces la misma fuerza. La historia es tóxica, la gente es cáustica y Cronenberg no se deja avasallar y provoca desde todos los ángulos: mucha violencia, locura en demasía, sexo explícito y los menores de edad no están fuera de los límites. De tener una idea más cohesiva desde lo narrativo, el film hubiese sido un golpe del cual la Meca del cine todavía se estaría recuperando, pero cuando lo surreal, lo satírico y lo humorístico entrechocan, el resultado tiende a ser confuso y excesivo. El coqueteo con lo mitológico, con la repetición de un bello poema una y otra vez, y la siempre presente idea del incesto resultan apabullantes. Jugar a ser una sátira del medio, un drama de una familia disfuncional y vestigios de sobrenaturalidad no le sientan muy bien a Maps to the Stars, y aunque el cóctel no sea tan nocivo como los personajes en pantalla, Cronenberg sale airoso. Su visión pasada de éxtasis de Hollywood, aún entre tanta locura, toca a las puertas de varias celebridades. Toca, y bastantes veces.
The Conjuring fue una sorpresa en todo sentido. Un film original de horror, basado en un caso real, que no era ni secuela ni reinvención de una saga, con mucho pedigree actoral y un presupuesto módico, que en la manos de un director capaz y un guión bien armado logró convertirse en uno de los éxitos comerciales más rotundos del año pasado. La fiebre por los Warren no podía contenerse por mucho tiempo, y la secuela -ahora pospuesta hasta 2016- no se hizo esperar, además de darle luz verde a un spin-off con uno de los elementos que caló más hondo en los espectadores: la aterradora muñeca Annabelle. Lejos de ser una encarnación femenina del endiablado Chucky, esta es una figura quieta que atemoriza por su sola presencia más que por hacer las proezas malignas ella misma. No obstante el miedo que causaba originalmente, que funcionaba desde un esmerado prólogo en The Conjuring, en Annabelle resulta apenas en una sombra. Lanzada casi un año y meses después del estreno de la la primera, el apuro del estudio por no perder el interés del público generó un efecto dominó al estilo de las clásicas Saw, filmadas una por una a la velocidad de la luz y estrenadas con un año de diferencia entre ellas. Se nota que hubo una sesión de brainstorming rápida para pensar los orígenes de la muñeca macabra y, en el comienzo, la idea de atar esos orígenes a problemáticas de la época es muy interesante. Con el advenimiento de los cultos satánicos -en especial uno que se menciona casi específicamente en el film- la idea es en fin bastante similar al origen de Chucky, pero escondiendo la carta de película serie B en sus mangas. En esta ocasión no van a encontrar caras conocidas, pero sí una amorosa pareja joven en Annabelle Wallis y Ward Horton, viviendo el sueño americano hasta que una noche todo cambia para peor. Uno de los errores más crasos de Annabelle es su alarmante falta de sustos, así como que tampoco haya una escala significativa y agobiante de terror. Es más, los mejores sobresaltos de la película nada tienen que ver con la muñeca, sino con factores alternos que no vale la pena revelar en este momento. Llegada cierta parte de la trama, casi como que el guionista Gary Dauberman -cuyo nombre aparece en films de género de dudosa calidad- se olvida de que el centro siempre tiene que ser la dulce Annabelle y se extiende hacia otros territorios, obviando que el foco es la que le da el nombre al título. Tampoco ayuda el hecho de que Wallis y Horton tienen bastante química en los momentos en los que interactúan el uno con el otro, pero a la hora de sufrir y gritar por su vida, ella queda opacada por el peso del papel, que ni siquiera debería agobiarla. Para salvar las papas del fuego está la condecorada Alfre Woodward, que borda su pequeño papel con suficiente fuerza gravitatoria para darle peso a la trama. Hay una sola escena con la cual sentí que Annabelle realmente podría dirigirse hacia territorios muy pantanosos y estaba feliz de que pudiesen haberse animado a ir por ese camino. En cuestión de instantes, el film hace borrón y cuenta nueva y sigue su camino hacia el previsible final, con la nota que la conecta con The Conjuring. Para ser un producto apresurado, el film es lindo de ver estéticamente, pero difícilmente un cuarto de lo que generó su superior predecesora.
The Giver corre con la ventaja de que su creación data de 1993, año en el que el libro de la autora Lois Lowry fue publicado, mucho antes de que siquiera existiesen esbozos de sagas como The Hunger Games o Divergent, para poner ejemplos actuales. Tampoco esta adaptación está interesada en ser un modelo de acción, sino que va tocando los temas que le conciernen con un ritmo pausado, que va escalando poco a poco, pero cuya finalidad no es ser recordada como un vehículo adrenalínico. La productora The Weinstein Company no tuvo suerte el pasado febrero cuando apostó a otra franquicia literaria, Vampire Academy, y tampoco creo que haya dado en el blanco en esta ocasión. Es comendable sin duda el esfuerzo de producir inicios de franquicia que le escapan un poco a las reglas dictadas por Hollywood, sobre todo por sacar del estancamiento a esta interesante propuesta cuyo génesis se encuentra años atrás en las manos de Jeff Bridges. El libro de Lowry, el primero en una serie de cuatro publicados de 1993 a 2012, estuvo durante mucho tiempo en una tormenta de polémica, con colegios primarios y secundarios de Estados Unidos prohibiendo su lectura mientras que otros lo agregaban a la programa oficial. Al ver el film, uno puede vislumbrar semejante revuelta por los tópicos elegidos dentro de esta sociedad totalitaria que decide deshacerse de las emociones y crear una atmósfera colectiva de igualdad a toda costa. Es una desgracia que estas ideas se pierdan un poco en el trayecto del libro a la pantalla grande, ya que el guión de Michael Mitnick y Robert B. Weide no le hace justicia a la radicalidad de la prosa de Lowry, con un tono bastante conservador y jugando a lo seguro -resta decir que la película tiene una calificación PG-13, anulando cualquier vestigio de polémica al instante-. Dichas ideas perdidas, el potencial de la historia, es lo que también debe haberle llamado la atención a figuras como el mismo Bridges -que también produce-, la gigante Meryl Streep en piloto automático o los menores pero solventes Alexander Skarsgård y Katie Holmes, todos aportándole peso a sus papeles secundarios. Me sigue sorprendiendo además el gran salto que ha pegado el joven Brenton Thwaites, un muchacho casi desconocido que sólo este año ha visto tres películas en la cartelera local -la de horror Oculus, un pequeño papel en Maleficent y la presente- así que le debe agradecer a su agente el buen posicionamiento. Le falta camino, por supuesto, pero pasta de actor tiene. Su protagonista aquí no entrará en ningún panteón cinéfilo, pero cumple su objetivo de generar empatía en su situación actual. La visión de un futuro impoluto, donde las emociones no existen y los colores menos aún, está bien manejada por un director de peso como lo es Phillip Noyce. No hay grandes despliegues de invención futurista, aparte de una comunidad avanzada con un aspecto muy aséptico y bien cuidada, pero los pequeños detalles son los que destacan. A medida que el protagonista va "despertando a la vida" y descubriendo más del pasado, el blanco y negro deja paso a toques de color -no tan certero como en Sin City, pero acorde con esta visión de futuro- y la paleta de la fotografía va cobrando matices más cálidos. Es un recurso bastante utilizado y con mejores resultados anteriormente, pero le da personalidad y define al film, aún cuando el efecto se gaste llegado al final. Veo difícil que The Giver se convierta en una saga, sobre todo porque su escena final tiene un agradable sentido de conclusión, pero uno nunca sabe. Con una duración escueta y pasable, un elenco interesante y un par de ideas bastante particulares, creo que el voto de confianza para esta nueva utopía está más que justificado.
Estoy lejos de ser el sector demográfico que disfrutó de la serie The Equalizer, que incluso terminó su recorrida de cuatro temporadas y 88 episodios antes de mi nacimiento, en agosto de 1989. Su héroe, Robert McCall, era una especie de vengador anónimo que ayudaba a los más indefensos, algo así como Los Simuladores locales, aunque violento cuando la situación lo requería. Y si violencia es lo que se necesita, qué mejor dupla que la del director Antoine Fuqua y el inmenso Denzel Washington para llevar a cabo una reimaginación de este personaje en los tiempos que corren en El Justiciero, un film de acción con muchos elementos de viejas épocas pero con pequeñas pizcas de actualidad. No puedo decir que conozca con certeza la historia detrás del héroe que nos compete, pero el papel parece hecho a medida para Washington, que aún a los 59 años se puede dar el lujo de patear traseros y lucir alucinante haciéndolo, como hace no mucho hicieron actores como Liam Neeson o Kevin Costner. El talentoso afroamericano le da a su Robert demasiada apatía y puntillismo para crear un personaje en las sombras, que claramente carga un pasado en sus hombros, que hace que posea un perfil demasiado bajo. En el trabajo es un hombre amable, que agrada con facilidad, y que a primera vista no podría lastimar ni a una mosca. Pero en el momento en que una jovencísima prostituta -Chloë Grace Moretz jugando a un papel al que no termina de hacerle honor- se cruza en su camino es que las cosas se complican y dan paso a la acción. La primera hora de The Equalizer es bastante tranquila, con un punto y aparte con muchas otras compañeras de género. El mantener la calma, presentar a los personajes y al mundo que habitan en el film, el crear una rutina y dejar al espectador conocer a McCall significa que, cuando el momento de la acción llegue, su pulsante electricidad tendrá más peso. Y lo tiene, con creces. Cuando finalmente el héroe decide enfrentar a los jefes de la vulnerada prostituta, sabemos que los chicos malos la van a pasar mal, muy mal. Desde el guión de Richard Wenk, toda la trama está balanceada para que se disfrute con el castigo justo, que cada golpe y uso irreverente de los utensilios a mano generen un aplauso espasmódico por parte de la platea. Wenk sabe donde ciertas escenas generan más impulso y no es para menos, ya que fue guionista de The Mechanic y The Expandables 2, la más disfrutable de dicha trilogía. Fuqua le sigue bastante de cerca el juego a su guionista con esa sensación de crecimiento de la situación, que termina explotando y generando repercusiones para todos los involucrados. El haber desbaratado a una importante operación rusa de ilegalidades varias toca el techo de hasta donde llega el poderío de la película y de ahí en más el buen rollo construido se va desinflando poco a poco. Con la introducción del villano de turno -un Marton Csokas extravagante y peligroso por demás- que vendría a hacerle frente a McCall, la trama comienza a estirarse más y más y más, espaciando las escenas de acción y diluyendo la adrenalina en sangre del espectador. La falta de ese mantenimiento constante de la tensión -vamos, es un hombre contra un ejército de rusos malosos, ¿qué puede salir mal?- desconcierta, aunque Washington es un señor actor y mantiene el nivel durante los longevos 131 de duración. Celebro el minimalismo de la acción y el uso del combate mano a mano, así como la utilización de artefactos manuales y hogareños antes que una buena andanada de balazos, pero la indestructibilidad del héroe -al fiel estilo de Chuck Norris- termina generando un bajo nivel de sorpresa. Nada parecería salirle mal y esa invulnerabilidad se nota. The Equalizer tiene el potencial de convertirse en un nuevo vehículo de lucimiento para Denzel y no por nada Sony Pictures ya le dio luz verde a una segunda parte. Con unos retoques menores y un villano con similaridades a nuestro héroe, podemos estar seguros de que será un espectáculo memorable. Mientras tanto, el comienzo no es para nada desdeñable.
No sé hasta qué punto podemos considerar el talento de Robert Downey Jr. como una cualidad versátil. Ya sea en su gran regreso con el fantástico Tony Stark o como el renovado Sherlock Holmes, sus papeles de ahora en más tienen ese cinismo y verborragia que el multimillonario vengador de la saga Marvel posee. En The Judge, Downey Jr. es un abogado bastante inescrupuloso y canchero, un Stark de saco y corbata, pero la fuerza dinámica de su actuación, sin un traje especial ni efectos por computadora donde esconderse, le ayudan a conseguir estabilidad en una historia pequeña pero con corazón. Perteneciente a la veta de películas identificadas como courtroom drama, que transcurren en la totalidad de un juicio, The Judge se nutre de muchos tópicos de género para armar su trama: gran abogado de pueblo pequeño que regresa a su ciudad natal tras la muerte de un progenitor, un estilo de vida espectacular pero casi en ruinas, una mala relación con la familia y una gran lista de etcéteras comportan el exoesqueleto narrativo. El núcleo es el regreso del protagonista y la colosal batalla de egos entre él y su padre, un testarudo juez local que por primera vez en 42 años se verá del otro lado del banquillo, como acusado. Entre el juicio y los encontronazos familiares transita el film de David Dobkin, director abocado a la comedia que demuestra que puede conducir un drama familiar con mucho pulso para que el espectador no se aburra en las más de dos horas que dura la película. Eso ya es mucho crédito para un género tan limitado y exclusivo, que se basa en muchos diálogos y exploraciones de carácter humano. De haber recortado y pulido un poco los condimentos extra de la trama que no van a ningún lado -esa relación pasajera que deviene en algo más con la moza interpretada por Leighton Meester es totalmente innecesaria-, el peso dramático del film hubiese estado más consolidado. Hay un gran elenco detrás de la dupla principal -genial la sutileza trabajada de Vincent D'Onofrio y Jeremy Strong como los hermanos del protagonista, la siempre agradable Vera Farmiga como una ex-novia, la solidez de Billy Bob Thornton como el abogado opositor- pero el peso dramático de Downey Jr. y un inspirado Robert Duvall son la razón de peso para animarse al drama judicial. Ambos se entregan a la tarea de destrozarse verbalmente como dos personas que se callaron muchas cosas durante mucho tiempo, y los choques que tienen son dignos momentos para marcarlos cual rounds de pelea de boxeo. Aún cuando el guión los empuje a situaciones donde el drama está subrayado con una brocha muy gruesa, ambos salen airosos y con muchas chances para entrar a la carrera del Oscar en febrero. Gracias a los colosos de Robert Downey Jr. y Robert Duvall es que The Judge sobrelleva sus limitaciones narrativas. Con mucho sabor a una historia dramática de Stephen King -ayuda mucho a pensar esto el hecho de que la música está conducida por Thomas Newman, compositor del clásico The Shawshank Redemption- y un gran elenco es como el film logra un visto bueno, donde sus lugares comunes no dañan.
Woody Allen malacostumbró a su platea usual con las excelentes Midnight in Paris y Blue Jasmine, y es por eso que quizás se esperaba mucho de Magic in the Moonlight, su flamante nueva película, de esas que estrena todos los años, llueva o truene. Difícilmente pase a los anales propios del autor como un éxito, pero el encanto innato de las historias de Woody le juegan a favor en esta pequeña historia, que encaja perfecto en la definición de "amable". A partir de la base recurrente de la creencia versus el escepticismo, el protagonista masculino recae en el siempre perfecto Colin Firth desparramando clase a partir de su mago de gran fama con porte inglés clásico -un papel que no puede salir mal en manos de un experimentado actor como él- que es invitado a las hermosas costas francesas para desenmascarar a una supuesta médium americana. Una vez presentados los deliciosos personajes que tendrán su momento durante la trama, poco a poco el sinuoso camino del cínico que se vuelve creyente va siendo transitado por el director. Quizás en manos de otro la trama se hubiese visto trillada y hasta gastada, pero Allen logra sacar adelante un material pasado de moda con el virtuosismo que caracteriza a sus historias, a sus personajes y a sus diálogos. Incluso trabajando a media máquina -como es el caso, sabemos que es capaz de mucho más- sus comedias tienen identidad propia y logran no fatigar al espectador. Casi a punto de convertirse en una nueva musa para el cineasta, Emma Stone le presta el encanto de su presencia a la americana Sophie. ¿Es una gran farsa su poder para comunicarse con el más allá o realmente tiene un nexo ultraterrenal? Mejor no adelantarlo, pero la calidez que despliega en pantalla hace que la historia sea aún más liviana. Firth y Stone son soberbios actores pero es imposible creerles un romance, sobre todo por la diferencia de edad que se llevan, que si bien no es muy notoria en la trama, es algo inevitable de percibir. Hay un gran trabajo de los secundarios, desde una elegantemente aristocrática Eileen Atkins hasta el abobado Brice de Hamish Linklater, aunque desperdicia bastante a las magníficas Marcia Gay Harden y Jacki Weaver, que con más dimensión hubiesen logrado momentos magníficos pero se quedan en encomiables trabajos de acompañiamiento. Las vacaciones en la Riviera Francesa sientan bien en Magic in the Moonlight. Hay un gran protagonista mordaz y ácido en Firth, hay momentos que producen carcajadas, la ambientación está logradísima -dan ganas de viajar en el tiempo a los años '20- y, en general, es un visto bueno para Woody, que aunque entregue una versión aguada de su talento, es garantía de calidad siempre.
Una curiosa conexión comparten Delirium y otra película que se estrena el mismo día, Perdida: ambas comienzan y terminan con la misma escena. Aunque retrabajadas desde otra óptica, el comienzo y el epílogo son postales del inicio y el final de un viaje. Sé que la comparación es mezquina y demasiado amplia, pero ahí donde Gone Girl supo hacer pasar mucha agua bajo su puente en 149 minutos, Delirium poco y nada tiene para ofrecer en sus 85 minutos, más que una buena idea y una pobre ejecución. Exponiendo un claro ejemplo de la picardía argenta, tres amigos inseparables cansados de la rutina diaria del trabajador cotidiano -y trabajador entre muchas comillas, ya que uno solo de ellos tiene un trabajo estable- se lanzan a la carrera de dirigir una película que los haga ricos de una vez por todas. Tras un gran puñetazo a la industria fílmica nacional en un chiste que funciona pero se va desinflando poco a poco por su extensión, el trío no tiene mejor idea que utilizar la fama de Ricardo Darín, consagradísimo actor que tiene el toque de Midas en cuanto largometraje protagonice. Ver a un Darín distendido es la mejor basa que tiene Delirium, un elemento que juega a su favor desde el momento que el actor entra en escena, pero que pierde en consistencia en cuanto a todo lo demás se refiere. Miguel Di Lemme, el desacatado Emiliano Carrazzone y Ramiro Archain, con sus morisquetas continuas, integran un trío de amigos que convence y resulta fresco, pero el guión y la dirección de Carlos Kaimakamian Carrau hacen que todo el delirio que se propone se torne agridulce con el paso de los minutos. La trama, que comienza como una comedia picaresca pera devenir en una con toques de humor negro, genera algo extraño: las escenas humorísticas tienen un ritmo in crescendo, el espectador es cómplice de la risa, pero la carcajada nunca llega. Situación similar a un surfista en la cresta de la ola, que cuando está por rematar su movida, se cae al agua. Lo mismo le ocurre al film, en su mejor momento, flaquea y abandona su cometido. Es una de las falencias más graves del director: teniendo potencial, y más aún presentando una situación donde el país está al borde del caos absoluto, para luego diluirse en la idea de delirio que propone el autor, es poca retribución para el espectador que hizo un pacto con la situación de descontrol propuesta. Un vestigio de lo que pudo llegar a ser, Delirium es una comedia con geniales ideas pero que se queda muy atrás de las expectativas que genera, aunque muestra otra cara de Darín que da gracia presenciar. Aún así, dudo que su toque de Midas logre generar buenos dividendos para ella.