Thanks for Sharing es una dramedia que llega demasiado tarde a las carteleras -su estreno norteamericano data de 2012- pero que no por eso le resta mérito e importancia a su historia, donde tres hombres batallan el duro estigma de la adicción al sexo. Stuart Blumberg elabora aquí su primer trabajo como director y también firma el guión junto al actor Matt Winston. Blumberg ya había trabajado en el subgénero junto a Lisa Cholodenko en una de las grandes favoritas del 2010 como lo fue The Kids Are All Right, y acá vuelve a traer al ruedo al estupendo actor que es Mark Ruffalo para darle vida a un hombre maduro alejado ya de la ajetreada vida sexual que su enfermedad le trajo, pero que vuelve a enfrentarse a sus demonios cuando conoce a la atractiva Phoebe -Gwyneth Paltrow-. El segundo es Tim Robbins como el líder de un grupo de ayuda, que se ve en aprietos cuando su hijo adicto a las drogas regresa al seno familiar. El tercero es el médico interpretado por Josh Gad, enviado por la corte al grupo para solucionar su problemas de acercamiento a la gente, mas precisamente mujeres. Del más grande al más chico, los tres están conectados por las reuniones y cada uno es el patrocinador del otro. Si bien los toques de comedia son pocos, más que nada la sombra del drama sobrepasa los momentos humorísticos y los románticos, Blumberg balancea con suficiente tino las situaciones, aunque desde el guión la segunda mitad de la película haga aguas y trastabille con los propios clichés del género. De lejos, la pareja de Ruffalo y Paltrow es la de más peso, con una química fascinante y atrayente -la escena del parque es excelente- y una vez más, me saco el sombrero frente a él, un actor que uno nunca tiene en cuenta como "bueno" pero cuando se lo ve trabajando, construyendo un personaje en pantalla, asombra. Robbins tiene la suficiente presencia como para salir airoso de la línea argumental más simple y común, mientras que las sorpresas recaen en Gad y el rol más dramático de la cantante Pink al momento. Él -quizás no lo tengan, pero fue la voz del dulce Olaf en Frozen- tiene un timing de comedia muy fino, y ella destaca por su naturalidad frente a las cámaras. Las historias cruzadas de Thanks for Sharing funcionan con simpleza desde el guión, que arroja a sus personajes a los típicos recovecos oscuros de cualquier problema de adicción, pero lo que realza la idea del film es su elenco sólido y conmovedor durante momentos, sin abandonar nunca el lado amable y sensible.
La nueva aparición de las queridas Tortugas Ninja viene de la mano del Amo de las Explosiones Michael Bay y la -no tan nueva- serie de Nickelodeon, que en el año 2009 se hizo con los derechos de este singular cuarteto y lo revivió, no en forma de fichas, para posteriormente lograr su salto a las pantallas de cine. Ya tener en cuenta que el film tiene el visto bueno de Bay y proviene de una empresa como Nickelodeon Movies debería darle al espectador una idea general de que esperar. Las tortugas mutantes con nombres de pintores famosos vuelven más juguetonas que nunca y la trama apenas son hilos conductores para el desarrollo de escenas de acción destacables - inclusive un dudoso homenaje a la batalla final de The Amazing Spider-Man. Desde el vamos, Teenage Mutant Ninja Turtles no está pensada como un vehículo nostálgico a las series y películas de los '80 y los 90', sino como un elemento pasatista para preadolescentes de hoy en día. La mística espacial y el choque asiático del gran villano de las tortugas se perdió en pos de un acercamiento más científico y "creíble", una idea más asible a los tiempos que corren. Y, por supuesto, a la intrépida reportera April O'Neill la encarna ahora Megan Fox en un trabajo menos odiable que en la saga Transformers, pero aún con un sex appeal disminuido es el objeto de deseo absoluto. El encanto de las marionetas ha sido reemplazado por CGI -del mejor, pero CGI al fin y al cabo- y el realismo de las tortugas se nota, aunque sean colosales monstruos que le sacan varias cabezas a April. Y más allá de la simpleza del guión y la rauda dirección de Jonathan Liebesman, Teenage Mutant Ninja Turtles no es el caos absoluto que uno pensaría que es. Tener una mentalidad de diez años ayuda a pasarla bien, viendo a los hermanos entrenar, comer pizzas, tirarse pedos e improvisar sesiones de karaoke y dubstep, así como también el despliegue de acción y efectos ayudan mucho a reforzar esa idea, con el descenso por la ladera de una montaña nevada siendo el mayor fuerte a la hora de llevarse algo positivo del film. Pedirle mucho más que entretenimiento simple a Teenage Mutant Ninja Turtles es demasiado. Es apenas un poco más de hora y media de diversión inofensiva, con efectos más que decentes y un mínimo aderezo de nostalgia. Nada más. Y a esperar la secuela para 2016.
De todas las películas que se han realizado dentro del Universo Cinematográfico de Marvel, quizás Guardianes de la Galaxia sea la que provenga desde los rincones más oscuros de la franquicia comiquera. Incluso si uno no es fanático de los cómics, una idea tenía sobre Iron Man, Capitán América, Thor y Hulk antes de abordarlos en las películas, pero el quinteto que personifica a los héroes homónimos que nos ocupan, sólo un puñado selecto de ávidos lectores los conocía. Para el público en general -y acá me incluyo- como para Marvel Studios también, la apuesta de incorporar a las Fases fílmicas a este grupo era arriesgada, pero este le dará buenos réditos. Guardians of the Galaxy se aleja de la ciencia pura y dura que siempre dominó al universo Marvel -obviando el costado mítico de Thor- y finalmente se pega un viaje al espacio exterior para llevar el marco a un nivel cósmico, como ya se nos viene adelantando con el uso de artefactos como el Tesseract y el Aether. Con un poco de Google y Wikipedia encima, el espectador menos avezado podrá inferir hacia dónde se dirige la atención de estos artefactos, pero es en esta aventura espacial donde se les da un verdadero nombre. Mas allá de ese nexo, la película se disfruta por sus desvergonzados aires de film de ciencia ficción de los años '90, con muchas pizcas de ese universo expandido que representa Star Wars, pero con la mejor tecnología que siempre se puede esperar de productos Marvel. Mucho de este aire insuflado tiene crédito en el director y guionista James Gunn, una decisión extraña pero muy acertada, como lo fue en el caso de los hermanos Russo para Captain America: The Winter Soldier. Gunn viene del lado de la comedia -su anterior película fue Super, la contra de Kick-Ass- y si bien hay que destacar su asombrosa naturalidad en la dirección de un tanque de semejante calibre, es en su guión donde más se nota su talento. Junto a Nicole Perlman, los chistes y las múltiples referencias culturales se hacen sentir a cada momento, ya sea en boca de los protagonistas o en imágenes que es inevitable sacarán una sonrisa. Gran parte de que Guardianes de la Galaxia sea un éxito depende también del timing del elenco, y la elección de Chris Pratt como Star-Lord no podía ser más acertada. Pratt tiene un fuerte fondo de comedia -los que lo conozcan como Andy en Parks and Recreation sabrán de lo que hablo- y tras pasar por arduas sesiones de entrenamiento ha encontrado una tonificación que le ha abierto infinidad de puertas, hasta para ser el próximo protagonista en la esperada secuela Jurassic World. Él es puro carisma, y se potencia con los agregados de una siempre hermosa y letal Zoe Saldana como Gamora, un inesperadamente divertido Dave Bautista como Drax el Destructor, y las voces de Bradley Cooper y Vin Diesel, personificando a los roba-escenas de Rocket y Groot. Este particular dúo, un mapache modificado genéticamente y un árbol humanoide, viven a través de las voces de Cooper y Diesel, quienes les entregan matices inesperados, sobre todo el segundo, que tiene que repetir una y otra vez la misma frase pero aportando diferente significado en cada realización vocal. Rocket se convertirá en un fan favorite en lo que canta un gallo, pero Groot no se queda atrás y ambos forman una dupla con mucho corazón y picardía. Guardianes de la Galaxia no se detiene en la irreverencia provista de comedia de grupo, sino que también aborda muchas veces costados dramáticos y sale airosa en sus sucesivos intentos. Este inesperado grupo tiene sus fallas internas, y si bien es divertido verlos organizarse por primera vez, los matices de grises abundan, pero esas fallas son las que los hacen aún más grandes viéndolos en perspectiva. Y si a todo este conjunto los acompañan increíbles persecuciones, escapes a toda velocidad y colorido por gran parte de la galaxia, mejor aún. No faltan los cabos sueltos y guiños para la futura secuela y el ensamble con los Vengadores, ni tampoco licencias dentro de la historia que se vuelven moneda común dentro de todas las películas Marvel, pero el conjunto en general es exageradamente superior de lo que uno había esperado. El voto de confianza de Marvel ha demostrado ser una de las grandes aventuras de la ciencia ficción del año. ¿Quién iba a decir que un humano, dos alienígenas, y un mapache y un arbol parlantes serían los grandes héroes de la temporada?
Con bastante más retraso que su compañera de terna a los Oscar a Mejor Película Extranjera -Kon-Tiki, estrenada el pasado diciembre- finalmente llega a las pantallas nativas una nueva dosis de drama de la Segunda Guerra Mundial, que nunca falta en las carteleras, de la mano de Cate Shortland y su Lore La trama del film nos transporta directamente a los estertores de muerte del régimen nazi de Hitler, donde la familia de un oficial fascista debe aceptar que el sueño en el cual se han visto inmersos durante estos años ha terminado de forma abrupta, y ahora lo único que les queda es escapar raudamente, antes de que los Aliados los alcancen. En el centro de esta familia rota se encuentra Hannelore, la Lore del título, una joven que de pronto debe asumir que el mundo en el que fue criada no existe más, y que además debe hacerse cargo de sus cuatro hermanos mientras sus padres enfrentan las consecuencias de sus actos. Y no sólo Lore deberá sacar adelante a los restos de su familia a través de un viaje larguísimo y lleno de peligros, sino que el despertar sexual llegará en el momento menos indicado para ella. Basada en un tercio de la novela The Dark Room de Rachel Seiffert -el mejorcito de los tres, digamos- el guión de la misma Shortland y Robin Mukherjee se toma un par de licencias creativas con tal de amalgamar un poco las situaciones azarosas de Lore y sus hermanos, y crear un poco más de cohesión narrativa que la novela. Aún así, Lore sigue siendo brutal y acongojante, mezclando paisajes capturados con hermosura gracias a la fotografía de Adam Arkapaw y cuerpos corruptos dejados a la intemperie, vejados y cubiertos de sangre. Al mejor estilo de una road movie, si se quiere, Lore y sus hermanos deben sortear un sinfín de situaciones terribles, que ningún chico de esa edad debería soportar, y la visión infantil de los menores genera el contraste más interesante de la película contra la adusta crianza de Lore, que la empuja a odiar todo lo que es diferente a ella. Sin la gran interpretación de la nuevísima Saskia Rosendahl en su primera incursión cinematográfica creo que el film hubiese sido vastamente inferior, ya que Rosendahl logra reunir en su sola persona ese temor a lo desconocido, ese miedo a la otra persona, pero también ese debate interno entre el deseo y el deber que prácticamente no la deja respirar. Muchos le escaparán a Lore por miedo a la repetición del tópico que maneja, pero el pulso de la directora y un gran protagónico surgen como las mejores aristas que tiene el film australiano para dejar disfrutar de este doloroso viaje a través de la historia.
La principal crítica que se le hizo el año pasado a The Purge era que, debido a los estándares de presupuesto manejados en la productora Blumhouse, el argumento se encontraba contenido en los confines de una mansión. La promesa de una batalla campal en las calles entonces se esfumaba poco a poco, ateniéndonos a la desabrida trama de una familia atacada por un motivo más que simplista. Con el presupuesto triplicado, finalmente la acción se hace presente en las calles de The Purge: Anarchy. Lo que fallaba en la idea de suspenso y home invasion, ahora es un thriller que cumple tímidamente con el concepto que James DeMonaco siempre quiso mostrar: la peor cara de una sociedad desmoronada y entregada a su estado más salvaje. Todo esto no quiere decir que Anarchy sea una brillante crítica social. Está a años luz de eso, pero sí al menos es un escalón superior a su predecesora. A DeMonaco no le interesa poner al espectador frente a una situación incómoda y dejarlo pensando durante toda la semana frente al crisol moral de su guión y sus protagonistas. Al director lo que le interesa es una situación donde la angustia vaya subiendo poco a poco y estalle en el peor de los momentos, que los ciudadanos se enfrenten unos a otros y que todo termine como empezó: con el pitido escalofriante de una sirena. Los personajes siguen siendo caricaturas, pero al menos ahora el espectador tiene de donde elegir. El principal es Frank Grillo como un policía queriendo vengar la muerte de su hijo, una pareja joven -Kiele Sanchez y Zack Gilford- queriendo escapar de la Purga pero cayendo en medio de ella, y por último una madre y su hija -Carmen Ejogo y Zoe Soul- que obviamente se verán metidas en medio del embrollo. También habrá un grupo anti-Purga liderado por Michael K. Williams, todos en una pelea a campo traviesa por sobrevivir la noche anual de matanza establecida por los Padres Fundadores. Y así, entre el caos organizado y una muerte tras otra, DeMonaco se divierte saliendo de la zona de confianza de la primera entrega y se sumerge en la anarquía de fuego, a la cual todavía le quedan varias preguntas por contestar. De seguro serán respondidas en siguientes secuelas que esperemos tomen otros aspectos interesantes del concepto de la Purga, porque una repetición de lo mismo -y todos los años- cansa enseguida.
Nadie esperaba absolutamente nada de Rise of the Planet of the Apes la precuela/reinicio de la saga simia a cargo de Rupert Wyatt en 2011. Quizás fuese por el abismal recibimiento de la reimaginación de Tim Burton en 2001, es -y acá me incluyo en la manada- la verdad que no le veía la gracia a una historia de comienzos, pero Rise of... me cerró completamente la boca con una historia muy humana y profunda, aderezada con inteligentes escenas de acción, como para no olvidar que estábamos ante una película de verano boreal. Tres años después, Matt Reeves toma la posta y redobla la apuesta entregando en Dawn of the Planet of the Apes la anti-película taquillera de mitad de año: una secuela por demás contemplativa que se encarga de dimensionalizar la humanidad del grupo de humanos remanantes como de la naciente nación peluda, en un cóctel explosivo de acción y adrenalina con personajes de carne y hueso - y pelo-. Luego de una concisa pero esclarecedora secuencia de créditos que nos sitúa una década luego del final de la primera entrega, la humanidad ha sido diezmada por una mortal gripe y los sobrevivientes han quedado recluidos en pequeños grupos, como es el caso de la colonia residente en una destruida ciudad de San Francisco. El gran giro del comienzo es que no comenzamos a presenciar la historia desde el punto de vista de los humanos, sino desde Caesar y su gran colonia de compañeros en un día rutinario. Caesar es el jefe y a través de sus desgastados ojos es que vemos cómo se conduce la manada hoy en día, con un ordenamiento basado en el compañerismo. Uno de los ligeros errores que había marcado de la anterior entrega era el trazo grueso con el cual estaban delineados los humanos: pérfidos, arrogantes y violentos, en comparación con los pasivos y dominados monos de laboratorio. Algo de ese trazo resiste en el guión de la pareja Rick Jaffa y Amanda Silver pero la balanza se equilibra desde ambos lados: no todos los humanos son máquinas de matar, ni tampoco todos los simios ven a los humanos como una especie ahora inferior. Como reza el póster de la película, quizás el encuentro fortuito de la manada de Caesar con un grupo de humanos liderados por un pensativo Jason Clarke comporte una última oportunidad para lograr la paz, pero la condición humana siempre estará latente y sacará lo peor de los unos y los otros. Tanto en un campamento como en el otro hay conflictos, y si bien el espectador pasa un buen tiempo del lado de los humanos, el peso dramático recae totalmente en el liderazgo de Caesar y la excelente interpretación de Andy Serkis, demostrando nuevamente que es el rey de la captura renderizada. Ayudado por unos más que impresionantes efectos digitales -cortesía de la compañía Weta Digital-, Serkis es el centro neurálgico de la nueva saga y le imprime toda su emotividad a un personaje entrañable e inolvidable. Mas allá de un gran elenco humano en el que destacan caras conocidas como Keri Russell y un conflictivo Gary Oldman, el aplauso se lo lleva la otra facción, como el trabajo inmenso de Toby Kebbell como el rebelde simio Koba. Y por si fuera poco, los momentos de acción que nos entrega Matt Reeves están brillantemente pensados y orquestados de manera que llegan en el momento justo y preciso, cuando la tensión entre ambos grupos ha llegado a su punto máximo, como también nos los hace saber la palpitante banda sonora compuesta por Michael Giacchino, un tanto repetitiva en su leitmotiv pero que conduce la acción en pantalla de manera fehaciente. Ya le había confiado mis esperanzas a Reeves desde Cloverfield y tampoco decepcionó con la fantástica remake Let Me In, por lo cual estoy más que satisfecho con lo logrado en Dawn of the Planet of the Apes, una secuela que deposita nuevamente las esperanzas en que las ideas en Hollywood no están muertas, sino que hace falta un buen director para encausar acción pochoclera bien pensada con personajes por los cuales alentar.
Una vez terminadas las dos horas y 45 minutos que dura Transformers: Age of Extinction me di cuenta que no tenía nada severo que objetarle a Michael Bay. Se podrá decir lo que quiera de la calidad narrativa de la película, y de toda la saga en verdad, pero siento que con T4, Bay entrega su momento más explosivo dentro de la línea de los alienígenas de metal. Lo que verdaderamente hay que hacer para disfrutar de esta cuarta batalla Autobot es apagar el cerebro y dejarse llevar por el clímax extendido que resulta ser toda la propuesta. Y no es moco de pavo decir eso, ya que todo el tiempo uno se puede preguntar "¿Y cuándo termina?" que, fácil, a la película le faltará media hora para llegar a los créditos. Sí, hay una falta de edición preocupante dentro del método Bay, pero lejos T4 es la iteración de la saga que menos enfurece por sus decisiones de guión y caprichos del director. Ehren Kruger parece que aprendió de sus anteriores errores en las partes 2 y 3, y acá lima un poco las asperezas de lo que significa aportarle toques de comedia a un film de aventuras y no marinarse en el exceso. Hay muchas arbitrariedades en la historia, algún que otro cabo suelto, pero nada que termine molestando. No hay que pedirle tridimensionalidad Freudiana a sus personajes, ni grandes giros del guión, pero tampoco falta de respeto para con la platea -como el caso de la segunda parte- y en eso, Kruger satisface las demandas de un peliculón del estilo. La decisión de saltar cinco años en el tiempo y pegar borrón y cuenta nueva con un elenco renovado y más adulto, con Mark Wahlberg al frente, demuestra un atisbo de parte del director por querer cambiar las cosas. Por supuesto, estamos hablando de Michael Bay, mucho cambio no va a haber, así que van a haber explosiones por el sólo hecho de que las haya, persecuciones adrenalínicas, efectos especiales de última tecnología, y el usual fetichismo por seguir bien de cerca los cuartos traseros de la secundaria femenina, cuyo papel en este caso recae en Nicola Peltz, que no desentona con las anteriores féminas de turno y sale bien parada de la batalla que le espera a ella y a su familia, tan bien parada que el rímel nunca se le corre y el humectante labial siempre brilla en su boca. Por una vez, los humanos tienen algo de sentido dentro de la trama. El Gobierno quiere eliminar a todo extraterrestre que se le cruce en una razzia gigante y los villanos en Kelsey Grammer y Titus Welliver le hacen frente a la amenaza, mientras que Wahlberg y compañía encarnan al prototipo de familia americana que tanto le gusta mostrar a Bay, acompañados de un Stanley Tucci al cual ningún papel le sale mal. El universo Bay está vivito y coleando en Transformers: Age of Extinction. No creo que a esta altura alguien entre a la sala esperando ver algo que no es, ni tampoco uno se puede ofender ni juzgarla al mismo nivel de una de Woody Allen. Por supuesto que saldría perdiendo si fuese el caso, pero con T4, Bay sigue demostrando que para romper todo sigue siendo el Rey, y encima le siguen dando plata para cumplirle el capricho. Por eso es que hoy le doy a Michael mis dos pulgares arriba, y celebro que siga rompiendo todo este año, y durante muchos años más.
El mayor crimen que pudo cometer Oldboy de Spike Lee es no aportar nada nuevo al manga japones, ni tampoco a la icónica y monumental película de Park Chan-wook. No es una vergüenza total, tiene al menos un elenco apto para la tarea de recrear esta historia violenta y retorcida, pero en materia de originalidad se queda cortísima y nunca termina de levantar vuelo por cuenta propia. A estas alturas pedirles a los americanos que le encajen subtítulos a algo que no este en su idioma es imposible, por lo cual el nacimiento de esta nueva versión ya se considera malparido, pero es cierto que si uno no vio la original y no sabe las cruentas vueltas de tuerca que le esperan, Oldboy le puede parecer una historia increíble. Mas allá de los cambios que surgen entre la diferencia de diez años entre una versión y la otra -avances tecnológicos que apenas afectan a la trama- poco y nada hay para contar de la vida de un hombre de familia patético y alcohólico que es encerrado durante veinte años y liberado con la misma rapidez con la que fue capturado para descubrir quién le hizo esto y por qué. La revelación del misterio ha sido ligeramente cambiada para generar un punto por el cual los amantes del film japonés se acerquen, para justificar un poco la existencia de la adaptación americana, pero en definitiva no es peso suficiente para que se considere una película interesante y diferente. Había una puesta en escena diferente en la original, un aire bastante cotidiano en la manera de encarar la historia, que Spike Lee nunca alcanza a lograr. Donde había desorden ahora hay un frío caos coreografiado, un lineamiento muy al estilo procedimental criminal de televisión que le quita todo el sabor a una trama por demás truculenta y violenta. No hay nada personal en la visión del director, sino un trabajo a media máquina, sin ganas, soportado a través del protagónico de Josh Brolin, quien no consigue encontrar un punto medio en su Joe Ducette, y ni hablar de las caricaturas con patas que son los villanos de Sharlto Copley y un extremadamente surrealista Samuel L. Jackson. Creo que la única que realmente sale bien parada comparada con la original es el personaje de Elizabeth Olsen, que genera más empatía que su compañera coreana. Los ajenos totalmente a la mencionada obra maestra encontrarán en Oldboy un film violento, lleno de sangre, sexo y golpes, con una revelación final devastadora, pero lamentablemente aquellos que hayan visto esta historia no encontrarán nada nuevo.
Oculus es el segundo largometraje de Mike Flagagan, cuya primera incursión, Ausencia, se estrenó el año pasado en salas nativas. Con una moderada producción y más alma que sustancia, el director le daba un trasfondo sobrenatural a la historia de dos hermanas, una de las cuales perdía a su esposo en una misteriosa desaparición. La misma problemática se suscita en esta ocasión, donde los hermanos Kaylie y Tim intentan resolver la brutal muerte de sus padres a manos de un espejo siniestro que atrajo el caos y la desesperación a su hogar. Esta vez armado con un cuantioso presupuesto y un par de caras conocidas -Karen Gillan de Doctor Who y la incombustible abonada al género Katee Sackhoff de Battlestar Galactica-, Flanagan ofrece pocos sustos pero bien medidos a lo largo de una historia que atrapa y que fuerza al espectador a prestar atención a todo lo que suceda en pantalla. Basada en un cortometraje de factura propia, el realizador aumenta las expectativas con una narrativa dual, que transita dos líneas temporales: la primera, en la actualidad, con los hermanos Russell ya crecidos y dispuestos a vengar a sus padres, y la secundaria, once años atrás, cuando la familia acaba de mudarse y los problemas comienzan a aparecer poco a poco. Mezclar dos tiempos suele terminar en caos absoluto, pero el guión de Flanagan y Jeff Howard se presta a saltar de un lado a otro, confundiendo pero de manera positiva, como si la maligna influencia del espejo trascendiese la pantalla. La edición ayuda mucho a este estado de confusión latente, con muchos cortes ágiles que no entrecortan la acción, sino que crea una simbiosis narrativa que comporta el mejor aspecto del film. La delgada línea entre la realidad y la fantasía se desdibuja a medida que corre el tiempo -y las alarmas de los relojes rechinan una tras otra- y lo que en principio parecía horror puro y duro se transforma en un estudio acerca de la culpa del sobreviviente, la toma de responsabilidades y la negación de los hechos, todo bajo un turbio manto de sombras y figuras siniestras. Lo mejor que le sale a Oculus es no tomar a su espectador por idiota y desde el guión se nota un buen trabajo por rellenar los huecos que el intercambio temporal genera, además de una consciencia elevada de parte de sus protagonistas, en especial Gillan, quien lleva adelante el experimento con pericia y astucia. Muchos pensarán que no sucede mucho durante los cien minutos de duración, pero para Flanagan el horror pasa por otro lado. Hay unos cuantos sustos imprevistos, alguna que otra escena sangrienta -la de la manzana es altamente perturbadora- pero el marco general de la historia es lo que realmente eleva a Oculus por sobre otras compañeras de género.
Debido a que nací con el último grito de los años '80, no puedo decir que el estreno de Jersey Boys me llegue con fuerza nostálgica, ni tampoco que estoy familiarizado con la obra de teatro en la que se basa el film -de la cual los guionistas adaptaron su propio trabajo-. Pero Clint Eastwood es Clint delante y detrás de las cámaras, y si bien esta biopic parece más una película familiar que él se hizo para sí mismo, tiene los suficientes condimentos como para entretener y mostrar un amable detrás de escenas de la creación del cuarteto musical The Four Seasons. Los sueños de grandeza usualmente nacen en los lugares más inesperados, y en la mayoría de estos casos es una historia de pobres a ricos. Es así como conocemos a Frankie, un querido ayudante de barbero con una voz de tono angelical, sobreviviendo en un barrio de Jersey en los años '50. Su mejor amigo, el -no tan- pícaro Tommy DeVito, tiene un trío con su hermano y un amigo, el podio ideal para que Frankie haga valer su voz y lograr su sueño de poder cantar. Y así, los mejores amigos emprenderán un viaje hacia el estrellato, donde más personajes se irán uniendo para ir escalando la cima del éxito, coronándose como reyes de la melodía. Como biopic, Jersey Boys funciona porque da a conocer desde un costado íntimo la creación del mito y el cómo llegaron a ser tan importantes. La lujuria que trae aparejada la fama hará mella tarde o temprano, y con ella los problemas económicos y la siempre presente pelea de egos, la gran guadaña que destruye grupos. El problema del film llega en la manera que está contada la historia. Para durar más de dos horas, el tiempo le basta para presentar a los personajes y nunca aburrir, pero el acercamiento a la trama se nota en la edición apresurada, en la acumulación de escenas y en la sucesión de información, que llega en baldes, que no abruma pero termina afectando al relato en general cuando ciertos detalles son contados llegados a cierto punto de conflicto. No es un flashback, es mas bien una remembranza, pero genera estupor el no haber sabido manejar de una manera más sutil la introducción de un tópico tan importante. Es curioso más bien, pero no deja de generar impacto, además de otros problemas, como la incipiente crisis familiar en el seno de Frankie, su esposa y sus hijas, que aparecen de la nada sin ninguna referencia anterior. El hecho de que todos los integrantes del cuarteto en algún momento rompan la cuarta pared para dirigirse a la platea contando su parte de los hechos -amén de Tommy, que se encarga de encauzar la trama por nosotros- es una arista interesante, pero que puede causar confusión. Si algo no podía salir mal, era la construcción de los éxitos de los Four Seasons, y la elección del elenco es principal a la hora de transmitir esa voz tan particular. John Lloyd Young interpretó a Valli en la versión teatral y verdaderamente es el alma de la película con una voz increíble, aunque su carisma no sea tan cautivador como el de su compañero Vincent Piazza, que le da varias vueltas con su patotero y envidioso Tommy. La totalidad del elenco es desconocida y eso ayuda a darle un toque de frescura especial, aunque se agradece la incursión de Christopher Walken como el jefe mafioso más benévolo de la historia del cine, en un papel secundario bastante particular y entretenido.