Empanadas y vino en jarra Aire de chacarera (2013) es un documental que invita al espectador a conectarse con una parte muy importante de la cultura nacional: el folklore. Fernando Arnedo, nieto de Mario Arnedo Gallo, reconocido folklorista de Santiago del Estero, inicia una búsqueda por dicha provincia, guiado por una pregunta que funciona significando al film: ¿quién fue su abuelo? El recorrido que inicia Fernando lo llevará a recorrer varios pueblos santiagueños, pero sobre todo, lo conducirá a artistas de la provincia que conocían a su abuelo. Con ellos dialogará, cantará, tocará el bombo, reirá. Rodeado de mates, empanadas, vino tinto, campo, madera, el director permite que el registro de esta búsqueda se transmita al espectador lo más naturalmente posible. Los materiales de archivo audiovisuales y sonoros encontrados también protagonizan el film y son los que ilustran con mayor fuerza la figura del músico. El documental de Nicolás Tacconi encierra un encanto único, que se vincula a cierta imagen “casera” que desea transmitir. No porque técnicamente lo sea, sino porque hay una intención de seguir a Fernando sin filtros, sin mucha puesta en escena, mostrándolo a él y a la gente con la que habla como si fueran parte de una gran familia, donde todos cantan y se saludan cordialmente y pasan buenos momentos juntos. Esa belleza de la cotidianeidad que consigue Tacconi es uno de los méritos del film. Cuando el documental deja de lado los excesivos testimonios y deja espacio a la música es quizás cuando cobra más fluidez. La charla con Diego Arnedo, hijo del reconocido músico e integrante del grupo Divididos es una joyita dentro del film. Lo vemos hablar de su padre, tocar el bombo, el bajo, la guitarra e incluso interpretar temas con Ricardo Mollo y otros músicos. Estos momentos empapados de folklore son constantes en el film y lo hacen tomar ritmo y color. No hay una ambición estética que no sea más que la de registrar momentos o lugares característicos. Sí hay una fuerte intención de conocer por parte de Fernando y esa curiosidad es la que hace brillar las escenas. Seguir su sincero recorrido para llegar a conocer algo más de su historia familiar llega a ser conmovedor; pero la figura de su abuelo termina siendo más una guía o una excusa para realizar esta travesía que, si bien descubre al folklorista, también tiene mucho de road movie y esa faceta es la más interesante del film.
Bebidas angelicales Es difícil clasificar los films de Ken Loach, porque la fortaleza de estos son muchas veces sus personajes y los lazos que forjan para enfrentar el mundo, las injusticias, la adversidad. Por eso en ellos puede entrar el drama, la comedia y el suspenso libremente, pero nunca como esqueletos de un guión sino como desprendimientos de la vida de sus protagonistas. La parte de los ángeles (The angel´s share, 2012) se puede leer también desde aquí y desde la nobleza con la que el director construye estos mundos tan peculiares. La película se centra principalmente en Robbie (Paul Barnnigan), un joven padre con un importante historial de delincuencia y violencia. Tras su último arrebato debe cumplir horas de trabajo comunitario; allí conoce a Harry (John Henshaw), su jefe, quien lo introducirá en el mundo del whisky y sus aromas pero que también lo ayudará a proyectarse un futuro más alentador. A su vez, entabla amistad con los demás compañeros y entre todos ingresarán al universo del whisky y las destilarías de la forma menos pensada. (La parte de los ángeles hace referencia al 2% del whisky que se pierde, que se evapora, en el proceso de elaboración). Nuevamente Ken Loach dirige su mirada hacia un grupo de excluidos sociales que luchan por mejorar su mundo y el de los demás. La manera en que se van forjando los lazos de compañerismo, de solidaridad, es una de las marcas registradas del director, y en este film esta impronta es sin duda el tema principal de la película. Se suma la idea de la redención, de las segundas oportunidades, pero como objetivos que nunca se consiguen individualmente sino a través del esfuerzo colectivo. Este tópico se refuerza a medida que avanza el film y fortalece cada una de las escenas. Pareciera ser como si el director buscase tan sólo una excusa para volcar su necesidad de mostrar a estos personajes: cada uno con sus particularidades que, aunque no lo sean, Loach convierte en las principales fortalezas de cada uno. De esta manera el espectador toma partido por ellos, los empieza a sentir como una gran familia a la que sólo deberían pasarle cosas buenas. Sin duda que el conflicto de sus vidas ahogadas en violencia y alcohol no deja de ser parte de la superficie de cada uno de ellos, pero ese drama nunca adquiere protagonismo aquí, tan sólo se lo deja percibir. Lo que más llama la atención de La parte de los ángeles es la versatilidad dentro de un mismo film. Una escena muestra a Robbie en un flashback desfigurando a un joven inocente, pero al rato lo vemos con sus compañeros riendo por cómo visten faldas escocesas para no ser confundidos con delincuentes. Algunos momentos del film pueden resultar un poco débiles o de cierta ligereza argumental, pero por ello justamente el realizador logra tanto realismo a la hora de construir a sus personajes principales: llenos de miedo, de violencia, de agresión, pero también llenos de amor y necesidad del otro.
Mujeres independientes ¿Qué cosas no pasan en Viola (2012)? Esa es un tipo de pregunta que vale encarar para acercarse a un film como este. La evasión del conflicto, la evasión de la clásica estructura dramática y estética mueven los hilos del film. Por eso más vale sentir apego hacia estos clásicos universos independientes para ver Viola. Una película sobre mujeres pero “pronunciadamente” distinta. Al comienzo del film vemos unas mujeres actuando en una obra de teatro shakespeariana. Al rato, las mismas mujeres, hablan en sus camarines: sobre los hombres que las miran, sobre cómo conviene terminar una relación, y se aconsejan entre ellas, principalmente, sobre hombres. Luego de un rato, aparece en escena Viola (María Villar), una joven que reparte películas en DVD, negocio que lleva adelante con su novio Javier (Esteban Bigliardi), con quien convive. Inesperadamente se conoce con una de estas actrices, quien en una charla casual, junto a otra amiga, aconsejan a Viola cómo mantener viva su relación. Nada sabe el espectador sobre la vida de estas habladoras mujeres que se dedican a armar y desarmar la vida de sus amigas y conocidas como si de muñecos se tratase. Hay demasiada liviandad en cada uno de los diálogos que entablan, ninguno de ellos parece tener un fin serio, locuaz, efectivo o auténtico. El film se regodea una y otra vez con estos universos desarmados, inconclusos, donde las mujeres aparecen como seres manipuladores y hasta insensibles. La seducción y algo de humor tiene que ver en el film, lo cual ayuda a la hora de darle forma a los personajes, pero aún así ninguno resulta del todo interesante. Entre charlas y momentos pasajeros el realizador define un modo de contar, aunque no sepa muy bien qué. Porque si de rupturas amorosas se trata esto apenas se sugiere, y de ser así, su tratamiento es chato. Pero si se trata de mostrar el universo femenino, la visión es demasiado acotada. Por eso hay algo de pretencioso en el film, porque a pesar de su particular estética dónde los interlocutores y sus voces están mayormente fuera de campo, y dónde los planos acosan a los personajes obsesivamente y donde el azar estructura la línea argumental; lo que transmite finalmente Viola es poco y nada. Narrar lo cotidiano y lo azaroso de las relaciones a partir de frescos diálogos funciona muchas veces, pero quizás en un film con un propósito mayor. Matías Piñeiro sólo parece ejercitar una forma de filmar pero sin una genuina actitud hacia las sensaciones, las pasiones, las verdades de la mujer o del hombre. Se pierde demasiado en ese fetichismo de lo cotidiano, y no se ve más allá de una mirada “independiente”.
Del amor al odio Al momento de contar una historia Stéphane Brizé sabe muy bien cuales son aquellos recovecos que debe buscar para encontrar a sus personajes. En la mayoría de los casos esos escondites son sus debilidades, sus aristas más oscuras, sus miedos, sus dolores. Al parecer sus personajes se conectan desde allí para finalmente recuperar aunque sea un poco las fortalezas olvidadas. En la relación de una madre con cáncer y su hijo desempleado el director apuesta nuevamente a una historia cargada de sutilezas a través de una narración impecable. Alain (Vincent Lindon) es un camionero de cuarenta y ocho años quien sale de la cárcel luego de permanecer allí 18 meses por intentar pasar mercadería ilegal fuera del país. Sin otro lugar donde ir, regresa a vivir con su madre, Yvette (Hélène Vincent), una mujer grande que padece cáncer terminal. La relación entre ellos no es fácil: ambos poseen orgullo y carácter fuerte e Yvette no puede terminar de aceptar lo que hizo su hijo. Sin embargo, todo se enrarece aún más cuando Alain se entera de la decisión de su madre de viajar a Suiza para elegir una muerte digna evitando un final de dolor y tristeza. Aunque el tema de la eutanasia aparece como un giro dramático central, el director recorre la temática de un modo esquivo, logra transmitir las emociones de sus personajes en relación a eso y cómo viven su cotidianeidad. Por lo cual, un tema de gran peso dramático se integra a la totalidad casi naturalmente, sin énfasis innecesarios. Es esta, sin embargo, una característica muy propia de Brizé, el drama consigue un in crescendo pero apenas hace falta que se subrayen situaciones, todo se produce de un modo casi natural. Sí le importa al director manejar algunos momentos de emoción con el subrayado de la música, siempre instrumental, que es más un leit motiv para acompañar a sus solitarios personajes que un recurso de manipulación. Como se dijo anteriormente, la película se construye a través de la mirada de sus personajes, y en general lo que transmiten es un mundo un poco solitario y angustiante. Se suma a esto el tema de la muerte, y por ello Algunas horas de primavera (Quelques heures de printemps, 2012) resulta un film bastante denso en cuanto a los sentimientos y emociones que conviven en ese hogar. Allí aparece quizás por eso un clima diferente y esperanzador en una pequeña historia de amor de Vincent con Clemence (Emmanuelle Seigner), aunque siempre su pasado le impida ser verdaderamente feliz. El cine francés siempre permite acercarnos a un modo de contar diferente, es eso lo que también se disfruta en este film: conectar con emociones de una forma más sutil, y apreciar una historia con personajes que transitan diferentes niveles emocionales a partir de una de las relaciones más complejas y diversas del mundo: la de una madre y su hijo.
Algún lugar encontraré El director Christian Petzold sitúa su film en Alemania en 1980 para darle cauce a una historia de persecución política. Casi sin quererlo el espectador es sumergido en la historia de Bárbara: una médica extraña, y aparentemente fría. Sin embargo, la conexión con ella es inmediata: ¿quién es?, ¿qué hace allí?, ¿por qué se comporta de esa manera?, son todas preguntas que nunca terminarán de responderse por completo y eso hace aun más atractivo al film. Bárbara (Nina Hoss) es una médica que es enviada por el Estado Alemán Oriental desde Berlín a un pueblo alejado. Llega a una sala donde se unirá a un equipo de jóvenes médicos, entre ellos André (Ronald Zehrfeld), quien estará especialmente atraído hacia ella. Sin embargo, Bárbara se comporta misteriosa y distante con él y el resto de sus compañeros. Es que ella tiene un plan junto a su amante para escapar de Alemania clandestinamente. La policía alemana está tras sus pasos y cada movimiento o persona que conoce puede poner en riesgo su plan. Su vida, sin embargo, empieza a tener un sentido en ese lugar, aunque ella apenas lo entienda. Petzold desarrolla con fuerza las relaciones entre sus protagonistas, provocando un vaivén entre el suspenso generado por la historia de Bárbara y la posibilidad de un romance con André. Si bien nunca están realmente separadas estas dos vertientes. La imposibilidad de Bárbara de abrirse ante André se ve sublimada en el quiebre emocional que le produce conocer a Stella, una adolescente que llega al hospital en grave estado y a quien ella salva. La joven trabaja en los campos de la Alemania Oriental donde es continuamente maltratada y explotada. Al parecer Bárbara siente más que compasión por ella: de alguna forma está identificada con la joven. Aunque es siempre tentador, la película no usa el momento histórico para darle potencia a las situaciones, porque justamente ese contexto es también su historia. Esa fusión que consigue entre lo general y lo particular logra aportar fuerza dramática a la narración y le permite al director dar cauce a una mirada crítica sobre los hechos que ocurrían en la Alemania Comunista. Esta mirada pasa desde la más insoportable crueldad infligida hacia Bárbara cuando es revisada en su casa, hasta el extremo maltrato sufrido por las jóvenes. Frente a este abuso, lo que consigue Petzold es una película que rescata y enaltece la valentía de aquellos que pudieron hacer valer su humanidad y no se dejaron avasallar por un Estado omnipotente y violento. Un film que maneja la sutilidad, las emociones y las imágenes de una manera armoniosa y elocuente.
La magia de la televisón ¿Qué es hacer televisión?: ¿tener un estudio?, ¿tener dinero para producir?, ¿ser dueño de un canal?, ¿tener cuatro cámaras? ¿O simplemente tener algo qué decir, algo interesante qué mostrar, una cámara y una antena? El director Sebastián Deus intenta en este film captar el espíritu de lo que fue TV Utopía, el canal de televisión comunitario del barrio de Caballito hecho por y para los vecinos, sin fines de lucro y de acceso gratuito. El documental muestra una gran cantidad de imágenes del material de archivo del canal: móviles en las marchas de los jubilados, en las marchas de las Madres de Plaza de Mayo o, simplemente, en Primera Junta mostrando vecinos o bandas de música de la zona. De la actualidad recupera testimonios de personas que veían Tv Utopía y gente que participó del canal. También las imágenes del debate en el Congreso sobre la Ley de Medios son utilizadas por el director para forjar una mirada desde el presente de lo que aquel proyecto representaba: un intento por abrir el debate sobre la libertad de expresión y por buscar modos alternativos de comunicación. Como una manera de ser consecuente con una idea, y para apoyar aún más el sentido del film, es evidente que su producción es más bien austera. No por su contenido, sino porque es fácil notar que una cámara (a lo sumo dos, en escasos momentos) es suficiente para generar las imágenes buscadas. Esta simpleza técnica era la misma bandera que alzaban aquellos jóvenes en los años 90, para luchar por la democracia comunicativa. El proceso de realización de la película es, por lo tanto, parte de este documental, que nos permite introducirnos en el proceso de producción, como lo hacía aquel utópico canal. Desde esa idea radical y democrática según la cual todos podemos hacer televisión, el director rescata testimonios de personas que participaron en su programación. Ellos son los personajes del film, y los que hicieron posible su subsistencia. La espontaneidad en la manera de hacer televisión, sin filtros, sin engaños a la audiencia, simplemente mostrando lo que eran, es un material que vale la pena mirar. Claro que la situación clandestina del canal también es tematizada aquí, pero así como no fue lo más importante para sus creadores tampoco lo es para el documental. TV Utopía (2011) es un documental sobre lo posible, sobre la importancia y el valor de lo comunitario y una manera de decir que el sistema no lo es todo.
Lugares comunes Gustavo Cova se arriesga al género policial a través de un relato demasiado artificial y con vicios que se repiten una y otra vez. Aunque busca una estética unificadora que enmarque el relato, no consigue credibilidad en las escenas o personajes, ni autenticidad en la búsqueda de algún tipo de emoción. Un guión con muy poco sustento que tampoco colabora a permitir algo de vuelo a un film fallido. Julián (Luciano Cáceres) es un ex convicto recién salido de la cárcel. En su primera noche libre, en la habitación de un hotel alojamiento rescata y conoce a Cintya (Emme), una prostituta que presencia el asesinato de su cliente, un candidato a diputado nacional. Poderosos políticos están implicados en el homicidio de este hombre, quien guardaba valiosa y comprometedora información. Buscados por un asesino a sueldo y por la policía Julián y Cintya permanecen prófugos, pero le piden alojamiento a Rita (Gustavo Moro), la amiga travesti de ella, quien los ayuda y encubre. En el medio de esta persecución nuevas pistas van completando la trama que devela las verdaderas intenciones de cada personaje. Se entiende que Cova propone un policial urbano, donde la marginalidad aparece en primera plana como marco adecuado para la historia que desea contar (calles con prostitutas, boliches de travestis, pools vacíos, bares inmersos en la oscuridad). Pero todo en la película está armado en base a clichés y estereotipos que se vuelven irrisorios: los agentes de la policía maltratadores y homofóbicos, los políticos corruptos, la prostituta que tiene nobleza, el ex preso que busca el amor y la redención; por nombrar sólo algunos. Semejante combo de simplificaciones hacen demasiado ruido en un film que de original tiene muy poco. El comienzo de Rouge Amargo (2013) pretende marcar un rumbo misterioso, pues se suceden una serie de escenas e imágenes en dónde ningún personaje habla. Todo el tiempo se hace evidente que todos esconden algo pero el film se guarda los ases para entrado el final de la película. Este retraso en presentar algunas pistas interesantes aletarga el film y le resta interés. Una película que supuestamente apuesta a una trama se regodea por demás en aburridas y reiterativas escenas de persecución contadas de un modo ágil pero que apenas logran algo de suspenso. Entre una serie de fallas, la principal son los personajes, pero también los actores. No es que estos últimos tengan responsabilidad en la interpretación, los personajes son sosos aún sin pensar en las actuaciones. Pero como si esto fuera poco, los actores del film no son para nada convocantes y solo algunos de ellos convencen en sus papeles (no es el caso de los dos protagonistas que ni en las escenas hot consiguen algo de chispa). Por otro lado, las escenas donde aparece Rita, la amiga travesti de Cintya, no solo que abundan sin necesidad sino que perturban bastante un producto que ya es de por sí bastante bizarro y absurdo. Adoptar un estilo y clima local no está mal pero si se hace con autenticidad y un poco de novedad. Además, Cova deja al descubierto los hilos del guión, obstaculizando así la inmersión del espectador en la trama, y haciendo evidente cada giro argumentativo de forma bastante obvia y ridícula.
Un día con Martín Tras los dos cortometrajes homónimos, Ignacio Masllorens apuesta nuevamente en Martín Blaszko III (2011) a brindarle cámara y voz a este casi nonagenario escultor a quien apenas se le notan los años pero mucho las ganas de seguir trabajando. A pesar de que recién pasada la media hora empezamos a interesarnos un poco por este personaje, el film consigue momentos muy logrados gracias a la espontaneidad del hombre retratado. Conocer un poco sobre qué hay tras bambalinas siempre despierta curiosidad. En un sistema que nos presenta el producto terminado para la venta (o para la exposición en este caso), descubrir algo del proceso previo permite nuevas miradas sobre algo que parecía conocido. Aquí reside gran parte del interés de este documental, porque apela a que el espectador empiece a presenciar el proceso creativo como lo que es: un proceso que va más allá de la obra terminada y que a veces no tiene que ver con la creatividad solamente. Es asì que casi en la segunda mitad del film Martín debe enfrentar la preparación de la exposición en el Museo Latinamericano de Buenos Aires (Malba) y aquí la mirada del artista tiene menos relevancia que la del curador encargado de trabajar el espacio de la muestra. Martín no parece estar feliz con el trabajo de los curadores, pero la manera de darnos a entender eso resulta graciosa. Muchas de sus ideas acerca del arte las expresa en diálogos con un chico que trabaja en el museo pero también parece estar muy consciente de la presencia de la cámara y hasta se convierte en un showman, buscando la complicidad de esa cámara que registra todo y que está allí por él. Pero hay algo que el director destaca mucho y es la pasión y el trabajo de Martín, la forma de pensar en sus obras, casi como si fueran hijos: cada una con su espacio, su color, su historia. Y la perfección que busca este artista no es para nada caprichosa, aunque claro luego deba aceptar que muchas cosas cambian y que otra gente trabaja para perfeccionar la forma de mostrar arte y, aunque él no lo entienda, debe adaptarse a lo nuevo por necesidad. Masllorens elige filmar un documental en donde los registros en tiempo real por momentos se hacen largos. Si bien esto es una elección consciente, sería válido que la tiranía del tiempo real no provoque letargo en el espectador. No es inherente al documental la elección de no cortar el tiempo y el espacio. Cuando resulta suficiente o necesario para la estética del film estos elementos deben manipularse en pos de privilegiar al personaje. De la otra forma resulta más importante el respeto por aquellos que la forma de mostrar al personaje. Más allá de estas particularidades, el director nos acerca a un hombre que interesa y despierta curiosidad.
Made in USA Bienvenido a los 40 (This is 40, 2012) no es solamente una comedia sobre un momento de la vida sino también una divertida radiografía de la cultura norteamericana actual y, en parte, de la nuestra. La irreverencia en el abordaje de casi todos los temas, marca personal de Apatow, alcanza aquí momentos de gran lucidez. Debbie (Leslie Mann), Pete (Paul Rudd) y sus dos hijas son la típica familia americana de clase media, aunque bastante acomodada. Cumplir cuarenta años enfrenta a Debbie con una profunda crisis, pero no es eso lo único que sucede en el seno familiar: Pete tiene problemas financieros, aunque ayuda económicamente a su vividor padre sin decirle a su esposa; padecen día a día las peleas de sus dos hijas y el mal humor de la mayor en su entrada a la pubertad; ambos presienten que sus empleadas del local les roban dinero pero solucionarlo les implica una odisea detectivesca; Pete es adicto a los cupcakes, Debbie es incapaz de asumir su edad y además la relación entre ellos sucumbe ante cada pelea. A su manera, cada uno intentará recomponer su vida: ella con comidas sanas y terapia de pareja, y él apostando a que resucitar un grupo de los ´70 evite que su discográfica caiga definitivamente en la ruina. En el gran cambalache de la era tecnológica, la forma de educar, de divertirse, de hablar, se transformó radicalmente, produciendo un desfasaje entre la velocidad de aprendizaje de los chicos y la capacidad para adaptarse a los cambios de los padres. Aquellos ya no juegan en la calle o construyen fuertes en su jardín, su vida ociosa pasa por otro lado: relacionarse con sus amigos por facebook, vivir conectados a través del I phone, o ver las temporadas de Lost en el I pad. La propuesta del film es entonces decir algo (aunque más no sea en el tono light de una comedia) de esta nueva era enviciada por la tecnología y la televisión. La principal marca de la película son las constantes citas a fenómenos televisivos, musicales o cinematográficos actuales, la mayoría de las veces en tono de burla (“Tengo sexo como Ross, el de Friends” afirma Pete a su esposa). A partir de estas situaciones se deja entrever que este universo citado es, aunque no se quiera, un gran constructor de identidades en el siglo XXI. En la misma línea, Pete se pelea con su hija mayor por cuál serie es mejor, si Lost o Mad Men. La educación de los padres es incluso mediática: Debbie reemplaza su alimentación siguiendo consejos del Dr. Oz (famoso programa estadounidense sobre consejos de salud). Las personales comedias de Judd Apatow siguen siendo sumamente efectistas a la hora de retratar la vulgaridad de la vida cotidiana desde una mirada sarcástica, ácida. Por este tamiz hace pasar gran parte de la cultura actual: la disfuncionalidad de las familias, el viagra, la terapia de pareja, el sexo, la marihuana, el colesterol, la obsesión por la juventud. Aunque su visión del matrimonio y el amor no es para nada desesperanzada, en el mismo tono irreverente tan característico, Debbie y Pete se terminan confesando que a veces piensan en cómo asesinarían al otro. El universo Apatow está presente en cada escena de la película: en sus films los hombres son eternos niños que deben ser educados por sus parejas, el amor casi nunca es romántico, y la vida está llena de pequeños desencantos, aunque el humor a veces los tiña un poco de otro color.
Digno de ser Juan Taratuto y Diego Peretti vuelven a trabajar juntos en esta nueva producción que, sorpresivamente, no es una comedia. En La reconstrucción (2013) el director parece dar un giro hacia un estilo diferente, más cercano al drama. Su alejamiento de las convenciones del género cómico es auspicioso, si bien todavía parece estar en la búsqueda de su propia voz narrativa en esta nueva faceta. Eduardo (Diego Peretti) es empleado de un yacimiento petrolífero en el sur de Argentina. Las primeras imágenes lo describen como un ser solitario, apático, antisocial. Desganadamente accede a viajar a Ushuaia por pedido de su amigo Mario (Alfredo Casero), si bien no sabe muy bien para qué. Sin esperarlo, su estadía allí lo enfrenta a su propio pasado y se cruza en su camino una posibilidad de redención. Es imposible ver las imágenes de un hombre solo viajando por las rutas del sur argentino sin recordar las personales películas de Carlos Sorín. En cierta forma, Taraturo parece estar dialogando con sus films y sus acotados relatos. Más allá de estas comparaciones, el director busca su propio camino, en el que la confianza en su versátil actor resulta aquí imprescindible. La película de este realizador sorprende, en el sentido que los ritmos que maneja en sus comedias aquí no le sirven, como tampoco los planos o los diálogos. Dejar de lado los tiempos y los códigos de aquel género le otorga otra libertad, sin tener que hacer responder cada plano a las funciones meramente narrativas y buscando lo dramático a partir de la crisis existencial del personaje. Quizás sí se detiene por demás en esta descripción y, para alejarse de lo conocido, por momentos se regodea en una estética visual y rítmica que no deja de transmitir lo mismo una y otra vez. De entrada se entiende que no hay una necesidad inmediata por crear expectativa en el espectador, o de explicar por demás. Hay escenas en las que apenas se dialoga, y momentos de silencio y soledad del personaje se vuelven una constante. Es por eso que se percibe un cierto apuro por buscar un desenlace más esperanzador y para ello ciertas formas de actuar de Eduardo no se condicen con la forma de ser que tanto se esfuerza en construir la película. Como si después de tanta apatía social fuera necesario complacer al público con algunos detalles más simpáticos. No conviene aquí seguir revelando detalles de la trama porque sería arruinar el giro narrativo central de la película. Sí se puede decir que el film habla de las ausencias, de la soledad, del miedo; situaciones y sentimientos inherentes a todo ser humano, aunque a veces padecidos muy dolorosamente por algunos. Y de la forma de transitar el dolor y la angustia se encarga este film. Por otro lado, con lo que se fue diciendo queda más que claro que el espectador se encontrará con un film diferente a todos los de este director y que por eso las expectativas deben ser otras. Aún así, es bueno tenerlas y dejarse sorprender.