Joker (2019), o Guasón en su versión local, es un film que no pasará desapercibido y no ha dejado ni dejará indiferente a nadie. He leído desde críticas sumamente laudatorias y alabanzas pródigas en adjetivaciones y comentarios remarcables a cuestionamientos integrales acerca del sentido último del film. ¿Pero no debería comenzarse por intentar comprender cuál fue la valoración y el encuadre ideológico que Todd Phillips, su director, le otorgó a su iniciativa a la hora de pergeñar esta propuesta fílmica? La pregunta es pertinente ya que Phillips es uno de los co-guionistas de la película, y la concreción visual partió de manera casi exclusiva de su propia decisión. En primer lugar merece destacarse que este film rompe con el paradigma de los films de superhéroes, hechos casi todos a la medida del gusto de los productores y de las reglas de la taquilla hollywoodense. Un poco a la manera de Nolan, aquí se presenta a Ciudad Gótica en su versión más oscura, realista y descarnada, respetando la fidelidad de la historia del comic pero otorgándole a su Joker todo el vuelo creativo y toda la libertad expresiva a la que le adosa la estética de los 70´s. Es precisamente esa sagrada década en materia cinematográfica que conllevó un rupturismo conceptual interesante y pleno de ideas y que marcara el surgimiento de nombres como Martin Scorsese, la que aparece aquí homenajeada y revisitada a través de numerosos guiños. No es casual la aparición de Robert De Niro, a quien Arthur Fleck, (tal el nombre del personaje que encarna Joaquin Phoenix) emula en la corporización de aquél de Travis Bickle (el protagonista de Taxi Driver) y al igual que Bickle emerge como sujeto pasivo y recipiendario de la violencia social más contundente. De Niro aquí se metamorfosea en Murray Franklin y en otro notable guiño, esta vez al opus de Scorsese de El Rey de la Comedia, encarna precisamente el opuesto de su Rupert Pupkin de aquel film, permitiendo que Phoenix asuma dicho rol y generando ambos tal vez la escena más impactante del film. Hace tiempo que una película no producía tanta sensorialidad en el espectador y tanto deseo de volver a las fuentes, a la época en la que se filmaba con criterio de cine y no de éxito comercial. Tal vez porque desde hace un tiempo considerable, en “la Meca del cine” se venía filmando siempre de la misma manera y el concepto de “villano” se tornaba pasteurizado, con trazo grueso y sin apelar a miradas más profundas ni ambiguas, sin contrastes ni claroscuros. Joker lo ha logrado.
Irónica y divertida mirada sobre la crítica de cine. Ópera Prima de Hernán Gerschuny, crítico de cine que desvirtúa la regla, como ocurrió con Juan Villegas anteriormente, según la cual quien se dedica a estas lides es un director frustrado. Guerschuny nos prueba lo contrario y nos introduce en el universo de Víctor Téllez, un arquetipo impecablemente construido por Rafael Spregelburd, quien un día conoce a una mujer más consustanciada con el tipo de cine que éste acostumbra a denostar (Dolores Fonzi) y surge entre ellos lo que podría llamarse una historia resignificada en clave de comedia dulzona y paródica asimilándola por momentos a recursos tan probados como clichés que en el cine aún continúan funcionando. Los guiños están a la orden del día y tal vez a los colegas nos divierta ver a algunos compañeros que prestan su presencia a esta iniciativa, tales como los críticos Quintín y Leonardo D´Esposito, el distribuidor Carlos Zumbo y la jefa de prensa Lola Silberman entre otros. La secuencia del desayuno de prensa resulta en este sentido antológica. Tal vez el público en general quede afuera de ciertas ironías. El guión es otro de los puntos altos de esta historia y su estilo narrativo encomiable, dotando al protagonista de un punto de vista en off en francés al igual que una película de Godard, y el parelelismo entre la historia que se cuenta y las trilladas tramas que atormentan a Tellez soplan con una fresca brisa de innovación en este tipo de propuestas.
Bellamente filmado este film argentino sobre un viaje iniciático e introspectivo. Cuarta película de esta directora que se exhibe en el Bafici (sus anteriores. Cómo pasan las horas, 2005; Extranjera, 2007; y El recuento de los Daños, 2010), en esta oportunidad evoca a Homero trasladando la historia a una periodista (una impecable Agustina Muñoz) quien se dirige a las profundidades del impenetrable chaqueño para testimoniar con su presencia la vida de las tribus locales, en un viaje que resulta iniciático e introspectivo. Varios son los ejes que Oliveira Cézar propone con su mirada crítica, comenzando con una feroz y lúcida mirada sobre el rol de los medios a la hora de abordar la realidad social (Alan Pauls compone aquí con un profesionalismo sorprendente al editor jefe del medio para el que la periodista trabaja, mérito actoral también atribuible a su directora). También está el testimonio de la época en la que transcurre la existencia de nuestra protagonista (vidente en la mitología, testigo activa de una realidad transformadora) y su mayor o menor posibilidad de modificar la misma. Los límites entre el entorno y la subjetividad aparecen en este film de manera tan difusa como atractiva planteándose la fusión de ambos como hipótesis inevitable. Bellamente filmado, Cassandra incluye asimismo un documental dentro de la ficción que se propone como un protagonista alternativo, dando voz a los que no la tienen. Las reflexiones también tienen lugar, y sobreviven ante una realidad que surge como aplastante, ante un paisaje que todo lo devora, ante un silencio que vale más que mil palabras escritas.
Un valiente alegato del director de Süden, quien nos abre la puerta de su núcleo familiar Este interesante director, a quien ya habíamos apreciado en el 2008 con su ópera prima Süden, regresa ahora con un retrato crudo, ácido, festivo y sumamente nostálgico sobre su familia, en el que alterna imágenes recientes con extractos de filmaciones de sus abuelos paternos inmigrantes en nuestro país, el casamiento de sus padres, fiestas familiares, y la presencia permanente de una cámara en la convivencia diaria durante la cual se desgajan las pequeñas miserias de cada uno se sus integrantes. Hay un eje sumamente apreciable que se constituye a través de las consecuencias que el holocausto tiene en generaciones sucesivas de los sobrevivientes, y es allí donde la película se fortalece. Esa angustia que se va heredando y trasladando de generación en generación como la ?hagadá? que se lee en la noche de Pesaj en la que toda la familia está reunida. Otro aspecto es cómo, históricamente, la célula familiar, que supo albergar y anidar a todos sus hijos generando una monolítica base tiende a desmembrarse en el presente. Un valiente alegato de este talentoso cineasta, quien nos abre la puerta de su núcleo familiar, que nos remite un poco al nuestro.
Debe saludarse con júbilo esta segunda propuesta de Rodrigo Moreno quien, años después de El Custodio (2006) nos ofrece un registro completamente distinto, muy a la manera de Martín Rejtman y sus toques de humor negro, si hasta le pide prestada a una de sus actrices Rosario Bléfari de Silvia Prieto. La historia es sencilla en su punto de partida. A Boris (Esteban Bigliardi), su novia Ana (Cecilia Raniero) le pide un impasse en la pareja de ambos para poder evaluar que le pasa, lo que sirve de marco para que el protagonista inicie una búsqueda de sí mismo, de sus emociones, sensaciones, preferencias, gustos, buceando más en sus falencias que en sus logros. Ese mundo, el que parece tan atractivo y atrapante desde una perspectiva exterior, es el que parece constituirse como inasible para Boris en sus reiterados intentos por aproximarse a una alternativa que lo satisfaga. El misterio del título va trocando en monotonía, soledad, vacío existencial. El desarrollo va acompañado de un delicioso humor negro y seco que nos hacen más digerible la visión de este film. En los complejos recovecos de esta propuesta parece también adivinarse la presencia del finlandés Aki Kaurismaki. Hay dos escenas para destacar: La del colectivo, maravillosa síntesis del proceso de crisis de la pareja y del grado de avance e introspección de cada uno de sus integrantes, y la sólida secuencia final, que desde su maravilloso y silencioso patetismo nos sacude de esa modorra fría para introducirnos en ese solemne paisaje de la profunda tristeza. Un auténtico Moreno en estado puro de creación.
De lo indiferente a lo oprimido. Llega por fortuna a nuestras carteleras porteñas la tercer película de Eran Riklis (sus dos anteriores estrenadas aquí fueron La Novia Siria y El Árbol de Lima) un director que continúa eligiendo filmar en su país de origen, Israel, porque según sus palabras, puede interpretar más cabalmente el sentir nacional. Una vez más, en el contexto de una situación política (un atentado que se cobra una víctima) el gerente de Recursos Humanos de la panadería donde trabajaba una inmigrante rumana, es comisionado para repatriar su cadáver. Aquí lo que prima es lo humanitario. El Gerente en cuestión, una brillante composición de Mark Ivanir, aparece desgranado en sus pequeñas miserias y desdichas de vida, y, asumiendo una responsablidad que la siente esquiva, comienza con una travesía que intentará devolverle a la fallecida, Julia, su identidad perdida y tal vez, la suya propia. Y es aquí donde la película gana en frescura, fluidez, dinamismo, ya que aparecen una serie de personajes entre Kaurismakianos y Kusturikianos (la cónsul, el chofer, el hijo de la difunta, su ex marido) que dotarán a la cinta de esta amarga, ácida, divertida y hasta conmovedora realidad, en suelo ajeno, descubriendo dificultades aun mayores que aquellas que se describen inicialmente. (Las nuevas generaciones rumanas aparecen retratadas con un gran escepticismo, oprimidas por la dura realidad que les toca, sin posibilidad de futuro) Se adivina una sugerente metáfora a través de lo que sucede en Rumania, ya que el reacomodamiento de las identidades aun no ha sido del todo resuelto (la madre de la víctima se pregunta: ¿por que la trajeron aquí?) Negarle a Julia su condición de israelí, y por lo tanto, no enterrarla en su país elegido por adopción, significaría desprenderse de la gran responsabilidad que el país sigue teniendo con relación a la situación política en general. Riklis no rehúye el bulto por suerte. Sólo lo humano nos salvará del odio y del olvido parecería querer decir el director a través de sus queribles personajes, y es por ello, tal vez, que la película no busque conmover a la platea, sino que lo logre aun sin proponérselo.
Comprometido alegato contra la intolerancia Finalmente llega a las carteleras comerciales esta excelente película que fuera presentada en la edición anterior del Bafici, además de haber sido consagrada con numerosas distinciones, entre ellas la nominación al Oscar en la categoría película extranjera año 2009. Nada es lo que parece en este apasionante relato que va hilvanando tres historias que se van ampliando y complementando a medida que avanza el metraje. Es así que asistimos a la presentación de Omar en primer término, un árabe israelí que intenta salvar a su familia de una muerte segura por parte de una secta que está intentando vengar la muerte de un familiar a manos de su tío. Malek, es un inmigrante ilegal palestino que trabaja en un restaurante y su preocupación es poder pagar la operación de su madre enferma. Finalmente Dando, un policía israelí busca a su hermano desaparecido que podría haber sido asesinado por Palestinos. El propósito de esta dupla de directores es retratar el ominoso clima que transcurre en Ajami, un area de Jaffa en la cual conviven palestinos, judíos y cristianos y la carga de prejuicios que esto trae aparejado. Afortunadamente, las historias han sido tan ajustadamente elaboradas que la imprevisibilidad corona cada una de estas situaciones con una gran riqueza narrativa. El guión es de una consistencia dramática muy apreciable y las actuaciones son excelentes. Para recomendar.
LA ESTÉTICA KITSCH EN UNA COMEDIA EROTICA ARGENTINA Las Hermanas L. es el segundo cometido de un grupo de cineastas egresados de la Universidad del Cine que se han propuesto descontracturar al cine argentino en cierto cine de género, y es así como tras Upa, Una Película Argentina, parte del equipo de directores (Santiago Giral, Eva Bahr) vuelve a la carga junto con Diego Schipani y Alejandro Montiel para introducirnos en el mundo de las hermanas Legrand (pero no las de la vida real, sino otras, ficcionadas por sus creadores) Lo que se visualiza es una aproximación al primer Almodóvar en sus desopilantes situaciones familiares plagadas de sexo desprovisto de todo tabú, iniciativa que se saluda como inédita para la habitual pacatería con que anteriores propuestas en este sentido han transitado nuestro cine nacional. Una estética colorida y kitsch plaga el relato yuxtaponiendo deseos sexuales intensos, traiciones, hipocresías y un relato en off plagado de deseo que le da marco. Interesantes personajes secundarios pueblan la pantalla: Una bienvenida reaparición de Soledad Silveyra en una composición compleja e hilarante. Y Willy Lemos en la célebre Coco Legrand que hasta saluda con el clásico “chau chau” (cualquier semejanza…) A ellos se les agrega el clan de anteriores films (Silvina Acosta, Esteban Meloni, Elias Viñoles, Florencia Braier). Las Hermanas… resulta así un refrescante intento por revisitar la comedia erótica, adosándole un estilo renovador y descontracturado.
La Gran Sorpresa Sí, me estoy refiriendo a The Switch, (que se podría traducir como El cambio) y que por estos pagos fue bautizada con el desmerecido título Papá por Accidente, nuevo vehículo para el lucimiento de Jennifer Aniston quien tuvo el buen tino de elegir como compañero de fórmula (hace rato que ella es productora de sus propios films) a ese gran actor y comediante que es Justin Bateman (Juno; Arrested Development en televisión). Es la historia de una mujer soltera de 40 años quien siente con ansiedad el paso de su reloj biológico y desea ser madre, para lo cual busca un donante de esperma que le satisfaga su deseo en el entorno de una fiesta en el que suceden algunos desopilantes tropiezos Con algunos años de diferencia, Kassie (el personaje interpretado por la actriz de Friends) vuelve a New York a establecerse con su hijo, y es allí donde se da una profunda conexión con su hasta entonces amigo Wally (Bateman) quien deberá lidiar con el hijo del donante que no conviene develar aquí su origen. Con algunos matices de Cuando Harry Conoció a Sally, el film se destaca por su maravilloso guión (La alusión a Diane Sawyer es muy graciosa) y por la exacta, emotiva y honesta composición de Justin Bateman a quien deberíamos ver más seguido en pantalla.
Jorge Zima dirige su segundo largometraje con una propuesta kitch a la manera de Néstor Montalbano en Pájaros Volando aunque tal vez morigerada con una concepción más romántica. Es la historia de un productor discográfico quien a los fines de rastrear el paradero del autor de un tema devenido hit (Papá Mono), lleva a su novia peluquera a las sierras cordobesas, desechando una seductora propuesta de ella de viajar a Miami, para intentar participar de las suculentas regalías que el “simple” en cuestión estaría devengando. Es en la majestuosidad del paisaje cordobés donde opera la introspección de estos personajes que los guiará hacia nuevas e inusuales revelaciones acerca de sí mismos. La película sencillamente funciona y no resulta ajeno a ésto el hecho de contar con dos intérpretes de excepción: Erica Rivas y Rodrigo de la Serna, marido y mujer en la vida real quienes conjugan una química maravillosa en pantalla, a quienes secundan con eficacia Roberto Carnaghi y María Fiorentino. Humor en buenas dosis, y una tierna poesía se intercalan en esta amalgama que se permite agudas observaciones sobre la fugacidad del éxito y la permanencia de valores como la fidelidad a sí mismos. Para irse cantando del cine, el tema de los créditos finales, Boca de Fresa, cierra alegremente el film, interpretado por La Mona Jimenez.