Elías (un correcto Oscar Martínez) es, en apariencia, un señor apacible, padre de familia, con dos hijas (una de ellas interpretada por Dolores Fonzi), un yerno (Diego Velázquez), un nieto, un lindo chalet y una esposa que es una exitosa cocinera. La larga mesa de la cena no anticipa lo que está por ocurrir en esa casa ni cuáles serán las sospechas que se tejerán alrededor de los vínculos familiares tras la noche en que se desata la tragedia. La historia arranca años antes de la noche fatal, con una escena donde el padre de Elías (Norman Briski), que se luce en su breve pero eficaz intervención) sufre un accidente en el campo y muere al caerse del molino. Ese episodio sirve para mostrarnos que el rostro adusto del hijo tiene que ver con que su padre lo considera un inútil. Elías lleva la carga de ocupar un lugar de segundo, eclipsado por la sombra de su hermano, que murió años antes, y la necesidad de probar que él puede lo marca, como si se tratase del defecto dramático de un personaje shakesperiano, hasta llevarlo a la desesperación de siempre querer demostrar algo. Para colmo, su mujer al frente de una empresa de catering para fiestas, ratifica la sentencia de que es un inservible y alimenta la ira y la frustración de este hombre lleno de deudas al que no está dispuesta a prestarle la plata que lo puede salvar. Miguel Cohan, director y guionista de este drama con suspenso, plantea una primera mitad de la película donde construye la intriga, y donde nos muestra los hechos desde dos puntos de vista: el del yerno (Diego Velázquez) que casi sin quererlo asume el rol de detective casero y encuentra indicios para sospechar lo peor de su suegro; y el del protagonista que devela lo que pasa detrás de cuatro paredes donde no todo es lo que parece. Sin embargo, cuando tiene todos los elementos para un thriller atrapante con giro inesperado, Cohan pone todas las cartas sobre la mesa y “spoilea” su propia película, ya que nos da la clave de la trama mucho antes del final. Con el transcurrir de los minutos la narración pierde foco y se diluye por altibajos del guión que se va por la tangente en algunos tramos y deja varios cabos sueltos, sin lograr mantener la tensión dramática de ese prólogo que prometía.
El nuevo filme de Neil Burger (El ilusionista, Sin límites, Divergente), propone una versión adaptada de la exitosa comedia francesa “The Intouchables“, una producción que recibió el premio a Mejor película en el Festival de Tokyo y el Goya a Mejor película europea, además de ser candidata a ganar en la categoría de Mejor película de habla no inglesa en los Globos de Oro y BAFTA. El film francés, a su vez, fue la adaptación de una novela original de Philippe Pozzo di Borgo llamada Le Second Souffle. La película original francesa, luego tuvo su versión argentina, protagonizada por Rodrigo de la Serna y Oscar Martinez, bajo la dirección de Marcos Carnevale, y este año llegó a los cines la cinta de Burger, con los protagónicos de Kevin Hart (“The Wedding Ringer”), Bryan Cranston (“Breaking Bad”, “Last flag flying“) y Nicole Kidman (“Destroyed“). La trama narra la historia de Dell Scott (Hart), quien luego de salir de prisión, se topa con la posibilidad de ser el asistente de Phillip Lacasse (Cranston), un acaudalado hombre con cuadriplejia. Esto no solo significa para Dell conseguir el empleo que necesita para obtener su libertad, si no también para poder ayudar su hijo y ex mujer. La película desarrolla el vínculo que se crea entre estos personajes totalmente diferentes entre sí: la soledad, el dinero, el pasado, la no aceptación del otro, son algunas de las temáticas que el filme de Burger se encarga de exponer con humor y sensibilidad. En esta versión, claramente podemos ver puntos similares a las anteriores ya realizadas, sin embargo, el director logra crear una película muy bien construida, con un guión, que al igual que la versión original, no tiene desperdicio (Jon Hartmere, Eric Toledano, Olivier Nakache) El punto más fuerte de la película es sin duda el trabajo que llevan adelante Cranston y Hart, quienes logran crear el vinculo entre los personajes desde las primeras escenas, además, con el papel de Kidman, la película suma en calidad: ver en escena a la dupla Cranston – Kidman es un lujo, a quienes la vean, sabrán el porque (no voy a spoilear). “Amigos por siempre” es un homenaje a las amistades mas allá de cualquier tipo de diferencias: una opción que además de entretener, emociona.
El último filme realizado por Felix von Groeningen narra la inquebrantable relación entre una padre y un hijo, y la fortaleza de ese vinculo frente a la adicción de este último a las drogas. Basada en las memorias del periodista David Sheff, y su hijo, Nic Sheff (interpretados en la película por Steve Carell y Timotheé Chalamet), el relato construye una historia que si bien tiene sus golpes bajos demasiado subrayados (quienes tengan el llanto fácil, están avisados), nos permite reflexionar sobre lo importante que es el entorno social de un adicto y los vínculos que lo rodean: familia, amigos, pareja. En palabras del director, la historia del protagonista es solo una entre tantas otras en donde las drogas atentaron contra la salud y la integridad de una persona, pero que sirve para “dar voz” a quienes luchan contra una adicción. El camino de Nic a las drogas fue poco a poco convirtiéndose en una adicción incontrolable. Con la compañía de su padre, David, el joven pasó por diferentes tratamientos y clínicas, con altibajos constantes y la ilusión de que tomar determinada decisión podría ser crucial para acabar con aquello que empezó como algo divertido para transformarse en un infierno sin salida. El filme de von Groeningen esta cargado de escenas emotivas y una gran entrega por parte de dos actores protagónicos que efectúan un trabajo realmente cautivante: Timotheé Chalamet (“Call me by your name”, 2017), quien recibió una nominación al “Globo de oro” por este rol, junto a Steve Carell (“Last Flag Flying“, 2017), un injusto no nominado en esta temporada de premios, recrean el vinculo padre – hijo con una naturalidad y una conexión digna de grandes interpretes. También hay que destacar el trabajo de Maura Tierney, que tiene escenas pequeñas pero de mucha intensidad a lo largo de la película. Con música de Christoffer Franzén, que acompaña y complementa cada escena, y guión de von Groeningen y Luke Davies, “Beautiful boy” es un drama muy bien actuado y con un mensaje potente: Un viaje sobre la lucha, las pérdidas, la esperanza, y un amor que lo significa TODO.
Luca Guadagnino no es ningún nombre nuevo dentro de la cinematografía italiana. Estableciendo un estilo muy estético, cuidado y con varias estrellas, el realizador de “El amante” y “Cegados por el sol”, alcanzó su máximo punto de popularidad en el 2017 cuando lanzó su aclamada (y brillante), “Llámame por tu nombre”. Nominada a un puñado de premios Oscar (incluyendo mejor película, actor y guión adaptado), este film le hizo ganar un enorme prestigio que bien lo podría haber puesto en una zona de confort dentro de la industria estadounidense. Sin embargo, no fue así, Guadagnino, lejos de acostarse entre laureles se anotó a un desafío enorme, hacer el remake de una de las cintas más extraordinarias de la historia del cine de terror: “Suspiria” (1977), de Dario Argento. Como no podía ser de otra manera, Guadagnino reunió a un elenco famoso repleto de caras conocidas como Dakota Johnson, su actriz fetiche, Tilda Swinton, Chloe Grace Moretz, y hasta la mismísima Jessica Harper, la protagonista del film original. Esta “Suspiria” modelo 2018, se sitúa en Berlín, en el año 1977. Allí, una joven estadounidense llamada Susie, viaja para tomar clases de danza en una de las escuelas más prestigiosas del mundo. El mismo día que ingresa, una de las alumnas escapa del estudio y es asesinada. Pero la desconfianza de Susie aumenta cuando una de sus compañeras le confiesa que la estudiante que escapó le había dicho que existe un aquelarre de brujas dentro del estudio de danza. Si bien la película tenía todos los boletos para ser un absoluto chasco, Luca Guadagnino ha salido muy airoso filmando una versión totalmente personal y alejada de la visión de Dario Argento: tiene coherencia lo que hizo, se despegó de la sombra de la original, tomó los conceptos de la danza y las brujas, pero los colocó en un contexto socio-político totalmente distinto. Puede que los fanáticos de la obra de Argento se sientan defraudados, y también es lógico que esta sea una de esas películas que divide las aguas. Luca Guadagnino con su indudable talento realizó un film muy personal, con pasajes de terror, drama, fantasía, y muchas capas de lectura. Mientras que la cinta de Dario Argento dura 100 minutos, esta dura 152. La obra original tenía un despliegue de luces de neón y unos diseños arquitectonicos de cuento de hadas, mientras que esta versión se ata mucho más al realismo. La historia se desarrolla dentro de una Berlín divida por el muro, con revueltas sociales, terrorismo, y una cierta culpa del pasado nazi. Hay muchas ideas dando vuelta: el instinto de maternidad, el nazismo, el muro de Berlín, los movimientos feministas, una historia de amor destruida por el pasado alemán, las brujas, el poder de la danza. Da la sensación de que es demasiado, y que todo queda enfrascado un poco a la fuerza, pero las intenciones son válidas. Dividida como si fuera una novela, entre capítulos, prólogo y epílogo, Luca Guadagnino construye una película espesa, que avanza con lentitud y que se apodera del espectador con la fuerza de la puesta en escena, unas coreografías de baile hipnóticas y un maquillaje excepcional (impresionante representación de Tilda Swinton en su papel de anciano). Eso sí, las dos horas y media son exageradas. Con un montaje más compacto el film se podría sostener con mayor consistencia. Hay varios baches en el guión, y a veces tiende a una cierta desconexión entre una escena y la otra. La distancia y la frialdad que establece el film a lo largo de su estructura se quiebra con un clímax final de 15 minutos realmente notables donde aparecen las luces de neón de Argento y se luce más que nunca el trabajo de maquillaje. El acompañamiento musical lo ofrece Thom Yorke con su fascinante Suspirium. Interesante remake que revolotea con muy buenas ideas y que, como acierto, se despega del film original para construir su propio universo. Luca Guadagnino y otra muestra de talento visual y narrativo
El clásico musical familiar de Robert Stevenson, “Mary Poppins” (1964), fue un punto de inflexión para la carrera de Julie Andrews, quien inevitablemente se vio marcada de por vida en su papel. Pudo protagonizar un puñado de films en Hollywood pero ninguno lo suficientemente relevante como para borrar la huella de “Mary Poppins”, personaje que nunca tuvo una secuela -aún pese al gran éxito-. La segunda parte llega recien ahora, con una ‘demora’ de 54 años. “El regreso de Mary Poppins” está dirigida por un especialista en musicales, Rob Marshall (“Chicago”, “En el bosque”), y con el guión de David Magee (“Una aventura extraordinaria”). La remplazante de Julie Andrews es ni más ni menos que Emily Blunt, quien viene de protagonizar un gran éxito con el filme dirigido (y actuado) por su marido, “Un lugar en silencio”. Con más forma de remake que de secuela, “El regreso de Mary Poppins” nos narra justamente eso, el retorno de la niñera mágica a la casa de la familia Banks. Ha pasado una nueva generación, pero los conflictos siguen en puerta, y quien mejor que Mary Poppins para tratar de resolverlos. Para quienes no vieron la versión de 1964, “El regreso de Mary Poppins” tiene todo lo que Hollywood puede ofrecer: emoción, entretenimiento, bellas imagenes y buenas coreografías, pero nunca lográ quitarse la sombra de la original. Como secuela, son más bien pocas las novedades que ofrece. Rob Marshall prefiere filmar una cinta plagada de nostalgía, con algunas pequeñas conexiones, cameos de actores de la original y toda esa esencia que abundaba en la megaproducción de mitad de los 60′. Emily Blunt esta fantástica a la hora de construir su propia Mary Poppins. Respeta muchas de las cualidades del personaje, pero se anima a hacerlo con sello propio. La dirección de arte es estupenda, los colores, las escenografías y el CGI que nutren la puesta en escena. Está claro que a nivel visual no hay nada que objetar, pero sacando todo lo técnico, es poco lo que “El regreso de Mary Poppins” nos narra. El desafío a la hora de efectuar una crítica como esta, es intentar despegarse de la prolijidad técnica que Hollywood te ofrece, para poder excarvar en aquello que queda tapado, como el guión, por ejemplo. Los numeros musicales son muy buenos, pero no se encuentra una canción pegadiza que destaque en demasía por sobre el resto. Nunca llegan a ser inolvidables. Lo que si, hay una secuencia con dibujos animados brillante, y una interesante construcción sobre los temores infantiles trasladados al mundo animado. “El regreso de Mary Poppins” intenta conservar la nostalgía, pero le falta mucho en la parte creativa, y eso queda maquillado por tantos colores y coreografías que se ponen a disposición de los personajes. No es perfecta, pero es un buen entretenimiento para disfrutar en familia durante este verano. Por Fabio Albornoz para Ociopatas.
Por Fabio Albornoz. Es extraña la carrera de Night Shyamalan, un realizador que a lo largo de su trayectoria ha tenido tantos aciertos como traspiés, lo que lo convierte en uno de los directores más discutidos y amados. Para muchos, un genio, para otros, un farsante. ¿Pero cómo podemos decir que se trata de un farsante cuando tiene en su curriculum un impresionante caudal de grandes películas? Desde su arribo a Hollywood con la extraordinaria “El sexto sentido” (1999), los medios no tardaron en nombrarlo el ‘nuevo’ Hitchcock, una pesada mochila que supo llevar afirmándola con otras grandes cintas que vendrían a posteriori, como “El protegido”, “Señales” y “La aldea”. Las divisiones se empezaban a moldear, y luego del 2004, la carrera del indio cayó en un abismo complejo de revertir. El estrepitoso fracaso comercial de “La dama en el agua” significó la pérdida total de confianza de los productores a la libertad creativa del director, y también el disparador de una serie de películas por encargo realmente malas. Seguirían “El fin de los tiempos”, “El último maestro del aire” y “Después de la tierra”. Esas cuatro películas pondrían por el suelo una carrera que había comenzado demasiado bien. Todo cambió cuando entró en acción la productora Blumhouse para poner todo en su lugar. Vino la muy interesante “Los huéspedes” y luego “Fragmentado”, un film que le terminó saliendo dentro del universo de una de sus películas más legendarias, “El protegido”. Este regreso a la libertad creativa le trajo beneficios económicos (como hacía mucho no tenía), pero también un salto de calidad propio del mejor Shyamalan desde “La aldea”, allá por el 2004. “Glass”, el esperado e imprevisto crossover entre “El protegido” y “Fragmentado”, llegó finalmente a los cines el pasado jueves. Recibida con críticas entre mixtas y negativas, esta tercera parte cuenta como David Gunn sigue los pasos de ‘La bestia’ con el fin de poner freno a sus crímenes. Pero una redada acaba con ambos en un hospital psiquiátrico donde son puestos, junto al manipulador Mr. Glass, para ser estudiados y hacerles entender de que no son superhombres. Los cimentos de “Glass” hacen que quizás esta sea una película más para los fanáticos del universo de “El protegido” que los de “Fragmentado”. Hay diferencias abultadas entre los enfoques de cada cinta. “El protegido”, es la película sobre David Gunn (héroe humano), y un constante diálogo con los comics. “Fragmentado”, se roza más con el género de terror, y luego por ese giro final terminó entrando en el universo de la anterior. Ahora “Glass”, es decididamente una cinta que pone el mayor protagonismo en el propio personaje de James McAvoy (La bestia), pero cuya mirada está bastante lejana a la perspectiva de “Fragmentado”. Esta es una película sobre héroes, no hay duda de ello. Lejos del despliegue de parafernalia al cual nos mal acostumbró Marvel y DC, Shyamalan nos presenta una extraordinaria radiografía del mundo de los comics, que en cierta manera la hacen un poco exclusiva y no abierta a total consumición. Es por ello que hay veces en las que el guión debe poner las cosas en boca de los personajes, o producir una cierta sobre explicación para atrapar a los espectadores que se sumergieron recién con “Fragmentado” y no vieron “El protegido”. Construida con solemnidad, Shyamalan busca hacer de su “Glass” (a veces de manera muy forzada), su propia obra maestra. Hay aires de pretensión y un cierto regodeo a buscar lo épico como sea, y eso lo lleva a caer en una cadena de falsos finales y algunas vueltas de tuerca –efectivas, si- que estiran demasiado el asunto y hacen creer que se está viendo una autentica épica sin escalas (un poco como lo que hace Christopher Nolan). Shyamalan es, en ese sentido, un cineasta que sabe vender mucho más de lo que tiene en sus manos. La estructura de “Glass” se divide en tres actos muy claros. El primero es la búsqueda de David Gunn (Bruce Willis) por encontrar a La bestia (James McAvoy). El segundo ocurre en los interiores de un hospital psiquiátrico, y cubre casi toda la cinta. Allí, con Samuel Jackson, se reúne por fin el trío interpretativo. Este segundo acto está sostenido y constituido a base de diálogos filosóficos, metalingüísticos y un interesante análisis de la personalidad de cada personaje. Por supuesto, también habrá espacio para el tradicional y extraordinario tour de force interpretativo de James McAvoy, quien desborda carisma y cierto aire escalofriante (aunque menos punzante que en la anterior entrega). Por último, el tercer acto da paso al esperado clímax. Shyamalan amasa y deconstruye al máximo sus ideas, introduce flashbacks que completan el pasado de los personajes, trabaja muy bien con los colores (violeta, amarillo, verde) en representación de cada uno de ellos, y consigue una cohesión narrativa y visual fascinante. El acto final es bastante breve y moderado, pero sin excesos ni despilfarros. Tiene lo justo y necesario, y eso es un poco la idea que el propio director persigue a lo largo de la película, no caer en lo que las superproducciones suelen hacer. Shyamalan cierra su improvisada trilogía con una buena cinta que cumple todas las expectativas. No hay chances de que “Glass” decepcione a los fanáticos del director indio, ni tampoco a los lectores de comics. Desarrollada casi íntegramente entre interiores, “Glass” es otro gran paso en la recuperación de Shyamalan como director/guionista.
El nuevo thriller policial dirigido por Karin Kusama (“La invitación”, “Diabólica tentación”), y escrito por Phil Hay y Matt Manfredi (The Invitation, crazy/ beautiful), nos invita a recorrer, a través de dos lineas temporales distintas, diferentes fragmentos de vida de la detective Erin Bell (Nicole Kidman), quien luego de haber estado infiltrada en una misión de alto riesgo, toma la decisión de buscar venganza por mano propia contra un grupo de delincuentes con el cual tiene una historia en común. A través de los ojos de Erin Bell, conoceremos no solo su faz policial, si no también (y aquí radica lo más interesante del filme), su faz personal, con sus miserias y altibajos, pero sobre todo, con la presencia de un amor que la impulsa a seguir adelante, aún cuando todo alrededor parecería derrumbarse. Ver a Nicole Kidman en este personaje es una muy grata sorpresa. La reconocida actriz, a la que últimamente se la pudo ver en “Aquaman“, y pronto también en “Amigos por siempre”, lleva adelante un trabajo de composición tan complejo como valioso. Esta entrega le valió nominaciones como mejor actriz en los Golden Globe Award, Satellite Award, y AACTA International Award. Con escenas muy bien logradas, logra traspasar la pantalla y cautivar al espectador. También cabe destacar el trabajo de Jade Pettyjohn, quien en el rol de hija de Erin Bell, comparte con Kidman escenas intensas y con una potente carga emotiva. Ahora bien, más allá del gran trabajo de Kidman, la película no logra, desde su trama policial, alcanzar efectividad: por momentos se vuelve predecible, poco dinámica y aleccionadora desde el punto de vista moral, algo a lo que ya estamos acostumbrados, y que no tiene nada interesante para aportar. “Destrucción” es un filme que hace lucir a Nicole Kidman: tanto la crítica como las nominaciones a diferentes premios así lo ratifican. Verla es siempre un buen plan, y esta película no es la excepción.
Ana Katz logró con apenas cinco largometrajes construir su propio estilo y universo, eso que muchos cineastas tardan en encontrar. Desde su notable ópera prima, “El juego de la silla” (2002), Ana Katz se interesó por la comedia dramática, la exploración de la clase media argentina, y un fascinante análisis sobre las mujeres. Esa especial sensibilidad la ha catapultado –en un ambiente donde predominan los directores masculinos- como una de las cineastas más talentosas del cine argentino. “Sueño Florianópolis”, su nuevo largometraje, está guionado junto a Daniel Katz, y tiene en su reparto a la gran Mercedes Morán, Gustavo Garzón, Marco Ricca, Andrea Beltrão, Joaquín Garzón y Manuela Martínez. Ambientada en los años 90. A pesar de vivir en casas separadas, Pedro y Lucrecia, cuentan con más de 20 años de matrimonio y sufren la incertidumbre de divorciarse definitivamente o intentar volver a empezar. La decisión queda postergada cuando emprenden unas vacaciones a Florianópolis, Brasil, junto a sus dos hijos. Lejos de lo que podría ser un clima de tranquilidad, Pedro y Lucrecia iniciarán nuevos romances que no harán más que fragmentar la relación familiar. La conformación del equipo de “Sueño Florianópolis” es el resumen de las búsquedas que tiene la cinta hacía el mayor naturalismo posible. No hay plasticidad, es un film realizado en familia, con el hermano de Ana Katz como guionista, y la interpretación de los hijos, tanto de Mercedes Morán, como de Gustavo Garzón. Esa es la principal fórmula por la que esta película fluye de principio a fin. “Sueño Florianópolis” cumple al 100% con todas las obsesiones y los recursos del cine de Ana Katz. Desde los primeros minutos no quedan dudas de quien la filmó. Es más, la sensación es que esta es la oportunidad perfecta para que la directora pueda volcar todo lo que le interesa. ¿Qué mejor que ver las vacaciones de la típica familia de clase media argentina en Brasil? El film, ambientado en los 90, retrata de forma extraordinaria y simple los clichés del argentino en el exterior, generando un sinfín de escenas graciosas y otras bañadas de tanto patetismo que resultan dramáticas. Hay lugar para las dos cosas, la comedia y el drama. Allí nadie supera a Katz. Por supuesto que también habrá amores, desamores, conflictos en puerta, y todo lo que la acerca al cine del gran realizador francés, Éric Rohmer, sobre todo por “Cuento de verano” (1996). Ana Katz hace algo parecido Rohmer, opta por narrar solo el período vacacional de esta familia, pero en esos días nos queda en claro que el intento por dejar atrás los problemas de la ‘ciudad’ se entremezcla con el aire festivo de Brasil, y una crisis matrimonial que se palpa en cada mirada y respuesta. De vuelta tenemos a una fenomenal Mercedes Morán, acompañada por un reparto que hace un trabajo notable y para nada sencillo. Se nota la química y la naturalidad en cada una de las escenas. Los bellos paisajes impecablemente capturados por Gustavo Biazzi, se contraponen al hostil clima de esta familia que se va desintegrando de a poco para llegar al momento femenino de introspección. Ese pasaje en el que a Katz le encanta explorar la soledad femenina y la visión de su mundo. “Sueño Florianópolis” es otra celebración de la comedia dramática argentina con el indudable sello de una cineasta que sabe lo que hace. El 2019 del cine nacional comienza de la mejor manera. Por Fabio Albornoz para Ociopatas.
La última película de Christian Rivers (“Minutes Past Midnight“), es un producto más de ciencia ficción / aventuras, en donde los efectos visuales son el gran protagonista, y la única razón por la cual valdría la pena ver el filme en la pantalla grande. ¿La valdría? Si bien el relato comienza con una escena novedosa, en donde una “Londres motorizada” persigue a una ciudad mucho más pequeña para lograr colonizarla y obtener recursos, esta trama va perdiendo fuerza a medida que la película avanza. A lo largo de sus más de dos horas de duración, no paran de surgir personajes y situaciones poco relevantes con la intención de captar la atención del espectador, sin éxito. Rivers nos presenta un mundo destruido por un cataclismo, en donde los continentes han sido fragmentados en miles de pedazos, y las ciudades se sumergieron en una especie de batalla de “todos contra todos” para lograr subsistir. En este marco es donde Tom Natsworthy (Robert Sheehan), un joven proveniente de la clase baja londinense y aficionado a la historia, se une, de forma inesperada, junto a la fugitiva Hester Shaw (Hera Hilmar), para acabar con el plan nefasto de Thaddeus Valentine (Hugo Weaving), un antropólogo devenido en un cruel y nefasto villano. Con el guión de Peter Jackson, Fran Wash y Philippa Boyens (ganadores del Oscar por “El hobbit” y la trilogía de “El Señor de los Anillos”), la película es fallida desde los personajes (superficiales), hasta la estructura (monótona y predecible). Con una gigantesca producción y efectos visuales de primer nivel, el producto intenta en varias ocasiones llegar al espectador desde diferentes lugares (escenas que pretenden emocionar, batallas y luchas cargadas de acción, ó caricaturescos roles que surgen a lo largo del filme), todo ello, sin matices ni efectividad. Efectos visuales increíbles por doquier, en una ambiciosa, pero vacía propuesta.
A sus 88 años, el legendario actor y cineasta, Clint Eastwood, sigue activo y construyendo la recta final de una carrera tan extraordinaria como extensa. Fatigado y algo cansado, Eastwood dedico los últimos años de su filmografía a ejercer solo como director, siendo “Gran Torino” (2008), su última pieza como protagonista (ya que “Curvas de la vida” del 2012, no es de su autoría). Inoxidable e incansable, Eastwood consiguió en 2018 estrenar dos films. Para muchos “15:17 Tren a París” es uno de los pocos tropiezos de su carrera. La segunda, estrenada a finales de diciembre en Estados Unidos, y a principios de enero del 2019 aquí en Argentina, es “La mula”. Esta nueva pieza nos trae de regreso a Eastwood en su faceta de director-actor, algo que no se repetía en 10 años. Y lo acompañan secundarios como Bradley Cooper, Taissa Farmiga, Laurence Fishburne y Dianne Wiest. El realizador oriundo de San Francisco, California, volvió a reunir al guionista Nick Schenk (“Gran Torino”) para que desarrolle un libreto que tuviera como puntapié la noticia publicada en los años 90’ en el New York Times, sobre un anciano que trabajaba como mula para un cartel de drogasmexicano. Sentando esas bases, “La mula” narra como Earl Stone, un octogenario en quiebra, obtiene un trabajo sencillo que solo requiere conducir largos tramos para entregar unos paquetes. Sin saberlo, se transforma en un traficante de drogas poderoso. “La mula” es su largometraje número 38 como director, y se siente como lo que es: una despedida. No sé si volveremos a ver a Clint Eastwood como actor una vez más, de hecho, tuvieron que pasar 10 años para que eso ocurra. Earl Stone es una proyección de los ideales y de los personajes que el propio Eastwood encarno durante toda su carrera. Se lo ve como un cowboy agotado, viejo, con arrugas y con errores del pasado que intenta remediar o al menos cerrar de la mejor manera. Clásica, elegante, pausada y reflexiva, “La mula” explora el advenimiento de un mundo nuevo, los pliegues de un pasado que siguen impactando en Earl Stone, y las cuentas pendientes de una vida ardua con puntos altos y bajos. En fin, un retrato extraordinariamente monumental sobre el ser humano, el paso del tiempo, y la vejez. Es muy simple la trama de “La mula”, pero es esa sencillez la que la hace enorme como film. Clint no necesita de dificultosas formas y métodos para llegar a lo que quiere contar: Hace parecer fácil, lo difícil. A lo largo de su carrera, Clint Eastwood ha ido ahondando y trabajando en similares conceptos. Su personaje de hombre reacio, patriota, con valores antiguos y cuya familia desprecia, se ha idoactualizando y perfeccionando. Con “La mula”, se permite cerrar ese círculo perfecto. Perfectamente se podría decir que la película es algo así como una especie de road movie. Earl Stone se la pasa en la ruta, conduciendo, y en esos parajes que va efectuando cierra sus cuentas pendientes y reflexiona sobre el nuevo mundo. El film se divide en tres tramas, la primera aparece de a ratos y es la de la familia del protagonista, la segunda son las entregas de droga que debe efectuar para el cartel mexicano (esa es la que claramente abarca más), y la tercera es la investigación policial liderada por el personaje de Bradley Cooper. La primera y la segunda están bien alternadas, porque los viajes en ruta sirven como momentos de introspección que funcionan para que el personaje se vea impulsado a reconocer sus errores. La que es un poco blanda es la investigación policial, no del todo desarrollada, pero si necesaria para darle un efectivo cierre a la historia y para, de paso, hacer visible los contrastes y la discriminación de buena parte de la sociedad norteamericana para con los mexicanos (la escena de la detención al conductor, es una muestra clara). Como siempre, no hay excesos, no hay grandilocuencia, no hay subrayado. Clint Eastwood construye una perfecta radiografía de la vejez, y un nuevo testamento personal para que lo recordemos por siempre. 88 años a pura vigencia. “La mula” es otro extraordinario regalo que se ubica como lo mejor que filmó desde “Gran Torino”. Gracias por tanto cine, Clint. Calificación: Excelente. Fabio Albornoz (@fabioalbornoz)