Ganadora del premio del Jurado en Cannes, el debut de Ladj Ly en el largometraje de ficción presenta, en ritmo de thriller asfixiante, una realidad social en los suburbios parisinos. Algo tan multitudinario como el festejo del mundial de fútbol 2018 en pleno Arco del Triunfo, abre “LOS MISERABLES”, donde sólo por esos primeros minutos se vivirá ese clima de unidad nacional que no se repetirá en el resto del filme, sino que por el contrario, contrastará fuertemente con la enorme grieta que se esconde diariamente en los suburbios parisinos, no tan lejos de los brillos de la Ciudad Luz. Ladj Ly, debutante en el largometraje de ficción, le imprime cierto tono documental en el que parece sentirse a gusto, para presentarnos una obra que ha logrado un gran impacto en el mercado internacional a partir del Gran Premio del Jurado de Cannes –además de la rareza de que una Opera Prima compitiese por la Palma de Oro- y nominaciones al Globo de Oro y al Oscar a la mejor película extranjera, construyendo un relato de tinte abiertamente social en donde se pone el énfasis en la violencia urbana, los territorios en permanente disputa y la tensión que provoca la presencia de la figura policial dentro de los barrios más marginales. El director franco-africano parte de su propio corto de 2017 y elige espejarse en el clásico de Víctor Hugo para volver a centrar su acción en el mismo lugar donde el célebre escritor situó a sus inolvidables personajes, mostrando como esa misma geografía, el barrio de Montfermeil en París, no parece haber cambiado demasiado. Aquellos aires de libertad de la Revolución Francesa parecen haber quedado olvidados, oprimidos, abandonados, a medida que la sociedad fue avanzando y los ha dejado sepultados en un proceso que evidentemente nos marca cómo hemos involucionado dentro de la propia historia. Ladj Ly se mueve orgánicamente, con seguridad y ritmo de thriller en un territorio marcado por las diferencias de clases, los abusos de poder, las necesidades más básicas sin cubrir, nos muestra con su ojo entrenado un mundo infantil quebrado por la pobreza y por las injusticias sociales: un barrio que aloja su propia ley, sus propios principios pero que no puede escapar al hecho de ser cooptado por el avance de las mafias y la corrupción policial. En esta geografía donde parece no haber reglas demasiado claras acompañaremos a Stéphane, un policía de provincia en su “bautismo de fuego” -que remite a algunas obras como “Dia de Entrenamiento” de Fuqua- (personaje a cargo de Damien Bonnard, nominado al César a mejor actor por este trabajo) quien junto a sus compañeros comenzará a recorrer la zona intentando cumplir con su trabajo. Es evidente que sus colegas se han apropiado coercitivamente de ese sector y él deberá debatirse entre su propia moral, su ética y sus principios y la forma de trabajo que quieren imponer sus colegas Gwada y Chris (Alexis Malenti, ganador del César al mejor actor revelación). Mientras Chris, con su manera particular, se muestra autoritario y con un fuerte perfil de liderazgo, naturalizando dentro del grupo sus propias reglas de violencia, Gwada, de origen africano parece estar entre dos aguas cuando aparece este nuevo compañero y lo enfrenta con lo que en realidad debería suceder. Es evidente que la forma en que ellos se manejan, está fuera de todas las reglas, distante de lo esperado y generando su propia ley. El contraste es aún más fuerte por el origen de Gwada que no siente ni la más mínima empatía por los vecinos de ese barrio que están mucho más cerca de su realidad inmigratoria y su etnia. Nuevamente en el cine francés actual aparece el problema de la inmigración como generadora de una violencia intrínseca y de ese sentimiento nacionalista que marca y zanja diferencias en el momento de determinar a qué o a quién se lo considera como auténticamente francés. Esas nuevas generaciones que ya han nacido en Francia y por lo tanto tienen la nacionalidad, siguen siendo considerados ciudadanos de otro nivel, con otros derechos, siguen siendo “condenados” y discriminados, sencillamente por sus raíces y su geneaología. “LOS MISERABLES” maneja, dentro de su mensaje de cine social, una perfecta estructura de thriller generando momentos de verdadera tensión casi insostenible, con permanentes dilemas éticos: nos interpela, nos hace tomar partido, nos hace reflexionar y con los diversos giros que va dando la trama nos aleja completamente del esquema “Buenos vs. Malos”. Si en algún momento Ladj Ly se sirve de algún estereotipo es sencillamente para fijar un punto de partida para comenzar a sembrar sus preguntas y sus dudas, sus interrogantes que comparte con el espectador a los que parece querer proponernos construir una respuesta en común. ¿Qué consideramos justo? ¿Qué puede ser lo moralmente correcto para una sociedad que construye con injusticia desde sus bases? Un Estado que no contiene, una situación que se desborda, un territorio en donde pareciera imponerse el “sálvese quien pueda” y la “ley del más fuerte”, le permiten a este joven director plantear un fresco social de permanente erupción y una angustia extrema. De esta forma con un hecho puntual que se desencadena en la trama y conviene no adelantar demasiado, Ladj Ly plantea un dilema ético en donde todo pareciese estar claro y ordenado, hasta que el guion lleva todas las condiciones al extremo, a ese punto de ebullición intolerable donde algo va a estallar y alguien pagará las consecuencias. Casi sin darnos cuenta “LOS MISERABLES” nos invadirá con esa ambigüedad moral y el pensamiento de Víctor Hugo que sostiene que “no hay malas hierbas… hay malos cultivadores”. Demoledora, angustiante, actual, con una estética que recupera y comparte con otros realizadores franceses como Audiard, Kassovitz y la denuncia social de Brizé, el trabajo de Ladj Ly se constituye en una película valiente, necesaria, casi imprescindible dentro del cine francés actual mostrando una realidad que cada vez aparece más frecuentemente en la pantalla, quizás buscando que a través de las voces de estos nuevos realizadores se visibilice esa violencia intramuros y ese permanente hostigamiento a los más vulnerables.
El tema de los agrotóxicos y el drama de los pueblos sometidos a las indiscriminadas fumigaciones con glifosato, que ya se ha cobrado decenas de vidas, ha dado material para abordarlo desde el terreno documental, como en “Viaje a los pueblos fumigados” de Pino Solanas y «Fotosíntesis» de Diego Fidalgo. En ambos casos, se intentó reflejar la problemática y visibilizar el flagelo, generando espacios de discusión y de polémica sobre un tema que se intenta silenciar en forma permanente. Dentro del campo de la ficción, Emiliano Grieco en “El Rocío”, retoma la temática centrando la historia en un pueblo rural de Entre Ríos, narrando el derrotero de una madre que ve como su hija comienza a padecer trastornos respiratorios graves y debe trasladarse, aún sin los medios necesarios y sin que el Estado dé respuesta, para ser tratada en Buenos Aires. La tercera película de Gabriel Grieco (luego de “Naturaleza Muerta” e “Hipersomnia”), que también lo cuenta como guionista, si bien coquetea con elementos del terror y una estética muy cercana al gore en determinadas escenas, se despega de sus trabajos anteriores, para darle preponderancia al drama, nutrido de un ritmo de thriller, sin dejar de tener en cuenta el tema de los agrotóxicos en el centro de la escena para darle un fuerte contenido de denuncia que permite una mirada diferente sobre su nuevo trabajo. “RESPIRA” cuenta la historia de Leonardo (Lautaro Delgado Tymruk), piloto comercial que, desde hace ya un tiempo, se ha quedado sin trabajo por una inconducta laboral dentro de la compañía. Un poco presionado por las circunstancias, pero sobre todo por la insistencia de su esposa Leticia, a cargo de Sofía Gala Castiglione, con el objetivo de encauzar su situación, acepta un trabajo que le ofrece un amigo de su mujer, como piloto fumigador de plantaciones de soja. Tanto por la situación económica como por el equilibrio psicológico de Leonardo, la pareja decide entonces emprender viaje, y mudarse junto con su hijo a la precaria casa que le ofrecen junto con el nuevo trabajo, alejados de la gran ciudad y de ciertas comodidades. Ya desde la llegada al pueblo, preguntando a los lugareños por la ubicación de los campos, recibirán una mirada de desdén y la advertencia de peligro generando un clima enrarecido que se hace aún más denso cuando lleguen a contactarse con el encargado (Daniel Valenzuela), un ser oscuro y que se presenta lo suficientemente desagradable como para inquietar a la pareja, sobre todo a Leticia, con la que parece, inclusive, dispuesto a atravesar ciertos límites. Apenas comience a trabajar, algunas piezas del rompecabezas comenzarán a ubicarse y todo cobrará sentido cuando se de cuenta de que trabaja para un inescrupuloso empresario vinculado con los agroquímicos que ha causado innumerables daños con la fumigación, y deberá enfrentarse con un grupo de vecinos que se opone fuertemente a estos grupos poderosos que parecen manejarse con total impunidad, no solamente produciendo severos daños físicos en los pobladores sino que además somete violentamente a sus trabajadores. Grieco tiene buenas ideas, sabe manejar las referencias cinéfilas que va sembrando como pistas y no solamente las plantea en cuanto al cine estrictamente de género –que maneja a la perfección- sino que además puede hacer un guiño tanto dentro del cine de terror, como del cine de aventuras, el suspenso a la manera del gran Hitchcock (una avioneta sobrevolando los campos hace irremediablemente recordar a “Intriga Internacional”) o aquellas en donde la casa/ el hogar, juega como refugio y trampa mortal al mismo tiempo como en tantos films slashers. Además, su cámara es virtuosa y Grieco filma con mucha seguridad sobre lo que quiere narrar, aunque en determinadas situaciones se percibe que el guion no está a la altura de la propuesta: los diálogos suenas forzados y pareciera que falta pulir algunos aspectos de modo tal que la imagen, la estética y el esmero técnico pueda traducirse también en un desarrollo de la historia que acompañe en un mismo nivel. Hay situaciones que se resuelven apresuradamente, algunas que bordean lo inverosímil, problemas con la continuidad y ciertos detalles que con un trabajo más profundo desde la escritura, podría hacer que el producto se presente más sólido y sin tantas imperfecciones. Para “RESPIRA”, el director ha contado con un elenco encabezado por Delgado Tymruk y Gala Castiglione (que han brillado recientemente en trabajos para la pantalla grande) donde vuelven a validar su talento y su capacidad de abordar diferentes facetas dentro de sus personajes. El elenco secundario se completa con Daniel Valenzuela, la participación de Gerardo Romano y Leticia Brédice en papeles que no les permiten demasiado lucimiento y se destaca un buen trabajo de Nicolás Pauls junto a una banda de sonido de Ale Kurz, cantante de “El Bordo”. Quizás se extraña el cine más visceral y osado de las primeras dos realizaciones de Grieco, pero de todos modos “RESPIRA” logra una buena mezcla entre cine de género y denuncia frente a un hecho que sigue sin tener presencia en los medios o en la agenda política actual, mientras los pueblos siguen “desapareciendo”. POR QUE SI: «Su cámara es virtuosa y Grieco filma con mucha seguridad sobre lo que quiere narrar»
l cine del director chileno Andrés Wood ha estado siempre atravesado por un pensamiento político activamente militante y eso es justamente lo que hace que su filmografía sea una de las más interesantes del panorama latinoamericano actual, siendo además uno de los directores que ya ha trazado una cierta trayectoria. En su caso, “ARAÑA” es su séptima realización contando ya con títulos que son un referente dentro del género como “Machuca” o “Violeta se fue a los cielos” y en su retrato social, las historias corales que componen “La Buena Vida”. Preocupado por poner siempre su mirada en la historia reciente de su país (que oficia, por supuesto, de espejo para muchos otros de los países de América Latina que han sufrido procesos políticos similares) nuevamente en “ARAÑA” vuelve a tomar un tema de actualidad como es el resurgimiento de movimientos de extrema derecha que se pueden ver tanto en los rebrotes neonazis, en el nacionalismo xenófobo, el racismo permanente y los puestos de poder ocupados por gobernantes que apoyan, directa o indirectamente, estas tendencias. Todo comienza con el robo de una cartera a una mujer por la calle. Alguien que ve el robo desde un auto está decidido a perseguir al ladrón hasta las últimas consecuencias en un acto que, en un primer momento, pareciera estar enmarcado en la clásica “justicia por mano propia”: y lo hace en el sentido más literal de la palabra. Con esta impactante escena inicial, Wood nos presenta a un personaje extremo, con un particular sentido de los límites, de la moral y de la justicia. Cuando el hecho aparece contado en los noticieros televisivos, la figura de Gerardo, a quien incluso en su momento se había dado por muerto, comienza a teñir como una mancha, la vida actual de sus amigos de aquella época de militancia, quienes comenzarán a sentirse indefensos e incómodos ante esa presencia fantasmática del pasado que se hace indiscutiblemente presente. Wood trabaja sobre esa idea de un pasado completamente idealizado, sobre esa idea romántica que envuelve a los recuerdos, haciéndoles perder el verdadero valor y el real significado de lo sucedido. Una nostalgia que envuelve a los personajes, consciente o inconscientemente, altera de algún modo las implicancias que tiene en el aquí y ahora, las decisiones que se tomaron a través de estos movimientos políticos en un pasado, que repercute y está tangencialmente vigente en nuestros días El guion de Guillermo Calderón elige una narración que plantea un permanente ejercicio de ida y vuelta en el tiempo para mostrar a este Gerardo en la actualidad y a partir de este disparador, comenzar a develar su historia de militancia en plena década del ´70 junto con otros dos compañeros, Inés y Justo –hoy marido y mujer, formando parte de la sociedad chilena más acomodada-, con quienes además se traza un típico triángulo amoroso. A través de estos tres protagonistas, “ARAÑA” aborda la historia de un grupo paramilitar chileno, con tendencia nacionalista –fascista-, inspirado en el que fue “Patria y Libertad” donde los hijos de la alta burguesía, durante el gobierno de la Unión Popular, operaron hasta la toma de La Moneda por Augusto Pinochet, derrocando al gobierno de Salvador Allende. Una dictadura que quedó instaurada y a partir de la cual se escribió, como en tantos otros países latinoamericanos, una historia de desaparecidos, torturas, genocidio, abusos y hasta las violaciones más aberrantes a los derechos humanos. Mientras que en algunas ocasiones, el juego temporal permite reforzar la idea central del filme, aquí por el contrario diluye totalmente la fuerza de la historia. Dividida entre pasado y presente, la narración no logra hacer pie en ninguno de los dos momentos. En el pasado, la historia de militancia se presenta como una explicación de la fractura y ese pequeño desequilibrio que sufre el mundo interno de Inés pero no logra trabajar adecuadamente el triángulo amoroso que plantea como una especie de borrador que no logra desarrollar. Por otra parte, sobre todo en el personaje de Justo, y por ende en su vínculo con el de Inés, se percibe una cierta distancia, una frialdad en el tratamiento de los personajes que no permite terminar de tomar contacto con sus historias, como si Wood de una forma u otra, preservara al espectador de una trama más compleja y más oscura de la que decide mostrar. El aire de thriller con el que finalmente se vinculan las dos “mitades” de la película no encuentra el tono de tensión más adecuado, recurriendo a permanentes flashbacks que interrumpen el crecimiento dramático. Así como Dennis Gansel en “La ola” planteaba una sociedad alemana no muy distinta de aquella que cobijó el surgimiento del nazismo, Andrés Wood en “ARAÑA” deja expresamente planteado que aquel 1972 no está tan lejos y ni tan ajeno a este presente, en donde se encuentran aquellos militantes se encuentran ocultos y entre nosotros, sin haber cambiado sus ideas radicales. Este mensaje, potente y necesario, es lo que valida este último trabajo de Wood que aun quedándose a mitad de camino en alguna de sus propuesta, tanto en su estilo como en la puesta en escena y sobre todo en las actuaciones, tiene sus puntos más fuertes. Marcelo Alonso construye un Gerardo intenso y lo rodea de todo ese enigma que se irá develando a través de la historia. Como Inés, Maria Valverde en su juventud y Mercedes Morán en la actualidad (siempre es un placer verla a Morán en pantalla aunque particularmente en este caso la tonada chilena la hace sonar, en ciertas escenas, un poco artificial) aportan el personaje más interesante del trío y Felipe Armas es Justo, un personaje al que el guion no le brinda demasiadas posibilidades de desarrollo. “ARAÑA”, aun con sus irregularidades, es un interesante trabajo sobre la memoria, el olvido, la justicia y la realidad social que nos envuelve y sobre la que siempre es necesario estar alerta.
El título de “¡POR FIN, SOLOS!”, con el que se conocerá esta comedia francesa en nuestra cartelera, puede sonar engañoso porque en realidad su título original es “Joyeuse retraite” que podríamos traducir como “Feliz Jubilación!”. Por lo tanto la necesidad de estar solos de la pareja protagónica a la que refiere el título no habla de una luna de miel para unos recién casados, sino de una pareja de sesentones que quiere construir un proyecto en común frente a la jubilación, lejos de la invasiva familia. Así es como Marilou y Phillipe sueñan jubilarse lo más pronto posible, vender su casa y mudarse a Portugal para disfrutar de su nueva vida y sus nuevos proyectos, lejos de las presiones de sus hijos, el cuidado de sus nietos y la invasión familiar donde también interviene una suegra muy pegada a su hijo varón y una pareja de amigos que parece tener siempre u consejo a mano para evitar que los hijos les terminen “manejando la vida”. Obviamente que el proyecto es una idea deliciosa, pero allí estarán presentes todos los problemas y los enredos familiares para impedir que ese sueño idílico de una tercera edad cerca de la costa portuguesa sea tan fácilmente alcanzable -más allá de que a medida que transcurre la historia, iremos descubriendo que los dos miembros de la pareja, inclusive, tienen sus propias contradicciones frente a este nuevo estilo de vida-. El tono con el que el Fabrice Bracq concibe su nueva película, tiene todos los condimentos de la comedia clásica francesa y sin moverse de los esquemas y los arquetipos, nos presenta a un matrimonio de clase muy acomodada, con sus hijos y nietos, y va, poco a poco, desarrollando los vínculos entre cada uno de ellos. Aparece de esta forma la hija, que se encuentra desbordada tanto en el plano laboral como atravesando una profunda crisis de pareja y pedirá auxilio a sus padres para que los “felices” abuelos traten de cuidar y hacerse cargo de los temas de su nieto, además de tener que albergar a su propio yerno frente a las crisis y las desavenencias conyugales. Por otro lado, su hijo, una estrella de la televisión como presentador, en medio de los anuncios de los planes jubilatorios de sus padres, se precipita en medio de una reunión y anuncia que será papá y que se agrandará la familia y Marilou tendrá que lidiar con esa nuera con la que no se lleva para nada bien y con quien aparecerán rápidamente los chispazos. El tono de enredos familiares obedece más a una comedia previsible, de tintes televisivos que a un producto cinematográfico y ante estas cuestiones siempre nos preguntamos sobre el azar de la distribución en nuestro país donde esperamos meses (y muchas veces sin suerte) para que se estrenen en pantalla grande títulos que han triunfado por diversos festivales alrededor del mundo y en cambio, aparecen en cartelera este tipo de comedias que parece más un producto del streaming para ver un domingo a la tarde en casa. Sin embargo, “POR FIN, SOLOS!” se ha convertido en un verdadero éxito de taquilla en Francia y seguramente obedece a que apunta a un público que todavía suele ir al cine y muchas veces no encuentra en la pantalla grande, productos pasatistas que respondan a un temática propia de ese público que pasa holgadamente los 50. Ante la falta de ideas novedosas o de una propuesta creativa, la receta se compensa con dos comediantes de gran trayectoria que saben articular perfectamente los mecanismos de una comedia liviana. Michèle Laroque es Marilou, a quien conocemos por haber participado de filmes como “El placard” “Ma vie en Rose” pero que seguramente el público recuerda por una comedia con un tono casi calcado a este filme, “Por fin viuda!”, en donde desarrolla un personaje –salvando las circunstancias- sumamente similar. Como Philippe aparece Thierry Lhermite, el inolvidable protagonista de “La cena de los tontos” “Nuestras mujeres” “La maté porque era mía” de Patrice Laconte, pero fundamentalmente por su personaje en un super éxito del cine francés de los ’80 como fue “Los repodridos” de Claude Zidi. Aun con gags sumamente previsibles, enredos completamente increíbles y personajes estereotipados y subrayadamente sobreactuados, el charme con el que se mueven dentro de una comedia ligera hace que se les perdonen muchas de las imperfecciones que presenta un guion sin demasiado vuelo. Inclusive, dentro del tono familiar y de humor blanco que recorre casi la totalidad del filme, ensayan dos o tres gags “subidos de tono” que intentan modernizar la propuesta, pero que, por el contrario, desentonan totalmente dentro de una estructura tan tradicional como la de “POR FIN, SOLOS!”. Dentro del elenco, una gloria del cine francés como Judith Magre, sabe perfectamente como seducir a la platea en ese rol de suegra pícara, cómplice y que tiene la sabiduría de los años bien vividos, y hace aparecer una sonrisa en cada una de las escenas que aparece con una jovialidad envidiable a sus 93 primaveras. Habrá todo eso que uno espera en este tipo de productos y si bien, no decepciona, tampoco logra actualizar esos pasos de comedia que se quedaron en el tiempo y que necesitan una nueva mirada y un aggiornamento que no pasa por incluir un chiste con juguetes sexuales completamente “descolgado” en el medio de la trama. Laroque y Lhermite hacen los suyo y ni el guion ni el director les exigirán más de la cuenta sino sencillamente pasar un rato agradable, simpático y convencional, no muy alejado de cualquier comedia pasatista de las que producen actualmente a granel, las compañías de streaming para matar el tiempo. POR QUE NO: «El tono de enredos familiares obedece más a una comedia previsible, de tintes televisivos que a un producto cinematográfico»
Es casi un número puesto que frente a la temporada de premios, aparece, todos los años, algún biopic que catapultará a su protagonista directamente a la alfombra roja y a acariciar el Oscar. Aun cuando el filme en sí mismo no aporte cinematográficamente nada demasiado valioso, será el vehículo perfecto como para que algún actor, alguna actriz, se alce con la dorada estatuilla. El mundo de la música, además, es uno de los entornos más elegidos, no solamente para narrar algunas de las tormentosas historias que se conocen, sino que además suele dar lugar a un despliegue de producción con números musicales y una llamativa banda de sonido: así lo prueban “Rapsodia Bohemia” el retrato de Freddy Mercury de la mano de Rami Malk, Phoenix en “Johnny and June”, el Dylan de “I’m not there”, “Ray”, Angela Basset como Tina en “What’s love got to do with it” o “La vida en Rosa” con Marion Cotillard en una arrolladora Piaf. Este año es el turno de “JUDY”, que toma un momento muy particular en la vida de Garland para mostrar el otro costado de la estrella, un momento en donde a pesar de estar rodeada de notoriedad y apoyada por su público, tuvo que luchar contra diversas enfermedades físicas y psíquicas, dificultades financieras y graves problemas frente a la tenencia de sus hijos. Si bien el guion resuelve positivamente el hecho de que el material está basado en la pieza teatral “Al final del arco Iris” de Peter Quilter (que tuvo una versión local en la temporada 2014/2015 a cargo de Karina K, Arturo Grimau y Federico Amador) y se desdibuja perfectamente todo el espíritu teatral del texto, la dirección de Rupert Goold no encuentra la manera de mejorar desde su puesta, un material que, de por sí, no tiene demasiado vuelo y se basa en ciertos esquemas y recetas básicas propias para reseñar la vida de un artista. El guion de Tom Edge padece de los mismos problemas que aparecen en otras biografías, en donde se “santifica” al artista al que se le rinde tributo y se lo presenta con un costado más amable, más angelical, menos sinuoso y complejo de lo que ha sido realmente su vida privada – cuyos datos más oscuros son además públicamente conocidos-, insistiendo en una especie de “lavado” que evita el costado más sombrío de las grandes estrellas pero que también genera, desde el espectador, una distancia y una falta de empatía que termina resintiendo el producto final. En este caso, si bien hay algunos flashbacks que nos llevan al momento en que Judy filmó la inolvidable “El mago de Oz”, la mayor parte de la historia se centra 30 años después del estreno de esa famosa película, cuando en 1968, lejos de sus hijos y acosada por las deudas, Garland se instala en Londres para dar una serie de conciertos que percibe como una posibilidad de encontrar equilibrio en su economía y reestablecer los vínculos familiares. Básicamente todo lo que sucede en “JUDY” gira alrededor del personaje casi excluyente que construye Zellweger y algunas participaciones como las de Rufus Sewell, Michael Gambon o Finn Wittrock, aparecen sin ninguna espesura dramática sino como simple vehículo para que la protagonista absoluta del filme, pueda tener algunos de sus momentos de lucimiento. En ese sentido, la actuación de Renée Zellweger puede dividirse claramente entre los momentos puramente musicales y los segmentos más dramáticos de la historia. Tanto desde la puesta en escena como en términos actorales los fragmentos musicales son, por lejos, los más acertados y le permiten desplegar su excelente entrenamiento tanto en lo vocal como en la interpretación de las canciones, talento que ya había demostrado en “Chicago” (como Roxie Hart en la adaptación de Rob Marshall del clásico de Broadway de Bob Fosse) y que renueva, en este caso, con “Trolley Song” “Come Rain or Come Shine” o “Get Happy” más allá del absoluto clásico de “Over the Rainbow”. En cambio, en los momentos dramáticos por los que atraviesa esa Judy completamente quebrada por la enfermedad, las adicciones al alcohol y las pastillas y por los sinsabores de una carrera artística sobre la que no puede encontrar el control, el trabajo de Renée Zellweger luce sumamente exterior. Sabemos que no todo el peso de una composición debe basarse en un buen trabajo de maquillaje o que el parecido físico ayude a realzar la imagen porque lo que termina sucediendo es que Zellweger en su camino al Oscar se embarca en una catarata de tics, de mohines y de poses en donde se asegura, en forma demasiado calculada, la efectividad del personaje. Los momentos más fuertes y de quiebre, no transmiten ni la fuerza ni la emocionalidad que la escena necesita para conmover al espectador y si bien su Judy es construida con detalle y minuciosidad, todo parece quedar en la superficie y en el golpe de efecto más que en el trabajo introspectivo desde la emocionalidad o las diferentes intensidades que permite el personaje. También es cierto que los textos que le ofrece el guion de “JUDY” no son demasiado generosos sino más bien llanos y sin demasiadas sorpresas. Zellweger se carga sobre sus hombros el desafío y por lo que se viene observando en la temporada de premios (ya ha sido ganadora del Globo de Oro, el SAG Award, el BAFTA, el del círculo de críticos de Londres, entre tantos otros) ha rendido evidentemente sus frutos, pero también ha tenido la “suerte” de presentarse en un año donde no ha tenido grandes competidoras que puedan arrebatarle el premio mayor de la industria. Como en un juego de espejos, Zellweger ha tomado con fuerza el timón de su carrera, después de algunos años de alejamiento de la industria cinematográfica, sueño que Judy vio trunco cuando la muerte la sorprende sin haber cumplido con esa ansiada búsqueda de equilibrio y contención.
La ópera prima de Sebastián Muñoz, “EL PRINCIPE” viene precedida de un enorme suceso en los festivales en los que ha sido presentada. En el Festival de La Habana ha sido galardonada con el Premio Coral a la Contribución Artística, ha participado en la Sección Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián y dentro del Festival de Venecia, ha ganado el Queer Lion Award, como mejor película de temática LGBT, generando de esta forma, una gran expectativa frente a su estreno en la cartelera porteña. Situada a principios de los años ’70, “EL PRINCIPE” tiene como eje central a Jaime (Juan Carlos Maldonado), quien es condenado a prisión en ese momento tan particular y convulsionado de la historia chilena, previo a que Salvador Allende asumiese la presidencia. El guion del propio Muñoz, escrito junto con Luis Barrales, propone ir reconstruyendo los acontecimientos en un doble juego temporal donde, a medida que el protagonista comienza a ganar un cierto lugar dentro de la cárcel, diferentes disparadores nos llevarán al pasado, para ir conociendo –como piezas de un rompecabezas- el motivo por el cual Jaime ha ingresado tras las rejas. Tras la impactante escena inicial del asesinato que abre el filme, Muñoz desarrolla y mantiene el pulso de la narración de forma tal de no escatimar absolutamente ninguno de los elementos que tienen que estar presentes en la historia, construyendo ese clima de sordidez y violencia típico del ambiente carcelario, pero sin caer en ningún trazo grueso a pesar de plantear escenas osadas, reales y muy intensas. Se detendrá particularmente en la relación que Jaime comienza a mantener con El Potro, quien lidera no solamente el ámbito de su celda sino que detenta una cierta cuota de poder dentro de la estructura carcelaria. Es así como Jaime entabla ese vínculo que le permite a Muñoz hacer una disección de los estratos del ambiente carcelario mientras que narra una historia de amor y sexo entre prisioneros, y enmarcar una historia de homosexualidad en ese contexto social. En esa relación entre ellos, mediante sutiles detalles, se describen los diferentes niveles en los que se va desarrollando este vínculo. Por una parte, la necesidad mutua de afecto que se va consolidando mientras se logra una relación más estrecha: Jaime le ofrece su afecto y su ternura con toda la ingenuidad y la “pureza” de un recién llegado a ese ambiente completamente extraño y hostil El Potro –un hombre mayor y con cierto poder dentro del penal- le ofrece por su parte, toda su protección, su figura paternal, su apoyo y, más allá de todo, la posibilidad de que sentir amparo en un espacio en el que Jaime se percibe tan ajeno, poder encontrar esa contención tan necesaria para sobrellevar el encierro, abriendo un juego de lealtades y de cierto “ascenso social” con las particularidades propias del ambiente. Si bien el contexto histórico se marca solamente con algunas mínimas referencias en los diálogos, o en lo que puede filtrarse por la radio, con esos escasos elementos, el director genera un marco claro para desarrollar una historia de amor prohibido (tanto dentro como fuera del presidio) y reflexionar sobre cuánto ha podido evolucionar la sociedad chilena, y de algún modo Latinoamérica en general, sobre la persecución, el castigo y la sanción moral a la homosexualidad y la presencia latente de la homofobia. Muñoz no solamente se nutre de la novela homónima casi desconocida de Mario Cruz que le permite desplegar todos estos elementos, sino que además, el excelente trabajo de diseño de arte –seguramente la vasta trayectoria del propio director como director de arte haya ayudado mucho a lograr estos climas- y de vestuario logran transmitir, junto al trabajo de fotografía, ese ambiente opresivo y degradante de la vida entre rejas. Desde la música, el tema “Ansiedad” hace transitar la historia en un clima de tensión amorosa y sexual, al mismo tiempo que transmite una fuerte melancolía y un dolor que envuelve toda la historia. Más allá del muy buen desempeño de Juan Carlos Maldonado en el rol protagónico de Jaime y una interesante participación especial de Gastón Pauls en un rol completamente diferente a los que acostumbra jugar en la pantalla grande, la presencia de Alfredo Castro como El Potro es uno de los puntos más sobresalientes de “EL PRINCIPE”. Castro (a quien hemos visto en “El Club” de Larraín, “Neruda” o “La Cordillera” y a quien muchos identificarán por su personaje de “Rojo” de Benjamín Naishtat) potencia cada una de sus escenas y compone con impactantes matices a un personaje que le exige una entrega física y emocional, compleja y total. Con algunas reminiscencias al reciente trabajo de Martín Rodríguez Redondo, “Marilyn” en cuanto a la búsqueda de una identidad sexual dentro de un entorno violento y expulsivo, y del ambiente carcelario que imaginó Héctor Babenco para “El Beso de la Mujer Araña”, “EL PRINCIPE” logra contar una doble historia de amor en la figura de su protagonista mientras explora el ascenso y el juego de poder dentro de la cárcel, al mismo tiempo que plantea una radiografía del Chile de los setenta, en el cual situar esta historia es doblemente transgresor. Muñoz logra transmitir toda la complejidad de este universo a través de imágenes que invitan a romper con ciertos prejuicios y falsos pudores, para asumir los riesgos y plantear la historia con toda la valentía que se necesita. POR QUE SI: «La película omite trazos gruesos a pesar de plantear escenas osadas, reales y muy intensas»
Es inevitable preguntarse, cada vez que aparece una remake o una adaptación de un gran clásico, si era realmente necesaria, más que eso –porque necesario puede sonar algo pretencioso-, si esta nueva mirada trae un aporte que permita revisitar la historia, de una forma diferente. “MUJERCITAS”, la famosísima novela de Louise May Alcott, éxito absoluto desde que se publicase en 1868 puede encuadrarse como una de las primeras “coming of age” que ha dado la literatura –género ahora tan de moda- y que ha tenido versiones muy variadas, tanto para el cine como para la televisión (que incluye una miniserie del año 2017, con Maya Hawke y Emily Watson al frente del elenco), cada una con su estilo propio. Greta Gerwig (importante actriz del cine independiente con trabajos como “Frances Ha” “Mistress America” “Maggie´s plan” o “Mujeres del Siglo XX” y que impactó con su trabajo de dirección por el que logró una nominación al Oscar con “Ladybird”) se ha revelado como una absoluta fanática de la novela, libro de cabecera de su juventud y en diversos reportajes ha confesado que cuando habla de las hermanas March las define como que “son parte de quien soy” y es así como se comprende su necesidad de llevar a la pantalla, una nueva versión de este clásico de la literatura. Con apenas algunos apuntes de la Guerra Civil de fondo, la novela hace hincapié en las vivencias de las cuatro hermanas March junto a su madre –por cierto hay un fuerte peso del matriarcado que recorre toda la novela y por ende, toda la pelicula- en donde cada una de ellas tendrá diferentes vivencias relacionadas con la construcción de su femineidad y su propia salida al mundo. Así encontramos a la hermana mayor Meg (Emma Watson) que es la primera en casarse y tener hijos, a la más ambiciosa del clan: Amy (Florence Pugh), la tímida Beth (Eliza Scanlen) y en el centro de la escena Jo (Saoirse Ronan), personaje que tiene como estandarte una fuerte libertad de pensamientos y que hace foco en sus aspiraciones profesionales: dos situaciones absolutamente modernas, que han sido revolucionarias para el momento en que la novela fue publicada. La nueva mirada de Gerwig sobre el clásico tiene muchos aciertos aunque algunas imprecisiones. Por el lado de los aciertos podemos apuntar que el guion que ella misma ha escrito para esta adaptación rompe por completo con la línea cronológica y rígida con la que se solía contar esta historia. Gerwig juega, por el contrario, con un relato permanentemente contado en dos tiempos en los que los saltos temporales requieren de un espectador más activo y más atento a los detalles, logrando que la historia se presente de una forma más dinámica y que, de esta forma, pueda ir dialogando con sus propios acontecimientos en estos saltos temporales que propone esta nueva puesta. Sin embargo hay ciertos momentos en lo que pareciese que ha querido ajustarse fielmente al original y no se permitió jugar con una interpelación a sus propios personajes. Sus mujercitas, en algún punto, terminan consolidando una idea del mundo femenino algo anacrónico, donde aparecen temas como el casamiento por mandato o por conveniencia, la maternidad vs la autorealización y el dinero como un condicionante para la toma de decisiones; que se muestran de una manera que si bien no atenta totalmente, torna algo confusa esa sororidad que pretende ejercer el relato, cayendo en la autocomplacencia. Como otro de los grandes puntos a favor de esta nueva puesta, cabe señalar la puntillosidad y la exquisitez en el diseño de arte, el vestuario y la fotografía y una hermosa banda sonora de Alexandre Desplat que acompaña el relato, logrando que el producto de Gerwig sea sumamente sólido en todos los rubros técnicos. En cuanto a las actuaciones, lamentablemente las cuatro hermanas no han logrado el mismo nivel. Laura Dern compone a una madre bonachona y contenedora, más cerca de Caroline Ingalls que de una mujer de carácter para sacar adelante a la familia, mientras que Scanlen como Beth, no tiene demasiado lucimiento en esta adaptación de la historia. Emma Watson como Meg, parece no haber entendido nada de su personaje y se pasea por sus escenas con caritas sonrientes y mohines completamente impropios para esa composición, y tampoco la ayuda un physique du rol que hace difícil verla como la hermana mayor. Florence Pugh construye una Amy con matices, que va madurando a medida que avanza la historia y que la hizo merecedora de una nominación al Oscar como Mejor Actriz de Reparto, luego de sus consagrados trabajos en “Midsommar” y una arrolladora “Lady Macbeth” en la versión de William Oldroy. Para el final, Saoirse Ronan se pone en la piel de Jo y aunque Hollywood se enamora y sobrevalora algunas de sus actrices –éste es uno de esos casos, logrando una nominación al Oscar como Mejor Actriz-, sabe de todos modos compenetrarse con una heroína moderna y sacar adelante, aunque sin demasiadas diferencias respecto de otros de sus trabajos, un protagónico que implica ciertas exigencias. Si bien algunos tramos del relato pueden presentarse como demasiado morosos y con una estructura de “vivencias” que no tienen demasiada ilación o continuidad –la trama se basa en momentos o “polaroids” familiares- que hacen que el relato pueda sentirse como demasiado disperso, Gerwig toma las riendas y luce todo su talento en un brillante tramo final. Plantea de forma clara, sencilla y muy bien filmada, esa elipsis que une las primeras escenas con este último tramo, en donde esa Jo escritora (que es el alter ego de Alcott y su vez el de la propia Gerwig como guionista de este filme) sintetiza el mensaje a través del placer y la felicidad de una obra terminada, contra viento y marea, más allá de los obstáculos y de las concesiones. Esa novela dentro de la novela dentro de la película misma, que nos envuelve con esa metatextualidad sorprendente y nos llena de cine, en un tramo final realmente impecable. POR QUE SI: «La historia se presenta de una forma más dinámica dialogando con sus propios acontecimientos en saltos temporales que propone esta nueva puesta»
Es prácticamente imposible enumerar todos los trabajos que Santiago Bal ha realizado en diversos terrenos del espectáculo. Ha brillado en el teatro de revistas (donde trabajó nada menos que en la época de oro con Adolfo Stray, Dringue Farías, Don Pelele, José Marrone, Norman Erlich y también posteriormente con Alberto Olmedo y Jorge Porcel) y ha sido protagonista de grandes éxitos televisivos en la década del ’70 como “Los Campanelli” o “Gorosito y Señora” y durante los ’80 en “Mesa de Noticias” y “Los hijos de López”. La propuesta de “RUMBO AL MAR” se nutre de un aire de despedida que se desprende en la ficción pero que, como espectadores, sabemos que en el momento en que ha sido filmada, esta historia tenía mucho de verosímil. Se refuerza, además, con la idea de estar acompañado por su hijo Federico Bal, generándose, de esta forma, que el vínculo de padre-hijo propuesto por el guion, se espeje en el vínculo que sostenían en la vida real, su complicidad, todos los guiños y el disfrute que parecen sentir trabajando juntos, que potencia un relato bastante débil y elaborado de un forma demasiado simple y sin gran cuidado por los detalles. Todo suena demasiado autoreferencial: el propio Santiago encarna a un enfermo terminal al que cuando le dan solamente un mes de vida decide cumplir un último deseo: ver el mar. Para esta aventura, elige y convoca a su hijo varón, un poco el “tiro al aire” de la familia, la “oveja descarriada”, en una decisión que enojará a su hija mayor (Anita Martínez) que aparece en el primer tramo de la película y que por desprolijidades propias del guion, desaparece por completo. Nada impedirá que finalmente papá Bal se suba a la moto con Federico y emprendan desde Tucumán el camino a la ciudad de Mar del Plata, en una mezcla de road movie con una típica película de “asuntos pendientes a resolver antes de morir”. Para que el relato sea más ameno, este mujeriego empedernido e incurable –bastante poco consciente de sus limitaciones- querrá pasar por Rosario para saldar la cuenta con un viejo amor de su adolescencia / juventud que nunca más vio. Justamente frente a este tipo de situaciones, el guion decide resolver de una forma poco creíble y sumamente simplista –muchas veces rayanas en lo inadmisible-, con una estructura demasiado apegada al sketch televisivo y no propia de una propuesta cinematográfica. Asimismo, hay momentos en que al protagonista se lo percibe como poco cuidado, en donde en su delicada situación de salud se lo “obliga” a hacer cosas en las que se lo nota muy exigido frente a su precaría condición de salud. Es una pena que el único dispositivo que funciona en el relato (además de la idea de llegar al mar) que es ese viejo amor encarnado por Zulma Faiad –quien logra realmente construir un pequeño personaje que escapa del tono general del filme- , tenga solamente un par de escenas con diálogos esquemáticos, poco creíbles y un desarrollo sumamente precario. Tanto la forma en que llegan a contactarla, como un planteo posterior para que vuelvan a encontrarse, no resiste el menor análisis y por lo tanto, la narración queda fragmentada, episódica, sin ninguna posibilidad de construir otro pequeño conflicto que no sea esa llegada a ver el mar. Federico y Santiago Bal tienen química en pantalla, logran trabajos correctos, pero el guion los empuja a situaciones y gags que parecen haberse quedado en aquella revista dorada de los setenta en donde Bal brillaba, con un tono machista y picaresco tan fuera de tiempo y con frases que en algunos momentos llegan a bordear el mal gusto. Otras secuencias, como un problema de tránsito en donde se cruzan con la policía, se encaran de una forma tan infantil, que el espectador queda atrapado entre el desconcierto y la pena que siente al ver que, sobre todo Santiago Bal, está haciendo un esfuerzo sobrehumano para inspirar hondo y poder “pasar letra” y lograr que, por lo menos, se le entiendan sus parlamentos. Nacho Garassino (que había tenido mejor suerte en sus trabajos anteriores como “El túnel de los huesos” o “Contrasangre”) aporta corrección en su trabajo de dirección para un guion que tiene serios problemas que ya han sido apuntados. Quizás nada de eso importe y “RUMBO AL MAR” haya sido la última travesura padre-hijo que han disfrutado al compartirla y eso es lo positivo que se transmite en pantalla y justamente al saber que lo que está sucediendo excede la mera ficción, es que un relato tan imperfecto, termina emocionando y provocando esa melancolía propia de una gran estrella del espectáculo como ha sido Santiago Bal que se despide ante nuestros propios ojos. POR QUE NO: «El guion decide resolver de una forma poco creíble y sumamente simplista situaciones, con una estructura demasiado apegada al sketch televisivo y no propia de una propuesta cinematográfica»
Una película inclasificable, en la que Bong Joon-Ho no tiene miedo a transitar por todos los géneros desde el drama, hasta la sátira social, pasando por momentos que podrían ser sutilmente encuadrados dentro de la violencia del gore, con un ritmo de thriller sostenido y un humor corrosivo y cínico que recorre y atraviesa toda la trama. La ductilidad con la que trabaja varios géneros al mismo tiempo y la feroz mirada sobre su propia sociedad y sobre el capitalismo (en un producto proveniente de Corea del Sur, precisamente) hizo que la película pudiese tener perfectamente una relectura en cada país donde fue estrenada y donde la diferencia de clases está cada vez más marcada y más incomprendida, donde el propio sistema tiende a confundir víctimas y victimarios con bastante frecuencia. La metáfora de una sociedad fuertemente estratificada, aún con ciertos subrayados y lugares comunes –sobre todo en el retrato de la clase alta-, es sin dudas impactante, y mediante diversos giros del guion logra involucrar (manipular?) a los espectadores dentro de ese juego de poder que se entabla entre los personajes, que hacen que involuntariamente como público, tomemos partido. Luego de toda una primera parte en donde un familia de bajos recursos logra ir apoderándose de la casa de una familia rica –impactante trabajo de diseño de arte de Lee Ha Jun que deslumbra tanto en cada uno de los detalles de la casa lindante con las cloacas como cuando nos introducimos a la casa/mansión de la familia rica-, una sorpresa que se “esconde” en el sótano hará cambiar el giro de la trama y dar una nueva lectura en la que no solamente Bong Joon-Ho intenta retratar el mundo de “ricos contra pobres” sino la guerra más violenta y revulsiva se desata, como es habitual y podemos verlo cotidianamente en los “pobres contra pobres” que intentan con manotazos de ahogados y sosteniendo en cierto modo aquello de que “el fin justifica los medios”, encontrar una posibilidad de ascenso social donde el director clava profundamente el bisturí y esgrime una impiadosa crítica. Mientras todo un sistema monta lo que conocemos como “el sueño americano” frente a los ideales de éxito y de prosperidad, la película de Bong Joon-Ho expresa a través de sus personajes que no existe el plan perfecto, que muchas veces los planes más elaborados terminan naufragando por cualquier otra causa ajena y que la vida jamás funciona así. De esta manera “PARASITE” no sólo expone su crítica al sistema sino que se opone a esta idea romántica de ascenso social ganado como si verdaderamente existiese una igualdad de oportunidades y plantea justamente la tragedia que se cierne ante la flagrante desigualdad y las luchas de poder. Como un campo minado shakesperiano, la tragedia arrasa e iguala a todos y aún luego de ese fuerte cierre, en donde Bong Joon-Ho despliega todas sus habilidades con la cámara y su virtuosismo como director –como si con las escenas anteriores quedaba todavía alguna duda- todavía quedará pendiente un epílogo que nos deja pensando si, en cierto modo, ascender socialmente, implicará pagar el precio de convertirse en ese “monstruo” que antes, desde otro lugar, había sido tan repudiado.
Si bien como expresa su directora, “EL HUEVO DEL DINOSAURIO” es un documental que parte de una motivación íntima y personal, finalmente sirve perfectamente como vehículo para comenzar a preguntarnos y repensar nuestra propia mirada sobre el mundo del arte en relación a la temática de la discapacidad. Josefina Recio, en su ópera prima, pone el foco en el grupo “Los Chopen” formado por más de 20 artistas con discapacidad intelectual de la ciudad de Bahía Blanca, del que su madre Ana Montaner es directora y del que forma parte su hermana Pipi, es decir la tía de la realizadora. Con una mirada sumamente amorosa sobre el trabajo que se realiza en este taller, rescata y visibiliza lo que cada uno de sus integrantes puede demostrar para poder expresar todas sus capacidades y crear arte, borrando completamente las convenciones y los prejuicios que suelen encontrarse frente al mundo con capacidades diferentes. La idea fuerza de Montaner ha sido la de instalar a estos artistas como productores culturales de la ciudad, permitiendo que sus obras participen en muestras tanto municipales como privadas y que esto no se limitase exclusivamente a la ciudad de Bahía Blanca sino que pudiese extenderse fuera de los límites de la propia ciudad. Algo de eso sucede con “EL HUEVO DEL DINOSAURIO” en donde su realizadora intenta mostrarnos este mundo de artistas y su proceso creativo, adentrándonos además en algunos detalles de sus vidas, dejando abiertos interrogantes e invitaciones a nuevas miradas. Son fragmentos muy pequeños, pero muy relevantes, en donde nos asomamos a los vínculos filiales, a la amistad, al amor, a la importancia de poder expresarse a través de estas obras plásticas y lo que esta actividad ha logrado modificar en sus vidas: la lente de Recio mezcla hábilmente ese mundo interior de sus protagonistas junto con el desarrollo de sus creaciones artísticas. Como dato adicional, puede mencionarse que el taller no cuenta con ningún apoyo económico ni subsidio alguno sino que se autosustenta económicamente con la venta de las propias obras del grupo, que ha participado de diversos salones de cerámica, arte textil y tuvieron presencia en muestras en Bariloche y en las Jornadas de Arte, Deporte y Discapacidad en Bahía Blanca. Muchas veces los documentales sirven para narrar un suceso histórico que pocos conocemos, muchos de ellos han ayudado a reconstruir fragmentos de una historia familiar reciente, han permitido visibilizar temáticas que son necesarias para la construcción de una nueva mirada social, y muchos otros platean la posibilidad de acercarnos un mundo casi desconocido, al que no hubiésemos accedido de otra manera que no fuese mediante estos trabajos. ”Mi madre dejó de pintar cuando descubrió la obra de Los Chopen. Lo que el mundo espera de nosotros no siempre es lo que nosotros podemos darle. A veces el mundo espera poco y nosotros podemos mucho más.” Josefina Recio – Directora Siguiendo el espíritu del taller, la directora nos invita al juego y acompañada por la música del grupo “El sueño de los elefantes” y un exquisito trabajo de fotografía a cargo de Nicolás Richat, nos acerca al mundo del Grupo Chopen y podremos disfrutar, de esta manera, de una producción plástica que asombra por su potencia, por la fuerza y por un particular uso del color que se destaca a lo largo de todo el filme, en donde además vemos la interacción dentro de la búsqueda estética con miembros de la familia de los artistas (hermoso fragmento cuando una de ellas invita a que usen su cara como si fuese la tela del cuadro y la pinten libremente o el de una lluvia de papeles amarillos que invade el escenario). Paseando sus obras con enormes cabezas coloridas en distintos puntos geográficos, los artistas que conforman “EL HUEVO DEL DINOSAURIO” nos comparten, sin mayores pretensiones, un momento de arte que tiene mucho de poesía y de invitación a un cambio de mirada y que finalmente nos despojemos de tantos preconceptos que nos atrapan. POR QUE SI: «Borra completamente las convenciones y los prejuicios que suelen encontrarse frente al mundo con capacidades diferentes»