“MEKONG-PARANA” es de esos documentales que comienzan tranquilos, apacibles, con una historia que uno no sabe ni siquiera a ciencia cierta hacia dónde nos irá conduciendo. Y es así como uno, como espectador va encontrando el asombro, en el contacto con esos personajes cálidos, sinceros, que no ocultan nada a la cámara y que emocionan de una forma genuina. El documental de Ignacio Luccisano aborda el retrato de inmigrantes laosianos que un poco por azar, un poco por aventura, llegan y se instalan en la provincia de Santa Fe, con el único objetivo de dejar atrás una historia intensa y dolorosa luego de la Guerra de Vietnam y la invasión de su territorio por parte de los Estados Unidos. Así fue como llega la familia Ithanvog, como tantos otros de los que debieron emigrar del infierno que se había desatado en su país y así comienza a contarse la historia de esta pareja que primeramente debió trasladarse a Tailandia para luego llegar a un lugar tan remoto y de una cultura tan diferente para ellos como era la Argentina, bien al sur del continente americano. En principio, el relato frente a cámara encabezado por la madre de la familia, ocupa un rol central en las entrevistas que va realizando el director y se nutre con pequeñas animaciones para irnos sumergiendo como en un cuento y acercarnos de una forma sencilla y muy visual, las vivencias de lo que esta familia había tenido que atravesar en su propia historia. Vamos entrando de forma cautelosa pero profunda, y el gran mérito del ojo del realizador es haber podido encontrar en cada relato, una sensibilidad a flor de piel y esperar pacientemente a que cada protagonista pueda comenzar a contar todo sencillamente desde el corazón, sin dobleces. Así es como cada uno de ellos se irá desnudando frente a cámara, contando todas sus vivencias y sus experiencias en este duro exilio. La narración de la historia a través de la voz de la madre, deja paso a la del padre de familia y luego, más interesante aún, es escuchar la historia de sus padres a través de la mirada de sus hijos hacia ellos. Con un fuerte arraigo en las tradiciones, son ellos, los hijos, quienes no hacen más que honrar el trayecto, la épica y la fuerza de voluntad de sus ancestros: y en esa honra recae la grandeza del relato y todo su sentido. El estilo que elige Luccisano para narrar la historia y poner el ojo de su cámara disponible para el espectador, nos permite empatizar rápidamente y conmovernos por la crudeza de las narraciones frente a la desolación de ser inmigrantes en una tierra desconocida, tener que lidiar con la imposibilidad de comunicarse –una cultura y una lengua completamente ajenas a ellos-, la llegada a un continente absolutamente nuevo luego del flagelo de la guerra y así relatan lo dificultoso que ha sido poder acostumbrarse hasta a los alimentos más básicos que se le ofrecían, tan diferentes a lo que consumían en su tierra. Fotos, material de archivos y estos valiosos testimonios van completando esta historia de inmigración tan particular, tan poco frecuentada por el cine que nos da la posibilidad de asomarnos a otra cultura, otra historia, abrir otras ventanas para ampliar conciencias y poder mirar diferente. Esto se logra indudablemente gracias a la honestidad con la que los integrantes de la familia Ithanvog se entregan frente a la amorosa cámara de Luccisano en la dirección. El dolor se transforma en un simple recuerdo, una evocación que hoy puede inclusive, instalar una sonrisa en sus caras y hablar desde el triunfo de haber sobrepasado ese desarraigo, esa soledad, esa desolación en una geografía que les era tan extraña. Aun con todas las adversidades, han podido instalarse, echar raíces y establecerse con esa gran familia que hoy han podido formar y de la que cada uno de sus miembros puede sentirse orgulloso. Un documental directo, simple, sin grandes pretensiones que crece justamente de esa manera, dejando fluir a sus protagonistas, permitiéndole narra con su propio tiempo y permitirnos embarcarnos en su propia historia como si un abuelo nos contase un cuento antes de irnos a dormir. Y la sensación, es hermosa.
Clara (Paola Barrientos) es una autora de libros infantiles e ilustradora de sus propios textos, que ya cuenta con una importante trayectoria en la industria editorial. Inclusive, este año ha sido elegida para recibir el premio más importante dentro del mercado de la literatura infantil. Esto significará no sólo un reconocimiento y marcará un hito en su carrera sino que además una importante editorial a nivel mundial está dispuesta a negociar las condiciones para editar su próximo libro. Innegablemente, vista desde afuera, su vida es (casi) perfecta. A este período de éxito profesional puede sumarse una hermosa familia (madre de dos hijos y un marido que la quiere) y la concreción de su proyecto de mudarse a su casa soñada, una casa de campo que le permite el contacto con la naturaleza y esta forma, conectarse con su faceta creativa y poder tener más tiempo disponible para dibujar. Pero sabemos que en el cine de Natalia Smirnoff, lo que aparece en la superficie no es exactamente lo que subyace en el alma de sus protagonistas. Y debajo de toda la apariencia de mundo perfecto, Clara está pasando por un momento de crisis, de esos donde siente que no puede hace pie en ninguna parte. Ni puede avanzar demasiado con su nuevo cuento “El catador de sillas” ni parece tener un vínculo armonioso con su esposo (que parece más un manager exigente sobre su trabajo y su producción, que su pareja en donde contar con el apoyo que ella necesita para sus proyectos) e indudablemente a medida que sus hijos crecen, ella parece perder total contacto con su cotidiano y cualquier pequeña situación hogareña -como la escena donde la empleada doméstica le plantea tomarse unos días- le produce un profundo desequilibrio, la angustia, se siente perdida en su propio laberinto. El cine de Smirnoff es un cine de mujeres en crisis. Pero no son mujeres al borde del ataque de nervios como las de Pedro Almodóvar ni tienen la cuota de violencia urbana de las heroínas de Anahí Berneri o Albertina Carri sino que se parecen más a las protagonistas de Mia Hansen-Løve o, dentro de nuestro cine, a las de Paula Hernández. Sus protagonistas no viven en plena exasperación sino que la crisis se esconde bajo una serena calma, con esa quietud aparente que permite que un lento pero efectivo proceso interior vaya ganando forma hasta que, casi naturalmente, aparezca ese cambio deseado. A partir de esta mudanza, puede recorrer nuevamente el lugar en donde nació y es allí donde vuelve a tomar contacto con lazos de su pasado que se reavivan rápidamente, como si esa historia hubiese quedado en suspenso, y Clara volviese a retomarla para recuperar su propia identidad, su verdadera esencia. Si bien pareciese que Ariel, su novio de la infancia le despierta todo un mundo olvidado, el lazo con la madre de Ariel y con su hermano, es verdaderamente su cable a tierra, su refugio, su vuelta al hogar. A partir de esta serie de encuentros, Clara empieza a sentirse diferente, a percibirse distinta, a reencontrarse, de alguna manera, con su propio deseo. En permanente diálogo con “Rompecabezas”, el primer filme de la directora protagonizado por una excelente María Onetto, “LA AFINADORA DE ARBOLES” parece estar en una perfecta sintonía dentro del universo que describe Smirnoff en sus películas. Su forma de plantear cambios profundos frente a un contexto de crisis, sin necesidad de sobresaltos ni de ningún tipo de estridencias, habla de un despertar de la conciencia y una búsqueda interior tan serena como oportuna. Seguramente la película de Smirnoff no sería la misma si no contara con el protagónico de Paola Barrientos que construye delicadamente a su Clara en cada gesto, en cada mirada y se despoja enteramente de cualquier tic televisivo para demostrar en su gestualidad contenida y en su multiplicidad de recursos, que late en cada rincón de Clara y que entiende a su personaje a la perfección. Actriz de una importante trayectoria teatral (“Las criadas” “Estado de Ira” “Tarascones” por sólo nombrar algunos de sus trabajos más destacados) y protagonista de grandes éxitos televisivos, Barrientos vuelve a deslumbrar con una actuación sobresaliente, tal como fueron sus interpretaciones en “Ciencias Naturales” o “El peso de la ley”, otros de sus grandes trabajos en cine. El elenco masculino, si bien tiene el sentido de acompañar a Clara en su proceso interno, cumple un rol destacado y allí están Marcelo Subiotto (como su esposo) y Diego Cremonesi (como aquel novio de la adolescencia), para completar un elenco sumamente destacado. Como plus, algunas escenas de animación para ilustrar los cuentos de Clara dejan jugar con ese universo de las ilustraciones de Yael Frankel, tan delicadas y creativas, como la película misma.
Quizás cuando hablamos de cómo ha abordado el cine a la actividad docente dentro del aula y el ámbito de la educación pública con la diversidad que habita entre las paredes de una clase, el ejemplo más sobresaliente y que primero viene a la cabeza es “Entre los Muros”, la multipremiada película de Laurent Cantet, el director de “Recursos Humanos” y “El empleo del tiempo”. En “LA ESCUELA CONTRA EL MARGEN” los directores Lisandro González Ursi y Diego Carabelli (quienes son además docentes) nos permiten meternos de lleno en un grupo de estudiantes de un colegio de Villa Lugano para abordar diversas problemáticas que tienen que ver con su contexto social, su situación económica y su nivel cultural –en donde ellos mismos establecen diferencias y se auto discriminan-. Más allá de esto, este trabajo presenta un planteo muy claro alrededor del entorno geográfico, un territorio particular en donde se posa la mirada sobre la escuela pública y su marco de contención en las zonas más marginales. Este trabajo se focaliza en el proceso de filmación que fue llevado a cabo durante todo un año en las actividades que se desarrollaron dentro del taller sobre identidad y derechos humanos en la escuela “Manuel Mujica Láinez”. Allí los docentes estimularon a la participación de los alumnos en un proyecto que tuvo como eje fundamental el poder expresarse sobre la violencia que sufren tanto desde el exterior como de su propio entorno, en donde los mismos estudiantes de un turno, agreden y discriminan a los del otro turno, estableciendo diferencias casi irreconciliables. En el inicio “LA ESCUELA CONTRA EL MARGEN” , mediante cuadros y gráficos, explica la problemática habitacional que azota a los diferentes barrios y se revive el hecho de la toma del Parque Indoamericano: el proceso de trabajo del taller se focalizó fundamentalmente en la apropiación de ese espacio de pertenencia y desde allí, poder abordar las diversas problemáticas que los estudiantes –y no solamente ellos ya que también se escuchan las voces de los padres, profesores, autoridades escolares, miembros de la Cooperadora del colegio que también padecen los mismos problemas- presentan en sus conflictos dentro y fuera del tema del territorio. Indudablemente el hecho de poner la cámara en el aula registrando absolutamente cada una de las reacciones de los alumnos y de los actores sociales que dan lugar a los diferentes conflictos que se viven dentro de la Institución, nos permite como espectadores participar y acompañarlos en su cotidiano y en cierto modo, construir una nueva mirada sobre estos sectores a los que muchas veces no se les da voz, no se los muestra en pantalla y en cierto modos se los invisibiliza y no se los tiene en cuenta, construyendo así una de las formas más violentas de estigmatización y exclusión a la que se somete a las poblaciones de menores recursos. Uno de los mayores méritos del trabajo de González Ursi y Carabelli es empezar a visibilizarlos, a hacerlos presentes y abrir a discusión acerca de diversas problemáticas que, aun desordenadamente y sin pretender encontrar respuestas, pone en evidencia este trabajo documental. Esta mirada despojada de prejuicios es justamente el punto más fuerte del documental, subrayando la importancia que tiene el espacio del aula dentro de la escuela pública para poder abordar estos temas y empezar, de algún modo, a abrir el diálogo para que estas problemáticas que no solamente ocurren dentro del aula sino dentro de toda la comunidad escolar, empiecen a vehiculizarse de una forma diferente y encuentren la posibilidad de un nuevo recorrido, alejado de las convenciones y los preconceptos en los que solemos quedar atrapados. También es interesante la figura que construye el ojo de los directores, alrededor del docente y su trabajo. Una mirada de respeto, de admiración por el compromiso con el que cumplen este objetivo de integración y contención que se necesita como “plus” en estas escuelas más olvidadas y con mayores carencias. Estos docentes son los encargados de abrir este espacio fundamental de reflexión y de trabajo conjunto para que la dinámica de la clase termine siendo diferente de las tradicionales y se convierta en verdaderamente inclusiva. Además debe destacarse un meticuloso trabajo de edición a cargo de Eduardo López López que ha permitido compactar en los 90 minutos de duración una gran cantidad de horas de filmación que se obtuvieron a lo largo de todo el año de filmación. “LA ESCUELA CONTRA EL MARGEN” surge así como parte integrante de toda una serie de documentales urgentes, que hablan de nuestra realidad y nuestra necesidad de cambios en donde una mirada aguda como la de los directores permite empezar a construir un nuevo sentido.
Los tres directores de “LOS INDALOS” Andrés “Gato” Martínez Cantó, Santiago Nacif Cabrera y Roberto Persano trabajan dentro del terreno del documental, con una mirada siempre implicada con lo social dentro del terreno de la política. Mientras ruedan un documental que hace foco en la revolución sandinista, cruzan su camino con el de Aurora Sánchez, “La Cachorra”. Inmediatamente conocen su historia familiar y deciden, rápidamente, convertirla en la protagonista de este nuevo documental que arranca en aquel enero de 1989 cuando durante la toma de La Tablada en plena época del gobierno de Raúl Alfonsín, su hermano (el “Gordo” Sánchez) y su hijo (Iván) –el tío como referente absoluto de su sobrino en esta lucha de compromiso social- formaron parte de los amotinados y terminaron siendo dos de los tantos desaparecidos que se produjeron en este trágico suceso. “LOS INDALOS” parte de este hecho pero no se detiene sólo en este punto como centro de la narración. Intenta, por el contrario, atravesar no solamente una típica historia de desaparecidos sino que habla fundamentalmente de la historia de una familia con un fuerte espíritu militante, aparece ineludiblemente el relato de los exilios forzados y casi naturalmente, se cuela el hecho de que después de pasado mucho tiempo, han quedado profundas marcas tanto en Aurora como en su hija y se hace presente ese dolor que involucra este entramado dentro del alma familiar. Aparece la emoción a flor de piel y los directores aprovechan esos momentos íntimos para que el documental tenga una resonancia diferente. El documental, poco a poco, va entretejiendo varias líneas que convergen en la figura excluyente de Aurora Sánchez, eje del relato y quien conduce la historia con su personal estilo. Allí veremos esa figura de admiración que Iván veía en su tío, que había participado en la Revolución Sandinista, de un grupo comando en Paraguay, y que abandona la comodidad de la vida en París para enfocarse en su deseo de participar en la revolución en Nicaragua. Allí lo acompañará Iván, dejándolo todo y continuar de este modo con esa línea, una estirpe que ha participado activamente en la militancia revolucionaria: algo aparentemente inscripto en el ADN de la historia familiar. ¿Qué son los indalos? Son una representación prehistórica del dios del arco iris que se solía grabar en cada uno de los hogares contra los maleficios. Aurora tiene sus propios indalos protectores. Nos los presenta de esa forma y así como nos habla de su hermano, también sorprende con la emoción y el relato de su hijo a quien siente presente en el aquí y ahora. Ella es la encargada de hacer un doble recorrido: también en un nuevo viaje vuelve a transitar el camino de la historia de su padre, su lucha y el contexto sociopolítico en el que perdió su vida. Vuelve a sus orígenes, siente la presencia de sus ancestros y de alguna manera, vuelve a transitar ese recorrido como parte de su historia. Es interesante como los directores eligen no detenerse en ningún punto en particular ni darle trascendencia a ninguno de los micro relatos que aparecen, por sobre los otros, sino que tratan de ir equilibrando todos los temas, mientras Aurora lleva el pulso del relato. Al mismo tiempo que ella describe cómo siente esa presencia de Iván en su cotidiano, recorre su pasado y evoca la figura de Yayo, su padre, que le permite seguir redefiniendo su presente, es interesante el conflicto que se presenta con la figura de su hija Maira. Allí aparece algún resentimiento, alguna cuenta pendiente entre ellas, recuerdos de la crianza y alguna culpa por no haber estado totalmente presente cuando ella era una niña y la necesitaba. Una herida del pasado que sigue abierta, un vínculo complejo con su madre y esa fuerte necesidad de ir soltando estas figuras tan potentes de su pasado, para poder vivir libremente su presente, liberarse y fluir. Así como en algún momento el cuerpo de el “Gordo” Sánchez dejó de ser un NN, y gracias a varios años de intenso trabajo del Equipo de Antropología Forense, le fue entregado a su hermana y finalmente durante un mediodía de Mayo de 2013 pudieron esparcir sus cenizas en una emotiva ceremonia junto a la Pirámide de Mayo, Aurora todavía espera por justicia para su hijo Iván. Ella permanece firme e inquebrantable en esta lucha por honrar la memoria familiar, su propia historia e ir cerrando esas heridas latentes. Los directores dejan que su relato discurra sin ningún tipo de intervención para que por debajo de su magnética y carismática figura, puedan aflorar naturalmente algunos momentos de genuina emoción. Y es allí cuando aparecen sus lágrimas expresando de algún modo ese dolor que la sigue habitando, esa historia de vida que ha sido dura desde su nacimiento –su madre le recordaba agradecer su existencia a su hermano, que había fallecido prematuramente- que la transforma en un ejemplo de superación, de sobrevivencia, de narradora vital de toda una historia familiar que late a través de este documental.
Hay más de un punto de interés para acercarse a “BALDIO”. En primer lugar, se trata del último trabajo de la directora Inés de Oliveira Cézar, quien tiene en su haber el último trabajo de Susana Campos en “Cómo pasan las horas” y los filmes “Cassandra”, “El recuento de los daños” y “La Otra Piel”, entre otros. Todos sus filmes ponen a la figura femenina en un rol indiscutidamente central, con lo cual la directora, en cada trabajo explora, de diversas maneras y siempre con un tono indiscutiblemente personal, la profundidad del universo femenino de una forma en que muy pocas otras directoras exploran. Además, en “BALDIO”, la figura excluyente será la de su protagonista, Brisa, encarnada por Mónica Galán, en su último trabajo para el cine dado que la actriz ha fallecido a principios de este año. Desde esta dimensión, la película gana una fuerza inexplicable que ejerce esa presencia magnética de Galán en la pantalla en este trabajo póstumo. Si bien el subtítulo de esta producción aclara que está “basada en hechos reales”, la historia que plantea Oliveira Cézar en este nuevo trabajo, es una historia que puede ser la de cualquier madre con un hijo padeciendo adicciones, la de cualquier familia atravesando este flagelo. Brisa no solamente es madre, sino que es actriz y en su vida profesional se encuentra justamente en pleno proceso de filmación de una nueva película. A las dificultades propias de un proceso de filmación en donde se ponen en juego los egos de los actores, de los directores (en este caso el rol de Rafael Spregelburd quizás se constituya en un guiño en sí mismo y en un tono que por momentos podría tomarse como auto paródico) y del equipo de filmación con todos los contratiempos que son propios del oficio, se le suma la difícil situación por la que Brisa atraviesa que lo va tiñendo todo. Su hijo, adicto al Paco, se encuentra atravesando un proceso de recaídas permanentes y a ella se le hace cada vez más difícil poder sostenerlo y le resulta prácticamente imposible encontrar alguna alternativa que le permita encaminar el tema. Cada vez se hacen más frecuentes los momentos en que su hijo desaparece, en los que se expone cada vez a mayores riesgos, momentos que a Brisa le cuesta sostener emocionalmente. Le cuesta mucho más aún porque se encuentra sola: a pesar de sus intentos de convocar al padre de su hijo para poder encontrar alguna potencial solución al problema, él se siente más implicado con su nueva familia que en tratar de asumir las dificultades que tiene su hijo con el tema de las adicciones y no puede modificar, de ninguna manera, esa situación de padre ausente. La película, al mismo tiempo que dialoga con una historia de una madre desesperada plantea ciertos interrogantes a los que no pretende darle ninguna solución, sino, por el contrario, lo va dejando planteados para que el espectador pueda reflexionar mientras acompañamos a la protagonista en su derrotero más íntimo. ¿Hasta qué punto puede involucrarse una madre para salvar a su hijo de una adicción, si es que este salvataje fuese posible? ¿Cuáles son las herramientas, por fuera del núcleo familiar con las que se cuenta para intentar salvar a un hijo del borde la muerte permanente? ¿Qué rol ocupa el Estado y las diferentes instituciones –y el sistema de salud en general- que debiesen sostener y colaborar con esta lucha que emprende esta madre, para intentar dar ayuda a este tipo de problemas? El trabajo minucioso y detallista de Mónica Galán –en lo que será su intensa despedida como actriz con este excelente protagónico- construye meticulosamente cada una de las aristas y las contradicciones con las que debe enfrentarse Brisa ante cada una de las nuevas apariciones de su hijo: la incertidumbre, el dolor, el desasosiego, la angustia, la impotencia de no poder dar contención, la desesperación que la atraviesa y fundamentalmente la soledad a la que se enfrenta cuando ella ve que está absolutamente sola en la lucha. Inés de Olveira Cézar construye a sus personajes sin emitir absolutamente ningún juicio de valor sino sencillamente mostrando lo que cada uno de ellos puede hacer frente a estas situaciones límites. Ha diseñado una puesta que es exquisita, con una brillante fotografía en blanco y negro, acompañada por un diseño de arte que cuida cada uno de los detalles. Es interesante también el díptico que plantea entre la vida profesional y la vida personal de Brisa: su trabajo como actriz frente a la cámara y los acontecimientos que la atraviesan detrás del set de forma tal que poco a poco, lo personal va invadiendo y tomando terreno por sobre lo profesional. Su historia gana en emoción justamente porque va a contrapelo del retrato que generalmente muestra el cine mainstream sobre las adicciones: primeramente la historia no focaliza en la figura del adicto, sino que gira el mirada hacia su entorno, planteando lo difícil que es para los seres queridos, poder acompañarlo. Hace poco hemos visto, en una historia con ribete similares, a Julia Roberts en “Regresa a mi” (también este año estuvo en cartel la lacrimógena “Beatiful Boy” cerca de la temporada de los Oscar), otro retrato de una madre desesperada intentando retomar el vínculo con su hijo adicto que regresa, temporariamente, al hogar. Por suerte, Oliveira Cézar plantea sobre el mismo tema, una película absolutamente en las antípodas: Brisa no es una madre al que el guion le resuelva mágicamente algunas situaciones, ni plantea la figura de una madre que logre cosas increíbles. “BALDIO” enfrenta crudamente una realidad compleja y difícil de abordar. Y el intenso y enorme trabajo de Mónica Galán perfecciona aún más la acertada mirada de la directora. Ese terreno abandonado, esa tierra de nadie desolada y frágil, como es el baldío del título, se convierte en una geografía difícil de abordar, alejada de cualquier fantasía, con los pies en la tierra y con una mirada absolutamente madura y real.
Primero fue su novela “La pregunta de sus ojos” que Campanella convirtió en la película ganadora del Oscar “El secreto de sus ojos”. Luego, otra de sus novelas llega a la pantalla grande con Diego Peretti, Pablo Rago, Pablo Echarri y Diego Torres en “Papeles en el viento”. Llega el turno ahora de la novela con la que Eduardo Sacheri ha ganado el premio Alfaguara de novela 2016: “La noche de la usina” que, de la mano de Sebastián Borensztein, llega al formato cinematográfico con el nombre de “LA ODISEA DE LOS GILES”. Sólo para cumplir brevemente con el rito de toda reseña, contaremos que la nueva propuesta de Borensztein se sitúa en el tormentoso y explosivo Diciembre de 2001 en nuestro país, cuando en un pueblo casi perdido de la Provincia de Buenos Aires, un grupo de ciudadanos liderados por un exjugador de fútbol y celebridad del pueblo Fermín Perlassi, intentan reflotar “La Metódica”, una de las acopiadoras de granos que estaba completamente abandonada. Poco a poco va sumando voluntades en el pueblo y ahorra dólar sobre dólar para negociar con los herederos de la propiedad y cumplir el objetivo. Han sumado voluntades, pero por más esfuerzo que hayan puesto, la cifra total sigue estando lejos. ¿Qué mejor idea que acudir al Banco del pueblo y pedir un préstamo por la diferencia? El gerente de la sucursal del pueblo le promete que en 24 o máximo 48 horas ellos tendrán disponibles el dinero faltante siempre y cuando demuestren a Casa Central cierta solvencia económica, es decir, confirmar, de alguna manera, que tienen el dinero para cubrir el resto del proyecto y el préstamo será inmediato. A pesar de que duda, las ganas de que ese sueño se cumpla pueden más y Fermìn deposita hasta el último dólar en la entidad bancaria sin saber, sin presumir, sin intuir ni mínimamente lo que terminaría pasando: estamos en el día previo al “corralito” con lo cual todos sus ahorros quedarán atrapados en el Banco sin poder disponer ni de una cifra mínima. Por algunas vueltas de la trama, Fermín se termina enterando –pueblo chico, infierno grande- que así como todos sus dólares fueron depositados, previo al incendio y explosión financiera del país, alguien logró comprar por ventanilla y a último minuto, dólar sobre dólar y se los llevó impunemente, tal como Fermín los trajo. Todo conecta con un abogado del pueblo, Manzi, quien en connivencia con el gerente de la sucursal no sólo se ha quedado con los dólares de este sueño sino con la gran mayoría de los dólares de todo el pueblo. Es indudable que Sacheri escribió su novela en un contexto de país, que Borensztein filmó su cuarta película en otro contexto distinto y que finalmente cuando se estrena “LA ODISEA DE LOS GILES” estamos, a su vez, en otra situación completamente diferente. Con las noticias que son de público conocimiento, y viviendo momentos de duro desequilibrio económico que, si bien distan de los de 2001 diametralmente, nos remiten a una de las tantas crisis que nuestro país ya ha atravesado y a las que parece no encontrarle el remedio. En ese sentido, así como este año Cohn & Duprat presentaron con “4 x 4” una película que con su historia y su puesta en escena, marcaba una fuerte impronta política, aunque con una toma de posición bastante poco clara, de alguna forma este último film de Boresztein, plantea también un discurso frente a un contexto social particular y sienta una idea política en donde circulan temas como la corrupción, el poder, las estafas, las crisis, los gobierno. Pero por sobre todo, la figura del pueblo, de los de más abajo, aquellos que se ven eternamente perjudicados y relegados por las medidas que toman los poderosos, sin pensar en lo más mínimo en el efecto que pueden causar con sus decisiones. Y en este tiempo tan convulsionado y tan plagado de incertidumbres, “LA ODISEA DE LOS GILES” parece convertirse en esa historia épica que todos necesitamos refrescar para salir del cine queriendo participar de un acto tan heroico como el de los personajes en pantalla. Una reivindicación, una revancha, un verdadero tiro para el lado de la justicia, de una vez y por todas y que los antihéroes se apoderen de la historia y derroten al villano de turno. Sí, es esquemático, es casi impensado. Es más una gesta soñada que una posibilidad real. Es la esperanza de que al menos, por una vez, el eterno perdedor que ha sido injustamente burlado por el más poderoso una y otra vez, salga airoso de la batalla. Ya lo sabemos, tenemos casi la certeza de que es imposible, bordeando lo inverosímil, pero mientras dura este cuento de Sacheri, se disfruta intensamente y uno se pone irremediablemente del lado de cada uno de los personajes damnificados. El trazo de Sacheri está presente desde las primeras imágenes y ese tono costumbrista y la precisa descripción de los personajes del pueblo hacen pensar que Borensztein, en esta ocasión, se instala en un tono muy cercano a las películas más conocidas de Campanella. Pero Fermín (otro gran papel de Ricardo Darín para la pantalla grande) no está sólo en este sueño y no estará solo cuando decidan un plan. Entre los personajes del pueblo se esconde uno de los elencos más soñados del cine nacional de los últimos años. Y todos, y cada uno de ellos está enteramente disfrutables, cada uno en su papel. Luis Brandoni, Chino Darín, Marco Antonio Caponi y Verónica Llinás brillan en pantalla y saben sacar partido de cada escena. Sobre todo Llinás, que logra conmover en las pocas escenas en las que aparece. Como siempre, hay papeles más pequeños pero que justamente no por pequeños pasan desapercibidos. Todo por el contrario, Rita Cortese, Daniel Aráoz y Carlos Belloso entregan tres actuaciones absolutamente deliciosas, cada uno en su tono y en su personaje, con todos los pequeños detalles que hacen que se enriquezcan sus criaturas. Un tiempo de revancha. De que los giles de una vez por todas se hagan oír. De que al menos, una vez en la vida, el que siempre gana, pierda… y pueda salir de su impunidad para atravesar eso que se siente cuando se pierde, ya sea justa o injustamente. Un tiempo donde se tienen que escuchar las voces acalladas, en donde no debiésemos comernos más el mismo verso de siempre y en donde tendríamos que unirnos para construir un sueño mucho más grande que las individualidades. Ese tiempo, evidentemente, está llegando –aun cuando entendemos que Boresztein la ha filmado en otro contexto que hubiese permitido un subtexto completamente diferente- y nunca mejor estrenada “LA ODISEA DE LOS GILES” para plantear no sólo una quimera en esta historia de Sacheri, sino para que despierte en cada uno de nosotros, las ganas de salir de ese lugar de derrotados eternos y encontrar la diferencia. Sebastián Borensztein conduce la historia con el histrionismo, el pulso certero y su calidad de siempre a la hora de poner el ojo tras la cámara. Se reafirma no sólo como un gran director, sino como un muy buen contador de historias y una vara muy alta en la excelencia en la dirección de actores. Atraviesa los diversos géneros del relato, logrando amalgamarlos y consiguiendo un producto coherente con la historia y con el que el público logra empatizar e identificarse desde las escenas introductorias con el relato en off que ya nos va poniendo en situación. Una producción impecable para una película que es a la vez un gran divertimento, una gran película de acción y de aventuras, pero que al mismo tiempo instala el espacio de reflexión, de emoción y de calidez en los personajes en los que podemos vernos reflejados y que pinta de cuerpo entero nuestra idiosincrasia y nuestra forma de ser. Ese espejo de nosotros mismos, de los argentinos pisoteados por los que se creen piolas, que estamos buscando el momento propicio para hacernos escuchar. Quizás ese momento haya llegado.
Promediando la segunda parte “SANTIAGO, ITALIA”, el último trabajo del multipremiado director italiano Nanni Moretti donde abandona sus narraciones de ficción para adentrarse en el terreno del documental, el propio Moretti confesará abiertamente en una de las pocas veces que aparece frente a la cámara: “No soy imparcial”. Una frase tan corta como fundamental para comprender lo que quiere plasmar en pantalla y admite, hasta con una sonrisa, esa suerte de tendenciosidad sin malicia pero con apasionamiento, que se apodera de la narración. Todo quedará teñido del cristal personal con el que el cineasta decide poner en pantalla uno de los hechos históricos más trascendentes en la historia de América Latina como fue el Golpe de Estado de Septiembre de 1973 en Chile. En “La cosa” (1990), Moretti ya había incursionado en el terreno del documental –género que repite en algunos de sus cortos- mostrando los cambios que se habían producido en el partido comunista de Italia, frente a hechos tan relevantes como por ejemplo, la caída del muro de Berlín. Ahora, en “SANTIAGO, ITALIA” vuelve a ese registro (que en parte también aparece y nutre a todas sus películas autobiográficas pero que desarrolla dentro del terreno de la ficción) narrando el profundo desgarro sufrido por el pueblo chileno ante el derrocamiento de Salvador Allende, un verdadero líder popular que llegó a la presidencia mediante la histórica coalición de los partidos de izquierda mediante la llamada “Unidad Popular”. La victoria de Allende fue motivo de una alegría enorme en el pueblo chileno –y cada uno de los testimonios así lo recuerdan- y abrió una etapa que sigue estando en el presente en los militantes y en el pueblo como un momento soñado e inolvidable en la historia de Chile: “un país enamorado de Allende y de lo que estaba ocurriendo” en las propias palabras de Patricio Guzmán, cineasta chileno que participa del documental de Moretti, como uno de los tantos testimonios que describen ese fresco de la época. Así como apareció esa utopía socialista invadiendo el corazón del pueblo, al mismo tiempo comenzó una época de persecuciones políticas y se instaló la tensión con aquellos intereses que eran contrapuestos a las importantes reformas económicas y sociales con las que Allende apuntaba a transformar el país. Moretti le da voz tanto a trabajadores, periodistas, catedráticos como a militantes, artistas y diplomáticos, para ir construyendo de esta manera, una pintura de ese momento único en la historia en donde los militares, con Pinochet a la cabeza, se instalan en el Gobierno y comenzará una época oscura de torturas, persecuciones y hasta con visos de lo que podría denominarse una guerra civil. Los testimonios que recoge la cámara son potentes, crudos, valiosos y necesarios: los protagonistas aún a más de cuarenta años de sucedidos estos hechos, vuelven a quebrarse de emoción frente a la cámara al recordar las anécdotas y las vivencias de aquel momento. Si bien es importante el contexto histórico en el que “SANTIAGO, ITALIA” se encuentra inmerso, el tema central del documental es el rol trascendental que ha jugado la Embajada de Italia en esta historia, uno de los pocos edificios de Embajadas que sobrevivieron en Santiago después del golpe. Tanto la particularidad de sus muros bajos, como que mediante algunos ladrillos “robados” se había llegado a armar una especie de escalera sobre la pared, le permitió a cientos de chilenos, saltar esa pared e ir en busca de refugio y de su propia libertad. La fuerza contundente de “SANTIAGO, ITALIA” radica en los testimonios en primera persona. Los propios protagonistas que cuentan sus propias vivencias y la posibilidad de una nueva vida en otro continente, huyendo del horror de la dictadura pinochetista. Moretti propone entonces una reflexión que surge espontáneamente contrastando a aquella Italia solidaria y de puertas abiertas de los años ’70 frente a ésta de hoy, con grandes problemas inmigratorios, pero con un pueblo condicionado a un contexto social y político completamente diferente. Atravesado por una melancolía permanente de aquellos buenos viejos tiempos, la crudeza de lo sucedido que aún hoy sigue provocando dolor y tristeza y estos testimonios que dan cuenta de una época de ideales a la que parece difícil poder volver, se va conformando un relato potente y movilizador sobre el que Moretti pone su mirada de autor y sus propias convicciones al servicio de una cámara que no hace mucho más que coleccionar vivencias y testimonios. Quizás hubiese podido hacer mayor gala de su virtuosismo narrativo. Pero sin embargo decide apostar al contundente relato de cada entrevistado y de esa forma va estructurando su documental, con la plena confianza de que la fuerza contenida en cada uno de esos testimonios, es suficientemente fuerte para atrapar a cualquier espectador, aún a quienes no hayan conocido la historia. El collage que logra, más allá de la previsibilidad en la que pueda instalarse, tiene una riqueza y un atractivo que seduce al espectador. Y Moretti como siempre, nos deja pensando, reflexionando, volviendo a revisitar una historia con la que nuestro país tiene profundas semejanzas, una herida abierta en América Latina.
Evidentemente a Néstor Sánchez Sotelo le gusta trabajar dentro de un registro disparatado y delirante, algo excedido, para llevar a cabo un relato de comedia. Así lo había probado con “Caída del Cielo” con Muriel Santa Ana y Peto Manahem en donde se mezclaba cierto toque de desenfreno dentro de la estructura de una comedia romántica. En este nuevo film, Sánchez Sotelo apuesta más aún a una comedia fuertemente anclada en el grotesco, con toques de humor que coquetean en todo momento con el registro de lo absurdo. “EL DIA QUE ME MUERA” nos presenta a Betiana Blum como Dina Foguelman, una típica idishe mame cuyos tres hijos, por diversos motivos, se han radicado en el exterior. Debido a que ella sufre de aerofobia – miedo a volar – no existe la menor posibilidad de que ella pueda ir a visitarlos sino que deberá espera a que ellos tengan el tiempo de viajar y puedan venir a verla a Buenos Aires. Esa espera se sigue prolongando dado que cada uno de ellos está sumamente ocupado con su vida en diferentes puntos del continente (e inclusive en otros continentes) y Dina ya está completamente alterada con ese tema yo sabe cómo hacer para poder verlos. Obviamente, no se dará por vencida y comenzará a planear hasta lo imposible para poder reunirse con ellos. Es por eso, que con la ayuda de sus dos inseparables amigas pergeñará un plan para llamar finalmente la atención de sus hijos y que no les quede otra alternativa que viajar y venir a visitarla (casi) obligadamente. A Dina no se le ha ocurrido mejor idea que la de que les comuniquen a sus hijos que ella ha muerto, para que asistan a su propio velorio de forma tal que ella, desde afuera de la situación, pueda verlos. La trama intenta mostrar cómo cada uno de sus hijos, a su manera, disfruta de la vida pero le escapa inexorablemente a la posibilidad de volver a caer en sus manejos posesivos y absorbentes, en ese control excesivo que Dina quiere tener sobre cada una de sus acciones, siendo el arquetipo de esas madres que hacen lo imposible para manipular a sus hijos en el peor sentido de la palabra. Ellos (a cargo de Alan Sabbagh, Soledad García y Lucas Ferraro) huyen no sólo de la posibilidad de verla sino también a enfrentarse con el secreto que cada uno de ellos le está ocultando ex profeso, para no tener que soportar su mirada crítica y expulsiva y sus opiniones descalificadoras, mentiras que saldrán a la luz en el supuesto caso de que se hubiesen encontrado. La propuesta está completamente virada al grotesco, un tono que por ejemplo en “Esperando la carroza” nos hace sentir completamente identificados porque es un buen espejo de nuestra idiosincrasia. Pero lamentablemente, el peligro de manejar este tipo de propuestas, es justamente caer en los problemas que se presentan en el filme de Sánchez Sotelo. El guion de Verónica Eibuszyc y Gabriel Patolsky presenta situaciones demasiado endebles y los diálogos obviamente no tienen la chispa ni la sagacidad de la pluma de Jacobo Langsner en el clásico de Doria. Algunas situaciones más que delirantes o desbordadas, parecen no querer cumplir con ningún tipo de verosímil y el otro problema con que se enfrenta “EL DIA QUE ME MUERA” es la poca marcación que tienen los actores dentro de la propuesta, por parte del director. No solamente encontramos que mientras unos parecen estar más de acuerdo con un tono naturalista, otros están pasados de ritmo en la comedia y otros rayan bruscamente en la sobreactuación. Los diálogos pasan a estar gritados, exasperados y con el elenco que ha convocado Sotelo es verdaderamente una pena que no haya podido generar un equipo compacto y homogéneo que conformase un éxito asegurado. Si bien a Betiana Blum suele costarle salir de ese tono televisivo y sobreactuado que ya casi la caracteriza y es su marca personal, en “EL DIA QUE ME MUERA” tiene unos de los papeles más sobreactuados de su carrera. Obviamente eso no quita que ella dote a Dina de su picardía, su simpatía y su carisma natural, sólo que en este caso, se la percibe demasiado desbordada y completamente sobreactuada desde la primera escena. Sus amigas, a cargo de las excelentes Alejandra Flechner y María José Gabin logran conducir a sus personajes de una forma más medida y con la gracia natural de ambas. Flechner, como haciendo una especie de caricatura de su propio personaje, tiene situaciones muy divertidas y dispara sus líneas de diálogo con un timing y una ironía que hace que tenga los mejores pasajes del film. El elenco se completa con muy buenos secundarios de Roberto Carnaghi, un eficiente Alan Sabbagh como el hijo protegido y “preferido”, Gispy Bonafina y una muy buena composición de Lucas Ferraro . Pero quien se destaca muy por lejos de todo el elenco secundario, es la participación de una Mirta Busnelli, increíblemente sobria para esta comedia tan desequilibrada y pasada de vuelta, que brinda una lección de cómo hacer comedia y destacarse con un secundario sencillo y muy pequeño. Las diversas situaciones que plantea el guion tienen un formato de sketches televisivos (Hernán Chiossa al borde de lo que se puede tolerar) y eso hace además que le cueste encontrar un vuelo propio a la historia y de esta manera la efectividad que pueda tener el filme depende casi exclusivamente de su elenco. Una comedia, que en cierto modo intenta reflexionar sobre los lazos de familia, sobre las separaciones, los nuevos modelos familiares y las elecciones que cada uno de los miembros hace para su propia vida, en donde Dina, prácticamente ya no encaja con los planes. Indudablemente con este elenco, con ciertos ajustes en el guion pero por sobre todo con un firme trabajo de dirección que definiese claramente el arquetipo de cada personaje “EL DIA QUE ME MUERA” podría haber sido una comedia inolvidable, pero ciertas desprolijidades la dejan muy a mitad de camino.
Después de diez años de “La hora de la siesta”, Sofía Mora vuelve al terreno de la dirección y esta vez lo hace en el campo del documental, para retratar la figura de un prestigioso arquitecto. La pregunta que sobrevuela previamente es: “¿Puede ser tan interesante la vida de un arquitecto como para dedicarle todo un documental?” El as en la manga es que, justamente, el trabajo de Mora no se basa en la vida de UN arquitecto cualquiera, sino de EL Arquitecto, nada menos que de Roberto Livingston. “EL METODO LIVINGSTON” justamente aborda entre tantos otros espacios, el de su rol profesional como arquitecto, que aún dentro del mar de proyectos que tiene vigentes y que encara desde los focos más diversos, ha ejercido ininterrumpidamente y es la columna vertebral de la historia. Pero a medida que el documental avanza, esta faceta vinculada a la arquitectura se muestra como una de las tantas posibles al encarar el retrato de esta personalidad magnética y multifacética que Sofía Mora irá develando cuidadosamente, para que comience a emerger la figura de un hombre que desafía al sistema y porque no, a sí mismo. Luego, casi al cierre del documental Livingston casi sin quererlo revelará su edad exacta –que no conviene demasiado adelantar-, con lo cual esa activa participación que tiene en los diversos proyectos que va mostrando, es doblemente meritoria y sinceramente admirable. Con más de 60 años de trayectoria, ha sido uno de los profesionales más innovadores y con planteos más disruptivos dentro del mundo de la arquitectura, pero no se ha limitado solamente a este campo sino que es un prolífico escritor y en este documental también se muestran sus participaciones televisivas y hasta una de sus “instalaciones” –como la anécdota jugosísima cuando se hace pasar por mendigo-. El proyecto que hoy continúa siendo el puntal de su estudio y de su filosofía en el ejercicio de la profesión –aún después de tantos años-, es su idea de que así como existen médicos de familia, abogados de familia y tantas otras profesiones que privilegian el vínculo con el cliente, Livingston ha planteado formar Arquitectos de Familia. Arquitectos que pongan la escucha a disposición de un proyecto familiar y de la potencialidad que se puede lograr en un espacio, al converger con la energía de una familia dispuesta a habitarlo, tratando de maximizar los resultados con un costo mínimo de obra. Un concepto que aún hoy, después de tantos años de vigencia, sigue sonando profundamente transgresor en un mercado como el nuestro, lo ha sido mucho más aún cuando ha sido lanzado en su oportunidad. Totalmente a contrapelo de cualquier otra línea profesional en donde la mirada no está puesta justamente en la función social o humana sino en la rentabilidad y lo convencional –impresiona su concepto sobre las ventanas y las medianeras-. A medida que muestra una gran cantidad de proyectos y de las diferentes facetas que Livingston fue desplegando a lo largo de su trayectoria, el documental se nutre de su espíritu incansable y parece no agotarse y apostar permanentemente a más. El retrato se va estructurando a partir de la naturalidad con la que se van abordando los diferentes temas, lo muestra de cuerpo entero, real, sincero, al natural, con sus pensamientos cotidianos y con un sentido del humor exquisito, con una filosofía de vida envidiable y es así, como el documental se ve con una sonrisa permanente y una profunda admiración por su audacia, su desinhibición y su absoluta franqueza. Producido por Néstor Frenkel (uno de los documentalistas más talentosos y con un ojo crítico y un humor especial para presentar la realidad), podemos apreciar en “EL METODO LIVINGSTON” que algo de su cine se destila en la manera de abordaje de la figura del protagonista, subrayando aquellos momentos en donde la ácida mirada del paso del tiempo, de la sabiduría cotidiana y del envejecer, tanto Sofía Mora como el relato en sí mismo, encuentran su mayor potencia y aprovechan de esas verdades espontáneas al máximo. Como yapa, un personaje del equipo de filmación traerá al presente un entrañable personaje de la historia personal de Rodolfo Livingston, y ahí en ese momento podremos admirar además cómo a través de sus pequeños actos, nos muestra su sabiduría de la vida, esa que va más allá de un título profesional o de una carrera universitaria. Imposible no terminar rendido al encanto de este bon vivant, de esta mente brillante que es Livingston, con un documental pequeño y hermoso.
“LA CASA DE WANNSEE” es de esos documentales que se enmarcan dentro de un movimiento de búsqueda de la identidad dentro de la historia familiar, usando como disparador algunos elementos más típicos en donde anidan los recuerdos: fotos, grabaciones, documentos, diarios, todo permite ir rearmando el alma familiar de alguna u otra manera. Dentro de esta corriente, muchos directores toman su propia historia para ir de lo particular a lo general y algunos otros se quedan entrampados en un relato que si bien sirve de catarsis personal y de búsqueda privada, no logran transmitir el sentido de estructurar una obra que pueda trascender el mero ejercicio individual y de esta forma, impactar en el público, destinatario último de cualquier obra. El disparador que encuentra la directora, Poli Martínez Kaplun, es precisamente el momento en que su hijo mayor, contra todos los pronósticos y las tradiciones familiares, decide tomar el bar mitzvá. A partir de esa decisión de este ritual de iniciación, comenzará a circular en el entorno de la directora, un replanteo de lo que significa el judaísmo dentro de la familia, para ella y por supuesto, para sus hijos –que hasta ese momento habían recibido una educación laica-. Aparece, sin habérselo propuesto, una reestructuración de las creencias, un cuestionamiento de ese status quo familiar, que llena de preguntas y da origen al registro de esta búsqueda, canalizada por medio de este documental. Ese lazo con las tradiciones, la historia y los ancestros, que hasta el momento se encontraba completamente perdido y que aparece inesperadamente y se impone fuertemente en el presente de Martínez Kaplun. El nazismo invade Alemania, y la familia de la directora, como tantas otras familias de la época, deberá emprender un proceso de complejas y reiteradas migraciones en las que van perdiendo no sólo pertenencias materiales, sino que además pierden parte de su historia e inclusive, de su propia identidad. En muchos países, como ha sucedido también en Argentina, para poder ingresar deberán falsificar datos como su apellido, su nombre, la religión que profesaban o el lugar de procedencia: una puerta de entrada que recibe y que al mismo tiempo arranca parte de la historia a los inmigrantes. Entre otras cosas, cuando la familia de la directora huye de Alemania, el nazismo se apodera de su propiedad, que es la casa que justamente da título al documental, la que se encuentra muy cerca del lugar en donde en el año 1942 se llevó a cabo la Conferencia de Wannsee, en donde un grupo de representantes civiles, policiales y militares de la Alemania nazi, acuerdan sobre “la solución final a la cuestión judía” y fue el puntapié inicial para que los acuerdos allí consensuados, condujesen directamente al Holocausto. Si bien al documental le cuesta despegar del registro netamente familiar y que la mirada de la directora pueda salir del núcleo duro de la historia de su familia de origen y abrirla desde lo particular a lo general, el tramo más interesante del relato se encuentra en una entrevista con su propia madre y su tía, refiriendo a la figura de su abuela. La postura de Martinez Kaplun que deja fluir la cámara con muy pocas intervenciones, permite ver cómo cada uno de los actores de un recuerdo, recomponen, rearman y cuentan la historia desde el cristal sesgado de sus propias vivencias. Más interesante aún (aunque quizás la escena termine siendo un poco excedida en tiempo) es la intervención sobre el final del diálogo de las hermanas, del tío de la directora –marido de la hermana de la madre- que aporta justamente una mirada que quiebra y pone en crisis toda esa nueva construcción del relato familiar, con una fuerte toma de posición que es, en muchos puntos, opuesta a esa historia que parece imponerse. A pesar de estar filmada con una brillante dedicación en los rubros técnicos y con un hilo conductor que permite atravesar el relato como en una especie de intriga familiar, por momentos la propuesta de Martínez Kaplun se enfrasca demasiado en lo interno, en lo propio, sin poder despegar la mirada de los pormenores y sus vivencias individuales, lo que empobrece el relato cuando no puede abrirse a un concepto más global y abarcador que exceda la mera vivencia personal, sin que por ello no deje de ser interesante su planteo, sólo que demasiado centrado en sí misma. “LA CASA DE WANNSEE” se inscribe en este formato documental que parece respetar la reiterada receta de la voz en off, los recuerdos familiares, la historia de los abuelos y los descubrimientos a partir de un puñado de fotos y de objetos prolijamente desordenados. Al mismo tiempo que su trabajo queda atrapado en este arquetipo conceptual tan utilizado por varios directores del género en este último tiempo, Poli Martínez Kaplun, intenta despegarlo, cosa que logra sólo parcialmente, para una historia que sólo interesa efectivamente, en algunos tramos.