Si bien hay diversas formas de abordar el trabajo documental, una de las más interesantes, de las más magnéticas para el espectador es cuando un realizador encuentra ese personaje con el que uno podría quedarse contemplando por horas. Marta Buneta es, indudablemente, uno de esos personajes que calan hondo y que tiene una historia lo suficientemente potente como para plasmar en la pantalla. Sabemos muy pocos datos de la biografía de Marta. Inteligentemente, tanto Malena Moffatt como Bruno López, los directores de “MARTA SHOW” evitan ir mucho más allá de lo que Marta quiera contar frente a la cámara, como una forma de respetar su dignidad y no escarbar en datos que sólo permitirían profundizar el costado más “amarillista” de la historia. Por lo que se va develando, sabremos que Marta hace mucho tiempo que vive en la calle en el barrio de Congreso –luego se irá precisando que ya son catorce años-, y que más allá de todos los contratiempos pone toda su energía en que una vez por semana el show salga con toda la fuerza que ella le imprime. Marta no improvisa. Por el contrario, ensaya sus coreografías con un rigor profesional que vamos viendo en pantalla: piensa en su vestuario, crea, busca innovar, vuelve sobre sus pasos, es una artista atravesada por su proceso creativo y en la búsqueda permanente de su perfección. Todo ese enorme talento que pone en juego en su show, que pase lo que pase se monta una vez por semana –no hay lluvias ni fenómenos climáticos que hagan que se suspenda la función- hace pensar que una de las tantas historias que Marta nos cuenta, la de haber sido un gran estrella de varieté (y una de las pioneras del strip tease porteño), que ha llegado inclusive a ocupar un puesto de segunda vedette en el tradicional teatro de revistas, hasta podría ser totalmente cierta. Pero López y Moffat intencionalmente dejan fluir al personaje: cosa que pocos directores hacen. Ellos dejan a sus egos completamente de lado para permitir que Marta crezca frente a la cámara, que su historia se potencie a medida que va avanzando el relato y que a partir de ella, se comiencen a narrar las historias de las dos bailarinas que la acompañan incondicionalmente en el show y también en su cotidiano -que es la propia Moffat junto a Carolina Gordon-. Es entonces cuando ya no nos interesa si lo que Marta nos cuenta es totalmente cierto o no, cuanto de verdad hay en su relato, o si faltan algunos datos precisos de su historia, o si no nos “cierran” algunos detalles de su presente. Lo más interesante es precisamente que el ojo de los directores nos permite ir alojando a Marta tal como ella ES, sin hacernos demasiadas preguntas, dejando todos nuestros cuestionamientos de lado y sin pretender contrastar ninguna de las hipótesis que se tejen a priori sobre su historia. La propuesta es justamente poder disfrutar de todo lo que ella elige mostrarnos -y lo que elige ocultar(nos) a la vez- y poder acompañarla en este proceso sin intentar intervenir ese universo íntimo al que Marta nos permite acceder y que nos abre tan generosamente frente a las cámaras y que, al mismo tiempo, seduce e integra a su cotidiano. Se adivina, por supuesto, por las huellas que ella misma va dejando en su relato, que su pasado ha sido doloroso: cuando habla de las hojas del invierno que han caído de los árboles como hijas que el viento va alejando de su madre/árbol, podemos saber casi con precisión, que algún hecho traumático y doloroso todavía se hace presente y se impone a través de su poesía. El encuentro, primeramente casual entre Moffat y Marta, ha dado paso posteriormente a un vínculo que fue fortaleciéndose con los años y que ha llegado a permitir que Malena forme parte del show, de su vida, de su despojado cotidiano. La intimidad es tal, que se genera el espacio propicio para que este vínculo quede registrado en este trabajo documental que se plasma en “MARTA SHOW” y que muestra a la bailarina/directora/compañera habitada con sus propias contradicciones frente a un personaje tan fuerte y tan arrollador como el de Marta, que son de algún modo también las que se nos presentan como espectadores, espejándonos de esta forma mientras estamos viendo/disfrutando el documental. La mirada exterior, de ese afuera invasivo y en cierto modo condenatorio de algunos espectadores casuales que pasan por la calle y espían este universo que los sorprende, aquellos a quienes les cuesta ver en Marta a una artista y la etiquetan rápidamente en la locura, esa mirada cargada de prejuicio es un poco inicialmente la de cada uno de nosotros en el momento en que se nos presenta un mundo tan ajeno, tan distante, no tan fácil de comprender. Es por eso que “MARTA SHOW” crece libre de cualquier prejuicio, precisamente porque Malena Moffat ha hecho previamente todo ese recorrido, despojándose absolutamente de cualquier mirada cargada de preconceptos, de cualquier encasillamiento al que uno tiende inconscientemente, aún sin quererlo. Marta es la creadora de su show y al mismo tiempo es la que va a la peluquería, alimenta a las palomas, concurre a la mesa electoral para emitir su voto, protege a su carro de robos “imaginarios” y reales, sabe manejarse con la policía, pide fiado en el chino del barrio que confía en su palabra y es así como nos vamos asomando a su mundo particular. La directora enhebra la historia de Marta con su propia historia, a través de su padre y su registro de la insania y las enfermedades psiquiátricas y logra que el relato penetre en zonas realmente conmovedoras. Frente a tanto documental adocenado y siguiendo una estructura rígida y endógena anclada en el relato familiar, “MARTA SHOW” es una muestra de creatividad, de poder reflejar la cruda realidad, pero atravesada por el arte, por sus vivencias, por su historia. La lucidez con la que López y Moffat se conectan con este personaje va más allá de cualquier estereotipo, de cualquier convencionalismo: su forma de abordarla le permite dialogar en forma directa, de alma a alma, y eso hace que el documental respire un aire completamente distintivo, de profundo respeto y de una honda libertad.
Por esos azares de la distribución, nos encontramos en la cartelera con “LA ESPIA ROJA” un producto más cercano a una película de streaming o las que anteriormente se realizaban para las empresas de cable, que de un estreno cinematográfico. Es el típico producto que adapta un hecho real, llevándolo al terreno del guion cinematográfico (así como existe en literatura ese subgénero que es la historia novelada) cumpliendo con todos los esquemas y la receta típica para lograr un producto digno pero desapasionado. En este caso, “LA ESPIA ROJA” –que a su vez está basada en una novela que ha tomado los hechos reales de la vida de Melita Norwood, fallecida en el 2005 y recordada como la agente soviética que ha tenido más años prestando servicios para la inteligencia inglesa- arranca con la detención de Joan Stanley, ya una anciana de 87 años e irá yendo y viniendo en el tiempo para reconstruir su historia e ir aportando elementos a la narración. En ese juego de ida y vuelta en el tiempo, el guion de Lindsay Shapero –en su primer trabajo cinematográfico que evidentemente está teñido de la estructura esquemática de sus trabajos para televisión- basado en la novela de Jennie Rooney, alterna la detención de la anciana y sus consecuencias, con la historia de una joven Joan, estudiante de Cambridge en donde conoce a dos militantes comunistas: Sonya y su primo Leo. No tardará en aparecer el romance de la protagonista con Leo, este joven estudiante ruso que ha escapado a Alemania. Pero la verdadera trama de la historia comienza a desarrollarse cuando, contratada por el gobierno británico, ella misma será quien comience a pasar datos sobre los avances del equipo de científicos que se encuentran trabajando en la bomba atómica. Sumado a esto, es innegable que el director de su proyecto dentro los laboratorios Cavendish, Max Davies, también está deslumbrado por ella y por lo tanto Joan sumará otro punto de conflicto al sentir esta atracción por dos personalidades tan diferentes. Navegando a dos aguas entre una historia de espionaje y el romance de la protagonista en su juventud, “LA ESPIA ROJA” opta por desarrollar más fuertemente la historia de amor y el melodrama histórico, que internarse en el esquema de la típica película de espías al clásico estilo de John Le Carré. Con una buena reconstrucción de época y una cuidada producción el film de Trevor Nunn en ningún momento se aparta de los esquemas más clásicos que la emparentan con una producción netamente televisiva y los puntos más sobresalientes del filme son, indudablemente, sus actuaciones. Las dos caras de Joan Stanley son Sophie Cookson (“El Cazador y la reina del hielo” “Kingsman”) para la etapa de su juventud y Dame Judi Dench, para la Joan anciana. Ambas, cada una en su momento, logran una composición que es perfectamente funcional a la propuesta de “LA ESPIA ROJA”, lo que hace percibir, sobre todo en el caso de Dench, que es un papel que ella puede componer “de taquito”. Por su parte, Cookson logra dar con la imagen de ingenuidad y candidez que en cierto modo le permite la verosimilitud dentro de la estructura de su personaje, de que todo el mundo no se diera cuenta de que bajo esta impronta, se escondía otra faceta completamente desconocida. Sobre todo, en un mundo donde tanto desde lo académico como desde lo científico, las mujeres estaban programadas para ejercer otros roles en ese momento. De esta forma, y en cierto modo tanto desde el guion como desde la dirección se trata de enmarcar la historia dentro de un rol femenino típico de la época, tan diferente al que plantea el cine actual, con el empoderamiento femenino y el avance en tantas otras áreas. Es por esto que justamente un estilo tan tradicional y poco innovador en el tratamiento del tema, hace pensar más fuertemente cuáles pueden haber sido los intereses de que esta película (que incluso ha participado de un festival tan prestigioso como el de San Sebatián) llegase a la cartelera porteña. La influencia del cine de Ivory, Frears o Richard Eyre, se nota muy concretamente en la puesta de Nunn, siendo una especie de homenaje y legado de aquellos directores con los que él ha colaborado a lo largo de su carrera, marcando en la puesta ciertos detalles de diseño de arte y vestuario que son lo más atractivo del filme y que remiten indudablemente al estilo de esos directores. Si bien sabemos que Dench puede lucirse en cualquier papel, los vericuetos del guion no le permiten ningún lucimiento y la historia se muestra sumamente convencional en el tratamiento del desarrollo de sus personajes. En una cartelera donde estamos ávidos de un cine diferente, “LA ESPIA ROJA” tiende a decepcionar porque cuenta con una historia que, llevada a la pantalla con otras ideas de dirección y por sobre todo con un entramado en el guion que jugase más con los saltos temporales y ciertas intrigas, le hubiese permitido tener muchísimo más vuelo.
Ulises de la Orden vuelve una vez más al consagrado terreno del documental (como ya lo ha hecho en “Chaco”, la reciente “Amanecer en mi tierra” o “Desierto Verde”) para plantear el problema de la basura. Así como hay ciertos documentales destinados a recrear hechos del pasado, volver sobre la vida de grandes personalidades o informarnos de temas de la actualidad, “NUEVA MENTE” tiene el claro objetivo de crear conciencia sobre un tema al que no parece dársele suficiente entidad en la sociedad de hoy en día y que pasa desapercibido por la gran mayoría de nosotros: el problema de la basura. ¿Adónde va la basura que generamos? ¿Qué podemos hacer para que la basura se vuelva a utilizar? El filme se interna en la vida y el cotidiano de los trabajadores y miembros fundadores de la Cooperativa Bella Flor que trabajan en el CEAMSE, en donde se entierran por día más de 15 mil toneladas de basura. Este trabajo se replica en tantas otras cooperativas de “cirujas” que lo hacen en otros distritos, totalizando más de cien cooperativas destinadas íntegramente a las tareas de reciclado. El ojo de Ulises de la Orden se posa no solamente en el mundo que se mueve por detrás de los basurales sino en la historia de vida de muchos de sus miembros que encontraron en ese trabajo, un medio de vida y una forma de escapar de la indigencia total y vivir con dignidad. Es por eso que a través de las voces y los testimonios de los protagonistas, comenzamos al correr el velo de la carga despectiva que puede tener la etiqueta de “cirujas” con la que cargan, pudiendo ver como cada uno de ellos lo ha transformado en un oficio, en su trabajo y en encontrar, aún en este ambiente hostil y complejo, no solamente una forma de vida sino también una forma de poder crear conciencia social, ayudar a medio ambiente y empezar a ocupar un rol donde el Estado sigue permaneciendo completamente ausente. Si bien este trabajo los ha ayudado, aún en los momentos más extremos, a poder llevar algún plato de comida a sus hogares por medio del cartoneo o el cirujeo, lo que muestra el documental y que es interesante profundizar es esta ausencia total del Estado en muchas de las ocasiones en donde debiese haber intervenido. De esta manera, estos trabajadores de la Cooperativa Bella Flor de la localidad de Loma Hermosa, como tantos otros de otras organizaciones (justamente el proyecto inicial de De La Orden había sido el de filmar en la Cooperativa “Nueva Mente” en Morón, del que finalmente desistió por algunos problemas dentro del Municipio), comienzan a realizar un trabajo que socialmente es de extrema importancia, aun cuando desde los programas de gobierno no se tocan con efectividad, temas tales como la salud pública (con permanentes registros de aumentos de enfermos de cáncer, enfermedades de la piel y problemas respiratorios que han sido denunciados en reiteradas oportunidades, por ejemplo, en la localidad de González Catán, partido de La Matanza), las prácticas de cuidado ambiental, conciencia y responsabilidades sociales. Pero De la Orden no solamente estructura el documental en base a los testimonios de los socios de la Cooperativa respecto de su trabajo, sino que los nutre a través de sus historias de vida y de superación. Ese será el punto de partida para ingresar en un tema en el que confluyen la devastadora maquinaria capitalista, las desigualdades sociales y las oportunidades de inclusión del que realizarán su aporte investigadores, sociólogos, ambientalistas y expertos en la materia para dar también un marco teórico y epistemológico a lo que cada uno de los miembros de la cooperativa elaboran casi espontáneamente. A pesar de la urgencia, de la importancia y del peligro que representa desoir persistentemente este tema, sabemos que tanto dentro del presupuesto como de las políticas de estado, la problemática que “NUEVA MENTE” rescata de una especie de “invisibilidad” a la que está sometida, es permanentemente olvidada y dejada de lado por los gobernantes de turno. Con lo cual, si de alguna forma este nuevo trabajo de Ulises De la Orden puede ayudar para que cada uno de nosotros también pueda tomar conciencia en el reciclado de residuos, consumo responsable y la separación de la basura, en intentar compostar algunos de nuestros desechos orgánicos, y comencemos a tomar nuestra parte de responsabilidad en el proceso, el objetivo de “NUEVA MENTE” estará ampliamente cumplido.
Dentro del terreno del documental “VOLVIENDO A CASA” presenta un formato y una mirada más alejada de lo tradicional. Es así como Ricardo Preve reconstruye la historia de una forma no tan convencional, sin apelar a los conocidos y desgastados recursos de la voz en off, o a entrevistas frente a cámara o a las largas explicaciones enciclopédicas, herramientas tan utilizadas dentro de los documentales argentinos estrenados en esta última temporada y del que se despega completamente desde las primeras escenas. Preve, dentro de su trabajo para National Geographic escucha la historia de Carlo Acéfalo, uno de los 44 tripulantes del submarino italiano “Macalle” que encalla en el Mar Rojo durante la Segunda Guerra Mundial, en el mes de Junio de 1940. Al chocar con un arrecife de coral, el submarino se hunde frente a las cosas de Sudán y todos sus tripulantes terminan solos en una lejana isla desierta. Acéfalo muere en esas tierras inhóspitas y es enterrado allí, momento en el cual se convierte, a lo largo del tiempo, en una mera leyenda. Sus restos jamás han podido ser regresados a su ciudad en donde su madre, desde aquel momento, siguió esperando esa oportunidad tan ansiada. Pasaron casi ochenta años de ocurrido este hecho y es justamente Preve quien impulsa y fomenta la faraónica tarea de encontrar los restos de este marinero, en aquella lejana isla, para devolverlos a su hogar. Preve convierte a “VOLVIENDO A CASA” en un detallado diario, como una bitácora en la que irá pormenorizadamente registrando cada uno de los hechos acontecidos en los poco más de cinco años de proceso. El equipo de filmación ha trabajado conjuntamente con un equipo forense abocado a determinar si los huesos encontrados, frutos de las excavaciones, eran efectivamente pertenecientes a Acéfalo. Este es el momento donde este nuevo trabajo de Preve dialoga con un film anterior de su autoría “Los huesos de Catherine” en donde se relataba un proceso similar, en este caso, el de identificación de los restos de la primera inmigrante galesa, que había fallecido en nuestra Patagonia. En “VOLVIENDO A CASA” combina, conjuntamente a este acompañamiento en el proceso de encontrar e identificar los restos y los posteriores trámites de repatriación, escenas de dramatización de lo sucedido que se funden armónicamente con la parte de documental propiamente dicha, acompañando perfectamente la historia. Y para estas recreaciones se han reconstruido, en escala real, ciertas partes del submarino que han permitido que estos momentos ganen en verosimilitud e ilustren activamente la historia que el documental pretende narrar. Con un rico material de archivo en donde hay desde testimonios hasta cartas y escritos de la época describiendo las situaciones y los testimonios de los sobrevivientes e inclusive dando cuenta en forma rigurosa de toda la tarea de “rescate” a cargo de tres marineros que salieron en un bote por fuera de la isla para poder solicitar ayuda, el documental nos va llevando de la mano hasta acercarnos el momento donde, en una tumba de Piamonte, estos restos descansen en paz. Con un tramo final de gran emotividad, este nuevo trabajo de Preve encuentra en su manera de acceder y de contar la historia, una pasión y una fuerza de la que otros documentales carecen. Sobre el final, aunque con puntos de contacto y otros de gran diferencia, se suma un reconocimiento a las víctimas de Ara San Juan que han pedido su vida dentro del submarino, que ha sufrido una implosión y estuvo “misteriosamente” desapareció por varios meses.
Y cumpliendo con el ritual de cada año, se estrena en el cine Gaumont, la edición número 17 de “HISTORIAS BREVES” que reúne un seleccionado de cortos nacionales, siempre mostrando un abanico de propuestas que nos permite ir del drama a la comedia, hasta los toques de cine fantástico, un perfil más vanguardista y algún proyecto más experimental. Históricamente “HISTORIA BREVES” fue la ventana para que se diesen a conocer los trabajos de jóvenes realizadores que luego se convirtieron en importantes directores / autores de nuestro cine como por ejemplo Lucrecia Martel y su inolvidable “Rey Muerto”, Daniel Burman, Bruno Stagnaro, Jorge Gaggero (“Cama Adentro”), Paula Hernández (“Herencia” “Un amor”), Adrián Caetano, Sandra Gugliotta, Benjamin Naishtat (director de la reciente “Rojo”), Santiago Loza (el director, entre otras, de “Breve Historia del Planeta verde” y Liliana Paolinelli (quien presentó en el último BAFICI si nuevo largometraje, la brillante “Margen de Error”, entre otros. Este año, en la edición 17, vuelve a repetirse el fenómeno –que no sucedió por ejemplo el año pasado- de que hay algunos cortos que tiene un alto nivel de impacto con ideas novedosas y una apuesta al riesgo y otros, que si bien tienen una idea atractiva, cuesta que se plasme dentro de este formato que requiere de cierta precisión para que en un tiempo acotado se pueda definir un buen trabajo. Si vamos de menor a mayor, indudablemente el error casi imperdonable que comete “UNA NOCHE SOLOS” con guion y dirección de Martin Turnes, es el de desperdiciar a dos talentosos actores como Diego Velázquez y Analia Couceyro en una idea que apuesta a un ritmo de comedia que atrasa unas cuantas décadas, sobre el imaginario de lo que puede/quiere hacer una pareja cuando se “libera” de su hijo que queda a cargo de la abuela. Una rutina ya vista, ideas repetidas, obsoletas y un concepto general que no termina de tomar forma, hacen que sea el más fallido del equipo. Hay buenas ideas que no logran plasmarse acertadamente tanto en “NOCHE DE NOVIAS” de Santiago Larre y Gustavo Cornaglia como en “EL AGUA DE LOS SUEÑOS”, la trasposición del comic “Alvar Mayor” dirigido por Pablo José Fuentes y Rocío Muñoz, que apuesta a una narración fantástica pero que debe lidiar con algunos notables desaciertos de producción y sobre todo en el tono de las actuaciones de las que sólo sale airoso Germán Da Silva, un verdadero actor todo terreno. En una estructura más clásica, logran distinguirse “EL ESPESOR DE LO VISIBLE” de Mercedes Arias sobre una pareja que está esperando su primer hijo y recibe una noticia inesperada e inquietante, y “LA MEDALLITA” de Martin Aletta que dentro de un relato clásico, se juega por contar la historia de un boxeador de los años treinta sobre el que pesa una “sentencia”, de una manera diferente: homenajeando al cine mudo, con un brillante blanco y negro y aires de expresionismo alemán. El más creativo y estéticamente más impactante es “EL AGUA” de Andrea Dargenio que trabaja muy ingeniosamente sobre el hecho de que un día el protagonista (excelente Nicolás Maiques), despierta en un mundo donde a pesar de que falta el agua, nadie pareciera notarlo. Un excelente trabajo de fotografía y el diseño de arte de Carla Claude Celsi, hacen de este corto uno de los más interesantes y el más atractivo del grupo, donde se da la integración de una idea novedosa, un guion bien resuelto y una apuesta estética muy por encima del promedio. Una interesante vuelta de tuerca sobre la censura y los años del oscurantismo en nuestro país viene de la mano de “HAY COCA” de Jorge Issa que cuenta la historia de un hombre que debe transportar un bolso a la Puna cuyo contenido desconoce donde deberá sortear diversos “controles”, situaciones de riesgo y algunas adversidades para llegar a destino y cumplir con su objetivo. No tiene sentido adelantar demasiado su final que encierra cierta sorpresa, sólo decir que tiene un final perfecto, con reminiscencias de “Cinema Paradiso” y que tiene –hoy más que nunca- plena vigencia por la reciente pérdida de una entrañable figura del cine nacional, que sin saberlo, el corto homenajea doblemente y nos recuerda de aquellos años en los que muchas escenas cinematográficas de grandes directores, quedaban mutiladas en manos de censores y burócratas, quienes, por suerte, han quedado en el pasado como un recuerdo desafortunado. Como todos los años, es interesante asomarse a la diversidad de propuestas, a los trabajos más recientes de jóvenes cineastas que muestran sus primeras obras, que pueden abrirle camino a una gran carrera dentro del cine nacional.
Tres personajes en apariencia, completamente diferentes, van reconstruyendo un fragmento de la memoria reciente, una revelación sobre los años más oscuros de nuestro país y cómo, en un lugar completamente impensado y tras unas puertas tijera de metal, detrás de esas rejas, se “escondía” en pleno centro de la Ciudad, un centro de detención clandestino. Los titulares de los diarios rezan, entre otras grandes frases en letras de molde “Memoria de muerte en pleno Florida”. Es que las que hoy conocemos como Galerías Pacífico en Florida y Córdoba en Capital Federal, funcionaron oportunamente como un centro de detención y tortura. Así es como los directores Oriana Castro y Nicolás Martínez Zemborain van relacionando los relatos de un ex detenido-desaparecido en búsqueda de su verdad más de treinta años después, un arquitecto investigador de arqueología urbana y especialista en materiales de construcción de siglos pasados y un fotógrafo. Durante la filmación de un video clip del tema de Fito Páez, “Ciudad de Pobres Corazones”, en los subsuelos de Galerías Pacífico, uno de los técnicos identifica más de diez años después, el dibujo de las baldosas del lugar y sabe a ciencia cierta que es el lugar donde estuvo detenido-desaparecido durante el ’76. Echando mano a diferentes técnicas y sin presentar el relato ni en forma cronológica ni ordenadamente, a priori, Castro y Martinez Zemborain, prefieren invitar al espectador a ir recomponiendo a modo de un rompecabezas, la información que van aportando cada uno de los entrevistados junto al material de archivo. Tampoco “SEGUNDO SUBSUELO” apela al típico testimonio de personajes mirando a la cámara sino que por el contrario, a través de sus relatos y poniéndolos en acción, va estructurando una red de información que va a ir develando lo ocurrido durante la Dictadura en el Segundo Subsuelo de las Galerías Pacífico, para muchos de nosotros, un dato desconocido. O como más particularmente, el tercer subsuelo contado a partir de la vereda, lo denomina Diego Kohan, hijo del mítico Jaime Kohan, fundador del Teatro Payró, ubicado en la misma manzana, y será él quien aporte además una anécdota de los disparos escuchados en el teatro en plenos ensayos, desconociendo totalmente lo que acontecía a pocas paredes de por medio. Es interesante descubrir como el aparato Estatal borraba toda geografía e instalaba el horror en el espacio menos pensado. Con los elementos testimoniales con los que cuentan, los directores van conformando un cuerpo documental que habla por sí mismo sin ningún tipo de necesidad de apelar al subrayado o a la sobreexplicación sino que se limita –y lo que no es para nada poco- a exponer fielmente los hechos acontecidos y a explorar como se intentó borrar todo rastro de lo acontecido y por ende, lo dificultoso que sigue siendo, aún en la actualidad, poder abordar esta temática. Si bien por la temática y el estilo narrativo, “SEGUNDO SUBSUELO” es un relato atrapante y que queda condensado en compactos 62 minutos, mucho de su impacto y de su solidez se debe al minucioso trabajo de edición de Emiliano Serra que enhebra los relatos de manera que fluya la narración por fuera de todas las convenciones del género. El Archivo Nacional de la Memoria, los recortes periodísticos, las vivencias de los protagonistas con sus contundentes testimonios y el trabajo de Oriana Castro y Nicolás Martínez Zemborain dan cuenta, una vez más, de la necesidad de una memoria activa, de seguir rearmando nuestra propia identidad y no dejar que los momentos de oscuridad queden en el recuerdo y pasen desapercibidos para las nuevas generaciones. De esta forma, “SEGUNDO SUBSUELO” no solamente tiene un valor intrínseco como documental sino que además se alza como una necesidad de seguir recorriendo nuestra historia para no olvidar, para no dejar atrás el horror y para que desde el cine y el arte en general se siga abordando activamente esta temática como alegato de nuestra historia reciente.
Eloisa Solaas presentó “LAS FACULTADES” en el último BAFICI y se alzó con el premio a la mejor dirección dentro de la Competencia Nacional con una mención especial de la Sociedad Argentina de Editores Audiovisuales. Sumado a este premio, la trayectoria de la directora dentro de la industria cinematográfica más esa inquietante instancia de interpelar el ámbito académico dentro de diferentes Universidades Públicas, genera a priori un gran interés y muchas expectativas sobre este trabajo. Expectativas que el documental de Solaas cumple, efectivamente, pero con algunas parcialidades. En algunos reportajes la directora ha contado que eligió filmar justamente exámenes de carreras que le eran desconocidas, pudiendo de esta forma no solamente abordar el proceso y la situación de rendir un examen oral dentro del ámbito universitario sino también transitar, ella misma, un camino de investigación y de abrir un camino en un ámbito y una situación donde no todos se prestan a ser filmados. Si bien el documental lleva el título de “LAS FACULTADES”, podría llamarse “Los Estudiantes” o sencillamente “Los Exámenes” dado que Solaas se dedicará a lo largo de su recorrido, a presentar básicamente situaciones de alumnos de diferentes carreras frente a un examen oral. Si bien existen algunos fragmentos que invitan a “espiar” el ritual de los estudiantes en la preparación previa a rendir un parcial o un final, la película focaliza casi en forma excluyente al momento del examen oral propiamente dicho. En este sentido, todos los posibles disparadores que se presentarían en un entorno universitario, más específicamente el de las universidades públicas y más particularmente aún, cierto perfil de universidades que trabajan un proyecto inclusivo como pueden ser las universidades de conurbano bonaerense, invitaban a expandir la mirada y poder bucear en el mundo universitario en más de un sentido y sin atarse ceñidamente a un solo momento como es el de la evaluación que no deja de ser solamente una parte, una parcialidad dentro de todo el recorrido que una carrera universitaria propone. Pero una vez apuntada la mirada certeramente al tema elegido, Solaas como directora, logra armar un caleidoscopio enteramente coral en donde los diversos alumnos elegidos, quienes son filmados en situación de examen, sin buscar que ninguno de ellos se transforme en un personaje destacado por sobre otro. No es una película que busque identificación con los personajes ni despliegue personalidades carismáticas sino que elige construir a partir de la diversidad y mostrar, equilibradamente, desde estudiantes de derecho haciendo un role playing y simulando una defensa en tribunal oral, una estudiante de profesorado de biología a la que le cuesta identificar las partes de una flor, o un estudiante de medicina que tendrá que trabajar con los preparados cadavéricos o analizar las placas radiográficas o tomografías que el docente le presenta en el mismo momento. Solaas despierta nuestro costado más voyeur, tratando de espiar este ámbito casi secreto, para muchos desconocido, íntimo y personalísimo como es el alumno frente al docente en una etapa evaluatoria, que de acuerdo a las teorías de educación más modernas, puede llegar a ser la etapa más importante del proceso de aprendizaje. Los nervios del que trata de acordarse la respuesta que no logra construir, una estudiante de Cine que parece no “encontrarle la vuelta” al análisis de un mega clásico como “El Acorazado Potemkin”, otra de Filosofìa que no es nada más ni nada menos que la actriz y directora María Alché (actriz de “La niña Santa” y directora de “Familia Sumergida”) o un estudiante de Sociología dentro de la cárcel, son algunos de los protagonistas que se van sumando poco a poco a la propuesta de este documental. Sin desmerecer esta investigación inquieta, observadora, detallista y que coloca siempre la cámara en el punto exacto que nos permite ingresar a ese territorio casi prohibido y más allá de la reflexión en la construcción del conocimiento que propone “LAS FACULTADES”, aparece el deseo, quizás sumamente personal, de que algunos otros temas que están tan presentes en la realidad de la educación pública universitaria en el aquí y ahora, también podrían haber estado presentes para intentar mostrar un abanico más amplio de las experiencias que se viven dentro de las Universidades en la actualidad. Con alguna observación adicional del aspecto edilicio, el tenso compás de espera cuando los minutos se prolongan en el pasillo para ver con qué nota aparece firmada la libreta o las charlas previas en las aulas, el documental se va nutriendo de esos pequeños momentos y dialoga con otros trabajos en su género como pueden ser en el ámbito de los colegios secundarios “La escuela contra el margen”, “El cine va a la escuela” y otra mirada sobre la experiencia de intercambio vivencial y de aprendizaje o “Mocha” sobre una educación inclusiva en la diversidad. Así como Cantet nos ha dejado entrar en sus aulas con “Entre los Muros”, Solaas hace lo propio con una aguda observación y una declaración de principios cuando en “LAS FACULTADES” nos invita a ingresar a ese mundo tan particular, único y para muchos jamás visitado que es el que se alberga en un aula, y mucho más particularmente cuando profesor y alumno siguen creciendo en la experiencia del aprendizaje compartido.
En algún momento Julia Roberts fue la reina de la comedia “blanca” antes de dar algunos volantazos y modificaciones en su carrera a medida que la edad le exigió ciertos cambios. Tom Hanks y Meg Ryan nos enamoraron con comedias simples, bastante obvias, a las que se les cuestionaba poco y nada. Emma Stone y Ryan Gosling hacen una buena pareja en “Crazy, Stupid Love” pero tampoco el guion es una genialidad por más que tuviese momentos de mucho lucimiento y sin ir más lejos, cualquier receta hollywoodense no es, a los ojos de la crítica, tan castigada como cuando hablamos de comedias románticas argentinas. Sin ir más lejos, gran parte de la crítica local pareció disfrutar de ensañarse, el año pasado con la opera prima de Juan Vera, “El amor menos pensado” con Ricardo Darín y Mercedes Morán, sin poder dejarse llevar por la simpleza de una comedia muy bien hecha, con excelentes actuaciones, momentos de mucho humor y lucidez, aunque ya desde el afiche y el tráiler, nos estuviese anticipando todos los rincones previsibles a los que la historia iba a echar mano. Frente al estreno de la última película de Marcos Carnevale, parece mucho más honesto escribir pensando en el lector, en el que público que concurre a las salas cada semana aportando el valor de su entrada. Desde ese punto de vista, cabe destacar que “NO SOY TU MAMI” cumple perfectamente con lo que promete, está muy bien hecho, aún con sus rasgos sumamente televisivos, y con un elenco que se presta al juego de la comedia romántica clásica –aunque todo haga pensar que presume de “progre”- y no desilusionará al consumidor de este tipo de productos. Particularmente, Marcos Carnevale como director, siempre ha llevado los vicios de la televisión a la pantalla grande, pero de todos modos, sabe crear películas convocantes a nivel taquilla sin que esto implique un desmedro en la calidad técnica o que no intente desde su guion una estructura un poco más sólida que un mero unitario de la factoría Pol-ka o Underground, por citar a las principales productoras televisivas de la actualidad. Carnevale repite la exitosa receta de actores de gran trayectoria con un libreto ameno que apunta más al “crowd pleaser” que al cine de autor y con el rabillo del ojo contemplando también a la taquilla. Así son recordadas algunas de sus películas como “Inseparables” (excelente química entre Oscar Martinez y Rodrigo de la Serna), “Corazón de León” (comedia y reflexión sobre los diferentes, de la mano de Francella y Julieta Diaz), la recordada “Elsa & Fred” y una amor de la tercera edad con la eterna China Zorrilla en un protagónico imborrable o la mezcla entre drama y toques de comedia en “Viudas” con Valeria Bertucelli y Graciela Borges. Obviamente “NO SOY TU MAMI” se inscribe en este grupo, y realmente es más agradable este cine comercial de Carnevale que cuando arriesga al drama y cae en la pomposa solemnidad de “El espejo de los otros” o el subrayado lacrimógeno de “Tocar el cielo”. En este caso, la protagonista es Paula (Julieta Diaz) que junto con su socia (Valeria Lois, una excelente actriz que debiese cuidar un poco más no quedar atrapada en este tipo de papeles en los que despliega más una morisqueta que una genuina veta de comedia) deberán salvar su proyecto editorial, una revista cuyas ventas están tan bajas que peligra fuertemente la continuidad de su tirada. Es así como surge la idea de la columna “Razones para no ser madre” que rápidamente romperá con todas las estructuras y posicionará a Paula y a la revista como un gran suceso de mercado. La mirada despiadada y resentida de Paula sobre la maternidad y, en particular, sobre las madres que idealizan ese rol, junto con su estilo de escritura directo y sin pelos en la lengua, la convierten velozmente en un récord de ventas. Ella está harta de dar explicaciones, de justificar porque decide postergar el deseo de la maternidad o inclusive ni siquiera tenerlo entre sus planes. Además de la mirada reprobatoria del mundo exterior, deberá inclusive rendirle cuentas a su propia hermana (Celina Font, una de las guionistas del filme) que parece empecinada en convencerla de lo equivocado de su decisión. Su mundo lleno de certezas y su actitud de mujer segura de sí misma comienza a resquebrajarse cuando se muda Rafael (Echarri brillando una vez más con su carisma, en un papel totalmente a su medida), un agente inmobiliario que es papá casi full time ya que la madre de su hija lo ha “abandonado” siguiendo un proyecto laboral en Finlandia (!). Por esos enredos típicos de la comedia, un día Paula se ofrece a ayudar a Rafael, yendo a buscar a su hija Rocío –una pizpireta Rocio Vladimirsky que es otro acierto de casting- a la salida del Jardín. La niña no tiene mejor idea que decir frente al nutrido grupo de madres que espera en la puerta del colegio (con un aire a “Según Roxi” un mordaz e irreverente retrato de los diferente estereotipos de madres que uno podrá encontrar en cualquier jardín / colegio primario) que Paula es su mamá. A partir de ahí se sucederán una serie de enredos que Paula a su vez “aprovecha” para meterse en el mundo de la maternidad y sus recovecos: la logística del “pool” para repartir a los chicos, rifas y colectas para regalitos de cumpleaños, estrategias para conseguir las figuritas o los útiles en el abarrotado kiosco a la salida del cole, consignas y secretos del grupo o un picante “after office” en donde confesarán algunas intimidades, en donde siempre tratará siempre de sacar provecho y extraer información directa de la fuente, para luego disparar sus dardos desde su exitosa columna. “NO SOY TU MAMI” acierta en la pintura de esos personajes secundarios que buscan la complicidad directa con el espectador. El grupo de “Mammis” del cole, tiene momentos verdaderamente desopilantes y excelentes trabajos de Magela Zanotta, Luciana Lifschitz y Dolores Ocampo y además, Daniela Pal, la niñera de Rocío, logra con su personaje algunos momentos de notable lucimiento –aunque se le puede reprochar estar construido en base a un prototipo de lesbiana que parece aferrarse demasiado a ciertos clichés anacrónicos-. La química entre Echarri y Julieta Diaz es la base fundamental para que la comedia llegue a buen puerto y ambos parecen ideales para estos roles. Aunque el guion peque de oportunista en un momento en donde la figura femenina está en permanente (re)construcción para arribar a nuevos lugares de privilegio y de “empoderamiento”, la propuesta global de “NO SOY TU MAMI” no intenta más que una comedia romántica con un intento de aggiornamiento al incluir personajes con diversidad sexual, las madres que hablan en el after office sin pelos en la lengua –en una escena que desentona completamente con la propuesta general y raya la grosería- y que pretende ciertas “libertades” en la concepción de pareja cama afuera que tiene Paula (con un buen co-protagónico de Sebastián Wainraich). Obviamente la historia sobrevuela todos los temas sin ningún tipo de profundidad pero tampoco se supone que un producto Carnevale apuntase a la reflexión y a los subtextos, sino que toma estos elementos para construir una comedia pasatista, con muy buenos momentos y personajes, que si bien parecen escapados de una sit-com televisiva por el timing de sus diálogos, responden a la receta de una comedia romántica convencional y que agrada masivamente al público que la consume. Y en ese sentido, cumple con creces.
Hace pocas semanas en “Ausencia de mi”, el documental sobre el registro del exilio de Alfredo Zitarrosa y muy pronto podrá verse en el próximo trabajo de Diego Recalde “Sonrían”; las fotos y las memorias, los escritos, los retazos de la memoria familiar comienzan a rearmar un rompecabezas que cada uno de los cineastas utiliza, de diversas formas, para poder reconstruir y contar la historia desde su óptica particular. En este caso Florencia Orce (junto a Pablo Moro, quien es co-director, productor y guionista de este proyecto) decide armar su opera prima documental alrededor de la cautivante figura de su abuelo, Miguel Gazzera, pionero del sindicalismo argentino y también una figura de una gran proximidad al general Perón, que lo convierte en un ineludible fragmento de nuestra historia. Orce decide zambullirse en el entramado familiar luego de la muerte de su abuelo en el 2011 y comenzará a descubrir que en aquellas fotos, escritos, noticias periodísticas de la época, ensayos y testimonios de los allegados, hay un rico material para bucear sobre su historia personal, pero al mismo tiempo, investigar y profundizar sobre la figura de su abuelo, que ha sido un eje fundamental en la vida sindical a partir de los años ’50. Este doble camino de la búsqueda de su propia historia y al mismo tiempo, de intentar reconstruir la figura de Gazzera como ese incansable sindicalista que ha luchado por la vuelta de Perón a nuestro país, dialoga perfectamente en el armado de este documental que logra mostrar tanto su trayectoria política como la contracara de lo que fue su entrega y su compromiso, que se tradujo en sus ausencias familiares que él mismo se reprochaba constantemente. Todo comienza en San Francisco, Córdoba cuando en un incidente en la fábrica Tampieri, donde el propio Gazzera tenía trabajando a toda su familia y donde ocupaban además cargos gerenciales, al darse cuenta del abuso en las condiciones laborales imperantes, decide organizar una huelga -contra todos los pronósticos dado que por su postura familiar, su actitud debiese haber sido justamente la opuesta- que fue pionera en la lucha de los derechos de los trabajadores. Este es el puntapié inicial para que Gazzera, contra viento y marea, continúe esta lucha y es así como posteriormente decide formar el Sindicato de Fideeros y más tarde será ideólogo y parte de las famosas 62 Organizaciones y se convertirá en el hombre de confianza de Perón en el exilio. En la reconstrucción familiar se percibe su preocupación por su familia, su figura como padre y se rescata la humildad con la que ha trabajado siempre, que se ve reflejada en su negación a beneficiarse económicamente ni ostentar cargos públicos y la austeridad con la que se ve enmarcada la infancia de sus propias hijas, una de ellas, hoy madre de la realizadora, quien también se propone ayudarla en este rescate familiar de la memoria. Al mismo tiempo, figuras del sindicalismo, periodistas, políticos e historiadores en pequeños fragmentos de entrevistas destacan no solamente su figura dentro de la lucha sindical sino también que además de ser un hombre de acción, ha sido un personaje de reflexión y de revisión de la situación coyuntural por la que atravesaba, que queda demostrado en los escritos que lee la propia directora. Quizás el único detalle que podría objetarse a “NADA CULMINA EN LA VISPERA”, como sucede en muchos documentales de reconstrucción familiar y autobiográfica, es que la presencia de la directora por momentos opaca la figura del propio Gazzera y el relato comienza a girar sobre el eje de la propia Florencia Orce, desbalanceando el relato y dejando de lado una figura tan atractiva como la de su abuelo para reflexionar sobre sí misma en un tono demasiado autoreferencial. Más allá de lo apuntado, Orce y Moro construyen un trabajo interesante para dar visibilidad a una figura que, de otro modo, no ha tenido la relevancia que merece dentro de la historia que se suele contar. A través de este documental de búsqueda personal, podemos llegar a descubrir uno de los pioneros sindicales que fueron el germen de las conquistas que son los derechos presentes de infinidad de trabajadores.
Obviamente todos sabemos que el estudio Pixar, uno de los más importantes estudios de animación de la actualidad –sino el más importante de todos- nos tiene mal acostumbrados y ha puesto su propia vara, muy alta. En cada una de sus creaciones ha sabido diseñar con lujos de detalles un mundo diferente, altamente creativo, lleno de nuevas ideas y que intenta no repetir, en nada, la fórmula de sus películas anteriores. Desde el reino subterráneo de los insectos en “Bichos”, la mágicas puertas que nos invitan a enfrentarnos con nuestros miedos infantiles y descubrir un mundo tan distinto como el de “Monsters Inc.”, el universo de nuestros seres queridos que nos antecedieron en el árbol genealógico que se ponen de fiesta en “Coco” o una ciudad en donde los autos tienen personalidad y vida propia como en “Cars”. Pixar nos ha sorprendido en cada una de sus creaciones, hasta llegar a dilucidar lo que habita en nuestra cabeza, esa mezcla de sentimientos y sensaciones que tan bien expone en “Intensa mente” o el mundo submarino que despliega ante nuestros ojos en “Buscando a Nemo”. Pero su máxima creación, o al menos la más recordada por ya casi tres generaciones es indudablemente “Toy Story”: esa vida secreta de los juguetes de Andy que ya son parte de nuestra historia y también de la de nuestros hijos. Ahora, llega su cuarta entrega y apenas comienza a desarrollarse la historia, nuestro corazón de espectador late fuerte y podemos confirmar que la saga sigue más vigente, más vital que nunca y tan sorprendente como siempre. Mientras que otras comedias animadas no resistieron sus propias continuaciones, como ha sucedido por ejemplo con “Shrek” (con una secuela apenas aceptable y una tercera entrega desastrosamente olvidable), la desgastada “La Era de Hielo” , “Rio 2”, el inexplicable mundo del espionaje al que apela “Cars 2” o han tenido sus “spin off” muy por debajo del nivel esperado (basta como ejemplo “Los pingüinos de Madagascar” o “El gato con botas” como desprendimiento del propio Shrek), con “TOY STORY 4”, Pixar demuestra que la licencia goza de una excelente salud. Atrás quedó el mundo de Andy y sus juguetes cuando debe partir a la Universidad, y así nacen las nuevas aventuras ahora de la mano de Bonnie, quien entre otras “modificaciones” que ha hecho en la troupe, consagró a Jesse como la Sheriff local. Es así como Woody sufre con este cambio, se siente relegado, ya no es el protagonista de todos los juegos de la niña y más de una vez termina sin ser elegido, algo “olvidados” en el fondo del placard. Un poco por su orgullo herido, para demostrar que todavía tiene mucho para dar (¿a quién no le ha pasado cuando los hijos empiezan a crecer y prescinden poco a poco de nuestro apoyo…?) y otro poco por su esencia noble e incondicional, no podrá resistirse a la tentación de asistir junto a Bonnie en su primer día en el Jardín. Así será como se inicia una nueva aventura, completamente diferente a las tres entregas anteriores y que se sostiene argumentalmente por sí sola. Si bien, obviamente dialoga en forma permanente con sus antecesoras, “TOY STORY 4” se construye con una solidez, una historia y un mensaje que la conciben como una entrega completamente individual y con coherencia propia dentro del tándem. Andrew Stanton (gran colaborador de la factoría Pixar en la mayoría de sus grandes éxitos) y Stephany Folsom como guionistas, han tomado una serie de decisiones absolutamente acertadas, aunque quizás algunos fans de la saga puedan esgrimir que en esta cuarta entrega Buzz Lightyear ha perdido el protagónico para convertirse en un personaje secundario, casi uno más dentro de este grupo de juguetes entrañables y conocidos por todos nosotros. En una impecable elipsis, un hecho sucedido nueve años atrás, coloca en un rol central a Bo-Peep, la pastorcita, junto a su inseparable rebaño. Completamente a tono con un cambio de mirada que exige el aquí y ahora sobre las heroínas femeninas -de las cuales el cine de animación no queda exento en absoluto-, Bo-Peep se construye como el ícono de la mujer independiente, “empoderada”, que ha tomado sus propias decisiones y que no duda ni un momento a la hora de defender sus ideales y seguir su corazón. El camino que ha hecho Andy en la entrega anterior, ese desafió de crecer, de avanzar a otra etapa de su vida, parece ahora verse reflejado en la propia vida privada de los juguetes, que deberán tomar las riendas de sus propias vidas, tratando de entender que más allá del amor de los niños y ese vínculo absolutamente hermoso e intransferible, hay todo otro mundo por descubrir. Los secundarios y los nuevos personajes que nos presenta “TOY STORY 4” han sido construidos con una precisión admirable y tienen el tono exacto para que la historia tenga todos los elementos esperados: hay comedia, hay acción, suspenso, aventuras y por supuesto, también hay romance y no faltará el momento para emocionarse, tan genuinamente Pixar. El gran coprotagonista es Forky, la creación de Bonnie en su primer día de clases, con corazón de retazos y alma de “basura” que obviamente no pude reconocerse como juguete y que por lo tanto tiene las escenas más jugosas en los diálogos con Woody, la reflexión acerca del sentido de los juguetes y de su propia identidad. Forky demuestra cómo algo aparentemente descartable puede ser el objeto “fetiche” y depositario de todo el amor de un niño: en apariencia simple pero con un diseño extremadamente detallado, Forky se transforma en un digno co- protagonista para esta nueva historia. El comic relief viene de la mano de los desopilantes Bunny y Ducky, dos inseparables peluches que esperan emprender su propia aventura, después de la larga espera en la estantería de esos juegos de kermesse, imposibles de ganar, y tienen a su cargo los momentos irónicos, incorrectos y divertidos de esta entrega. También Keanu Reeves le presta su voz a Duke Caboom, el doble de riesgo canadiense que sigue a la espera de su momento de fama. El suspenso y el homenaje al cine de terror (hay algo de los personajes de un museo de cera, la faceta siniestra de las muñecas antiguas que en cierto modo aprovecha la saga de “Annabelle”, por ejemplo) viene de la mano de Gabby Gabby, la muñeca que no sabe lo que es ser querida por un niño. Con una falla de fábrica, ese defecto traumatizante la ha transformado en una niña resentida y algo hostil, que regentea un banda de muñecos de ventrílocuos que meten miedo dentro de la enorme tienda de antigüedades y ella también tendrá su particular momento de lucimiento dentro de la historia. Algo que ya había aparecido en otro producto Disney como “Wi-Fi Ralph”: ese momento de las despedidas, la hora de decir adiós, de dejar volar, de asumir que hay que pasar a otra etapa, hacerse fuerte y confiar que la presencia de nuestras figuras de contención nos acompañarán en todo nuestro recorrido, se replica en “TOY STORY 4” y de la forma más dulce y emotiva posible. Sobre el final, tal como sucede en cualquier filme “coming of age” o en aquellas películas en que se emprende un viaje iniciático e interior, los personajes de “TOY STORY 4” habrán hecho su transición. Los juguetes de ninguna manera serán la excepción y también los encontraremos diferentes, modificados, en el curso del tramo final de la historia, donde Pixar una vez más nos sorprende, nos emociona, nos sacude el alma y nos deja con ganas de más.