Si hay algo en el cine de Ana Katz que siempre llama la atención, es su aguda y sagaz observación sobre el universo familiar y los vínculos. En este caso, una vez más, en “SUEÑO FLORIANOPOLIS” logra plasmar su personal estilo, describiendo con precisión un retrato familiar -ese microcosmos en el que Katz tanto ama poner la lupa-, para contarnos las desventuras de Lucrecia y Pedro, dos psicoanalistas de clase media, que en pleno verano del ’90 plantean unas vacaciones con sus dos hijos adolescentes en Brasil, más exactamente en la Florianópolis del título. Pero pronto sabremos que no habrá exóticas playas, ni garotas, ni lujos, ni caipiriñas y tragos en las islas paradisíacas. Al contrario, toda la primera parte describe asertivamente unas vacaciones muy “gasoleras” para esa típica familia argentina partiendo al sueño de sus vacaciones en el exterior, saliendo a la ruta y enfrentando los problemas típicos de un viaje tan extenso, tratando de ahorrar hasta el último centavo. Si bien en esta primera aproximación, salen a la luz sus pequeñas mezquindades, algunas de sus miserias y unas cuantas resignaciones en pos de ese sueño vacacional -que hasta pueden ponernos algo incómodos por una especie de aire promiscuo y vulgar que se respira en el inicio-, todo se complica más aún cuando vamos descubriendo el verdadero entramado familiar, completamente disfuncional. Lucrecia y Pedro están “técnicamente separados” y no logran definir, de una vez por todas, el final de esa pareja totalmente desgastada por el cansancio y la rutina de más de veinte años de matrimonio. A pesar de su talento profesional (que sólo parece asomarse y de forma discursiva en un par de diálogos con sus hijos donde más que escucharlos parecieran estar analizándolos), ninguno de los dos logra abandonar por completo un vínculo bastante enfermizo y empastado, del que no logran (¿ni quieren?) despegarse. Por un pequeño problema que tienen en la ruta, accidentalmente conocen a Marco y Larissa, una pareja de brasileros que, justamente, se dedican al alquiler de hospedajes a extranjeros y ellos serán quienes finalmente les ofrezcan albergue en sus cabañas, lejos del mundanal ruido y mucho más cerca de la agreste naturaleza. En esas pequeñas cabañas alejadas del turismo y en medio de un marco natural bastante exótico, algo desprolijo y muy poco convencional, las dos familias comienzan a relacionarse: mientras que la hija de Lucrecia y Pedro se siente atraída por el hijo de Marco, poco a poco va creciendo la tensión sexual entre “locales y visitantes” cuando se abra al juego y se descubra que la pareja que ellos parecen conformar, no es tal. Esto le permite a Katz, indagar en este vínculo completamente resquebrajado y se nutre del artificio de la comedia, con romances cruzados entre Lucrecia y Marco y Pedro y Larissa, para abordar en un tono liviano, temas mucho más profundos. Lo que en un primer momento es una mirada incisiva a la pareja porteña de vacaciones (sobre todo con chistes efectivos en el manejo del idioma y la “picardía criolla” para estirar los pocos pesos que tienen) irá dando lugar poco a poco a un relato mucho más agridulce, y aún cuando la historia ensambla varios personajes, la directora lentamente va poniendo el ojo en el personaje central de Lucrecia para poder, nuevamente, dar cuenta de una mirada abarcadora de ese universo femenino que Ana Katz tan bien sabe definir y que ha sido la base de sus grandes creaciones (“Mi amiga del parque” y “Una novia errante”, entre otras). Obviamente que cuenta con la brillante máscara de Mercedes Morán (con quien ya había trabajado en otros de sus filmes, “Los Marziano”) que aprovecha cada uno de los repliegues de Lucrecia y explota cada arista del personaje, con su enorme talento y esa naturalidad que invade irremediablemente la pantalla. Sus gestos, sus miradas, la inflexión de su voz, cada detalle que Morán le pone a su criatura, hace que nuevamente encontremos en ella una actriz completa, madura y que disfruta cada desafío. Su ex (?) marido, es otra gran composición de Gustavo Garzón que logra el punto exacto y tiene una química excelente con Morán. Asimismo, su esquemático Pedro arma un perfecto contrapunto con el espíritu bohemio y ese alma libro que Marco (Marco Ricca) representa y que indudablemente seducirá sin mucho esfuerzo, con ese aire de sex simbol latino entrado en años, a una Lucrecia que necesita por sobre todas las cosas, volver a sentirse deseada. Los aciertos del guión que ha escrito la propia directora junto con Daniel Katz, son precisamente las pequeñas observaciones y los diálogos directos y francos de sus personajes, la posibilidad de mostrarlos humanos, fallidos pero esperanzados. Es así como aparecen tangencialmente otros temas como el nido vacío, el desarrollo profesional, las cuentas pendientes, los celos, la soledad interior, que van asomándose y completan el fresco familiar con un tono carente de toda solemnidad pero completamente cargado de la honestidad que siempre habita el cine de Katz. Sobre el final, un pequeño traspié, puede hacer pensar que en momentos donde el rol de la mujer se está construyendo desde nuevas perspectivas, el epílogo plantea una situación algo convencional para los tiempos que corren. Pero es sólo un pequeño comentario que no desvirtúa en absoluto las bondades de “SUEÑO FLORIANOPOLIS” y la posibilidad de jugar dentro de la comedia romántica moderna, incluyendo los apuntes reflexivos que siempre propone Katz con su cine que le permite a los personajes hablar de los deseos, de las pasiones olvidadas, del disfrute de la vida y de esas neurosis que no se sueltan, ni aún de vacaciones.
Christian Rivers, quien ya había colaborado en producciones anteriores de Peter Jackson como “El señor de los Anillos” “El Hobbit” o “King Kong”, toma el mando en la dirección de “MAQUINAS MORTALES” en su debut detrás de las cámaras. Anteriormente, había acompañado a Jackson en sus producciones, ya desde su inolvidable “Criaturas Celestiales”, estando a cargo en todas ellas del departamento de arte y como supervisor del departamento de efectos especiales, e inclusive se había desempeñado como director de la segunda unidad en “El hobbit” y en “Mi amigo el dragón”. Justamente toda su trayectoria trazada en el terreno del diseño de arte, en lo visual y en su conocimiento en el mundo de los efectos especiales, son el principal acierto y el principal problema de “MAQUINAS MORTALES”. Tal como hiciera con “El señor de los anillos”, Jackson ahora toma las historias volcadas en las cuatro novelas de Philip Reeve (más una precuela), ambientadas en ese mundo futurista distópico y post-apocalíptico que tan bien sabe describir el productor y que Rivers, como director, sabe plasmar con precisión. La base argumental de “MAQUINAS MORTALES” se plantea después de una tremenda guerra, llamada “La guerra de los sesenta minutos” en donde las ciudades quedaron completamente devastadas y se transformaron en urbes móviles, depredadoras, que persiguen unas a otras (visualmente, con reminiscencias de “El increíble castillo vagabundo”, pero cargado de violencia y sin la poética y el lirismo de Miyazaki). Así, como los peces en el fondo del mar, las ciudades más grandes se van alimentando de las menores, fagocitándolas y, por lo tanto, viviendo en una tensión y conflicto permanente. Londres, es ahora, una de esas ciudades sobre ruedas, una de las tantas ciudades gigantes que vagan por el espacio, pero es obviamente una de las más poderosas. Allí, Thaddeus Valentine (Hugo Weaving de “Matrix” “El señor de los anillos” “V de Venganza” pero también de “La prueba” y “Priscilla, la reina del desierto”) tras su fachada de científico y arqueólogo, amante filantrópico, esconde su macabro plan de arrasar con todas esas pequeñas ciudades que va encontrado a su paso y que por supuesto están en contra del movimiento traccionista. Nada pareciera detenerlo, hasta que aparece en escena Hester Shaw, una joven fugitiva dispuesta a jugarse entera teniendo como móvil, vengar la muerte de su madre, quien parece haber tenido una oscura historia con Thaddeus. En pleno abordaje de la ciudad rodante, Hester cruza su camino con Tom, un joven que jamás había salido de Londres y quien además es íntimo amigo de Katherine, la hija de Thaddeus y quien por supuesto forma parte de la Élite social de Londres. El encuentro Hester-Tom, presenta la ineludible y conocida historia de “chico conoce chica” ahora en contexto futurista y de luchas de clases (también podría describirse esquemáticamente como chico rico - chica pobre), y es por supuesto el principal elemento de la saga que apunta a un público adolescente y joven. En su propósito de enfrentarse con el sistema, el joven aprendiz y la fugitiva terminarán juntos luchando en la desolada Región Exterior, también llamada el Terreno de Caza. Volviendo a lo apuntado anteriormente, la trayectoria de Rivers en el campo visual es justamente, lo mejor y lo peor de la película. Las escenas lucen bien, el futuro distópico tiene una ajustada puesta en escena y visualmente la película funciona, aunque hay momentos en que las imágenes lucen saturadas de elementos, barrocamente agolpados en pantalla, como queriendo invadirlo todo sólo con una puesta estética ampulosa. Aun así, podría decirse que en el terreno de lo visual, es donde mejor funciona. Lamentablemente es en el terreno narrativo donde tanto Rivers como los adaptadores de la saga (Fran Walsh y Philippa Boyens, ambas colaboradoras también en todos los productos anteriores de la factoría Jackson), hacen agua por todos lados. Desde una presentación completamente atropellada y donde todo se presenta casi sin sentido, cuesta entrar a la historia porque nunca no se toma unos minutos (de las más de dos horas que dura la película) para ubicarnos en el terreno del cuento que quiere contar y menos aún, de poder darnos alguna pequeña referencia de los personajes que pondrá en juego. Pareciera que las guionistas entienden que hemos leído las novelas y que solamente estamos dispuestos a disfrutar cómo las han adaptado a la pantalla grande. Todo lo que no explica al inicio del filme, lo terminará sobreexplicando más tarde, donde subraya en los diálogos, todos los conflictos que atraviesan los personajes, los cuales están estructurados sin ninguna profundidad. Pareciese que son el medio para poder desplegar toda la parafernalia visual pero que en ningún momento le piensan dar alguna preponderancia a la historia, que tiene sus principales momentos relatados a través de breves flashbacks. Asombrosamente, “MAQUINAS MORTALES” cuenta además con problemas en su ritmo narrativo, lo cual llama poderosamente la atención teniendo en cuenta la presencia de Peter Jackson como productor, quien ha demostrado sobremanera que tiene un timing especial para este tipo de productos. Obviamente, como todo producto de este estilo que se precie de tal, deja abierta la posibilidad de seguirnos viendo en una segunda parte, que dependerá de los números que marquen los destinos de este negocio en el que a veces se transforma el séptimo arte.
Todos sabemos que el imperio de Disney estaba buscando un nuevo rumbo en sus propias producciones animadas y sólo lograba tener apoyo tanto de la crítica como del público por medio de sus producciones con Pixar. Sin embargo, los productos propios de la compañía por fuera de esa alianza, con un pack de cinco filmes de “Tinkerbell” (“El tesoro de las hadas” “El secreto de las hadas” y “El gran rescate” entre otros) o la saga de “Aviones” –intentando de alguna forma continuar el éxito de “Cars”-, no lograban aportar ningún nuevo éxito contundente que no fuese lanzando alguna una nueva princesa. Pero en el 2012, “Ralph, el demoledor” logra romper con el molde y generar una propuesta realmente innovadora e instalar, dentro su inmensa galería de personajes entrañables, un nuevo dúo tan particular con el propio Ralph junto a Vanellope Von Schweetz: dos nuevas estrellas salidas del mundo de los videojuegos que exudaban puro espíritu ochentoso. Seis años después Disney vuelve a duplicar la apuesta con “WIFI RALPH” y presenta la nueva aventura del exitoso dúo, dirigida por Phil Johnston y Rich Moore (quien ya había dirigido para los estudios los filmes “Zootopia” y la primera entrega de “Ralph el Demoledor”). Una jugadora en la sala de videojuegos accidentalmente rompe el volante de la máquina de Sugar Rush, videojuego que protagoniza, entre otras corredoras, la pizpireta Vanellope. Allí saldrá en su auxilio su incondicional amigo Ralph y aprovecharán que el dueño ha instalado recientemente como una gran novedad, el servicio de WiFi en el local, para acceder a ese inmenso y prácticamente infinito espacio de la web donde encuentran el único volante que queda disponible online y que, obviamente, el dueño no quiere comprar porque le parece una inversión muy poco rentable, que sería imposible de recuperar en varios años. Desconociendo completamente el mundo de las redes sociales, aplicaciones y juegos online, casillas de mails y tiendas virtuales de todo tipo y atravesando las inconmensurables posibilidades que internet (les) puede brindar, allí irán Ralph y Vanellope de microcosmos en microcosmos a medida que vayan avanzando en la historia, esquivando pop ups, viralizaciones, virus, antivirus y bloqueadores. Allí estarán presentes las subastas virtuales de E-bay, el mundo de los buscadores que tienen respuesta para todo, los videos de Youtube al comando de una gran “influencer” como Yesss –que irónicamente a casi todos los productos los dinamita con su “no”- y tantos otros espacios virtuales. Así es como aparece el mundo de “Oh My Disney”, una verdadera genialidad de los guionistas donde no solamente Vanellope se encuentra con todas las princesas del imperio sino que sirve de vehículo para las escenas más divertidas y disparatadas, en donde Disney se puede tomar el pelo a sí mismo y las supertalentosas princesas pueden jugar sus pasos de comedia suficientemente políticamente incorrectos como para que la platea adulta disfrute de cada guiño. Como si fuese una gran piyamada entre amigas, aparecen Ariel, Triana, Bella, Valiente (la outsider que ellas mismas definen como “no la entendemos, es de otro estudio” –por la referencia a que es la única princesa de Pixar-), Pocahontas y su mapache, Rapunzel y Mulan como heroínas modernas junto con las imbatibles y clásicas Blancanieves, Cenicienta y la Bella Durmiente, perfectamente aggiornadas a los tiempos que corren, dispuestas a burlarse del feminismo y los estereotipos. Estas princesas son las que comienzan a despertar, de alguna forma, el nuevo contexto que aborda esta segunda entrega de la saga. Parodiándose sin ningún tapujo a sí mismas, hay un valioso intercambio de “tips” que le brindan las princesas, mientras Venellope las descontractura con un nuevo outfit lejano a sus corsets y sus miniñaques. Ellas aseguran que reflejada en el agua, cuando entone una canción sobre su sueño más profundo, se prenderán los reflectores y ¡suena la música! (perfecta excusa para presentar más adelante un cuadro musical que homenajea tanto a las clásicas producciones de Disney como a una reciente “LA LA LAND”). La trama, en ese instante, da un vuelco tan inteligente como inesperado pasando del humor y las aventuras, a una propuesta mucho más profunda y apuntando a los sentimientos, al valor de los propios deseos. Aun valiéndose de lo remanido que puede resultar el lugar común, Vanellope ha descubierto su “lugar en el mundo”, el despertar de su pasión y esas cosquillas en la panza que le produce el saber que ahí se hace presente su verdadero deseo. Lo encuentra nada menos que en un videojuego de la nueva generación: saliendo del mundo tan naïf de los caramelos y reemplazándolo por algo más cercano a un mix de “Gran Theft Auto” y “Rápido y Furioso”. Si bien todas estas princesas parecen ampararse en su orfandad y hasta enorgullecerse de no tener madres –otra gran crítica y chiste interno a todas las desgracias que Disney le hace pasar a sus personajes más clásicos-, “WI FI RALPH” vuelve a duplicar la apuesta y darle no solamente un amigo a Vanellope sino una figura paternal y de contención, verdadero cambio de paradigma en los productos de Disney. Allí donde empiecen a resquebrajarse los cimientos de una amistad y donde parece que los caminos se bifurcan, Ralph parece entender a la perfección esos versos que entona Serrat cuando a su “loca bajita” la deja crecer, la acompaña a emprender su propio vuelo, que decida por ella, que crezca y que un día… le diga adiós. Y nos despedimos, con un nudo en la garganta y con la sensación de que el mundo de la animación nos ha entregado, una vez más, un producto tan divertido como reflexivo. El desafío de soltar, de acompañar ese salto a la independencia que nos proponen nuestros hijos también está presente en Ralph y su complicidad con el delicioso e irreverente personaje de Vanellope (con la carraspera que le imprime la genial Sarah Silverman). Podremos estar inmersos en ese mundo virtual e hiperconectado, pero cuando hablamos de sentimientos aparecen otras conexiones, otros mundos, más reales y más emocionantes que cualquier espacio virtual.
Clint Eastwood es uno de los pocos nombres de Hollywood que no necesita ningún tipo de presentación. Sin embargo, es asombroso recorrer toda su trayectoria porque ha demostrado haber atravesado todos los géneros, todas las facetas posibles dentro de la industria y ha logrado un reconocimiento tanto del público, de la crítica y de sus pares, por igual. En 1964 protagoniza el icónico spaghetti-western de Sergio Leone “Por un puñado de dólares” y dos años después bajo las órdenes del mismo director “Lo bueno, lo malo y lo feo”. En la década del setenta fue el inspector de policía más reconocido de todo San Francisco, “Harry, el sucio” otro personaje que ha quedado impreso en el colectivo popular como una marca registrada junto con su nombre y su perfil de hombre recio. Otros de sus grandes éxitos han sido “Fuga de Alcatraz”, “Impacto Fulminante”, “Cazador blanco, corazón negro”, “Bird” –la biografía de Charlie Parker por la que gana el Golden Globe- hasta llegar a otro de sus hitos: “Los Imperdonables”, en 1992, cuando comienza a ser reconocido por la Academia y gana su primer Oscar como Director. Incansable, inagotable, sigue dejando su huella en el cine con “Medianoche en el Jardín del bien y del mal”, “Un mundo perfecto”, “Los puentes de Madison”, la inolvidable “Rio Místico” y gana su segundo Oscar con “Millon Dollar Baby” a la que siguieron otros grandes trabajos como “Gran Torino” y la políticamente polémica “El Francotirador”. Obviamente es imposible enumerar toda su extensa carrera como actor, director y productor, también intervino en la banda de sonido y como compositor de la música de alguna de sus películas (“Sully”, “Curvas de la Vida”, “La conquista del honor” e “Invictus” entre otras) pero este simple recorrido, sobrevolando algunos de sus títulos, da cuenta de sus más de 60 años de carrera en la industria con una permanencia y una trayectoria guardando un nivel, que pocos han logrado . Eastwood conoce el pulso de lo que quiere contar y lo demuestra una vez más en ésta, su última realización: “LA MULA” en donde una vez más toma el mando en el rol protagónico y detrás de la cámara, como director. En este caso, la trama del film se inspira en un artículo escrito por Sam Dolnick para el New York Times llamado “La mula de 90 años del Cartel de Sinaloa” sobre la figura de este particular anciano, encarnado por el propio Eastwood, completamente fuera de todas las convenciones. El Agente especial Jeff Moore (Colin Bates en la película, encarnado por Bradley Cooper) y su equipo en la División de Detroit pasaron meses investigando una rama local del Cartel de Sinaloa, liderado por Joaquín “El Chapo” Guzmán, el más renombrado y poderoso traficante de droga cuya organización había esparcido miles de kilos de cocaína desde la frontera mejicana a través del estado de Arizona. Escucharon horas y horas de conversaciones grabadas en diversas líneas telefónicas hasta dar con el más prolífico de todo el equipo, el Tata, quien con los kilos que había transportado durante unos pocos meses, ya se había convertido sin dudas, en una leyenda urbana. Eastwood compone a Earl Stone (o el Tata), un octogenario casi pisando los 90, cuyo negocio familiar está completamente en la quiebra y que frente a una ejecución hipotecaria decide aceptar la propuesta de un conocido de su nieta, trabajo en el que sólo se requería de un buen conductor. Es así como este nuevo negocio encuentra, no solamente una manera de salir de sus apremios económicos sino también de empezar a ayudar a la gente que quiere y le brinda, paradójicamente, una dignidad y una confianza perdidas. Su pysique du rol de viejito inocente, de americano promedio, de hombre de derecha del interior, construye un perfecto camuflaje para su doble identidad, casi una contradicción en sí mismo, un anciano de apariencia simple que esconde una historia compleja. El cine de directores que han pasado los 80 como Manoel de Oliveira, Alain Resnais o el ya fallecido Claude Chabrol, si bien siempre cuenta con una mirada interesante y vigente, en sus últimos filmes, se evidencia la avanzada edad de los realizadores por el estilo de la puesta en escena y la construcción del relato. Con “LA MULA”, Eastwood demuestra no solamente que sus dotes como actor siguen intactas –ahora inclusive asumiendo casi por primera vez en pantalla ese rol de anciano que se impone casi como una implícita despedida- sino que el ritmo que puede imprimir a la película es el de un director joven, vibrante y apasionado. La tensión que logra durante las dos horas de relato y el timing con el que cuenta la historia son realmente dignos de admiración. Pero Eastwood no traza unilateralmente un relato “basado en hechos reales”, se juega entero y se mete de lleno en el personaje central, en sus conflictos familiares, en sus dilemas éticos y morales, en sus miedos, en sus inseguridades. Y justamente cuando profundiza el drama intimista, “LA MULA” gana fuerza y contundencia y permite evidenciar la marca de un cine de autor. La familia de Earl se compone de su hija (papel a cargo de Allison Eastwood, su hija en la vida real, con otro guiño de reconciliación familiar dentro del propio film), su nieta (una exquisita composición de Taissa Farmiga –de “American Horror Story” y “La Monja”-) y su ex mujer Mary (Dianne Wiest), con la que tiene muchísimas cuentas pendientes. Wiest e Eastwood en pantalla son un festival de actuación, y logran los momentos más emotivos del filme con recursos genuinos y sin ningún tipo de subrayados ni golpes bajos. Dentro del rubro actoral, los agentes de la DEA encarnados por Bradley Cooper, Michael Peña y Lawrence Fishburne no logran destacarse en papeles ajustados que el guion no les permite demasiado lucimiento y el que sí marca la diferencia es Andy García como el jefe del Cartel. “LA MULA” puede leerse como un film de suspenso basado en hechos reales, o como el legado de un gran realizador como Eastwood, que toma prestada una historia de vida, para espejar la suya propia y escribir, en cierta manera, un pequeño testamento cinéfilo para sus fieles seguidores.
Presentada recientemente en el 33º Festival Internacional de cine de Mar del Plata dentro del “Panorama de Cine Argentino” de este año, la Opera Prima de Natalia Hernández es una relato coral sobre el amor, las parejas, las desavenencias amorosas y los encuentros fortuitos donde pueden llegar a encontrarse y unirse dos corazones. Siendo niños, Lucas se enamora de Ana. Pero ella se muda y obviamente Lucas pierde el rastro. Prematuramente, ya aprende sobre los infortunios que le depara estar enamorado y pareciera ser que esa falta de suerte en el amor será como su marca distintiva, que hasta aún hoy lo persigue. Lucas se encuentra abocado con su trabajo, hacer crucigramas, y a pesar de las insistencias de su grupo de amigos para tener un encuentro aunque sea casual, fugaz, parece que se ha resignado a una vida sexual y de pareja casi inexistente. Santiago, a su vez, es el amigo de Lucas, que tiene una cita a ciegas con Verónica. Ese primer encuentro termina, prácticamente, antes del empezar. Pero luego del estrepitoso fracaso de ese primer encuentro, ambos tendrán, como pasa en las películas –sobre todo en las comedias románticas- y en la vida misma, una segunda oportunidad. Para seguir conectando las historias, Verónica tiene una vecina que vive atormentada por la relación con un hombre casado de la que parece no poder soltarse con tanta facilidad. De esta forma, Hernández sorprende por la ductilidad con la que va entrelazando, en este, su primer largometraje, con total soltura estas historias amorosas. Cada escena fluye dejando pasar a la siguiente sin que ninguna de las historias quiera prevalecer sobre la otra, guardando perfectamente el tono coral del relato –aunque el pulso esté marcado por la historia de Lucas y de Ana desde el inicio- y logre ese efecto de abanico, de mosaico sobre las diferentes formas en las que se presenta el amor, los vínculos de pareja y que habla, porque no también, sobre la amistad, los encuentros y los desencuentros de un grupo de jóvenes que ya parecen haber pasado los treinta hace un buen tiempo. El guion de Sebastián Rotstein –el mismo de “20000 Besos”-, “Arrebato” y coguionista de la reciente miniserie televisiva “Morir de Amor” con Griselda Siciliani y Estaban Bigliardi- ha creado un grupo de personajes deliciosos con los que uno rápidamente puede empatizar y sentirse reflejado. Algo que es sumamente difícil y que no sucede con frecuencia en algunas producciones del cine nacional es que los diálogos suenen frescos, naturales, reales, fuera de toda impostación o teatralidad. Y las situaciones de los personajes de “CUANDO BRILLEN LAS ESTRELLAS” logran que sus diálogos estén impregnados de lo cotidiano, de situaciones donde uno pueda espejarse fácilmente, sin dejar por esto de buscar la profundidad en lo simple, con una sencillez que no tiene que ver con la superficialidad. Con toques de la comedia indie americana (con lo mejor de ese estilo inteligentemente liviano que tienen “Ruby Sparks: la chica de mis sueños” o “500 días con ella”) o del cine francés de Rohmer en sus cuentos de las estaciones, pero diferenciándose fuertemente en la búsqueda de un toque personal y bien nuestro en cada historia, logrando momentos deliciosamente desopilantes como el de la incomprensible multiplicación por cero o la fuga furtiva por una ventana. Otro de los puntos fuertes de “CUANDO BRILLEN LAS ESTRELLAS” son las actuaciones: a la soltura de María Canale como Ana (a quien pronto veremos “Tampoco tan Grandes” otra comedia muy recomendada) se suma el perfecto “antihéroe” que compone Pablo Sigal como Lucas. Las participaciones de Esteban Menis, Gastón Pauls, Claudia Cantero y Anahí Martella (caricaturesca y divertida como la madre de uno de los personajes femeninos) junto con una faceta completamente diferente de Mara Bestelli en un rol que le permite jugar a la comedia y al desborde, hacen que el elenco funcione a la perfección encontrando el tono justo para la propuesta coral de la directora. Para demostrar que la receta de la comedia romántica no es solo patrimonio de los americanos, aquí está el primer trabajo de Natalia Hernández, un nombre de vasta trayectoria como asistente de dirección, que ha hecho un brillante debut y seguramente tendrá muchas otras historias para contarnos.
Dentro de la ola de documentales presentados en la cartelera durante este año, sobre el cierre del 2018, se presenta “RIO MEKONG” de Laura Ortego y Leonel D’Agostino, que había sido oportunamente presentado como un Work in Progress en el Festival de Mar del Plata del año 2016. Este documental rescata la historia de Vanit Ritchanaporn quien a los 16 años escapó de la Guerra Civil en Laos –con posterioridad a la guerra de Vietnam-, cruzando a nado el Rio Mekong, que justamente da título a este trabajo. La dictadura militar en nuestro país, a fines de la década del ´70 mediante un programa que estaba enmarcado en una convocatoria de las Naciones Unidades, acoge a un grupo de laosianos, pero sin un plan específico. El gobierno militar de aquel momento lo hace más como para mejorar su imagen frente al mundo (acogieron a 293 familias laosianas como intento de contrarrestar las denuncias de violación de derechos humanos que pesaban en aquel momento sobre los principales titulares de Estado) que por tener realmente un verdadero plan que los contuviese como inmigrantes. Es así, que una vez llegados a nuestro país, quedan desperdigados en diferentes puntos y librados a su suerte, sumándose esto a la compleja situación que viven de por sí como inmigrantes, con idioma, costumbre, rituales y hasta comidas absolutamente diferentes. Hoy Vanit, el protagonista del documental de Ortego y D´Agostino, vive en Chascomús y preside una de las comunidades laosianas más grandes de la provincia de Buenos Aires, después de una importante lucha por mantener firme su identidad y no olvidar sus raíces. Tal como ya había sucedido en trabajos como “El Futuro Perfecto” de Nele Wohlatz o en el reciente “50 Chuseok” de Tamara Garateguy, el centro del documental es la construcción de una identidad propia, el sentido de pertenencia. Si bien lo popular y masivo de la inmigración en nuestro país y ese denominado “crisol de razas” hace que, en principio, el proceso inmigratorio parezca sencillo y socialmente aceptado, el centro de estas historias tiene como común denominador, una profunda sensación de tristeza y aborda lo complejo del desarraigo y la sensación de imposibilidad –en algún punto- de asumirse en algún territorio. Pareciera ser que una parte de los protagonistas de los mencionados trabajos, quedase para siempre atada a su país de origen, una parte del alma ha quedado allí, por más que el tiempo pase. Recientemente también se ha visto otro documental con una temática similar “Paraná-Mekong” de Ignacio Luccisano que relata las vivencias de otro grupo de inmigrantes laosianos, en este caso, en la provincia de Santa Fe. Por la proximidad cronológica y por la similitud –casi exactitud- temática, es imposible no establecer un paralelo entre ambos, difícil no comparar, aún sin quererlo, ambos documentales. En el caso de “RIO MEKONG” toma cierta distancia de los protagonistas y no conocemos como era más marcado en el caso de la familia protagonista de “Paraná-Mekong” algunas anécdotas familiares que nos permitan bucear más en los relatos y las historias de inmigración familiar o de algunas vivencias que, aunque sencillas, pintan de cuerpo entero las situaciones por las que tuvieron que atravesar en los primeros momentos de estadía en nuestro país. “RIO MEKONG” elige, por momentos, una mirada más desapegada de su personaje central y describe su cotidiano y su historia, construyéndola a partir de sus recuerdos, de sus actividades de hoy en día y de sueños que quedaron en el camino (como las tierras que el Gobierno le prometió para realizar cultivos y que nunca se ha cumplido). Así es como entonces se va armando un rompecabezas con las imágenes actuales, las de archivo y algunos testimonios. Sobre el final, un viaje a su territorio natal, a la geografía de su niñez, nos muestra esa eterna contradicción de la inmigración y el desarraigo, el no- territorio y sentirse tironeado por dos geografías al mismo tiempo.
John Callahan tenía 21 años de edad cuando sufrió el accidente que lo dejó cuadriplégico. Con un historial de adicciones, que pese a este accidente, jamás pudo abandonar por completo, John de todos modos, tuvo una personalidad tal que su actitud nunca ha sido la de querer dar lástima por su condición. Nunca buscó la compasión o la conmiseración y justamente por eso, a pesar de su lado más oscuro y de los ribetes dramáticos de la historia, “NO TE PREOCUPES, NO IRA LEJOS”, la nueva película de Gus Van Sant, es básicamente una historia de superación frente a las grandes adversidades. Callahan desde su silla de ruedas se convirtió en un ilustrador y humorista enormemente talentoso y sus caricaturas en blanco y negro estuvieron cargadas de humor negro, de una mirada irreverente sobre las situaciones que retrataba y con un cinismo extremo en sus dibujos, sin ningún tipo de concesiones. Llegó a participar en publicaciones como “Playboy” o “The New Yorker”, que despertaron siempre las reacciones más diversas e incluso, hasta quejas y comentarios muy adversos de sus lectores. No había límites para Callahan: podía hacer humor con los discapacitados, meterse de lleno en la burla a referentes políticos o personalidades importantes de aquel momento, y llegó a escribir diez libros y crear dos programas de televisión animados y un cortometraje basado en sus dibujos. Obviamente que esta historia se encuentra teñida por el ojo de Gus Van Sant, director y co-guionista de este film basado en el propio libro de las memorias de Callahan. Van Sant ya había abordado en otras oportunidades relatos biográficos, como la recordada “Milk” con Sean Penn sobre la vida de Harvey Milk, el activista gay en San Francisco en plenos años ’70 y “Last Days” un relato ficcionado sobre los últimos días de Kurt Cobain, el líder de Nirvana. Y el tono que le imprime a “NO TE PREOCUPES, NO IRA LEJOS” tiene su impronta característica como pudimos apreciar en sus trabajos que van desde la hollywoodense “En Busca del Destino – Good Will Hunting” con Robin Williams y Matt Damon, ganador del Oscar al mejor Guión, hasta trabajos de corte más independiente como “Elephant” o “Paranoid Park” sobre los hechos de violencia y el uso de las armas en la sociedad norteamericana, pasando por uno de sus primeros trabajos, arriesgado y transgresor como “Drugstore Cowboy” o el que lanzó la carrera de Nicole Kidman en un rol que le permitió un gran lucimiento en “Todo por un sueño”, uno de sus mejores filmes. También hay tropiezos en la carrera de Van Sant como “The Sea of Trees” con Naomi Watts y Matthew Mc Counaguey, no estrenada comercialmente en Argentina o la remake de “Psicosis”, pero en todos y cada uno de sus trabajos, Gus Van Sant demuestra que su cine cuenta con su estilo y su particular abordaje de ciertas situaciones y por sobre todo, estando siempre presente su humor políticamente incorrecto, que comparte con el personaje de Callahan, eje central de este estreno de la semana. Si bien la estructura es formalmente la de un biopic sin alejarse de los convencionalismos, Van Sant se encarga de que “NO TE PREOCUPES, NO IRA LEJOS” también cuente con su tono distintivo. Propone desde el inicio una ruptura de la narración lineal: la historia se cuenta y se desarrolla de una forma más dinámica que en un biopic tradicional. Es así como la información no respeta ningún tipo de cronología y vamos abordando la historia de Callahan desde diferentes momentos de su vida. Es muy creativo el paralelo que traza desde un discurso de Callahan al recibir un premio por su obra y el mismo discurso en la presentación de su historia en su una reunión del grupo de Alcohólicos Anónimos. A partir de ambos discursos, el relato se bifurca, va y vuelve en el tiempo y de esta forma se arma el rompecabezas de cómo fue el accidente que cambió su vida y alternativamente ver el antes y después del hecho hasta que confluyan ambos tramos de la historia. Van Sant elige, aún con sus licencias, respetar la estructura biográfica sin alejarse demasiado de los esquemas y le da mayor relevancia a esa redención que atraviesa el personaje, intentando exorcizar sus fantasmas interiores. Para esto, irremediablemente debe pasar por todas las “estaciones” que el relato requiere: apuntes sobre su adicción al alcoholismo, el síndrome de abstinencia, su rehabilitación motriz después del accidente, el descubrimiento de su talento con el dibujo, las reuniones de Alcohólicos anónimos y arma de esta forma con esos mosaicos, la historia de Callahan y su posibilidad de reinventarse. Obviamente “NO TE PREOCUPES, NO IRA LEJOS” no tendría ni la contundencia ni la empatía que logramos con el personaje, si Joaquín Phoenix no estuviese en pantalla. Su Callahan es perfecto, medido cuando tiene que serlo y desbordado cuando las circunstancias lo requieren. Tierno y arrogante, frágil e impenetrable, pasa por todas los matices y tiene momentos de gran lucimiento y sobre todo, maneja a la perfección el humor que la película requiere, resolviendo a través de su ironía, algunas situaciones imprevisibles que sorprenden. Que Phoenix es un gran actor ya lo sabemos y bastan un puñado de sus actuaciones como las de “Her” “Hombre irracional” “Gladiador” “The Master” o “Johnny and June” para comprobarlo. Y su trabajo en esta película suma una gran actuación más a su lista. Pero Van Sant lo rodea de un elenco secundario impecable, quizás para fortalecer lo que la historia y el guion no pueden. Jonah Hill como el coordinador de Alcohólicos Anónimos enfermo de SIDA en plenos ´80, puede lucirse en un papel fundamental dentro del filme y seguir reafirmando el giro que ha dado en su carrera y su crecimiento como actor, con una química perfecta junto a Phoenix. Pero también Rooney Mara, como la enfermera que terminará teniendo una relación amorosa con Callahan y Jack Black como Dexter, el ángel negro que se cruza en una noche de alcohol y provoca el accidente que dará un vuelco a su vida, están formidables. “NO TE PREOCUPES, NO IRA LEJOS” se transforma de esta manera más en una película de personajes, con un gran lucimiento actoral de todo el elenco que en una historia novedosa. Como plus, la mano de Van Sant en la dirección siempre aporta oficio y despierta interés pero, en este caso, son los actores los que estructuran, sostienen y hacen que el filme no decaiga y nos mantenga atentos en todo momento.
La contradicción y los mundos enfrentados se proponen, ya, desde la geografía planteada al inicio del film. La cámara nos muestra una ciudad de Santiago de Chile dividida y fragmentada: por un lado esos altos edificios –casi rascacielos- que actúan como referentes de las clases más acomodadas, y por el otro los asentamientos precarios, las casas bajas, de familias humildes que se encuentran a su alrededor, compartiendo un mismo territorio. Desde este punto de partida, “NIÑAS ARAÑA” recorre y acompaña el devenir de tres adolescentes de unos 13 años, en su búsqueda desesperada de escapar de un destino de pobreza que parecen padecer como una marca de nacimiento de la que no pueden desprenderse. Guillermo Helo toma un caso verídico ocurrido en el año 2005, que en ese momento había sido muy famoso dentro de la crónica policial local, por la serie de robos ocurridos en los edificios de Vitacura y Las Condes donde literalmente, estas adolescentes treparon por las paredes, entraron a los departamentos para llevarse diversos objetos y por su particular “modus operandi” se hizo notoriamente conocido hasta llegar a lograr un lugar de relevancia en los medios. Es así como vamos siguiendo la vida de Avi (Michelle Mella), Cindy (Dominique Silva) y Estefany (Javiera Orellana) cada una con una problemática diferente. Avi vive una conflictiva situación con su madre y la falta de límites en su intimidad y sus parejas, la ausencia completa de su padre y con una situación económica precaria estando siempre al borde del desalojo por la falta de pago de los alquileres. Cindy, por su parte y con esa corta edad, se encuentra atravesando un embarazo siendo madre soltera y finalmente Estefany es la que parece presentar un carácter más duro pero vive de las ensoñaciones que podría traer la fama de la televisión a su vida y su personaje presenta la misma fragilidad y la gran carencia afectiva que atraviesa también a las demás protagonistas. La narrativa de Helo no encuentra un estilo definido. El director plantea a través de este caso, las grandes diferencias de clase en la sociedad de Chile, la imposibilidad de vislumbrar otra salida que no sea por medio de la delincuencia y el robo y toca diagonalmente otros temas como el consumismo y la necesidad de aceptación social. Aborda de esta forma una temática fuertemente atravesada por un modelo de cine social, pero la factura técnica y la belleza que las imágenes muestran y cuidan en todo momento, no logran amalgamarse con la dureza de las historias de vida de las protagonistas que con una narrativa más cercana a un cine como el de Loach o mismos el de los hermanos Dardenne, hubiese favorecido enormemente a la propuesta. Tampoco puede decirse que “NIÑAS ARAÑA” sea un retrato de un momento particular de sus vidas como el tránsito de la adolescencia hasta la madurez, dado que sería minimizar lo que Helo propone. Con lo cual el producto final oscila en un híbrido de película basada en hechos reales, “coming of age” y denuncia social sobre un fenómeno de la sociedad chilena de hoy. Y si el objetivo fuese casi exclusivamente poder mostrar y exponer el sufrimiento de las clases más vulnerables, lo hace desde un lugar demasiado obvio, subrayado y con diálogos que, en algunos momentos, suenan artificiales y explicativos. Si bien las tres protagonistas (Michelle Mella, Javiera Orellana y Dominique Silva) encarnan sus personajes con frescura y espontaneidad –lo que hace que se logre un verosímil casi instantáneamente-, en algunos tramos del film, los problemas en la dirección de actores se hacen notar y el registro tiene más connotaciones a un unitario o miniserie televisiva que de largometraje. Cabe destacar los muy buenos secundarios de Patricio Contreras, Francisca Gavilán y Pablo Schwarz en papeles que aportan a la lectura del contexto pero que no tienen una gran relevancia en la trama. “NIÑAS ARANA” por lo tanto no va más allá de un producto técnicamente muy bien armado pero que le falta pasión y decisión en la narrativa, en poder armar un cuento atractivo con todos los elementos con los que cuenta y darle fuerza a aquellas situaciones que el Director hubiese querido trabajar con más profundidad. Sobrevuela en general una cierta superficialidad y una aire de situaciones ya contadas y conocidas, sin que haya una mirada nueva o diferente a lo ya visto, quedándonos como espectadores con la sensación de que lo que muestra ya ha sido transitado en muchos otros casos y que no hay nada demasiado nuevo para aportar.
Me declaro abiertamente fan de David Foenkinos: una pluma clara e inteligente de la nueva literatura francesa. Fresca, novedosa, liviana en su estilo pero profunda tanto en los temas que trata como en su manera de abordarlos, cualquiera de sus novelas nos permite vernos reflejados en temas de pareja, amores, conflictos y vínculos. Sin caer en ningún tipo de pretensiones ni discursos inflados intelectualmente, sus textos, por el contrario, son directos y están cargados de humor, de una sutil ironía que él sabe manejar más que hábilmente y que sorprende al lector por la claridad con la que puede retratar y pasar su fino bisturí diseccionando el universo de los “cuarentones” y porque no decirlo, también de los que han pasado o están cerca de los cincuenta. La riqueza de sus personajes y lo cinematográfico de sus historias (que permiten que a medida que uno vaya leyendo, pueda pensarse indudablemente en estar viendo una película) hacían suponer que las adaptaciones cinematográficas no iban a hacerse esperar. Su primer éxito editorial, “La delicadeza”, tuvo, lamentablemente, su adaptación a la pantalla grande con una fallida elección de su protagonista femenina: Audrey Tautou no logra dar con el alma de Nathalie -la reciente viuda que cae enamorada cuando menos se lo espera de su compañero de trabajo- sino que repite una vez más los mohines de su consagratorio papel de Amelie Poulain. Posteriormente, la adaptación de sus novelas “Los Recuerdos / Les souvenirs” y “Estoy mucho mejor / Je vais mieux” tuvo mucha mejor suerte en manos de otros directores que captaron su universo, incluso mejor que el propio autor. Ahora es el turno de “ALGO CELOSA / Jalouse” en donde Foenkinos no solamente escribe un guion original para el cine por primera vez, sin que sea la adaptación de ninguno de sus textos, sino que asume una vez más el rol de director junto con su hermano Stéphane. En este caso, “ALGO CELOSA” es la historia de Nathalie, una profesora de francés que está atravesando la crisis de los ´50. Ella percibe que a todo el mundo le va muchísimo mejor que a ella: su ex marido tiene una nueva pareja estable con la que su hija está perfectamente integrada, a la nueva profesora del Liceo todos los alumnos parecen quererla muchísimo más y aporta ideas novedosas en las áreas que antes parecían ser el privilegio de Nathalie, su hija es notablemente exitosa en su carrera dentro de la danza clásica y hasta sus nuevos vecinos parecen rebozar de felicidad mientras nuestra heroína … explota de envidia! Ella, parece no asumirlo, pero estas situaciones la hacen rabiar de celos y despiertan en ella una personalidad oscura, compleja e inestable y la empujan hasta límites que ella misma creía imposibles. Todo va en un vertiginoso “in crescendo” hasta que llega un punto en que sus decisiones, tomadas un poco por pulsión, otro poco por envidia, le hagan daño a su propia hija y la llamen irremediablemente a la reflexión y le planteen la necesidad de un urgente cambio en su vida. “ALGO CELOSA” se emparenta de esta forma, con otra reciente comedia francesa protagonizada por Agnes Jaoui, “50 Primaveras” por su mirada inteligente, honesta, directa y veraz al tratar las tribulaciones de una mujer que debe lidiar con la familia, el éxito profesional, su vida amorosa y su situación personal. Pero lo más interesante es que Foenkinos, en esta oportunidad, logra plasmar en la pantalla su manera particular de ver las crisis y la problemática de la clase media, ese imposible equilibrio que uno intenta establecer en todas las áreas y la fragilidad de los proyectos personales ante la irrupción de sentimientos tan adversos como los que atraviesan a la protagonista. El ritmo de comedia y los apuntes filosos de un mundo que Foenkinos sabe retratar brillantemente, encuentran en Karin Viard a la actriz idea para desplegar todas sus armas y enfrentar el tono de comedia (casi) desbordada, jugando sobre el límite y sin pasarse en ningún momento de registro e incluso, mostrando sus dotes de actriz completamente todo terreno. Nueve veces nominada a los premios César más dos veces ganadora por sus trabajos en “Besa a quien quieras” y “La fuerza del corazón”, Viard también es recordada por su delicioso trabajo en la emotiva “La familia Belier”, la dureza de “Polisse”, en “Verano del ´79” de Julie Delpy, aquella esposa en “El empleo del tiempo” de Laurent Cantet o en “Potiche” a las órdenes de François Ozon. Es imposible no caer rendido ante los encantos de una actriz como Viard, sin la cual “ALGO CELOSA” sería absolutamente otra película diferente. Brillando cada vez que aparece en pantalla, Viard tiene un ángel y le presta un alma a Nathalie, que la hace irresistible. Aún con algunos momentos finales donde aparecen algunos discursos más impostados, la nueva comedia de Foenkinos se disfruta de principio a fin y además de ser burbujeante y entretenida, plantea un espacio de reflexión, sin dramatismos, pero con una gran capacidad de autocrítica, agudeza y un fino sentido del humor.
Si hay algo que, a priori, hace que “LAS HEREDERAS” despierte un gran interés, es que ha sido seleccionada como la precandidata al Oscar por Paraguay y que, este país, al presentarse por primera vez a competir en el Festival de Berlín, logró llevarse, con esta Opera Prima de Marcelo Martinessi, dos Osos de Plata. Ha sido distinguida en dicho festival con el premio a la Mejor Actriz para Ana Brun y el Oso de Plata – Premio Alfred Bauer para películas que abren nuevas perspectivas en la cinematografía mundial. Contando con estos antecedentes, las expectativas son altas: ¿Qué es lo que llama la atención cuando comenzamos a verla? Que si bien Martinessi intenta contar a través de la historia de la pareja de Chela (Ana Brun) y Chiquita (Margarita Irún) lo que ha sucedido recientemente con la sociedad paraguaya, reflejará al mismo tiempo los años de oscurantismo y el retrato de una clase social que sigue aferrada a los recuerdos y a las glorias pasadas, con un estilo que se asemeja más al cine europeo de autor, que al de sus colegas latinoamericanos. El director, quien es también el guionista de “LAS HEREDERAS”, aborda ese diálogo casi implícito que socialmente existe entre la burguesía y el poder, y entre los años de brillo y ostentación y los del desmoronamiento. Nos habla de esa decadencia no sólo económica sino ética y moral de una cierta clase que pretende no entender que ya existe un nuevo status quo a nivel país/sociedad, que, irremediablemente plantea un nuevo escenario social. Chela y Chiquita que son pareja desde hace más de treinta años –aunque en una sociedad tan cerrada se presenten sólo como amigas- y provienen de familias de las que habían heredado el dinero suficiente como para poder vivir cómodamente durante toda su vejez. Pero ahora la situación no es la misma, no es la esperada y el dinero heredado parece acabarse. Cuando intentan buscar una solución a su situación económica (mal)vendiendo los bienes que tienen en su antigua mansión, nada alcanza y Chiquita debe ir a la cárcel al no poder afrontar las deudas que habían contraído y no poder revertir la acusación de estafa. Chela es expulsada de su comodidad burguesa de la noche a la mañana y casi sin proponérselo, comienza a ofrecer viajes con su auto, un servicio de taxi para señoras mayores de clase alta, que se convierten en sus clientas frecuentes. Esto no sólo comenzará a brindarle una modesta independencia económica sino que la contactará no solamente con el mundo de estas señoras burguesas en decadencia y sus charlas en su auto, sino fundamentalmente con Angy, otro personaje central de filme, con el que Chela empatizará casi inmediatamente y será quien la enfrente con un mundo interno completamente inexplorado, desconocido. El clima que se presenta en “LAS HEREDERAS” remite, por momentos, a la decadencia de una clase, a la apatía y la inercia con la que se mueven los personajes de “La Ciénaga” y del universo de Lucrecia Martel en general. Lo que puede emparentarla, a su vez, con ese mundo interno femenino que sabiamente refleja María Alché en la reciente “Familia Sumergida”, otra Opera Prima que se distingue por sus climas, un delicado tratamiento visual y su particular abordaje de la memoria familiar y el pasado. En “LAS HEREDERAS”, Chela también aspira a encontrarse a sí misma una vez establecido este nuevo estado de cosas, con un aire de liberación como lo tenía la protagonista de “Gloria” de Sebastián Lelio, para seguir trazando paralelismos. Pero, en este caso, en los personajes de Martinessi desaparecen por completo los trazos de humor que aparecían en Lelio y trabaja, en cambio, con un enorme poder de observación, detallista y meticuloso, y con ese silencio que va habitando los personajes, en una casa que se presenta cada vez más despojada. La representación explícita de la cárcel para Chiquita se refleja y se hace eco en el encierro de Chela, que parece construir y refugiarse en su propia muralla. Ana Brun capta perfectamente el espíritu de Chela: agobiada por esa rutina y encerrada en esa casa/cárcel de la que inesperadamente parece descubrir una salida, su personaje va modificándose lentamente. Es un proceso que por momentos se presenta imperceptible, pero que va mutando ante nuestros ojos para que, definitivamente, al cierre, Chela no sea la misma. “LAS HEREDERAS” es entonces un más que auspicioso debut para Martinessi, quien tanto en su guion como en el manejo de la puesta y las actrices, demuestra una profunda madurez en su trabajo y desenmascara la hipocresía social de la que los personajes se van “vaciando” –como esa antigua casa- para construir una nueva historia, con otros sentidos.