Más allá de ser una de las formas de expresión cinematográfica que ha obtenido una mayor difusión tanto en el cine como en las diferentes plataformas audiovisuales y en canales de cable destinados a tal efecto, el cine documental es un formato que nos permite en muchas ocasiones, informarnos sobre temas que desconocemos, plantear el retrato de una personalidad atractiva o revisionar hechos históricos que modificaron el curso de la humanidad e impactan en nuestro presente. Pero muchas veces, fuera de un tono enciclopedista y de toda formalidad, aparecen productos como “MOCHA” que más allá de su valor como obra cinematográfica son absolutamente necesarios para abrir conciencia y visibilizar un movimiento que tiene un rol social importantísimo pero que no tiene la merecida difusión. Para quienes desconocen la historia Mocha Celis fue una travesti tucumana que trabajaba en la zona de Flores y fue víctima de una fuerte persecución policial hasta que un día apareció muerta en el Hospital Penna. Luego de diversas trabas burocráticas, se pudo llevar a cabo la investigación y en la autopsia se confirmó que había muerto de tres tiros en una causa que jamás prosperó y por lo tanto no pudo encontrarse al culpable, entre los que se presume que se encontraba involucrado un policía. Mocha Celis no sabía ni leer ni escribir, cada vez que era detenida le tenía que pedir a sus compañeras (y así lo vuelca el emotivo testimonio de su compañera Lohana Berkins) que le leyesen los escritos y fue durante una de sus tantas detenciones que una de sus compañeras de celda comenzó a alfabetizarla. Por esta historia y por todo lo que ello implica, que el Bachillerato Popular que funciona en el barrio de la Chacarita lleve su nombre es todo un icono y multiplica la potencia de la idea de alcanzar sueños que ni siquiera habían sido pensados y que poco a poco, se están ganando espacios frente a la exclusión. Es así como el bachillerato alberga a todas aquellas personas, trans, travestis, transexuales y transgénero que por diversas situaciones del sistema, no encontraban un espacio plural de verdadera inclusión en donde pudieran finalizar sus estudios para poder comenzar a plantear sus estudios universitarios. Dentro de las aulas del Bachillerato Mocha Celis, actualmente más de 130 estudiantes forman parte de este proyecto en el cual hay alumnos trans y no trans, hecho que convierte en un hecho tangible, la posibilidad de albergar efectivamente la diversidad en esta escuela secundaria, pública y gratuita que cuenta con un plan de estudios de 3 años que les permite obtener el título oficial de "Bachiller Perito Auxiliar en Desarrollo de las Comunidades". El documental se encuentra estructurado en dos grandes bloques, uno en donde se potencia el testimonio de las experiencias de cada uno de los estudiantes como también de los docentes y autoridades del Bachillerato, mezclándolos con sus historias de vida personal y otro en donde se dramatizan diversas situaciones de discriminación por las que socialmente atraviesan. Los directores del documental, Francisco Quiñones Cuartas (quien también es el Director del Bachillerato) y Rayan Hindi (estudiante de La Sorbonne con una extensa trayectoria en realizaciones documentales para más de 20 países de la comunidad europea y muy activo en proyectos de interculturalidad) no logran que los diferentes trabajos de los alumnos en donde intentan mostrar las situaciones cotidianas que enfrentan, escapen del formato demasiado escolar que le imprimen y del subrayado de planteos algo obvios que podrían haber tenido otro tratamiento. Pero es sólo una pequeña acotación, ya que “MOCHA” gana fuerza y contundencia en cada uno de los relatos en primera persona que involucra por sobre todo a los estudiantes del Bachillerato pero que también involucra a docentes y autoridades. No solamente logra impactar con el enorme abanico de nuevas posibilidades que se abre a partir de esta experiencia sino que además podemos sentir a través de dichos testimonios, como el Bachillerato fue modificando cada una de sus vidas y como otorgó una dignidad y una nueva esperanza en cada uno de los estudiantes, cada uno a su manera. También logran momentos de pura emoción y gran sensibilidad tanto en estos pasajes de vida que desgranan los testimonios, como en la idea -que es indudablemente una de las escenas más potentes del documental- de que Mocha visita el Bachillerato que lleva su nombre, paseándose por las escaleras con su inconfundible vestido rojo, como una aparición fantasmática presente donde cada uno de los estudiantes podrá mirarla a los ojos y agradecerle las posibilidades que les brinda esta Institución. Ganadora del Gran Premio del Jurado en el Festival Asterisco 2018, y del Festival de Género, Sexualidade no Cinema de Río de Janeiro también forma parte del Festival Internacional de Cine de Guadalajara y ojalá siga su recorrido festivalero para mostrar una historia social tan necesaria como actual y que las voces silenciadas puedan tener su eco en la pantalla y que muchos de los que desconocemos estos espacios podamos acceder a conocerlos, promocionarlos, darle una verdadera inclusión en nuestro cotidiano y comenzar a formar parte de una nueva mirada y participar de la construcción de una nueva sociedad. “MOCHA” es de esos documentales necesarios para que ninguno de estos proyectos pase desapercibido y para seguir alumbrando conciencias, para que ese cambio siga multiplicándose y se borren las etiquetas y las fronteras preimpuestas.
En 2007 sorprendió con “Caramel” y luego “Y ahora donde vamos?”, su segundo filme tuvo, trascendencia internacional y ganó la mención especial del Jurado en Cannes 2011 además de acariciar la estatuilla dorada con una nominación al Oscar como película extranjera y se alzó con los ansiados premios del público en San Sebastián y Toronto. La talentosa Nadie Labaki, actriz, guionista y directora, se embarca ahora en la sorprendente “CAFARNAUM: la ciudad olvidada” con la que nuevamente compite por el Oscar a la mejor película extranjera (y este año la competencia es feroz con “Roma” “Cold War” y “Somos una familia - Shoplifters” como fuertes rivales) y ha revolucionado Cannes alzándose nuevamente con el premio del Jurado. La película abre con un médico revisando a un niño (el protagonista magnético y absoluto del film, Zain Al Rafeea) tratando de precisar su edad, que será de aproximadamente 12 años porque en medio de la miseria social y emocional que muestra Labaki, muchos de esos niños no tienen ni siquiera una partida de nacimiento. Diversas mujeres son llamadas por una voz fuera de campo. Entre ellas está Rahil, una etíope que sufre los típicos problemas de la inmigración. Solo vemos sus rostros, ya nos captan con sus miradas y Labaki, de a poco, los volverá a reunir en esta historia. Sólo basta señalar, dado que el guión es exquisito, complejo, entrecruzado y es enteramente disfrutable como para ir sin demasiados datos previos, que lo que sabemos desde las primeras escenas es que Zain ha cometido un crimen, se encuentra en la cárcel y desde allí enjuiciará a sus padres por haberlo traído al mundo: un mundo de completo sufrimiento, desamparo, miseria y abandono. A partir de allí, Labaki irá rebobinando la historia, sumergiéndonos en esa Beirut empobrecida en donde en condiciones más que precarias Zain comparte un espacio mínimo con sus padres y sus cinco hermanos. No hay escolarización, viven hacinados, trabajan en la calle y viven a la deriva, mientras el padre duerme en un sillón y fuma sin parar pero por sobre todo, sufren la invisibilidad de una ciudad superpoblada de problemas similares, de historias idénticas a las de ellos donde nadie los mira. Zain es un niño-hombre, brutalmente endurecido por la calle, que creció de golpe y cuida a sus hermanos con un halo paternal sumamente amoroso. En particular protege a su hermana Sahar –de 11 años- porque sabe que apenas sus padres se den cuenta que ya tuvo su primera menstruación, están dispuestos a comerciarla y arreglar casamiento para tener un ingreso de dinero extra. Por diversos avatares de la trama, la historia de Zain se entrecruzará más adelante con la de Rahil, ese rostro particularmente inolvidable que hemos visto en las primeras imágenes. Rahil lucha por criar a su hijo y junta cada peso que recibe para poder pagarle al inescrupuloso falsificador de documentos que justamente espera que jamás llegue a la cifra para poder sacarle a su bebé como parte de pago. Sólo resta decir que entre tanto dolor, tanta desolación, tanta deshumanización el trabajo de Labaki de encontrar poesía en los escombros, es admirable. Desde la primera escena nos toma del cuello, se nos hace un nudo en la garganta y en las dos horas que dura el filme, la película no nos da respiro. Nos atrapa, nos angustia, nos sacude e incluso nos hace replantear las mismas ideas que fuimos formando en la primera parte. Durante el juicio también escucharemos muy brevemente (sin apelar al típico discurso hollywoodense de defensa, sin embanderamientos ni nada similar) las voces de sus padres: dos seres atrapados en el dolor ancestral que vienen padeciendo de generación en generación y esa frustración, desazón que parece estar transmitida en su propio ADN, de verse a sí mismos representados como un despojo social. Labaki inteligentemente no plantea casi en ningún momento dentro del entorno familiar ni víctimas y victimarios: por el contrario, todos son presos de una situación opresiva, angustiante, dolorosa, manipulados por circunstancias extremas en donde el desgarro emocional está a flor de piel. Sin embargo, hay poesía. Hay humor. Hay momentos deliciosos aún en esa angustia que no cede. Es prácticamente imposible no compararla con la que fue su competencia directa en la temporada de premios: “Roma” de Alfonso Cuarón y su crítica social de cartulina, impostada, con una fotografía preciosista y calculada el extremo, esa perfección donde el alma queda ausente y recortada. “CAFARNAUM: la ciudad olvidada” se narra absolutamente en las antípodas: es puro sentimiento, genuina, frontal, descarnada. Además de contar con un guión sólido, una historia conmovedora, personajes bien delineados y con una feroz crítica social bajo el ojo impiadoso de la cámara que solo muestra la realidad sin filtros, el trabajo de Labaki con Zain y el bebé es para aplaudir de pie. Seguramente ha observado durante horas a estos dos protagonistas para poder, en la sala de edición –otro trabajo brillante-, tomar esos segundos donde sus miradas y sus gestos, construyen las postales de ese vínculo, casi con un registro documental y respirando una honestidad y una simpleza absolutamente infrecuente. Hay quienes han visto pornografía de la miseria y manipulación en el relato. Evidentemente “olvidan” por un momento que Labaki es mujer, libanesa, y contra todos los prejuicios se impone a cualquier estereotipo y muestra lo que es parte de su propio territorio y de su historia. Escapa francamente de todo oportunismo, y para que no nos quede ninguna duda, cuando ya nos ha brindado una de las mejores películas del año, en la imagen final nos regala una postal, un aire fresco que difícilmente olvidaremos por mucho, mucho tiempo.
Parafrasear el clásico de todos los tiempos, protagonizado por Audrey Hepburn, “La princesa que quería vivir”, no es una elección casual. Porque justamente lo que plantea “EL PRINCIPE ENCANTADOR”, este estreno animado de los mismos productores de “Shrek”, es un completo cambio de roles frente a los construyeron los cuentos de hadas tradicionales y ahí, indudablemente, radica el mayor atractivo de la propuesta y el (pequeño) riesgo que decide tomar, con este planteo innovador. En los tiempos que corren donde el rol de la mujer, su empoderamiento y la completa independencia de “atarse” a un modelo de hombre proveedor está tan puesto en debate, y abierto en la agenda de todos los medios, desde este pequeño espacio de animación, Ross Venokur como guionista y director del film se anima a plantear “qué pasaría si…”, dar vuelta la historia, quedando todo patas para arriba. Así como la francesa “Je ne suis pas un homme facile” (que se convirtió en uno de los grandes estrenos de Netflix de la temporada anterior) ironizaba y subvertía por completo los roles preestablecidos, planteando una sociedad matriarcal, “EL PRINCIPE ENCANTADOR” desde su espacio de animación y obviamente orientada a un público diferente, juega con un esa idea de intercambio de roles con una idea atractiva y diferente. El príncipe es tan encantador, que Cenicienta, Blancanieves y la Bella Durmiente -entre la larga lista de doncellas que han perdido la cabeza rendidas ante su irresistible atractivo- están a punto de casarse con él, sin saber que las tres compiten entre sí. Tampoco ninguna de ellas es la típica princesa Disney, sino que están modernizadas y con tu toque de independencia y fortaleza que las hace lucir sustancialmente diferentes. Y como ya habrán adivinado, si todo el cuento está dado vuelta, ninguna de ellas porta el hechizo maléfico sino que es Philippe, el príncipe encantador, quien en este caso será el que necesite ese beso de amor verdadero que lo haga salir del conjuro. No será ni Blancanieves, ni Cenicienta ni la Bella Durmiente, las que verdaderamente se apoderen de su corazón sino que será Lenore, la depositaria de esa emoción. Una guerrera de ley, atractiva y con un corazón más frío tras un fuerte desengaño amoroso, será quien se cruce en su camino y … después de unos pasos de comedia que aparecen previamente (Lenore está primeramente disfrazada de hombre con lo cual lo amará en secreto hasta que se devele su verdadera identidad) surgirá la atracción entre opuestos, el corazón del príncipe comenzará a sentir algo desconocido, ese sentimiento que estaba buscando sin saberlo, hasta arribar ese final de cuentos, bastante diferente a lo que siempre nos han contado. “EL PRINCIPE ENCANTADOR” no tiene la precisión ni la calidad de animación a la que nos tienen acostumbrados los grandes estudios, ni cuenta con la parafernalia tecnológica de las grandes compañías del mainstream del mercado de la animación, por lo tanto, lo que se ve en pantalla es visualmente correcto, pero sin mayores atractivos. Tiene una idea atractiva, un desarrollo ágil y personajes que saben llevar el ritmo narrativo. En lo que lamentablemente se equivoca es en intentar copiar –lo que de algún modo u otro, hacen todas las películas de animación más independientes-, el formato impuesto por Disney en el que todo largometraje que se precie de importante tiene que contar con varios cuadros musicales y canciones que seduzcan al público infantil. Los números musicales, en este caso, no son nada memorables, son claramente lo más flojo de la propuesta y aun cuando hayan convocado a figuras del ambiente “teen” musical que intentan atraer más espectadores, este plus se pierde en la versión doblada al español. No hay grandes canciones pegadizas, los clips musicales poco suman a la trama y se atienen a un formato demasiado clásico que va a contrapelo del espíritu general de “EL PRINCIPE ENCANTADOR”. El elenco reúne en su versión original a Wilmer Valderrama (de gran trayectoria en la televisión americana participando en diversas temporadas de varias series como “From Dusk Till Dawn” “Grey’s Anatomy” “Minority Report” y “NCIS”) como el príncipe Phillippe y las princesas cuentan con las voces de Demi Lovato, Ashley Tishdale, Avril Lavigne y G.E.M., además de las participaciones del gran John Cleese y Nia Vardalos (“Mi gran casamiento griego”). En tiempos donde la mujer se plantea nuevos espacios, nuevos desafíos, otros roles y de alguna manera se están construyendo nuevos escenarios, “EL PRINCIPE ENCANTADOR” suma su granito de arena para que también puedan deconstruirse las historias más clásicas, jugar con lo diferente y apostar a un nuevo lugar para aquellos personajes que parecían no poder salir de su propio estereotipo. Para quienes puedan asomarse a la propuesta, descubrirán que aún es estos productos más independientes, lejos de las grandes campañas publicitarias y los grandes estudios, también hay un espacio de risas, reflexión, juego y un mensaje para construir los nuevos paradigmas.
La ópera prima de brasileño Eduardo Albergaria “HAPPY HOUR” tiene como uno de los principales atractivos, el de volver a ver a Pablo Echarri en la pantalla grande en esta coproducción argentino-brasilera que bajo el tono de comedia, dispara dardos sobre otros temas que quedan por fuera de los conflictos amorosos de la pareja central. Echarri es Horacio, un profesor de literatura latinoamericana que está radicado en Rio de Janeiro. Vive con su esposa Vera (Leticia Sabatella de participaciones en grandes producciones de la televisión brasilera como “El Clon” “Tiempo de Amar” y “Laberintos del Corazón”) con quien tiene una sólida relación y disfrutan, junto con su hijo, de una familia -en apariencia- muy feliz. La historia comienza cuando uno de los principales delincuentes de Rio, un “hombre araña” que acecha trepando a los balcones de las familias pudientes, cae arriba del auto de Horacio y lo convierte automáticamente (casi) en un héroe popular con una gran difusión en los medios, de esas noticias que se replican sin cesar en los medios y ponen a nuestro protagonista en el ojo de la tormenta. Este hecho impulsa y favorece –directa e indirectamente- a la candidatura de Vera como alcaldesa de Rio de Janeiro. Le permite mostrarse frente a los medios con la postal de un matrimonio perfecto y con un estrecho vínculo con su esposo, convertido en figura masiva popular, que ayuda indudablemente a catapultar su protagonismo. Pero, en el fondo, el matrimonio está en crisis. Esa popularidad de Horacio ha acentuado más aun la atracción que una alumna siente por él, y ha decidido, después de pensarlo mucho, dar rienda libre a su deseo. Pero Horacio no quiere ser infiel ni traicionar a Vera. Decide llevar abiertamente al seno de la pareja, el planteo de la posibilidad de dar lugar a esa pulsión, de tener intimidad con esa alumna, sin que esto signifique dejar de amar a su esposa o querer separarse de ella. Obviamente Vera no acepta ni consiente este tipo de situaciones, ni accederá de ninguna manera a la propuesta de su marido. Pero a su vez, se siente atrapada por la situación, ya que no es un buen momento para plantear una separación dado que políticamente necesita imperiosamente mostrar solidez en su matrimonio, en sus proyectos y en su vida familiar y personal. “HAPPY HOUR” fundamentalmente habla de la honestidad, del espacio que podemos dar a nuestros propios deseos y de los valores en el mundo de hoy: tanto en la pareja como en la coherencia con ética propia y los ideales que uno mismo persigue. La historia se construye en dos espacios que se entrecruzan pero que se narran en forma bien diferenciada. Por un lado el de Horacio y Vera como pareja -un terreno más íntimo y personal que entra en crisis a partir del planteo de Horacio- y por otro, la historia de Vera como animal político que mide permanentemente la conveniencia de lo que se muestra y lo que se oculta, además de encontrarse fuertemente condicionada por su entorno que la ata a los vaivenes de un momento tan particular como el de la campaña electoral. El hecho de “dar espacio a tu deseo” se repite subrayadamente a lo largo de toda la película, y aparece mezclado esas dos subtramas que Albergaria desarrolla sin que prime una por sobre la otra, pero con una superficialidad que no permite ahondar en ninguno de los temas que el guion propone y que quizás tenga como problema principal el hecho de estar escrito a varias manos (la del propio director, más las firmas de Carlos Thiré, Fernando Velasco y la colaboración de Ana Cohan). El uso de la voz en off del personaje de Horacio presentándonos la historia, luego se vuelve abusivo y sobreexplica, sin sumar demasiado, lo que estamos viendo en pantalla. Un recurso, que, medido, hubiese funcionado mejor como nexo entre los dos espacios narrativos de “HAPPY HOUR”. A Echarri se lo ve forzado y limitado con los problemas propios del uso de otro idioma (incomodidad mucho más acentuada en Pablo Rago en “Viaje Inesperado”, otra coproducción argentino-brasileña) aunque su carisma y su frescura hacen que se sobreponga a esas trabas, que aún así se perciben y resienten la conexión del espectador con la historia. Su química con Leticia Sabatella, otra figura que inunda de frescura la pantalla, hace que la historia suene convincente, como también son valiosos los aportes del resto del elenco que completan Luciano Cáceres en un papel que le facilita mostrar su veta de comediante y que tiene los más amenos y divertidos del filme, más la presencia por parte del equipo carioca de Aline Jones y Marcos Winter. Un Rio de postal turística de agencia de viajes completa el escenario de una historia con ribetes sumamente previsibles y con giros que son propios de todos los lugares comunes que podían presentarse ante el planteo central que en ningún momento logra despegar de un tono marcadamente televisivo.
Diego Bliffeld hizo su debut como director con la comedia “Linea de Cuatro” (actualmente disponible en www.cine.ar/play) y trabajó en la productora de Cohn- Duprat en “El hombre de al lado” y “Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo”. Quizás sea por ese vínculo que hoy, su nuevo film, “HORA – DIA – MES” está justamente producido por “Televisión Abierta” de Mariano Cohn y Gastón Duprat, los hacedores de “El ciudadano ilustre” y la reciente “Mi obra maestra”. El personaje excluyente del “HORA – DIA – MES” es Bernardo Talavera –Nardo- que durante la semana trabaja todo el día en un Garage que es a la vez su trabajo como su propia casa. Duerme allí durante toda la semana y solamente los fines de semana, emprende viaje hacia la casa de su primo en el conurbano bonaerense, único momento de desapego: el estacionamiento es su lugar, su hábitat, su reino, su imperio. La apuesta de Bliffeld es arriesgada. Conoceremos no sólo la rutina y las precisiones con la que Nardo maneja su trabajo y el cuidado de los autos, sino que además va apareciendo todo su mundo interno. El dispositivo utilizado, es el de una voz en off que será un narrador absolutamente omnisciente, quien nos cuenta, con lujo de detalles, cada uno de los rituales del protagonista. Ese narrador no es otro que el escritor Marcelo Cohen, autor justamente de los textos a los que él mismo les presta su voz. Entre lo más destacado de su obra se encuentran sus cuentos reunidos, por ejemplo, en “La solución parcial”, los relatos de “El fin de lo mismo” o sus novelas “En casa de Ottro” y “Donde yo no estaba”. Sus textos han sabido instalarse en una geografía y en un uso particular del lenguaje, basados en la potencia de la construcción de un espacio imaginario que fue creando minuciosamente hasta llegar a su Delta Panorámico, un territorio imaginario, una conjunción de islas similares y diferentes a la vez, en donde instaló sus historias con diversos géneros, enfoques y miradas políticas y sociales. El Garage, personaje tan necesario como Nardo en “HORA – DIA – MES”, también forma parte de esas geografías de las que Cohen construye y se apodera. Su texto va moldeando al espacio y al personaje con la misma fuerza, haciéndolos simbióticos, los dos se hacen uno. Allí vemos a los clientes, los autos –a los que describe con una meticulosidad y un preciosismo delicado y exquisito-, la calle, las horas muertas y sobre todo, la llegada de la noche donde se permite plantear un espacio más onírico, diferente, casi deslumbrante y que da lugar a la ensoñación y al relato más cercano a aquellos universos paralelos que siempre plantea Cohen. La apuesta donde casi el único recurso es el texto en off es arriesgada: tal como sucedió con “El origen de la tristeza” en donde el autor, Pablo Ramos, incorporó al film fragmentos de sus propios textos prestando su voz, en “HORA – DIA – MES” también ese recurso se vuelve (algo) tedioso. Los textos de Cohen tienen una belleza literaria indiscutible, pero no siempre lo que funciona en el papel, con la cadencia de la voz que le pone cada lector, puede llegar a ser funcional en el ámbito de la pantalla grande. El recurso innovador, creativo, inteligente, podría sumar en tanto y en cuanto la película no estuviese casi excluyentemente apoyada sólo en eso. Uno quisiera conocer a Nardo por él mismo, desde sus propias notas interiores, y eso justamente no ocurre porque la voz en off lo ocupa todo, invadiendo incluso el espacio que se le puede asignar a los espectadores, de forma tal de que cada uno pueda construir su propio rompecabezas. Cohen estructura textos con humor, con una cuota de delirio y sobre todo vuela mucho más aún en los momentos nocturnos, finalizada la jornada de trabajo. La puesta de Bliffeld es austera, concreta, permitiendo un gran lucimiento de Manuel Vicente en un protagónico absoluto, sobre el que podría incluso pensarse que hubiese sido escrito pensando en su “physique du rol”. Pero cinematográficamente, el texto se superpone con la imagen, sobreexplica lo que ya se ve e incluso llena de palabras algún espacio que podría haberse cimentado en lo visual, que aquí sólo aparece como complementando, en segundo plano, a la fuerza que le impone el discurso. De esta forma, “HORA – DIA – MES” queda planteado como un interesante ejercicio de estilo, pero al que aún se lo percibe como falto de interés cinematográfico. No todo lo que en la literatura funciona a la perfección, sirve para ser transmitido en cualquier otro ámbito artístico, peligro que deben sortear la mayoría de las adaptaciones de grandes textos literarios al cine.
La figura del Gauchito Gil (Antonio Gil, más precisamente) ha dado lugar a diversos enfoques dentro del cine e inclusive, recientemente se ha estrenado un film de ficción, “Gracias Gauchito” de Cristian Jure, que mostraba en forma de historia novelada, la vida de este personaje. Mientras que el filme de Jure se tomaba ciertas “licencias” en la presentación de la historia y por sobre todo planteaba una figura erotizada más cercana a la construcción de un mito que a la precisión histórica, en “ANTONIO GIL” el documental de Lía Daskel, pasa absolutamente lo contrario. En este caso, Daskel se para en las antípodas del registro de Jure y de otros anteriores, para despegarse de lo meramente informativo y adentrarse con una puesta estética muy particular, al fenómeno que se genera alrededor del milagroso gauchito Gil. Nacido en 1840 y degollado cerca de la localidad de Mercedes, Corrientes en 1878, un 8 de Enero; su tumba se ha convertido en un santuario y a partir de esto, el objetivo fundamental del documental es el de registrar, durante un periodo de diez años y siempre en este mismo día icónico para sus fieles, lo que sucede cerca de esta tumba. Una fiesta que es a su vez un ritual, una peregrinación, un movimiento que conmemora la muerte de este santo popular, que es quien tiene el mayor número de devotos en la República Argentina. Por fuera de las grandes urbes y las enormes ciudades, suceden estos movimientos multitudinarios que la cámara de Daskel va retratando en un registro fuertemente observacional, haciéndonos partícipes de estas celebraciones sin tomar partido ni postura alguna sobre las diferentes versiones que circulan alrededor de quién fue Antonio Gil, ni tampoco plantea una postura unívoca sobre la fe o las cuestiones religiosas. El punto de vista de Daskel parece tener como único objetivo mostrarnos mediante largos travellings el fenómeno que se despierta cada 8 de Enero en el lugar, y meter su ojo dentro de las celebraciones que ocurren a su alrededor, la geografía y el paisaje en el que deviene la tumba del Gauchito Gil con todos los devotos que la visitan. Una coreografía de caballos, autos, camionetas, peregrinos, fieles, vendedores ambulantes, lugareños y devotos que viajan desde todos los puntos del país a rendirle un homenaje y agradecer por los milagros cumplidos, registrados minuciosamente durante toda una década visitando el lugar. Este registro sistemático y pormenorizado habla por sí mismo y da fiel testimonio del crecimiento que fue logrando este ritual a través del tiempo. El pulso lo van manejando los relatos, las voces en off que completan las imágenes de ese paisaje tan particular y a través de ellos vamos conociendo lo que Antonio Gil significa para cada uno de ellos, y cómo la suma de toda esa fe individual, genera un movimiento impactante y único. Así como la fuerza de las imágenes es el verdadero motor del documental sin tomar demasiado partido, también la directora deja abierto el espacio para aquellos testimonios que se contradicen, que ponen en duda las versiones más oficiales para abrir paso a las especulaciones y las diferentes teorías, todas ellas incluidas en la propuesta de Daskel. Lo interesante del planteo es que en ningún momento ella pretende direccionar la mirada del espectador, o entregar un punto de vista único al que atenerse. Todo por el contrario, abre el juego en la diversidad de miradas y ahí radica una de sus mayores virtudes. Quizás justamente este abordaje puede ser novedoso para una figura tan conocida y revisitada en los documentales como es el Gauchito Gil, pero la arista observacional y el ritmo pausado que le imprime a la propuesta, pueda hacer que promediando el documental se sienta algo complejo poder atravesarlo. Pero rápidamente aparecen otros aspectos que captan la atención (la postura de la Iglesia, algunos testimonios que ponen en discusión la historia) y a pesar de su ritmo demasiado pausado, la potencia de las imágenes habla por sí sola. Una propuesta diferente alrededor del gaucho, del hombre, de la leyenda, del mito.
Indudablemente, fue una de las sorpresas entre las presentaciones del Panorama del Cine Argentino en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Desde ese momento, “TAMPOCO TAN GRANDES” está destinada a ser una de las grandes comedias románticas nacionales, con personajes inquietos y conflictos en, donde quienes hayan recientemente superado la barrera de los 30, puedan sentirse más identificados. Lola (Paula Reca –quien junto con su hermano Máximo son los productores de este film, en la primera apuesta fuerte de Ayar Stories- y a quien pudimos ver en “Veredas” formando la pareja protagónica junto a Ezequiel Tronconi) se presenta desde las primeras escenas como una creativa publicitaria algo eléctrica, bastante malhumorada y con serios problemas de cleptomanía. Al recibir la noticia del fallecimiento de su padre, su mundo queda trastocado por completo dado que creía que él estaba muerto, desde hacía ya un buen tiempo. Sumado a esto, estaba atravesando el stress previo al casamiento y entre todas las noticias también se entera que no tiene 29 años como ella pensaba sino que ya ha superado los 30! Para poder resolver todas las cuestiones relacionadas con la herencia, Lola deberá emprender inmediatamente un viaje a Mar del Plata. Pero… ¿quién es el elegido para esta aventura? Nada más ni nada menos que su ex novio Teo (Andres Ciavaglia, de un trabajo teatral perfecto en “Cronología de las Bestias” en Timbre 4 y con participaciones en “Las hijas del fuego” de Albertina Carri y en las recientes “Recetas para Microondas” y “En peligro”), a quien la propia Lola tiene agendado en su celular como “Peligro!”. A ellos se les sumará la hermana de Teo, Rita, quien está en pleno tratamiento para combatir sus adicciones (otro gran trabajo de Maria Canale) y juntos iniciarán este viaje en una particular combi escolar, con un toque algo vintage. A medida que se vaya develando la historia, conocerán a Natalio (un delicioso personaje compuesto por Miguel Angel Solá, dispuesto a divertirse en pantalla como nunca) la pareja gay de su padre, quien quiere cumplir la última voluntad de esparcir las cenizas del recientemente fallecido, en Bariloche. Es así como “TAMPOCO TAN GRANDES” se construye funcionalmente como una road movie Buenos Aires – Mar del Plata – Bariloche, pero por efectos de un guion que sabe jugar plenamente y con mucha inteligencia con el humor, logra sacar partido y redondear un película en la que se hablará mucho más que de los viajes. En su primera incursión en el cine de ficción, Federico Sosa (que ya había dirigido “Yo sé lo que envenena” y “Contra Paraguay”) logra darle al film, un tono y un ritmo fresco, dinámico y un aire lúdico que se respira a lo largo de toda la película. La estructura del planteo es clásica y una de sus fortalezas es que en lo que pretende contar, en ningún momento reniega de apoyarse en muchas de las convenciones de la comedia romántica y sobre todo, en los trazos del personaje de Natalio, donde recurre fuertemente a los estereotipos. Pero lo hace justamente para partir de ese punto y crear desde lo convencional, un personaje fresco, funcional a la historia y que aporta ese choque generacional que se sostiene a través del humor no exento de una fuerte dosis de sensibilidad y emoción. No solamente se agradece el permanente sentido del humor en cada situación y ese espíritu juvenil y desacartonado que atraviesa “TAMPOCO TAN GRANDES”, sino que además Sosa maneja una gran ductilidad en la conducción de sus actores. El cuarteto protagónico está impecable: Paula Reca es fresca, sensual y tiene una cara que ilumina totalmente la pantalla. Con Ciavaglia son efectivamente pura química y el contrapunto de sus personajes se disfruta enormemente y explotan ese potencial al máximo, con un ritmo justo para la comedia que no es tan fácil de lograr como parece. María Canale (con un recordado trabajo en “Abrir puerta y ventanas”) completa el trío juvenil con el personaje quizás más comprometido pero con la cuota exacta de teñir esa vertiente dramática sin ningún tipo de subrayados. Capítulo aparte merece Miguel Angel Solá, quien por supuesto a esta altura de su extensa trayectoria no sorprende por su calidad de actor, sino por su completa entrega a un papel sumamente difícil que en manos de otro colega podría haber caído en una especie de caricatura que hubiese arruinado el tono general de la película. Solá disfruta de cada línea de texto, juega con su Natalio y explota cada una de sus escenas, brindando un trabajo sutil, exquisito, emotivo y a la vez sumamente divertido. Muchas veces en estas historias simples (con la complejidad que supone llegar a lo profundo sin diálogos rimbombantes ni frases declamatorias) con esa mirada entre naïf y melancólica de sus criaturas, se encuentra la receta perfecta de una comedia atractiva, con rubros técnicos impecables y una música que acompaña ese viaje interior que atraviesa a cada uno de los personajes… para que en el punto de llegada ya no sean los mismos, sin que nos olvidemos que siempre es mejor si mantenemos una sonrisa durante el viaje, aún en los momentos más dolorosos.
Phil Lord y Christopher Miller en el 2014 sorprenden con “La gran aventura LEGO” un film de animación con un guion inteligente, una puesta en escena innovadora y una propuesta general que se apoyaba en un ritmo trepidante y regaba la pantalla con una importante cantidad de homenajes / referencias a otras películas muy conocidas por el público en general. Irreverente en su sentido del humor tan ácido como naïf, se convirtió rápidamente en un éxito de crítica y público y fue ganadora del BAFTA como mejor film de animación del año, Nominada al Globo de Oro y Nominada al Oscar en el rubro de mejor canción. Cinco años después, y casi en forma inevitable, llega esta continuación “LA GRAN AVENTURA LEGO 2”: y si en la primera los universos que se contraponían se encontraban vinculados más con el rol de padres e hijos (Finn, el protagonista y su padre), en esta segunda entrega aparece Bianca, la hermana de Finn para que sus dos mundos entren en colisión. El mundo Lego de Finn, con Emmet Brickowski a la cabeza (siempre con buen humor y con su lema de que la vida es increíble) se ve amenazado por una nave alienígena junto con la invasión de los “Lego Duplo” –la línea de productos más infantil de la corporación- que da por resultado el secuestro de sus amigos en manos de esos Legos rudimentarios y fuertemente violentos que destruyen todo a su paso –algo así como el egoísmo infantil, caprichoso y destructivo-. Así, en un marco post-apocalíptico, que hace recordar el ambiente distópico de la serie de películas de Mad Max (una de las múltiples referencias y guiños cinéfilos), se desarrolla esta nueva historia en la que Lord y Miler, en esta ocasión, sólo son guionistas. La dirección, ha quedado a cargo de Mike Mitchell, una mano que no tiene la firmeza de la dupla anterior y ha sido el responsable de películas flojas como la tercera parte de Skrek: “Shrek para siempre” o “Alvin y las ardillas 3” y que había levantado un poco más la puntería en la dirección de “Trolls”. Pero el problema principal que se presenta en “LA GRAN AVENTURA LEGO 2” no es precisamente la dirección de Mitchell ya que respeta la estética de la original, funciona bien y tiene el ritmo que la película necesita, apelando a la corrección dentro de la puesta y el producto queda “redondo”. El problema con el que se enfrenta esta secuela, es que su historia no despierta interés y que por momentos se preocupa tan solo de inundarnos de referencias cinéfilas y citas indirectas (ya sea por medio de secuencias homenajes, citas en los diálogos o aparición de personajes) que suelen ser muy divertidas para el público experto en detectarlas dentro de la película pero que también pueden dejar afuera al ojo menos entrenado. Tampoco la totalidad de una película puede construirse exclusivamente de ese juego cinéfilo de referencias y personajes, aunque cabe ser honestos y asumir que es realmente un juego tentador y que las referencias que están planteadas, lo hacen con mucho humor y por momentos, ese juego se convierte en una fiesta. Aparecen desde superclásicos como “El mago de Oz” y “La dimensión desconocida” pasando por las sagas más famosas del mundo como “La guerra de las Galaxias” “Duro de Matar” “Transformers” “Volver al futuro” o “Guardianes de la Galaxia”. Pero indudablemente, cuando dialoga con ironía y mordacidad con respecto a las películas de superhéroes, el mundo Marvel “contra” DC y la personalidad de cada uno de los héroes y su éxito (o no) en la pantalla grande, es cuando los guiños se multiplican pero también se disfrutan exponencialmente. Hay buenos chistes, hay algunos números musicales que parecen innecesarios pero se justifican cuando aparecen las canciones pegadizas que se hacen parte de la trama, pero se extraña la creatividad que se había desplegado en la primera entrega y en los subproductos posteriores como la dedicada a Batman o la Ninjago. Para quienes puedan disfrutarla con las voces originales aparecen nuevamente Chris Pratt como Emmet Brickowski y Elizabeth Banks como Wyldstyle, Will Arnet vuelve a ser un genial Batman con los mejores chistes de la película y sorprende Tiffany Haddish en su rol de la villana reina Watevra Wa Nabi. Dentro del elenco están presentes Alison Brie, Maya Rudolph, Will Ferrell y “cameos” de Jonah Hill, Ralph Fiennes, Bruce Willis, Jason Momoa (“Aquaman”) y Channing Tatum. Demasiado apegada a respetar la estructura de la original, pero sin la sorpresa y la contundencia de la primera entrega “LA GRAN AVENTURA LEGO 2”, hechas estas salvedades, divierte, entretiene y deja un mensaje sobre los lazos familiares, los vínculos de amistad y la posibilidad de solucionar los problemas de comunicación a los que se enfrentan las nuevas generaciones. Y seguramente después de los títulos de cierre saldrán cantando el pegadizo hit.
El nuevo film de Gabriel Drak (su primer film fue “La culpa del cordero”) nos presenta a Perro y Gordo (Juan Minujín y Néstor Guzzini respectivamente), dos amigos de toda la vida, eternos adolescentes que se niegan rotundamente a madurar, que se han asentado en un pequeño pueblo uruguayo y reparten su tiempo entre charlas bohemias, algún trabajo y sus alocados planes para salir de pobres. A Gordo le han ofrecido trabajo como sereno de un hotel prácticamente desocupado en Pueblo Grande, un pueblo costero uruguayo completamente alejado del mundanal ruido. Este hotel ha sido comprado por inversores europeos que solamente lo utilizan algunos pocos fines de semana en el año, razón por la cual se encuentra mayormente desocupado y es entonces el escenario ideal para que estos dos amigos desarrollen sus proyectos más delirantes que van desde escribir juntos un guion de cine que sea comprado por Hollywood y puedan, de esta forma, hacerse ricos y famosos, hasta plantar marihuana en un invernadero montado dentro del mismo hotel. Tan fuerte es su amistad, que cuando Gordo acepta el trabajo, Perro se muda a ese lugar inhóspito casi sin dudarlo, arrastrando a su familia y muy a pesar de la oposición de su mujer (Vanesa Gonzalez, en un papel que no le permite lucimiento alguno y que es, sin lugar a dudas, el peor escrito de la película). Toda la primera mitad del filme, Drak propone una descripción pormenorizada del vínculo que une a estos dos amigos mientras va acompañándolos con algunas situaciones de la vida cotidiana de este pueblo tan particular. Luego de una extensa presentación de los personajes, en donde se pierde un poco el timing de la película y donde el director no logra definir con claridad las líneas de acción que propone, se presenta otro personaje que será central para la trama: el nuevo inspector de policía del pueblo, el Inspector Chassale, que con sus métodos tan poco ortodoxos y su indudable ironía, cambia el tono de toda la primera parte, tan bucólicamente pueblerina. Chassale llega a Pueblo Grande traicionado por el Jefe Santos, su mejor amigo quien no solamente le ha quitado la posibilidad de quedarse con el cargo de Jefe de la Policía Nacional sino que también lo ha engañado con su mujer y ha cursado su traslado a ese pueblo olvidado en el mapa, como el último escalón en su plan de venganza. Allí Chassale se encontrará con los únicos dos policías con los que cuenta el pueblo: Nuñez y Sosa, dos agentes completamente antagónicos, que juegan a reforzar una historia en donde permanentemente se subrayará la participación de buenos y malos, de una manera demasiado obvia, sin darle lugar a todos los grises que puedan aparecer dentro de los personajes. El delicado equilibrio que une a los protagonistas, se rompe por completo cuando Perro encuentre un bolso con cuatro millones de euros dentro del cuarto de una pareja de ancianos que ha fallecido. Tal como ha pasado en “Tumbas al ras de la tierra”, el excelente thriller de Danny Boyle o en cierto modo en “Sin lugar para los débiles” de los hermanos Coen, un bolso lleno de dinero dispara múltiples cursos en la acción y genera, casi irremediablemente un aroma de thriller que cambia por completo el tono en el que Drak venía narrando toda la primera parte de la historia, haciendo que la película comience a tomar vuelo propio y plantee, tal como sucede en otras películas con una temática similar, como el dinero corroe los vínculos personales y la amistad, planteando un juego de traiciones y dilemas morales a los que deben enfrentarse los personajes. Es así como de un fallido tono de comedia costumbrista, “LOS ULTIMOS ROMANTICOS” se encasilla en su último segmento, en un clima de thriller negro donde aparece la ambición, la codicia, la culpa y las traiciones propias de la impunidad que propone el dinero, rompiendo con algunos pactos implícitos. En este tramo, la película gana en contundencia y logra darle cuerpo a una historia que pecaba de una construcción muy endeble. A este sólido tercer acto -muy por encima del promedio del resto del filme- se oponen por un lado, un Ricardo Couto muy fuera de tono en su personaje de Chassale, como si estuviese en otra película diferente, con una composición de trazos mucho más gruesos que el puntilloso delineamiento de Gordo y Perro que Drak nos propone durante todo el filme y por el otro, una acumulación de vueltas de tuercas en las últimas escenas que quizás, para su mayor efectividad, hubiesen necesitado un poco más de desarrollo. Con lo cual “LOS ULTIMOS ROMANTICOS” luce desbalanceada, se toma un tiempo extremadamente largo para la presentación del pueblo y sus personajes para luego acumular, con cierta torpeza, todas las vueltas de tuerca juntas quedando demasiado agolpadas. De todos modos, ese pasaje final es el que demuestra la mayor solvencia de Drak como guionista, donde encajan todas las piezas del rompecabezas y es el que salva el promedio de esta coproducción argentino-uruguaya con muy buenas actuaciones en los protagónicos de Néstor Guzzini (con participaciones en “Severina” “El 5 de Talleres” y “Mr Kaplan”) y nuestro Juan Minujín (“Vaquero” “Un año sin amor” “Dos más dos” y también reconocido por sus personajes televisivos tan disímiles como los de “100 dias para enamorarse” o “El Marginal”).
Si cuando digo “Supercalifragilísticoespialidoso” saben a qué me estoy refieriendo, claramente formaron parte, en su momento o en sus reposiciones en el cine, mediante algún VHS, DVD o BluRay, del mundo de la inolvidable Mary Poppins en aquella versión del año 1964 con Julie Andrews y Dick Van Dkye: ambos en los papeles que los han consagrado en sus carreras y que los han marcado a fuego como esa niñera mágica y el deshollinador bohemio que la lleva a recorrer los tejados de una Londres tan neblinosa como inolvidable. Entre las diferentes líneas de producción que actualmente maneja el estudio Disney, se encuentran las clásicas producciones animadas (este año estrenaron por ejemplo “WiFi Ralph”, una película que demuestra un verdadero acierto con la idea de generar una secuela), las que forman parte de imperio compartido con Pixar Studios y además, han lanzado toda una línea de películas en donde grandes clásicos animados ahora forman parte de películas “live action” (de las que ya se estrenaron “La Cenicienta” “La Bella y la Bestia” o “El libro de la Selva” y se esperan, entre otras, el “Dumbo” de Tim Burton y “El rey león”). Con el estreno de “Christopher Robin” el estudio también ha apostado a trabajar con un estilo vintage, reflotando otros grandes clásicos que dan lugar a “reboots” o revivals de aquellos personajes que han logrado instalarse en el colectivo popular. Tal como había ocurrido con “Christopher Robin” la primera pregunta que se instala frente a “EL REGRESO DE MARY POPPINS” es la que surge una y otra vez mientras transcurre el film: “¿a qué público está apuntando esta película?”. No es que sea necesario ni imprescindible definir un “target” para cada película, dado que de hecho hay productos que funcionan perfectamente como entretenimiento familiar, y que, con sus diferentes niveles de interpretación pueden lograr su objetivo de entretener al público más menudo e invitar a la reflexión o brindando otro estilo de humor a los adolescentes y adultos de la familia. Pero “EL REGRESO DE MARY POPPINS”, en ese sentido -y en muchos más- queda como un híbrido al que cuesta encontrarle el objetivo. Si la vemos como un gran homenaje a aquella Mary Poppins del ’64 e interpretamos que todo el filme funciona como una escalada retro con guiños permanentes al film original y a las glorias pasadas del Estudio Disney, los que se quedarán afuera son las nuevas generaciones de espectadores. Para ellos, el aroma que respira esta versión es algo vetusto, pura armadura clásica en la que queda atrapada la puesta, la estética y por sobre todo el costado más naïf e inverosímil de la historia. El ritmo que el filme se impone a si mismo (con más de dos horas de duración, la extensión de los cuadros musicales, los diálogos sobreexplicativos por sobre la acción general), responde indudablemente a una estructura narrativa que el cine de hoy –y menos aún las producciones infantiles y familiares- ya no tiene. Mientras un grupo de nostálgicos estén disfrutando de “EL REGRESO DE MARY POPPINS” con esa propuesta de túnel del tiempo, habrá una gran parte de la sala quede fuera de ese código que la película plantea. En este caso, cuando la vemos como una nueva forma de acercar estos personajes clásicos (tal como lo son Winnie Pooh, Christopher Robin y todos los amigos del bosque), la propuesta falla porque resulta bastante difícil que las nuevas generaciones empaticen rápidamente con una historia que tiene todos los elementos visuales para deslumbrar, pero que ha privilegiado la forma sobre el fondo. A esta Mary Poppins versión 2019 le falta ritmo, pero por sobre todas las cosas le falta magia. Los cuadros musicales lucen prolijos, perfectos, pero son extensos y las canciones no son pegadizas en absoluto –además de tener una estructura apegadamente clásica de musical de Broadway en donde inclusive, la imagen se detiene unos segundos después de finalizado el cuadro como si se estuviera esperando seguir la acción después de los aplausos-. Después de más de dos horas de proyección, salir de la sala sin tararear el “hit” es casi un pecado mortal. Se extrañan el ritmo, la originalidad y lo pegadizas que fueron “Chim-Chimenea” “Con un poco de azúcar” y la ya mencionada “Supercalifragilísticoespialidoso”, que, a esta altura resultan completamente imbatibles. Las comparaciones son odiosas (pero también es casi imposible no hacerlas) y ni siquiera el carisma de Meryl Streep logra convencer en “Topsy”, un cuadro musical que parece solamente creado a los efectos de su participación en la película, que no aporta demasiado a la trama y que extiende, innecesariamente, la duración del filme. Quizás el que tenga aporte un poco más de magia, sea el que combina la acción con dibujos animados, pero también en este caso se extraña el baile con los pingüinos, otro momento inolvidable no sólo en la historia de Disney sino en la propia historia del cine. Quizás esta falta de encanto se deba a la mano de Rob Marshall en la dirección que acertó con un elenco grandioso en “Nine” pero nos sumergió en el sopor más profundo con “En el Bosque” y de la mano de la insulsa Renée Zelwegger y Catherine Zeta-Jones construyó una versión de “Chicago” que, tal como sucede en este caso, luce correcta pero sin alma. Marshall apunta siempre a la corrección pero no plantea en ninguna de sus puestas ni un estilo propio ni el más mínimo riesgo: prefiere apostar a lo seguro e instalarse en su “zona de confort”. Lo que salva a esta nueva versión del clásico de P.L.Travers es el elenco de primer nivel que han puesto a disposición de Marshall, encabezado por una perfecta Emily Blunt en el rol de Poppins. Tenderíamos a pensar que Julie Andrews es completamente irreemplazable, pero Blunt demuestra con creces que puede ser su sucesora natural y que tiene todos los atributos necesarios para construir esa niñera mágica que llega una vez más a la casa de los Banks, esta vez para encontrarse que sus niños son ya adultos (encarnados por Ben Whishaw y Emily Mortimer) y que también hoy necesitan de su protección y de sus dulces poderes. Pero no solamente Blunt brilla como Mary: el elenco forma un ensamble dotado de muchísimo talento: allí están Colin Firth en el rol del villano, el talentoso Lin-Manuel Miranda (en un papel que el guion no logra definir y por lo tanto no le permite demasiado lucimiento dentro de la historia y su inclusión suena hasta algo forzada), Julie Walters y las intervenciones –breves pero descollantes- de Angela Lansbury, Meryl Streep y el propio Dick Van Dyke con una escena musical sorprendente y rebosante de energía. Una cita ineludible para los nostálgicos y una posibilidad –ardua tarea, pero vale la pena intentarlo- de que algún niño de este nuevo milenio se desprenda por un buen rato de sus redes sociales, sus juegos virtuales y su mundo de puras conexiones, para dejarse llevar por la magia de la nueva entrega de Mary Poppins, un personaje absolutamente querible, más allá de los desaciertos que puedan aparecer en esta versión de Marshall.