Entre el vendaval de estrenos que están azotando la cartelera semana a semana, en medio de ese enorme pelotón se distingue muy por encima de la media “MOCHILA DE PLOMO”. O al menos eso debería pasar, porque sería realmente una pena que este estreno pasara totalmente desapercibido entre la catarata de novedades que no da respiro ni permite apreciar la calidad de todo lo que se estrena. Tuvo su estreno mundial en la Berlinale 2018, formó parte de la Competencia Oficial Argentina en el BAFICI 20°, participó en los festivales de Tallin en Estonia y La Orquídea, en Ecuador y, en su oportunidad, ya se había presentado como Work in Progress en el Festival Internacional de Mar del Plata. Su director, Dario Mascambroni, ya había tenido un más que promisorio debut con su opera prima “Primero, Enero” en donde trabajaba el vínculo padre-hijo con la excusa de un viaje a solas en las sierras y el difícil reacomodamiento y la búsqueda de un lugar propio, sobre todo para ese hijo que debe procesar la reciente separación de sus padres. Algo de eso resuena ahora en “MOCHILA DE PLOMO”: Tomás tiene una necesidad vital de reconstruir algunas piezas de su rompecabezas que no cierran. Tiene muy pocos datos sobre el pasado y particularmente sobre la historia de su padre y con sus apenas doce años, está empeñado en la búsqueda de la verdad. O de su verdad, al menos. Los datos que tiene son escasos, contradictorios, mezquinos: su madre aporta esquivamente cierta información fragmentada e incompleta que no tiene absolutamente nada que ver con lo que le cuenta su abuelo. Pero más allá de esas posturas tan antagónicas, a nadie parece importarle demasiado las cosas descarnadas que le dicen a Tomás sobre su padre, ni contactan con lo dura que es esa situación para él. Toda esta búsqueda se agiganta y se complejiza el día que Tomás sabe que el asesino de su padre sale de la cárcel. El ocultamiento, la mentira, la omisión, el recorte de información se va transmitiendo en los pocos diálogos, ríspidos y dolorosos, que tienen los personajes que interactúan con Tomás. Mientras tanto, a la deriva, él deambula por el pueblo con un arma en su mochila, lo que genera una tensión permanente y un clima de inseguridad y peligro que se respira desde las primeras imágenes. Mascambroni no sólo sabe cómo sostener ese suspenso sino que por sobre todo muestra una sensibilidad particular para acompañar al protagonista en ese deambular en soledad, en la compañía de sus amigos pero sin la mirada de contención del mundo adulto: una infancia expuesta y totalmente a la deriva, a la intemperie. Facundo Underwood es Tomás y construye su personaje con tanta veracidad y tanta simpleza que es absolutamente imposible no empatizar con él y querer abrazarlo desde las primeras imágenes. Un abuelo sumido en el dolor y el resentimiento, una madre que no puede ver mucho más allá de sus propias necesidades y esa búsqueda de la verdad que a Tomás tanto le importa y tanto peso tiene en la construcción de su propia historia. “MOCHILA DE PLOMO” forma parte, quizás sin proponérselo, del movimiento de cine cordobés que dio las más variadas manifestaciones en la cartelera de este año con títulos destacados como “La casa del Eco”, “Instrucciones para flotar un muerto”, “El otro verano” o “Casa Propia”. El ambiente que genera Mascambroni entre el drama intimista familiar y el “pueblo chico, infierno grande” que violenta y descarnadamente excluye a Tomás, lo emparenta con el Antoine Doinel de Truffaut o el Polín de “Crónica de un niño solo” de Favio. Sin desbordes, sin subrayados, sin condena para sus personajes sino sencillamente mostrando ese mundo con total transparencia, “MOCHILA DE PLOMO” es un acertado y doloroso retrato de una niñez desamparada.
El nombre de Fernando Spiner está asociado a un cine con su propia marca registrada, una marca de autor. Sus trabajos como guionista y director de “La sonámbula”, “Adiós, querida luna” o “Aballay” dan cuenta de su capacidad narrativa y su búsqueda de una temática novedosa y que ha sido poco abordada por otros directores. Participó también del episodio de Los Ratones Paranoicos en la película “Historias de Argentina en Vivo” filmada por episodios junto con otros doce directores en diferentes provincias y en el año 2007 hace su incursión en el género documental con “Angelelli, la palabra viva”. Decir que con “LA BOYA”, Spiner retoma el género documental no sería del todo cierto. Pero tampoco estaríamos mintiendo. “LA BOYA” tiene una estructura que mezcla documental y ficción bajo este concepto tan trabajado últimamente por los directores al abordar un documental: donde se intenta escapar de las estructuras de un concepto enciclopedista y explicativo, esquemático y con entrevistas de gente hablando a la cámara sobre un tema. Por el contrario, esta docu-ficción se construye en tiempo real pero contaminado de elementos de ficción que dimensionan al protagonista en un doble papel de mostrar su vida real y construir un personaje de ficción. De acuerdo al propio Spiner su último filme, “es mi propia historia, la de mis antepasados y su épico escape de Ucrania, la inmortal presencia de mi padre que se transformó en poeta siendo un hombre mayor, y la de mi gran amigo Aníbal que se quedó en el pueblo de nuestra adolescencia sobre el mar”. Y vale la pena citarlo al director porque en esta frase breve pero contundente, describe perfectamente el espíritu, el disparador y el núcleo vital de “LA BOYA”. Spiner vuelve a las costas de Villa Gesell a reencontrarse con su amigo Aníbal Zaldívar con quien comparte el ritual de nadar juntos hasta una boya que se encuentra mar adentro. Retomar ese ritual, esa sana costumbre, será mucho más que eso. Significará reencontrarse con su pasado, con esa playa y esa costa que dejó atrás para iniciar una carrera como cineasta en Europa, es volver al que ha sido su entorno familiar, a esos lugares, esa geografía compartida y sus puntos en común que construyeron su vínculo de amistad con Zaldívar a través de los años. Es, según sus propias palabras, ver reflejada en Aníbal “la vida que yo no viví”. Zaldívar, además, es poeta. Y dio sus primeros pasos en la poesía y editó sus textos de la mano de Lito, el padre de Fernando. De esta forma, volver a repasar este vínculo con Aníbal es volver a releer su propia historia: su vínculo con su padre y sobre todo el vínculo con su abuelo, inmigrante ucraniano. Es al mismo tiempo una forma de dejar registrado ese último deseo de Lito: soltar una antigua boya mar adentro. Es así como nos iremos adentrando cada vez más en el corazón de la película: “LA BOYA” se construye entonces como una historia de mandatos familiares, de un vínculo padre-hijo, de historias no contadas, de cosas pendientes y no dichas. Se rearma sobre si misma de una manera casi confesional, íntima y profunda. Spiner se nutre no solamente de los textos poéticos de Aníbal, recitados por el mismo y que se espejan en textos de su padre y cartas de su abuelo sino que además nos sumerge en ese mar de su adolescencia, en esas playas que recorre en las cuatro estaciones y que se funde a la perfección con esos poemas y la esencia de la película. Asi como Agnes Varda se apropiaba en “Las playas de Agnes” de esas geografías y esos paisajes, Spiner hace lo propio con esas desoladas playas de Gesell fuera de temporada y el mar con sus recovecos y profundidades. Escrita por el propio Spiner y Zaldívar, con la participación de Pablo de Santis, “LA BOYA” cuenta además con la impecable fotografía de Claudio Beiza y un minucioso trabajo de edición a cargo de Alejandro Parysow. Además de los propios protagonistas que le ponen el cuerpo y el alma a la historia, las voces de Analía Couceyro y Daniel Fanego –impecable, sobrio y emotivo- completan un trabajo cargado de emoción que más allá de los que plantea en una primera lectura, nos va llevando de la mano e introduciendo en ese mar enorme para rodearnos de esa inmensidad y desplegar una riqueza visual única.
Sí, es otra película más de reuniones familiares. Es otra más que revisita todos los lugares comunes del subgénero (si es que así podría definírselo) y por lo tanto encontraremos la típica película coral con secretos, mentiras, ocultamientos, rencores y cuentas pendientes, familiares que no se toleran, ganas de hacer las paces y todos los ingredientes típicos de la receta de esos encuentros familiares que se imponen más por tradición o por obligación, que por verdadero placer. Quien recuerde el film dirigido por Jodie Foster “Feriados en Familia / Home for the Hollidays” con Holly Hunter, Robert Downey Jr y Anne Bancroft sabe de encuentros familiares en tono de comedia disparatada pero apuntando a una fiestas típicamente norteamericanas como el día de acción de gracias. Por otro lado, hay encuentros familiares dramáticamente devastadores, como los que generalmente aparecen en las filmografías escandinavas y más particularmente en la laureada e inolvidable “La Celebración” de Thomas Vinterberg que pareciese ser el icóno del encuentro familiar en donde explota el núcleo más pustulento y la verdad comienza a salir a la luz. Pero si tuviésemos que emparentar a “NOCHE DE PAZ” con algo de lo ya visto, no sería ninguno de esos dos casos. No vira al tono de la comedia como la de Foster –aunque poner un poco de humor le hubiese venido bastante bien-, ni tiene anclaje en la parte dramática de la forma que lo hace la de Vinterberg, con esa profundidad y esa contundencia. El film polaco de Piotr Domalewski, en cambio, prefiere un tono intermedio donde apela más al costumbrismo, a los detalles observacionales sin que el humor se encuentre demasiado presente pero sin que tampoco aparezca tan subrayado el tono dramático de la historia. El sentido coral de la historia es sólo un mero elemento de la puesta en escena del filme, pero la cámara elige perseguir a un solo personaje casi excluyente y la narración encuentra un tono muy similar –demasiado por momentos- a “Sieranevada” de Cristi Piu, y en la comparación, podemos decir que pierde por goleada. El protagonista de la historia es Adam. Ya en las primeras imágenes (muy cautivantes dentro de la propuesta, por cierto) nos enteramos con una ecografía que va a ser papá. Con lo cual el enfoque de la película es “hijo, te voy a contar lo que es nuestra familia” y desde allí lo acompañamos en su viaje con el objetivo de pasar las navidades con su familia de origen y comunicar la noticia. Decide visitar a su familia solo, dejando a su esposa embarazada en Holanda, donde ahora residen. En este encuentro familiar aparecerán sus padres, sus hermanos, sus primos y sobrinos y el primer choque que aparecerá, es el de volver a tomar contacto con el entorno rural y la vida pueblerina en su Polonia natal. Piotr Domalewski apuesta al derrotero personal de Adam –dejando el relato coral de lado- y lo que le producen cada uno de esos pequeños reencuentros. La narración por lo tanto es más episódica y centrada fundamentalmente en la figura del protagonista, lo que hace que los roles secundarios carezcan de fuerza y de peso dramático en la historia, despertando muy esporádicamente un leve interés. Se presentan sólo como excusa narrativa para abordar algún conflicto con el protagonista, que es el eje central –y casi excluyente- de la historia. Tensión con el padre (obviamente no podía faltar), problemas entre hermanos por la venta de una casa familiar, el catolicismo omnipresente en la sociedad polaca, problemas con el alcohol, disputas por dinero y tensiones que se van encaramando hasta que se despierte la violencia. “NOCHE DE PAZ”, es una Opera Prima correcta tanto en la dirección como en los rubros técnicos, muy bien filmada pero que falla en el tono en el que aborda la problemática familiar generando algunas expectativas que finalmente no se resuelven. Hacia el final, un par de hechos trágicos dan un vuelco en la historia que de esa forma cierra con ese dolor y esa melancolía, con esa desesperanza que Domalewski venía anticipando, pero que no se animó a sostener a lo largo de todo el filme.
Este año ha sido un año de muy buenos documentales argentinos. Algunos con ideas innovadoras, otros con un estilo distintivo y novedoso a la hora de narrar, algunos de ellos basados fuertemente en el carisma y la intensa historia de sus personajes, otros con un hecho impactante para contar. Son pocos los que reúnen más de una de esas condiciones que no son tan fáciles de encontrar en un género que aún, suele lidiar con ciertos trabajos cuyo formato remite más a una connotación de lenguaje televisivo que con un producto cinematográfico. “LOS 120 - LA BRIGADA DEL CAFÉ” es claramente uno de esos exponentes que se alejan notablemente de la media y que sorprenden más que gratamente. Seguramente una de las causas del éxito del producto sea porque su directora, María Laura Vázquez, ya tiene una extensa trayectoria en el cine documental con muchos trabajos vinculados con el marco cultural y político como por ejemplo sus trabajos en Venezuela “Cuando la brújula marcó el sur” o “Independencia, el espíritu libertario de un pueblo” al que se suma un trabajo junto a Oliver Stone como recopiladora e investigadora para su filme “Al sur de la Frontera”. Es evidente –y se percibe desde las primeras imágenes- que Vázquez sabe lo que quiere contar, sabe cómo lo quiere contar y tiene claro cómo atrapar al espectador. En este nuevo trabajo Vázquez recupera la historia de 120 brigadistas argentinos que en 1984, post regreso de la democracia, conforman la Brigada General San Martín y emprenden un viaje en defensa de la revolución sandinista en Nicaragua. Un territorio que desde el año 1979 se encontraba en medio de una guerra civil y el proceso revolucionario, un territorio signado por el peligro y la violencia. La manera de colaborar de estos brigadistas, ha sido apoyando a la extracción de café –fuente primaria de la economía- para que de esta manera se pudiese evitar el desabastecimiento y fortalecer una economía que era precaria y de subsistencia. Y allí fueron durante algo más de dos meses a vivir en medio de la selva nicaragüense, previo haberse despojado de algunas/muchas de sus pertenencias para poder juntar los mil dólares que cada uno de los voluntarios debía llevar para emprender la “misión”. No solamente el hecho de atravesar el desarraigo, sino de vivir en un ambiente donde por momentos se respiraba el peligro, sobreponerse a algunos límites físicos de vivir en medio de la montaña y sobre todo, estar dispuestos a enfrentarse a dificultades emocionales y psicológicas, hizo de esta experiencia, un hito único en sus vidas para cada uno de los participantes. El enorme acierto de María Laura Vázquez para contarnos la historia de “LOS 120 – LA BRIGADA DEL CAFÉ” es hacerlo en primera persona. Deja completamente de lado el relato enciclopédico y escolar y evita por todos los medios, recurrir al consabido recurso de la voz en off para explicarlo todo. Por el contrario, nos sumerge de lleno a la historia haciendo foco en cada uno de sus protagonistas. Después de 31 años, cuatro de estos 120 brigadistas vuelven sobre sus propias huellas. Recorren nuevamente ese camino y se reencuentran con aquellos que fueron sus compañeros en aquella aventura, que hoy siguen viviendo en Nicaragua. Y estamos ahí presentes: para sentir esa emoción a flor de piel, ser testigos del momento en que vuelven a reflejarse en sus miradas, se funden en ese abrazo y sienten que el compromiso sigue vivo, ese acto de amor que sigue vibrando en pos de la unión de los pueblos latinoamericanos. Narrando lo que recuerdan de su pasado, nos vamos acercando a lo que significó esta experiencia para cada uno de los protagonistas. Este sueño de adolescentes revolucionarios hace más de 30 años atrás, cuando decidieron –muchos de ellos oponiéndose a su familia, por supuesto- viajar a esa zona de peligro sobre la que todos los medios hegemónicos de la época no se privaban de subrayar sus aspectos negativos, intentando desalentar el proyecto. Pero sin lugar a dudas el documental crece y crece cuando los acompañamos a ese regreso a pura emoción. Y la cámara de Vázquez está ahí, silenciosa, tratando de pasar imperceptible y no ponerse en primer plano. La directora se vuelve invisible, se evapora y desaparece para no interrumpir nada de la emoción de ese potente reencuentro. El reflejo del paso del tiempo –hermosa la secuencia donde proyectan una película que habían filmado en el ´84 junto con los pueblerinos del lugar-, la fuerza del reencuentro, el volver a espejarse en aquellos que son hoy y saberse los que fueron ayer. Reconocerse y ver que los sueños siguen vivos y que el proyecto que les ha dejado esa huella imborrable vuelve a resignificarse políticamente en el marco de la Nicaragua de hoy y de los movimientos de América Latina. Vázquez estructura su nuevo trabajo documental a pura sensibilidad y de ahí que cada relato de vida de los protagonistas, emocione y nos atrape. Cada tanto aparecen estos documentales que nos invitan a reflexionar sobre la historia reciente, sobre nuestra propia identidad como sociedad: y cuando lo hacen con tanta pasión y apuntando a los sentimientos, la experiencia es completamente enriquecedora. De esos documentales para no perderse.
Después de un haber presentado notables trabajos en diversos festivales internacionales como Rotterdam o Cannes con sus cortos “Rosa” “Sucesos Intervenidos” y “María” llega el turno de la Ópera Prima de Mónica Lairana que tuvo su reciente presentación en el 33º Festival Internacional de cine de Mar del Plata: su primer largometraje, “LA CAMA”. La película se inicia con una pareja madura intentando tener sexo, algo que ya sorprende por lo infrecuente que resulta esta temática en el cine actual, en donde parece no haber espacio para otros cuerpos y otra sexualidad que no sea la de la armonía y la perfección. No hay nada de regodeo ni de uso del sexo explícito que ha sido la herramienta de la que se han valido otros directores para generar un golpe de impacto y un hecho más provocativo que estético. Nada más lejos de eso. Lairana nos permite entrar en la historia con un plano fijo, prolongado, guardando cierta distancia, en donde nos convertimos en testigos y observadores de todo lo que ocurre y desde ese lugar, comenzar a entender el vínculo que sostiene esa pareja a través de los múltiples detalles que se nos van revelando en cada situación. En las escenas iniciales flota un clima de incertidumbre: es la crónica de una mudanza?, de un adiós?, de una despedida?, de una separación? Por sobre todo esto, es la historia de Jorge y Mabel, quienes después de treinta años de convivencia, van desmantelando la casa familiar para comenzar a transitar una nueva etapa. El clima que se respira es el de un duelo, que cada uno de los personajes abordará y atravesará a su manera, con su estilo propio, intentando encontrar su nuevo equilibrio. Mónica Lairana –de una extensa trayectoria como actriz de teatro, cine y televisión- pone el foco fundamentalmente en sus personajes. Y asume el riesgo de contar la esta historia casi sin palabras: los diálogos son banales y escasos, porque el verdadero sentido del relato está puesto en los cuerpos de los protagonistas, en sus gestos, en sus miradas, en la manera en la que se relacionan. Y por sobre todo, articula el relato de forma tal que la casa que están desarmando juntos, -ese hogar en donde compartieron gran parte de su vida-, se convierte en el tercer protagonista excluyente del filme. Un exquisito y detallista diseño de arte (con una casa plagada de objetos que van cobrando sentido a medida que avanza la historia), se nutre de empapelados, adornos, recuerdos, fotos familiares, todos ellos en tonos ocres y marrones que dan un clima particular a esta deconstrucción de un vínculo en donde no parece haber desaparecido por completo el amor, pero que debe asumir su final. La puesta es profunda, íntima, visceralmente arriesgada. Un trabajo delicadamente construido con detalles, pequeños pero fundamentales, que van creando un particular universo narrativo que es infrecuente en el cine nacional y que le ha valido a Mónica Lairana el reciente premio DAC a la Mejor Director/a Nacional de Película Argentina en el Festival de Mar del Plata. Aun cuando presenta un tema ya visitado muchas veces por el cine, lo hace de una forma completamente diferente (en algunos momentos la osadía en la exposición de los cuerpos remite a la gran película alemana “Nunca es tarde para amar”), en la que va involucrando al espectador paulatinamente. Lairana no solamente presenta una propuesta novedosa, donde los objetos, la luz, la respiración de esa casa marca el ritmo narrativo, sino que además se muestra con una gran solvencia en la dirección de actores, logrando notables trabajos de Sandra Sandrini (también ganadora del premio SAGAI en el Festival de Mar del Plata por su actuación) y Alejo Mango, completamente entregados a la construcción de sus personajes, literalmente en cuerpo y alma. “LA CAMA” ha sido participante en la Selección Oficial del FORUM de la 68º Berlinale y tras su reciente paso en el Festival de Mar del Plata, llega ahora al circuito comercial y es una propuesta que se celebra tanto por su búsqueda estética y narrativa sustancialmente diferente, como por su sensibilidad y la forma en que Lairana pone su mirada femenina e intimista en el microcosmos que se nos presenta ante el fin de un amor y una honda despedida.
Erik Zonka fue un director que hace ya treinta años, sorprendió con una película que fue innovadora tanto por las interpretaciones de sus dos actrices protagónicas como por la búsqueda de un nuevo lenguaje dentro del cine francés de aquel momento. Fue así como Zonka, con “La vida privada de los ángeles” llegó a estar nominado a la Palma de Oro en Cannes, sus actrices ganaron sendos premios en ese festival y su ópera prima se alzó luego con varios César de la Academia Francesa. Han pasado treinta años exactamente y toda el aire vanguardista que tenía su cine en aquel momento (luego se estrenó también en nuestro país “Le petit voleur / El pequeño ladrón”) se estrella contra el relato más esquemático y clásico, que transita por todos los clichés del género en “SIN DEJAR HUELLA”, un film policial basado en una novela israelí de Dror Mishani, de la que Zonka hace también la adaptación. La historia gira en torno a la desaparición de Dany, un adolescente de 16 años del que no se tiene el menor rastro. Su madre (Sandrine Kiberlain), acude desesperadamente a pedir ayuda a la policía: su hijo ha ido al colegio y jamás ha regresado. El caso le es asignado inmediatamente a François Visconti (Vincent Cassel), un prototípico y estereotipado detective. Quebrado, alcohólico y con serios problemas familiares tanto con su ex mujer como con su hijo, relacionado con una red de comercialización de droga en la ciudad, se hará cargo del caso, quizás sobrepasando los límites porque refleja de alguna manera en esa búsqueda, la de (re)encontrarse con su propio hijo. Hosco, ermitaño, misógino, violento, amargado, Visconti es como el compendio integral del personaje frustrado y negativo. En una primera apariencia, el disparador de la desaparición puede haber sido la fuga de Dany frente a un hogar expulsivo y poco contenedor: un padre ausente por un viaje de trabajo, una madre sobrepasada por la situación y una hermana con síndrome de Down. Pero a medida que la investigación avanza nada es tan simple como parecía y todo se va sumergiendo en un clima sumamente enrarecido. Justamente cuando se cruce en el medio de la investigación, el Sr. Yann Bellaile, hay un primer giro fuerte en el clima, en el tono del film y en la propia trama. Romain Duris encarna a Bellaile, un profesor de literatura, aspirante a escritor, que no solamente es el vecino de la familia sino que además ha sido el maestro particular de Dany y se ha relacionado con él con un afecto muy especial. Esta desaparición lo altera completamente, lo obsesiona y modifica incluso el vínculo con su esposa (Elodie Bouchez, precisamente la protagonista de “La vida privada de los ángeles”) pero por sobre todo, lo pone en el ojo de la tormenta, constituyéndolo en el principal sospechoso de la investigación de Visconti. Pero justamente “SIN DEJAR HUELLAS” es una película que más allá de apoyarse en ambientes sombríos y personajes desagradablemente oscuros, apunta a sorprender con los repentinos “twists” que da la trama y es por eso, que uno rápidamente entiende, que obviamente nada será lo que parezca a primera vista. Zonka justamente parece mucho más preocupado en que esos giros sean efectistas y logren sorprender al espectador, que en construir un relato fluido y dinámico a través de las casi dos horas de proyección. Así como el tono general es sumamente irregular, con momentos muy logrados mezclados con otros completamente convencionales (en el peor sentido de la palabra), también el trío protagónico parece transmitir lo mismo con sus actuaciones. El excelente Romain Duris (a quien vimos, entre otros tantos trabajos, en la trilogía de “Piso Compartido” de Klapisch, fue el travesti de “Une nouvelle amie” de Ozon, dirigido por Audiard en “El latido de mi corazón” y nominado cinco veces al premio César) trabaja su personaje demasiado cargado de guiños y mohines. Una composición más exterior que interior para dar vida a un personaje que de esa manera genera la confusión que el relato necesita para sembrar “falsas pistas” y entrar en el juego que el género propone. Vincent Cassell, otro gran actor, recurre en forma permanente al estereotipo y su Visconti se presenta como un cúmulo de lugares comunes y convenciones. Es obvio que Cassell tiene el talento necesario para que brille su personaje, pero sin embargo descansa en su vestuario harapiento, en su desprolijidad exterior, en la crispada violencia a flor de piel para dejarnos con ganas de haber visto un trabajo que recurriera más a su capacidad de sutileza y sin tanta obviedad manifiesta. Quien parece hacer entendido perfectamente el significado de ese rio negro que atraviesa el alma de los personajes (apelando al título original “Fleuve Noir”) es Sandrine Kiberlain. Algunos la recordarán por su delicado trabajo en “Un affaire d´amour – Mademoiselle Chambon” de Stéphane Brizé o como Simone de Beauvoir en “Violette”, otros por sus comedias como “Las mujeres del sexto piso” o la jueza de “9 mois fermé” y es quien ha brillado a las órdenes de Alain Resnais, Serge Bozon o Maïwen. Una actriz que ha dado muestras suficientes de su ductilidad y su poder interpretativo, se carga la película al hombro y en solo tres o cuatro escenas contundentes y en un final en el que cierra perfectamente la perversidad de su personaje, Kiberlain hace la gran diferencia de “SIN DEJAR HUELLA”. Zonca sabe perfectamente cómo filmar un buen producto y si bien no hay grandes aciertos, tampoco hay errores notorios. La película navega entre el producto de género bien hecho y el pretendido cine de autor, sin tocar ninguna orilla. El resultado final mejora con un último giro de la trama completamente efectivo y con dos actores (Kiberlain logra opacarlo a Cassel aunque parezca imposible) que potencian el texto, generando muchísimo más impacto del que propio texto propone.
Pierre Morel, el director de “Taken / Búsqueda Implacable” con Liam Neeson y “The Gunman” con Sean Pean e Idris Elba, intenta repetir un esquema que le ha rendido sus frutos y que domina a la perfección y puede seguir sin ningún esfuerzo. En este caso, cambia la figura central del hombre común implicado en circunstancias especiales por la de una mujer, madre de familia que busca cobrar venganza por un crimen que destruyó su familia y que no logró encontrar eco en la justicia. Y para ello cuenta con el protagónico absoluto de Jennifer Garner, una actriz que construyó su carrera a dos aguas entre películas dramáticas y lacrimógenas como “La extraña vida de Timothy Green” “Directo al corazón” o “Yo soy Simón”, algunas comedias blancas como “Si tuviera 30” “Los fantasmas de mi ex” y “Día de los enamorados” y su perfil de heroína de acción. “MATAR O MORIR – PEPPERMINT” remite a sus trabajos en “Elektra” “Daredevil” o fundamentalmente en su papel protagónico en la serie “Alias” en donde Garner se pone ahora en la piel de Riley North, madre de familia y empleada en un banco, que deberá hacer justicia por mano propia. Por una mala información, un vengativo narcotraficante vinculado con el que su marido ha estado vinculado, intenta eliminar a toda la familia, pero cometiendo un error, deja a Riley con vida. Obviamente debido a las importantes vinculaciones e influencias que este mafioso tiene, la Justicia fallará a su favor y dejará a Riley completamente desposeída y con sed de venganza para ajusticiar el asesinato de su hija. El problema fundamental con el que se topa “PEPPERMINT” a los pocos minutos de planteada la historia es el de lidiar con un caso contado miles de veces y que por lo tanto, no tiene nada nuevo que aportar. En esta ocasión, Morel tampoco cuenta con la ayuda en el guion de Luc Besson como la tuvo en otras ocasiones y por lo tanto no logra escaparse de una estructura sumamente previsible que no brinda ningún elemento sorpresivo ni novedoso sino, que por el contrario, no se aparta de la fórmula más tradicional del género y transita absolutamente todos y cada uno de los estereotipos que se presuponen para este tipo de producto. Es así como Riley de la noche a la mañana, pasa –sin ningún tipo de arco dramático- de madre adorable a asesina a sangre fría, súper entrenada y que no le tema a nada. Se enfrenta sin que le tiemble el pulso a los narcotraficantes más pesados, no dudará en lidiar con ninguno de sus enemigos para eliminarlos de las formas más crueles. Todo comenzará cuando se cumplan cinco años del asesinato de su hija y Riley comience a eliminar a sus adversarios como si se tratara de una competencia dentro de un video juego, uno por uno, ella contra todos y sola contra el mundo. Ninguno de los elementos que plantea Morel en su nuevo filme logra el atractivo que los fanáticos suelen esperar en una película de género: la repetición y los lugares comunes se hacen presentes en las escenas de acción que tampoco aportan nada demasiado novedoso pero Garner, de todos modos, le pone garra y actitud intentando salvar la película del naufragio. Seguramente nadie que compre su entrada para ver “MATAR O MORIR – PEPPERMINT” está esperando que la historia gane un Oscar al mejor guion original, pero si, quizás, que se les caiga alguna nueva idea y que no se queden atrincherados en la zona de confort, repitiendo la receta de miles de productos ya vistos.
Florencia Mujica, realizadora, guionista y montajista, con una amplia experiencia dentro del campo documental y particularmente interesada dentro de la problemática de género, de suma actualidad, encuentra en “IMPUROS” una manera de abordar estos temas urgentes desde la óptica de la historia reciente y sus implicancias sociales en nuestro país. Entre 1880 y 1930 Argentina recibe un caudal inmigratorio europeo de gran importancia. Es el puerto de Buenos Aires un punto neurálgico en donde desembarcan día a día miles de familias que deciden instalarse en nuestro país huyendo del fantasma de la guerra y el hambre. En este contexto un grupo de proxenetas judíos-polacos ingresan a nuestro país y tras la fachada de la “Asociación de Socorros Mutuos Varsovia” se instala una eficaz red para traficar mujeres desde Polonia –las cuales venían a nuestro país engañadas con promesas de dinero y matrimonio- y generar una red de prostíbulos que fue ganando terreno, provocando la indignación de miembros de la comunidad judía que expulsa a estos rufianes bajo el mote de “impuros”. Esta organización de trata de mujeres instaurada casi legalmente en nuestro país con la connivencia del poder político y policial de aquel entonces –dando una especie de marco legal y regulación-, tuvo fuertes implicancias sociales dado que mediante el poder económico y los ingresos que generaba esta actividad, los traficantes intentaron ascender socialmente y, de una manera u otra, ingresar con estas mujeres esclavizadas y violentadas dentro de la sociedad de la época, naturalizando cada vez más su actividad. Lo más potente que saca a la luz el documental “IMPUROS” es el hallazgo de cartas con denuncias y pedidos de auxilio, escritas por estas mujeres que eran alquiladas, vendidas y hasta subastadas. El material de archivo que hoy se encuentra en Tel Aviv va desenmascarando, junto con testimonios de investigadores, historiadores y nietos de inmigrantes judíos, cómo esta red fue ganando espacios en puntos claves de la sociedad de la época como el teatro y espectáculos de convocatoria social, sus intentos de ingreso en el cementerio o el tratamiento del tema de la salud y las condiciones que debían enfrentar con el tema de las enfermedades de transmisión sexual. Esos registros, cartas y recuerdos de este pasado reciente, toman fuerza y mayor cuerpo en la voz de Sonia Sánchez, sobreviviente de la prostitución, escritora, activista y una verdadera referente en el campo de la militancia feminista (y más en particular contra la trata de personas) que hace que todo el material cobre sentido en el presente. Si bien el documental de Florencia Mujica y Daniel Najenson guarda una estructura clásica, los elementos sobresalientes son la banda de sonido nutrida con canciones relacionadas con la cultura judía y ese puente que se instala gracias a Sonia Sánchez entre el presente y estos hechos del pasado que aún hoy pretenden quedar sepultados en el silencio y el olvido. “IMPUROS” expone y le otorga una voz potente a una historia acallada, la de esas mujeres que han sido sexualmente explotadas y que aún hoy siguen enterradas en tumbas sin lápidas, sin ser identificadas, sumidas en el olvido, el señalamiento social y el profundo silencio.
“KONSTRUKTION ARGENTINA” se plantea como la investigación de un joven arquitecto radicado en Buenos Aires, en donde explora y profundiza sobre la relación entre Walter Gropius (arquitecto, urbanista y diseñador alemán fundador de la Bauhaus) y su paso por la Argentina. Casi coincidentemente con el centenario de la Fundación de la Bauhaus que sucederá el próximo mes de Abril de 2019, “KONSTRUKTION ARGENTINA” es un documental que muestra en toda su plenitud a este movimiento controversial dentro del diseño moderno, con aires de vanguardia y con un notable espíritu de cambio que ha intentado instalar una concepción completamente diferente dentro del diseño, planteándolo de una forma rupturista e innovadora. Este lazo estrecho entre el movimiento alemán y la arquitectura en nuestro país se muestra en el film de Federico Molnar a través de un tour por Buenos Aires y por otras ciudades de nuestro país como Mar del Plata o la Ciudad de La Plata, trazando un paralelo permanente entre los edificios que se construyeron en nuestro país a fines de los años ’60 y aquellos en Alemania, que comparten un estilo y una concepción absolutamente particular e inconfundible. Entre tantas otras cosas, la Bauhaus planteó temas no sólo de diseño y arquitectura sino que como movimiento de izquierda, abordó también la fusión entre las ciencias y las artes y trazó nuevas concepciones de la vida social como por ejemplo: cambios pedagógicos en las escuelas y una mirada nueva a los talleres y productos provenientes de la artesanía. El director de los premiados documentales “Mundo Alas” y “Renum Novarum” y de “Showroom” dentro de sus trabajos de ficción, nos lleva de la mano por un interesante recorrido por notables y conocidos edificios de nuestra ciudad de forma tal de sentirnos extranjeros en nuestra propia ciudad y poder agudizar la observación y percibir ciertos detalles que nos sorprenderán contundentemente en la comparación con la construcción típicamente alemana. Es así como recorremos con un inusitado nivel de detalle, entre otros, el Edificio Comega, el Hospital Churruca o el famoso Mercado de la Armonía. Nos presenta además la Casa Central del Banco de la Nación Argentina sita a apenas unos pocos metros de Plaza de Mayo, en donde descubrimos, entre otras cosas de sumo interés, un trabajo de diseño vanguardista y una de las cúpulas más preciadas de América Latina. No solamente la Ciudad de Buenos Aires presenta una innumerable cantidad de edificios que están totalmente cooptados por este espíritu sino que una de las ciudades más “invadidas” por la Bauhaus ha sido la ciudad de La Plata en donde la mayoría de los edificios políticos, el Palacio de Justicia y hasta el Museo de Ciencias Naturales tienen claras e indudables influencias de este movimiento. Comparar el trazado de la ciudad de La Plata con la Isla de los Museos de Berlín o la sorprendente similitud de algunas estaciones del Subte A con el antiguo subte de Berlín, resultan sólo algunos de los ejemplos más interesantes de la enorme influencia que, hoy por hoy, sin una mirada aguda y entrenada, quizás pasen desapercibidos. Para quienes pasamos por la puerta del Edificio ACA de Avda. del Libertador, por ejemplo, sin darle la importancia que ese edificio tiene como un bastión de un diseño completamente innovador que la cámara incluso nos muestra desde arriba para mejor apreciación, que pasa desapercibido a nuestro ojo de porteño ocupado de otras cosas “más importantes”. “KONSTRUKTION ARGENTINA” invita entonces a esa observación minuciosa y detallada de todas estas obras arquitectónicas como quien observa en un museo, a mirar con otros ojos y con esa admiración que despierta una verdadera obra de arte. Finaliza el recorrido en la ciudad de Mar del Plata donde el Hotel Provincial, el Casino y la Rambla más conocida de la ciudad están inundados del aire Bauhaus, casi sin que nosotros lo sepamos. Este “tour de arquitectura” guiado por la voz en off del investigador, es fascinante, está impecablemente fotografiado e invita a sumergirse en un mundo de formas y colores, de fotos y postales, de esquinas y de edificios, tan cotidianos pero a la vez tan desconocidos. Pero el formato que elige Molnar para construir su documental peca de enciclopedismo y de esa veta didáctica que los nuevos documentales intentan dejar atrás, para que el espectador, en cambio pueda tomar un lugar más activo. En este caso, queda relegado a un rol de escuchar un relato que se asemeja a la audioguía de un buen museo, que se complica un poco más aún por la desafortunada elección de una voz en off marcadamente afectada que hace poco amigable la experiencia a pesar de lo sumamente interesante de la propuesta. Aun cuando el tema sorprende y atrapa en partes iguales, la estructura absolutamente televisiva hace que Molnar no logre un producto cinematográficamente valioso y “KONSTRUKTION ARGENTINA” pueda ser entendido finalmente como un documental de élite para un segmento de profesionales relacionados con la arquitectura más que para el público en una sala de cine.
Es una rara avis encontrar en la cartela porteña una película proveniente de Georgia como es el caso de “LA VIDA DE ANNA” con lo cual, su estreno es una curiosidad para cinéfilos y para el público que gusta del llamado cine arte, con producciones más alternativas que las que se exhiben dentro del circuito puramente comercial. Nino Basilia debuta en el largometraje de ficción con la historia de Anna, una madre soltera con un hijo autista que debe tener varios trabajos como para poder subsistir (no solamente trabaja en una fábrica sino que además debe limpiar casas como para poder sostenerse económicamente ante un padre ausente), mantener su pequeño departamento y poder pagar la internación de su hijo. A esto se suma su abuela que parece estar progresivamente perdiendo la cabeza y que, de una manera u otra, también queda a cargo de Anna. La situación social y económica, claramente opresiva, hace que Anna vea como una única solución posible, el tratar de emigrar a los Estados Unidos buscando un horizonte diferente en donde poder reiniciar su vida. Cuando en la Embajada, le denieguen la VISA para que pueda viajar dado que sus ingresos comprobables no son los suficientes para que acepten su solicitud, comenzará un espiral vertiginoso, perdiendo sobre por completo el eje de su presente. Todo lo que suceda a partir de ese momento, ese punto de inflexión, se irá enrareciendo cada vez más. No solamente porque Anna no piensa cambiar de idea y seguirá tomando decisiones equivocadamente -en una notable sucesión de desaciertos-, sino que seguirá obstinadamente urdiendo ese plan a cualquier precio. Tal es su obsesión por emigrar a los Estados Unidos como única salida a su problema, que no medirá riesgos y se involucrará en una forma particularmente ilegal para conseguir la aprobación del trámite. Una película que habla de la desolación de una cierta clase social para salir adelante en un contexto completamente desfavorable, expulsivo y asfixiante. Anna, de todos modos, empeora más aún una situación tomando ciertas decisiones (que por momentos pueden parecer algo incomprensibles) que la ponen en una zona de peligro y de vulnerabilidad cada vez más desesperante. Y allí es cuando crece la propuesta de Basilia al construir un clima de tensión sostenido con el que se transmite esa sensación de peligro en forma permanente, como si se preanunciara una tragedia en cada escena. Ekaterine Demetradze como Anna, es un personaje que está permanentemente presente y no se escapa al ojo de la cámara. Ella lo nutre de esa desesperación, ese tono crispado y exasperante que transmite a puro nervio, sobre todo en las situaciones de máxima tensión entre los personajes, aunque a veces se abuse de ese registro que termina pareciendo un estado natural de la protagonista. Nutriéndose de ese cine que supieron construir como un estilo “novedoso” tanto Ken Loach como los Hermanos Dardenne (novedoso entre comillas porque sabemos que ese movimiento surgido a fines de los noventa abreva directamente del neorrealismo italiano, por citar algún referente) o de las primeras películas de Trapero o Caetano en cuanto a cine nacional; Basilia se juega por un cine social, comprometido, en donde pone la cámara como mero testigo de una realidad insoslayable. El guion acumula situaciones dramáticas, una tras otra, recayendo todas abundantemente sobre el mismo personaje central. De esta forma, no da el mínimo respiro y se crea una situación de saturación que no beneficia al relato. Anna toma algunas decisiones tan poco comprensibles que se hace casi imposible empatizar con el personaje (quizás sea justamente la decisión del director de crear ese “rechazo” por parte del espectador). Asimismo, algunas subtramas que tienen una importancia central en la historia, como el vínculo con su hijo autista (una desacertada elección de casting) o sus vínculos amorosos, quedan tratados con cierta superficialidad, con una rara liviandad en donde parece que el guionista hubiese querido desembarazarse del desarrollo y dejarlos librados al azar. Así y todo “LA VIDA DE ANNA” pinta fielmente el retrato de una época sin horizontes, de completa desesperanza, desasosiego y soledad, y lo hace con herramientas nobles y con un tono honesto y comprometido.