Grandes directores han usado de manera provocadora el sexo explícito en su cine. De alguna u otra manera, aún en los tiempos que corren, sigue resultando transgresor que algunos laureados directores incluyan escenas de sexo explícito en sus nuevas películas. Tal es el caso de “Shame” de Steve Mc Queen con Michael Fassbender, “The Brown Bunny” de Vincent Gallo, Michael Winterbottom en “Nueve canciones“ o el de Lars von Trier con “Ninfómana“, sólo por citar algunos ejemplos. El resultado y el riesgo fue dependiendo de cada director en particular, obteniéndose resultados absolutamente disímiles y con apuestas estéticas que van desde lograr una mayor intimidad (como sucede en “La vida de Adèle” de Abdellatif Kechiche), una búsqueda de un lenguaje innovador en el cine (los postulados del Dogma de Lars Von Trier y su trabajo en “Los idiotas”), describir y desarrollar un micromundo en el que se intenta sumergirnos (la osadísima “El desconocido del lago” Alain Guiraudie) o tratar de sacudir e incomodar al espectador, a veces, innecesariamente (el claro y típico ejemplo es “LOVE” de Gaspar Noé en el que inclusive el director usó la técnica de 3D). En la nueva película de Albertina Carri, “LAS HIJAS DEL FUEGO“, la premiada directora, redobla la apuesta. Usando a la protagonista principal como su propio alter ego, la historia se centra en la búsqueda interna de una directora de cine frente a su nueva obra. Después de haber estado un tiempo en la Antártida, regresa a Ushuaia y se reencuentra con su pareja, con quien finalmente toma la decisión de que su próximo proyecto será una película porno. Y así resulta que “LAS HIJAS DEL FUEGO” tiene una mezcla de road movie lésbica, viaje iniciático y película porno a la vez. Partiendo de este planteo inicial, Carri intenta reflexionar y redefinir el porno justamente en la era del posporno y para esto no hay mejor ejemplo de audacia y transgresión con una mirada de autor sobre este tema, que el reciente documental “Mujer Nómade” de Martín Farina sobre la figura de Esther Diaz. Pero abre, sin embargo, un espacio más afín con su militancia que con lo estrictamente cinematográfico. Y allí se mezclan apuntes sobre el feminismo, sobre la violencia de género y el rol del matriarcado junto con una suerte de ensayo sobre una pornografía de cuerpos reales (la protagonista expresa en su proyecto “El problema no es la representación de los cuerpos, el problema es cómo esos cuerpos se vuelven paisaje ante la cámara”), el espacio para el deseo, el goce y, hasta podríamos decir que aborda de alguna manera, el recientemente mediatizado “poliamor”, generando un efecto de acumulación de temas a los que no se les logra otorgar el espacio de reflexión adecuado. “LAS HIJAS DEL FUEGO” intenta construirse a través del lenguaje del porno más arquetípico y tradicional (diálogos sin demasiado sentido, escenas de sexo unas tras otras sin solución de continuidad, cuerpos fragmentados, primeros planos de vulvas y juguetes sexuales de todo tipo) y en ese sentido la apuesta de Carri es interesante, riesgosa, con toda esa potencia que tiene su cine para plantear nuevas experiencias y asumir nuevos desafíos. Sin embargo, la propuesta se entrampa en sí misma y termina alineándose dentro de los códigos propios del género –esos mismos que pretende criticar, subvertir-, sin el aporte de una mirada femenina y novedosa a esa disyuntiva inicial que tiene la protagonista como cineasta y como mujer. Es así como entonces, las reflexiones mediante el recurso de la voz en off suenan impostadas, sumamente literarias, pretenciosas. La poética, la profundidad y el vuelo de los textos no tienen correlación ni se ve plasmado en las imágenes de los cuerpos que carecen de erotismo y se mueven mecánicamente, con escenas reiteradas, sobreabundantes, agotándose por repetición. En época de una abierta militancia por la diversidad de género, Carri muestra lo ya mostrado, pretende transgredir con algo que respira un aire anacrónico: ya nadie se asombrará por ver a dos mujeres teniendo sexo en pantalla (ni dos, ni tres, ni varias…) por más nivel de detalle que se le intente agregar. Se queda atascada en una situación panfletaria, en una pretensión que no cumple, planteando una teoría cuya hipótesis no llega a demostrar: no logra establecer un nuevo paradigma, un nuevo status quo, que le sea propio y distintivo. Obviamente se reconoce que la cámara de Carri logra crear ambientes inquietantes, sobre todo en una larga la escena final -previa a la polémica última toma-, donde se impone la ambigüedad, un clima onírico y enrarecido que, lamentablemente, no logró sostener a lo largo de todo el relato. Capítulo aparte merecen las participaciones de Erica Rivas y Cristina Banegas en pequeños papeles, con monólogos potentes y desplegando el talento al que ya nos tienen acostumbrados y la de Sofía Gala Castiglione en una de las imágenes más sugestivas del filme. Dos horas de porno lésbico en la Patagonia, para no llegar a ningún nuevo territorio, y lo que es peor aún, para que la propuesta termine respirando un aire “masculino” y violento, de trazo grueso, por momentos burdo: eso mismo de lo que la militancia pretende alejarse. Y sin querer, se para peligrosamente muy cerca.
Después de su ópera prima “El silencio”, donde el eje central era la búsqueda de la identidad a partir de un padre completamente ausente, Arturo Castro Godoy vuelve a hacer foco en los vínculos filiales, en pequeños momentos de intimidad, en saber ahondar en los detalles para ir construyendo el cuerpo de la historia. Ahora, en su segundo film, “AIRE” el centro del relato descansa en Lucía, una madre soltera que vive en una lucha permanente para poder sobreponerse a los diferentes problemas que se le van presentando en la crianza de su hijo, la que además se complejiza porque Mateo es un niño con Asperger. La cámara de Castro Godoy seguirá bien de cerca a Lucía, en el derrotero de un día particular. Después de desayunar y cumplir con la rutina cotidiana de llevar a Mateo al colegio y al poco tiempo de haber iniciado su jornada laboral, recibe un llamado avisándole que su hijo ha sufrido un accidente y que debía pasar a buscarlo por el colegio. Implacablemente, la lente no pierde de vista a ninguno de los movimientos de Lucía y su historia personal, será el vehículo perfecto para que “AIRE” no solamente hable de ese vínculo intenso, íntimo y profundo que se establece en esa comunión que vemos entre Lucía y Tomás. Fundamentalmente, será la base para mostrar –y porque no denunciar- muchos de los problemas que estructuralmente sufrimos como sociedad en los tiempos que corren. Lo que parece un acto tan simple como retirar a su hijo del colegio, se transforma en un impresionante derrotero en el que Lucía, tendrá, entre tantas otras cosas, que lidiar con los resortes de la burocracia y un sistema que parece estar todo el tiempo mirando hacia otro lado, con una mirada completamente desapegada y alejada de toda conexión con el otro. Desde un trabajo completamente precarizado, en donde el trabajador es incluso menos que un número de legajo hasta una institución escolar, que ya desde sus autoridades, se evidencia la simple intención de cumplir la fría letra de la normativa pero sin brindar ninguna contención ni al alumno ni a los padres, todo parece complotar contra los más débiles. Un colegio que contrariamente a una pretendida inclusión, expulsa, señala y diferencia a cualquier chico que signifique un desafío diferente. Un hospital que burocráticamente en vez de dar ayuda, maltrata y estigmatiza al paciente, desoye sus demandas básicas y se suma, como todos los otros eslabones, al leit motiv del “sálvese quien pueda”. Mientras Lucía atraviesa toda la ciudad intentando dar con el paradero de su hijo, trasladándose de un hospital a otro, el guion inteligentemente muestra a través de sus personajes, de las instituciones, o en la radio que suena en un taxi, o en los detalles de los pasillos de un hospital, la crisis por la que nuestro país y nosotros como sociedad, estamos atravesando. Una crisis que en apariencia es económica, pero en realidad es una crisis donde se dejan de lado los valores y aparece la mezquindad con la que nos manejamos socialmente, imbuidos en nuestros problemas y sin poder mirar ni conectarse con ese otro, que en alguna próxima ocasión seremos nosotros mismos. Tanto el guion y la dirección, ambas de Castro Godoy aciertan en la manera de crear un universo absolutamente asfixiante, agobiante y kafkiano, en donde toda la desesperación de la protagonista, se acentúa aún más cuando somos testigos de que la falta de aire por su problema de asma, se agudiza a medida que avanza la historia. La permanente sensación de encrucijada y encierro -aun cuando la gran mayoría de la película está rodada en espacios abiertos- y la pericia con la que se van generando climas perfectos para la historia (sólo podrían mencionarse una situación con uno de los taxistas donde los hechos que suceden no están a la altura del resto de lo que propone el guion, apareciendo como una situación de trazo demasiado grueso) se basan en un guion muy bien estructurado, que en poco más de una hora logra transmitir con asertividad lo que quiere contar. Pero el gran acierto de “AIRE” se basa fundamentalmente en la figura excluyente de Julieta Zylberberg como protagonista absoluta. No podríamos imaginar una mejor Lucía que la de Zylberberg, llena de matices, de pequeños gestos, de furia y sufrimiento contenidos, del padecimiento de esa injusticia que se respira en el aire, de la desesperación y la soledad, de esas personas que el sistema escupe y expulsa quedando completamente desprotegidas y a la intemperie. Desde “La mirada Invisible” hasta “El 5 de Talleres” pasando por “El rey del Once” “Relatos Salvajes” y la reciente “All Inclusive”, Zylberberg demuestra una vez más su enorme talento –brillando tanto en el drama como en la comedia- y su capacidad para hacer que su personaje recorra todas las tonalidades posibles. En breve pero importantes intervenciones, aparecen completando el elenco, María Onetto como su madre y Carlos Belloso como el taxista que la ayudará a llegar al hospital. Una pequeña anécdota, una pequeña historia muy bien contada, para vernos reflejados como sociedad, en medio de esta crisis de valores y de recursos, en donde seguirnos mirando el ombligo parece estar a la orden del día, mientras el mundo a nuestro alrededor se sigue deteriorando. En ese contexto, una madre, aún con el último aliento, seguirá peleando por su amor más grande: su propio hijo.
Néstor Frenkel tiene una larga trayectoria dentro del cine documental y todos aquellos que hayan visto "El gran simulador", "El Mercado" , "Construcción de una ciudad" o la reciente "Los Ganadores", sólo para mencionar algunos ejemplos, saben perfectamente de su particular mirada sobre la realidad. Frenkel tiene el ojo perfectamente entrenado, sagaz e inteligente, para ir encontrando historias novedosas y pintorescos personajes, allí donde no cualquier otro cineasta podría ubicarlos tan exitosamente. Así como Raúl Rossi en el clásico de los ´60 hacía realidad el hecho de que Papa Noel bajara a la tierra, en “TODO EL AÑO ES NAVIDAD”, Frenkel sale en busca de todos aquellos Santa Claus que conviven en nuestra ciudad y que durante todo el mes de Diciembre de cada año, pueblan los shoppings, los desfiles, los sorteos y los eventos comerciales en donde este entrañable personaje se hace presente. Y, después de un riguroso trabajo de casting, conoceremos un poco más en profundidad de la historia de cada uno los que aseguran, sin la menor duda, ser el "verdadero" Papa Noel. Mediante un esquema de entrevistas y fragmentos de sus historias personales, iremos conociendo más datos sobre sus vidas, sus familias, sus ocupaciones, de qué trabajan durante el resto del año, sus sueños, sus anhelos: Frenkel los humaniza y hace que de un mundo de ilusión, pasen a tener vida propia, más allá del disfraz. Tienen en común, todos los elementos típicos de la figura icónica navideña. Los une el cabello y la barba blanca (hay uno de ellos que tiene un riguroso trabajo de horas de peluquería para mantenerla impecablemente blanca), el traje rojo, la panza, la bolsa llena de regalos. Pero se diferencian, y he ahí quizás el rasgo más interesante, por sus historias de vida tan heterogéneas. Desde los que están más emparentados con el mundo de la publicidad, hasta el que vende en las ferias artesanales los Papá Noel de cerámica de todo tipo –“el más exitoso es el Papá Noel con mate”, subraya-, pasando por el que es plomero y devino en masajista cuando fue a hacer un trabajo de plomería a un instituto en donde daban clases de masajes. Cada uno de ellos tendrá una particularidad que le permita ser singular y diferente frente a los otros barbudos. Algunos son más mundanos (uno de ellos se dedica a llamar año tras año a algunos chicos con los que continúa el contacto), otros son más excéntricos (uno de ellos hace estatuismo –aunque no le parece bien llevarlo a Santa Claus como personaje- y otro ha representado a Papá Noel, a Dios, al Quijote y a un caballero medieval sin solución de continuidad y ha ganado premios internacionales con nuevos proyectos en el exterior). Cada uno de ellos tendrá su posibilidad de lucimiento frente a esa cámara que los despoja, los humaniza, y los describe a través del humor -a veces completamente poco complaciente-, en sus propias realidades. Y como si esto fuese poco, llega a dar con el empresario que provee, distribuye y “regentea” a los Papá Noel por la ciudad, quienes previamente al inicio de la temporada se reúnen y comparten anécdotas laborales, además de darles la bienvenida y el consiguiente “coaching” a los recién llegados que irán forjando experiencia a través de los futuros Diciembres, como un gran grupo de autoayuda navideño. Frenkel logra, una vez más, marcar la diferencia respecto de cualquier otro documentalista. Encuentra, tal como es su estilo, una propuesta completamente novedosa y a través de su particular sentido del humor, logra atravesarla con una mirada que jamás queda exenta de esa ironía que lo caracteriza. Les brinda a sus protagonistas, aquellos quince minutos de fama de los que hablaba Andy Warhol –o un poco más todavía- y a cambio, logra encontrar en cada uno de ellos, una total entrega con la que se enriquece el documental. Sabe poner el ojo en cada detalle, esa mirada inquieta que todo lo ve y todo lo registra. Y es así como en un momento logra imaginar una Buenos Aires invadida por Santa Claus y Papá Noel en todas partes, en uno de los fragmentos más lúdicos del filme. Si bien el "humor Frenkel" está sobrevolando todos sus trabajos, particularmente en el caso de “TODO EL AÑO ES NAVIDAD”, los protagonistas, esos actores- Papá Noel, traen consigo cierta melancolía. Esa tristeza se ve plasmada en el hecho de que durante el mes de Diciembre se enciende una intensa felicidad dentro de sus vidas, para apagarse –al menos un poco- durante los restantes once meses del año en donde dejan el personaje (aunque podríamos plantearnos si es que alguna vez logran efectivamente dejarlo…) y regresan a sus vidas. Esa melancolía subyacente con la que se deconstruye el mito navideño, nos deja un sabor semiamargo, pero rápidamente Frenkel hará maravillas con su material: lo recicla, lo reanima y nos invita a encontrar cada vez más Papá Noel(es) en cada rincón de nuestra ciudad. Simpático, correcto y divertido, "TODO EL AÑO ES NAVIDAD" nos presenta un lado “b”, un detrás de la escena navideña, nutrida por esos pintorescos personajes que se esconden detrás de una barba blanca, bien blanca, gorro con pompón y el típico "jo jo jo" que los hace únicos.
Kevin Kwan es un escritor nacido y criado en Singapur que a los once años emigra a Estados Unidos cumpliendo el sueño de vivir en Nueva York. Amante tanto de Scott Fitzgerald como de Joan Didion, luego de una larga carrera como emprendedor de proyectos visuales, se lanza al mercado editorial en 2013 con su novela debut “Crazy Rich Asians” (“Locamente Millonarios”), iniciando de esta forma una más que exitosa trilogía, a las que siguieron las exitosas “China Rich Girlfriend” (“Novia china Rica”) y “Rich People Problems” (“Problemas de gente rica”). Su pluma filosa describe con mucho humor y con fina ironía las desventuras de la clase alta de Singapur, mezclando de esta forma sus vivencias personales y las de su familia de origen, con la ficción. Y es justamente por eso que “LOCAMENTE MILLONARIOS” respira un aire sumamente genuino: Kwan sabe perfectamente de lo que habla, es la sociedad en la que él se ha criado y que hoy, desde su distancia geográfica, puede mirarla con otro cristal. La historia que propone “LOCAMENTE MILLONARIOS” es más que simple: Nick Young está hace poco más de un año de novio con Rachel Chu, una profesora de matemática de la Universidad, inteligente y atractiva. Ante el casamiento del mejor amigo de Nick en su Singapur natal, ellos deciden emprender el viaje para asistir a ese importante evento y será entonces, la posibilidad de que Rachel conozca a todo su entorno y Nick le presente a su familia. Lo que Rachel desconoce por completo es que su novio es uno de los solteros más codiciados porque justamente pertenece a una de las familias más escandalosamente ricas del país. El guion que adapta este exitosísimo best-seller, está firmado por Peter Chiarelli (quien también hizo el guion de “Nada es lo que parece 2” y “La propuesta” con Sandra Bullock) y Adele Lim y apuesta abiertamente a jugar con todas las recetas ya probadas, a mantenerse en una segura zona de confort en donde la película no logra crecer más allá de sus esquemas. Todo sabrán leer entre líneas que el argumentos plantea una vez más (y van…) la historia arquetípica de niño rico-chica pobre que es la base de cualquier telenovela de la hora de la siesta y que en este caso, no escapará a ninguno de los lugares comunes. Si bien en este caso no hay diferencias intelectuales. Rachel es hija de madre soltera, con buenos valores pero sin el sustento económico ni el contacto social que tiene la familia de Nick, con lo cual desde el momento mismo de la presentación será rechazada por su futura suegra y por sus tías políticas porque no es la novia que se espera para él. ¿Suena conocido? Sin embargo, a favor de “LOCAMENTE MILLONARIOS” podemos decir que su director Jon M Chu, durante dos horas logra imprimir un ritmo que entretiene en todo momento y que como plus, nos regala los paisajes de la imponente Singapur –que visualmente nos quita la respiración y nos dan ganas de unas inmediatas vacaciones en esa ciudad-. Nos hace participar de lujosas fiestas y espiar, en cierto modo, la vida de esos “nuevos ricos” que se mezclan con los verdaderamente millonarios y familias de alcurnia, logrando armar aún en su simpleza y su liviandad, una de las comedias visualmente más lujosas y con un despliegue de producción absolutamente abrumador, típico de las comedias de la época dorada de Hollywood. También es atractiva la mezcla que se da entre una novela filmada de un modo que parece homenajear a las comedias de Doris Day –tan ingenuamente blancas como divertidas y fastuosas- con una historia secundaria –la de la amiga de Rachel que vive en Singapur con quien pactarán un reencuentro- que le permite un tono de comedia delirante al mejor estilo “Que pasó ayer?” y que es donde indudablemente gana fuerza y se despega de la receta arquetípica. Los dos protagonistas tienen la química perfecta para crear el clima de romance con ese toque sumamente naïf y tan necesario más la dosis justa de erotismo apto para todo público. Henry Golding (a quien vemos en otro estreno de la semana “Un pequeño favor”) y Constance Wu se lucen en el tono que sus papeles les proponen para sus personajes, como así también Michelle Yeoh (“El tigre y el dragón” “Kung-Fu Panda”) como la madre de Nick de inmediata enemistad con Rachel, sacando provecho para el lucimiento su costado malvado y Gemma Chan (de próxima aparición en “Capitana Marvel”) quien tiene a su cargo el rol de Astrid, prima de Nick, una modelo multimillonaria que se ha casado también con el hombre socialmente equivocado que es una de las historias secundarias del filme. Pero sin dudas la familia de Peik, la amiga de Rachel, es la que más llamará la atención porque es en donde “LOCAMENTE MILLONARIOS” logra hacer reír con diálogos chispeantes, situaciones bordeando el delirio y sobre todo, con el retrato de una familia que no puede negar pertenecer a esa raza denominada “nuevos ricos” que exudan mal gusto, pésimos modales, delirios de grandeza y una estética tremendamente kitsch –con un tono digno del Miami de Ricardo Fort- pero que son, al mismo tiempo, profundamente queribles. Allí se lucen Awkwafina (de “Ocean’s 8: las estafadoras”) como Peik, su hermano (mezcla de “freak” y nerd estilo asiático) y Ken Jeong (estrella de la saga “Qué paso ayer?”) como el pater familia. Una nueva versión de clásica historia de la chica pobre convertida en princesa, en tono moderno y con un elenco asiático en su totalidad, con un infrecuente esfuerzo de producción, que se presenta como el camino exacto para ganar nuevos mercados (no casualmente algunos segmentos de la historia respiran un aroma a las producciones de Bollywood que convocan multitudes en la taquilla) y volver a las fuentes, a esas comedias blancas y familiares que fueron y siguen siendo una clásica fuente de entretenimiento en estado puro.
Despegado de su carrera que suscribió anteriormente como Hughes Brothers (iniciados con un cine inscripto dentro de la corriente afroamericana con “Menace II Society” y “Dead Presidents” y luego filmaron la versión de Johnny Depp de Jack el Destripador en “Desde el Infierno”), Albert Hughes emprende con “ALFA” su primer trabajo de ficción, dirigido ya sin la compañía de su hermano Allen. Viajamos en el tiempo y la historia se centra en Europa, hace más de 20.000 años en pleno Paleolítico: época de glaciaciones y pinturas rupestres, de armas de piedra pulida y de cacería para la supervivencia. Justamente de estos rituales de cacería y de los ritos de iniciación dentro de la tribu será de lo que se ocupe toda la primera parte del filme – que se toma quizás demasiado tiempo- en donde fundamentalmente se hará la presentación de los personajes. En uno de esos viajes para conseguir provisiones, Keda (Kodi Smith-Mc Phee) resulta herido durante una cacería cuando un bisonte estepario lo arroja a un precipicio y sus compañeros de expedición, presencian el hecho fatal y lo dan por muerto. Todos se marchan con la tristeza de haber perdido a su compañero, pero en realidad Keda despertará pasadas unas horas y se encontrará sólo con la compañía de un lobo. Juntos entablarán un vínculo sumamente particular que será el eje principal de toda la historia sobre dos “rivales” que no tienen más alternativa que entenderse dentro de ese medio tan hostil para lograr la supervivencia de ambos. Lo más atractivo de “ALFA” es, en principio, la delicada fotografía con la que se retratan paisajes nevados y estepas completamente inhóspitas por donde Keda y su amigo lobo intentarán emprender el regreso a casa. Hughes basa fundamentalmente toda su película en esta simbiosis entre joven y lobo que en un principio es áspera y agresiva hasta que el lobo va dejándose domesticar por Keda y va modificándose su relación hasta convertirse en un vínculo profundo y entrañable. Como puntos fuertes se puede mencionar la bellísima fotografía de Martin Gschlacht, la puesta en escena para la reconstrucción de época y las locaciones elegidas (hermosos paisajes canadienses) que son los elementos que permiten lograr el clima adecuado para relatar la historia y que podamos sentirnos parte de ella, sumadas a la innovadora decisión de filmar los diálogos en un dialecto primitivo que favorece aún más que se genere el tono acorde al relato. Pero por otro lado, encontramos que la historia que se pretende contar tiene demasiados baches narrativos, un formato excesivamente televisivo y que gran parte de la película se narra excluyentemente desde la imagen y con escasos diálogos, elementos que sumados a la hostilidad del paisaje hacen que el espectador pueda ir perdiendo interés o sentir que a la historia le falta fuerza y que la lentitud con la que se relata no favorece en absoluto al resultado final. Además, aunque no son perfectamente comparables, “ALFA” cuenta con la desventaja de que existen en el historial de cualquier cinéfilo, otros trabajos en donde se había innovado sobre el tema y se habían construido propuestas novedosas como lo fueron oportunamente “La guerra del fuego” de Jean-Jacques Annaud o “El clan del Oso Cavernario” basada en la famosa novela adaptada por John Sayles e inclusive la producción “pochoclera” de Roland Emmerich “10000 A.C.”. Un periodo histórico que inclusive ha sido utilizado para la comedia como Ringo Starr y Barbara Bach en “El Cavernícola” o las producciones de animación con los famosos “Los Picapiedras”, la saga de “La Era de Hielo” o el notable trabajo en stop-motion de Nick Park “Early Man: el cavernícola” o el referente a “Colmillo Blanco” desde la literatura. En el caso de “ALFA” el pulso del relato es demasiado moroso y previsible sin que aporte nada demasiado nuevo a todo lo ya visto. Aun cuando la estética y la propuesta visual del filme son interesantes y cuenta con un minucioso trabajo de producción, el guion nunca levanta demasiado vuelo y lo que es aún más grave, no logra emocionar. Se lo percibe siempre frío y distante lo que la transforma en una especie de híbrido que decepciona tanto a los que buscan una historia más épica y con más escenas de aventuras como a aquellos que apuestan encontrar una historia emotiva sobre este vínculo de estos dos seres abandonados a su suerte en la desolación absoluta en donde nace esta idea de amistad entre humanos y cachorros.
Martin Farina, director de “Fullboy” y “El hombre de Paso Piedra” y codirector de “Taekwondo” se lanza a una nueva aventura documental, “MUJER NOMADE” en donde emprende un retrato exhaustivo de Esther Díaz, Doctora en Filosofía, ensayista, epistemóloga y autora de varios libros sobre una notable diversidad de temas que van desde el pensamiento de Foucault, Deleuze y la epistemología, a otros que pareciesen estar en las antípodas como la sexualidad y el poder, la violencia de género, la posmodernidad y la posciencia. Con este abanico de temas indagados por Díaz, sumados a su magnética y huracanada personalidad, es imposible resistirse a la tentación que propone Farina de ir indagando más y más hasta el punto de convertirse en un voyeur de los momentos privados y pensamientos más íntimos de esta filósofa contemporánea. Farina propone un viaje en donde no solamente nos sumergimos en la vida profesional sino también en la vida personal de Esther Díaz y la complicidad que logra con su cámara es de una potencia tal que su personaje se entrega en voz, en cuerpo y en alma. Esta simbiosis perfecta entre director y la personalidad retratada, hace de este registro documental un trabajo tan intenso como atractivo. Pero si tuviésemos que definir a este nuevo documental de Martín Farina con una sola palabra, sin lugar a dudas, la palabra ideal para describirlo es AUDAZ. Partiendo de una pregunta sobre el modo en que la filosofía puede atravesar el cuerpo, el recorrido quedará vinculado a cuestiones de la sexualidad y el placer dominantes en una cultura patriarcal e introducirá el interesante concepto desde la perspectiva del posporno. Una mujer que ha cumplido con lo que dictaba su deseo dentro de un mundo netamente masculino (padre, parejas, esposo, amantes, colegas académicos) que no ha llegado a doblegarla: una mujer nómade en la búsqueda de su propio territorio. Es así como somos testigos de confesiones profundamente personales sobre hechos tan contundentes como el vínculo con sus hijos, las drogas, sobredosis, el lenguaje de los cuerpos, el sexo, el deseo. También abordará sin tapujos la idea de la vejez, la muerte, las pérdidas, el deseo, el contacto con el suicidio y el desamor, interpretados por algunos estudiosos de su obra como el precio que a veces debe pagarse, por la transgresión de las normas impuestas. La narración en primera persona de situaciones completamente límites, abordadas sin tapujos, claramente y absolutamente despojadas de cualquier prejuicio, hace que el material con el que Farina va trabajando su tercera película, crezca a medida que la figura de Esther Díaz va rompiendo barreras. Ella puede hablar de cualquiera de estos temas por los que ha atravesado, protagonizando cada hecho sin la menor victimización, siendo dueña de su experiencia vital y sin buscar la conmiseración ni la indulgencia. Lo que potencia más aún el trabajo de Farina es el hilo sutil que divide el documental de la forma de docuficción, y mientras se van “confundiendo” ambos territorios, es donde se enriquece aún más el material y se agiganta, jugando en forma permanente con ese límite difuso y desafiante. Lo dicho en la propia voz de la protagonista -jugando generalmente como una voz fuera de campo que va acompañando, relatando y potenciando las imágenes- enhebra minuciosamente las diferentes capas que se quieren ir descubriendo, hasta lograr una intimidad inusitada, atrevida, despojada, inteligente y carnal. Completa. Es así como el registro documental se vuelve una experiencia intransferible. Audaz, una sola palabra que vuelve a resumirlo todo.
Este año sin lugar a dudas es el año donde comenzaron a mostrarse las producciones más independientes provenientes desde diferentes puntos del interior de nuestro país. En esta semana se está estrenando la marplatense “El tiempo compartido”, de Misiones vimos “Los Vagos” y del movimiento que se da en llamar “el nuevo cine cordobés” –a pesar de que hay notas periodísticas que dan cuenta de este fenómeno cinéfilo desde el 2012- ya se estrenaron las interesantes “Casa Propia” de Rosendo Ruiz e “Instrucciones para flotar un muerto”, como ya había brillado oportunamente el cine de Mariano Luque con “Salsipuedes” u “Otra Madre”. Sumado a esto y en el terreno del documental pronto tendremos el estreno de “El silencio es un cuerpo que cae” el documental de Agustina Comedi que trabaja con precisión la dualidad entre lo público y lo privado indagando en la historia familiar. Ahora es el turno de “LA CASA DEL ECO”, ópera prima del director cordobés Hugo Curletto que se distancia del pelotón de películas mencionadas anteriormente porque no se basa ni en el naturalismo ni en el costumbrismo sino que apuesta, con sumo riesgo, a una película de señales, de símbolos, un rompecabezas para que el espectador vaya completándolo con su propia mirada o sencillamente, dejándose llevar por esa idea de “huecos” o de “vacío”. El protagonista de la historia es Alejo, un joven arquitecto al que le suceden dos hechos casi sincrónicos que sacuden completamente el equilibrio sobre el que transita sus días. Primeramente, un derrumbe de una pared en la obra donde trabaja y luego, como regalo de cumpleaños, su padre le obsequia la escritura de un terreno con pinos, ligado a su historia familiar. Quizás como vía de escape de su trabajo por el accidente ocurrido, quizás con un sentido de búsqueda interna en base a la relación con su padre, Alejo siente la pulsión de emprender un viaje y rastrear la ubicación de ese terreno. Los guiará en esta aventura un lugareño que le alquilará unos caballos y los acompañará en el camino. Durante ese trayecto, el problema del trastorno de sueño que sufre Alejo se hará progresivamente más y más grave, situación clave para el desarrollo de las ideas más potentes de la película. “LA CASA DEL ECO” mezcla en forma permanente y con una narración sin ninguna cronología, sueño y realidad. Ambientes oníricos con ambientes reales y entre ellos se dirimen, por un lado, las ganas de Alejo de ser padre mientras que su pareja se resiste permanentementecuando en otros momentos vemos su vínculo con una niña –Elena- a la que asumimos como su hija (¿idea fantasmática? ¿o real? ¿O anhelo futuro?). Lo interesante del planteo de Curletto –en su doble rol de director y guionista- es que justamente será el espectador quien deba darle una lectura propia a lo que les sucede a los personajes. Nada esta explicitado, pero tampoco ninguno de los datos es azaroso, aunque por momentos la falta total de pistas pueda resentir a aquel espectador que necesite más concreciones. Así encontramos a ese pinar como punto necesario de llegada y de marcación territorial (intima y exterior al mismo tiempo) y el planteo de la casa como lugar de refugio y de contención. Justamente Alejo ha ganado un concurso diseñando la casa que da título a la película. Una casa en donde en escala reducida se ha logrado generar el eco, escuchar la propia voz, repetirse al infinito: reverberar. Reverberar en el vacío, en ese mismo vacío existencial por el que atraviesa Alejo. El bosque es el lugar de refugio pero es a la vez el lugar donde los pinos desprenden una toxina, una oruga es crisálida pero al mismo tiempo es veneno, el médico que ayuda a Alejo en su terapia del sueño es quien a su vez le habla de una mujer y un accidente. Así, haciéndose eco unas escenas de otras, Curletto arma una película inquietante, por momentos perturbadora, donde se mezclan los tiempos y la narración nos confunde. ¿Qué es realidad y qué es sueño? ¿Cuándo es “ahora” y cuándo es “ayer” o “mañana”?. Parte del logro de narrar estos dos mundos paralelos es gracias al impecable trabajo de Gerardo Otero (Alejo), un actor que ahora muestra su ductilidad en el cine, después de una exitosa carrera teatral con trabajos como “Red” junto a Julio Chávez, “Tribus” junto a Patricio Contreras y Victoria Almeida, pero fundamentalmente por las demoledoras “Tebasland” y “La ira de Narciso” dirigidas por Corina Fiorillo. Guadalupe Docampo entrega, en casa una de sus facetas, una composición fuerte y llena de matices, formando una excelente pareja con Otero. Los rubros técnicos y la estética general del filme hablan de un producto sumamente cuidado y generando los climas necesarios (musicalización, fotografía, diseño de arte) para que “LA CASA DEL ECO” sea una propuesta diferente para aquellos espectadores que disfruten de tomar riesgos.
Todo lo que sabemos de Anna es que es una niña que ha sido criada en el encierro, al cuidado de un hombre sumamente misterioso al que identifica como su padre. En un vínculo particular, extrañamente perturbador, que rápidamente nos hace acordar a la historia de cautiverio de la ganadora del Oscar “The Room”. Anna crece no solamente privada de su libertad sino que su “carcelero” ha hecho todo lo posible para que ella no tenga ningún elemento para poder conocer algún dato sobre sus orígenes ni sienta la necesidad de salir al exterior. Para cumplir con su objetivo, Daddy ha pasado las noches sembrándole el pánico, contándole historias sobre criaturas de dientes afilados y garras puntiagudas que deambulan por el bosque al acecho de niños que terminarán comiéndose: los Wildlings. Un hecho trágico hará que Anna quede al cuidado de la agente Ellen Champney en quien encontrará contención frente al hecho ocurrido y además representará para ella un hogar temporario: será el principio de comenzar a ejercitar su libertad, asistir a clases en un colegio y poder relacionarse con sus pares y fundamentalmente entablar un vínculo con el hermano de Ellen, Lawrence, por quien se sentirá sexualmente atraída. Lo atractivo en “CRIATURAS NOCTURNAS” son los giros permanentes que va dando la trama, y aunque para los conocedores del género, en algunos casos resulten algo previsibles, lo interesante es que la película va mutando en los climas y en su propuesta, sin perder el concepto de cine de género en donde se instala. En un primer momento, será importante reflejar el a Anna en esta nueva etapa de descubrimiento de la libertad, que ocurre además en plena adolescencia lo que juega como una especie de “coming of age” en ese doble tránsito que hará la protagonista –de niña a mujer, de prisión a libertad-. Pero apenas la historia instale a Anna en su nueva vida, rápidamente aparecerán los cambios tanto psicológicos como físicos, mientras vaya descubriendo ciertas pulsiones que la habitan y que irán develando su verdadera identidad, su verdadero origen. Fritz Böhm construye un filme con un ritmo que no decae en ningún momento y que logra crear un clima enrarecido y un suspenso creciente. Claro está, que dentro del género hay ciertos cánones a seguir y ciertas reglas a las que Böhm se atiene estrictamente, por lo que a los fanáticos del género puede parecerles que esta historia ya ha sido contada cientos de veces y que el director, en un envoltorio visualmente atractivo, no presenta ninguna otra idea novedosa. Por el contrario, para aquellos que no fanatizan con el cine estrictamente de terror, “CRIATURAS NOCTURNAS” puede parecer un acercamiento interesante al mundo interno de Anna y su descubrimiento en la criatura que ella desconocía ser. Visualmente muy atractiva y con buenos efectos especiales, la solidez que puede entregar esta ópera prima, reside particularmente en la elección de Bel Powley como su protagonista excluyente. La actriz de enormes ojos celestes, que brilló en “Diary of a teenage Gil” y en la comedia “Carrie Philby”, muestra una nueva faceta y da cuenta de que puede imponer su presencia en la pantalla. Brad Dourif como Daddy, desde su aparición hace ya más de cuarenta años en “Atrapado sin Salida”, vuelve a entregarse a un personaje desequilibrado, al que nos tiene acostumbrados y que genera, sobre todo en la primera parte del film, el clima necesario para instalar la historia. Liv Tyler como Ellen, la agente de policía que intentará rescatarla, luce demasiado acartonada y no logra encontrarle resolución a su personaje. Un papel que no conviene develar, para aquellos espectadores que todavía puedan asombrarse si no son fanáticos del género, le da a James Le Gros una buena posibilidad de lucimiento. Y en definitiva, a la propia “CRIATURAS NOCTURNAS”, el vehículo para sumirse en algunas escenas que bordean lo onírico, lo fantástico y un clima particular en donde Anna descubrirá que las historias de los Wildlings que le contaban de pequeña, no estaban tan alejadas de la realidad. Y para cuando esto le haya sido revelado, su cambio más profundo, ya ha sido (casi) completado.
El complejo camino de la búsqueda de una identidad sexual ha sido abordado en múltiples ocasiones en el cine. Pero claramente “MARILYN” no es una más de la lista. Así como Dolan rompió algunos esquemas con “Laurence Anyways” y su protagonista travestido, la ópera prima de Martín Rodríguez Redondo encuentra también algunos puntos de contacto con “Tomboy” de Céline Sciamma y la formidable “Ma vie en rosa” de Alain Berliner, asumiendo enteramente el riesgo de abordar una temática muy poco frecuentada en el cine nacional, logrando aportar una nueva mirada. El trabajo es aún más complejo, más osado y más valiente, y ese riesgo se multiplica cuando Rodríguez Redondo logra mezclar en partes iguales, elementos de una historia “coming of age”, una película enmarcada dentro del cine LGBTIQ y un relato basado en hechos reales. Conviene ser espectador de “MARILYN” teniendo la menor cantidad de información posible sobre los sucesos ocurridos, y disfrutar de cómo Rodríguez Redondo va estructurando el relato de forma tal de sumergirnos en la historia de Marcos, develando capa sobre capa y construyendo la complejidad de su personaje al ir enhebrando pequeños momentos y situaciones familiares que van actuando por acumulación. Marcos es un adolescente que vive junto con sus padres y su hermano mayor en una estancia de la Provincia de Buenos Aires. Mientras el padre y el hermano se dedican a las tareas más pesadas en el campo, Marcos suele pasar la mayor parte de su tiempo acompañando a su madre, participando ya sea activamente o en silencio, dentro de ese universo donde comparten ciertas tareas hogareñas y pasan juntos todas las tardes. La ayuda con un dobladillo, ocasionalmente intervienen las amigas de su madre, eligen bijouterie o le ayuda a preparar alguna comida. De a poco y muy lentamente algunas escenas nos permiten ir descubriendo el lugar que ocupa Marcos dentro de la estructura familiar. Con cierto fetiche sobre los elementos con los que se conecta y lo vemos jugar frente a la cámara (un vestido, telas, una cadenita con piedras de colores, maquillaje) seremos testigos del proceso por el que Marcos está atravesando en este ambiente familiar que le es completamente hostil y en el cual obviamente, no tendrá la posibilidad de expresarse abiertamente. Un hecho puntual sacude a la familia y rompe con ese delicado equilibrio que venía sosteniendo precariamente algunas situaciones. Ante la repentina ausencia del padre, la estructura familiar se reacomoda y el lugar de Marcos dentro de esa constelación, cambiará rotundamente. Su gran oportunidad llegará junto con el carnaval: un tiempo en donde el pueblo se viste de fiesta y todo parece ser alegría. Detrás de un antifaz, Marcos comenzará a coquetear con concretar la idea de ser otro/a e ir mostrándose al mundo –incluso a su propio mundo-, tal como se siente, su verdadera identidad. En una bellísima escena donde la cámara de Rodríguez Redondo capta con una profunda intensidad todo ese mundo interior de Marcos que se despliega frente a nosotros (imposible no recordar la chilena “Gloria” con el momento de liberación de la protagonista), seremos testigos de un momento crucial, de un paso adelante y de un giro en su historia, pero que obviamente, tendrá sus consecuencias. El precio que deberá pagar será la condena social y en particular, la de un grupo de jóvenes del pueblo con los que Marcos/Marilyn coquetea, desencadenando una ráfaga de violencia, un momento decisivo para ese proceso que Marcos está transitando. La opresión y la discriminación no sólo será la de jóvenes del pueblo sino fundamentalmente la que encuentre en su propio entorno familiar, con un clima cada vez más enrarecido y perturbador en el que Marcos se siente fragmentado frente a una madre que lo ha tratado como la hija mujer que nunca tuvo pero que no termina de aceptarlo tal como es. Sumado a esto, el aire endogámico que se respira en la casa, que el director sabe retratar tan efectivamente sin ningún tipo de subrayados ni refuerzos mediante diálogos, sino que por el contrario construye a base de climas, miradas y pequeñas señales, conlleva a que la situación sea cada vez más asfixiante, aun cuando Marcos acepte cada vez más pasivamente ese padecimiento familiar. Encontrará refugio tanto en su mejor amiga y confidente como en el vínculo amoroso que entabla con el chico que atiende la despensa del pueblo, situación en la que también se marca una diferencia de clases pero por sobre todo, la aceptación que asume cada una de las familias sobre una elección diferente. Indudablemente, uno de los grandes aciertos del director es la conducción de sus actores. A un brillante y exacto trabajo de Germán De Silva (una vez más demostrando ser, desde “Las Acacias” en adelante, uno de los grandes actores del momento sacando provecho de sus grandes papeles secundarios) se suma la composición de Catalina Saavedra (la actriz chilena que conocimos con “La Nana” y su participación en “Neruda”) de gestualidad tan medida como potente y certera. Pero la mirada del espectador no puede despegarse del Marcos que compone Walter Rodríguez en el que es su trabajo debut en el cine, lo que llama doblemente la atención. En un más que acertado trabajo de casting, Rodríguez no sólo le pone el cuerpo a Marcos/Marilyn sino que logra captar por completo el alma del personaje y apoderarse de él desde las primeras escenas. Al estar basada en hechos reales, cualquiera podría acercarse a “MARILYN” con la información de lo que ha sucedido que puede encontrarse en cualquier portal y entender el porqué de haberla llevado a la pantalla grande. Pero el final que depara la historia, la forma y el timing con el que está filmado es tan impactante, tan arrasador, que vale la pena aventurarse a la experiencia de la forma más vacía posible para maravillarse del crescendo dramático que Rodríguez Redondo le pone a la historia, para quedarse absolutamente shockeado y conmovido con la que indudablemente se presenta como una de las opera prima más logradas y sutiles del año.
Como todos sabemos, los principales equipos de guionistas han emigrado vorazmente hacia las cadenas televisivas y las plataformas online donde se están produciendo todo tipo de series y de material exclusivo, quedando el cine mainstream de Hollywood bastante huérfano de escritores. Es así como productores, guionistas y directores, echan mano a secuelas, precuelas y remakes de diverso calibre ante una importante escasez de ideas innovadoras. Sólo en ese contexto puede entenderse un producto como la tercera remake musical (cuarta versión, en rigor de verdad) de “NACE UNA ESTRELLA” en este caso, con el dúo protagónico de Bradley Cooper y Lady Gaga. No sólo es el contexto del refrito de ideas ya probadas sino también el de lanzarla en el momento oportuno de abrir la temporada de premios en donde la corrección técnica, las recetas probadas y las actuaciones con giros importantes en las carreras de los protagonistas, huelen tempranamente a nominación al Oscar. “NACE UNA ESTRELLA” se presentó por primera vez en el año 1937 protagonizada por Janet Gaynor y Fredric March. La icónica Judy Garland junto a James Mason, protagonizan la primera remake, totalmente virada al género musical, en el año 1954, dirigidos por el gran George Cukor. Pero quizás la versión que hoy todos tengamos más presente es la de 1974 donde una joven Barbra Streisand aparecía en la pantalla en una nueva entrega, acompañada por Kriss Kristofferson y de la mano de Frank Pierson, un director finalmente dedicado al mundo de la televisión, de la que nos quedó el eterno recuerdo de la canción ganadora del Oscar: “Evergreen -tema de amor de 'Nace una Estrella'”. En esta nueva remake, Bradley Cooper no solamente asume el rol protagónico sino que además es su debut en la dirección y ha participado en el guion y la producción del filme, una propuesta multifacética que si bien no desentona en absoluto, tampoco le permite brillar completamente. En este caso se aplica perfectamente lo dicho en el refrán de “el que mucho abarca, poco aprieta”. Cooper se pone en la piel de Jackson Maine, un talentoso y famosísimo cantante de música country/melódica quien, en la cima de su carrera y después de uno de sus mega-recitales, hace una parada para emborracharse en pleno Los Ángeles, encontrando refugio en un bar de drag queens. Allí se cruzará con Ally, una joven mesera con aspiraciones dentro del mundo de la música y a partir de ese encuentro, todo se verá modificado. Mientras Ally/Lady Gaga interpreta en el bar una extraordinaria y sensual versión de “La vie en Rose” –canción inmortalizada por Edith Piaf-, Jackson siente un instantáneo flechazo, además de quedar subyugado por su voz, su presencia y su talento. A partir de ese mismo instante, comienza esta clásica historia de amor en donde él intentará ayudarla a cumplir su sueño al mismo tiempo que vaya perdiendo paulatinamente el control de su propia carrera. La película está divida en tres partes bien diferenciadas y con una marcación bien tradicional: una primera parte donde se conocen y ella comienza a penetrar en su mundo, no sólo sentimentalmente hablando sino también formando una explosiva y taquillera pareja artística con Maine. Una segunda parte en donde Ally emprende su carrera como solista, al mismo tiempo que la de Jackson se despedaza frente a su incapacidad de lidiar con sus graves problemas con el alcohol y otros desbordes para adentrarnos en una etapa final –una tercera parte-, en donde se subrayan los ribetes de melodrama clásico, en donde Jackson intentará volver a tomar las riendas de su carrera y de su vida en plena rehabilitación. Con un arranque visualmente brillante y una potencia musical que arrasa en toda la primer parte, en donde se luce el tema “Shallow” interpretado con una química perfecta entre Cooper y Lady Gaga, la película comienza a hundirse en las arenas movedizas de una segunda parte en donde Gaga gana protagonismo pero la película no logra sostenerse por sí misma. Allí donde “NACE UNA ESTRELLA” se vuelve el vehículo para el supuesto lucimiento de Lady Gaga y se centra en el ascenso de Ally, la trama se vuelve morosa, aporta poco y repite demasiado y aún con un trabajo actoral interesante –su registro vocal es impactante y perfectamente funcional a la historia-, a Gaga le es difícil sostener por sí sola toda la película. Pasada esta fallida segunda parte, Cooper como director y como protagonista, logra recuperar el empuje y el interés del espectador y retoma convincentemente las riendas del relato para completar esta historia de amor y redención con un tercer tramo en donde las piezas vuelven a su lugar y el cierre tiene la potencia que la historia necesitaba. Si bien Bradley Cooper tiene el talento suficiente como para darle vida a un Jackson Maine con los claroscuros que su personaje requiere, en las escenas de mayor carga dramática en donde el alcoholismo y la adicción arrasa con su carrera, cuesta creerle a pesar de todos sus esfuerzos. El personaje parece construido de afuera hacia adentro –más cáscara que alma- y pierde en la comparación con otras composiciones memorables (no tanto de las versiones anteriores), cercanas en estilo y temática, como la de Jeff Bridges en “Loco Corazón”. Sam Elliot como Bobby, el hermano de Maine que representa un permanente fantasma de su pasado y del tormentoso vínculo con su padre, se luce nuevamente en su composición que se sumará a la galería de brillantes participaciones secundarias como lo hizo recientemente en “Grandma” y en “Te veré en mis sueños”. De todos modos, la química que logran en pantalla Cooper y Lady Gaga es tan impactante y superlativa, que salva cualquier desnivel y cualquier detalle. Ambos tienen una presencia magnética y brindan dos interpretaciones con matices y que se lucen sobre todo en la primera parte. Cooper, en su rol de director, logra un producto visualmente atractivo y se apoya fundamentalmente en brindar dentro del esquema tradicional (sin virtuosismos de cámara o rarezas técnicas), una historia potente que encuentra su pilar fundamental en sus dos protagonistas con una acertada elección de Lady Gaga quien, por si todavía quedaban algunas dudas, cierra esta nueva versión de “NACE UNA ESTRELLA” con el tema “I'll never love again” en un verdadero huracán emocional del que es imposible resistirse (y si… el Oscar a Mejor Canción se lo lleva seguro!).