Luego de haber sido la película elegida como apertura del SERET Film Festival (primera edición del Festival Internacional de Cine Israelí en la Argentina), llega a las salas “VOCES DORADAS” el último trabajo de Evgeny Ruman de quien se conoció en streaming su thriller psicológico “El hombre en el muro”. En la primera escena, vemos a Raya (María Belkin) y Victor Frenkel (Vladimir Friedman) llegando a Israel, dejando atrás su hogar, su trabajo y sus historias de vida en la URSS. El contexto político y social en el que se desarrolla la historia, situada en Septiembre de 1990, la centra en pleno conflicto de la Guerra del Golfo que hace que por momentos, en plena ciudad, se sienta el peligro de que en el momento menos pensado, puede llegar a ser bombardeada. Ruman trabaja dentro de la historia con varios ejes, siendo uno de los principales, el tema de la inmigración y el hecho de tener que volver a empezar de cero en un país en pleno conflicto cuando tampoco son jóvenes y llenos de energía dispuestos a desarrollar un nuevo proyecto de vida. Por el contrario, Raya y Victor lucen agobiados y contrariados de tener que salir a buscar trabajo para poder sostener su nuevo alquiler con todo lo que implica no estar en la propia tierra. Ambos provienen del mundo del cine, han sido importantes actores de doblaje, con una extensa carrera y ahora lucen perdidos sin posibilidad de encontrar trabajo en un mercado donde el doblaje no parece tener tanto campo laboral. Es así como Raya se presenta en una especie de call center sin darse cuenta, en un primer momento, que se trata de una oficina donde varias señoritas están ofreciendo sus servicios de sexo virtual telefónico a través de las famosas hot lines. Lejos del perfil esperado y de lo que ella misma quiere para sí, comienza a jugar con su voz en la entrevista de trabajo, demostrando que con sólo modificar un tono puede transformarse en la mujer que aquel hombre que llama, necesita para dar rienda suelta a su fantasía y su deseo. Así se convertirá en Margarita con un trabajo que le da la posibilidad de desdoblarse y ser varias en una misma persona y aplicando su talento vocal para ir progresando en su puesto, mientras que mantendrá en secreto para Víctor a qué se dedica realmente, intentando convencerlo de que trabaja vendiendo perfumes. Al mismo tiempo que ella progresa, él se ve atrapado y con muy pocas posibilidades laborales, se las ingenia repartiendo volantes y haciendo trabajos menores, lo que irá abriendo una grieta en la solidez de la pareja. Cada uno de los detalles nos remite al pasado, desde los teléfonos que utilizan en la oficina de Raya hasta un videoclub que encuentra Víctor como espacio para recobrar sus años dorados y su importante trayectoria dentro del cine, pero al mismo tiempo el guion dialoga con un tiempo muy actual (que en el momento en que se desarrolla la película sería impensado) dando forma a una figura femenina fuerte y decidida a romper ciertos esquemas y preconceptos. La historia se va completando con algunos toques de comedia romántica y para los cinéfilos, el vínculo con el cine y con el poder que tienen las películas, aparece casi permanentemente atravesando todo el relato. Pero más allá de la habilidad que tiene el guion de contar una historia de ribetes dramáticos sin perder el tono simpático y apoyándose en el carisma de sus protagonistas, uno de los puntos más interesantes que presenta “VOCES DORADAS” es el tono particular que proponía Aki Kaurismaki en cada una de sus creaciones. No solamente la puesta de Ruman propone un estilo de actuación muy propio del cineasta finlandés, sino que además se destaca por el uso de colores saturados e impone una iluminación que da prioridad a los rostros de los protagonistas por sobre cualquier otro elemento de la puesta, detalles que van sumando puntos a favor. No es frecuente poder contar en la cartelera con películas israelíes más allá de eventos y festivales, razón por la cual, se disfruta doblemente de la posibilidad de ver este tipo de cine en la pantalla grande.
Probablemente “BATMAN” de Matt Reeves sea uno de los grandes eventos cinematográficos del año, no solamente porque es la nueva entrega de una de las sagas más famosas del Comic, del cine y la televisión que tiene cientos de miles de fanáticos alrededor del mundo sino que es una de las esperanzas para que el público regrese entusiasmado a las salas, después de alicaídas cifras de taquilla con un regreso al cine, post-pandemia, que no logra tomar cuerpo. Esta nueva historia comienza el 31 de Octubre, la noche de Halloween, donde Ciudad Gótica se ve sacudida por una fuerte noticia: en plena contienda electoral, el alcalde Don Mitchell Jr ha sido asesinado en su propio departamento, sumando una víctima más a la larga lista de un asesino serial, que el comisionado Gordon necesita atrapar cuando antes. Cuando la policía se haga presente en la escena del crimen, lo hará en compañía de Batman (un nuevo protagonista para este nuevo capítulo de la saga, a cargo de un exacto y notable Robert Pattinson), requiriendo de su ayuda para analizar cada uno de los detalles pero, al mismo tiempo, involucrándolo al recibir una serie de mensajes que el asesino deja en diferentes sobres a su nombre. Justamente las postales que contienen esos mensajes se encuentran redactadas en forma de enigmas, de adivinanzas, presentando de esta forma a uno de los villanos más despiadados a los que deberá enfrentarse el hombre murciélago: el Acertijo. Con un aire muy marcado próximo al cine de Fincher e incluso a las primeras creaciones de Nolan (quien también sabemos que fue uno de los directores más aplaudidos dentro del universo Batman) gran parte del relato se basa en un clima detectivesco, cercano al film noire, lo que inclusive se refuerza con la búsqueda de una mujer que aparece involucrada en unas fotos con el alcalde asesinado, que guiará la investigación a un ambiente vinculado a la Mafia y particularmente, dentro de un bar nocturno non sancto que esconde salas privadas llenas de secretos en donde la cúpula política y poderosa de Ciudad Gótica, se encuentra fuertemente involucrada. Reeves retoma y mejora en una deslumbrante puesta en escena, ese clima post apocalíptico que tenía la Gotham del “Joker” de Todd Phillips mostrando nuevamente una ciudad quebrada, sin valores morales, enferma de corrupción y dañada por el poder. Problemas económicos y financieros, las calles llenas de mendigos y grupos en situación de vulnerabilidad, son parte del escenario que va enmarcando una historia con ribetes oscuros, subrayados por el excelente clima que logra la fotografía y el trabajo de edición. Dentro de esta mirada sombría, el Batman de Reeves se mueve contenido, atrapado en un profundo dolor que lo mantiene preso de su trauma, el que iremos conociendo a medida que se vaya develando con el transcurrir de la trama. Su figura aparece recluida dentro de sus propios sentimientos, los hechos del pasado que lo siguen atormentando y que van dando forma al plan que deberá orquestar frente a su necesidad de venganza. La mira está puesta en los personajes más encumbrados del mundo de la política, la justicia, la policía y sus vinculaciones con las diferentes formas de poder. Núcleo al que algunas vez pertenecieron los padres de Bruce Wayne / Batman y que serán referencias obligadas de la historia y sobre los que nuestro héroe tendrá que ir venciendo sus sombras y fantasmas para ayudar a instaurar nuevamente el orden y el equilibrio en una Ciudad en la que no hay reglas ni orden moral. “BATMAN” es un producto ambicioso. No sólo desde su historia, su elenco, los rubros técnicos y una impactante puesta en escena, sino también desde una receta que funciona durante sus tres horas de duración que en manos de otro director o de otro equipo, pudiesen haber naufragado. Reeves mantiene atento al espectador en cada movimiento y giro que se va produciendo en la trama donde no faltan los elementos del policial, la típica historia de superhéroes, la posibilidad de generar una reflexión a partir de la decadencia ética y moral instalada en las estructuras de poder y hasta hay espacio para el romance y la tensión sexual con la presencia de Gatúbela (una magnética Zoë Kravitz, a quien vimos recientemente en “Kimi”, en la serie televisiva “Big Little Lies” y en la saga de Animales Fantásticos). Capítulo aparte para las actuaciones en donde Paul Dano compone a un Acertijo preciso, siniestro e intenso con la cuota de desborde necesario que requiere el personaje y marcando sus rasgos más patológicos y viscerales, Colin Farrell está irreconocible poniéndose en la piel del Pingüino –y sus vínculos con el capo mafia Carmine Falcone, a cargo de John Turturro- y, los mayores laureles son indudablemente para Robert Pattinson, quien ha tomado el desafío de un personaje nada fácil, que ya fue interpretado por varios actores con diferentes y variados resultados. En este caso, Pattinson logra un trabajo medido, donde algunas señales casi imperceptibles van hablando de su tristeza, su tortura personal anclada en el pasado y su impronta funciona tanto en las escenas de acción, como en las más dramáticas y una excelente química en el terreno del romance. Reeves construye un Batman atractivo, interesante, una mezcla perfecta de los dos directores más completos y complejos que lo abordaron en este último tiempo, con elementos de Nolan y Tim Burton y vuelve sobre una ciudad en donde el poder corroe y el regreso al orden social se impone como primera necesidad. Un reflejo tan cercano a la sociedad de hoy, que realmente impacta y asombra.
Volver a recuperar un fragmento de la infancia, los recuerdos, aquellos momentos vividos en familia y retratar la propia aldea es una temática recurrente y muy frecuente tanto en la literatura como en el cine. En “BELFAST” el reconocido director Kenneth Branagh (de quien hace pocas semanas se estrenó “Muerte en el Nilo” en un registro autoral completamente diferente), revisita su propia niñez en la ciudad de Irlanda del Norte que da título al filme y es el marco excluyente de toda la historia. Las primeras imágenes con una fotografía brillante a todo color, hablan de la Belfast de hoy, el registro actual de una ciudad a la que Branagh quiere volver para contar su propia historia, dando paso a sus memorias, retratadas en un radiante blanco y negro, mientras transcurre el final de una década tan icónica como la década del ´60. El pequeño Jude Hill es Buddy, un perfecto alter ego del director, personaje en el que se centra la historia. Desde su mirada con ojos de niño Branagh se permitirá narrar las escenas más importantes, que permiten lograr ese tono nostálgico, mezclado con una mirada naïf y dulce, tan típica de los relatos de infancia, aquellos que inclusive sirven de trampolín para dar inicio a una nueva etapa, generando una sensación tan propia de una estructura más emparentada con un relato de coming of age. Pero si bien la temática y la estructura es conocida y varios directores han trazado de diversas formas su propio homenaje a la infancia, a su familia, a sus tradiciones y a su ciudad natal, en el caso de “BELFAST” el director apunta a una puesta en escena minuciosa, llena de detalles y por demás exquisita y es también el responsable de un guion que intenta escapar a cualquier golpe bajo para trabajar en base a dos líneas argumentales: por un lado el contexto político y social en el que la ciudad estaba inmersa y del que la familia de Buddy no puede quedar ajeno, y por el otro, el foco atento en cada uno de los personajes de la familia, a los que pinta detalladamente, con suma precisión y de una manera entrañable. Corre 1969 y Belfast aún sin quererlo, queda atrapada en las represiones policiales frente a los enfrentamientos religiosos, en las manifestaciones de la comunidad protestante, hechos que más tarde darán inicio a una campaña de atentados del IRA contra los militares. El génesis de la violencia, las víctimas y la ruptura de la paz de esta pequeña ciudad, temas que en manos de otros directores se hubiesen montado sobre una toma de posición o un discurso claramente partidista, en manos de Branagh se muestran sutilmente, con una cámara que retrata los acontecimientos sin patinarlos de enciclopedismo histórico y sobre todo, sin perder de vista esos ojos de niño y el impacto que irán generando estas situaciones sociales en el seno de una típica familia de la época. A través de esa mirada tierna y plena de candidez, Buddy intentará entender el mundo de los adultos, como testigo silencioso de la tensión entre el matrimonio de sus padres, donde la pareja deberá negociar cierto reacomodamiento laboral en cabeza del jefe de familia, frente a ciertos problemas económicos e impositivos que los oprimen. Con esa misma inocencia se describirá el vínculo con sus abuelos, donde el afecto y la complicidad se pondrán rápidamente en juego logrando las escenas más emotivas y encantadoras de “BELFAST” además de poder disfrutarse los excelentes trabajos de Judi Dench y Ciarán Hinds –quien se luce particularmente con pequeños monólogos que aprovecha inteligentemente para el crecimiento de su personaje- cargados de una amorosidad que nos transporta directamente al recuerdo nostálgico con nuestro propio pasado. La cámara de Branagh envuelve exquisitamente al rostro perfecto de Caitriona Balfe como la madre y a una precisa composición de Jamie Dornan como el padre, quienes se entienden con una muy buena química en pantalla tanto para los momentos más distendidos (como una escena de baile) hasta los más tensos con las decisiones que deben enfrentar frente a la potencial mudanza. Además del homenaje a su ciudad natal y a los momentos más inolvidables de su infancia, aparece como uno de sus recuerdos fundantes aquellas tardes en el cine donde todo era puro disfrute y donde indudablemente aparece el germen de la carrera que posteriormente desarrolló, con una filmografía tan prolífica como actor y como director, con una interesante diversidad de géneros, desde su versión de “Hamlet” y “Romeo y Julieta” volviendo sobre su espíritu shakesperiano hasta el cine más mainstream con “Asesinato en el Orient Express”, “Cenicienta” o “Jack Ryan”. Nominada a 7 premios Oscar, entre los que cuenta con Mejor Película, Mejor Director y Mejor Guion Original, “BELFAST” deja ese sabor típico de los recuerdos y los momentos grabados a fuego, cuando la cámara vuelva a recorrer los rincones de una Belfast actual, vibrante y quizás algo lejana a todo lo sucedido. POR QUE SI: » La cámara retrata los acontecimientos sin patinarlos de enciclopedismo histórico y sobre todo, sin perder de vista esos ojos de niño «
Alejandro Bazzano, con una amplia experiencia en el mundo de las series, uno de los directores de la famosísima “La Casa de Papel” y de “Mar de Plástico” e “Inés del alma mia”, se pone al frente de su primer largometraje con “NOCHE AMERICANA” en donde se permite jugar con una mezcla interesante de géneros que representa la mayor virtud de su ópera prima. Todo comienza en el Aeropuerto de Roma, cuando a raíz de un problema climático se cancelan los vuelos y la compañía aérea deriva a los pasajeros a los hoteles cercanos. Iván, por los azares del relato y para que la historia pueda seguir adelante, queda entremezclado en los bondades de la primera clase, por lo que será derivado a un hotel de lujo en donde se cruzará con Michelle, una estrella de cine argentina, que es tendencia y tapa de revistas y que también se encuentra varada mientras regresaba a Buenos Aires. Lo que arranca como una comedia romántica con el coqueteo y la tensión sexual entre los protagonistas, se va complicando cuando la actriz es chantajeada por dos trabajadores del hotel que han hackeado su celular e improvisadamente montan un “rescate” de su contenido por una desproporcionada suma de dinero a cambio de liberar toda esa información confidencial que manejan. Pronto se sumarán a la historia, la hija de Michelle que ha tenido un approach sexual con el marido de la actriz y el propio marido (ex?), quien no tardará en aparecer en pleno lobby del hotel –así, de buenas a primeras-, e irán complicando cada vez más la situación de esta noche particular. De esta forma, “NOCHE AMERICANA” irá virando a la comedia negra con algunos toques de drama y suspenso.La atracción sexual que siente Iván en un principio y el hecho de poder concretar un contacto sexual con un personaje “inalcanzable” hace que quede entrampado en una historia completamente inesperada y que tenga un desenlace que generará fuertes implicancias para cada uno de los personajes.Si bien desde la dirección Bazzano logra generar diferentes climas que son correctos para cada uno de los momentos y los diferentes géneros con los que quiere trabajar, el guion de Rodrigo Spagnuolo, Sergio Teubal y el propio Bazzano debe lidiar con un grave problema de verosímiles. Obviamente que puede entenderse, por ejemplo que algunos argentinos (o uruguayos según los personajes) manejen algo torpemente el idioma, pero lo que no se entiende es que los propios empleados de la recepción y el restaurant del hotel hablen italiano de una forma tan precaria como los que son turistas.Este es solo un pequeño ejemplo de algunos descuidos en los detalles que inclusive llevan a resolver ciertas situaciones que presenta la trama, de una forma muy precaria y poco creíble. La trama avanza con algunos diálogos y decisiones de los personajes que son completamente inexplicables y se entremezclan con buenas ideas y con estos giros sorpresivos que están bien desarrollados.A esas buenas ideas, se contraponen algunos trazos gruesos desde el guion, como si hubiese faltado un buen pulido para que no sobrevolase esa idea, que se hace presente en gran parte del filme, de un trabajo de escritura al que le ha faltado una sintonía fina, un pulido, una profundización de alguna de las ideas presentadas. Entre todos las líneas que la película plantea, una de las más fuertes es pensar en el precio de la fama y en la exposición que viven las estrellas a diferencia del común denominador y, por otra parte, que todo ese mundo de lujo y de vida en otro estrato social, se contrapone con la oscuridad y los conflictos que viven en su vida privada cuando se apagan las luces del set o las cámaras fotográficas. En cuanto al elenco, los apuntados problemas con los diálogos y las situaciones algo superficiales, atentan contra la construcción donde puedan mostrarse diferentes matices y acompañar el recorrido del arco de los personajes. De todos modos, el trío que conduce la acción con Florencia Raggi (Michelle) y Alan Daicz (Iván) a la cabeza, al que luego se sumará Rafael Ferro, como el marido de la estrella, se conducen con oficio y van acompañando la historia que, sobre todo en el tramo final, logra mayor interés y precisión en las actuaciones y en el guión.Un pequeño epílogo entre los títulos de cierre, da otra inteligente vuelta de tuerca al planteo, dejando abierta una nueva interpretación a todo lo ocurrido aquella noche y sus consecuencias. POR QUE SI: «Entre todos las líneas que la película plantea, una de las más fuertes es pensar en el precio de la fama y en la exposición que viven las estrellas a diferencia del común denominador»
Lo primero que nos atraviesa al acercarnos al último trabajo del chileno Pablo Larraín, “SPENCER”, es preguntarnos que quedó de aquella acidez con la que un joven cineasta representaba las problemáticas sociales propias de una Latinoamérica atravesada políticamente por los fuertes movimientos post-dictadura, como lo había hecho en “No”, la inolvidable “El Club” o incluso en un narrativa más disruptiva y contemporánea como la de “Ema”. Pero inexplicablemente Larraín sigue insistiendo con su serie de retratos biográficos que deslucen su filmografía tal como ha sucedido anteriormente con las pobres “Neruda” y “Jackie”. Volviendo sobre este camino y en un registro similar a las anteriores, ahora pone la lupa en el centro de la familia real británica, haciendo puntualmente foco en Diana Spencer. No se enfocará en un hecho puntual de su vida sino que la acompañará durante un fin de semana cercano a la Navidad en donde Larraín elegirá construir su personaje compartiendo algunos momentos palaciegos en donde Diana introspectivamente revisa lo que siente, su necesidad de un cambio, la importancia del vínculo con sus hijos, la frialdad con la que construye su pareja con el príncipe Carlos y finalmente, las reacciones de la familia real frente a sus desafiantes posturas que cuestionan el protocolo. En cada uno de los pequeños momentos que Larraín refleja durante ese fin de semana, el eje central será la desolación y la tristeza que siente Diana con una vida que se le ha ido de las manos atormentada por no poder manejarla, la búsqueda de su propia identidad -inclusive intentando pasar desapercibida y abandonar su halo de realeza para mezclarse como una más dentro de su pueblo-, más allá de cuestionarse permanentemente su rol dentro del palacio y la disonancia con sus propios deseos. En “SPENCER” Larraín vuelve a validarse como un gran puestista en donde cada encuadre, cada detalle, la fotografía y la composición de los planos, da cuenta de la sensibilidad con la que propone contar la historia con un correcto uso de todos los elementos estéticos y visuales que tiene a su alcance. Pero la realidad es que en el cuidado de la puesta y en el preciosismo con el que construye cada uno de los elementos que pone en juego, arma un vistoso espectáculo visual pero que carece completamente de alma. Forma sin fondo: un despliegue formal y exquisito que no logra sintonizar con la narrativa fragmentada y dispersa que reúne diversos momentos que no logran ni un crescendo dramático ni puede, al menos, despertar un mínimo interés por lo que sucede en pantalla. La misma abulia que rodea a cada acto de Diana se traduce en una película morosa donde no parece pasar nada importante y que, inclusive, podrían alterarse las escenas sin generar ningún efecto ya que no hay progresión dramática ni hechos relevantes dentro de su narrativa. Larraín abusa de ciertos detalles que subrayan, incluso torpemente, lo que quiere transmitir como la ruptura, en más de una ocasión, de un hermoso collar de perlas que estalla, dispersando cada uno de sus eslabones, conectado con este volcán a punto de estallar que Diana siente en su interior, más allá del simbolismo sexual y de pureza que siempre se le han asignado a las perlas. Lo mismo sucede en una escena con una mesa de pool perfecta y una bola de billar rodando en el piso, desequilibrándolo todo o la aparición de las palomas muertas y la referencia a su plumaje. En los pocos –muy pocos- momentos en los que Larraín elige desapegarse y volar con su creatividad, logra los pocos momentos interesantes de la historia como cuando mezcla y traza un paralelismo entre la historia de Diana y la de Ana Bolena a la que hace participar, invadiendo los pasillos de ese enorme castillo en donde Diana se devanea con sus propios pensamientos y su incipiente desvarío. Kristen Stewart se pone en la piel de Diana. Obviamente, si analizamos esta composición dentro de su filmografía, Stewart se pone la película en sus hombros y logra captar la atención del espectador con su tono de flema inglesa perfecto y una cuidada composición donde la tristeza y el dolor están presentes en su mirada. Pero transcurridas las primeras escenas, es muy evidente que “SPENCER” está diseñada como un producto que sale al ruedo en la temporada de premios y poco a poco aparecen ciertos mohines –la mirada, la inclinación de la cabeza, el tono afectado- que se repiten en la composición de Stewart como si el andamiaje sobre el que construye el personaje estuviese fríamente calculado y estudiado para lograr la tan preciada nominación al Oscar. Un trabajo que puede ser perfecto y técnicamente deslumbrante pero que, de tan prolijo, carece de esencia y que muchas veces algo más “desprolijo” y menos calculado, puede implicar ese riesgo actoral que, al menos, en esta ocasión no aparece. Ya sucedió con una composición completamente prefabricada de Judy Garland que logro que Renée Zellwegger se alzase con su Oscar a la Mejor Actriz, y puede llegar a repetirse este exitoso camino para el caso de Stewart que tiene una de las luchas más difíciles dentro de los premios de este año. “SPENCER” más allá de un cuidado trabajo de vestuario, diseño de arte y fotografía impecables, más una apuesta a una composición diferente en los trabajos de Kristen Stewart, es un producto que luce distante, sobre un personaje que daba para muchísimo más que un retrato vacío de contenido.
Gustavo Fontán, suma detrás de la cámara a Gloria Peirano (novelista, docente universitaria y co-guionista de algunas de sus películas) para explorar en un registro documental, todas las sensaciones, anécdotas, vivencias con las que vuelven a vibrar los protagonistas frente a una propiedad que presenta un piso absolutamente vacío, pintado de blanco, sumamente iluminado y atravesado por la luz natural. Allí cada uno de los diferentes testimonios echarán a rodar su propia historia, sus recuerdos, aparecerán sus propias disgresiones en ese espacio libre de referencias – que por momentos hace recordar a la tela “blanca” de Jazmina Reza en ART- que oficiará de disparador para asociaciones libres, deseos y relatos, que van entablando un diálogo fluido con la cámara. La diversidad de abordajes y la heterogeneidad de las reacciones frente a este espacio pleno y disponible para que cada quien lo habite con su propio bagaje, permiten la construcción de un relato coral que se nutre, justamente, de la diversidad de tonos y matices por los que va atravesando el documental con cada experiencia. En “EL PISO DEL VIENTO”, la habilidad de Fontán, que ya ha marcado todo un estilo con sus realizaciones como “El limonero real” “La madre” “El Árbol” o su más reciente relato de ficción en “La Deuda”, y Peirano, para ir atrapando al espectador se demuestra en que, a poco de iniciada la propuesta, aún sin entender demasiado cuál es el objetivo con el que han ingresado las personas al inmueble –en un principio parecieran ser interesados en realizar alguna transacción, como si fuese una típica visita de gestión inmobiliaria-, ya no interesará porqué han llegado allí, sino cuál es la propuesta que traerán consigo para sorprendernos con lo que expresarán cuando se encuentren con ese piso completamente vacío al que van llenando y habitando con sus presencias. Con un registro casi catártico de las sensaciones, sentimientos y percepciones que van apareciendo en cada visitante, no quedarán fuera de los testimonios las referencias familiares, la de ciertos hechos políticos contemporáneos sumamente importantes –el peronismo y la dictadura estarán muy presentes- que también juegan con el fuera de campo de quien los filma y registra, silenciosamente, esa particular intimidad que se despliega en cada testimonio. POR QUE SI: “Un relato coral que se nutre de la diversidad de tonos y matices”
Quienes recuerden el último trabajo de Eduardo Crespo titulado “Nosotros nunca moriremos” encontrarán algunos puntos de contacto con la nueva película de Maximiliano Schonfeld (“Germania” “La helada negra”): “JESUS LÓPEZ” que luego de su paso por el Festival Internacional de Mar del Plata se estrena ahora en el cine Gaumont y está disponible dentro de la plataforma www.cine.ar/play. Si bien los dos directores plantean la narrativa del duelo, cada uno de ellos lo aborda desde lugar completamente diferente, ambos alejados de un tratamiento tradicional. En este caso, Jesús López es un joven piloto de carreras recientemente fallecido, de forma inesperada, en un trágico accidente automovilístico que deja tanto al pequeño pueblo entrerriano como a su familia, en un estado de completa conmoción. Tal como sucedía en el filme de Crespo, también en este caso su figura, se irá reconstruyendo a partir de las voces, los comentarios y los recuerdos de quienes han compartido sus días. Junto con ese rompecabezas del dolor colectivo y en pleno reacomodamiento del esquema familiar, su primo Abel se instala en la casa familiar. De una forma inconsciente primero y mucho más decidida con el correr de los días, Abel irá ocupando el lugar de esa ausencia tan notable. Schonfeld acierta con una puesta que juega con la dualidad (los padres de Jesús comienzan a posicionarlo en el lugar de hijo, Abel comienza a manejar el auto de carrera y se apodera en cierta forma de ese elemento tan icónico además de entremezclarse naturalmente con los amigos y con la ex novia), introduce la presencia de elementos que aportan un aire de confusión y extrañeza que va envolviendo ese vínculo de duplicidad Jesús / Abel, ambos nombres también con una fuerte lectura desde lo religioso y lo profético. Tanto desde el guion, en el que participa la notable escritora entrerriana Selva Almada (“El viento que arrasa” “El desapego es una manera de querernos” “No es un río”) como desde las marcas que aporta Schonfeld en la dirección, se va trabajando con notable sutileza ese proceso de mimetización que va in crescendo y logra teñirlo todo, hasta encontrar su punto máximo en la obsesión que despierta el Fiat 600, que Abel utiliza en la carrera que el pueblo propone en homenaje a Jesús. Sumado a los muy buenos trabajos de Joaquín Spahn, Lucas Shell (actor “fetiche” en su filmografía) y las participaciones de Paula Ransenberg, Romina Pinto y Alfredo Zenobi, la historia pensada por la dupla Almada / Schonfeld mezcla, armoniosamente, el rito de pasaje y el drama familiar, instalado en esas geografías pueblerinas que ambos saben describir a la perfección y es una de sus marcas distintivas como autores. Desde esa descripción de lo pueblerino y lo rural, la historia va avanzando con cierta quietud, hasta llegar a un tramo final completamente vibrante con un ritmo de thriller eléctrico que brinda un excelente cierre a un film que explora las diversas formas de abordar el duelo. POR QUE SI: «Va trabajando con notable sutileza ese proceso de mimetización que va in crescendo y logra teñirlo todo «
Luego de un trabajo más referencial y con tintes autobiográficos como “Dolor y Gloria”, Almodóvar vuelve a enfocar su nueva historia en el universo femenino como lo ha hecho en gran parte de su trayectoria y que ha sido un sello distintivo dentro de su filmografía, con la figura de las madres que conducen el relato, como eje central de “MADRES PARALELAS”. Estrenada en el Festival Internacional de Cine de Venecia, el nuevo trabajo tiene la particularidad de mostrarse en los cines porteños en forma limitada para ser lanzada luego en la plataforma de Netflix que, además, pondrá disponible a partir del 08 de Febrero una gran cantidad de títulos que permitirán a usuarios y cinéfilos recorrer desde sus primeros éxitos como “¿Qué he hecho yo para merecer esto?” “Entre Tinieblas” o “La ley del Deseo” hasta su última creación. Almodóvar ha sido uno de los primeros directores que ha descripto el mundo femenino con una mirada inteligente, mordaz y creativa, desde una nueva perspectiva psicológica, construyendo mujeres poderosas, autónomas, decididas y cumpliendo un rol preponderante en el nuevo orden post-franquista en plena liberación cuando el cine, hace casi 40 años, los personajes femeninos no presentaban esos rasgos. Más precisamente, ha intentado en cada uno de sus trabajos –algunos de forma más explícita y otros de forma más tangencial- rendir un homenaje a la mujer desde su rol maternal, siendo siempre preponderante el papel de las madres dentro de su filmografía. “MADRES PARALELAS” ya desde su título, enuncia un nuevo abordaje sobre esta temática que es común denominador en las historias del realizador, protagonizada en este caso por su actual musa, Penélope Cruz y la presentación de Milena Smit (“No matarás”) donde nuevamente el punto fuerte es un melodrama clásico, que en este caso envuelve a la historia de estas dos mujeres, Janis y Ana, que se cruzan en el hospital, a punto de ser madres, arribando a este momento tan importante desde dos lugares completamente diferentes. Janis (Penélope Cruz) ha iniciado una relación amorosa con un antropólogo forense con quien ha tenido un vínculo a partir de su trabajo profesional como fotógrafa y con quien intentará abordar la apertura de las fosas comunes que siguen ubicadas en su pueblo natal. Ella decidirá tener a su hija aun cuando Arturo (Israel Elejalde) es un hombre casado y momentáneamente no podrá hacerse cargo de acompañarla. Por otra parte, Ana (Smit) es una adolescente que deberá lidiar con un embarazo claramente no planeado y cuya reciente maternidad despierta a su vez el conflicto que ha sosteniendo permanentemente con su propia madre (a cargo de Aitana Sánchez-Gijón) una mujer egocéntrica que una vez más privilegiará su carrera y su propia vida, ausentándose de la vida de su hija con un vínculo frio e intermitente. El melodrama más puro, cuyos resortes Almodóvar conoce y maneja a la perfección, hará que este cruce inesperado en el hospital, siga marcando los momentos más importantes en la vida de esas dos madres y lo que suceda con sus hijas. Sin embargo, en esta ocasión, el guion se maneja con un trazo mucho más grueso y resuelve las situaciones planteadas de forma muy precaria y predecible e, inclusive, los entrecruzamientos de las protagonistas aparecen demasiado forzados. El otro problema que enfrenta “MADRES PARALELAS” es que inicia con una referencia a la historia española reciente respecto de los cuerpos desaparecidos en plena dictadura franquista que siguen desperdigados y sin poder ser identificados en las fosas comunes que subsisten escondidas en muchos pueblos del interior del país. Una temática que el propio Almodóvar a través de su productora “El Deseo” ha abordado en un excelente documental llamado “El silencio de otros” (Almudena Carrasco y Robert Bahar, 2018) con el testimonio de las víctimas que siguen clamando por justicia. Esta temática aparece al principio del film, parece desaparecer por completo mientras se desarrolla la historia de las madres y (re)aparece como injertada nuevamente en el final de la película sin poder amalgamarla con el resto de la historia, quedando expuesto que la mezcla con el melodrama no logra cuajar y no funciona dramáticamente en el relato, quedando completamente “descolgada” y desdibujándose el potente mensaje de una sociedad que no encuentra justicia en sus muertos por la propia violencia de Estado. Entre los puntos a favor aparece el estilo riguroso e inconfundible de la puesta en escena que siempre se destaca en el cine de Almodóvar, su cosmovisión tan particular y una excelente dirección de actrices, logrando notables trabajos de Penélope Cruz, Milena Smit y las participaciones de Rossy de Palma, Julieta Serrano y Daniela Santiago (“Veneno”) –aunque el papel de Aitana Sánchez Gijón quede algo perdido y no permita un total lucimiento de esta gran actriz-. Aún con sus irregularidades, una obra no tan lograda dentro de la filmografía del manchego puede jerarquizar, de todos modos, a una cartelera que no viene ofreciendo demasiadas sorpresas positivas desde hace un buen tiempo. POR QUE SI: » Excelente dirección de actrices, logrando notables trabajos de Penélope Cruz, Milena Smit y las participaciones de Rossy de Palma, Julieta Serrano y Daniela Santiago «
Quien haya visto la versión original de “EL CALLEJON DE LAS ALMAS PERDIDAS” (Nightmare Alley, Edmund Goulding, 1947) podrá apreciar rápidamente que esta nueva versión de Guillermo del Toro gana ampliamente en esplendor visual y en el subyugante diseño de arte pero que, a la hora de delinear los personajes, se queda en la superficie y los pasea con trazos demasiado esquemáticos justo en aquellos momentos en los que, en la primera versión, contaban la historia de una forma osada e innovadora para la época –hace ya más de 70 años-, aún con la restricciones que pesaban sobre ciertos temas. La presentación del personaje central de Stanton Carlisle (Bradley Cooper), ingresando a una de esas ferias de fenómenos típica de la posguerra, le permite justamente a Del Toro una primera parte de la película estéticamente muy atractiva con múltiples referencias cinéfilas y una inmersión a un mundo prácticamente hipnótico junto con su juego de espejos. Lo freak, lo oscuro, lo violento y una fuerte sensación de marginalidad se despliegan entre bellísimas escenografías y una puesta sumamente cuidada, que con cada uno de los detalles, va dando indicios de los rasgos de cada uno de los personajes con los que Stanton se irá cruzando. Entre ellos aparecen Zeena (Toni Collette) junto a su esposo Pete (David Strathairn), quienes, casi sin quererlo, despertarán en Stanton una posibilidad de ascenso social frente a una enorme depresión económica a través de un camino oscuro que va progresivamente creciendo, iniciando como pequeños actos de adivinación en night clubs hasta montar verdaderas estafas con supuestos contactos espirituales con las almas del más allá. Si bien en todo acto de feria se sabe que se esconde un truco, parte del “abuso” del artista es seguir cautivando al público que cae absorto, borrando los límites entre magia y realidad, entre el mundo real y el mundo de las almas. En el papel de Stanton se juegan justamente todas las dilemas vinculados a los límites éticos y morales, ese fin que justifica los medios, la búsqueda de un ascenso desmedido, involucrando inclusive a su compañera Molly (Rooney Mara), junto a quien presenta este tipo de actos de adivinación y la va involucrándola en su red y marcando una fuerte diferencia moral entre cómo se mueven los personajes femeninos y la falta de escrúpulos en los personajes masculinos, roles que se verán subvertidos a medida que avance el relato. La versión de Guillermo Del Toro tiene una extensión mucho más larga que la original que hace que el ritmo del relato quede resentido, aunque los guionistas han plantado que esta nueva relectura se apega totalmente a la novela original sin intentar que fuese una remake del clásico. De todos modos, la forma en que el guion va concatenando las diferentes partes del filme deja, en algún punto, una sensación de fragmentos ordenados pero un tanto aislados, con poca conexión entre sí. Primero la feria, luego Zeena y Pete, luego Molly que pone la pizca de romance de la historia, y finalmente la aparición del personaje de la Dra. Lilith Ritter (a cargo de una impecable Cate Blanchett sorprendiendo con un estilo vamp, típico de un personaje femenino de un film noir) en una última parte que, inclusive, cambia la luz y el tono general del relato. El arco transita desde una primera parte con una interesante mezcla de aproximación casi burtoniana del circo ambulante junto con lo perturbador de lo freak de Tod Browning, hasta, lo que parece una película totalmente diferente, con aroma al cine negro policial que aparece más notablemente desde que Blanchett entra en pantalla. De todos modos, Del Toro tiene pericia y resuelve muy bien las escenas claves de la película, sobre todo una escena de alta tensión en un cementerio que realmente logra un suspenso extremo. Pero el artificio y la puesta en escena, el preciosismo con el que quiere lograr cada detalle, hace perder de vista al nudo central de la historia donde la falta de moral del personaje, las traiciones, las estafas y la ambición desmedida, van destruyendo el alma de Stanton. En este caso, la construcción del personaje que hace Bradley Cooper logra un tono seductor, atractivo y carismático para atrapar a sus víctimas que rápidamente serán estafadas, pero no logra la profundidad necesaria para esos momentos más dramáticos en donde el personaje comienza a vivir su propio infierno. A pesar de contar con un gran elenco (que incluye a Williem Dafoe –en un gran papel-, Richard Jenkins y Ron Perlman) sólo Cate Blanchett y una breve pero perfecta participación de Mary Steenburgen, logran despegar de cierta chatura que hay en la propuesta que plantea el director para la construcción de los personajes. “EL CALLEJON DE LAS ALMAS PERDIDAS” sorprende más en las formas que en el fondo y cierra con una muy buena elipsis sobre su personaje central, aunque una vez terminado ese recorrido queda la sensación de que, en el camino, Del Toro se deslumbró a su mismo con una puesta fastuosa que sólo en algunos momentos logra ahondar en sus criaturas. POR QUE SI: » Del Toro tiene pericia y resuelve muy bien las escenas claves de la película «
Woody Allen vuelve una vez más sobre sus obsesiones, revisita sus propias neurosis y las expone dentro del mundo del cine, en medio de un festival en donde pululan productores, agentes, directores, actores y actrices, entre otros tantos profesionales del séptimo arte y así como en “Hollywood ending / La mirada de los otros” situaba toda la acción haciendo centro en el Festival de Cannes, en “RIFKIN’S FESTIVAL” se pasea por el Festival de San Sebastián y así como ha visitado Roma, Manhattan, Barcelona y París, ahora nos pasea por una de las ciudades más deslumbrantes del país vasco. Apenas abre la película, sabemos que el alter ego elegido para Woody en esta oportunidad es Mort Rikfin (Wallace Shawn) un profesor de cine que visitará el festival para acompañar a su esposa (Gina Gershon) quien deberá trabajar allí, acompañando a un director en ascenso (Philippe, a cargo de Louis Garrel) con quien Mort presume que ella tiene un romance. Cuando Shawn aparece en pantalla podremos adivinar que después de haber fracasado con la elección de Colin Firth en “Magia a la luz de la luna”, o haberlo logrado sólo parcialmente con Jesse Eisenberg en “Café Society” o Joaquin Phoenix en “Hombre Irracional”, nuevamente Woody ha encontrado al actor ideal para hacer de él mismo y desgranar sus rumiantes pensamientos sobre religión, las mujeres, la pareja, la fidelidad y los fracasos e infelicidades matrimoniales, además de la infaltable presencia de la hipocondría, las enfermedades y la muerte, absolutamente omnipresentes, en diversas formas, en toda la filmografía alleniana. Si bien los abundantes y sobrecargados diálogos no aportan ninguna mirada demasiado novedosa Woody encuentra, en este caso, un nuevo artificio para deslumbrarnos: recorrer algunas de las escenas más clásicas de la historia del cine, recreadas en un radiante blanco y negro a través de los sueños de Mort, desplegando una idea lúdica y creativa que oxigena este último trabajo de Allen y lo hace diferente a sus últimas películas. “RIFKIN’S FESTIVAL” es un verdadero goce cinéfilo, ambientada en el contexto del vértigo de un festival de cine, desnuda a la industria cinematográfica y rinde un profundo homenaje a directores que han dejado su marca personal en la historia del séptimo arte: así desfilan los nombres de Rohmer, Fellini, Godard, Bergman, Pasolini, Bertolucci, Lelouch, Buñuel entre tantos otros y se recrean icónicas escenas de “El Ciudadano/Citizen Kane” “Jules et Jim” “Persona” “Amarcord” o “Sin Aliento” –destacándose un mano a mano con Christoph Waltz a la manera de “El séptimo Sello”-, citándose inclusive a sí mismo cuando aparecen referencias indirectas a sus trabajos como “Interiores” “Crímenes y Pecados” o “Recuerdos/Stardust Memories”. Una vez más por medio del humor, la sátira y el sarcasmo, Woody se debate en la dicotomía entre “cine comercial hollywoodense vs. Cine europeo de autor” como si fuese imposible combinar lo autoral con lo comercial, la taquilla con un cine de calidad o la maquinaria de Hollywood versus el cine de autor. Así como se ha enamorado de otras ciudades, en esta oportunidad los paseos por San Sebastián son realmente deslumbrantes donde Woody se da el gusto de tener en su elenco a figuras españolas de trayectoria internacional como Elena Anaya, Sergi López y cuenta con las participaciones de Natalie Poza, y los televisivos Enrique Arce (“La casa de papel”) y Georgina Amorós (“Vis à Vis” “Élite”). Allen logra que “RIFKIN’S FESTIVAL” se separe ampliamente del pelotón de sus últimas creaciones porque aun cuando vuelve a los problemas de pareja, los amores contrariados, el deseo no correspondido y la pulsión sexual que rodea todos sus relatos, tiene un aire festivo, fresco y novedoso a través de los homenajes que realiza, con esta nueva mirada que vuelve los pasos sobre aquella “Hollywood Ending” pero ente caso se distancia de aquella ceguera para adentrarse en los problemas de corazón de su personaje en el sentido más literal y más metafórico de la palabra. Las ruedas de prensa, los productores, los críticos y una mirada divertida pero profunda sobre la concepción del arte en general y del mundo del cine en particular, hace que neurosis allenianas mediante, volvemos a disfrutar de los grandes clásicos del cine de autor, de la mano de uno de los cineastas más prolíficos y destacados de su generación como es el gran Woody que vuelve a brillar en esta comedia ideal para los cinéfilos empedernidos.