Que Pablo Trapero haya filmado una película en donde todo el tiempo esté el suspenso y los espectadores nos pongamos nerviosos no es ninguna novedad. Ya él había debutado hace más de una década con “Mundo Grúa” (1999) y dio muestras de oficio. En su última realización, “Leonera” (2008), adquirió madurez y se metió a denunciar lo que pasa en las cárceles. Ahora de la mano de Ricardo Darín (a esta altura toda una garantía) y de Martina Guzmán (la misma protagonista de “Leonera” y mujer del director) esta trama policial que mantiene en vilo a la platea. La trama gira en torno de Sosa y Luján. Él es un abogado que se mueve en la corrupción. Busca accidentes automovilísticos para encontrar clientes. Ella es una médica que vive socorriendo a las víctimas de los accidentes. La corrupción y el amor se hacen presentes en dosis que aletargan por momentos este cuento real, en donde el cazador a la larga es cazado. Decir que es una ficción es no reconocer que de la muerte muchos se hacen millonarios.
Personajes familiares y conflictos cotidianos en una entretenida realización Daniel Burman vuelve después de “El nido vacío” (2008) a contarnos una historia agri-dulce. Este realizador de recordados filmes (“Un crisantemo estalla en cinco esquinas” (1999), “Todas las azafatas van al cielo” (2002), “El abrazo partido” (2004), “Derecho de familia (2006)”, entre otras) nos plantea la historia de dos hermanos. Antonio Gasalla en un persdonaje diferente al que nos tiene acostumbrados y una estupenda e histriónica Graciela Borges componen a estos hermanos que van por la vida amándose y odiándose. Todo ocurre a partir de la muerte de la madre. Su hermana quiere ocupar el lugar de su progenitora y mandar en la vida de su hermano que vivía, y eras dominado, con su madre. A partir de aquí se suceden situaciones que de disparatadas no tienen nada. En esta producción de Burman todo es creíble. Los exteriores en Uruguay, los gags con Mirtha Legrand (incorporada desde el aparato de televisión en sus almuerzos), y las situaciones tragicómicas que se suceden a partir de conflictos familiares, logran llevar adelante una muy entretenida realización que nos refleja la vida de muchos grupos familiares con detectables perfiles individuales. Cualquiera que vea este filme va a sentirse identificado con alguna situación. Estos dos hermanos no son muy diferentes a los que pueden vivir en cualquier barrio de Buenos Aires
¿Leonardo Di Caprio tiene todos los aditamentos que se necesitan para ser un galán de cine del tercer milenio? ¿Es lindo, carismático, buen mozo, buen actor y fotogénico? Muchas veces me lo he preguntado y no termino de contestarme. Sin embargo, las mujeres mueren por él desde que lo descubrieron en “Titanic” (1997) y salió vivo de la tragedia al seguir filmando y vendiendo entradas. En esta ocasión el amigo llega nuevamente a la pantalla grande de la mano de otro viejo conocido por todos nosotros don Martin Scorsese. “La isla siniestra” comienza bien, hay intriga, aventura, suspenso, una música que crea ansiedad y hasta nos puede hacer poner los pelos de punta. Todos creemos que el carilindo es una cosa hasta que avanza la historia y comprobamos que el espectador ha sido burlado. Contar la trama no es de buen gusto. Decir qué es la “Isla es siniestra” sería mentirle al espectador; decir que Martín Scorsese filma mal es una mentira. La historia quizás se estira demasiado y esto hace que el clima se vaya diluyendo. “La isla siniestra” es una realización que no va a cambiar la historia del cine, pero que se deja ver. No es ni lo peor ni lo mejor que filmó Scorsese; tampoco es la consagración de Di Caprio. Lástima que ese suspenso y la intriga que aparecen en los primeros minutos se vaya esfumando y la historia termina adivinándose.
Astro Boy en la década del 60 y 70 copaba las tardes de Canal 11, por entonces el canal de Leoncio. Los que éramos chicos nos deleitábamos con las historias de este niño que volaba y su relación con el profesor Elefant. Pasaron más de 40 años y Astro Boy sigue siendo un niño que vuela y conquista, ahora a través de la cinematografía. A esta altura Astro Boy resulta un personaje demasiado viejo e ingenuo para las nuevas generaciones acostumbradas a los dibujos más destructivos. Es quizás éste “Astro Boy” una ceremonia de nostalgia para quienes hemos vivido sus historias cuando éramos unos locos bajitos. Fue tan importante y exitoso Astro Boy en nuestra televisión que hasta en 1976 se editó una historieta mensual que se vendía en los kioscos de diarios y revistas. Para los chicos Astro Boy termina siendo el héroe que tenía papá y mamá cuando ellos ni siquiera eran un proyecto para este mundo. Es una realización que se deja ver con mucha nostalgia. Para los chicos de hace más de 40 años el personaje era un súper-héroe en blanco y negro. Hoy es sólo un chico grande que vuela en colores.
El debut sexual, el primer beso y los cambios corporales siempre ha sido un tema tocado por el cine. Incluso hace unos años “Cara de queso” fue un filme que si bien tenía sus falencias termina redondeando algo. Aquí en esta producción de Uruguay, Argentina, México y España (falta algún país) la cosa atrasa y se nota. En primer lugar la dirección de actores no se hace presente, los chicos actúan sin rumbo y eso hace decaer lo que podría haber sido más que interesante. Rafael Bregman de 13 años pierde la virginidad con una prostituta, pero lo que no logra es llegar al primer beso. El otro problema de éste adolescente son los granos, su inseguridad y la separación de los padres. Aquí lo que no logra el director es modernizar esta historia que por momentos hace recordar la moralina de la ”Familia Falcón”.
Julián dice que es un hombre muerto y ha decidido suicidarse. Antes decide dejar a su novia Lucia (Emilia Attias), renuncia a su trabajo, busca en Internet comprar un arma y hasta se da el lujo de hablar con un sacerdote (Juan Leyrado) para comprobar si Dios existe o no. Lo cierto es que a Videla se lo puede ver a través de viejas imágenes y curiosas tomas de archivo en donde Sábato y Borges comparten con el ex-dictador una reunión. Lo demás es toda una historia que no es creíble. En primer lugar el supuesto asesino de Videla no vivió esa época y se deja llevar por lo que escuchó. En otro orden de cosas la aparición sobre el final de Estela de Carlotto no aporta nada a algo que ha perdido el rumbo desde los primeros 5 minutos. Los actores hacen lo que pueden y es por culpa de un guión inconsistente y ambicioso.
A esta cena le falta gracia, diálogos más ingeniosos y por sobre todas las cosas un poco de humor. A ese humor llamémoslo sutil o corrosivo. Hubiese sido bueno disfrutar de una cena de amigos con situaciones más jugadas. La hora cuarenta no se hubiese hecho insoportable como ocurre. Dany Boon está comprobado que es un buen comediante, el último año lo hemos visto en “Bienvenidos al país de la locura” y demostró que tiene oficio. Aquí está desaprovechado puesto que los diálogos no terminan de convencer. Todo transcurre en una cena, que con el paso de los minutos comprobaremos que son varias y anuales. Allí la dictadura de la apariencia, las penas asfixiadas y los códigos de los comensales dejan visualizar que detrás de esas máscaras se esconden otras cosas. Cosas que no terminan de explotar puesto que los conflictos quedan sin resolverse.