Artemis Fowl: Mágico caos en Disney Plus. Una necesidad de urgencia, de no correr el riesgo de perder el ritmo, puebla el film dirigido por Kenneth Branagh y que acaba de estrenar Disney Plus. La adaptación de las novelas de Eoin Colfer, entregas de una larga saga de fantasía y ciencia ficción que se inició en 2001, con el nombre del protagonista, decimos «Artemis Fowl», lleva años de desarrollo. Es más, Disney tiene los derechos desde antes de la publicación de la primer entrega, que se suponía produciría junto al infame Harvey Weinstein y su hoy extinta Miramax, que luego de los escándalos solo continuaría bajo el sello del ratón. Desde 2013 hasta hoy fueron también varios los guionistas y directores comprometidos, hasta que en 2015 se sumó el británico Kenneth Branagh en la dirección y Conor McPherson y Hamish McColl para escribir el guion que cubre los eventos de las dos primeras entregas de la serie. La historia, dejando atrás la saga de su construcción, es sobre el joven Artemis Fowl Jr., hijo pródigo y de altísimo nivel intelectual de un magnate de las antigüedades irlandés del mismo nombre, que se ve envuelto en una guerra entre el mundo de los hombres y las hadas. Sí, aquí los «Tuatha Dé Danann» son reales y viven en la profundidad del planeta, directamente debajo de Irlanda, en una sociedad de elfos, gnomos, enanos, centauros, pixies y otros que custodian la magia del mundo, y particularmente el «Aculos», capaz de desastres inimaginables. Claro que toda esta enrevesada jerigonza es una adaptación libre, muy muy libre, de las dos entregas que si algo supieron hacer en sus páginas, fue justamente no tomarse para nada en serio su periplo. Algo que en el film falla estrepitosamente. Ciertamente, la dirección tan anodina como insustancial, poco ayuda a la hora de dar un relato no sólo mínimamente coherente sino que también básico con respecto a los dramáticos acontecimientos que se desarrollan. La apresurada búsqueda de entretener se sostiene solo con la inquieta y hasta errática acción que se plantea, sin siquiera detenerse un momento. Al espectador entonces se lo embarca en un viaje plagado de acontecimientos que lo empujan hacia a la conclusión sin medirse tiempo alguno en hacerle comprender el universo que se plantea. Una suerte de montaña rusa de emociones, que groseramente interpretadas, no se toma el tiempo de desarrollar ningún personaje, sus anhelos o desafíos. Tanto el universo de las hadas como el humano son apenas vislumbrados en la maraña de acciones y por lo tanto la urgencia de ser salvados o protegidos no genera emoción alguna. Uno de los fuertes del original literario, nos repetiremos, es el sentido del humor con el que narra el conflicto. El no tomarse tan en serio su dramatismo es una de las razones de por qué es fácil de convivir con su fantasía y asumirla al poco de comenzar la lectura. La soberbia de Artemis Fowl, la inocencia del hada Holly Short, como el mal genio y vocabulario poco digno del comandante Julius Root, son parte de un cuento irlandés sobre un mundo de maravillas. El autor no olvida el juego que esos relatos proponen; pero que el film, más allá de ser una adaptación, olvida. Cargada hasta los hombros de efectos especiales, sustenta su relato en una acción sin pausas; y la falta de descanso, propuesto como una forma de sostener el interés del público infantil, suponemos, se siente superficial y carente de emoción genuina por la suerte de los personajes. La narración del enano Mulch Diggums, interpretado por Josh Gad es una machacona acentuación que destripa más que llevar el hilo de la historia, con su insistencia interrumpe y sobre explica sin permitir que el espectador pueda sacar sus propias conclusiones. Una pena realmente que, siendo una interesante saga literaria, sólo sea construida por su desenfrenada acción carente de alma, que recuerda mucho lo visto en Mortal Engines (2018) de Christian Rivers y la trilogía The Hobbit (2012) de Peter Jackson. Pero ya es suficiente, y dejando en paz a Artemis Fowl: El mundo subterráneo nos retiramos esperando que sepan disfrutar de este disfuncional show de malabares dirigido por un Kenneth Branagh al que desconocemos, y protagonizado por un elenco de primer nivel completamente desaprovechado.
[REVIEW] Bloodshot. Un soldado desmemoriado intenta recuperar su historia a través de rápidos golpes nano mejorados. Bienvenidos al nuevo film de Vin Diesel. Admitiré desde el comienzo que no he sido lector del cómic que Eric Heisserer y Jeff Wadlow adaptan con dirección de Dave Wilson, un artesano de los efectos especiales que deviene en director. Su primer largo con actores reales, luego de su paso por «Love, Death & Robots» (2019) con «Sonnie’s Edge»; una interesante amalgama de cyberpunk y peleas clandestinas. Acaso no será necesario entendemos -el haberlo leído, repetimos-, ya que las adaptaciones suelen ser tan libres como se propongan los estudios, como maquinen los guionistas. Algo, aclararemos también, más que positivo porque jamás podrá realizarse el traspaso sin perder algo de su genio fundador y necesario; porque para repetición sincronizada de las viñetas por qué producirla, verdad. Es por eso que ha sido un viaje de descubrimiento este personaje, interpretado por Vin Diesel – el cabeza de familia de la extensa y siempre presente «Fast and Furious»-, aunque pobre lección deja. No es un film aburrido, ridículo y hasta involuntariamente cómico quizás, pero no exento de algunas bien desarrolladas escenas de acción con sus jactanciosas «catchphrases» al uso. Pero vayamos por parte; Ray Garrison (Vin Diesel) es un soldado revivido por la corporación Rising Spirit Technologies a través del uso de nanotecnología, convirtiéndolo en un soldado perfecto, inmortal y por lo tanto letal. Mientras intenta recuperar su memoria comienza una suerte de búsqueda implacable de quienes lo asesinaron. Venganza que lleva a cabo utilizando sus nuevas mejoras. Es obvio que la historia, inspirada en el cómic que comenzó a publicarse en 1992, es una referencia tanto en tono como trama a las películas de acción de aquella década, una de las más interesantes, para bien o mal, de este género en particular. Cada uno de sus actos es una construcción milimétrica de sus características, el héroe solitario y quebrado envuelto en un conflicto reflejo de su interior, colmado de traumas pasados, las escenas de acción física, que aquí es un punto a destacar y la trama lineal, casi de manual sobre villanos y corporaciones oscuras, ligadas a intereses no muy santos. Todo este aparato al servicio de Garrison/Diesel genera una historia que al revisitar esos lugares comunes se siente por comenzar predecible y por seguir falta de la picardía que esas películas consentían en su drama, ciertamente para alivio de un público cautivo de la desenfrenada matanza. Es ciertamente una extraña amalgama entre «Robocop» (1987) y «Demolition Man» (1993), ciencia ficción, acción y pulp que se toma demasiado en serio perdiendo la oportunidad de, también, construir desde otro lugar a sus personajes, la mayoría de ellos planos y por lo tanto estancados en medio del delirio nanotecnológico de la trama. Si de por sí el espectador entiende que es una historia imposible, y da pié a la suspensión de la incredulidad, un trabajo más concreto en su desarrollo del cuento habría colaborado a profundizarlo. Porque tener esa fuerza elite de soldados mejorados que luego serán unos meros comparsas de, la además poco expresiva, performance de Vin Diesel es una pena y desperdicio de material. Muchas de sus acciones están sujetas a los giros que el guion necesita para seguir adelante, solo empujones de plot twist. En definitiva, sin querer dilatar más esta review, concluimos que sus escenas de acción son la mejor baza de este film que de historia poco y nada, y menos en desarrollo de un personaje. Pero en definitiva, como debe ser, todo queda en manos del espectador.
[REVIEW] Respira. Llegó a los cines la nueva producción del director Gabriel Grieco, protagonizada por Lautaro Delgado Tymruk y Sofía Gala Castiglione. La sutileza no será parte del thriller ambiental escrito y dirigido por Gabriel Grieco, no al menos para quienes ya conocen la cantidad de casos documentados respecto de la utilización indiscriminada de agroquímicos en los campos argentinos; y plantearlo como un suspenso es un acierto que propone ubicarse en el sitio de quienes quizás, aún hoy, ignoren el tema. Lo interesante de este film es que lejos de jugar sus cartas con un drama de procesos e investigaciones (al caso podríamos mencionar la reciente Dark Waters (2019) de Todd Haynes o los famosos documentales dramatizados), opta, como es conocido en la filmografía del autor, por la utilización de varios géneros; como el thriller rural con aires de western y el drama familiar. Leonardo, un piloto comercial desempleado con serios problemas de ira, vegeta en su hogar a la espera de algo que parece no querer surgir, es por eso que su esposa Leticia (interpretada por una siempre magnífica Sofía Gala Castiglione) concreta para él un empleo en un pequeño pueblo del interior como piloto fumigador. Para esto deberán, junto a su hijo, mudarse al campo y recomenzar lo que parece una vida familiar a punto de desintegrarse. Claro que ellos ignoran lo que el espectador presupone, el empleo es no solo pilotar, visto los primeros minutos del film, también es lidiar con un drama que ha venido cocinándose a fuego lento, del que será tanto protagonistas como víctimas. Gabriel Grieco utiliza el thriller rural, con claras reminiscencias al cine de Sam Peckinpah, con ese clásico Straw Dogs (1971), para plantear una genuina denuncia de hechos que actualmente ocurren en suelo argentino. El foráneo, que viene a romper con el status quo imperante, a la vez que lucha por salvar a la familia que de a poco está perdiendo, enfrentará el misterio e intentará resolverlo cargándose a su paso a todos los que pretendan mantenerlo no solo como forma de vida, sino también como origen de una riqueza que parece no tener fin. El director rueda con pulso varias de sus mejores escenas, donde la tensión es protagonista a partir de ese rápido segundo acto en que el drama da paso a una acción desenfrenada, cuando las víctimas deciden tomar la justicia por mano propia. Respira es un interesante experimento de géneros que de varias maneras amalgama la visión del director en filmes anteriores. Puede que en su acto final la ficcionalización de la realidad siga un rumbo un tanto lejano a lo propuesto desde el inicio, pero no por ello se desentiende de un despliegue visual atractivo y un elenco comprometido en este thriller ambientalista con un mensaje a tener en cuenta.
[REVIEW] Mujercitas. Llegó a los cines argentinos la nueva adaptación del clásico literario estadounidense nominado a seis premios de la academia, dirigido por Greta Gerwig y protagonizado por un formidable elenco. «Que sea breve y picante y si la protagonista es una chica asegúrate de que se case antes del final.» es el consejo del editor Mr. Dashwood (Tracy Letts) a una joven Jo March cuando esta le presenta un escrito. Y me ha quedado rondando en la cabeza, porque el folletín, parte de la cultura popular literaria del entonces siglo XIX, parecía ser la única posibilidad para la escritora principiante, un género menor que cabalgaba los movimientos literarios de entonces y generaba rápidas ventas e interesantes ganancias; y porque cuando ella decide realmente dedicarse a una búsqueda seria de su expresión, toma el realismo – género literario iniciado a finales de los 1860s – como concepto, ese naturalismo como base a un relato que suponía su historia y la de sus hermanas, un paso determinante en su maduración, tanto de escritora como mujer. La enésima adaptación del clásico literario americano publicado en 1868 y escrito por Louisa May Alcott es, a mi parecer, como la misma novela: una metalectura sobre el devenir literario universal, el paso de generaciones y conceptos de cómo contar una historia. La misma Greta Gerwig, guionista y directora del film, toma muy en cuenta esto, elaborando la narrativa sin caer en el artificio vulgar y maquineo de los personajes – folletín-. Decide que el relato será, aunque coral, introspectivo y sobre el desarrollo de personajes. Coming of age, historia de maduración, de sostificación del caracter. La niña que solo quería un buen matrimonio pasa a entender en mayor profundidad lo que esto es y, por supuesto, Jo y su revolución liberadora, pequeña y personal, pero de alcance universal. La ruptura con lo establecido, la posibilidad de algo más, propone un juego tanto dentro de la literatura que la ficticia Jo compone y madura, como la creada por la misma directora. Solaz al que sigue apostando cuando la versión lineal da paso a un ir y venir en el tiempo, porque el relato es un recuerdo, en el maduro estado de una autora que ha trascendido. Eso claro, para nosotros, es el verdadero galardón de esta puesta, más allá de un elenco que parece haber entendido el concepto y adoptar el naturalismo como expresión última de sus personajes. Es esta Mujercitas, una muestra cabal de su generación, de la búsqueda actual que proponen los movimientos feministas, de los diferentes conceptos que contiene; como la conservadora Meg March puede madurar su concepto de mujer sin abandonar su sueño de casarse y formar una familia, de cómo Amy March descifra el negocio del mismo, y lo asume desde la madurez de entender los riesgos. Será para Beth (Eliza Scanlen) la historia más romántica de todas, entendida desde el concepto literario, que armonizará el total de la propuesta, la heroína trágica y nudo aglutinador de un final que versa sobre la muerte de la infancia. Entretenida y enternecedora, lo es, pero también un lúdico homenaje al escritor y su maduración, al paso del tiempo y madurez desde lo espiritual, desde la forma de entender y asumir la vida, de cómo expresarla.
Cats: Bizarra y no por valiente. La adaptación del ya mítico musical creado por Andrew Lloyd Webber llega a los cines argentinos, dirigido por el oscarizado Tom Hooper y con un elenco de lujo. ¿Esto es suficiente para lograr un buen film? «No resiste el análisis» podría ser la frase que sujete toda la review del film, si no fuera tan facilista despojarse del entuerto que esta genera. Porque el musical original de Andrew Lloyd Webber sobre los poemas de T.S. Eliot, «El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum» (Old Possum’s Book of Practical Cats), son no solo parte de la historia del musical, sino también parte de la cultura popular, gracias a canciones como Memory; y que, quién sabe por qué aciago destino, terminó adaptándose al cine con dirección de Tom Hooper. Sí, el mismo que se agenció tres premios de la Academia por su descafeinada versión de «Les Misérables». Seremos sinceros desde el comienzo al mencionar que es casi una utopía la idea de adaptar el original estrenado en 1981, por varias razones puntuales. Este musical no contiene una estructura clásica del relato con sus tres actos – introducción, nudo y desenlace -, algo que fue todo un suceso en su tiempo, ya que se concentraba en una sucesión de cuadros musicales alrededor del tan mentado «Jellicle choice» para ascender al ansiado «Heaviside Layer» – la metafórica ascensión a una nueva vida -. Los diferentes cuadros en los dos únicos actos de la obra daban paso a una serie de canciones e interpretaciones que fascinaban por el trabajo del elenco. Bailarines y cantantes daban a esta seguidilla de momentos un espacio puntual de esplendor, casi como un «varieté». Sarah Brightman, Elaine Paige, Paul Nicholas, Brian Blessed, Geraldine Gardner – muchos reconocidos intérpretes de hoy – fueron parte de ese show que sorprendió con su originalidad. Claro que el ya legendario compositor, autor, escritor, director de orquesta y productor musical Andrew Lloyd Webber estaba tras esta estrafalaria idea, tras cada cuadro de este musical nacido como un conjunto de canciones y unido por la dirección de Trevor Nunn, con coreografía y dirección asociada de Gillian Lynne, que completaron el fenómeno. Uno que lamentablemente Lee Hall y el mismo Tom Hooper no supieron contener al momento de trasladarlo a la pantalla. La búsqueda de continuidad, darle una trama coherente a una historia de actos, la reincorporación de nuevas propuestas narrativas terminaron por jugarle en contra. Desde el momento en que escribimos todo lo anterior a este párrafo, entendimos que no solo es una aberración de CGI, sino también una confusa historia donde los personajes, cambiados y desdoblados, que no ayudan al espectador a empatizar con la historia. Es absurda, con crasos errores de continuidad y una pésima utilización del humor slapstick. Las bufonadas de Rebel Wilson interpretando a Jennyanydots – el gato vago que entrena ratones y cucarachas – son repetitivamente insulsas, burdas. El alivio cómico que pretenden que sea, junto a Bustopher Jones de James Corden, termina siendo el típico chiste del gordo que ya no funciona, si es que alguna vez lo hizo. La magia que poseía Mr. Mistoffelees (Laurie Davidson) en el original teatral ahora es compartida con Macavity (Idris Elba), presentado aquí como el villano de la función, lo que genera confusión con los atributos de cada uno de los personajes presentados y también con el desenlace de la historia, donde Macavity recibe su merecido castigo. Que Judi Dench conjure al viejo Old Deuteronomy no es un problema, al igual que Ian McKellen como Gus The Theatre Cat, que lejos está de ser el frágil y patético gato anciano con temblores,- y más lejos aún de la dulce melancolía con que fue creado Un largo etcétera nos tomaría repasar un elenco desaprovechado que carece de toda dirección actoral. Casi como ese desencuentro que acontece entre los FX y la puesta en general. Vistos los grandes decorados creados para las escenas, y más allá de una escala enrarecida entre estos trastos y los gatos, es la iluminación casi teatral, mayormente de neón, que quita profundidad y realismo en el contexto de la fantasía. Gatos antropomórficos lo son, pero sin equilibrio alguno; rostros humanos con grandes orejas en lo alto de las cabezas, pies y manos humanas, y un pelaje que en ciertos momentos provocará el mareante uncanny valley en el espectador. Cats no posee un repertorio extenso de pegadizas canciones, si lo comparamos a otras producciones del autor como Jesucristo Superstar (1972), Evita (1976) o El Fantasma de la Ópera (1986), sacando, claramente, Memory, y tiene sentido en el contexto en que fue escrita, ya que cada canción o tema musical es sí mismo un motivo. Preludios y repeticiones son el enlace de estos que se desdibujan en el film hasta generar hastío en el espectador, puesto que suenan como «repeticiones» sin más. El crescendo se pierde allí desluciendo el número principal. La tribu de gatos, en ningún momento definida, ahonda ese desconcierto. El pase del escenario a un set de rodaje no es redefinido, ni contemplado. En fin, soltaremos este entuerto, considerando una fallida traslación al cine de un musical que supo ganarse la ovación de la crítica y el público durante décadas, porque no se tuvo en cuenta el medio en que se realizaba, además de adolecer de un sentido estético que le diera armonía, más allá de no entender por qué este musical en particular. Si Taylor Swift y Jason Derulo significaban el gancho para las nuevas generaciones, esto es anecdótico al lado del terror que puede causar su imaginería visual y lo viejo que puede sonar el estilo musical del mismo. «Jesucristo Superstar» de Norman Jewison, estrenada en 1973, fue un éxito de taquilla justamente porque era contemporánea en los aspectos musicales, cuestión que con Cats no sucede porque llega treinta y ocho años después. Una pena que haya sido incomprendida nada menos que por su director y guionista.
[REVIEW] Star Wars: El ascenso de Skywalker. «He vivido lo suficiente para ver los mismos ojos en diferentes personas«. Maz Kanata – Episode VII: The Force Awakens Cuando George Lucas estrenó allá por 1999 la trilogía precuela, en que narraba los hechos ocurridos en tiempos de un joven Obi-Wan Kenobi y un niño Anakin Skywalker, daba continuidad a una suerte de epopeya «familiar» que redujo el vasto universo a las peripecias de unos pocos. Rogue One (2016) y Solo: A Star Wars Story (2018) intentaron sin mucho éxito esa expansión que a los más radicalizados seguidores les sonaba a poco sin los Skywalker de por medio. Así que la continuidad era más que obvia, había que cerrar la odisea familiar para al fin poder narrar otras historias. Ciertamente ellos son la columna vertebral de Star Wars y su lejana galaxia, no cabe ninguna duda. Aunque era posible darle un respiro introduciendo, por qué no, otra perspectiva; una mirada ajena al núcleo familiar. Así lo advirtió Rian Johnson con su por demás criticado y detestado intento. Él pareció comprender el estancamiento e intentó librarlo dando paso a una nueva perspectiva, siempre dentro del canon, en el que jugaba a introducir nuevos personajes, como Rey, que no pertenecían a la genealogía de Jedis y Sith. Poco y nada valió el intento, uno que hasta parece haber enredado la trama en una suerte de laberinto que J.J. Abrams y Chris Terrio intentan en casi dos horas y media desenrollar con algunos aciertos y mucha, pero mucha intensidad. La sombra del emperador se yergue sobre la pobre y diezmada resistencia, como también sobre la galaxia toda. El regreso de Palpatine/Darth Sidious es el puntapié inicial a una reconfiguración del tablero en la guerra por la supremacía que lleva a los protagonistas a una carrera contrarreloj en busca del equilibrio. Porque el film no olvida que el camino del héroe siempre reinterpretado, desde que George Lucas creó a Luke Skywalker, es la búsqueda de la total aniquilación de la oscuridad. Ya no hay un después o tercera posición tan promocionada por Kylo Ren en el film anterior. Es un matar o morir que originará un revuelo sideral que irá hasta los mismos confines del espacio conocido. La aventura también traerá solaz a los seguidores, puesto que intenta responder muchas de las incógnitas planteadas en el Episodio VII: The Force Awakens, que la siguiente entrega evitó, lo que en cierta manera carga al film y ralenta el espectáculo que, de más está decir, es soberbio. J.J. Abrams comprende perfectamente el ritmo de una aventura y guarda para ese apresurado tercer acto una solemnidad inusitada en las producciones de Disney. Es un show caro, apoteósico y desprovisto de todo riesgo. No hay en ninguno de los personajes la ambigüedad anteriormente planteada, como si retomara la historia, en lo introspectivo y reflexivo de los mismos, en lo planteado en The Force Awakens. La carencia total de riesgos en la construcción de la trama lo torna por momentos de una previsibilidad que estropea el acervo logrado. Ninguno, y repetimos, ninguno de los personajes es capaz de escaparle a la cada vez más oscura sombra del Episodio VI: Return of the Jedi (1983) que se cierne sobre ellos, y no solo por los regresos ya propuestos en los adelantos como Palpatine y Lando Calrissian. El camino del héroe se traza sin mácula, sin reveses o dudas. Haremos un alto para mencionar a Adam Driver y su Kylo Ren, que de alguna manera cumple con el desarrollo propuesto en el film anterior, además de la interpretación destacada que hace el actor. Esto ayuda, claro, a que el espectador, nosotros, podamos mínimamente congeniar y comprender sus acciones por muy rocambolescas que sean en esta entrega. Rey, Daisy Ridley, carga con el indiscutido protagónico, alimentado con las nuevas noticias que recibe, y logra una criatura que en su fragilidad encuentra la fuerza; y aunque puede que por momentos se antoje solo un comodín argumental, tal vez no sea tan grosero como sí sucede con otros. Kelly Marie Tran, Lupita Nyong’o, Dominic Monaghan y Keri Russell, por nombrar algunos, son extensos cameos que anclan la narrativa con refuerzos en textos expositivos, redundantes. Poderosa, visualmente impactante, técnicamente no se podía esperar menos con la fotografía de Dan Mindel (Star Trek Into Darkness, Star Wars: Episode VII – The Force Awakens) y el diseño de producción de Rick Carter (un colaborador frecuente de Steven Spielberg) y Kevin Jenkins. Ciertamente el tramo final es paroxismo puro y donde más se acerca a lo esperado en un final de este tipo. Uno verdadero e inequívoco, por lo menos con respecto a los Skywalker. Star Wars: El ascenso de Skywalker es un final digno que conecta al espectador con la totalidad de la saga, que lo pasea por ese universo excepcional que George Lucas inició en 1977. Cuarenta y dos años de la mejor space opera jamás filmada, que retoma esa candidez, en el mejor de los sentidos, que supo tener en esas primeras entregas y que lleva al público a un viaje final lleno de nostalgia. Por mi parte, ha sido un placer un tanto empañado por la corrección y las ganas de gustar, que también sea dicho, son la finalidad de tales producciones.
[REVIEW] Maléfica: Dueña del mal. Una de las emblemáticas villanas de la casa del ratón está de regreso, y no, no será por fin la Maléfica que conocimos en la animación de 1959, esa magnífica adaptación de Clyde Geronimi y Erdman Penner, porque una vez más solo serán engaños. Concebida como la villana por antonomasia desde su nombre, referencia obvia que igual haremos, hasta en sus acciones; cayó en una suerte de reivindicación con su aparición en las remakes/adaptaciones con actores de carne y hueso. Inesperada pero efectiva vuelta de rosca de la clásica historia de la Bella Durmiente, cuento original de Charles Perrault que escribió Linda Woolverton (Alice in Wonderland, The Lion King). La premisa fue que todo era un error de lectura, que ella no era la villana sino más bien una incomprendida criatura de un mundo que poco entendían los mortales. Un juego de mala fama y mucha corrección política, que sin lugar a dudas destruyó una cimentada celebridad al hada malvada, y fue en ciertos momentos entretenida. Pero, y ya que estamos, reescribir por completo el clásico no es el problema, cada generación puede y tiene sus lecturas de los relatos y más tratándose de los construidos con arquetipos que logran trascender su época. Dicho esto, la secuela que en su título parecía proponer una nueva vuelta de esa rosca infinita, cae una vez más en la opción cómoda o mejor dicho acomodaticia a los tiempos que corren sin generar una verdadera ruptura con el personaje. Ella no será por fin mala, no, simplemente y otra vez, mal entendida. Tiene su lado tóxico en su relación con Aurora, sí, pero desarrollado sólo como una herramienta para el flácido nudo de la trama. Uno que repite de la entrega anterior, esta vez en las rocambolescas tramas de la reina Ingrith, madre del príncipe Philip, el futuro esposo de Aurora. Todo se resume en una tergiversación de los acontecimientos, en la insoportable nulidad de carácter con que dotan a la joven reina del Páramo aún cuando ella fue protagonista de ese maltrato histórico con que cubren la figura de Maléfica. Y de ahí en más, solo una sucesión de secuencias que enredan una trama cuyo esbozo no logra liberarse por fin del nuevo encajonamiento que le hacen a los personajes femeninos. Que surja la raza de las hadas oscuras, una suerte de pueblo mágico olvidado y acorralado pudo haber funcionado si tan solo se le hubiera prestado más atención a la construcción de su lugar en la historia. Sumar a veces es solo amontonar y claramente es lo que sucede. Lo pueblos originarios intentan retomar su lugar en el Páramo y el reino que poco a poco ha usurpado las tierras, pero solo queda como algo anecdótico, y si le sumamos que Maléfica es una especie de elegida, nunca sabremos muy bien para que, termina haciendo que la historia se ralente con tanto lastre. El juego del elenco protagónico es acotado y superficial, surtiendo a los personajes de una repetitiva gama de gestos, y no son ellos claramente el problema; Angelina Jolie, Michelle Pfeiffer, Elle Fanning, Ed Skrein y Chiwetel Ejiofor realizar su labor con entrega, pero con una historia tan bidimensional en sus metáforas es ciertamente constreñido y por qué no, aburrido de ver. Atiborran al espectador de sobreentendidos y claras referencias a fantasías conocidas como «El señor de los anillos» o la más reciente «Game of Thrones»; en el enfrentamiento épico de dos reinas particularmente en este último ejemplo, que al carecer de bagaje dramático no logra trascender el efectismo. Claro que los efectos especiales, en particular el abarrotado y ecléctico diseño de vestuario y el diseño de producción en general visten al film de una espectacularidad apabullante, de un esplendor que ciertamente enceguece al espectador ante una historia poco inspirada.
[REVIEW] «Magalí» de Juan Pablo Dibitonto «Hay noches turbias de tanto polvo, digo, en que miro esas cosas. Entonces no sé si lo que veo viene desde el recuerdo o si todo eso es cierto«. Mujeres de negro – Manuel Castilla Están los que se van escapando, y haciéndolo olvidan; los que forzados a irse se alejan y nunca terminan de extraviarse. Y las voces ausentes, las memorias descartadas se apelmazan en los rincones hinchando espacio, enajenando. Magalí, la ayudante de enfermería, interpretada por Eva Bianco, cabalga entre ambos en ese Buenos Aires en el que deambula solitaria. En el que cuando quiere comunicarse no conecta. «¿Irá al carnaval?», le pregunta a una paciente, y esta distraída pregunta «¿Qué?». Hasta la noticia de la muerte de su madre y su viaje al norte, uno bien lejano y austero, parece ser alguien sin tiempo, ni sensaciones. Donde la crueldad del abandono lo vive sin emoción más profunda que un gesto. La muerte es el disparador para una historia que cabalga entre drama y un giro de realismo mágico que alimenta, si se puede, lo mítico del relato que escriben Juan Pablo Dibitonto, también director, y Daniela Seggiaro. La odisea de Magalí a los altos valles del norte argentino, se asemejan a esos que los poetas riman en fogones. Un drama de reencuentro con las raíces, de recuperación no solo de una memoria abandonada que es su hijo. Sin prisa pero sin pausa, desarrolla el director, una historia sobre el retorno a un sitio que parece nunca haber pertenecido y al que comenzará a hacer propio a través de la memoria de su descendencia. Extraño y atractivo que sea un niño, usualmente es el anciano esta vez muerto, quien conecta a un adulto con su mundo. Que gracias a esa historia del puma asesino, mitad animal salvaje y mitad espíritu errante construyen un mito moderno sobre la pertenencia. Ese espacio que soberbiamente retrata Lucio Bonelli con su fotografía no es casual, con su aridez y soledades ventosas representa sus habitantes. Eva Bianco entiende y asume el peso del drama casi en su totalidad; con su Magalí de miradas y silencios construye una criatura interesante a la que se le notan los pedazos, los desencuentros. Y que evolucionará y es entendido en la variación no solo emocional, también en la pequeña alteración del vestuario, el peinado; detalles pequeños que ayudan a nutrir los cambios. Este mito moderno que se cuece en los cerros no escapa a las sombras del mundo moderno, a la obsesión por sobrevivir con empleo y sueldo. Que aquí bien se contrapone a solo vivir con lo que se ha nacido. Quizás resulte naif, inocentona la contraposición, pero es establecida con tanto tino y suavidad que resulta hasta parte del cuento. Un espíritu busca, en forma de puma – ellos le llaman león – a la niña de los ojos con que se prendó, mientras mata sin saciarse y Magalí es la única capaz de detenerlo mostrándole el camino de regreso al mundo de abajo. Ser capaz de tanta magia y no recordarlo o creerlo, negarse a volver a ser porque es volver para no irse. Juan Pablo Dibitonto recrea un mito sin mosquear tanto el género fantástico, con una fotografía exquisita y una banda de sonido, o más bien música incidental, perfecta. Y a la vez narra un drama intimista cálido capaz de sostenerse en pocos personajes. Todo austero y bello como el paisaje montañoso.
Baldío: Las mil caras de Brisa. Mónica Galán protagoniza el film dirigido por Inés de Oliveira Cézar. Que inicie en un set de filmación, en blanco y negro, donde se filma un policial negro, es como una declaración de intenciones, una sutil advertencia que el personaje se contrapone al otro, al que lo interpreta. Esa actriz que lucha entre una filmación accidentada, por momentos precaria y su realidad, mucho y más oscura. Inés de Oliveira y Mónica Galán escriben una historia que enfrenta a dos mujeres, por un lado la actriz que sobrelleva la filmación de una película con el profesionalismo de una veterana en estas lides y una mujer que se pierde entre el dolor, la rabia y la paciente estoicidad de una madre. Ella es Brisa, la fallecida Mónica Galán que camina las calles de Buenos Aires buscando a ese hijo, que adicto al paco, desaparece cada tanto con su dinero, joyas y algún que otro costoso regalo de su casa. Poco puede, aunque se esfuerce, sola con tanto tormento, más aún con ese padre y exmarido que ni se ausenta ni se queda, que deambula en sus vidas entorpeciendo todo, berrinchudo y adusto. Tanto el guion como la dirección de Inés de Oliveira Cézar realizan un juego de espejos en que los personajes se mezclan entre las ficciones, como una mamushka es Brisa, que hasta se va con el vestuario de la película a recorrer callejones en busca de su hijo. Una mamushka que se amplía y distorsiona cuando la misma Brisa comience a llevar al set sus desvelos de madre, de alguna manera y por fin siendo esa mujer que es mil facetas. Una aguerrida asesina de guantes blancos que es una actriz que es una madre y ex, una mujer que cuando todo parece ensordecer y escaparse de sus manos se deja entrever tal y como es. Un oficio que es muchos y compartimentado se antoja tan ficcional como ese noir en blanco y negro que protagoniza, que atiende y logra concluir porque profesional es antes que todo y porque es lo único que le da aplausos y flores. Este último trabajo de la actriz es casi la documentalización de un proceso que se antoja cíclico y eterno; una actriz que interpreta a una actriz que interpreta y así hasta esa infinitud que no se detiene en los créditos finales.
El llanto: Un ciclo infinito de soledad y espera. Silencioso, constante y rutinario; el tiempo se percibe como el rodar de un ciclo sin fin ni principio que pueblan como sonámbulas las mujeres de este paraje perdido en huellas y horizontes. El film de Hernán Fernández narra el día a día de una mujer sola en su casa, que espera y desespera en un silencio cargado, pesado como los nubarrones que a lo largo del film prometen una tormenta y que solo quedan allí pendiendo de un cielo tan amplio como los amplios plano de Constanza Sandoval, directora de fotografía. Sonia está sola, mientras que Elías su esposo, trabaja en la lejana ciudad para ese hijo que se adivina en la panza de la mujer. Aquí todos están en esa imprecisa situación de estar entre otros, eso sí pocos, y a la vez tan solos. Para esto el director se servirá de planos de un campo pobremente intervenido por el hombre que aunque verde se asemeja a un desierto, de iglesias olvidadas como depósitos y robóticas rutinas realizadas con el desgano de la mente ausente. Es una historia mínima, la de Sonia, la su suegra y Elías; una que ya comenzó cuando llegamos y dejaremos cuando el director decide apagar la cámara, con apenas un llanto quedo, un silencioso nada. La propuesta de Hernán Fernández (también director) y Franco Scappatura es una narración que se cuece en las acciones, ordenadas, repetidas y austeras de un grupo que convive con la soledad y las distancias, tanto físicas como afectivas de los protagonistas. Es un repaso, somero de almas que parecen atrapadas en un limbo donde Dios y sus terrenales representantes no llegan a solventarlo por más lectura bíblica que medie. Cada acción se ejecuta con el automatismo de un ser despojado de algo más profundo que solo separación y silencio, se adivina, se intuye el derrotero pero no alcanza. Más allá de la puesta milimétrica de una fotografía que respira más que los personajes, esta especie de documental sobre los que esperan, se queda en medio de ella, como atrapado y domesticado por el bucolismo del campo, en la reserva de los personajes que si apenas dejan entrever el malestar que callan. Mujeres que aguantan quietas en el aislamiento. Y la tristeza se antoja añeja, como salida de una fábula anterior al empoderamiento, como el recorrido que hiciera un cine que denunciaba el abandono hace tiempo y allá cuando la lucha recién comenzaba.