[REVIEW] Las Reinas del Crimen. Andrea Berloff, la guionista nominada al Oscar en 2016 por Straight Outta Compton, dirige su primer film con guion propio basándose en el cómic escrito por Ollie Masters para Vertigo (DC). Una historia ambientada en la década de los setentas en el archiconocido barrio de Hell’s Kitchen de New York. New York, años setentas y el barrio de Hell’s Kitchen no son extraños para los amantes del género policial. Chulos, putas y barrios arrasados por la criminalidad donde los vecinos sobreviven entre edificios abandonados y música disco. Desde que tenemos memoria han sido historias escritas y protagonizadas por hombres; machos que toman las calles y las convierten en sus patios de juego, donde la ley es impuesta como en un remanente del lejano oeste, iluminado ahora por el neón y el fluorescente. Es por eso que un drama como el film que protagonizan Melissa McCarthy, Tiffany Haddish y Elisabeth Moss suena interesante; porque desde el comienzo resignifica el relato poniendo por delante a la mujer y su sitio en esas historias. Tenía que suceder y de alguna manera Andrea Berloff lo logra, aunque a veces abuse del subrayado cuando fue tan bien propuesto en imágenes. La historia, de las tres cabezas del sindicato criminal comienza en la ruina que son sus vidas, en la figura intrascendente que es ser la esposa «De» en un mundo de machos. Encerradas en sus casas amando una idea tergiversada de hogar. Nada extraño; ella cría a los hijos, ella recibe los golpes de un violento, ella es la rebeldía de un imbécil que ya no sabe qué hacer con eso. Que los tres maridos, con robo frustrado de por medio, terminen en la cárcel es el momento que descubrirán que son capaces de hacer el trabajo de estos, de hecho mucho mejor. Son ellas quienes reescribir el papel de la mujer en los bajos y oscuros fondos del crimen en un universo concebido en la ficción y la realidad como puramente masculino. De hecho que el film se tome el tiempo de preguntarle a uno de los personajes protagónicos, la Kathy de Melissa McCarthy, en la voz de su pequeño hijo, qué es lo que realmente quiere, es un acierto que potencia la vorágine que las consume desde que deciden ganarse la vida por mano propia. Como también un subrayado a la libertad ganada por ellas, alguien al fin les pregunta qué desean. De nada sirve que otra mujer sea una potencia entre bambalinas como lo es la Sra. O’Carroll (Margo Martindale) porque ella no es más que extensión machista de los hombres que la rodean. Son las tres protagonistas quienes impondrán el nuevo código de la casa. Y para esto se servirán de todas las herramientas disponibles, incluidos los hombres. Chantaje, robos, todo pasa por ellas y en ellas, transformándolas. Aunque se escapa por los intersticios de una historia bien montada una aproximación menos declamatoria que a veces no parece confiar en el trabajo de las protagonistas, que realmente entienden a los personajes rotos y reconstruidos que son. Un thriller criminal violento, que no ahorra asesinato y un drama de empoderamiento femenino interesante que juega con las reglas de los códigos del género y reelabora las posiciones, gracias a un trío protagónico que entendió la ductilidad de los personajes de este tipo, y casi que ni son necesarios los plot twist finales.
[REVIEW] X-Men: Dark Phoenix. La larga y enrevesada espera ha terminado. La conflictiva filmación y sus «reshoots», el patearla siempre a un improbable día de estreno, y las cientos de palabras escritas al respecto desde que Disney adquirió 20th Century Fox queda atrás como la larga e irregular historia de los mutantes que iniciara Bryan Singer en 2000 para la Fox. «X-Men: Dark Phoenix» de Simon Kinberg llega a las salas de cines intentando cerrar un proceso de casi veinte años de historias y protagonistas, siempre conservando la mira en la saga de Charles Xavier y sus alumnos de la mansión. Narración que toma elementos de la Saga de Fénix Oscura de Chris Claremont para contar la última odisea de los X-Men pre inclusión al todavía en expansión MCU, Universo cinematográfico de Marvel. Decimos esto porque es pertinente a la hora de conectar con este film, esta suerte de despedida que sin nostalgia alguna da el cierre a una larga conversación de los mutantes y su público, ese que sostuvo su fe en la saga a fuerza de esperar que la siguiente fuera la mejor. Cosa que pareció posible con la llegada de Matthew Vaughn y su «First Class» en 2011, cinco años después de un cierre que ha muchos dejó con sabor a poco. Ese tercer acto de la primera trilogía que no supo estar a la altura de su título, «The Last Stand»(2006) de Brett Ratner, que también intentó una aproximación al célebre Phoenix de las viñetas. Esta vez, en un extraño déjà vu, como si de repente tuviéramos nuestro propio «Días del futuro pasado», regresamos a la saga del Fénix, que escribe y dirige Kinberg, productor y guionista que hace su estreno cinematográfico como director. Un film que podría haber tenido una mejor recepción si la historia hubiera intentado alguna novedad con respecto a su predecesora. Para ser sinceros, las novedades que hay en cuanto a los tópicos tratados son tan esperados como mal encarados, pero vayamos desde el principio. La historia da inicio con la pequeña Jean Grey dando rienda suelta a su poder en el automóvil en el que viaja con sus padres, en una escena dramática si las hay, que muestra de alguna manera el espíritu que impregnará el resto del film. El salto temporal nos lleva a 1992, donde el grupo ya conformado y celebrado de los X-Men ejecuta un rescate espacial en el que ella, Jean, absorberá una extraña formación luminosa con aires de entidad ectoplásmica rojiza, dotándola de un, si cabe a su gran don, poder extraordinario que cambiará su vida y la del mundo. El hecho es que el Profesor X jugó con su mente cuando era una niña, encapsulando sus recuerdos más dolorosos, como la muerte de sus padres, en un recóndito escondrijo de su subconsciente, y que ahora frente a su cambio recupera de la manera más traumática, desestabilizando por completo a nuestra heroína. Hasta allí el espectador tendrá una aventura muy al uso del género, que de repente comienza a tambalear en un drama existencial y de superación, que utiliza a los personajes como Charles Xavier como receptores de todo lo tóxico que el mansplaining puede ofrecer. Algo bastante distinto al personaje que hasta ahora había brindado la saga. Pero más allá de cuestiones puntuales como cierta banalización de tópicos tan presentes hoy en día, el film se convierte de a poco en un errático viaje de autodescubrimiento que deja al resto del elenco como comparsas de una fiesta a la que son ajenos. Así se perciben, apocados y chatos; que pasan de amar y proteger a odiar y querer destruir y viceversa sin grandes conflictos. Hasta el mismo personaje de Jessica Chastain, ese Vuk, que no es la emperatriz Lilandra Neramani ni mucho menos; más bien un apocado Skrull con ambiciones, que se comporta como un T-800 de la saga Terminator, ayuda a plantear de manera concreta el proceso de la joven. Simon Kinberg falla en la narrativa que confunde de sobremanera los temas, aunque varias de las secuencias de acción están bien llevadas, ya que ciertamente es en muchos momentos una página de cómic en movimiento, gracias a la fotografía del Oscarizado Mauro Fiore y el vistoso diseño de producción de Claude Paré. Pero el entretejido se derrumba cuando los personajes parecen sujetos a las expectativas de la historia, aunque con ello se lleven por delante sus características vistas en films anteriores. El nudo de la historia, es decir; la recuperación del pasado oculto de Jean, el descubrimiento de su inmenso poder capaz de sostener a la entidad Phoenix, el rescate de su voluntad de ser y hacer de acuerdo a sus decisiones, y en consecuencia la exploración de su rol de empoderamiento y aceptación, una especie de diosa sobre la vida y la muerte, se pierde en un mar de situaciones mediocres de manipulación y viaje con inicio pero sin final, interrumpido por los otros que no suman, más bien confunden y se mimetizan. ¿Qué diferencia a Charles Xavier de Vuk? Ambos buscan manipular a la joven, el primero con las ansias desesperadas de aceptación pública y mantener controlado un poder que no podrá manejar, la otra para recrear un planeta destruido y darle un hogar a su raza. ¿Y ella es la villana?
Brightburn: Hijo de la oscuridad. El villano es la prerrogativa de toda buena película de héroes. Se crea para confrontar el ideal del bien. Y su ejecución, no siempre acertada, puede transformarlo en el verdadero nudo de la historia. Todos tenemos aún en la memoria el Thanos de Avengers: Infinity War (2018), como ejemplo cabal de que no siempre es su ansia destructora su única finalidad. Puede también poseer un errado sentido de justicia, una retorcida y mal andada moral que hace de su accionar algo horrendo, pero que sin embargo no adolece de algunos criterios que llegamos a compartir. Como Thanos, eliminando la mitad de la población del universo para restaurar un balance ecológico. Dejaron de ser esquemáticos conquistadores del mundo con delirios de emperador, para dar paso a una interesante ambigüedad a la historia. Resulta que esta elucubración tienen un propósito en nuestra review de Brightburn: Hijo de la oscuridad (el añadido final es realizado por parte de la distribuidora) que escriben Brian y Mark Gunn y dirige David Yarovesky. El cuento del nacimiento del villano, que también es un «qué hubiera pasado si Superman fuera malvado«, del que no podremos desprendernos, por la simple razón de que las referencias son, en muchos niveles, obvias. Cada paso, es una puesta al día de lo escrito en la historia del Hombre De Acero; Kansas y el matrimonio sin hijos, la nave que cae del cielo con un niño dentro. Un pequeño extraterrestre que ellos adoptan, ocultando al mundo su procedencia. Criado como uno más en el pequeño pueblo de Brightburn, Brandon Breyer, el niño en cuestión comienza desarrollar sus poderes y mostrar que no es igual, por más que sus padres, Tory y Kyle Breyer lo sostengan. El film es un drama coming-of-age mixturado con el terror gore de bajo presupuesto que tanto deleitan hoy en día como; The Hole in the Ground, The Lodge o por qué no Boyz in the Wood. Pero aquí la ascendencia comiquera de Superman en particular, buscada o no, le quita el potencial de una historia original arrinconándola. Varias razones se muestran contraproducentes, la primera, y si queremos principal, es el hecho de que el niño no decide su cruce a la oscuridad mencionada. Es un mandato que atiende como un dispositivo a control remoto, lo que quita cualquier discusión sobre ética o moral a sus decisiones. De repente un día, este pequeño y buen niño, un nerd acosado y amado por sus padres, comienza a manifestar el extraño comportamiento que usualmente se les da a los psicópatas en los films; el aislamiento, su fascinación por predadores, víctima de violencia que no puede manejar. Que al final no contará porque su maldad parece ser generada por un mandato externo y no una decisión, equivocada de cómo responder ante un mundo que parece no entenderlo. Desde aquí la historia tomará el camino de un film de terror con un monstruo acechando y matando sin contemplaciones ni dolor, un Michael Myers con superpoderes. Y desperdicia cualquier oportunidad de satirizar al superhombre extraterrestre adoptado que gracias a benevolentes padres se convierte en el adalid de la justicia. Aunque de alguna manera lo apunta y ciertamente funciona; desdibujado lo por anteriormente mencionado claro está, lo del amor lo vence todo. Aquí se mofan de esto. Tanto en las reacciones positivas como la madre intentando convencerlo de que tiene buen corazón, o el fallido intento de fusilamiento de un niño al que hace instante se amaba con ternura. Austera, en sus efectos especiales, es así mismo certera en su expresión más gore, que le da el atractivo a los momentos de terror, que están bien logrados. El protagonista, Jackson A. Dunn que interpreta a Brandon Breyer, logra una mejor performance que los adultos Elizabeth Banks y David Denman, un tanto desdibujados por esos repetitivos diálogos sobre amar a pesar de todo a tu hijo, de que hay bondad ahí adentro, que la comprensión y vuelta a comenzar. El tercer acto, ya todo una película de creación de villanos de cómic; muestra la maldad por maldad misma sin atisbos de una crítica o satirización del género, relegando al film a un primer capítulo de una saga superheroica más. De todas maneras es una película que entretiene y hará las delicias de los amantes de las historietas. Su paralelismo con el hombre de acero, reiteramos, es insoslayable, desde la elección de los nombres; la repetición de la primera letra en nombre y apellido, hasta la roja capa cosida de la manta que trajo con él en su nave. Todo está allí para deleite del espectador, que también recibirá la cantidad de sangre y vísceras suficientes, llevando este género a un nuevo nivel en ese aspecto.
[REVIEW] ¡Shazam! Más allá de toda percepción en cuanto a la atmósfera que posee el film, lejano ya a todo lo concebido por Zack Snyder y su, para público y crítica, fallido universo DC, la película dirigida por David F. Sandberg logra una enternecedora historia en donde el héroe no es puesto a prueba como gloria del hombre, cuestiones que le sucedían a Superman y sus allegados. Aquí intenta una aproximación mucho más sencilla del proceso de convertirse en uno. La historia de Billy Batson es en muchas maneras completamente distintas a las concebidas para sus congéneres heroicos; la tragedia en él es más humana que ninguna otra, de alguna manera prosaica frente al joven testigo del doble asesinato de sus padres como sucediera con Bruce Wayne o la destrucción de su mundo como le sucediera a Ka-El. Henry Gayden, C.C. Beck y Bill Parker escriben una historia pequeña de sencillo tránsito, a la vez que borra toda traza de mandatos paternos, de obligación de continuar con una herencia filial, de embarcarse en una venganza sin fin. Aquí Billy Batson está realmente solo, sin mentores o sombras que dicten sus reglas de ser o hacer. Este Hamlet corre con una ventaja, no hay fantasmas que atormentan. Y aquí es traducido en la ligera, amena y casi socarrona comedia de un niño teniendo que aprender a ser grande en cuestión de minutos. Y más allá de la comedia, que seguramente tiene sus referentes claros y expuestos sin inquietud alguna; narra el nacimiento de un héroe fresco, sin oscuridad alguna. En que la decepción en cualquiera de sus formas es atemperada con un gesto de valor. No hay dramas de corte shakesperiano en él, y se define desde otro lugar sus acciones heroicas. Porque el mentor de Shazam es un niño, Freddy Freeman interpretado por Jack Dylan Grazer, que aún posee una visión sobre el heroísmo desde la concepción infantil de los mismos; apresar el malo, la buena acción sin consentir dobleces. Y no es casual que toda esa tormentosa odisea de mandatos paternos se la endosen al villano de la historia, el personaje interpretado por Mark Strong, el doctor Thaddeus Sivana, algo particularmente irónico, si se nos permite, porque los guionistas y el director hablan puntualmente de que el verdadero héroe se concibe a sí mismo, a través de sus propias experiencias y lo que pretende desde el momento en que se transforma en uno. La trama contada en dos tiempos, los de Billy y Sivana, se enfoca justamente en esto, uno solo quiere regresar a casa, con su madre, que perdió y el otro demostrar que no es el patético niño que su familia cree, que puede ser más si tiene la oportunidad de demostrarlo. Claro que este último tiene cierta tendencia a lo fácil, el encontrar rápidamente la finalidad sin comprometerse con el tránsito hacia ella. En contraposición de la paciencia de Billy en buscar cada Marilyn Batson de la ciudad para dar con su madre. En jamás creer que puede que ella no quiera ser hallada o sea posible hacerlo en una vasta ciudad. Zachary Levi y Asher Angel, personificando a Shazam y Billy logran esa comunión de ideas y desparpajo sin estropear todo lo antes mencionado, llevando la comedia a lugares propicios para el disfrute del espectador. Una historia concebida para divertir, dijimos, una génesis de héroe amena que no interpela al espectador, lo llama a disfrutar y pasar un buen rato. Puede que las comparaciones con el Universo cinematográfico de Marvel estén al día, es inevitable por conocidas razones, lo que es una pena porque a ojos de muchos el universo DC se acopla a un concepto ajeno sobre como narrar una historia, y que a nuestro parecer no es justo. Siguen buscando la manera, y tal vez de a poco logren hacerlo, aquí hay un intento que logra ser una aventura disfrutable para toda la familia. Si se nos permite la mediocre poesía, se aleja de a poco la tormentosa y oscura era Zack Snyder y amanece la aventura vibrante y colorida. Cuál de ellas es mejor, bueno, eso se lo dejamos al espectador, que de ellos es el veredicto final. Para nosotros es correcta; no olvida la historia del nacimiento del héroe como tampoco que esto pueda ser divertido en el tránsito.
[REVIEW] El regreso de Mary Poppins. Aquí está por fin la esperada secuela del clásico de Disney, una que jamás imaginamos que habría o esperamos. Pero de todas maneras Mary Poppins está de regreso. Hemos hecho un verdadero ejercicio de análisis sobre nosotros para hablar de este film, que se atreve a titularse (una tardía) secuela de la película de Robert Stevenson, filmada en 1964. Aquella que catapultó la celebridad de una joven Julie Andrews y realmente alimentó la fantasía de quien sabe cuantas generaciones sobre niñeras mágicas y crecer sin dolor o tribulaciones, solo cantando y creyendo que el mundo era algo más que adustos adultos. E ahí la cuestión del ejercicio que antes mencionamos, porque a fuerza de sueños infantiles, y un mercado que jamás olvidó a la nanny voladora, se convirtió a nuestros ojos en la película única e irrepetible. Irrepetible, no porque no hubiera nuevas historias que contar (posee cinco secuelas directas la primer novela, todas de la autora original), si no porque sin Julie Andrews y su troupe, como los compositores originales de las canciones; Richard M. y Robert B. Sherman era casi imposible reconstruir el encanto original. Y aquí estamos, intentando discernir que buscaban con este film, más allá de las mentadas ganancias económicas, que seguramente serán cuantiosas. ¿Quizás traer aquella vieja magia a las nuevas generaciones? Una remake hubiera sido tan criticada y vapuleada que ni habría tenido chances y entonces la secuela se presenta como la mejor opción. Así lo comprobaron cuando filmaron Star Wars: The Force Awakens (2015), una reescritura pura y dura del primer episodio (ahora llamado Episodio IV), condimentada, en el mejor de los sentidos, con la actualidad que hoy nos ocupa. Lo que si olvidaron con Mary Poppins Returns, es justamente eso. Esta vez utilizaron el retorno a la niñez, como aglutinador de una historia que imprudentemente se asemeja a la original en demasiados aspectos sin contar que de la misma ya pasaron cincuenta y cuatro años. Los Banks que Mary cuidó ya están grandes y con descendencia, en particular Michael Banks quien parece hasta haber olvidado lo vivido con ella o por lo menos dejarlo en ese siniestro lugar al que llamamos fantasía infantil. Padre viudo de tres niños, vive en la vieja casa (17 Cherry Tree Lane Street) que su hermana Jane visita regularmente. Todo allí parece detenido en el tiempo, mismos vecinos, mismas calles aún iluminadas con gas, cosa extraña ya que la electrificación total de Londres se llevó a cabo en entre 1920 y 1930. Decíamos parece, porque la familia, una vez burguesa de la clase media trabajadora londinense, hoy está en medio de la ruina económica. Un préstamo impago lleva a la familia a casi perderlo todo. De lo que destaca, el guionista de este film David Magee, es la esperanza cuasi infantil de que todo tiene solución, hasta lo imposible (no así a ojos de los adultos). Y entonces el regreso de la niñera más querida por el publico, se supedita a recordar a los ya adultos Michael y Jane de que todo tiene solución si eres capaz de tener el espíritu de aventura al buscarlas. Hook (1991) de Steven Spielberg era más sensato al buscar a Peter Pan, en un gordo corredor de bolsa interpretado por Robin Williams, de hecho hasta la atmósfera que poseía esa película más que ridícula era encomiable. Como hace poco lo intentó Marc Forster con Christopher Robin: Un reencuentro inolvidable (2018), ciertamente con más gracia y elegancia. Atmósfera, particularmente el original había ganado mucho con su concepción del arte en general, logrando en estudios una puesta atractiva, gracias al equipo técnico; esas viejas glorias del trabajo a mano: Carroll Clark, William H. Tuntke y Edward Colman. Gran parte de la magia era concebida en estudios y mucha inventiva. Y que se amalgamaba sin fisuras con la animación del gran Ub Iwerks. Atmósfera que aquí se pierde por la pobre utilización de efectos prácticos. Más allá de una encomiable reconstrucción de los sets originales de John Myhre, un vestuario impecable de la siempre superior Sandy Powell, la imagen general se ve ciertamente poco original, falta de marco que pueda resignificar lo que estamos viendo. La decisión de arte ejecutada en la original, supera a la actual, porque engloba el aspecto general de lo que visualizamos. ¿Deja de ser colorida, brillante y vivaz? Claro que no, el elenco, quitando a Lin-Manuel Miranda, es soberbio en su labor, en su interacción con el encanto que irradian las animaciones. En la comprensión de sus personajes y que el espectador, que tiene visionado el original, podrá conectar sin esfuerzo. De más está decir que Emily Blunt brilla en su Mary Poppins, un trabajo que hasta supera en ciertos rasgos a Julie Andrews, el encanto de alguien que sabe que lo posee y lo explota con esa seguridad. Aunque en general la historia se acerque demasiado a un refrito temeroso de probar originalidad en el personaje. Los niños se divertirán sin ninguna duda, y es una pena que ninguna de las canciones logre colarse en los espectadores como lo hicieran Supercalifragilisticexpialidocious! o A Spoonful Of Sugar. Rob Marshall realiza un buen trabajo de dirección, pero que no escapa a lo normativo de sus anteriores producciones. En definitiva, queriendo dejar en paz este film, que en general tuvo una excelente acogida por la crítica en su país, diremos que es una producción de lujo, con un muy buen elenco, capaz de encantar a niños y adultos por igual. Pero que carece del espíritu de la original, que no pasa de ser una superproducción más del gigante Disney y que eso no ayuda a convertirla en “la” película que pudo ser si hubieran dejado un poco de lado el ejercicio nostálgico que es y se atrevieran a algo más original y no tan visto, por ejemplo con el guion, todo dicho.
Máquinas Mortales. Llega al fin la adaptación que el trío de guionista de El Señor de los Anillos realiza de la obra de Christian Rivers a los cines argentinos, y aquí te contamos que nos pareció. En algún momento seguramente comenzaremos a pensar que la trilogía de El señor de los anillos (2001) fue una suerte sin continuación alguna para el trío Peter Jackson, Philippa Boyens y Fran Walsh, más allá de las encontradas emociones con King Kong (2005), la denostada The Lovely Bones (2009), sin dejar de mencionar las aburridas y saturadas entregas de The Hobbit (2012). Porque realmente no hay comparación alguna con aquel relato épico, que fue ESDLA, en más de un sentido y no solo a nivel narrativo, con lo que hoy estamos pudiendo ver hoy. Nos referimos a Mortal Engines, la adaptación que ellos escribieron y produjeron y que dirige un desconocido Christian Rivers (participó de varias producciones del trío en el departamento de arte, específicamente como artista de storyboard). Una historia, que seremos sinceros con nuestros lectores, no es un dechado de originalidad literaria, ni siquiera a nivel de construcción narrativa. Interesante como una rápida aventura en donde la acción supera por mucho cualquier construcción de un núcleo dramático. No, no las tenemos todas con ella tampoco, pero que en cierta medida pudo ser un interesante producto de aventuras en un género casi olvidado como es el Steampunk. La historia escrita por el británico Philip Reeve tenía el potencial, creímos, y la esperanza que con ellos podría haber una saga en ciernes de una historia que exploraba ese universo futurista entre Mad Max y Nausicaä del Valle del Viento. Pues no, no es así ni de cerca. Miles de años después de la destrucción de la civilización por un cataclismo, la humanidad se ha adaptado y, ahora, existen gigantescas ciudades en movimiento que vagan por la tierra sobre enormes ruedas absorbiendo a los pueblos más pequeños para obtener recursos. En una de esas colosales urbes Tom Natsworthy, proveniente de la clase baja de Londres, deberá luchar por su vida junto a la peligrosa fugitiva Hester Shaw. Dos opuestos, cuyos caminos nunca debieron cruzarse, forman una peculiar alianza destinada a cambiar el curso del futuro. Básicamente la sinopsis oficial nos da los puntos claves de la historia sin caer en spoilers innecesarios, por eso que la utilizamos para graficar este atolondrado producto que olvidó que lo rápido y furioso no siempre consigue una historia entretenida para el espectador. Dejar atrás el drama humano en ella y solo mostrarlo como catalizador de una siguiente escena, vaciandola de peso dramático, resultando trivial y anodino, borrando así cualquier tipo de simpatía con los espectadores y consiguiendo que sus historias y búsquedas se pierdan en un sinsentido de acción. Extrañamente, los guionistas, parecen dudar cual es el sentido de la existencia de los personajes, con sus acciones contradictorias. Hugo Weaving quien interpreta a Thaddeus Valentine es el mejor ejemplo del vacío espiritual de los personajes que recorren el film. Más allá de un elenco comprometido son los poco claros conflictos, o tal vez la falta de exponerlos de manera clara, y los agujeros del guion los que ralentan y aburren. Claramente es una Young Adult de trazo grueso creada para satisfacción de la platea juvenil, pero la subestimación que hace con esos dialogo expositivos demoran una aventura que tenía para contar cuestiones como los desastres de la guerra, la rapiña inmoral de los más fuertes (que hoy puede verse como económico) con claras reminiscencias al imperialismo europeo y la absurda mirada clasista de las naciones poderosas. La imaginería de la puesta, más allá de ser fiel a lo descrito en el relato original, es realmente el apartado que vale la pena mencionar sin encontrarle conflicto alguno. Dan Hennah (ESDLA – Alice Through the Looking Glass) construye de manera creíble el universo de Maquinas Mortales en su diseño de producción, efectivo y realista en su contexto como Bob Buck y Kate Hawley en el diseño de vestuario. En definitiva, queriendo cerrar este conflicto de intereses que genera un director y guionista que una vez supimos admirar, Mortal Engines peca del mal actual en producciones de este calibre, la obviedad en su desarrollo que termina por subestimar al espectador, haciendo de los personajes trazos gruesos sin profundidad y una casi histérica acción que pretende entretener sin otra razón, a pesar de dejar de contar una historia de criaturas envueltas en un conflicto que las supera y su posterior maduración ante lo vivido. Podrán verla sin sorprenderse, disfrutar de la ruidosa acción sin ruborizarse pero viniendo de Peter Jackson, Philippa Boyens y Fran Walsh esperábamos una película que contara algo más, que se atreviera a ser algo distinto.
A oscuras: La desdicha de ser, en tres actos. “Tampoco hay cura para la vida” Johnny Cash Podríamos hacer referencia a un film coral, de alguna manera las historias parecen transcurrir en el mismo espacio físico y tiempo, la noche en la ciudad de Buenos Aires. Dos de las historias tendrán sus escarceos, pero las tres comparten muchos de los sentimientos que los personajes cargan. Victoria Chaya Miranda (Eso que llaman amor – 2015) dirige este drama a tres puntas escrito por Carla Scatarelli que nos introduce en la vida de tres criaturas rotas por diferentes circunstancias. Lola intenta no dejar caer su talento, amenazado por el paso de los años y los eventos irreversibles que arrasaron con su felicidad. Ana, que intenta sobrevivir a una violenta relación con Víctor que la acercará al mundo de la prostitución. Y Lucio que de la mano de la adicción a la cocaína, destruirá su precaria humanidad. Todos ellos, hablan sobre la conservación, la que no siempre es heroica una vez traspasada la tragedia. Que la misma puede deberse solo a una artera y cínica suerte y que el letargo de la existencia posterior no se compara ya con el dolor del conflicto que lo creó. Transportan sus demonios, los fantasmas de sus errores sobre endebles hombros de una humanidad incapaz de tolerarlo. Crecen en sus espaldas a medida que la realidad se distorsiona en ellos, para convertir sus errores en enormes y pesados bultos de puro miedo y decepción. Esther Goris y Guadalupe Docampo crean al paso del metraje seres quietos en sus decepciones con una empatía única. Son ellas las que deben forzar su propia miseria para generar el cambio y las actrices son capaces de una construcción física y emocional atrapante. En cuanto a la historia protagonizada por Francisco Bass, Lucio, el dueño de un bar, el transa de drogas y prostitución, es cuando mucho la caída sin retorno de quien se traga el arrepentimiento y solo conduce su vida en saltos hipócritas de sobrevivencia extrema. Un día a la vez, se arrastra sobre su obscenidad. Son retratos sobre la mediocridad de la humanidad y su incapacidad, lo artero del que lucha por perdurar sin ambiciones. Pesarosa y toda medida realista, la película de Victoria Chaya Miranda no dista mucho de lo visto, pero a la vez es capaz de proponerlo sin el regocijo molesto de la autocomplacencia. El final lejos de los dramas al uso, dará a cada historia un cierre distinto, invitando al espectador a creer que aunque todos nacemos con las herramientas, no todos sabrán darle la utilidad que les corresponde. Un cuento nocturno, una canción indie tan cercana al espíritu de Johnny Cash, eso es este film. La pena, la culpa, las tribulaciones morales y la búsqueda desesperada de la redención, a veces a pesar de nosotros mismos y nuestro permanecer en el mundo que habitamos.
One Shot: Tu decisión de ser como sos… “Lo terrible es eso, que la identidad pasa a ser definida por el sexo. Es decir, una banalidad pasa a definir lo esencial.“ Manuel Puig En medio de toda reflexión hay una historia. Detrás de toda estadística, un rostro. Tiende, cualquier lector, de olvidar los nombres personales, la memoria individual, a los/las ellos/ellas que se descarnan en cifras y se vuelven muchos, anónimos. La historia de Marita es, como tantas otras, una que se eleva del montón, al igual que la de Chang Hung Cheng, gracias a la experta y documentalista mirada, en lo brutal de una única imagen sin amaneramientos, de Sergio Mazza (el mismo que tiene en cartel "Vergara"). La trama no se anda con ambages, más allá de los sobreimpresos y estadísticas, en mostrar la crueldad que acarrea el ejercicio de la identidad propia. Cuestión que debería entenderse sin dobleces si fuéramos capaces de superar los prejuicios de una sociedad amañada por el patriarcado intransigente. El patriarcado, sí, una vez más el termino se perfila en la narración como árbol que oculta el frondoso bosque. Marita, contra todo pronostico obvio, además de ser transexual es escribana, madre y abuela. Profesional entre profesionales que sin embargo sufre y vive la intolerancia de su decisión de vida. Una misma mirada, que en alguna medida algo más perdida, se dedica a un chino que no quiere ser supermercadista, que quiere poder elegir. Sociedad versus individualidad, todos nosotros contra los deseos de ellos. Este pequeño film escrito y dirigido por Sergio Mazza (El gurí – 2015) encuentra en una cámara inquieta, casi documentalista, el ojo que se inmiscuye en la privacidad de la vida de estos dos parias de pueblo chico, con tal vehemencia que no se disculpará ante ningún tabú. Aunque a veces genere incomodidad, pero no desubicada. Ver masturbarse una mujer trans, algo intimo y solitario en cualquiera, lo convierte en un alegato a favor de humanizar ese estereotipo del que todos hablan defendiendo y abrazando casi como un símbolo, sin terminar de concebirlo como una persona de sexualidad activa. Raro, inquietante, intimo y si se nos permite, revelador. La historia inicia con Marita (una soberbia actuación de María Laura Aleman) preparándose para una reunión que dejará al descubierto la necedad del otro, la vulnerabilidad del prejuicio heredado y adoptado, que tal vez en Company (Hugo La Barra) es donde más evidente se muestre. Él es el escribano en medio de una disputa que ella tiene con su ex esposa y colega, Mercedes (la siempre correcta Esther Goris). Mercedes vende su parte de la escribanía en busca, quizás, de dar por terminada esa etapa de la vida, la que la ubica junto al trans del pueblo y por qué no, como llamado de atención ante un dolor y abandono que no termina de cicatrizar. Y entonces está él, por allí, yendo y viniendo, intentando lo imposible, Chang Hung Cheng, un chino que no quiere ser solo un empleado de supermercado, que necesita dar sentido a su existencia lejos de su hogar, al que llaman “Sensei” y es amigo de la loca fumona del pueblo. Circulo que cierra este grupo variopinto de descastados que solo buscaron su propio lugar, ser ellos y ellas. La cámara siempre alzada, en movimiento los persigue como husmeando, entrometiéndose en sus vidas, documentando sus luchas y miserias. Un film pequeño decíamos, pero que no deja de apuntar alto cuando de exponer se trata y lo hace al filo de la crueldad, una que se observa día a día pero que es difícil de asumir toda junta y a la vez.
Bumblebee: Entretenido y enternecedor spin-off del bólido amarillo. De a poco a ido acaparando la celebridad que un día tuvo Optimus Prime, hasta que se ganó su propia película. Aquí te contamos qué nos pareció este film que tiene a nada menos que Travis Knight como director. De más está decir que las expectativas habían crecido cuando al proyecto se sumó el director Travis Knight, que para quienes no lo tienen muy visto es el realizador de la fantástica Kubo and the Two Strings (2016). Aunque no lo parezca, esa es su única producción como director, ya que el mismo se desempeñaba en el departamento de animación de Laika, con la que colaboró en casi todas sus películas. Por otro lado, el guion es trabajo de Christina Hodson, de la desestimada por la crítica Unforgettable (para más dato, actualmente está trabajando en el guion de Birds of Prey y se rumorea Batgirl, ambas de DC/Warner Bros.). Pero, como suele decirse, aquí triunfó el aspecto visual y ciertamente nostálgico que propone Knight, uno que mucho le debe a que la acción se sitúe en la década de los ochentas, en 1987 para ser más precisos. Pero vayamos por partes; la película es considerada un spin-off de la saga que iniciara Michael Bay en 2007, que particularmente a nosotros nos resultó un revuelo patriotero y de grueso amor por lo armamentístico/militar, que mucho se alejaba de ciertos parámetros que supo tener el original animado. Y tiene como protagonista al inseparable compañero de Optimus Prime (una vez más con voz de Peter Cullen), Bumblebee. El pequeño bólido amarillo escapando de los decepticons y humanos es gravemente herido, perdiendo su voz y la memoria. Tiempo después en un taller mecánico será rescatado por Charlie Watson (Hailee Steinfeld), dando comienzo a la aventura, por un lado emocional, como amigo de una jovencita que batalla cada día con la muerte temprana de su padre y los cambios hacia el mundo de los adultos, y por otro con sus enemigos, ahora aliados de los humanos que lo persiguen. Esta vez, lejos del aparatoso despliegue visual de Bay y más cercano a una comedia Spielbergriana, como podría ser E.T. the Extra-Terrestrial (1982) o por qué no, valgan las referencias en el mismo film, la serie ALF (NBC – 1986), la película se aboca a una historia mucho más intimista, en el sentido de hacer a los personajes criaturas atractivas y simpáticas, con particularidad a Bumblebee, creando así una aproximación menos violenta y guerrera. Y funciona, lo hace tanto en lo visual como el coming-of-age que plantea en el robot como en los protagonistas humanos; tanto Charlie como Memo (Jorge Lendeborg Jr.), que más que nada funciona como alivio cómico. Resulta que los diseños de los autobots y decepticons, tomados de los originales animados que conocimos en nuestra niñez (para los que tuvieron una a finales de los ochentas) juega en favor de este ejercicio evocativo que realiza el espectador, dándole a la franquicia, por demás desgastada, cierto aire fresco, y sumándole el soundtrack, que por momentos pueda que sea apabullante en la cantidad de canciones escuchadas, resulta en una entretenida e inocente aventura, sin llegar a ser infantil. Es particularmente sensible en los matices de sus protagonistas, aunque sigamos sin entender por qué los films deben durar dos horas promedio. Porque es allí donde puede que se vuelva algo cansino. Humor no le falta y posee cierta dosis de socarronería, con la representación de las autoridades que hace, muy propia de los films ochenteros con niños en sus elencos, en que son mostrados como un montón de bravucones e inútiles gigantes que poco colaboran con la acción y provocan en todo momento los estropicios necesarios, parodiando además la era Reaganista con militares obtusos y guerras frías. En definitiva, una película que trascendió a sus antecesoras en la saga que puebla y que da a los personajes creados por Hasbro y Takara Tomy que supimos ver en la serie animada estrenada en 1984, la posibilidad de ser más que solo maquinas en medio de una guerra. Una aventura, tal vez un poco extensa, entretenida en la que no descuidan la humanidad que ellos, pura lata y pistones, poseen a fuerza de acciones nobles. Y que equilibra la historia de la niña que encuentra su lugar, a través del dolor y la aceptación, en ese mundo poblado de adultos un tanto perdidos. Disfrutarla sin cuestionarse, como lo hicimos con los Goonies o E.T., es lo más atractivo de este film que ojalá sea considerado base para nuevas películas, porque las habrá, de eso no cabe ninguna duda.
Aquaman: Nacido como Rey, críado para ser Héroe. Llega por fin a los cines el film en solitario del Rey de los Mares y fundador de la “Liga de la Justicia”, una película capaz de rescatar el espíritu comiquero y deleitar a los fans y amantes del cine de aventuras por igual. Vamos al análisis que tanto nos complació escribir sobre “Aquaman”, dirigida por James Wan. Todos conocemos, en mayor o menor medida, las intrincadas y complejas idas y venidas del Universo Cinemático de DC que pusieron en movimiento Warner Bros. y DC Entertainment. Quizás por eso deberíamos dejarlas a un lado, aunque en cierta manera este film es producto de toda aquella tramoya. Las ideas comienzan a tomar forma en años de la segunda entrega de la trilogía del murciélago de Christopher Nolan, incluso se barajó la idea de que fuera mencionado en “Man of Steel” de Zack Snyder cuando esta estaba en pre-producción. De hecho hubo dos guiones en proceso hasta que en 2015, al ser confirmado James Wan como director, todo volvió a foja cero y David Leslie Johnson-McGoldrick comenzó con la escritura de un nuevo libro que concluyó junto a Will Beall. Mencionamos a James Wan, y deberíamos detenernos por un momento aquí, porque fue una buena jugada la que el estudio hizo poniendo a este realizador al frente del film en solitario del Rey de los Mares. Más aún con el desastre de crítica que fue “Batman v. Superman: Dawn of Justice”, estrenada al año siguiente, es decir 2016. Wan es archi-conocido por sus filmes de género, los cuales en su mayoría terminaron siendo millonarias franquicias: “Insidious (2010)”, la celebrada “The Conjuring (2013)” y claro, Saw o El juego del miedo, que más que terror fue un thriller gore. Pero también fue artífice de la séptima entrega de Fast & Furious, calificada como una de las mejores de la saga. Con esto, el realizador demostró la capacidad de llevar a cabo un producto de acción desenfrenada como también un drama, en clave de thriller, familiar e intimista; digamos The Conjuring 2: The Enfield Poltergeist (2016). “Se puede mantener viva una vieja tradición renovándola a partir de las circunstancias presentes” – Campbell, J. (1988). El Poder del Mito. Entonces llegamos a lo que nos compete hoy, “Aquaman”. El niño nacido entre dos mundos, criado como un ser ordinario en uno y el heredero real del otro. Los inicios del héroe no se alejan mucho de la fórmula utilizada por los creadores de Superman, Siegel & Shuster. Vamos, el conocido camino que todo héroe recorre. No está de más notar que el personaje se llama Arthur, como cierto rey criado por una familia adoptiva, que ignoró durante su infancia su señorial ascendencia. Paul Norris y Mort Weisinger fueron sus creadores, cuya primera aparición data de 1941. Pero fue recién en la era de plata en que se lo dotó de una madre venida del mar. En los años siguientes el personaje seguiría mutando. Orin, su nombre en el reino de atlántica, ha tenido un ciclo digno de un personaje mitológico, si se nos permite la comparación. Porque quizás DC Comics siempre trabajó esa linea con sus personajes, por lo menos los más conocidos. Sus historias personales, sus aventuras, los enemigos, han sido construidos como un vasto tapiz mitológico abarcándolo todo, buscando la inmortalidad como lo hicieran Hércules y sus trabajos, Aquiles y su carrera hacia la muerte gloriosa y por qué no, el humillante y oscuro final de un Edipo o Teseo. Estas criaturas son los arquetipos de tales personajes para la era moderna. Entonces “Aquaman” de James Wan retoma ese hilo y construye un film de inicio, aún habiendo pasado este por la controvertida (por decir, mínimamente) “Justice League (2017)”, dándole al personaje la oportunidad de contar su historia en solitario con las justas y necesarias referencias al resto del universo cinemático al que pertenece. Y lo hace, y ahora entenderán tan largo prólogo, utilizando las herramientas básicas de un clásico relato de monomito (las regalías de Joseph Campbell deben de ser astronómicas). Cercano, aunque no igual, a lo hecho por David S. Goyer en “Man of Steel”. El extenso proemio de la película se construye con una magnifica secuencia, que rápidamente interioriza al espectador en el nacimiento e infancia de Arthur con la nunca bien ponderada voz en off del actor Jason Momoa, que aquí resulta eficaz, para luego pasar al acto central de historia sin dilación. Los estadios son precisos, la revelación – el conocimiento de su ascendencia y el conocimiento de que no es un hombre ordinario -; la llamada, con la aparición de Mera (Amber Heard) cual diosa del submundo que hace oír al protagonista cual es su destino; la negativa de Arthur de transitarlo; el empuje que el fatum le da; las pruebas a las que Vulko (Willem Dafoe) lo somete y un largo etcétera (son 17 pasos según el estudio de Campbell) que construyen la trama, que sabiamente los guionistas quitaron todo vestigio de solemnidad haciendo de Arthur/Aquaman un personaje mucho más relajado y simpático, a fuerza de construirle una personalidad mucho más jovial y de entendederas más básicas. Aunque no es raro, ya que el héroe siempre es más sencillo, simple de razonar, que el retorcido, carismático y siempre angustiado antagonista/villano. El Rey Orm (interpretado por un histriónico Patrick Wilson) es la sombra de nuestro paladín. Eso y las magnificas secuencias de acción que se han creado para deleite de los amantes de las buenas peleas mano a mano, porque si la secuencia vista en el avance fue de su agrado, los espera un verdadero “tour de force” en los 143 minutos que duran el film. Es en los efectos especiales en que realmente está la base de esta aventura, puesto que Industrial Light & Magic (ILM) y Fractured FX, por nombrar dos de las compañías, han construido un logrado universo acuático que mucho les recordarán las viñetas de Brightest Day Aquaman de Ivan Reis. Porque si de historietas hablamos, también Kym Barrett, en el diseño de vestuario, busca la continuidad con ellos, logrando un realista paso a tres dimensiones de los clásicos trajes que visten los personajes. Clásico, hemos repetido una y otra vez el termino porque el film en su totalidad está construido en esa perspectiva, con el entretenimiento como estandarte, el puro y casi infantil juego de malos y buenos definidos hasta en los colores que visten. Más no nos atrevemos a pedir ya que es la idea de un film con un protagonista como Aquaman, al que añaden una actitud ruda y algo ingenua. Mera llegará a decir “¿y este es quien nos gobernará?” Por supuesto que Arthur Curry aprenderá a ser Aquaman, pero lo siniestro del viaje se atempera lo suficiente como para que la aventura no decaiga. Es en el segundo acto cuando quizás el espectador sienta cierto tedio. La trama de la búsqueda que hacen los protagonistas puede ser algo cansina por las vueltas que da, con esa fascinación actual por las películas que superan las dos horas de metraje. Rescataremos el personaje de Dolph Lundgren, el rey Nereus, no solo porque el actor es parte de nuestro podio de admirados, sino también por la ambigüedad que sostiene, siendo el representante de la capacidad de un gobernante de salir adelante no importa cómo, clara alusión a los años más oscuros de nuestro querido personaje. En definitiva, más allá de la perdida de ritmo en su segundo acto y el siempre presente deus ex machina, que tampoco es para tanto, es una trepidante aventura a la que le sobran varios minutos, en la que Jason Momoa brilla y deja lo mejor de él, con un elenco que aplica y supera las expectativas. James Wan hace un formidable trabajo de cámaras, que ayuda a sumergir al espectador en la trama, con una imaginería visual impactante y sin embargo no deja, uno que es el reseñador, de parecer un tanto fuera de su tiempo, como si estuviéramos viendo una de esos films de acción de los ochentas (lo que puede no ser negativo también). Un apartado debería tener Don Burgess y su dirección fotográfica cuya capacidad de crear épica es innegable y poderosa. Es él quien logra darle al film el monumental aspecto que todo relato mítico merece. Realmente disfrutarán su trabajo aquí. ¿“Aquaman” de James Wan es una aventura como la que los fans del cómic merecen? Creemos que no saldrán decepcionados, y es una película que divertirá a los cinéfilos en busca de esparcimiento sincero y alocado. Que no se tome tan en serio el nacimiento del héroe ayuda en gran medida, que el ceño fruncido produzca risas, funciona. Que en gran parte sea una buddy movie, la relación de Aquaman y Mera, hace del film un paseo grato, a lo Sledge Hammer y Dori Doreau, David Addison y Maddie Hayes. Cambia la marea, el rey se aproxima y da inicio la aventura…