Yo soy así, Tita de Buenos Aires: La mujer detrás del mito. “Se dice de mí… se dice de mí… Se dice que soy fiera, que camino a lo malevo, que soy chueca y que me muevo con un aire compadrón…” Música: Francisco Canaro Letra: Ivo Pelay ¿Cómo se reconstruye un personaje que existió? ¿Cómo traer de nuestra memoria el rostro visto y darle un nuevo ángulo, otra aproximación? Tal vez internándonos en la médula de una existencia que tiene sus oscuros, unos que podrían no ser públicos por esas mismas sombras que la distorsionan y que al ser representadas nos permiten leerlas sin juzgar. Teresa Costantini se interna, como lo hiciera con Felicitas (2009), en la biopic de una mujer, y se atreve a indagar en sus sombras, contando la historia como lo que es, un sinnúmero de anécdotas que se entrelazan en los grises. Tal vez no es casual, o podríamos decir “causal” que sus protagonistas sean mujeres que se atrevieron, que lo intentaron y que a pesar, lo han logrado en mayor o menor medida. El desafío de la realizadora es narrar la historia de Tita Merello, sus inicios, la infancia cruel, la juventud de una sobreviviente, intentando no juzgarla y permitiéndonos ser sus testigos. Acertadísimo acercamiento al que Mercedes Funes da cuerpo y alma, con una performance que sabemos será un antes y un después para la actriz. Estamos ante Laura, antes de que fuera esa Tita que arrollaba con su labia y su belleza a fuerza de espíritu, en los años en que se escribieron sus primeros recuerdos, como el amante, interpretado por Mario Pasik, que le enseñó a leer y escribir, la pobreza, el sucio Bataclán, las milongas y la calle. Es una narración de orígenes, contada con el sentimiento de un sobreviviente que se atrevió a rebasar los límites. Logrando que el espectador se identifique con esa joven, que al participar de la construcción siente y vive esa metamorfosis. Y también participamos de una visión, esa que la directora da a esta vida, donde la selección de momentos en la historia de la actriz parece sostenerse en la búsqueda de la construcción no de un mito, como lo es hoy, sino de una mujer que amó, que sufrió y combatió para hacerse de su lugar. Nos inmiscuimos en su intimidad para conocerla humana y frágil, porque de ello se alimenta la fuerza y el coraje que conocemos de su vida pública. Su relación con los hombres, su amor por Luis Sandrini, Eva y la revolución libertadora y su la lucha a través de un mundo en que, más que nunca, los hombres decidían el lugar que ellas ocupaban. Con una producción deslumbrante, caminamos a través de los primeros cincuenta años del siglo veinte de la mano de una mujer que se relaciona con él no de la manera en que el resto de su género estaba haciéndolo, y eso es lo interesante de perseguir los andares de Tita.
Tres días en la vida de “Alanis”. “La vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir.” Gabriel García Márquez La mala hora – 1962 Desde el comienzo, mientras observamos impávidos, la desnudez de Alanis en el baño, podemos argüir hacia donde discurre el relato. Sentada en el inodoro, frega ausente la grifería, es un momento íntimo, solitario y la cámara lo revela como si documentara la acción. No hay erotismo sugerido, solo un cuerpo. Propone una mirada distante, casi clínica de la acción y de la mujer. Será para nosotros los espectadores, la exploración de ese sujeto cotidiano y sus reveses, sin mediar más que una cámara que no espía, observa. Alanis alquila un departamento junto a otra mujer, en él ejercen su oficio y a la vez es un hogar donde cría su hijo. A causa de una redada ellas quedarán en el desamparo, con su compañera en la cárcel y ella en la calle. Entonces comenzará el derrotero de la joven en busca de su lugar y no es un viaje iniciático o de transición, es pura y dura búsqueda de un sitio donde dormir, en el que vivir. Es el increíble trabajo de la directora Anahí Berneri que nos invita a atestiguar los sucesos con esa distancia que no juzga, solo expone. Y es la excelente performance de Sofía Gala la que genera que esa mujer se acerque a nosotros a través de una construcción acertada donde el gesto mínimo devela su pensamiento. No hay en Alanis nada que la asuste, no hay quien la intimide y solo se advierte fragilidad cuando menos lo esperamos, cuando falsea un goce inexistente, como en esa poderosa escena del telo. Esta es una historia mínima, que transcurre en poco tiempo, no más de un par de días pero que atraviesa sin problemas una inmensidad de la calle, la urgencia, el desamparo. Es una mirada a la intimidad de ese otro femenino, el puro y duro estado de ser mujer, madre y puta. Lejos de sacralizar y moralizar la directora nos enfrenta con una realidad sin adornos, sin sobornos. Alanis es un retrato sincero, de preciosa y esmerada construcción que se apoya tanto en la solvencia actoral de Sofía Gala, como en la minuciosa puesta de esa cámara que no se despega de ella.
Los que aman, odian: un thriller pampeano que juega con los clásicos del género. “… el té es de China; las tostadas son quebradizas y tenues; la miel es de abejas que han libado flores de acacias, de favoritas y de lilas. Así, en este limitado paraíso, empezaré a escribir la historia del asesinato de Bosque del Mar.” Bioy Casares y Silvina Ocampo Alejandro Maci no es ajeno a la obra de estos laureados escritores, habiendo dirigido ya una historia de Ocampo, que heredó de María Luisa Bemberg, titulada El Impostor (1997), ni de una expresiva elegancia a la hora de poner en imágenes truculentas historias sobre el comportamiento humano; como lo hiciera en la series En terapia (2012) y la bellísima Variaciones Walsh (2015). Así que ha sido interesante ver su aproximación a una obra y autores que son ante todo considerados por su elegante e irónica manera de retratar la naturaleza humana y sus bajezas. Es un ejercicio transportar a imágenes lo que los autores demoran en líneas escritas, sobre todo cuando el ambiente es un personaje más de la historia, porque el aislado hotel en esa playa, lo es, al igual que ese cangrejal y los arenales. Uno que el director ha resuelto con mucha pericia, descartando algunos complementos, que para uno pudieron resultar una monstruosa metáfora de lo que acontece en el espacio intemporalmente elegante de este hotel. Pero vayamos a la historia, El doctor Huberman llega al apartado hotel de Bosque de Mar en busca de una deleitable y fecunda soledad. Poco imagina que pronto se verá envuelto en las complejas relaciones que los curiosos habitantes del hotel han ido tejiendo. Una mañana, uno de ellos aparece muerto y otro ha desaparecido. Bajo la amenaza del mar, aislados por una tormenta de viento y arena, las ya frágiles relaciones entre los personajes se tensan. Es en la búsqueda de un thriller, al mejor estilo Agatha Christie, que el director encara el filme, quizás olvidando la ironía a esos relatos que los autores otorgan a la novela. Pero sin prescindir del preciosismo con que se retrataba a la sociedad de entonces, esa en particular clase media alta, cosmopolita y letrada que el matrimonio frecuentaba, un juego interesante y plagado de metáforas que hace de varios de los personajes verdaderas delicias, aunque caiga en otros de ellos en ciertos estereotipos que confunden al espectador. Es el caso del personaje desarrollado por Luisana Lopilato, Mary, el escarceo amoroso del doctor Enrique Hubermann (Guillermo Francella), una mujer moderna, traductora y autosuficiente que frecuentemente se pierde en un mar de tópicos femeninos, que resultan chocantes, al no quedar claros los límites entre la mujer de armas tomar y una caricatura de una femme fatale. Pero más allá de ciertos personajes, la historia se sostiene con un buen ritmo, donde la recreación histórica, la trama transcurre en la década del cuarenta, es un acertado aporte. La adaptación no siempre resulta una abreviación fiel de un escrito en la pantalla deciamos, algo que suponemos positivo, porque representa un punto de vista a considerar sobre la historia, el atrapar el espíritu del relato y su época es un ejercicio arduo. Quizás esta cinta, se toma con demasiada gravedad, cargando las tintas a una historia que de por sí ya la tiene. Por supuesto que el elenco es de una calidad insuperable; Justina Bustos, Juan Minujín, Marilú Marini, Carlos Portaluppi, Mario Alarcón y Gonzalo Urtizberea. Un film de excelente producción, un thriller pampeano que juega con los clásicos del género y que aporta un encuentro más que bienvenido con la prosa de dos grandes escritores argentinos.
Ojalá vivas tiempos interesantes: Deseo concedido. “Si te sientes realmente feliz, deberías escribir una tragedia; si te sientes verdaderamente desgraciado, deberías escribir una comedia”. Billy Wilder Santiago Van Dam escribe y dirige su primer film y hay que ser justos lo hace con garra y aplomo. Una historia que hace de la ficción una realidad alterna, una posibilidad. Esta es la historia de Marcos, un exitoso escritor de libros infante-adolescente que comprende haber llegado a su límite y decide comprometerse con una escritura adulta, literatura “seria”. De ahí en más la vida de este escritor en ciernes se convertirá en una larga e intrascendente historia que sólo podrá sobrellevar como náufrago sobre una balsa. Nos encontramos cuatro años después de aquel cambio abrupto para hallar al personaje perdido en la búsqueda de su historia. Un autor sin ideas, sin novia y que dedica su tiempo a cultivar una flor narcótica llamada Erytrina o “Birimbao”, con la que comercia. Hasta que un llamado y una maldición le darán las herramientas para su historia. El juego propuesto por el film es un interesante cruce entre la ficción que el escritor propone ante la realidad que convoca con sus acciones. Los personajes irán surgiendo ante él, un Luigi Pirandello de barrio porteño que deberá darles el espacio en su relato, su vida, hasta que las mismas acciones comienzan a desarrollarse por su cuenta. Una comedia negra, un drama existencialista, una historia que promete una debacle y llega a ella de manera armónica, tal vez en su segundo acto se pierda un poco en los sucesos, pero el mismo divague, ese caos en ciernes logra intrigar a los espectadores. Un guión construido con acierto, una interpretación perfecta de Ezequiel Tronconi (Soldado argentino, sólo conocido por Dios – 2016), con ese sujeto patético con ínfulas de autor que más que comprender los sucesos los asume como una oportunidad creativa. Y una dirección que sabe utilizar los recursos cinematográficos hacen de este primer trabajo del director una promesa en ciernes. En conclusión, es una interesante aproximación, en clave irónica, al mundo privado del artista y el proceso creativo, haciendo del consabido; escribe sobre aquello que conoces pero miente si fuera necesario, una alegoría de la vida misma como una ficción que construimos cotidianamente.
Valerian y la ciudad de los mil planetas: Esplendor a lo Luc Besson. Este jueves llega a las salas el nuevo film del director francés que supo enamorarnos allá lejos y hace tiempo con su Quinto Elemento (Le cinquième élément – 1997), una historia de ciencia ficción de la más pura y dura odisea espacial, esa que los dibujantes y escritores europeos construyeron a lo largo de los dorados años de la nueva ola. La ciencia ficción en la vieja Europa ha sido siempre una precursora, quizás gracias a que supo llevarla por extraños caminos de creatividad, tanto en la imagen como la dinámica de las historias. Fue en tiempos de, la que se dio en llamar, La Nueva Ola, entre los años sesenta y setenta que destacaron grandes artistas como Jean-Claude Forest, Paul Gillon, la riqueza imaginativa de Jean Giraud, más conocido como Moebius y los creadores de “Valerian: agente espacio-temporal”, Pierre Christin y Jean-Claude Mézières. De la que Luc Besson es un viejo fanático, tan es así que el mismo Jean-Claude Mézières le ayudó con la deslumbrante visión de Quinto Elemento. En el siglo XXVIII, Valerian y Laureline son un equipo de agentes espaciales encargados de mantener el orden en todos los territorios humanos. Bajo la asignación del Ministro de Defensa, se embarcan en una misión hacia la asombrosa ciudad de Alpha, una metrópolis en constante expansión, donde especies de todo el universo han convergido durante siglos para compartir conocimientos, inteligencia y culturas. Pero hay un misterio en el centro de Alpha, una fuerza oscura amenaza la paz en la Ciudad de los Mil Planetas. Valerian y Laureline deben luchar para identificar la amenaza y salvaguardar el futuro, no sólo el Alfa, sino del universo. No es sorpresa que el director tenga una asombrosa capacidad en la creación, o recreación de fantásticos universos, lo realmente sorprendente es el detalle con que lleva a cabo esta cinta con ese arranque en que nos muestra el nacimiento de la estación al ritmo de Space Oddity de David Bowie, donde ya nos presenta toda una variedad casi demencial de razas que constituyen el universo de Valerian. La enormidad no le intimida en eso estamos de acuerdo, puesto que en la siguiente secuencia nos mostrará el más delicioso de los mundos, uno que se antoja tan idílico como los creídos por esos antropólogos franceses, que conjeturaban, habían existido antes de la expansión europea. De esta manera nos presenta el preámbulo de una historia que irá perdiendo su fuerza a lo largo del visionado, no así una prodigiosa velocidad de acción y humor, con una pareja que ha sabido ganarse los personajes por la misma rareza con que son interpretados, irreverentes y algo alocados, por los excelentes Dane DeHaan y Cara Delevingne. Pero hay algo que ralenta el show, una suerte de déjà vu que nos crea cierta anticipación a lo narrado, haciendo que el espectador pierda interés en la historia. Tal vez el material parezca un tanto anquilosado, como si la adaptación hubiera llegado algo tarde, después de tantos homenajes que hemos visto a los largo de los años, como en Star Wars y el mismísimo Quinto Elemento. Algo que puede jugarle en contra en ciertos aspectos, porque es en el tercer acto donde la historia pierde el impulso inicial con ese villano por demás cansino que interpreta Clive Owen y una resolución que se antoja algo apurada. Sin embargo, el film en su totalidad mantiene una constante en materia de producción que lo hace un viaje alucinante, plagado de ideas que desbordan lo visto, como la escena del mercado o cierto baile que interpreta una deliciosa Rihanna. Una sinfonía coral de imagen y sonido. Es con ese cuidado 3D que nos sumergimos de lleno a un universo único, que con algún traspié en el guión no deja de ser una maravilla.
“Emoji, La película” Un comercial de 86 minutos. Una intrincada red comercial se tejen alrededor de las producciones, no es noticia. La habilidad para ocultarla tras una interesante premisa haciendo de ellas parte del espectaculo es hablididad que han demostrado más de un estudio con mucho éxito… Como en los filmes sobre figuras de reconocidas marcas de juguetes, la inteligencia está en hacer de ellos los depositarios de ideas que renueven el juego, que den una bocanada de aire fresco a un chiche que perdió el encanto. The Lego Movie (2014) y su spinoff The LEGO Batman Movie (2017) supieron redescubrir lo divertido de esos juguetes dándoles un auténtico baño de socarronería. Pues parece que muchos entendieron, o así pareció, que no era el personaje en cuestión sino más bien lo que haría con él. Eric Siegel y Anthony Leondis, los guionistas de este film lo hicieron sin la menor simpatía por esto. Porque si hay algo claro en el mensaje de esta historia no es otra que los almibarados tópicos con que se sigue sosteniendo que debe entretenerse a los infantes, con una falta total de respeto por su inteligencia o si quiera con lo que les produce placer. Sumado a un personaje que pudo ser interesante cuando fue novedad hace ya mucho tiempo, un emoji. Pero vayamos a la historia: Los protagonistas habitarán la tierra de Textopolis, donde todos los emojis favoritos de la gente cobran vida. Todos los personajes tienen una sola expresión facial a excepción de Gen, un emoji que nació sin filtro y se llena de múltiples expresiones. Para lograr ser normal, Gen se embarcará en una aventura o “app-ventura”, junto a sus amigos Hi-5 y Jailbreak. Hay sin embargo una intención y es innegable que se intenta exponer a los niños a una realidad actual que es el romper con los cánones establecidos y ser por propia decisión uno mismo, aceptar, comprender, lograr vincularse desde lo que sos y no lo que se espera que seas. Pero que se pierde en tanta cantidad de lugares comunes que abruma por lo plano con que son argumentados. Tanto el universo digital, por llamarlo de alguna manera, como el humano, aquel que utiliza estas aplicaciones, se los muestra sin más conflicto que un emoji mal enviado, una espantosa muestra de un White People Problems. Ni que hablar de ese horrible doblaje que debemos soportar en el que a los personajes les ponen acentos latinoamericanos, forzando aún más los chistes fáciles sobre dicción, un horror. En definitiva es un film olvidable, prácticamente realizado a las apuradas o como un largo comercial de venta de aplicaciones telefónicas, con personajes amontonados para lograr que el monto exprese tanta cantidad de referencias actuales que son insultantes. La hacker Jailbreak, princesa liberada de su condición que promete empoderamiento femenino o su amigo “Dame Cinco” que pretende ser el alivio cómico a una historia que se supone lo ha sido desde el principio. Sin un sentido visual atractivo, carente de emoción y poco arriesgada no es un film para niños porque los aburriría hasta el hartazgo, ni para adultos que no tendrán la mínima intriga de como termina todo, simplemente querrán que lo haga.
Una vida, una mujer: Variaciones de la naturaleza humana. “Hay, en todo, algo inexplorado, porque estamos habituados a no servirnos de nuestros ojos, sino con el recuerdo de lo que se ha pensado antes que nosotros sobre aquello que contemplamos”. Guy De Maupassant (1850 – 1893) Stéphane Brizé, que también dirige, y Florence Vignon son quienes trabajaron sobre el relato del célebre Guy de Maupassant, autor francés, padre de Bola de Sebo (1880) y la impresionante El Horla (1882), relato por el cual tuve el placer de conocerlo. Une vie, publicada en 1883, es una novela hija de su tiempo, de ese que el autor tanto renegara, el naturalismo literario que Émile Zola iniciara con tanto éxito. Relato austero que se enfoca en la narración de una historia, lejos de las florituras literarias, atento siempre al comportamiento y las reacciones de los personajes ante los avatares de la vida que no podrán modificar, solo sortear y soportar, pero sin melodrama. Conciso, puro, un acercamiento casi de observación científica. La belleza entonces radica en la elaboración de la prosa; “Cualquier cosa que se quiere decir sólo hay una palabra para expresarla, un verbo para animarla y un adjetivo para calificarla” decía el autor. Exponer esto en imágenes, puede parecer sencillo, pero dista mucho de serlo, porque la naturalidad no es provocada, ni construida es un simple discurrir de acciones de acuerdo al suceso. Algo que Brizé ha sabido captar con la elegancia propia de los que se atreven. La loi du marché (2015) film anterior de él cursaba las mismas maneras, con esa cámara que observaba sin intervenir, quieta para absorber los sucesos, estoica para no mentir los hechos. En una magnífica reconstrucción de época, en que hasta la luz natural es tenida en cuenta, quizás no con el preciosismo con que se inspiró Stanley Kubrick en Barry Lyndon (1975), pero sí con la suficiente eficacia para que las sombras dibujaran en los rostros y escenarios los matices, a veces tan bien ocultos por los flemáticos noble provincianos. Una construcción de los escenarios que Antoine Héberlé, con su fotografía, supo sacarles unas bellísimas variaciones. “Normandía, 1819. Jeanne es una chica joven, inocente y repleta de sueños infantiles cuando regresa a casa tras estudiar en un convento. Pero tras casarse con un hombre del pueblo, su vida pega un giro y sus ilusiones se rompen”. Pero es la cautivante construcción del personaje que Judith Chemla logra lo que lleva al film a otro nivel, lejos del acartonamiento de toda película de época, sabe dotar a Jeanne Le Perthuis des Vauds, personaje protagónico del film, de una frescura y sensibilidad excepcional. Y es allí donde el trabajo de Yolande Moreau (a quien amamos desde la preciosa Le tout nouveau testament – 2015), Swann Arlaud y Jean-Pierre Darroussin crea el entorno perfecto para el desarrollo de esta vida, una que navega calmas y tormentas con la intensidad justa, con el equilibrio y desaforado desquite de un simple mortal. Quieta y susurrante, atemporal y de una elegancia soberbia es Une Vie y un placer de contemplar así en la dicha como en la misma derrota, cruel, pero con la gracia de un burgués atemperado.
El planeta de los simios; La guerra: El mito de César. Cuando Pierre Boulle publicó su fantasía distópica “La planète des singes” en 1963 dio sin querer inicio a una franquicia cinematográfica que tendría una interesante y no muy próspera carrera a lo largo de los años. Con aquel inicio realizado por Franklin Schaffner a finales de los sesentas llegaríamos a ver nueve cintas sobre esta historia, una más alejada que la otra de lo que el autor había pergeñado. Fue que en los albores del siglo XXI y tras un silencio de varias décadas, Tim Burton intentó revitalizar una ya cansada historia que no le valió ni siquiera el apoyo de los espectadores. Entonces en 2011 darían comienzo a un reboot/remake escrita por Rick Jaffa y Amanda Silver en el que se reescribieron los inicios, dotándolos de un sentido mucho más prosaico. Con Rise of the Planet of the Apes daban entrada a una jugosa trilogía que conjugó temas ecológicos; el comportamiento del hombre con respecto a otras especies y la revisión del viejo relato del científico obsesionado con su obra, a la manera de un moderno Frankenstein. Varias características visuales han ocupado estas tres cintas, la primera dirigida por Rupert Wyatt y las dos siguientes por Matt Reeves. La crítica a la sociedad humana que sin contemplaciones usa y abusa de su entorno, la elegancia en su producción, dotar a la historia de un drama mucho más profundo y complejo y la solvencia actoral de los que participaron. Y entonces llegamos a esta tercera entrega que Mark Bomback escribe junto al director Matt Reeves y que nos narra la apoteosis de un héroe que se transforma en el mito, el primero no solo en hablar, si no que en construir una sociedad. Ya han transcurrido quince años desde la liberación del gas, es hoy que inicia la última batalla de una larga guerra que se comenzó cuando Kova mató un hombre. César y sus monos son forzados a encarar un conflicto mortal contra un ejército de humanos liderado por un brutal coronel. Después de sufrir pérdidas enormes, César lucha con sus instintos más oscuros en una búsqueda por vengar a su especie. Cuando finalmente se encuentren, Cesar y el Coronel protagonizarán una batalla que pondrá en juego el futuro de ambas especies. El director crea una cinta que no descansará en su trepidante desarrollo; como si el tiempo escaseara sumerge a los personajes en un raid de acción, que no descuida el progreso de los personajes, en especial el de César, que comienza a comportarse como un líder, ya no de una tribu, sino más bien como el patriarca de un pueblo. Enfrentándolo a un hombre que desesperado hará lo que pueda para detenerlo. Entendemos en el personaje tan bien llevado por Woody Harrelson, que no hay nadie más peligroso que quien se sabe ya derrotado. Es el albor de un mito, la construcción de la leyenda que dará sustento a un pueblo que complejiza su estructura, que toma el poder. Quizás es esta la cinta que más carece de sutilezas ya que por momentos son obvias las referencias que el espectador hará con Los Diez Mandamientos de Cecil B. DeMille o en esa cacería en la nieve de The Hateful Eight de Quentin Tarantino y por ende El gran Silencio del maestro Corbucci, lo más granado del spaghetti western. Más que claro ese rescate/ataque al estilo Reisman en The Dirty Dozen de Robert Aldrich. Pero aun así los tres actos del film tienen sus particularidades dramáticas que desarrollan de manera eficiente gracias a una increíble imaginería en los efectos visuales, en la solvencia actoral de Andy Serkis y el resto de los actores que prestaron sus cuerpos, como por ejemplo, Steve Zahn como Bad Ape y Karin Konoval como Maurice. Sujetos que comprendemos, compadecemos y celebramos. Revees hace a los simios personajes profundos con pasados complejos, protagonistas absolutos de la historia en donde importa su destino y poco el de esos brutos hombres a los que solo vemos repartir tiros y latigazos. Esta es una historia sobre ellos y su toma de poder, es en definitiva una atrapante película de acción, que no descuida sus personajes, es una conclusión digna a este reboot/remake y que sabrán conectar en pequeños destellos de fanservice con la tan querida Planet of the Apes de Franklin J. Schaffner. Uno de sus mejores atributos es la grandiosa fotografía realizada por Michael Seresin (Harry Potter and the Prisoner of Azkaban – 2004) en la que logra que el paisaje resalta como un personaje más, uno indómito, vivo y rugiente al que los personajes, tanto humanos como simios deben someter para sobrevivir.
Dunkerque: De victoria pírrica a suceso cinematográfico. Llega a los cines el nuevo film dirigido por Christopher Nolan que narra uno de los sucesos menos conocidos de la Segunda Guerra Mundial, en el que logra uno de sus mejores trabajos en la construcción de un relato apasionante. Año 1940, plena II Guerra Mundial. En las playas de Dunkerque, cientos de miles de soldados de las tropas británicas y francesas se encuentran rodeados por el avance del ejército alemán, que ha invadido Francia. Atrapadas en la playa, con el mar cortándoles el paso, las tropas se enfrentan a una situación angustiosa que empeora a medida que el enemigo se acerca. Y la derrota se transforma en una victoria, pírrica quizás, porque se perdió el terreno que estaban dispuestos a conquistar, pero se salvaron las vidas de trescientos mil soldados. Olvidada por la cinematografía, la operación Dinamo o el llamado Milagro de Dunkerque encontró en Christopher Nolan el narrador omnisciente capaz de ejecutar la proeza, una que lleva a cabo con pulso pero con mesura, donde lo trepidante es el detalle con que narra la odisea de estos ingleses dispuestos a rescatar hasta el último de sus hombres. Para ello, se sirvió de un juego de líneas temporales, como haciendo en la trama una disección limpia de los procesos sin perder el rápido avance de una historia que no se detiene. En las playas están quienes esperan el rescate, en el aire aquellos que cubrirán la retirada y en el mar los que se expondrán al bombardeo para llevarlo a cabo. Estas tres perspectivas son el propietario de un barco de pequeño calado, solo uno de docenas que lo hicieron, que inicia la travesía de cruzar el canal en busca de los soldados, un soldado que recorre la playa buscando salvarse hasta que comprende el valor de salvarnos y el piloto de un avión de guerra que queda como único vigía y guardián. Y la acción comienza y es desmesurada. Más allá de no mostrar una sola gota de sangre, el director se las arregla para darnos un vistazo cruel y frío de los desmanes de la guerra sin ahorrar las muertes, aunque ninguna de ellas se presenta inútil frente al relato que se lleva a cabo con una acertada fotografía de Hoyte Van Hoytema, cuya extensión de los horizontes muestra la soledad de los protagonistas a la hora de enfrentar el crucial momento. Es verdad que tal vez el desarrollo de la historia supere al de los personajes, pero la amplia visión que Nolan ejecuta hace que el espectador pueda abarcar la enormidad del evento, y son Mark Rylance, Kenneth Branagh, Tom Hardy y Cillian Murphy, entre otros, los que maravillosamente otorgan ese componente humano capaz de llevar la historia a los pequeños gestos. En definitiva, el director británico, que nos supo dar una de las mejores aproximaciones al encapotado de Gotham, ha sido capaz de recrear con un detalle casi obsesivo una de las historias menos conocidas de lo que fue ese enfrentamiento bélico mundial, logrando en el proceso un claustrofóbico y visceral relato que no ahorra magnificencia cinéfila y que es capaz de transportarnos a ese aciago día en que los ingleses convirtieron una derrota en una verdadera proeza humanitaria. Pequeño apartado merece la excelente composición creada por Hans Zimmer, que fue capaz de dotar al soundtrack de un espíritu tan presente en el film como un personaje más del mismo, logrando que el espectador sienta la trepidante aceleración de la acción a través de ella .
El círculo: Obsoleto circular de buenas ideas. “En otras palabras, defender la democracia implica destruir la independencia de pensamiento.” George Orwell Puede que haya sucedido con Un Mundo Feliz de Aldous Huxley, Fahrenheit 451 de Ray Bradbury y George Orwell con 1984, que quizás al momento de ser creadas ni imaginaron lo trascendental de sus tesis, puede que hayan intuido el proceso por el que estábamos atravesando como sociedad; pero el alcance, tal vez eso ni los rozó, tal vez. Lejos de la simple crítica a los sistemas totalitarios, los autores ahondaban en el comportamiento humano al enfrentarse a una corrección de su realidad, a la intervención del sistema gobernante en sus vidas privadas con el fin de lograr una comunidad equilibrada, pero que en realidad eran forzados a subsistir en un sistema que tergiversa los principios elementales. Una truculenta y poderosa sátira sobre la manipulación de la información, una que aterró a las generaciones que les sucedieron. A partir de allí fueron muchas las maneras en que la literatura y el cine retomaron lo esencial de sus argumentos, la manipulación de la realidad, la información como valor fundamental para coaccionar a las personas en su individualidad y la búsqueda de una igualdad despótica. Luego llegaría internet para cargar las tintas y la globalización de la información como el destino de todo aquello. Sí, ahora el sistema se valdría de la red para lograr sus cometidos. La libre circulación se convertiría en el cuco de nuestros tiempos, porque como todo lo creado por el hombre es una espada de doble filo. Mr. Robot de Sam Esmail, Black Mirror de Charlie Brooker… Y entonces llegamos a El Circulo (The Circle – 2017) un reciclado de nuestros tiempos en que los ítems descritos anteriormente llegan anquilosados y subestimados. Para alguien que nació y creció en este siglo, el XXI, es poco probable que esta historia le cuente algo novedoso. Smartphone, tablets y Notebooks están tan interconectadas como los seres humanos a la red con Twitter, WeChat, Instagram, Snapchat y un largo etc, en el que se sirven de una misma clave para todo y todo lo ven. Tal vez cuando el libro salió a la venta en 2013 fuera un argumento válido, pero llegado a este 2017 se antoja algo obsoleto, hasta en la crítica que realiza a las corporaciones. Si claro, la creación de un ambiente donde el sujeto pueda dar lo mejor de sí, la idealización de la tarea realizada no como un mérito propio si nó como un logro comunitario. El control absoluto de la vida privada mezclandola con la pública para que no haya nada que detenga a los otros en la intervención de la realidad personal, son tópicos con que se vale la película para acercarnos a esos estados totalitarios, olvida de pronto que la clave no está en lo expuesto. ¿Entonces dónde? La cinta comienza con la joven Mae Holland trabajando en call center público, de obsoletas máquinas y viejos sistemas operativos, una joven con mucho potencial que se desperdicia en una oficinita perdida en la gigantesca metrópolis que es la conectividad de hoy en día. Lo hace hasta que su amiga le consigue una entrevista laboral en The Circle, un gigante informativo y de investigación que inmediatamente ve en ella un empleado ideal. Ella sabe que se le ha concedido la oportunidad de su vida. A través de un innovador sistema operativo, el Círculo unifica direcciones de email, perfiles de redes sociales, operaciones bancarias y contraseñas de usuarios dando lugar a una única identidad virtual y veraz, en pos de una nueva era marcada por la transparencia. Una que abrazará y militará hasta que la fachada se venga abajo y compruebe de la peor manera sobre la manipulación de la privacidad de los otros. Ella misma será el experimento que llevará a cabo ese siguiente paso en la globalización de la información. Si hasta acá sonó algo interesante es poco probable que supere esa marca el resto de la cinta. Porque no termina de construir personajes que interactúan con ese universo que propone, son apenas bosquejos que no terminan de definir su comportamiento ante lo expuesto con anterioridad, más bien naufragan en un sin número de situaciones pequeñas, casi ridículas, como los padres expuestos ante los seguidores de Mae en una situación privada. Es junto allí donde la historia no se sumerge en los verdaderos conflictos que acarrean tales planes, perdiendo la oportunidad de redoblar la apuesta. USA PATRIOT Act, o ley patriótica viene inmiscuyéndose en la vida de los ciudadanos americanos desde el 2001, y que es un buen ejemplo de lo viejo de la premisa en que se funda el film y lo desacertado de su utilización. Más allá de ese final ambiguo en que los malos no penan por sus actos, más bien por su falta de colaboración en un sistema que ayudaron a crear, es una historia que vimos muchas veces narrada con más intenciones que pretensiones. En conclusión una cinta poco atractiva y bastante demodé con personajes, que a pesar de contar con buenas interpretaciones, no logran convencer por lo poco desarrollado que son, haciendo de unos carismáticos Emma Watson, Tom Hanks y John Boyega un desperdicio de talento. Volvamos a Mr. Robot y veamos que surge a partir de allí. Para destacar es la interesante propuesta que realiza Danny Elfman con el soundtrack, lejos de sus consabidos clásicos, crea una interesante sonoridad que combina un entramado electrónicos con orquestación y voces. The Circle no la merece.