Historia de una epidemia - Beth (Gwyneth Paltrow) regresa de un viaje de negocios en Hong Kong fuertemente engripada y con un dolor de cabeza terrible. Menos de tres días después, está muerta. La gente que la acompañó en el avión, en el transporte público, en la oficina e incluso en casa comienza a presentar los alarmantes síntomas. La enfermedad aparece con fuerza en otros puntos del globo: una semana después, infectados y muertos saltan de los gráficos de las salas de control de epidemias gubernamentales a los medios de comunicación. El viudo de Beth, y potencial infectado Mitch (Matt Damon), un periodista conspiranoico (Jude Law), un médico (Lawrence Fishburne) y dos epidemiólogas (Kate Winslet y Marion Cotillard, cada una en locaciones diferentes según la prosecución evolutiva del virus) son los extremos visibles del drama humano que se gesta detrás de este fenómeno explosivo, que descalabra a las sociedades más desarrolladas cuando sucede. ¿Cómo se origina una epidemia? ¿Cuál es el momento preciso en que un virus rompe las previsiones de una sociedad altamente organizada y esparce el terror en la población? Sobre estas preguntas parece estar construída la columna vertebral de la última película de Steven Soderbergh, experto en plantear de manera muy realista escenarios problemáticos de actualidad. El resto del esqueleto lo conforman los personajes, el elemento humano al que Soderbergh también es muy afecto. Entre su lista de vicios de director está el permitirse contar con un elenco de notables, no sólo para una mejor performance narrativa, sino para atraer a un público más amplio que el que sólo convocaría el mero interés por el tema. A dos años de la paranoia desatada por el virus H1N1 (conocido como Gripe A), distancia que lo salva de ser tildado de oportunista, Soderbergh y su guionista Scott Burns se permiten deconstruir el itinerario de un misterioso virus, barajando en el medio todas las teorías que en su momento se elucubraron y cerrando, en una escena impecable (exactamente, en el minuto final de película) con una conclusión más cercana a la navaja de Occam que a lo políticamente correcto en términos cinematográficos. Nuestra calificación: Esta película justifica el 80% del valor de una entrada
Viviendo (y enloqueciendo) en cuerpo ajeno - Mitch (Ryan Reynolds) ya no es tan joven, pero insiste en vivir como un adolescente, tropezando en una carrera de actor que no despega nunca, sin responsabilidades ni horarios y disponible para cualquier diversión fácil que se le presente. Dave (Jason Bateman) es su antítesis: ha llegado a la madurez como un auténtico hombre de éxito. Es un abogado de carrera meteórica, padre de familia entusiasta y esposo amoroso de Jamie (Leslie Mann), sin tiempo casi para divertirse en su afán de progreso social y laboral. ¿Qué tienen en común estos dos tipos, aparte de una amistad de años? Nada, en absoluto. Pero se envidian en secreto. Y luego de una noche de borrachera, un deseo formulado de la manera correcta en el preciso momento y lugar, les da la posibilidad de cambiar de cuerpos por tiempo indeterminado... poniendo a prueba la fuerza de sus convicciones y el sustento de sus auténticos deseos. La clásica comedia de enredos con cambio de cuerpos y roles está de regreso, esta vez con la dirección de David Dobkin (que sobresalió con "Los Rompebodas", una comedia simpática con algunos plus) y los mismos productores de las "¿Qué pasó ayer?". Esto podría hacer pensar que es posible revitalizar un género ya muy transitado en cine, pero si bien el resultado es favorable a rasgos generales, esa "refrescadita" esperada no es exactamente lo que sucede. Lo cierto es que no hay muchas vueltas de tuerca que ofrecer al espectador en este tipo de películas. Si la eligió es porque la fórmula resulta. "Si fueras yo" no es la excepción; ofrece entretenimiento, agilidad y humor burdo, aunque el valor agregado a un guión previsible y soso lo dan los actores ofreciendo un plus de histrionismo bastante mesurado y que sirve para reforzar la veta "profunda" (léase la cuestión moralizante) de la trama. En ese sentido estricto, no defraudará a su público. Nuestra calificación: Esta película justifica el 60% del valor de la entrada
El ícono reinventado Comienzan los años más negros de la historia contemporánea argentina. Corre el año 1976 y, desde la clandestinidad, un periodista ya maduro escribe y escribe. En una carpeta voluminosa se juntan recortes de diarios, fotos, escritos. En cada hoja, la misma presencia: una mujer rubia, menuda, elegantemente vestida y casi siempre sonriente que opaca a cualquiera que entre en cuadro con ella. El periodista es Rodolfo Walsh y es su voz en off la que narra la historia. La mujer es "esa mujer": Eva Duarte de Perón, Evita, la adalid de los descamisados. Walsh ha perseguido su historia por los entresijos de toda la historia política desde los años treinta en adelante, y más allá. La infancia en Los Toldos, la adolescencia truncada de improviso para ganarse la vida como actriz en Buenos Aires y, por supuesto, la apoteosis de la mano de Juan Domingo Perón, el político que marcó para siempre la escena política y social de la Argentina. Un momento de inflexión en el que esa mujer tuvo mucho que ver. Si bien no hay posibilidad de bajar línea política respecto a la vida de Eva Duarte (su sola presencia en la escena social del país no deja lugar a dobles interpretaciones), sí se podía enfocar la historia de la mujer más emblemática de la Argentina desde un lugar épico romántico. Con el rigor que la caracteriza, puesto al servicio de una trama que está acotada por el género y valiéndose de mucho material de archivo, Seoane no se guarda nada. Eva antes de Perón no la tuvo fácil y hay poco romanticismo en su vida de provincias; no hablemos de sus primeros años en la gran ciudad y su relativamente rápido ascenso en la escena del espectáculo local. Si bien las sutilezas son necesarias, la narración a cargo del personaje de Walsh no es ambigua y no esquiva la violencia, la perversión, las traiciones que surcaron ese ámbito en el que Eva aprendió a moverse. Sobre sus pensamientos no hay más que letra muerta. ¡Quién podría decir lo que realmente pensaba la mujer más poderosa del país? Eva no escribía y los únicos testimonios que se escuchan de su viva voz corresponden al archivo de sus apariciones públicas, mediatizados por la necesidad política y ajustados en beneficio de Perón. Sin embargo, Seoane la posiciona más allá del simbolismo heroico y apela a su dimensión más humana con flashbacks a la infancia y escenas de ternura conyugal. La animación y sus recursos permiten este juego, no exento de hipérboles e imposibilitado de escapar del romanticismo intrínseco, de la épica evitista. Y hay que destacar que, si bien esta película es sobre Evita y se centra en ella, es el valor agregado su punto más fuerte. Que la historia de Rodolfo Walsh y sus investigaciones atraviesen la trama, que el archivo bien utilizado reemplace la voz de las animaciones (más meritorias por lo que muestran que por su calidad intrínseca) realmente son factores para destacar. Por lo demás, si no se produce por parte del espectador un acercamiento por fuera de la emoción, si no hay posibilidades de soslayar el contenido romántico-político, no se la puede disfrutar en plenitud: el peronismo es así, como las emociones que despierta. Visceral, a todo o nada. Para propios y para ajenos.
Entre dos amores Paul y Adriana llevan juntos muchos años. Diez de casados, con una niña excepcional de por medio y una rutina sólida, bien establecida. Sin embargo, Paul oculta una doble vida: desde hace seis meses tiene como amante a Raluca, la dentista de su hija. Justo cuando la existencia se le vuelve cuestionable, aparece la posibilidad de un amor diferente al que se había acostumbrado a experimentar con Adriana. Mientras se acercan las fiestas, Paul se siente obligado a tomar una decisión. ¿Estará listo para afrontar las consecuencias? Desde el desembarco de excelentes productos como "La noche del señor Lazarescu", "Cuatro meses, tres semanas, dos días" y "Bucarest 12:08" entre otros, el cine rumano se posicionó como una opción sólida a la hora de considerar un cine diverso, escapándole a propuestas habituales en tono de comedia, acción o drama. Con este largometraje estrenado en Cannes, el director Radu Muntean confirma la tendencia y ofrece uno de esos dramas donde el peso específico de los climas, los espacios y los silencios es tan fundamental como la gestualidad o dicción de los actores. Casi teatral por momentos, la propuesta apunta casi exclusivamente a Paul: es su decisión la que cuenta la historia, todo lo que sucede en el medio le da al espectador un panorama de todo lo que el protagonista tiene por perder o por ganar, según a qué amor apueste. Cautivadora, íntima y por momentos hipnótica (una larga escena clave, sin cortes, entre Paul y Adriana sencillamente corta el aliento por la expectativa que genera), esta película merece ser vista con especial atención. Quizá su única limitación sea la temática, ya que al girar en torno a un eje temático (el surgimiento de un nuevo amor y los conflictos subsiguientes) y a un personaje de forma casi exclusiva, el público acostumbrado a devenires efectistas puede perder algo de interés.
Collage de seres urbanos Hace años que Martín (Javier Drolas) lucha por superar su agorafobia, que sobrevino luego de una ruptura amorosa. Si los departamentos porteños son, como él dice, una suerte de reflejo de quienes los habitan, su cabeza es un cajoncito atiborrado y desesperante. Pese a su relativa inmovilidad, Martín no deja de pensar, de intentar, de buscar... ¿qué? ¿La cura a su fobia? ¿Relacionarse con otras personas? ¿Cambiar su vida? Entre noches de insomnio y reflexiones existenciales, Martín encontrará la manera de ir superando esos miedos y retornar al paisaje urbano que actualmente lo espanta. Mariana (Pilar López de Ayala) acaba de separarse luego de cuatro años en pareja y recuerda esa parte de su vida como si le hubiera sucedido a una extraña. En tiempo récord, se instala en su viejo departamento de soltera, un caos en permanente transformación que se siente libre de llenar a placer. ¿Con qué? Por ejemplo, maniquíes: arquitecta frustrada, trabaja arreglando vidrieras en coquetos negocios del Bajo y del centro de Buenos Aires. La anarquía hogareña es su revancha contra la soledad y es en el interior de ese dúplex donde puede dar rienda suelta a sus angustias, sintetizadas en la imposibilidad de encontrar a la persona adecuada en medio de una ciudad atestada de gente. En su largometraje debut, Gustavo Taretto redobla una apuesta planteada en 2004: en aquel momento "Medianeras" era un cortometraje. Hoy, años después de la crisis que inspiró la propuesta original y si bien este nudo se retoma, el director se revela maduro, un trabajador a conciencia que consigue construir una historia sólida a partir de pocos personajes transitando el espacio enorme, anónimo, de la gran ciudad. Sin miedo a la mezcla, Taretto combina anécdotas de Buenos Aires con referencias a la cultura popular, se toma a la chacota los mitos que circundan a la era digital, ahonda en los prejuicios que jamás se verbalizan pero que se pueden palpar en la mirada esquiva de dos personajes y, en el medio, propone remansos visuales y musicales que complementan la historia de Martín y Mariana. Más allá de algunos devenires en el ritmo narrativo (por momentos la historia se ameseta, las líneas de diálogo bordean la literatura de autoayuda), se trata de una propuesta que atrapa desde el primer fotograma y lleva al espectador al territorio incierto de las relaciones humanas. Un ámbito que puede generar terror o esperanza, pero que es siempre el escenario de una de las mayores aventuras de la vida: el encuentro.
Cada vida, la Vida Jack (Sean Penn) es un lobo de las finanzas en una ciudad de acero y cristal que viste el paisaje sin verlo. Pero hoy, en este día, su mente se adhiere a los recuerdos de infancia. Su hermano trágicamente fallecido, su madre a la que adora, la tortuosa relación con su padre, cada espacio transitado... El mar. El bosque. El río. Y más lejos aún en el tiempo, la Vida. Vagamente consciente de su fe postergada, Jack reconstruye mediante recuerdos el mundo de su infancia buscando una paz y una respuesta que quizá siempre estuvieron allí. Es necesario aclarar que, pese a sus indiscutibles méritos, el cine de Terrence Malick no es un cine fácil de digerir. Quizá por eso, o a pesar de eso, es uno de los directores que más atención merecen en los últimos tiempos. Sus dos últimos filmes, "El nuevo mundo" (2005) y la presente "El árbol de la vida" le insumieron dos y cuatro años de dedicación exclusiva, respectivamente. Esa dedicación se traduce en resultados visibles: pocas veces asistirán a un evento de tal magnitud compositiva en cine. James Cameron y su "Avatar" quedan en ridículo al lado de los veinte primeros minutos de esta joya, que aunque descolla por su fotografía y preciosismo visual no se queda atrás en lo que respecta a su argumento. Sean Penn, Brad Pitt y Jessica Chastain, que componen la tríada fundamental de personajes adultos, están correctísimos y convincentes en sus roles. Pitt despliega aquí con sobriedad su madurez artística y deja en un lógico segundo plano a Penn, ya que su personaje tiene un mayor peso específico durante el relato del pasado, de la infancia. Hay personajes adicionales en esta trama que merecen mención aparte. La secuencia que representa el origen del Universo, de la Tierra y la vida en ella, sólo con imágenes, sonido ambiente y música, es la antesala a estos personajes deshumanizados. Dios y la naturaleza, la compañía omnipresente de la familia O´Brien, forman también parte de esa familia y no constituyen sólo una metáfora que redondea la película. Lo único que resta en este filme que encabezaría cualquier lista de "mejores del 2011" es ese juego de estiramiento de clímax que fractura la cadencia de los últimos minutos. También hay que tener en cuenta que aquellos que entren a la sala buscando sólo evasión y entretenimiento saldrán (qué duda cabe) entre perplejos y abrumados.
Módicos infiernos de pago chico Juan (Alan Pauls) recorre el pueblo en su camioneta una madrugada, buscando a su esposa Laura (Martina Gusman) luego de uno de sus habituales conflictos; ella se descubre embarazada y no quiere tener el bebé. Involuntariamente se topa con la escena de una pelea entre adolescentes, en la que uno de ellos sale herido de gravedad y queda en coma. Pero el responsable de este incidente es Nicolás (Pedro Merlo), el hijo de un poderoso terrateniente de apellido Martínez (Néstor Sánchez) y Juan se ve obligado a mentir para evitar inconvenientes personales. Mientras tanto, Laura se reencuentra con Benetti (Germán Palacios); su ex pareja y también tío del joven herido, que por esa causa regresa momentáneamente al pueblo del que escapó años atrás. Laura y Benetti guardan mucho más en común que su afición por la música, y pronto ella lo usa como paliativo a sus crisis matrimoniales. En esta red de mentiras, ocultamientos y murmuraciones se desarrolla la trama de "La vida nueva", una típica historia de pueblo chico y tan chiquita a su vez, que su infierno no pasa de un tibio rescoldo. Sencilla, prolija, correcta y poco más, esta película de Santiago Palavecino podría considerarse promesa de buenos momentos cinematográficos por venir. Por el momento, quedan para el recuerdo las postales de pueblo chico, las actuaciones del elenco adolescente, la puesta y fotografía impecables; la historia cambia cuando la cuentan los adultos, se vuelve difusa y en contraposición al conflicto de los más jóvenes, aparece insulsa inclusive. Gusman, habitualmente expresiva, luce aquí inusitadamente apagada. Su personaje no convence como catalizador y objeto de deseo, moviendo apenas una pregunta: "¿Qué le vieron?" ¿Dónde está esa supuesta pasión que la hace irresistible? Si era tan buena pianista, ¿por qué la cámara insiste en detenerse en una única partitura de Bach y ella a su vez repite dos simplonas melodías al piano, como si fueran un monocorde leitmotiv vital? Como recurso estilístico es redundante y no suma nada al personaje; con su actitud apagada, Gusman ya lo dice todo. La explosión liberadora queda únicamente del lado de Benetti, el que se fue: el hijo pródigo, el amante idealizado, la estrella que dio el pueblo. Pero está de visita, de paso, "afuera". Los conflictos internos, que se supone motorizarían esta trama mueren en la más asfixiante de las rutinas. No hay tensión posible porque no hay rebelión. El Juan de Alan Pauls se conforma con estrellar algunas cosas contra el piso, en un conveniente fuera de campo; luego, ni siquiera levanta la voz para defender lo que considera justo, o lo que considera suyo (a Laura, por ejemplo). La policía está del lado del terrateniente. El músico rebelde que se fue a la Capital es cocainómano. ¿Era necesario semejante desborde?
Sin justicia para los débiles Cuando fue destinada a la zona de conflicto de la ex Yugoslavia como parte de la fuerza de paz de la ONU, la oficial Katryn Bolkovac (Rachel Weisz) jamás imaginó que terminaría envuelta en una sórdida trama de corrupción y violencia. Las angustias de la postguerra y la crisis humanitaria han servido de telón y soporte para encubrir un negociado atroz sustentado por una empresa multinacional, del que participan las propias fuerzas de paz por acción u omisión. La vida, la carrera y la estabilidad emocional de la agente peligra a medida que se adentra en un drama cuyas ramificaciones llegan a las esferas más altas del poder. Basada en una historia real, "La verdad oculta" (cuyo título original significa "La delatora" o "La soplona" en inglés) contiene en su trama central el perfecto resumen de un drama que parece tan difícil de erradicar de cualquier sociedad, justamente por las pocas personas que se atreven a hablar del tema. Resulta casi justicia poética que el personaje de Rachel Weisz, una agente de policía que ha perdido la tenencia de su hija, sea quien devela esta trama desgarradora de trata de personas que un conflicto como la guerra de los Balcanes volvió más monstruoso de lo que de por sí es. Su actuación es de alto impacto y a la vez convincente. No cuesta creer nada de lo que sucede en la pantalla, aunque podría pensarse que hay excesos; la propia autora y verdadera protagonista de la historia, la Katryn Bolkovac real, admitió no pocas veces que hubo que suavizar algunas situaciones para que no se vieran inverosímiles. Sin embargo, el ambiente de sordidez, angustia y terror que envuelve al espectador es un cachetazo ineludible y certero; el mérito del equipo de dirección y producción es haberlo logrado con acierto. En tiempos donde la trata de personas y la violencia de género son temas centrales de debate en el mundo (siendo la Argentina un país que ha demorado bastante en subirse al tren en ese sentido, si la encuadramos en el resto de Latinoamérica), un filme como el de la novata Larysa Kondracki es tan necesario como revelador. Por estos méritos, y salvando algún desacuerdo que podría tenerse respecto del guión y ciertos efectismos menores (justificables desde una necesidad de refuerzo dramático, aunque no sumen humanidad a la historia) es que merece verse en cine esta película. Quien entre buscando verdades, no saldrá decepcionado. Aunque es bueno recordar que la verdad es más incómoda que la mentira, y muchas veces, más dolorosa. Y que, salvando las distancias, puede haber una puerta cerrada frente a tu propia casa que esconde la misma realidad.
El dolor después del amor La vida de Elena (Graciela Borges), una mujer en sus sesenta años, exitosa directora de documentales, se pone de cabeza cuando su marido Augusto fallece de un repentino infarto... y quien lo lleva al hospital es nada menos que su amante de treinta años, Adela (Valeria Bertuccelli). Al dolor y la sorpresa de esta revelación sucede la rabia contra Augusto, que en el lecho de muerte le pide que cuide de esa joven a quien recién conoce y que ya "ha comenzado" a odiar. Con el correr de los días, Adela y Elena elaboran su propio duelo. La viuda joven y extraoficial intenta acercarse a la viuda oficial, que la rechaza persistentemente. Hasta que un nuevo incidente las re?ne de forma inesperada, y entonces deben ajustarse a una convivencia cautelosa, mediada por la omnipresente?mucama Justina (Mart?n Bossi) y por la socia de Elena, Esther (Rita Cortese). Marcos Carnevale ofrece, una vez m?s, un producto de muy buena calidad?en rasgos generales, aunque con algunos baches que no pueden ser soslayados ya que afectan al buen ritmo del filme. Quiz? sea una deficiencia propia de un gui?n que coquetea con el drama y la comedia sin definirse por ninguno de los dos; la forma en que se imbrican los extremos es desigual, a veces anticlim?tica. No ofrecen sorpresas las muy buenas actuaciones de Graciela Borges y Valeria Bertuccelli, ambas dentro de un registro que les es habitual, aunque contenidas y muy convincentes dentro de la propuesta del libreto. S?, hay lugares comunes y simplistas; las aperturas y cierres de cada unidad narrativa son bastante previsibles, pero gracias al excelente trabajo de actores, la pel?cula llega a buen puerto y conforma al p?blico. P?rrafo aparte merecen las actuaciones de Mart?n Bossi en el papel de una mucama paraguaya muy particular, y la siempre brillante Rita Cortese, oportuna y marcando el tiempo de la escena cada vez que aparece.
De tiros, tipos no tan duros y rayos protónicos Un hombre que no recuerda su identidad (Daniel Craig) llega a una desolada aldea minera dominada por el inconmovible coronel Dolarhyde (Harrison Ford). En su muñeca porta un extraño artefacto que parece activarse según su estado de ánimo. Una gresca con el hijo del coronel y con los agentes de la ley, que lo identifican como el conocido bandolero Jake Lonergan, lo lleva a la cárcel. Pero su traslado al tribunal superior del estado queda trunco cuando una siniestra cuadrilla de naves voladoras arrasa con el pueblo durante la noche y se lleva a la mitad de sus habitantes. Desorientados, los sobrevivientes se lanzan a la caza de un enemigo al que no comprenden, movidos por la necesidad de reencontrarse con sus seres queridos. Entre ellos, una misteriosa mujer (Olivia Wilde) que está empeñada en hacer que Jake recupere la memoria, convencida de que en sus recuerdos (y en el artefacto aferrado a su muñeca) reside la clave para destruír a sus enemigos. Con una propuesta curiosa, tentadora por lo bizarro de los temas que cruza, el director de "Zatura" e "IronMan" se atreve a abordar una versión ciencia-ficción del western más clásico, sólo que con un par de giros fuera de lo común. El héroe, sus contrapartes, la chica, el conflicto, la necesidad de unión, el camino del héroe (para el niño que interpreta Noah Ringer, y para el personaje de Sam Rockwell, en un pálido segundo plano respecto del protagonismo del trío Ford-Craig-Wilde) son algunos de los tópicos visibles desde el comienzo, y bien desarrollados por cierto, al menos en la primera parte de la cinta. Lamentablemente, hay que señalar que hacia la mitad de la historia, la película decae y zozobra en los arrecifes del cliché. Para sostener semejante (in)verosímil, es necesario que los estereotipos se consoliden de forma paródica, o bien tengan una vuelta de tuerca original. En el pendular entre lo políticamente correcto, lo marketinero y vendedor y aquello que se planteaba en los 40 minutos iniciales, se pierde gran parte del mérito de una propuesta que es risible desde el título, pero que arranca con potencia, prometiendo un clímax con el que no cumple. Se queda en la anécdota: una película que termina antes de arrancar del todo. El talentoso y aún promisorio Jon Favreau apenas consigue redondear una propuesta entretenida aunque simplona, y con algunas líneas de diálogo y situaciones que dan vergüenza (casi todas a cargo de la fascinante Olivia Wilde, una chica que no se halla en el terreno de la ciencia ficción; basta recordar "Tron: El legado"). Quizá la responsabilidad haya que buscarla en un guión adaptado por ¡ocho! escritores, bastante mal avenidos por lo que se ve. No menos imperdonables son algunos errores de continuidad (mínimos) y de escala o proporciones (groserísimos), que a esta altura no deberían tener lugar siquiera, en una producción de estas características.