Miradas que erizan la piel Después de varios meses en un neuropsiquiátrico, Luis (Luis Luque), profesor universitario y hombre obsesivo de su trabajo, obtiene la posibilidad de volver a su casa y a su antigua vida a condición de continuar un tratamiento ambulatorio. Las circunstancias que lo llevaron al brote psicótico en el que amenazó la integridad física de su mujer, así como la de su socio y colega, se explican en la secuencia de inicio. Beatriz (Beatriz Spelzini) ha esperado este día con alegría e inquietud. Está inequívocamente enamorada de su esposo, pero no puede evitar la incertidumbre que la agobia incluso desde antes de que él ocupe el asiento del acompañante en el coche que los devuelve a su casa. Los ritos antes habituales (comidas compartidas, el sexo, las charlas en la cocina) tienen que ser reaprendidos; el desafío de Luis es recobrar la confianza de sus seres queridos, y la confianza en sí mismo. Además, algo extraño sucede casi al momento de la llegada de Luis. Donatello, el gato de la familia, lo desconoce y lo ataca cuando el profesor intenta acariciarlo. Esa misma noche, no regresa a la casa. Al menos eso parece atestiguar el plato de comida que Beatriz deja en el patio y que aparece revuelto al día siguiente, y al día siguiente a ése. Una sospecha crece en el corazón de la mujer, sospecha que no comparten ni la hija (María Abadi), demasiado ocupada en su nueva relación amorosa, ni los alumnos de la facultad que van a visitar al profesor. ¿Qué si Luis no sólo no está curado, sino que está muy cerca de sufrir un nuevo colapso? "El gato desaparece" es una excelente incursión inaugural de Carlos Sorín en el cine de género (en este caso el suspenso, el thriller psicológico), bien inserto en una trama que no por universal deja de ser actual... incluso, muy argentina. También es un retorno del director al trabajo con actores de método, formales, probados en pantalla y el teatro. Como bien afirmó en una entrevista radial, no podría haberse hecho esta historia sin la afiladísima dupla protagónica. Es que, si bien Luis Luque es un actor de porte, cuya gestualidad y presencia llenan la pantalla por sí mismas consiguiendo un personaje capaz de cargar el ambiente hasta la asfixia, vale la pena también enfocarse en Beatriz Spelzini. En su rol central, protagónico, de esposa y catalizador de la acción, carga exitosamente con la responsabilidad de llevar adelante las escenas más potentes. Su Beatriz, arquetípica dentro de una trama que así lo exige, es quien consigue del resto de los personajes (hija, psiquiatras, ex colega y socio, alumnos del Profesor). Al modesto entender de quien escribe, lo único que sobra en el remate por demás redondo de esta película es un cuadro inmóvil cerca de la escena final, que sirve para explicar una metáfora onírica anterior y poco más, restando sutileza al efecto del desenlace. Por lo demás, estamos sin dudas frente a la prueba del talento indiscutible de Sorín, que no sólo es un cineasta de oficio, sino un excelente narrador de historias.
Un amor insustituible Cuando Bennet Brewer (Aaron Johnson) muere en un accidente de tránsito, su familia queda devastada. El hermano menor (Johnny Simmons) tiene problemas de conducta y sus padres han atravesado crisis por la infidelidad de Allen (Pierce Brosnan), así que la desaparición del único elemento que percibían como funcional y perfecto les descalabra el panorama a futuro. Para empeorar las cosas, llega a sus vidas una muchacha llamada Rose (Carey Mulligan), de quien sólo saben estaba con Bennet la noche del accidente. Sólo que Rose es más que una chica del colegio: era la mujer que Bennet amaba en secreto y a la que dejó embarazada la única noche que pudieron pasar juntos. La más afectada es, sin duda, Grace (Susan Sarandon), la madre de Bennet, que ocasionalmente sufre de terrores nocturnos y otras crisis nerviosas. Asimismo, está obsesionada con descubrir el mínimo detalle sobre los últimos instantes de vida de su hijo. Demasiado dolorida incluso para permitirse reír o dejar que los demás vivan algún tipo de felicidad, acoge con reservas y sentimientos ambiguos a Rose en su casa, aunque está claro que no es una prioridad para ella. La forma en que la familia Brewer lleva adelante su duelo, la intrusión de Rose en su cotidianeidad y sobre todo la evolución de cada miembro del clan por separado es, quizá, demasiada tela para cortar en una estructura de menos de dos horas. Quizá una de las mayores debilidades de esta película es la rapidez con que se suceden los distintos eventos, y más allá de que los flashbacks reconstruyen el pasado inmediato de manera eficaz y dinámica, hay transiciones que resultan un tanto bruscas. Bastante inusual si pensamos que se trata de una trama que persigue la sensibilidad del espectador con un tema tan traumático como la pérdida de un hijo y la forma inesperada en que otra vida llega a equilibrar la balanza. El rol más potente está a cargo de Susan Sarandon. Aunque ella no sea más que una parte de la historia, por momentos es el único personaje de peso; se echa sus escenas al hombro con oficio y ofrece una muy destacable performance teniendo en cuenta las limitaciones del guión. Asimismo, hay escenas como la de la familia en el coche al inicio de la película (una larga toma de tres minutos en total silencio, en la que padres e hijo se centran en su propio mundo de dolor) que valen tanto como la historia completa.
El silencio de la historia La pequeña Martina no ha sido la misma desde el día en que su hermano menor murió. El impacto de esa muerte la sumió en un profundo silencio que su familia ya ni siquiera cuestiona; la niña sencillamente está muda y este rasgo particular la pone muchas veces en posición de extrañamiento respecto de sus pares, que tienden a aislarla. Pese a su corta edad y escaso roce, Martina sigue con interés el devenir de los adultos que la rodean. Sabe que están en guerra, pero esta es una circunstancia tan arraigada a su breve memoria que casi no recuerda otra forma de vida y su único interés en lo inmediato es el nacimiento de su nuevo hermanito. Sin embargo, luego de la llegada de un regimiento de SS alemanas al pueblo de Bologna en el que vive con su familia, la niña advierte que un mar de fondo comienza a sacudir a la comunidad: los partisanos se esconden en las montañas y el peligro de una confrontación desigual comienza a sentirse en el aire. En medio de los conflictos, la vida diaria de un poblado agrícola de montaña y sus costumbres solidarias brillan a lo largo de una película que tiene para ofrecer sólo un poco más que un testimonio de aquellos días donde la tragedia acechaba sin perdonar a ancianos, mujeres y niños. El filme de Giorgio Diritti tiene, más allá de su escaso interés por profundizar en personajes individuales o su relevancia en una trama mayor, un mérito innegable: ofrecer una mirada a una tragedia largamente impune, la matanza de Marzabotto. Un hecho real, uno de los tantos actos genocidas agónicos efectuados por las SS en las postimetrías de la Segunda Guerra Mundial y que no tuvo condena en la Justicia sino hasta el año 2007, revelando que la memoria sobre este pasado atroz nunca es suficiente. Sin embargo, ¿es suficiente la intención del filme para dotarlo de calidad cinematográfica? Esto es cuestionable, ya que más allá de la fidelidad de la reproducción histórica y el interesante juego narrativo con que director y guionistas deconstruyen la comunidad de la zona de Marzabotto, una historia que debería resultar devastadora en su clímax se convierte en una crónica más de la historia infame de la Italia facista, por momentos aséptica y errante. Sí se puede destacar la actuación de la pequeña Greta Zuccheri Montanari, que por su rol de testigo silenciosa y por el peso de su personaje en la historia ocupa necesariamente un lugar preponderante. En cuanto al hombre que se alude en el título, la interpretación queda a criterio del espectador. ¿Se trata de un partisano, de un sacerdote, de un simple vecino? ¿Se trata del hermano largamente esperado por Martina? Quizá sólo sea una expresión de deseo, un símbolo de reconstrucción o renacimiento, la esperanza de la paz y de un nuevo hombre, hijo de los nuevos tiempos.
Inhumanizados en busca de un alma Corren los años setenta. La ciencia ha conseguido erradicar gran parte de las enfermedades y la humanidad transita hacia el próximo milenio con una expectativa de vida superior a los 100 años. Hailsham es un colegio de pupilos británico donde se alojan niños muy especiales. Allí, su directora y maestros siguen a rajatabla una línea de pensamiento y conducta que procuran transmitir a estos niños, literalmente aislados del mundo real, inmersos en una rutina que incluye pulseras electrónicas para controlar sus movimientos. Entre esos niños crecen Kathy (Carey Mulligan), Tommy (Andrew Garfield) y Ruth (Keira Knightley), jugando y estudiando a la par que practican algunas costumbres que les permitirán relacionarse con otras personas cuando dejen el colegio. Pero la realidad que les aguarda extramuros es tan dura e inimaginable para estos niños que hace falta una maestra especialmente sensible (Sally Hawkins) para comunicárselas, rompiendo todas las reglas del colegio. Cuando el por qué de sus existencias es revelado a los niños de Hailsham, la vida de los tres amigos comienza un proceso de cambio doloroso, especialmente para Kathy, que es en extremo dócil a la par que autoconsciente, y jamás consigue rebelarse contra lo establecido. Es difícil pensar el porqué de la elección de Mark Romanek (mayormente director de videos musicales y responsable de "Crónica de una obsesión" como único mérito cinematográfico), para llevar a la pantalla grande una de las más celebradas novelas de Kazuo Ishiguro ("Lo que queda del día"). No obstante, el resultado sorprende por su calidad y la delicadeza con que se van manejando los segmentos de la trama, muy fieles al libro original. Quizá la intervención del propio Ishiguro en el guión tenga que ver con esto; por lo demás, el énfasis en lo visual y el cuidado trabajo de los actores corren por cuenta de Romanek, indudablemente. La cuestión humana (la finitud de la vida, las preocupaciones diarias y por encima de todo, la capacidad de sentir, los instintos) es abordada aquí a través del relato de Kathy H., el epítome de la persona adaptada a su medio ambiente, capaz de ignorar sus impulsos más básicos e incluso el propio instinto de supervivencia si se le dice que "así está escrito". Mediante el relato de Kathy podemos llegar a conocer a sus dos íntimos amigos de infancia, y a intuir a los demás personajes. No hace falta más que ver a través de sus ojos cómo son tratados los niños de Hailsham y de otras instituciones que se le parecen, para darse cuenta desde el primer minuto que algo no es totalmente humano en ellos. Por supuesto, quienes dicen qué es y qué no es humano son, irónicamente, las personas que pusieron a esos niños (posteriormente adolescentes y adultos) en el lugar en que están. Condicionándolos a una vida limitada en nombre de la ciencia, y por ello mismo ignorándolos como semejantes. El epílogo de la película es de una sencillez demoledora, bastante más que una simple moraleja sobre el propósito de la existencia. Profunda, lineal y fatídica, "Nunca me abandones" es también el registro distópico de una tragedia; un drama difícil de narrar sólo con palabras y que encuentra en esta adaptación fílmica el toque necesario para alcanzar su dimensión de extraordinaria melancolía.
De fantasía y realidad Syracuse (Colin Farrell) es un solitario pescador de las costas irlandesas. Padre a medio tiempo de una hija a la que adora, Annie (Alison Barry), tiene serios problemas con la bebida y se ha convertido en el hazmerreír de la pequeña comunidad a la que pertenece. Quizá por ese motivo vive aún en la casa aislada que perteneció a su madre; una mujer tan solitaria como él mismo. Un día, mientras recoge las redes, encuentra junto a la pesca habitual a una misteriosa mujer (Alicja Bachleda) que balbucea confundida, en estado de shock. Dice llamarse Ondine y se muestra esquiva, reacia a comentarle a Syracuse algún detalle de su vida pasada o actual. Desde ese momento lo acompaña en sus tareas diarias y vive en su casa, bajo condición de no ser vista. Pero un día es descubierta por la enfermiza Annie, que luego de una cuidadosa investigación de las tradiciones orales irlandesas concluye que Ondine es una selkie; una mujer-foca que, de acuerdo a la leyenda, puede vivir en compañía de humanos unos siete años antes de regresar al mar. Syracuse piensa que estas historias sólo existen en la imaginación de su hija, pero a medida que pasa el tiempo nota que Ondine influye de una manera muy particular en quienes la rodean, especialmente en él. Y la duda aflora. ¿Se trata efectivamente de una simple mujer sin pasado... o de una selkie? Usando una leyenda muy conocida de los mares del norte como punto de partida, Neil Jordan retoma sus temáticas habituales: las relaciones (familiares y de las otras) no convencionales, la soledad, los personajes marginales u outsiders que le son tan caros, y a los que consigue retratar con maestría... pero sobre todo, ese reverso que no siempre somos capaces de atisbar y que tienen todas las situaciones y personas que la vida puede ponernos por delante, casi accidentalmente. Es una pena que el remate de la historia no esté a la altura de la delicadeza con que Jordan supo manejar los primeros dos tercios de la cinta. Por previsible o porque algunos recursos han sido muy gastados, el tramo final transcurre sin sorpresas ni demasiados sobresaltos, con un cierre políticamente correcto. Claro que se trata de un filme de gran calidad y con un costumbrismo que sabe alejarse de los lugares comunes más molestos, por lo que "Amor sin límites" se puede recomendar con algunas salvedades.
Joven profesional busca desafío Becky Fuller (Rachel McAdams), una treintañera adicta al trabajo y llena de energía, no ha conseguido acercarse siquiera a su mayor sueño: producir el programa "Hoy", el matutino más exitoso de la televisión abierta nacional. Sin embargo, está conforme con su trabajo en un programa de segunda línea; eso, hasta que deciden despedirla en lugar de promoverla. Porque Becky, con toda su experiencia, dedicación y entusiasmo, no es graduada universitaria ni experta en marketing. Pese al desaliento momentáneo, Becky busca trabajo en cualquier otro lugar donde sus servicios puedan ser apreciados. Por eso, cuando Jerry Barnes (Jeff Goldblum), responsable de una pequeña cadena, le ofrece revitalizar un programa de casi cinco décadas al aire, ella acepta encantada... sólo para encontrarse con un absoluto caos. "Amanecer" es un matutino de tercera línea, cuyo único elemento inmutable es su conductora femenina, la ácida Colleen (Diane Keaton); ansiosa por probar su valía, Becky contrata como partenaire de Colleen a un periodista legendario, Mike Pomeroy (Harrison Ford), conocido por su mal genio y su temperamento difícil. Becky deberá probarse frente a sus empleadores no sólo como la trabajadora incansable y creativa que es, sino como una mujer de temple frente a unos cuantos veteranos del negocio televisivo, que no le ponen las cosas fáciles a la hora de rescatar un programa en la cuerda floja. En esta cinta con guión de Aline Brosh Mckenna (responsable de comedias simpáticas y muy eficaces como "El diablo viste a la moda" y "27 bodas") podría decirse que el cine se ríe de la televisión. Pero toda la trama es tan ligera que el peso de la historia y su mayor interés reside inevitablemente en los personajes y sus interacciones. Las bambalinas de un programa matutino resultan el condimento de una cinta que pasaría sin pena ni gloria si no fuera por el trabajo de algunos de los actores. Y no precisamente de los más renombrados... Por momentos el veterano periodista a cargo de Harrison Ford (¿o quizás él mismo?) genera una incomodidad que es un poco hija de su gestualidad acotada, y de un guión que lo deja como personaje incoherente o poco verosímil, más que como un hombre cínico y fuera de lugar en la estructura de "Daybreak", que es lo que posiblemente hubiera funcionado mejor. Por suerte, Rachel McAdams es un buen prospecto para cintas de este tenor, una buena contraparte para Diane Keaton (bastante desaprovechada en un rol que podría haber sido de cualquier otra actriz) y tan arquetípica por momentos, que se vuelve simpática sin mayores pretensiones, eficaz sin llegar a deslumbrar (como sí pasó en "Chicas pesadas"), y un muy buen elemento cohesivo para ese equipo de producción que se roba todo el interés de la trama.
La guerra a través de la mira Líbano, 1982. Israel ha ocupado el sur del país para expulsar a las guerrillas palestinas, y los sirios acaban de sumarse al conflicto. Cuatro jóvenes conscriptos israelíes son enviados dentro de un tanque a una ciudad que acaba de caer en poder sirio como apoyo a una pequeña unidad de combate. Es su primera incursión en territorio de guerra y les cuesta organizarse. Bajo el mando de Assi (Itay Tiran), el artillero Shmulik (Yoav Donat), el conductor designado Ygal (Michael Moshonov) y el cargador Hertzel (Oshri Cohen) funcionan exactamente como cabe esperar de cuatro muchachos inexpertos lanzados al medio de un infierno: por acción del instinto y del miedo. Llegados al centro de la ciudad destino, el tanque recibe un impacto de obús que lo inhabilita parcialmente y deja a estos cuatro jóvenes asustados, dependiendo exclusivamente de su superior en el exterior. Una vez dentro de esa fortaleza móvil, no pueden salir a menos que reciban órdenes en ese sentido. Los horrores de la guerra les llegan mediados por lo que escuchan a través del aparato de radio y lo que Shmulik puede espiar desde la mira del cañón en la torreta del tanque. La sensación de peligro inminente sumada al encierro comienza a hacer mella en estos soldados, que verán puesta a prueba su capacidad de mantenerse unidos y sobrevivir. Si bien es inevitable caer en tópicos trillados (la guerra es más o menos igual en todas partes, siempre cruel y muy rara vez explicable por la lógica), como esos momentos donde Shmulik no puede evitar enfocar la mira del cañón sobre los cadáveres de los civiles a medida que se internan en los poblados, "Líbano" ofrece un pasaje completo y acabado de una experiencia real, vívida, con todo el peso de lo autobiográfico. Como respaldo a un buen guión, las actuaciones de los cuatro personajes principales son más que logradas, articulando una pequeña compañía que funciona muy bien en la pantalla. Tanto como cabe esperar que funcione un grupo de jóvenes en la situación que se presenta a los fines de la ficción. En su debut en el largo cinematográfico, Samuel Maoz no eligió precisamente un tema sencillo: la intervención vista del lado del que invade un país, sean cuales sean sus propósitos, siempre genera una controversia y es bueno que así sea. Sin embargo, la perspectiva desde la que se narra el conflicto consigue perfilar un drama humano inusual, capaz de conmover al espectador en más de un sentido.
El precio de la perfección Nina Sayers (Natalie Portman) es una joven y talentosa bailarina de ballet, hambrienta de perfección. Nina baila incluso en sueños y se levanta temprano para practicar, con una disciplina de hierro que le trae no pocos problemas. La piel lacerada por una compulsión nerviosa a rascarse, su nula vida social y sus desórdenes alimenticios son un pequeño precio a pagar por esa perfección que anhela, casi tanto como el lugar central en el cuerpo de baile que dirige Thomas Leroy (Vincent Cassel). Cuando la prima ballerina (Winona Ryder) es forzosamente jubilada, por decirlo delicadamente, Nina es la primera candidata para ocupar el puesto. El problema es que Leroy la considera poco adecuada para el papel central de "El lago de los Cisnes", ya que su performance como Odette, la Reina Cisne, es impecable... pero cuando debe transformarse en Odette, el Cisne Negro y su propia contraparte, su falta de nervio y pasión dejan disconformes al director. La presión de una madre absorbente y posesiva (Barbara Hershey en un rol secundario pero poderoso), la irrupción de una posible rival, Lily (Mila Kunis) y su propia obsesión esquizoide hacen que a poco tiempo de empezados los ensayos Nina comience a experimentar una serie de déja vu, extrañas visiones y pesadillas de todo calibre. Consumida por su anhelo de gloria, la aniñada bailarina pronto sentirá que ni su cuerpo ni su alma le pertenecen del todo, sino que hay en ella una fuerza de la naturaleza imparable y rabiosa, que busca abrirse camino a cualquier precio. Se ha dicho de esta película que es, junto a "El luchador", la mejor obra de Darren Aronofsky. Es difícil, con este precedente, sentarse a mirar "El cisne negro" sin expectativas, más cuando las anteriores películas del director han generado comentarios apasionados de todo tipo, en contra y a favor. Sin embargo, desde la secuencia introductoria con el sueño de Nina, queda claro que las controversias se pueden dejar de lado para sentarse a disfrutar de una película. Grande, pequeña, buena o mala, pero una película con mayúsculas. El tablero de juego se dispone con mucha rapidez, y una vez presentados semejantes personajes es fácil imaginarse que el producto final será un filme digno de ser encuadrado en lo que vulgarmente conocemos como séptimo arte. Pequeña obra maestra, gran compendio de notables interpretaciones y sobre todo, enorme estudio sobre la obsesión femenina, la historia de Nina Sayers atrapa al espectador y lo va sumergiendo paulatinamente en una danza feroz cuya apoteosis puede entreverse apenas, pero que lo eludirá hasta el clímax final.
El amigo del rey No hay nada peor para un hombre tranquilo que estar en el mejor momento de su vida personal y familiar, y que le carguen de golpe y porrazo con la responsabilidad de volverse un hombre público, un símbolo y un adalid para la nación más poderosa de la Tierra. Eso es lo que le pasa a Albert, "Bertie" (Colin Firth), segundo hijo varón de Jorge V de Inglaterra y, por ende, segundo en la línea de sucesión al trono. Aunque neuróticamente se niega a admitirlo, Bertie se la ve venir. Su hermano David (Guy Pearce), que a la muerte de su padre asume el trono como Eduardo VIII, está llevando a Gran Bretaña por una senda caótica de desgobierno, absorto como está en su relación con la divorciada Wallis Simpson. Esta situación no sólo escandaliza a la familia sino que puede convertirse en un grave escollo para la política interior y exterior del Imperio. Bertie sufre un trastorno del habla desde la infancia, y su esposa Elizabeth (Helena Bonham-Carter) se ha desvivido no sólo por ser una compañera digna y leal, sino por buscarle una cura. Agotado cada recurso, sólo queda acudir al excéntrico terapeuta del lenguaje Lionel Logue (Geoffrey Rush), un ex actor sumamente desenvuelto y poco ortodoxo que, casi sin quererlo, se volverá una persona imprescindible para el futuro rey de Inglaterra. Máxime cuando éste debe enfrentarse al mayor desafío: llevar tranquilidad a una nación a punto de entrar en guerra con la Alemania de Hitler. Colin Firth no sólo compone un cuidadoso y creíble retrato del rey Jorge VI, excepcional en cada aparición en pantalla y figura indiscutible de la trama; también se entrega totalmente a su rol, emparejando a un dignísimo Geoffrey Rush que está más cómodo que nunca en un rol a su medida. Esta dupla de intérpretes parece haber sido destinada a este momento, a encontrarse en la pantalla para deslumbrar al público predispuesto... y también al público reluctante. La evolución de Bertie, su relación con Logue, el dinamismo de la narración y una sutil nota de humor a cuenta de la historia (pequeñas licencias que potencian el relato) son el corazón de una película cuyo punto de partida es el vasto mundo de las relaciones familiares y políticas dentro de la realeza, y que termina por enfocarse en el sencillo aunque complejo mundo interior de un hombre que sólo busca la tranquilidad, y poder encontrar su propia voz. Con innegable cualidad, excelente puesta en escena y un elenco de primera línea que acompaña al dúo protagónico, Tom Hooper se consolida como joven director de prestigio en esta dignísima y peligrosa candidata al Oscar, que hará temblar a más de un "número puesto".
Algún lugar, cualquier lugar El taquillero y ascendente actor norteamericano Johnny Marco (Stephen Dorff) lleva una vida algo nómade desde que saltó a la fama como protagonista de filmes de acción. Vive en un hotel de Los Angeles y maneja una Ferrari, tiene a las mujeres que se le antojen y fiesta día de por medio si es que le place. Pero la mayor parte del tiempo está solo y en silencio, perdido en un vacío que el éxito no llena. Por circunstancias inusuales, queda a cargo de su hija Cleo (Elle Fanning), una madura púber de once años con inquietudes artísticas y un temperamento tranquilo y reservado que parece calcado del suyo propio. Johnny y su hija comparten una conexión de pocas palabras, una afinidad quieta, natural, que los hace sentirse cómodos en compañía. Juntos, padre e hija disfrutarán de los privilegios de la vida de estrellas, mientras Johnny intenta recuperar el tiempo perdido acompañando a Cleo en sus actividades. La epifanía está allí mismo, en esos momentos fugaces; en los lugares más inesperados, la respuesta que el actor busca desde hace tiempo sobre su propia existencia. Los actores están impecables en sus roles, destacándose la pequeña Elle Fanning (hermana de la más conocida Dakota) cuyo trabajo excede las expectativas que podría haber sobre el personaje. Debe tenerse en cuenta que la historia que se narra hace más hincapié en lo visual que en los diálogos, y en este sentido cada miembro del elenco cumple. Las escenas de pole dancing que un par de gemelas realizan en la habitación del protagonista son tan forzadas e incómodas como se pretende transmitir; el vacío emocional de la vida de Johnny Marco no necesita demasiada apoyatura en las palabras. Tampoco los momentos de paz y plenitud que permiten a la historia volverse "respirable". Hay similitudes notables entre el registro de "Somewhere..." y el de "Perdidos en Tokio", filme de inmediata referencia de la directora y escritora. De hecho, la secuencia de premios en la televisión italiana remite inconfundiblemente a la escena en la que Bill Murray se sometía a los caprichos de un conductor televisivo japonés. La misma perplejidad del actor internacional frente a las costumbres vernáculas de un país que le resulta extraño y al que sólo visita por conveniencia, no por goce personal. Este tipo de autorreferencias no es extraño en Coppola, pero para quien se habituó a su cine puede resultar irritante; en todo caso, la trama no necesita de esos guiños, no suman a la historia ni generan un plus de empatía en el público. Salvando las recurrencias, este regreso de Sofia Coppola a lo mejor de su cine (esa perspectiva íntima, absorbente y preciosa del mundo cotidiano de sus personajes) resulta no sólo una propuesta interesante e imprescindible, sino un verdadero remanso en una pantalla veraniega que por momentos parece retraerse únicamente a los géneros de animación y de acción clásicos. Un drama entrañable, plausible de ser apreciado por espectadores ávidos de buen cine.