El pueblo se volvió loco En la tranquila localidad de Ogden Marsh, en la zona agrícola de EE.UU., un día rutinario y tranquilo se convierte en pesadilla cuando el sheriff local, David Dutton (Timothy Olyphant) mata en defensa propia a un vecino y granjero extrañamente perturbado. Esta muerte es el primer paso de una reacción en cadena: pronto aparecen nuevos casos de pobladores mentalmente afectados y en cuestión de horas, Ogden Marsh se encuentra rodeado por un cordón sanitario gubernamental, su población separada en "contaminados" y "no contaminados". Sospechando que se lleva adelante algo más que un plan de contención, el sheriff decide abandonar el poblado, no sin antes rescatar a su esposa embarazada, Judy (Radha Mitchell), que para más detalles es la médica del pueblo. Junto a su alguacil Rusell (Joe Anderson) buscan la forma de salir de ese lugar de pesadilla, donde los contagiados comienzan a tomar el control y amenazan expandir la infección a otros condados. Con producción de George Romero, y basada bastante libremente en una de sus películas anteriores, esta cinta propone un thriller bastante soso donde los zombies (en una de sus múltiples formas: la de infectados de rabia, mucho mejor planteada desde que Danny Boyle filmó "Exterminio") son gente enferma que enloquece y mata sin motivo, poseída por una suerte de demencia que los brutaliza sin que lleguen a perder un cierto estado consciente. Sacando los clásicos golpes de efecto y la rapidez con que se producen los distintos eventos que llevan a la debacle, "La epidemia" es un filme con más altos que bajos, que retiene escasamente el interés del espectador y, sin llegar a ser malo, resulta flojo y predecible en su propuesta.
Quedan los artistas El gran Tatischeff ha visto tiempos mejores. Hacia los años ´60, con el declive de un estilo de vida y de la costumbre del asombro, comienza a advertir que se hace muy difícil la supervivencia de su arte. Tatischeff sabe cómo deslumbrar a los niños, a los simples, e incluso a un público nuevo en un pueblito aislado, pero es rechazado de manera más o menos rápida en las grandes ciudades. Es justamente en un pueblo escocés donde conoce a Alice, una adolescente que termina yéndose con él de viaje y poniéndose bajo su cuidado como si fuera la cosa más natural del mundo. Alice está convencida de que Tatischeff es capaz de materializar dinero, pares de zapatos, comida o un abrigo de la mismísima nada. Para el veterano prestidigitador se vuelve una auténtica prueba de entereza mantener la ilusión de Alice y, al mismo tiempo, conseguir trabajo para comprar todas esas cosas que ella, una joven pobre e impresionable, admira con deseo en cada escaparate de Edimburgo. Con una resignación estoica y un sentido de la rectitud muy personales, Tatischeff se vuelve querible no sólo para quienes se cruzan en su camino a lo largo del viaje por Francia y el Reino Unido, sino para el espectador. Es que, finalmente, es el espectador quien será capaz de apreciar todos los guiños a Mr Hulot y al propio Jacques Tati, creador de aquel entrañable personaje cinematográfico, y de la historia que aquí adapta con maravilloso pulso el realizador Sylvain Chomet. Chomet y su equipo de animación vuelven a demostrar en este filme una calidad extraordinaria. Ya que, como sucedía en el largometraje "Las trillizas de Belleville", los diálogos son escasos o nulos, con una mezcla enrevesada de idiomas que no confunde al espectador porque las imágenes y la música son lo suficientemente elocuentes para transmitir conceptos, emociones y actitudes. No es un trabajo fácil, pero lo consiguen de manera natural y deslumbrante, como si el cuento no pudiera ser relatado de ninguna otra manera. Salvando alguna morosidad en el inicio de la trama, el filme discurre de forma bastante ágil, interesante, sobre todo, por la construcción hiperbólica aunque humana de los diferentes personajes centrales (Tatischeff y Alice) y secundarios (el ventrílocuo, el payaso triste, el escocés borracho y el representante del mago, entre otros). A medida que avanzan los minutos, la sensación de melancolía y fatalidad se adueña de la pantalla; se vuelve, por momentos, no apta para demasiado sensibles. Como sea , "El ilusionista" consigue transmitir un mensaje de esperanza, fundada en la capacidad que tienen los auténticos artistas (esa maravillosa especie en riesgo) para reinventarse y surgir nuevamente de sus propias cenizas.
Ese extraño e inquietante conocido Jessica (Sarah Michelle Gellar) es una mujer afortunada. Con su carrera profesional en continuo progreso y un matrimonio maravilloso, es la envidia de sus amigos y conocidos. Incluso es la envidia de su cuñado Roman (Lee Pace), un hombre violento y siniestro que habita en la misma casa con Jess y su hermano Ryan (Michael Landes), que pese al vínculo fraternal es el opuesto exacto de Roman. Sensitivo y romántico, Ryan no ha dejado faltar ni un solo día los gestos de amor a su mujer, que pese a la incómoda presencia de Roman sólo puede sentir gratitud hacia la vida. Pero todo cambia el día en que un accidente inesperado termina con los dos hermanos, Ryan y Roman, en estado de coma. Devastada, Jess debe sobreponerse a la tragedia y a la sensación de incertidumbre: es muy posible que ninguno de los dos sobreviva. Sin embargo, meses después del accidente, Roman despierta y comienza a comportarse de forma extraña. Desconoce su propia historia y afirma que sus recuerdos corresponden a los de Ryan; incluso su trato hacia Jess es diferente. A partir de ese momento, la joven comienza a transitar un camino tortuoso para adaptarse a la presencia física del cuñado tan temido, a la par que éste demuestra día a día no ser quien parece ser. ¿Habrá posibilidades para la supervivencia de un amor como el de Jess y Ryan en estas circunstancias? No es de extrañar que en su país de origen, y pese a que Sarah Michelle Gellar ha sabido convocar público, esta cinta haya pasado directamente a DVD sin estreno comercial. La dupla Bergvall-Sandquist ofrece una película morosa, de buena factura y promisoria en cuanto a lo técnico, pero cuyo guión previsible, por momentos fallido, no llega a interesar ni dentro del género ni por fuera de él. No hay actuaciones sobresalientes ni puntos cercanos al clímax, ni espacios para que el espectador se sorprenda. O sea: falta prácticamente todo lo que hace a una buena cinta de suspenso. Por su giro en el último tramo de la historia, se podría comparar en cierto modo a "Premonición", cinta de suspenso (aquí vendida también de forma errónea como "thriller") protagonizada por Sandra Bullock y Julian McMahon. También, al igual que esta última, se habla de un final alternativo (posiblemente se pueda hallar en el DVD). Pero resulta difícil imaginar que otro cierre pudiera levantar un poco este filme técnicamente correcto, y aún así, irremisiblemente ordinario.
A la caza de un público esquivo Hubo un tiempo en que el capitán Solomon Kane (James Purefoy) era un implacable mercenario, entrando a sangre y fuego en nombre de Inglaterra. Un auténtico asesino que no vacilaba en saquear y devastar, usando a su bandera como estandarte de muerte. Pero esto cambió el día en que su ejército fue diezmado y su alma víctima de una maldición demoníaca, que lo forzó a tomar el camino de la paz y la rectitud. De regreso en su país y sin atreverse a regresar a la casa paterna, de la que se exilió voluntariamente cuando adolescente, se cruza en el camino de una familia de cuáqueros que esperan viajar a América. Uniéndose a ellos para reforzar su cambio de conducta y de vida, Kane no tarda en ser alcanzado por un siniestro ejército que, persiguiendo su alma y un oscuro propósito, devastan a la familia que le alberga y secuestran a la hija (Rachel Hurd Wood). Atormentado, se propone salvar a la joven aunque le cueste dar su vida y resolver el enigma detrás de las fuerzas demoníacas que asolan la región. Con el estreno tardío de "Cazador de demonios" se prefigura ya el apático cierre de un año que ha tenido pobres exponentes en lo tocante a la acción comiquera. Esta cinta no será la excepción. Con atractivos escenarios, efectos especiales y fotografía, busca compensar un guión bastante endeble e insulso: la falta de nombres de fuste en el reparto no ayuda en ese sentido. En su favor, se podría decir que la hora y media, poco más, que la compone, se pasa bastante rápido gracias a la agilidad del relato. En síntesis, se trata de un producto pensado y diseñado para entretener a un público acostumbrado a la mitología rimbombante con estética comic, predigerida y sobreexplicada propia de estos tiempos donde el mainstream es ley. Pero como producto se revela insuficiente, dada la poca consistencia de una trama que abreva de diversas fuentes ya explotadas. Salvo los breves momentos de tensión y los clímax (sí, hay más de uno) dramáticos, no existe en este filme originalidad alguna. Al menos los actores se esfuerzan por ponerle un poco de esfuerzo a situaciones y diálogos que no tienen mucho brillo. Si no fuera por esto, se podría creer que estamos frente a un filme de la más rancia e ilustre clase B.
Se avecina la tormenta... El Ministerio de Magia ha caído. Con Harry Potter (Daniel Radcliffe) en la mira de Lord Voldemort (Ralph Fiennes), ningún lugar es seguro para él, su familia muggle o sus amigos. Harry, Ron (Rupert Grint) y Hermione (Emma Watson) deberán emprender en solitario un viaje casi a ciegas para encontrar, reunir y destruir los horcruxes que el Señor Tenebroso creó para preservar todo su poder. Saben que si él los encuentra primero, se volverá prácticamente invencible. Mientras buscan, se topan accidentalmente con un extraño símbolo que se repite en distintas latitudes y objetos. Pronto sabrán que su significado está ligado de manera misteriosa al propósito final de Voldemort: apoderarse del mundo y gobernarlo mediante la magia, sometiendo a cualquier no-mago o mestizo a la esclavitud, tortura y muerte. Más oscura, más tortuosa y menos ingenua que nunca, regresa la franquicia que más público había logrado reunir en los últimos diez años. Viene para despedirse: sus personajes ya alcanzaron una madurez extra-adolescente, y si bien hasta el momento apenas incursionaron en tibios romances que no llegan a calentar pantalla, su crecimiento es palpable y juega en contra del verosímil. Ante todo, hay que dejar bien claro que es casi imposible plasmar en un filme estándar de dos horas y media todo lo que J. K. Rowling dejó sin aclarar en los seis libros previos y que se resume bastante ajustadamente en la séptima entrega. El despliegue visual y el timing del celuloide se suman en este caso a la necesidad del mercado para que el último volumen de la historia del mago infanto-adolescente llegue a la pantalla grande como dos películas en lugar de una sola. Como toda decisión de este calibre, tiene sus pros y contras a la hora de un balance final. También es sumamente difícil evaluar una historia que no concluye en el último cuadro del metraje, sino que continúa de aquí a algunos meses más. Como sea, hay que destacar que a nivel cinematográfico las películas de Harry Potter han sabido evolucionar junto a su público. Quizá tenga que ver con el hecho de que su autora tuvo el ¿acierto? de ajustar los volúmenes venideros (del 4 al 6) en función de las películas que se iban filmando y estrenando año a año. Quizá. Es innegable que la tónica de rotación de directores se agotó en la cuarta entrega con Mike Newell, y la irrupción de David Yates ancló con bastante solidez una franquicia que tambaleaba. Esto trajo algunos pros y contras, a saber: lo que director y guionista no consiguen cambiar para su mejor comprensión audiovisual, lo omiten. Esto se percibe de manera muy marcada en lo tocante a los personajes secundarios, algunos extremadamente valiosos para el interés de la trama, cuya participación va declinando con el correr de los filmes en detrimento de una mayor presencia del trío protagónico. Sin ir más lejos, lo que diferencia significativamente a "Las reliquias de la muerte" de sus predecesoras. Algunas transiciones no se explican (la aparición y desaparición sin mayores explicaciones de algunos de los integrantes de la numerosa familia Weasley es un buen punto), se pierden inevitablemente y por acción del tiempo las referencias a los filmes anteriores (fundamentales para comprender cuáles van a ser los cabos a atar en esta última entrega). Estos dos indicios resumen por qué esta última película es la más fallida de todas en cuanto unidad narrativa, ya que cuanto más se ata al libro, pierde su cualidad de subsistir independientemente de la estructura general. No se puede decir que no haya sido una circunstancia largamente anunciada, pero al menos hasta la cuarta película había una posibilidad de análisis individual de cada filme. Salvando estos detalles, se trata de un filme que cinematográficamente, desde lo narrativo y el tratamiento argumental, se impone a la última entrega aproximándose a la calidad que el director ya había conseguido en "Harry Potter y la Orden del Fénix". Afortunadamente, en esta ocasión David Yates cuenta con una mejor puntería por parte de Steve Kloves para llegar a arañar la calidad de la quinta entrega de la saga. Es de esperar un final por todo lo alto, si se mantiene esta calidad y el ritmo de los últimos treinta minutos. Hasta entonces, se puede considerar con reservas el producto terminado ya que en esta cinta, a diferencia de sus predecesoras, los clímax están demasiado medidos para considerarlos efectivos.
Elogio de la mujer fuerte Hipatia (Rachel Weisz) es la única hija de un filósofo y enseña en el Serapeo de la legendaria Alejandría a un grupo selecto de jóvenes aristócratas romanos. Fiel a su instinto de cuestionarlo todo, es testigo privilegiada y casi inmutable de una época de cambios: la histórica ciudad egipcia se debate en virulentas contiendas relgiosas entre paganos, judíos y el floreciente cristianismo. Nada de esto aparta jamás a esta tenaz mujer de sus convicciones ni de la finalidad última de su existencia: rebatir el paradigma ptolomeico que explica el comportamiento del sol, la Tierra y los planetas, llamados "errantes" en aquel momento del tiempo. Dos hombres de su entorno más cercano la pretenden. Uno de ellos, Orestes (Oscar Isaac) es un joven alumno, pragmático y destinado a convertirse en figura prominente de la política local. Otro es su esclavo, Davos (Max Minghella), condenado a verla y escucharla todos los días sin poder abandonar su condición vil. Cuando los cristianos toman por asalto la ciudad, al sentirse provocados, Davos obedece al llamado de la nueva fe con la esperanza de ganar su libertad y se vuelve contra todo aquello que conoció desde la cuna. Sobreviene la inevitable debacle: los paganos deben sufrir el asedio y destrucción del Serapeo, e Hipatia, desterrada de sus ámbitos amados, continúa enseñando en su propia casa y desarrollando ideas que el floreciente régimen político, preñado de cristanismo, considera blasfemas y peligrosas. A la manera del "Alexander" de Oliver Stone (pero lejos de sus pretensiones solemnes y con mucha más onda), Alejandro Amenábar toma un episodio histórico y con muchísimas licencias, lo convierte en una excusa para relatar la vida de Hipatia, filósofa alejandrina del siglo IV que se destacó por sus ideas radicales en geometría y astronomía, y por la extrema libertad con la que se permitió vivir en un tiempo donde la libertad de pensamientos era nominal, protocolar. Más allá de los efectismos y las obviedades que son funcionales a la historia que se presenta, la actuación de Rachel Weisz (no por nada el peso del filme recae sobre ella) consigue momentos conmovedores . No es el mejor trabajo de Amenábar, y si tenemos en cuenta de la magnitud de la producción que encara aquí podríamos hablar de su primer fallido funcional. Sin embargo, la tensión narrativa y lo ajustado de las transiciones hacen de este filme una buena opción, sino la mejor, entre los estrenos de la semana.
Pobre niño nerd Chico universitario (Jesse Eisenberg) conversa con su chica (Rooney Mara) en uno de los bares cercanos a Harvard. La incontinencia verbal del muchacho es notable y lleva a una ruptura inesperada con su novia. Herido por la situación, chico vuelve a su dormitorio y publica algunas entradas ofensivas en su blog, pero no queda conforme. En cuestión de horas, pone en línea una web donde se comparan fotos de las chicas de Harvard, sacadas de los sistemas de la misma Universidad, y la red se colapsa. Tras el escándalo, su nombre trasciende rápidamente el entorno de profesores y se convierte en el blanco del repudio femenino. Chico universitario es Mark Zuckerberg, y su obsesión con la vida social de la Universidad es directamente proporcional a su incapacidad de relacionarse. Unos pocos años después del incidente, se enfrenta a dos demandas millonarias simultáneas: la de su otrora mejor amigo, Eduardo Saverin (Andrew Garfield) y la de los gemelos Winklevoss (ambos interpretados por Armie Hammer). Las dos partes reclaman su parte en un negocio millonario: nada menos que la red social Facebook, la de mayor crecimiento en la historia de los mass media. Pero Mark, que no ha cambiado su forma de actuar, vestirse ni relacionarse, está dispuesto a defender su obra con tenacidad. La red social es su vida, y está claro que por ella no le importa renunciar prácticamente a nada: algunos millones, algunos amigos, la simpatía de abogados y colegas. El realizador David Fincher se resarce con bastante éxito de su fiasco oscarizable anterior. Esto es posible gracias a la asistencia de un guionista habituado a la intriga poco clásica y una historia de interés, actual, en la que puede lucirse con lo que mejor maneja: dirección de actores, construcción de un esquema narrativo poco convencional, jugando con la simultaneidad. Además, retoma la sana costumbre de la agilidad narrativa: el espectador de "La red social" puede ignorarlo todo sobre Facebook (todo, excepto el enorme fenómeno social que constituye) y aún así engancharse naturalmente con una historia que, si bien funciona como ficcionalización de la realidad, no pierde un ápice de su potencia humana. Cuenta también con una buena dupla actoral, los jóvenes Jesse Eisenberg y Andrew Garfield (a quien vimos foguearse con un inusual Terry Gilliam en "El imaginario del doctor Parnassus"), destacándose con creces el primero. Eisenberg viene demostrando desde "Historias de familia" su calidad como actor más allá del indie, y su capacidad de meterse en el papel del outsider sin caer en clichés. La figura de Mark Zuckerberg, el joven creador de Facebook, resultará controversial aún después de ver esta película, porque no es la intención - al menos, no evidente - de sus responsables la promoción de un fenómeno que no la necesita, ni la reivindicación de las conductas de quien hizo este fenómeno posible. Con la suficiente objetividad para no volverse referente documental y su indiscutible arte para la ficción, Fincher ofrece una película de corte sociológico como una mirada si no original, esclarecedora. Es una pena que en los últimos cinco minutos se simplifique el planteo con una suerte de toma de posición falsa. No hacía falta. Nuestra calificación: Esta película justifica el 80% del valor de una entrada
Familia muy normal, conflictos muy actuales Hace dos décadas que las atractivas y a su modo exitosas Nic (Anette Benning) y Jules (Julianne Moore) conformaron una verdadera familia. Se aman, se respetan y llevan adelante con bastante éxito a sus dos hijos, Joni (Mia Wasikowska) y Laser (Josh Hutcherson), concebidos gracias a la inseminación artificial. Con sus conflictos y sus lucimientos personales, los adolescentes aportan a sus madres la misma alegría, las mismas preocupaciones que cualquier otro chico de su edad. Pero a la inteligente Joni no se le ocurre mejor idea que, cumplidos los dieciocho años, emprender la búsqueda del padre biológico. Y en este predicamento logra dar con Paul (Mark Ruffalo), dueño de un restaurante y de una personalidad jovial, peligrosamente encantadora. Cuando este nuevo elemento se incorpora paulatinamente a la familia, comienzan otro tipo de problemas, absolutamente inesperados, que ponen a prueba el delicado equilibrio de esa estructura práctico-afectiva. Más allá de las críticas que podrían realizarse basadas en cuestionamientos a la elección de los conflictos y el choque con lo que las premisas parecen prometer (palabra clave: parecen), lo relevante en términos cinematográficos es la forma en que la directora Lisa Cholodenko presenta estos conflictos. Nada menos que poniendo de relieve que cualquier familia es permeable a cualquier tipo de situación que involucre su condición de ser humanos: la inmadurez emocional, la traición, el desgaste, la desilusión. En este sentido, basándose en un guión sólido y en las muy buenas actuaciones de todo el elenco (particularmente el trío protagónico: Moore, Benning y Ruffalo), podemos sostener que estamos frente al primer producto cinematográfico de alcance masivo que pone sobre el tapete una realidad que hasta ahora no fue develada en la pantalla desde el ángulo que propone Cholodenko. Las familias disfuncionales no se limitan a una estructura tradicional, y está bien que así se muestre, sobre todo en momentos donde la familia de padres del mismo sexo se encuentra en el momento clave de su reconocimiento por la ley, no sólo de hecho.
Mejor quedarse arriba Sarah (Shauna MacDonald) ha sobrevivido al infierno bajo tierra. Contra toda expectativa y en un fuerte estado de shock, emerge de las cuevas de los Apalaches que se tragaron a sus compañeras de excursión con la mente en blanco y su estado mental aún más alterado que cuando bajó. En la superficie, un equipo de rescate lleva tres días buscando al contingente de aventureras, y el jefe de la policía local no quiere perderse la única posibilidad de quedar bien con la prensa: apenas Sarah puede tenerse en pie, la saca del hospital y vuelve a meterla en las cuevas de las que apenas escapó con vida. Por supuesto, a diferencia de "El Descenso" (un tour de force del realizador Neil Marshall, relegado en esta ocasión al rol de productor / consultor) esta secuela profundiza en todo aquello que el cine de terror tiene de cliché en lugar de quedarse con lo novedoso. Las secuencias claustrofóbicas que en aquella ocasión funcionaron dándole al filme el condimento de thriller, son desaprovechadas en su potencial y se vuelven una excusa más para el gore, que (también a diferencia de la primera vez) está presente desde el primer momento. Asimismo, queda bastante más de relieve la cualidad poco aterradora de los crawlers, las inquietantes criaturas ciegas y voraces que habitan este inframundo. Su presencia es menos atemorizante cuanto más obvia, ya que su mayor ganancia estaba dada por la ominosidad con que sabían ocultarse y no en su aspecto o sus reacciones frente a cámara. En cuanto al guión, queda claro que es una propuesta mucho más previsible, sin la profundidad que caracterizaba a los personajes en la cinta original, sus historias y motivaciones totalmente fuera de la trama. Aquí el elemento humano (representado por los policías y el equipo de rescate) queda reducido al precepto fundacional del género: todos carne de cañón, con mínimas y obvias excepciones. Y en este caso, el elemento híbrido, disruptivo, representado por Sarah "la que fue y volvió", se limita a cumplir una función específica sin llegar a aportar el elemento de interés que la volviera figura central en la propuesta de Marshall. Sí, continúan los golpes de efecto visuales y sonoros; sí, hay un elemento fuertemente emotivo que acicatea la supervivencia (la hija de la mujer policía), pero lejos de la calidad psicológica y más cerca del alimento primigenio del morbo. En síntesis, una floja propuesta para sobresaltarse y poco más, dirigida por el responsable de "Eden Lake", una también fallida cinta que se perfilaba rupturista y original aunque resultó decepcionando.
Matar es fácil Había una vez un país donde la corrupción llegaba desde el eslabón más ínfimo hasta las cúpulas aparentemente más inalcanzables de los tres poderes. Lo triste de este país es que en su tradición comunicacional existieron no pocos documentalistas con la capacidad de revelarle a los más chicatos las cosas que pasaban tras bambalinas, pero se fueron quedando mudos o ciegos a su vez (muchos de ellos ni siquiera por propia voluntad). Los pocos que aparecieron post-dictadura, no llegaban a gritar lo suficientemente alto. Es muy raro que en la televisión o en los cines un buen documental argentino funcione de esta forma, a la vieja usanza: para despertar conciencias. Algo pasó a finales del siglo XX y una voz se coló por la rendija del bienpensar promedio para decir en voz alta lo que los noticieros no. Primero, con el caso del vuelo 3142 de LAPA, y luego con los manejos escandalosos de la Fuerza Aérea en la aeronavegación civil argentina. En esta ocasión, el ex piloto, actor, director y productor Enrique Piñeyro se adentra en la causa judicial que llevó a un hombre de familia, sin antecedentes penales, a la cárcel con una condena de 30 años... todo, por un delito que no cometió. Es tan obsceno el manejo que la policía y la Justicia hacen de la causa mediáticamente llamada "masacre de Pompeya" que las variantes a explorar son tan numerosas como lo posibilite el material disponible. Que es mucho, y que Piñeyro sabe ensamblar de forma implacable para causar el mayor impacto en su espectador. La mayor ventaja de Piñeyro posiblemente reside en su capacidad de convocatoria (el éxito de sus dos filmes previos lo avala) y en los medios que puede movilizar cada vez que estrena una nueva cinta. Independientemente de esto, ofrece en cada ocasión un producto de calidad, ambicioso y sumamente didáctico, profusamente respaldado y de exhaustiva realización. Sumando todas las variables, se podría concluir que en su historial como realizador y productor está contenido el germen de un nuevo tipo de documental, una suerte de lado B de los noticieros, o dicho de otro modo: una mirada lateral a esas noticias que nadie se preocupa por seguir, por mantener en una agenda caliente.