Una fuerte mirada Odio, muerte, culpa, resentimiento. El sur contra el norte; católicos contra protestantes. Irlanda es gris, fría; sus calles son campo de batalla que el ejército custodia desde camiones ocupados por uniformados armados. Un joven todavía adolescente y un niño unidos por el peor de los recuerdos. Un asesinato, la mirada atónita; otra vez culpa, arrepentimiento, resentimiento. Alistair Little (Liam Neeson) pertenece a los Voluntarios de Ulster; con solamente 17 años es capaz de hacer lo que sea necesario para lograr reconocimiento entre los suyos. Es así como, en venganza por las amenazas que reciben los protestantes, recibe la misión de matar a un católico. Es su primer asesinato y elige para llevarlo a cabo la compañía de sus mejores amigos. Decidido va a concretar su trabajo, sin advertir que Joe Griffin, un niño de no más de once años, está a su lado en el momento de los disparos. El pequeño es el hermano menor de la víctima, que sin poder reaccionar, ha visto sin querer todo lo que ocurrió. A partir de allí la vida de ambos quedará marcada para siempre. Si bien el conflicto irlandés es punto de partida de esta historia, el relato se mete en las profundidades de los protagonistas de la escena más dura de todo el film, cuyo clímax alcanza cuando ambos, asesino que acaba de hacer su trabajo y testigo involuntario, cruzan sus miradas y así se quedan por unos segundos casi eternos. Hay en los ojos de ambos miedo, horror. Neeson compone al personaje que treinta años más tarde de ocurrido el suceso busca encontrar la paz que jamás tuvo desde entonces; sabe que obtener el perdón de Griffin (interpretado por James Nesbitt) será casi imposible. Para ello intenta un acercamiento a través de un programa televisivo. Joe, por su parte, busca vengarse del hombre que no solamente le quitó a su hermano, sino que desencadenó además una serie de tragedias familiares que terminaron destruyendo a él y a los suyos. Little es un hombre solitario y callado; su casa es fría y está totalmente vacía, como su alma. Lo delatan la tristeza que lleva en sus ojos y en sus gestos cansados. Apesadumbrado, sabe que el daño que causó es grande y trata de sobrevivir con eso. Es paciente, sombrío. Griffin en cambio tiene esposa e hijos, aunque el dolor que tiene adentro no le permite sentir más que soledad. Tiene los nervios a flor de piel, es frontal y está constantemente exaltado. Su respiración entrecortada se escucha continuamente, generando una sensación de claustrofobia casi insoportable. Ambos están deshechos por dentro. Oliver Hirschbiegel (quien además dirigió, entre otros, El experimento y La caída) arma la historia a partir de flash backs y paralelismos que van y vienen, construyendo de a fragmentos lo que pasó treinta años antes y el presente. Prácticamente no hay música durante todo el film, pero sí se escuchan clara y fuertemente las respiraciones de los hombres protagonistas. Además de la de Joe, la de Alistair Little cuando se prepara en su casa antes de salir a cometer el crimen. Se enfatizan también sus movimientos repetitivos, los juegos con el arma; son signos de una tensión que crece tanto en las imágenes como en la trama. Las interpretaciones son brillantes y la tensión dramática casi constante; solamente al final del film esta última se diluye, pero le agrega a la vez profundidad. Lejos de poner en evidencia convicciones ideológicas, Cinco minutos de gloria se detiene en lo más importante: las personas, la manera en que estas sobrellevan su propia historia y cómo las decisiones determinan la propia vida.
Malo, pero no tanto. Un film divertido e ingenioso en el que el protagonista es, como rara veces ocurre, un villano. El malvado Gru quiere robar la luna, algo que desea lograr desde que era pequeño. Para ello necesita un arma muy poderosa que empequeñece objetos; pero esta está en manos de Vector, su enemigo de siempre. Así, espiando al otro malo del film, descubre a tres niñas huérfanas que venden galletas en el bunker en el que necesita entrar. Entonces intentará tener a las niñas para llegar a su arma a través de ellas. Gru es hijo de una madre exigente a la que nada de lo que él hace parece satisfacer. Desde pequeño trata de impresionarla, pero sin embargo ella se encarga de hacerlo sentir fracasado y con muy poca autoestima. Detrás del personaje de villano se esconde un adulto inmaduro, que disfruta de sus maldades como un niño de sus picardías. La madre está caracterizada por un personaje caricaturesco, que demuestra signos de educación aunque con mal carácter y ambición. Se entromete en la casa –y en la propia vida- del hijo, como si éste no hubiera crecido todavía. A partir de la irrupción de Margo, Edith y Agnes –las tres huérfanas que adopta Gru- en la vida del protagonista, el personaje va evolucionando y madurando. Aparecen en él signos de cariño y necesidad de protección, y se asoma de a poco a una paternidad que irá descubriendo a costa de sacrificios y de las demostraciones que las mismas niñas le harán. De ser un malo común, Gru se va convirtiendo de a poco en un personaje interesante, querible; diferente del corriente de los villanos. La casa de Gru es una extensión de su personalidad; por fuera se ve oscura, abandonada, rodeada de pasto seco en un barrio de jardines impecables. Por dentro esconde muchos secretos; entre armas e inventos (desarrollados por el Dr. Nefario, un científico loco que trabaja con él) viven también seres amarillos pequeños, que son a la vez ayudantes y conejillos de indias de Gru y Nefario. Allí las niñas deberán luchar por encontrar un hogar. La casa de Vector, en cambio, es sofisticada y futurística; controlada electrónicamente parece una fortaleza imposible de violar. La profundidad con que cada imagen está lograda, sumado al tratamiento en 3D, amplía el sentido que cada ambiente tiene. La música que acompaña tanto las aventuras como los momentos más sensibles del film, no solamente agrega ritmo a las escenas, sino que las refuerza haciéndolas más divertidas, vertiginosas, o más nostálgicas según cada necesidad. Si bien Mi Villano Favorito es un film de villanos, hay en él muchos momentos de humor y de ternura. Divertido, no faltan las escenas en donde el vértigo y el suspenso están presentes.
Sistema y mediocridad vs. ética y conciencia Cristi es un joven policía que pasa días enteros persiguiendo a un adolescente, porque sospecha que vende drogas. Hay algunas evidencias de ello, como las colillas que quedan en los lugares públicos o sitios valdíos en los que el sospechoso se reúne a fumar con dos amigos más. Cristi las analiza, y algunas de ellas corresponden a sustancias tóxicas. Pero el policía no tiene certezas de nada y su conciencia no lo deja arrestar al chico, ya que si lo hace por error, el perjudicado pasaría los mejores años de su vida encerrado en la cárcel. El film remite a lo que llaman algunos “realismo documental”; el director pone el interés en seguir, con pocas cámaras, al protagonista en sus largas caminatas por las calles (Cristi, en una muy buena representación de Dragos Bucur, quien protagonizara también La Muerte del Señor Lazarescu). Sin decorados ni iluminación que remita a ningún otro significado que el de la vida real, las tomas –larguísimas algunas- muestran el panorama de una ciudad fría, con habitantes de clase media y baja que luchan por sobrevivir día a día. Pocos actores y cortos diálogos van construyendo una realidad en la que prima un sistema mediocre con una administración burocrática cuyos empleados parecen estar muy solos, cada uno cumpliendo con su trabajo sin que a los demás les importe; solamente hay que seguir los reglamentos. En una primera y superficial visión, la historia transcurre sin que pase nada; sin embargo, ese es el punto: parece que no pasara nada, pero mientras tanto Cristi lucha internamente por tomar la decisión correcta (arrestar o no al joven) y externamente, por convencer a sus superiores de que no es momento de tomar medidas drásticas porque no hay pruebas suficientes. Lo novedoso de Policía, Adjetivo reside en el climax, que ocurre casi al final durante una discusión lingüística en la que se debate no solamente el significado de las palabras (tales como conciencia, ley, policía, etc) sino también el poder de decisión de cada uno de los que la protagonizan (el policía y su superior, quien representa al sistema). Además de la visible inacción en la que solamente se ve al protagonista caminando por las calles, el problema que presenta este film es el sonido, que en lugar de ir coordinado se adelanta a las imágenes. Por ello, entender qué dice quién se hace dificultoso; sobre todo si se tiene en cuenta que los actores no hablan un idioma familiar.
La revuelta de la selva Los mismos directores de Martín Fierro, la película optaron esta vez por una historia basada en los cuentos de Horacio Quiroga, con sus personajes y lugares típicos. En la selva misionera vive una comunidad de animales variados que corre peligro porque “la bestia”, como ellos llaman al Hombre, está terminando con los árboles y la comida. El yaguareté y los cocodrilos son los primeros en darse cuenta de la situación; pero mientras el felino trata de advertir a los demás, los otros trabajan por su lado. Pronto el resto de los animales toma conciencia y tratan de detener juntos al destructor. El film se centra en un mensaje claro y explícito: es necesario respetar y cuidar la naturaleza, ya que sin ella la vida es imposible. Habla de las especies en extinción, de las que están ya extintas, pero también de la posibilidad de frenar este mal y de las bondades del trabajo en equipo. Mediante cuidadosas y artesanales técnicas de animación y pintura, se plasma en la pantalla una diversidad de plantas, árboles y cursos de agua característicos de la zona recreada. Entre los protagonistas de la historia hay una pareja de coatíes, monos, una lechuza, un loro, flamencos, serpientes, un oso hormiguero, el yaguareté y cocodrilos. Hay además un grupo de hombres que desforestan la selva, entre los cuales están el señor Oncade (trabajador obsesivo que responde al inescrupuloso Davius) y su hijo Tomy. El niño tiene ocho años y se hace amigo de los animales; representa la esperanza y el futuro, significados que se transfieren a la historia para llegar a un final feliz. Cuentos de la selva habla de manera muy simple de temas importantes que necesariamente despiertan la necesidad de tomar conciencia. Pero no logra despertar mayor interés –quizás sí lo haga en niños muy pequeños, que estén en edad preescolar-, por varios motivos. Por un lado, los personajes parecen haber sido realizados hace muchos años atrás, cuando no se contaba con las actuales técnicas que otorgan dinamismo y posibilidades de creación de movimientos gráciles. Se eligió en este caso para su diseño las máscaras con las que los pueblos originarios representan a los animales autóctonos; una idea valiosa pero poco atractiva para niños que están acostumbrados a las animaciones del estilo de las de Disney. Sumado a ello, Oncade y su hijo se parecen mucho a los play mobil, muñecos rígidos, sin forma ni gracia. Quienes dieron sus voces a los protagonistas, por otra parte, no logran una composición unificada. Tobal pone la voz a la coatí Ki y transmite euforia y optimismo continuamente; pero Abel Pintos (el coatí Ku) no acompaña y parece siempre deprimido y sin fuerzas. El guión, además, no ayuda; es débil y varias líneas de texto parecen caprichosas. Se transforma así en un relato que aburre. A pesar de los errores y decisiones poco acertadas, seguramente el mensaje llegará al corazón de todos los niños; quizás también puedan, en el futuro, verse los resultados.
De amor, coraje y tragedia Suzanne (Kristin Scott Thomas) tiene alrededor de cuarenta años y una vida casi perfecta; es esposa de un médico que le dio todas las comodidades materiales y un excelente pasar económico. Sus hijos, por los que ella dejó de lado su profesión para poder dedicarles todo su tiempo, son ya adolescentes. Suzanne quiere retomar su carrera, y aunque para su esposo Samuel (Yvan Attal) esto es un capricho, él le pone un consultorio propio. Allí conoce a Iván (Sergi López), un albañil simple, pobre, amable, del que pronto se enamora. Personalidades detalladamente marcadas son las de los protagonistas de Partir. La historia relata la vida de una mujer que tiene todo, pero se ahoga; necesita vivir su propia vida, valerse por sí misma y demostrarse (a sí misma como a su marido) que ella es alguien y puede sola. A Suzanne se la ve débil, vulnerable, pero interiormente tiene una fortaleza y valor que asombra. Su marido es un hombre exitoso, tanto profesional como socialmente. Tiene claro que puede lograr lo que quiere y que es el dueño absoluto de todo, incluso, de la vida de su mujer. Es posesivo, machista y con un autoritarismo que disimula con gestos de condescendencia. En el otro extremo está Iván, un hombre trabajador que día a día debe luchar por su sustento. Estuvo preso muchos años y tiene una hija pequeña a la que su ex mujer no deja ver más que de vez en cuando. Iván se cruza en el camino de Suzanne en el momento en que ella se da cuenta de que sus hijos ya no la necesitan como antes y de que su vida no le es suficiente. La directora –quien en otros filmes ha demostrado su interés por las heroínas- elige en este caso poner el centro de atención en el drama que la mujer debe enfrentar para lograr su propósito. La dependencia económica de Suzanne con respecto a Samuel es lo que hace casi imposible a la protagonista alejarse completamente del marido, a tal punto, que llega incluso a robar en su propia casa para poder subsistir. La escenografía del film está cargada de significados, como para que no queden dudas del contexto en el que ocurre lo que allí se cuenta. La casa de Samuel es grande, sofisticada, cara, pero fría, casi vacía; sus paredes anchas y los ventanales de vidrio dan una sensación de encierro, la misma que siente Suzanne por dentro. La de Ivan en cambio es pequeña y lo que ella contiene es tan simple como su dueño; pero es suficiente como para sentir calidez. Nada más hace falta; se tienen el uno al otro. Las escenografías aportan más valor aún. Caminatas junto al mar, una casa abandonada, la naturaleza, tomas amplias al aire libre; evocan la libertad y distención que los amantes sienten al estar juntos. Opuestos son los planos que abundan cuando Suzanne está con el marido: son más cortos, acrecentando la idea de encierro y poder de uno sobre la otra. Partir es una historia de amor como las de las novelas clásicas. La protagonista se enamora y deja absolutamente todo, sin importarle nada ni nadie, por ir tras su amante y sentirse plena. El amante la contiene y siente culpa por las miserias que ella debe pasar. El marido engañado, por su lado, siente odio e impotencia porque acaba de perder algo –en este caso alguien- que le pertenece y para peor, le hace frente y se atreve a retarlo. El final, tremendo, es una muestra de que el amor siempre triunfa, a pesar de lo que cueste.
Cuando lo encantado no siempre es lindo. El centenario cuento de los hermanos Grimm se renueva en esta historia fantástica y macabra. Eun-soo (Chun Jeong-myoung) es un joven que sufre un accidente en su auto cuando pasaba por el bosque; a razón de los golpes pierde la conciencia. Al despertar es hallado por Kim yuoung-hee (interpretada por Shim Eun.kyoung), una misteriosa niña con capa igual a la de Caperucita Roja, que lo lleva a su casa del bosque. A partir de allí, todo parece irreal y se convierte en una narración cíclica que aturde y por momentos asfixia. Las posibilidades que ofrece el género fantástico están explotadas al máximo en este relato, en el que con mucha creatividad se insertan referencias de otros cuentos de las mismas características. Así, el mito del niño que no quería crecer de Peter Pan, la ya mencionada niña que camina por el bosque, que además está encantado; el camino que se marca con migas de pan, como en el original del mismo nombre que este film –de este también los dulces, entre otros elementos- arman una historia nueva con resabios viejos, dejando como resultado un terrible film que a veces recorre el terror, otras el suspenso, otras incluso el policial. El director eligió signos fácilmente identificables que aluden a la infancia y a las pesadillas que la asedian para crear ambientes y potenciar la macabra atmósfera de enigmas. Así, el altillo que parece interminable y desconocido, las cabezas de muñecas de porcelana, los payasos en la repisa, los peluches que se desparraman sobre las camas son indicadores de que nada de lo que allí ocurre es normal; o al menos, es esperable que se desencadenen hechos extraños. Hansel y Gretel es un film exquisito; el ritmo puede pasar de muy rápido a muy lento sin incomodar y provocando efectos precisos en el espectador. Los sonidos que acompañan a cada una de las tomas les dan sentido y agregan significado. La música inquieta, perturba en ciertos momentos e intensifica la tensión. Las luces, por otra parte, demuestran un estudio minucioso del resultado que se busca en cada escena y recrean una atmósfera densa y tenebrosa o liviana y muy artificial cuando el film lo requiere. Si bien es una película intensa y el interés se mantiene prácticamente durante todo el tiempo, este decae bastante durante el largo flash back –por demás explicativo- en el que puede verse el pasado de los tres niños que habitan aquella casa. Seguramente si el director no hubiera incorporado ese fragmento, el resultado hubiera sido igual de bueno. Hansel y Gretel es interesante y sorprende; además, tiene la particularidad de dejar en quien la ve la sensación de que es necesario analizar las relaciones que a diario se construyen entre adultos y niños; de tener en cuenta su vulnerabilidad y plantearse que cada acción y cada palabra puede dejar en los más pequeños huellas imborrables.
Una historia de amor poco convincente. Una cortesana a punto de retirarse por su edad y un joven a punto de entrar en la adultez. Amor, frivolidad, pasión; todo ello se mezcla en una historia que ocurre en la Francia de principios de siglo. El film pone de manifiesto la vida acomodada que llevaban las prostitutas de aquella época en París, cuyos clientes eran hombres ricos. Ellas cosechaban fortunas a costas de estar con personalidades políticas importantes o pertenecientes a la realeza, pero a sabiendas de que enamorarse era un lujo que no podían permitirse. Léa de Lonval (Michelle Pfeiffer) es una de estas mujeres que, ya mayor, recibe de parte de su ex compañera de trabajo, Madame Peloux, el encargo de educar al hijo de aquélla, un joven de diecinueve años al que llaman Cherí (Rupert Friend), y que Léa conoce desde pequeño. Él acata las órdenes de su madre, sin saber que terminaría conviviendo con Léa durante seis años, y mucho menos, enamorándose ambos uno del otro. La relación se termina cuando Peloux (Bates) arregla el casamiento de su hijo con otra mujer. A partir de allí deberán los protagonistas luchar por lo que sienten o aprender a sobrellevarlo. La ambientación del film es exquista; desde las calles de París hasta los interiores, tanto de los hoteles como de las palaciegas residencias, revelan un estudio minucioso de la época. Lo mismo podría decirse del vestuario, que da cuenta no solamente de la época sino también del nivel económico de los protagonistas. Pero más allá de esto, el argumento se queda en lo superficial y no logra profundizar en los sentimientos de los personajes ni indagar en su psicología. Friend logra componer a su personaje pero Pfeiffer no acompaña demasiado. Hay al principio, además, una voz en off que contextualiza lo que vendrá después, pero el tono de esta carece de seriedad, por lo que no se entiende si el film será una comedia, un drama o un romance. Una historia demasiado lineal que no aprovecha la infinidad de recursos de relato que ofrece el cine. Un argumento pobre, con actuaciones frías que no convencen demasiado.
Asia es demasiado pequeña, demasiado vulnerable; con apenas dos años (o casi) ya debió enfrentar el abandono de su madre y adaptarse a un nuevo hogar, con rostros, voces y brazos extraños. Sin embargo tuvo suerte; quienes la acogieron se encariñaron con ella y la harán sentir única. Patty (Patricia Gerardo) es artista de circo y vive en una casa rodante con Walter, su marido (Walter Saabel). Los acompaña además Tairo (Tairo Carodi), un adolescente de 14 años que desde que era niño, cuando sus padres se divorciaron, vive en el mismo terreno baldío en su propio rodado. Es la mujer la que encuentra a la niña y la lleva a vivir con ellos, y entre todos forman la familia que no son. Con una estética que remite al documental (género en el que usualmente trabajan los directores), esta cruda pero delicadísima historia relata con sutileza una realidad tremenda, la de los niños abandonados por sus propios padres. En esta oportunidad, tanto Covi como Frimmel optaron por mostrar una cara diferente de Italia: la de la pobreza, la marginalidad y la desesperación. Pero esta contrasta a su vez con las almas generosas y el amor incondicional de los que menos tienen; en este caso, un grupo que sale de lo común por su estilo de vida. Con tomas largas que denotan tranquilidad, el relato se desarrolla a un ritmo lento, pausado; pero no por eso menos denso y profundo. Naturalistas por momentos y explícitamente trabajadas con filtros en otros, las escenas son cálidas y sutiles. El rojo en sus diversas variantes está constantemente presente, desde el cabello del personaje de Gerardo, pasando por alguna prenda, hasta la atmósfera que los rodea en los ambientes en los que juegan y comparten momentos especiales con la niña. Patty y Walter tienen muchas diferencias entre sí (además de la edad); aunque interiormente parecen idénticos. Tairo, el joven que adopta a Asia como a su propia hermana, ve en ella reflejada su historia y se encarga de hacerla sentir querida y cuidada. Los tres mayores componen personajes creíbles, verdaderos; sin embargo, se destaca Patricia Gerardo, quien traslada a su rostro y su cuerpo el sentimiento de pena que le despierta la niña. Asia se desenvuelve ante las cámaras como si pudiera entender lo que debe contar; puede verse en ella el trabajo que debieron realizar antes los directores y actores para guiarla con tan buen resultado. Lo que en La Pivellina se cuenta es una historia de amor, de lazos incondicionales y de lo que es capaz el ser humano cuando las intenciones y el corazón son buenos.
Drama y romance para poco exigentes. Veronika es joven, lindísima, con un trabajo que muchos quisieran tener y dueña de su propia vida. Pero está sola, deprimida y ve su futuro como un negro camino del que la única manera de escapar es suicidándose. Tras el primer intento es internada por sus padres en una clínica psiquiátrica, en donde conoce a distintos personajes que despertarán su curiosidad. Allí también deberá luchar por (o en contra de) su salud, su vida y lo que pueda venir después. Al principio el film promete ser audaz; la voz en off de la protagonista –que interpreta Sarah Michelle Gellar, a quien se vio durante siete temporadas como protagonista de Buffy, la cazavampiros-, va introduciendo al espectador en la psiquis en constante desmoronamiento de la protagonista. De pronto el ritmo, junto con la música que se vuelve estridente, cambia y va de lleno a una situación de incertidumbre, vértigo y mareos. La escena del suicidio es trágica; aturde e incomoda. Pero pronto lo acelerado pierde vertiginosidad; tal vez sea por la historia misma, ya que el tratamiento al que se somete a Veronika tiene su propio tiempo. Pero lo que se vislumbraba al principio se diluye para pasar de ser un film psicológico y dramático a una historia romántica. Hay aquí abundantes lugares comunes y situaciones con resolución esperable. Salvo al principio, pocos son los recursos expresivos propios del lenguaje cinematográfico, por lo que la narración termina siendo una más. Sin embargo, son destacables las actuaciones, tanto de Gellar como de Melissa Leo (en el papel de Mari, otra de las internas pero casi recuperada), la de Thewlis (el psiquiatra, correctamente compuesto) y en menor medida de Tucker (quien interpreta a Edward, otro interno que se acerca a Veronika y con quien establece una relación especial). De todos modos, es destacable lo que cada personaje va descubriendo de sí mismo y a través de los demás; el sentido de la vida y si vale la pena el intento de vivirla se resume en la frase que casi al final se escucha decir al psiquiatra, en la que alude a la necesidad de vivir cada día como un milagro.
Una rebuscada historia es la que cuenta la misma directora de Extranjera y Cómo pasan las horas. Retomando a los griegos –de quienes, según confesara en entrevistas a distintos medios, le interesa su visión del mundo- mezcla en El recuento de los daños el complejo de Edipo, las heridas que quedan aún sin cerrar desde la última dictadura militar y la vida que debe afrontar una viuda –Eva Bianco, en una interpretación impecable- que acaba de perder a su esposo en un accidente en la ruta, con dos hijas –Agustina Muñoz, quien se destaca, y Dalila Cebrian- y una fábrica que depende de ella y su hermano. Los personajes que componen la historia (de los que no se sabe ni los nombres) son sombríos, fríos, tristes; parecieran no poder comunicarse entre ellos. ¿Una historia de amor? ¿Una viuda que debe sobrellevar la fábrica que antes manejaba su marido? ¿Un hijo y una madre que se conocen? ¿Una madre y un hijo que se enamoran? La respuesta a cualquiera de estos interrogantes puede ser el tema sobre el cual gira este film. O no; o tal vez un poco de cada uno. La trama se hace compleja y lo que al principio parecía ser resulta que no es. El peso de cada uno de los posibles focos de interés se diluye cuando se mezclan tragedias antiguas y actuales de manera caprichosa. Lo que sí puede afirmarse es que queda claro en este film que las acciones de los hombres (los que gobernaron durante la dictadura, los que robaron bebés, el que dejó un auto sin señalización al costado de la ruta, y la lista sigue) tienen irremediablemente consecuencias que son inimaginables. Los daños son a veces muy grandes y repercuten en demasiadas vidas. La directora juega con una estética que al principio promete ser interesante; las tomas largas y pausadas; los fuera de foco, los cuadros fuera de campo que parecen dar un punto de vista particular; todo se pierde pronto. Hay además demasiadas elipsis temporales que obligan a llenar esos espacios con la imaginación, pero tampoco este recurso es acertado. Sin embargo, la iluminación crea atmósferas densas y le imprime un misterio interesante al relato. El sonido es otro elemento destacable; en algunos casos llega antes que las tomas a las que pertenece. En otros se escuchan los ruidos fabriles de fondo de manera constante; en ambos casos se logra el ambiente adecuado para lo que vendrá. Lo que al principio parecía iba a ser una película interesante se convierte en una historia forzada, con resultado poco feliz. Demasiado riesgo puede traer, como en este caso, consecuencias nefastas. Una pena.