Una versión de "Tarzán de los monos" que pretende actualizar el clásico Situada en los nuevos tiempos, introduce a la trama la búsqueda de nuevas fuentes de energía y la defensa del medio ambiente. La novela Tarzán de los monos es la primera de una serie escrita por Edgar Rice Burroughs acerca del personaje ficticio Tarzán, editada como libro por primera vez en 1914. El personaje resultó ser tan popular que Burroughs continuó la serie en la década de 1940. Los derechos de autor de la obra expiraron en Estados Unidos, razón por la cual la obra es de dominio público y de alli sus múltiples adaptaciones. La novela narra la historia de John Clayton, hijo de Lord Greystoke, y Alice Rutherford, una pareja de ingleses abandonados en la selva africana. El pequeño John es adoptado en por la mona Kala, después de la muerte de sus padres a manos del salvaje rey mono Kerchak. El texto inspiró varias películas, desde la muda Tarzán de los monos, de 1918, dirigida por Scott Sidney y protagonizada por Elmo Lincoln. La siguiente y más famosa fue Tarzán el hombre mono (1932), protagonizada por Johnny Weissmüller, quien se convertiría en la estrella de las veinte secuelas. Entre las remakes y nuevas versiones, las más recordadas fueron Greystoke, la leyenda de Tarzán, el rey de los monos (1984), con Christopher Lambert; Tarzán de los monos (1999), y Tarzán, del mismo año, animada y producida por Disney. Hubieron muchas más, relativamente fieles al original y en esta franja encaja la del director germano Reinhard Kloos, conocido por las películas Asterix y Obelix contra César, Buffalo Soldiers, y la animada Animales al ataque. Para adecuarla a la actualidad, el también guionista y sus colaboradores le incorporaron una trama relacionada con las potencialidades económicas de un meteorito caído en medio de la selva hace 70 millones de años, que el actual CEO de las empresas Greystoke Energy pretende encontrar a cualquier precio. Lo que el hombre desconoce es que en su camino se topará con el hijo del fundador de la firma, el niño perdido hace más de una década tras un accidente aéreo en el que perecieron sus padres, cuyo hogar es la naturaleza. También está Jane Porter, hija del investigador que Greystoke apoyaba, una joven más preocupada por el cuidado del medio ambiente y las especies en extinción que por toda la riqueza del mundo. Y aunque el relato parece desvariar sin rumbo por momentos, hay que destacarle el aprovechamiento que hace de la tecnología 3D para retratar las profundidades del paisaje selvático y los majestuosos vuelos del "hombre mono" por sus alturas.
Un cuento reflexivo sobre la naturaleza del amor El inefable Spike Jonze ganó el premio Oscar por el guión original de Ella, que habla de los sentimientos en un futuro dominado por apabullantes tecnologías. Uno de los síntomas de sanidad de la psique humana parece ser un cierto grado de temor a la pérdida. Esa sensación es la que nos hace mantener alertas y cuidadosos respecto del objeto de nuestro desvelo. Ni el exceso ni la ausencia de ella sirven para mantener se en pie. Tampoco la negación al duelo cuando nuestros esfuerzos resultan insuficientes. La pérdida del ser amado debe ser una de las causas más profundas de desequilibrio, y la manifestación de esta circunstancia, diversa. En una sociedad altamente tecnologizada, Theodore Twombly (Joaquin Phoenix) transita la melancolía que sucede a la separación. La mujer que aparece en las escenas idílicas que recuerda, creció con él y era toda su motivación. Cuando el vínculo se quebró, su vida quedó sin sentido y, desde entonces, se limitó a trabajar como escritor de un servicio de cartas amorosas, y a llenar el resto del tiempo con las alternativas domésticas que le brindan las nuevas tecnologías. Su contacto humano más cercano se produce en el palier del edificio, con una pareja vecina. Pero esa existencia impávida muda de tono cuando contrata a un novedoso sistema operativo, construido a partir de los conocimientos y experiencias de múltiples programadores. Este soporte, que Theodore prefiere con voz femenina (la de Scarlett Johansson) y se autodenomina Samantha, promete responder a todas las necesidades del usuario, para el caso, la de recuperar la maravillosa sensación de amar y ser amado. Las preguntas son: ¿quién puede decir que el amor surgido de ese vínculo virtual no es un sentimiento real? ¿Acaso esta forma de amar es cura o agravante de una patología?, y luego, ¿quién puede garantizar que un sistema creado a partir de elementos humanos resulte infalible? Autor de historias singulares como Quién quiere ser John Malkovich o El ladrón de orquídeas, Spike Jonze ofrece una narrativa profunda, perspicaz, tierna, y con un tiempo interno calmo, cómodo, necesario para internalizar la experiencia de los protagonistas. Phoenix, desde el primer plano, y Johansson desde el off, logran una química fascinante, excelentemente secundados por Amy Adams, como el contrapunto necesario.
Una buena oportunidad para emocionarse y reconocerse Un mar de sensaciones produce Nebraska, el excelente filme de Alexander Payne que tuvo seis candidaturas en los pasados premios Oscar. No ganó ninguno, pero los mereció todos. Alexander Payne (Entre copas, Los descendientes) creció y vive en Nebraska. Por eso filma en ese estado de gente pueblerina y granjas interminables; por eso, directamente, le dio el bautismo a esta nueva película que fue candidata a mejor película, guión y dirección en la última entrega de los premios Oscar y colocó a Bruce Dern y a June Squibb en las nominaciones a mejor actor y mejor actriz de reparto, luego de una favorable temporada de premios. La fotografía también tuvo su reconocimiento. Su originalidad y acierto connotativo lo merecen. En blanco y negro y Cinemascope, como las películas de antaño, le dio al relato una entidad que no hubiese sido la misma con los soportes actuales. La pantalla despojada de ruidos visuales, se dedica al cuento sin grandilocuencias. Lo hace, además, a través de las interpretaciones de actores que no son estrellas. Sí trabajadores de los personajes y las escenas. Bruce Dern, con una candidatura a los Oscar en 1978 por Regreso sin gloria, se planta a sus 77 de edad en la piel de un hombre como muchos a nuestro alrededor. A través de un pasado en el que todo parecía eterno y el tiempo sobraba para casarse sin ganas, beber hasta perder todo, dejarse estafar por desidia y tener hijos porque practicar sexo suele acarrearlos y ya, Woody Grant, llegó sin pensarlo demasiado a un presente frágil y en el borde de la senilidad. Con aspecto de escapado de un geriátrico y la postura tenaz de un toro lo encuentra la policía al costado de la autopista, tratando de emprender a pie un viaje de un par de miles de kilómetros hasta Nebraska, con idea de cobrar un millón de dólares que, según le indicaron por carta, ganó en un sorteo. La voluntad del viejo, que su hijo mayor y su esposa rechazan por irracional, convence en cambio a su hijo menor, quien acaba de terminar una relación de dos años de convivencia. Pedirse un par de días en un trabajo que no mueve demasiado y acompañar a su padre antes de que termine atropellado por un auto, no es, después de todo, gran cosa. Así se embarca este hijo con su padre, y padre con su hijo, al encuentro de una quimera, pero también de una historia que para ambos ha perdido varios capítulos. En ese camino, hay familia, vecinos, rostros reconocibles bajo la pátina que dan las arrugas, las canas, los desaciertos, las carencias económicas, las frustraciones y algún que otro logro. Se trata de personas comunes y corrientes, con vidas monótonas, que de vez en cuando realizan su pequeño acto heroico y alcanzan a levantar su cabeza y corazón por sobre el alrededor. La sensación de familiaridad hace a la belleza del relato más simple y a la empatía del espectador con esos seres. En sus dramas, aflora el sentido del humor que aliviana las cargas y vuelve las actitudes más piadosas para con uno y con los demás. Es esa enseñanza que Payne regala y se disfruta si se está dispuesto a sentarse y atender. Porque Nebraska tiene el espíritu de esos clásicos que el cinéfilo gusta de revisitar, cuando entre sus escenas halla motivo para reírse, emocionarse y reconocerse.
Un drama conocido y válido de atestiguar Cada quien sabe de sus gustos y elecciones. Agosto se presenta como un desafío a tomar solo por algunos. Se destacan las grandes actuaciones. Dos datos emparentan a Agosto con la platea argentina. Uno es que la música de la película fue compuesta por uno de los favoritos de Hollywood, Gustavo Santaolalla; el otro, que el texto que la inspira, una obra de teatro escrita por John Wells, ganadora de un premio Pulitzer y recreada en los teatros de primera línea internacional, también tuvo su versión criolla con la gran Norma Aleandro en el rol principal y a Mercedes Morán como la mayor y más aguerrida de sus tres hijas. Para el caso, Violet, la matriarca de la familia Weston, una familia numerosa y con claras disfuncionalidades, es interpretada por Meryl Streep y el de su heredera Bárbara por Julia Roberts, dos estrellas de la gran pasarela actoral que estuvieron nominadas en la última temporada de premios y concluyeron ese trayecto con las nominaciones a mejor actriz y mejor actriz de reparto, respectivamente. En un elenco multiestelar, ellas llevan la batuta del relato que se sitúa en una tradicional mansión de Oklahoma, donde la familia se reúne luego de la desaparición del padre. El matrimonio Weston ha venido apaciguando los embates del nido vacío con una dosis de fármacos y alcohol mayor de lo acostumbrado y entre narcotizada y al borde de un estallido que no tardará en asomar, Violet recibe a sus hijos a la mesa de esa jornada calurosa del mes de agosto. Entre el agobio de un espacio común que remueve viejas heridas, la desesperación y el desencuentro que ahora tiene como testigos y actores invitados a consortes e hijos, la temperatura anímica escala a la par del termómetro hasta niveles impensados. El clima sofocante es enfatizado por un desarrollo de escenarios limitado a los interiores de la casona y unos pocos exteriores. Excelentemente escrita, pero no exactamente bien adaptada al cine, es una película que invita a un espectador dispuesto a sumergirse en las fortalezas y miserias de un núcleo unido por lazos de sangre que no siempre garantizan la compatibilidad.
Un thriller que capta el interés Con tres Globo de Oro ganados y diez nominaciones a los premios Oscar de la Academia de Hollywood, la película de David O. Russell tiene argumentos para esos merecimientos. Ya cuenta en su haber con la conquista de tres Globo de Oro -mejor película en su género, mejor actriz para Amy Adams y mejor actriz de reparto para Jennifer Lawrence. Competirá, en la próxima edición de los premios Oscar, con diez nominaciones, incluidas de las de mejor película, director, y actores y actrices protagónicos y de reparto para Christian Bale, Adams, Bradley Cooper y Lawrence, respectivamente. Vaya a saber por qué razón quedó fuera de este grupo de posibles laureados Jeremy Renner, un actor que ya demostró su pericia en Vivir al límite (2008), de Kathryn Bigelow -nominado a los premios de la Academia de Hollywood como mejor actor-, o en Atracción peligrosa (2010), de Ben Affleck -candidatura por mejor actor de reparto-; y que en Escándalo americano se mantiene a la altura de un elenco magistral en su desempeño. Sucede que, del primero al último de sus integrantes, del bolo a la actuación especial-como es el caso de un Robert De Niro que maneja el personaje de mafioso al dedillo-, han sido colocados por el director en el momento, lugar y tono justos en un guión construido como una caja china. El filme, en su totalidad -los aspectos técnicos también son plausibles por su cuidado-, no tiene desperdicio. Así que, simple y llanamente, vale verlo. La acción se sitúa en 1978, y un subtitulado inicial advierte que sólo parte de los hechos son reales. Porque en verdad se trata de un relato de ficción inspirado en una de las investigaciones más resonantes que desarrolló el FBI y que destapó, en 1979, hechos de corrupción que salpicaron a congresistas de Estados Unidos. La película cuenta la historia de un brillante estafador Irving Rosenfeld (Bale) quien, no obstante su habilidad, es tan inteligente como para mantenerse en el límite de la legalidad, el sitio exacto donde los riesgos le permiten hacerse de un importante margen de dinero a costa ajena, pero no ponen en juego su familia ni su vida. Tiene mujer, Roselyn (Lawrence) y un hijo de ella adoptado; regentea tres tintorerías y hace negocios con arte -falso, claro- y siquiera por su socia y amante Sydney Prosser (Adams), un alma gemela que comprende sus acciones y motivos, pone en juego el estatus de hombre de familia. El conflicto surge cuando Irving y Sydney son atrapados por el agente federal Richie DiMaso (Cooper), ambicioso hasta la desesperación, quien procura escalar en su trabajo logrando un gran golpe al crimen de guantes blancos. A cambio de liberarlo y a su amante, DiMaso obliga a Irving a enseñarle los "secretos del buen estafador" y ponerle en bandeja posibles criminales. Pero tan improvisado y descontrolado es su hacer que no repara en meterse con políticos y mafiosos, involucrando al alcande de New Jersey, Carmine Polito (Renner), quien recuperó el distrito legalizando el juego y los casinos. Seguir el tránsito de los personajes por esta historia es una experiencia que al espectador lo entretiene y desafía, a la vez de moverlo a la reflexión acerca de aspectos que resultan absolutos hasta tanto alguien se atrave a a correr algunos parámetros que los vuelven relativos. También habla del poder, de quien lo desea y quien en verdad lo detenta, bajo un código propio e interno.
Francella y Estévez hacen su aporte al ensayo de Burman Alejado de la temática de idiosincrasia judía, el director propone un relato universal, con los toques de humor y drama que hacen su cine reconocible. Santiago (Guillermo Francella) y Eugenio (Fabián Arenillas) son amigos y socios desde hace 30 años. Juntos, llevan adelante un negocio de electrodomésticos cuyo nombre hace honor a su vínculo. A diario se encuentran camino al trabajo, y la vida cotidiana de ambos parece girar en torno a las actividades que desarrollan casi al unísono, hasta que Eugenio regresa a su casa y Santiago extiende su día comiendo pizza con algún empleado en el local. Sucede que Eugenio tiene esposa, Laura (Inés Estévez), una mujer que ni Santiago ni sus empleados conocen o parecen interesados en conocer. Una mañana, las cosas cambian para Santiago. Eugenio no aparece en la ruta cotidiana, ni en el negocio, en los sitios donde acostumbraban encontrarse. Tampoco atiende al celular. La preocupación del hombre crece y se torna en confusión cuando aparece Laura, convencida de que Eugenio se fue. Sin demasiada convicción, Santiago y Laura inician una sociedad en torno a la búsqueda de Eugenio, cada uno por razones diferentes, pero en un camino común que los llevará a descubrir que ese hombre que parecía tan transparente para ambos, estaba lleno de secretos y anhelos propios. Con la revelación de ese "nuevo" Eugenio, tan diferente del que daba eje a sus vidas, esta pareja despareja tendrá que aprender a reconocer su individualidad y sus propios sueños. El misterio de la felicidad ofrece un relato bello, que Daniel Burman aborda desde el humor que filtra al drama hasta llevar al espectador al tono reflexivo a donde quiere abundar. De la escena inicial, que lleva lo absurdo al límite de la exasperación, acompaña a los personajes -y a quien los observa desde la butaca- a un recorrido que desvela las capas de los personajes. Guillermo Francella no deja dudas en su interpretación acerca de su ductilidad para transportarse de un timbre a otro cuando la escena le demanda transmitir risas, medias sonrisas, desesperación, desolaión y perplejidad ante los misterios que se desvelan frente a sus ojos. Desde un punto de partida diferente, Inés Estéves hace lo propio, y muestra que sus ocho años alejada de la actuación no hicieron mella en su talento como intérprete. Sí, cuesta, encontrar la química entre ambos en algunas escenas donde parecen ir por niveles diferentes. Pero del mismo modo vuelven a encontrarse y a hacer fluir la escena, de modo que la narración se mantiene en alto. Un párrafo aparte merece Alejandro Awada, absolutamente relajado en su papel de oportuno consejero, un personaje que, cuando parece mostrar un carácter despreciable, se"desviste" y sorprende con una esencia que lo reconcilia con la mirada exterior. Daniel Burman es de origen judío polaco, nacido y criado en Buenos Aires. Posee la doble nacionalidad argentina y polaca. En 1995, lanzó su propia productora junto con Diego Dubcovsky , BD Cine (Burman y Dubcovsky Cine). Burman es también un miembro fundador de la Academia de Cine Argentino y ha sido mundialmente premiado por sus filmes. Su trilogía suelta de películas, Esperando al Mesías (2000), El Abrazo Partido (2004) y Derecho de Familia (2006), fueron todas escrita y dirigida por Burman y Hendler, son en gran parte autobiográfica. El Partido abrazo (2003) llevó el Gran Premio del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Berlín , así como mejor actor por Hendler. Burman fue co-productor de la exitosa película de 2004, Diario de motocicleta. Su cine -comparado por algunos con el de Woody Allen- ha venido mutando de las temáticas alusivas a la idiosincrasia judía hacia tópicos más universales, y en este sentido, El misterio de la felicidad se presenta como el más extremo en ese ensayo, en principio, logrado.
Es una pavada que se las trae Es divertida, aunque no hilarante, con un planteo original. Rescata el valor de reunir a los afectos. Es tradición, en los Estados Unidos, que las festividades que reúnen a la familia, ganen el clímax al momento de rebanar un pavo. De esto tiene clara consciencia Reggie, el único miembro de la pavada que se niega a comer maíz para evitar ser engordado. Incomprendido por su entorno, siempre hambriento y anhelante de ser agarrado de las patas y llevado “al paraíso de los pavos”. El Día de Acción de Gracias se avecina, y Reggie insiste en alertar a sus congéneres. Y tanto es el rechazo que genera que, de entrada, los demás pavos lo expulsan para que lo sacrifiquen. Para bien el héroe, otra tradición dentro de la festividad, le permite a Reggie convertirse en “el pavo indultado” e ir a convivir con el mismísimo presidente de los Estados Unidos. Pero cuando Reggie cree que comenzará para él una vida de lujos y placeres, otro miembro de su especie, más fortachón y poco cuerdo, lo embarca en una misión: cambiar la tradición de comer pavo en esa fecha. Sin la espectacularidad visual de Horton y el mundo de los quién, película que dio renombre al director de Dos pavos en apuros, el realizador desarrolla un relato lleno de gracia y con algún mensaje respecto del valor de reunirse con los afectos, sin importar lo que se sirva en la mesa. Es una película que reparte gags para todos, sin desatender la historia del héroe y el infaltable cuento de amor.
Una épica fascinante en lo visual Secuela de la serie documental de la BBC, cuenta una historia común a la evolución de todo ser vivo. En una era muy lejana a la estancia del ser humano, sobre la Tierra caminaban criaturas maravillosas. Dinosaurios de toda forma, tamaño y comportamiento luchaban por su supervivencia, viviendo en manadas, buscando alimento, cuidando de sus crías, evitando depredadores y ganándose un territorio que, en ocasiones, debieron mudar. Pacth, es un Pachyrhinosaurus, un herbívoro y el más pequeño de su camada. Su condición, en esa instancia de su vida, donde todo es nuevo y la curiosidad lo coloca en constante peligro, no es sencilla. Pero Patch, como todo ser viviente, crece y debe hacerse responsable por los más débiles de su grupo. Ocurre, para su desafío individual, que el mundo está cambiando, el universo parece enfurecido con las criaturas y hay que emprender marcha y batallar para sobrevivir. Entonces, comienza la mayor aventura. La historia de la evolución de toda especie que ha reptado, caminado, nadado o volado los confines hasta hoy conocidos se traslada a la pantalla a través de los siempre fascinantes dinosaurios. En 3D, para vivir con ellos la épica, y con conductas humanizadas, para hacerla más comprensible a los ojos infantiles, esta ficción animada y remake de la serie que la BBC emitió desde finales de los '90 -en América se vio por Discovery Channel-, es unbello relato para compartir con la familia y aprender un poco, siempre teniendo en cuenta que no hay que tomar lo que se está viendo al pie de la letra. Dicho esto, el espectáculo visual resulta fascinante.
La aventura de volver a descubrirse En su vida secreta, Walter Mitty sueña a lo grande y es un héroe capaz de defenderse, de rescatar a un perro de un edificio incendiado y crear una prótesis para su pata en el interín. Cuando regresa de sus delirios recurrentes, es un hombre común y corriente, con un empleo que peligra y con una profunda inseguridad emocional que le impide acercarse a una atractiva compañera. De repente y sin preaviso, la editorial "Life" donde lleva una carrera como editor de fotografía decide transformarse al soporte online y las adversidades, antes imaginarias, se tornan reales, sobre todo cuando el negativo de última portada en papel que le enviara el reportero estrella de la publicación se pierde, y Walter, responsable más allá de cualquier circunstancia, decide atravesar el mundo para hallarla, y aunque la empresa que ayudó a crecer desde su puesto casi anónimo esté tentada a renunciar a su lema, él lo tomará como guía para emprender este viaje hacia sí mismo. Con una combinación interesante de géneros -drama, comedia, aventuras y road movie- sirvió a Ben Stiller para llevar a la pantalla un proyecto que desde Jim Carrey hasta Steven Spielberg quisieron reponer para los nuevos tiempos, sin llegar a término. En 1947, Norman Z. McLeod, la había realizado desde un guión adaptado, inspirado en un cuento famoso de James Thurber. Stiller aborda la historia desde un humor muy a su estilo, donde abunda la parodia, pero toca a la vez una fibra emocional profunda que logra salvar del mensaje subyacente de autoayuda. Lo hace gracias a un muy buen mechado de los climas y de la pericia de los actores que componen el elenco. El relato, disparatado por momentos, no pierde el hilo básico y arriba a un final salomónico respecto de la realidad, de la que subraya hechos que caben a todos, héroes o antihéroes según indique el momento.
Cuatro figuras y una incógnita: ¿qué pasó treinta años después? Michael Douglas, Morgan Freeman, Robert De Niro y Kevin Kline se embarcan en un viaje a la Ciudad del Pecado para probar que el tiempo no pasa en vano, pero también da revancha. ¿Qué será de Doug, Stu, Phil y Alan, treinta años después? Una noción del futuro de los protagonistas de la trilogía de Todd Phillips, ¿Qué pasó ayer?, puede encontrarse en Ultimo viaje a Las Vegas, película filmada por John Turteltaub. El guión de Dan Fogelman --escribió los de Enredados y Cars para Disney-- parece tomar a un grupo bastante aproximado al de aquellos personajes y trasladarlo hacia el futuro, para reencontrarlos en la Ciudad del Pecado, donde vivieron sus aventuras con un tigre de bengala y un oriental, bajo los efectos narcóticos de drogas de alto impacto. Dejando de lado aquella saga --que en varias líneas aparece aludida--, en esta comedia reciente los personajes son Billy, Paddy, Archie y Sam. Amigos de la infancia según un prólogo que informa sobre rasgos de personalidad, son convocados a la despedida de soltero de uno de ellos, a punto de casarse con una mujer de 32 años. La propuesta es divertirse como los adolescentes que fueron en 1959, sólo que en el presente estos hombres lidian con los achaques de la edad, ya sea que hayan decidido disimularlos o no. Si de drogas se trata, en el bolsillo sólo llevan sus píldoras para bajar el colesterol. Pero un par de días en Las Vegas los pondrán al tanto de mil y un placeres --no siempre gratuitos-- que ofrece ese paraíso de la diversión y el descontrol. “Hace treinta años que no estoy en una despedida de soltero”, dice un extenuado Sam, un Kevin Kline, quien amalgama con Morgan Freeman, Robert de Niro, y el eterno galán Michael Douglas, en una cinta que tiene mucho de lugares comunes, pero brilla por la experiencia de quienes los visitan. Si la propuesta busca entretener desde la picardía de sus protagonistas, el objetivo está cumplido.