"Los Vengadores", con nuevos héroes y en crisis de convivencia Los fanáticos de los héroes de Marvel la esperaban con ansias y llegó para quedarse un buen tiempo en cartelera. Tal vez no satisfaga por completo sus expectativas, pero la tercera película de la serie Capitán América: Civil War ronda los 700 millones de dólares de recaudación en todo el mundo, es el tercer mejor estreno de la historia de los estudios Disney y le deparó a esa casa la superación de varios récords nacionales e internacionales. Dada la cantidad de opciones que se pasan en las salas de nuestra ciudad --se ven en 2D y 3D, ambas subtituladas y en castellano tanto en los Cines del Centro como en Cinemacenter--, todo indica que estará entre nosotros por, al menos, un mes más. Continuidad de La era de Ultrón (2015), la historia encuentra a los Vengadores en el dilema de aceptar límites a su acción, dados los daños colaterales producidos en misiones previas, o negarse a aceptarlos y, en caso de intervenir por motu propio en algún conflicto, quedar fuera de la ley. Las posiciones en torno al tema generan confrontaciones que terminan separando a los superhéroes en dos bandos: uno liderado por el Capitán América y otro dirigido por Iron Man, y las diferencias se profundizan cuando Steve Rogers sale en defensa de su amigo Bucky Barnes, el Soldado de Invierno, acusado de cometer un ataque a la sede de las Naciones Unidas, y Tony Stark se dispone a detenerlo. Una guerra civil queda planteada en el grupo cuando los antiguos Vengadores y los recién llegados eligen bando y nuevos descubrimientos acrecientan los rencores y la sospecha de que un enemigo mayor acecha. Desde los primeros minutos de película la destrucción invade la pantalla. Después, la primera hora y media navegará en un detallado desarrollo dramático con algún infaltable guiño para el fanático comiquero, que algunos espectadores agradecerán pero otros padecerán por la duración. Lo garantido es que, sobre el último tercio, la narración toma carrera con dosis recargadas de acción y multiplicidad de héroes y, de paso, perfila el tenor que tendrá Infinity War, prometida para 2018 y 2019.
Una fiesta familiar que empieza tarde A 14 años de “Mi gran casamiento griego” y desvíos mediante, la actriz y guionista Nia Vardalos ofrece la secuela de un título que, gracias a las tradiciones, le abrió las puertas del mundo. Allá por 2002, la actriz griega Nia Vardalos se colocó en el centro de la escena internacional con Mi gran casamiento griego, adaptación propia de una obra teatral que también protagonizó, y que llevó a pantalla con dirección de Joel Zwick. Comedia romántica y con una amabilidad costumbrista que le valió la consideración del público y la crítica, tenía por destino una continuación que llegó... 14 años más tarde. Entre medio, Nia Vardalos intentó suerte con un paseo turístico por su tierra de origen con Mi vida en ruinas (2009), otra historia de una joven no tan joven, poco afortunada en el trabajo y menos aún en el amor. Desvío mediante, y con nueva dirección y título subindicado "2", estamos ante la secuela Mi gran boda griega, con los mismos personajes: la pareja central, Toula (Vardalos), Ian (John Corbett), una familia demasiado numerosa para detallar, y acrecentada por Paris , la hija ya adolescente de los antaño tórtolos. Coherente con la demora, Vardalos escribió este filme para un mayor protagonismo de la heredera y de los adultos mayores de la familia. Mientras la chica hace planes para alejarse de una familia presente hasta el agobio, los abuelos confirman su respeto por la institución, sus reglas y tradiciones, volviendo a casarse para "regularizar" un compromiso que no fue debidamente rubricado en su momento. Entre discusiones a gritos, movimientos multitudinarios, un gusto estético tan colorido como de dudosa elegancia y mucho chiste de colectividad, se desarrolla esta comedia que, a su debido tiempo, quizás hubiera surtido un mejor efecto. En cambio, resultan débiles los esfuerzos por levantar el alicaído apego del espectador por los personajes y su historia. Los actores estadounidenses de origen griego Laini Kazan, Michael Constantine y Andrea Martin, se llevan los laureles de comediantes en una escena donde el contrapunto lo pone la jovensísima --también greco-americana-- Elena Kampouris, y donde el condimento "a la griega", lo hace sentir como un plato sofisticado que llegó después de los postres.
Terror de Petroni en estado puro El cineasta australiano llevó a pantalla un libro de su autoría, con tensión bien dosificada como resultado. La película Ellos vienen por tí, único estreno de la semana en las pantallas bahienses, es de producción australiana pero tiene un dejo de la filosofía del género de fantasmas japonés más conocido: ése donde las ánimas no regresan para hacer mal, sino para ejercer justicia. La traducción exacta de su título original, Backtrack, es "retroceso", y el término explica el proceso que el protagonista deberá realizar para encontrar explicación a los extraños sucesos de los que, en principio, parece testigo, pero en los que luego se verá involucrado. El hombre en cuestión es Peter Bower (Adrien Brody), un psiquiatra y terapeuta en duelo por la muerte de su pequeña hija, que a la vez de vivir su pena empieza a notar que las experiencias traumáticas de sus pacientes, de algún modo, remiten a un determinado momento de su propia existencia. Del mismo modo en que su mente anula el modo en qué su hija falleció frente a sus ojos, Bower tampoco logra recordar parte de ese pasado que, entre pesadillas y visiones, lo torturan. Entonces decide regresar a su pueblo natal y enfrentar sus verdades. El director Michael Petroni cuenta en su haber como guionista títulos como Ladrona de libros (2013), Crónicas de Narnia: la travesía del Viajero del Alba (2010), y los thrillers de terror El rito (2011), Posesión satánica (2008) y La reina de los condenados (2002), con resultados desiguales una vez llevadas a pantalla. En esta nueva película --también conocida bajo el título de Sin regreso--, el realizador y escritor muestra un pulso acertado para el terror psicológico y un manejo dosificado de los tiempos que la tensión requiere, como lo hiciera en 2002 con Cuando las voces humanas nos despierten (con Helena Bonham Carter y Guy Pierce), donde también habían un psiquiatra, un accidente trágico y un tren que procura reencarrilarlo en su destino.
Una comedia para celebrar la maternidad "Enredadas... pero felices" es otra cinta multiestelar que Hollywood regala para una fecha especial. En Estados Unidos se aproxima la celebración del Día de la Madre que se dará el 10 de mayo. De allí, que Hollywood haya cumplido con el regalo para la ocasión con Enredadas... pero felices, película que en idioma original se llama, simplemente, Día de las Madres, y que ofrece un entretenimiento amable con elenco, dirección, música, fotografía y etcéteras aportados por avezados del género. El director es el mismo de Mujer Bonita y Día de los Enamorados; como en esos títulos, Julia Roberts se coloca en la cabeza de un elenco multiestelar y el paquete se adheresa con el arte del mismo equipo técnico de esas, y de cintas como Algo prestado, Tres son multitud, Año nuevo, que saben cómo envolver y rematar un presente ideado para compartir en familia. Al modo de algunas de las mencionadas y tantas más, Enredadas... enlaza cuatro historia: mientras Miranda (Roberts) sostiene una carrera televisiva por la que renunció a formar familia, Sandy (Jennifer Aniston), madre de dos niñas se decide a recuperar su independencia cuando descubre que su ex marido se casa con una mujer mucho menor, Bradley (Jason Sudeikis) aprende a ser padre-madre de una adolescente; Jesse (Kate Hudson) decide volver a hablar con su absorbente mamá, y Kristin (Britt Robertson) a buscarla, porque fue dada en adopción. Con finales siempre reconfortante, es de esas películas que da oportunidad de llevar a mamá o a los chicos al cine, aunque el almanaque deba esperar a octubre.
Otro título que se suma a la nueva tradición cinéfila “Cuanto más oscura, mejor” es el mandato que sostiene la spin off “El cazador y la Reina de Hielo”. “Espejo, espejo, dime una cosa: ¿quién de todas es la más poderosa? La pregunta surge de labios de Freya, la Reina de Hielo. A diferencia de su hermana Ravenna, a Freya no la obsesiona la belleza sino el poder para evitar que el amor se propague por el Reino Encantado. Años atrás en el relato, tiempo antes de que Ravenna se enfrentara a su hijastra y aliados --sucesos narrados en Blancanieves y el Cazador (2012)--, Freya sufrió un desencanto amoroso que la llevó a recluirse en las lejanas tierras del Norte. Pero lejos de tomar una actitud contemplativa, dedicó sus días a secuestrar niños y entrenarlos como un ejercito de cazadores incapaces de sentir piedad alguna. Para ello, la regla principal de supervivencia es desterrar de sus corazones todo rastro de amor. Pero sus mejores pupilos, Eric y Sara, rompen el pacto y huyen hacia el sur. Enterada de la muerte de Ravenna, Freya manda a buscar el Espejo Mágico, segura de que su poder es el mayor premio que se pueda obtener y de que en una guerra con dos bandos poderosos, quien lo obtenga será invencible. A través del espejo, Freya volverá a su hermana a la vida y, juntas, buscarán imponer el terror en los humanos, en especial, en un par de enamorados que se atreven a desafiar los designios de su reina, un mujer despechada y que ahora tiene el doble de poder. Comentario Otra épica larga y pochoclera ¿Cuento de hadas? De las pequeñas y encantadoras criaturas mágicas que el "maravilloso mundo" de Disney supo concebir, en este relato sólo quedan rastros en las imágenes generadas por computadora y que pueblan un bosque lleno de peligros. Aventuras en un marco de fantasía "cuanto más oscura mejor" es lo que se encuentra en este filme de Cedric Nicolas-Troyan, experto en efectos visuales --entre otros créditos-- que trabajó para Blancanieves y El Cazador, Retratos de una obsesión, El hombre del tiempo y dos de los Piratas del Caribe: la maldición del "Perla Negra" y El cofre de la muerte. Spin off y precuela de Blancanieves,... , El cazador y la Reina de Hielo se sostiene en la misma ecuación de arte + efectos + luchas coreografiadas + figuras antagónicas (para el caso duplicadas)= otra cinta larguísima y pochoclera, posiblemente soportable por un público adolescente a juvenil con ganas de aturdirse de acción. Emily Blunt, como Treya, Charlize Theron como Ravenna y Jessica Chastain en el rol de Sara, son un trío femenino de lujo en belleza e interpretación, que supera con creces el porte y artes de Chris Hemsworth, el cazador. ¿Lo mejor? La variedad de personajes que adornan la épica, los escenarios y el vestuario.
Un thriller psicológico bien llevado Pariente lejana del filme de 2008, “Avenida Cloverfield” mantiene en duda y tensión al observador. Una joven sufre un accidente automovilístico y, cuando despierta, se encuentra encerrada en una celda bajo tierra y sin ventanas, encadenada a una cama e impedida de comunicarse con el exterior, incluso por celular. Ya desde esta introducción, Avenida Cloverfield 10 asoma a la intriga que mantendrá hasta el final del metraje, a partir de un guión titulado El Sótano, que ganó en concurso entre los 10 mejores de 2012 y que vio luz a pantalla con producción de Bad Robots. Según J. J. Abrams, el filme es "un pariente de sangre" y una sucesora espiritual de la película de 2008, Cloverfield. Pero tiene entidad propia, a partir de la historia de esta mujer que no sabe distinguir si fue secuestrada por un hombre extraño (John Goodman) o si, como él sostiene, la salvó de un terrible ataque químico que volvió al exterior inhabitable. La confusión se profundiza más aún a partir de la presencia de un vecino (JPhn Gallagher Jr.) que afirma haberse herido forzando la puerta del bunker para ingresar por propia voluntad. La fuerza psicológica de este filme sostiene en tensión constante al espectador, quien juzga a su captor y la situación planteada desde la mirada temerosa de la muchacha atrapada. Aunque el ataque extraterrestre de la película de 2008 es apenas una referencia que se aclara sobre el final, ese epílogo parece indicar que la familia en torno a Cloverfield se podría llegar a agrandar.
Un eficaz western con identidad e historia argentina En "Kóblic", Sebastián Borensztein cuenta con actuaciones para el aplauso de Ricardo Darín y Oscar Martínez. En junio de 1977, "el Polaco" Tomás Kóblic cumplió su última misión desde la zona militar de Aeroparque, en Buenos Aires. Todavía le faltaban unos años para retirarse pero, al decir de sus compañeros de armas y superiores, "flaqueó". Procurando huir de esa vida, se refugia en el hangar de fumigación de Alberto, un viejo amigo de quien nadie sabe, en un pueblo perdido de la Pampa Húmeda. Pero la violencia está enquistada en lo más profundo de las entrañas de la sociedad y no hay manera de desterrarla del presente que, además, parece confabulado con los fantasmas del pasado para impedir que el hombre escape a su destino. Klóblic es un thriller y un policial, pero también un western de la "w" a la "n", que utiliza el contexto histórico de la Argentina de los '70, no para regodearse en las pancartas, sino para encontrar en él a los personajes típicos de un género cinematográfico, cuyas formas narrativas y visuales encontraron espacio en latitudes alejadas del Oeste norteamericano. Aquí, el protagonista Kóblic se ve llevado por sus circunstancias a un paraje perdido en una geografía casi inhóspita, donde el tiempo parece detenido y los hombres y mujeres, fundidos con el paisaje. Allí, Verlarde, un comisario violento y corrupto rige con una "ley" sin ley; allí también están los seres honestos, siempre dispuestos a ayudar al forastero; y la dama en apuros a quien rescatar (Inma Cuesta). Sebastián Borensztein volvió a recurrir a Ricardo Darín, protagonista de su anterior filme, Un cuento chino (2011), para componer a un antihéroe en busca de redención, y una vez más acierta con un intérprete que sabe utilizar el mismo cuerpo y gestualidad para darle entidad única a su criatura. En la vereda de enfrente y como representación del "destino" y de todo lo que "el Polaco" quiere dejar atrás, está Velarde, un trabajo nada frecuente para el actor Oscar Martínez. Su impecable construcción de personaje merece un párrafo aparte. Martínez ofrece al observador la imagen y don de un hombre rústico, criado en el campo, desconfiado, acostumbrado a ser peón de alguien más poderoso. Velarde es preso de un condicionamiento personal que, no obstante, no justifica sus malas elecciones. En el western, donde el paisaje es casi otro personaje, el fotógrafo elegido es fundamental y Rodrigo Pulpeiro (con varios créditos laborales en títulos notables de la filmografía argentina) no modifica, sino que enfatiza con sutileza las luces y sombras de la paleta a mano. Un efecto similar produce la música de Federico Jusid (hijo del cineasta Juan José Jusid y la actriz Luisina Brando, compositor de música contemporánea y autor de la banda de El secreto de sus ojos) que da aplomo a un cuento que vale adoptar sin prejuicios que empañen su esencia como obra de arte.
La nueva versión de un clásico Mowgli (Neel Sethi), es un niño criado por una manada de lobos en la selva. Pero al crecer, comprende que debe abandonar su hogar. Ocurre que el tigre Shere Khan (voz de Idris Elba), lastimado por el Hombre, promete eliminar lo que considera una amenaza. Mowgli, entonces, se embarca en un fascinante viaje, con la pantera Bagheera convertida en su mentor (Ben Kingsley), y el oso Baloo, un espíritu libre (Bill Murray). Por el camino, aparecen otras criaturas: Kaa (Scarlett Johannsson), una serpiente pitón cuya voz y mirada seductoras hipnotizan a Mowgli, y el embaucador Rey Louie (Christopher Walken), que coacciona al pequeño para que le enseñe el secreto de la mortal flor roja: el fuego. Historia clásica de Disney, con mensajes de superación, autodescubrimiento y redención incluidos, se la conoció por primera vez en cines en 1967, de mano de Wolfgang Reitherman. Su producción alcanzó a tener la guía del propio Walt Disney, quien falleció en diciembre de 1966. Cómo otros títulos de la firma (Cenicienta, La Bella Durmiente), este cuento de moralejas siempre vigentes se reedita para las nuevas generaciones con las demandas del consumidor actual: emoción, buen ritmo, actuaciones de alto nivel y una foto y música que empaqueten el combo con lustre nuevo y lujoso. El director John Favreau (Iron Man) las conoce y sabe responder, agregando su sello de acción.
Otra típica patriada yanqui por el mundo Secuela de "Ataque a la Casa Blanca", "Londres bajo fuego" traslada al héroe imbatible a una misión similar. Un parafraseo al popular "más tonto que alemán de película" se podría acuñar con cada nueva producción de hiperacción estadounidense, ajustando el gentilicio según el enemigo y/o escenario del mundo a visitar por los siempre infalibles muchachos del norte. Para el caso de Londres fajo fuego, habría que utilizar el adjetivo "inglés", no porque sea éste el adversario de turno, sino porque tratándose de una de las grandes potencias del mundo, Gran Bretaña parece incapaz de reaccionar en esta historia a un ataque masivo que termina con cinco primeros mandatarios y varios de los edificios emblemáticos de su capital en pocos minutos. Eso sí, cuando el presidente de los Estados Unidos (Aaron Eckhart) acude al mismo escenario para el funeral del Primer Ministro británico y su integridad y buen nombre peligran, la revancha --de iraníes y paquistaníes, aunque no importa demasiado-- está asegurada. Porque allí estarán el guardaespaldas más valiente de la Tierra (Gerard Butler) en comunicación a distancia con el vicepresidente más perspicaz y parecido al mismísimo Dios (Morgan Freeman), actuando en la tierra del MI6 como en el living de casa. Londres bajo fuego es continuación de Ataque a la Casa Blanca (2013) y no varía demasiado en la temática ni parece buscarlo. Así, el único resultado posible y comprobable, es brindar una hora y media de pseudo-entretenimiento en base a explosiones y corridas demenciales. La verosimilitud de la historia ni se plantea. Tampoco el hartazgo que produce otra típica patriada yankee por el mundo, porque "a aquellos que amenacen la libertad, los Estados Unidos le responderán", valga la pancarta.
Con humor, y por amor al deporte La "biopic" del atleta olímpico Eddie Edwards busca dejar buenos mensajes entre pasos de comedia. “Desde que recuerdo, ha sido mi ambición ser atleta olímpico", relata Eddie sobre su propia historia. "Tienes razón: jamás iré a los Juegos Olímpicos. Iré a los Juegos Olímpicos de Invierno", le responde a un padre que se opone a sus aspiraciones de deportista. Las frases surgen en el filme inspirado en la vida del británico Eddie "El águila" Edwards, célebre por ser el primer británico que representó a su país en la disciplina Salto de Esquí, en Calgary, 1988. y por haber ostentado récords nacionales y mundiales. La historia es narrada desde el enfoque del protagonista encarnado por Taron Egerton, y repasa la infancia de Eddie, impedido de practicar deportes según prescripción médica; la falta de aliento social y la oposición del mismísimo comité olímpico de su país, hasta su caída en manos del entrenador menos adecuado y con quien llegó a niveles inesperados: Bronson Speary (Hugh Jackman), campeón en 1968, a quien expulsaron del equipo olímpico por su "falta de respeto hacia el deporte". Entre pasos de comedia, escenas fabulosamente fotografiadas en las pistas y un marco estético que remite a la época retratada, el cuento rescata la imagen del héroe antes rechazado. Curiosamente, la atención que recibió en los Juegos de Calgary resultó tan embarazosa para los organizadores que al cabo de ellos, endurecieron los requerimientos de ingreso, al punto de hacer casi imposible que alguien pudiera seguir el ejemplo de Edwards.