Los hijos de la selva. Es inevitable pensar en El señor de las moscas al ver Monos, dado que la premisa es similar. Pero Alejandro Landés se despega del duplicado otorgándole una impronta autoral y una mirada local a la historia. En un lugar perdido de las montañas, ocho niños adolescentes, armados hasta los dientes, custodian a una rehén extranjera. Ellos responden a una organización, de la cual nunca se nos rinde demasiados detalles. Tampoco sabemos cómo los jóvenes llegaron a ese lugar, solo vemos que entrenan, juegan y también se enamoran. Más allá de su adultez forzada, es inevitable que no emerjan las conductas del típico adolescente en ese lugar sin ley. La película, con una narración más que sólida, va atravesando distintas etapas, desde encontrar un grupo obediente y disciplinado en medio de las montañas, hasta el punto de llegar al autocastigo sino pueden cuidar a la vaca Shakira. También estar en un frente de guerrilla (nunca esbozada políticamente, por más que el conflicto colombiano esté omnipresente), hasta el momento de manifestar su rebeldía cuando se internan en la selva. Allí se camuflan y se convierten en un elemento natural más del lugar. Landes pone de manifiesto un muy buen pulso a la hora de contar una historia e imprimirle acción, así como al momento de delinear personajes en un contexto grupal. Una experiencia salvaje y atípica que vale la pena transitar.
Un tour de force salvaje con chicas bonitas y enormes tiburones blancos. Desde que Steven Spielberg filmó la clásica Tiburón ¿quién no se ha sugestionado con estos escualos? Más de uno lo ha pensado dos veces antes de zambullirse en el mar. Claro que esta película ha sido la precursora de cientos de historias que tienen como protagonistas a nuestros amigos carnívoros, y Terror 47 metros: El segundo ataque es una de ellas. Vendría a ser una especie de secuela de A 47 metros, cinta también dirigida por Johannes Roberts, en la que dos jóvenes que se encuentran veraneando en México, quedan atrapadas en una jaula para avistar tiburones en las profundidades del mar, siendo acosadas por los feroces peces. En esta ocasión la acción se traslada a dos hermanastras y su grupo de amigas, quienes saltándose las reglas se sumergen a recorrer unas ruinas submarinas. El padre de Mia (Sophie Nélisse) y la madre de Sasha (Corinne Foxx), son pareja. Por lo que ambas adolescentes son parte de la misma familia. A Mia la molestan y acosan en el colegio, mientras que Sasha goza de cierta popularidad y se avergüenza un tanto de ella. Para limar asperezas, los padres planean que las chicas pasen un día juntas avistando tiburones en un paseo turístico. De mala gana las jóvenes emprenden camino, pero deciden suspender el aburrido paseo y cambiar el curso de las cosas, cuando las divertidas amigas de Sasha, Alexa (Brianne Tju) y Nicole (Sistine Stallone), las recogen. Es así que guiadas por Alexa descubren un paraíso solitario en la costa de Recife, y deciden bucear entre las cuevas y pasadizos de una recién descubierta ciudad submarina. Lo que no saben es que estas ruinas son hogar de una especie extraña de tiburones blancos ciegos… que están furiosos y hambrientos. La premisa es simple y lo que se cuenta también. Roberts no le da muchas vueltas al asunto y se concentra de lleno en la acción, creando un ambiente claustrofóbico y tenso. Aquí el fuerte no es la descripción de los personajes, sino la situación de riesgo extremo. Son cuatro chicas tratando de sobrevivir a cualquier precio, y no serán solo los tiburones la amenaza latente; también lo son las trampas que contiene esta ciudad maldita, y la falta de aire. El grupo de amigas bucea a ciegas sin saber lo que puede suceder. Solo les resta rezar, usar el instinto y la cabeza para superar los obstáculos. Cuando en un momento el relato parece encontrar oxígeno (literal y simbólicamente hablando), se abre paso un tour de force bizarro y muy sangriento, en donde nuestras chicas ponen el cuerpo a un show de persecución y lucha con los tiburones. Si sos fan del género, te recomendamos colocarte máscara, chequear el tubo y sumergirte en esta terrorífica aventura.
Joaquin Phoenix nos brinda un Guasón épico en la cinta dirigida por Todd Phillips. Quizá soy un oído que solo escucha el murmullo de la calle; o un brazo que se extiende y se mueve al ritmo de la música; un par de piernas delgadas que dan pasos hacia el abismo; un torso desencajado que se retuerce de dolor; o una boca que provoca espasmos como carcajadas para liberar la pena de un cuerpo sin pasado… Nos ponemos algo líricos para captar la esencia de este film que tiene al Guasón como figura central, claro está que hablamos del archienemigo de Batman (EL héroe de DC Comics). Es cierto también que han pasado varios tipos del también llamado Joker por la pantalla grande, desde uno jocoso y más naif, de origen mafioso, interpretado por Jack Nicholson; o un oscurísimo Heath Ledger, quien supo reinventar el personaje otorgándole anarquía y una sonrisa desfigurada; hasta uno más ¿cool? o ¿pandillero?, un rebelde sin causa encarnado por Jared Leto. O sea que para llegar al Guasón de Joaquin Phoenix, hubo una evolución del personaje. Aquí Todd Phillips, su director, decide indagar los orígenes de este ser confiriéndole un pasado difícil y una psicología de lo más compleja; alejado del imaginario fantástico de la típica película de superhéroes, por el contrario otorgándole terrenalidad, cotidianidad… humanidad. Ambientada en los 70´, en una imaginaria Ciudad Gótica, Arthur Fleck (el Guasón) divaga por las calles trabajando de payaso en un lugar de mala muerte, para un jefe abusivo. Tiene solo a su madre Penny, con quien vive en una pocilga, pero toda la ciudad parece estar imbuida en halo de miseria, la diferencia de clases es muy notoria. Él solo quiere amar, tener la admiración de los demás. Desde el momento que lo vemos reír sin una causa aparente, una risa anómala y dolorosa, nos damos cuenta que nuestro chico es una bomba de tiempo emocional. Una especie de “freak” con comportamientos extravagantes, sumada una postura deformada y una mirada que de tan inocente y sufrida no reconoce límites de moralidad. No queremos spoilear, pero nuestro Joker es producto de una sociedad enferma que invisibiliza a ciertos sectores. Dentro de su peligrosa ingenuidad, él tiene como propósito en la vida hacer sonreír a la gente, quiere ser un comediante. Pero detrás de la carcajada también puede haber angustia y emociones descontroladas, involuntarias, disociadas de los sentimientos internos. Este es el caso. Por lo que en esta cinta el Guasón ira atravesando una transformación gradual, hasta devenir en un poderoso antagonista; que será fuente de inspiración de un pueblo descontento, trayendo caos y anarquía a una anestesiada Ciudad Gótica. Llega un momento que, inconscientemente, se transforma en un fenómeno social, su locura se vuelve colectiva. Todd Phillips va más allá de lo psi y nos propone una desconstrucción de este “villano”, indagando sus orígenes y el porqué de sus conductas, involucrando todo el contexto. Más allá de la excelente interpretación de Phoenix, logra un Joker épico, aquí el relato también acompaña con un guion incisivo y reflexivo. Los planos cortos en su cuerpo malformado y en su rostro, así como una música constante y perturbadora, dan cohesión al estado mental del protagonista. Un estado que transita entre los límites de la realidad y el delirio… que se materializa en sangre dibujando la sonrisa patológica tan característica de este ser con un pasado y un presente trágico, que reconstruye como puede su identidad.
El mundo privado de Peter Grudzien. La película ganadora de la 21 edición del Bafici, es el extraordinario documental The Unicorn, dirigido por Isabelle Dupuis y Tim Geraghty. Un retrato despojado de Peter Grudzien, quien grabó el primer álbum de música country gay. Peter compuso, interpretó y grabó The Unicorn, en los 70´, en su hogar en Queens, y vendió 500 copias saliendo a la calle con su maletín a cuestas. A pesar de un debut muy poco prometedor, el álbum fue rescatado del olvido y relanzado en la década de 1990, recibiendo grandes halagos por parte la crítica especializada. Cuando los cineastas Isabelle Dupuis y Tim Geraghty deciden seguir a Grudzien (del 2005 al 2008), se encuentran con un Peter viviendo de modo marginal, alimentado por la paranoia; con un padre nonagenario, Joseph, con quien casi no se habla; y su hermana gemela Terry, que padece esquizofrenia. Más allá de la virtud musical, la cinta nos sumerge en la vida de un Peter hermético, lleno de sombras tan reales como imaginarias. La lucha por su casa, el apego enfermizo con su hermana quien de tantas cirugías tiene el rostro desfigurado; o un amigo que arma bombas y se infringe golpes para culparlo. Cámara en mano para captar una casa detenida en el tiempo, archivos de audios; también archivos de diarios con fotografías de Peter en pleno auge; todo se vincula a una dinámica de vida malsana, lo contrario al tan mentado sueño americano. El lado B de la mágica New York. Un retrato familiar agrietado, que si bien puede asemejarse a otros documentales biográficos, capta a la perfección esa mezcla de inspiración creativa y locura que caracteriza tanto a su personaje principal como a unos familiares aún más desquiciados. Estamos ante un hombre inmerso en un ámbito disfuncional, con una existencia difícil, que utilizó la música como mecanismo de defensa y supervivencia.
Te encontré entre las estrellas “En un futuro cercano”… comienza diciendo esta película, todo un melodrama disfrazado de ciencia ficción. Disfrazado porque el personaje principal, Roy McBride (Brad Pitt), es un astronauta que ha dedicado su vida a explorar el espacio en búsqueda de indicios de vida extraterrestre, como su papá Clifford McBride (Tommy Lee Jones), una eminencia que desapareció hace largos años en una misión secreta, en Neptuno. El gobierno convoca a Roy porque el planeta corre peligro, dado que está recibiendo grandes descargas eléctricas que amenazan con destruir todo. Es así que le sugieren que su padre sigue vivo y que su nave está fuera de control emitiendo los mortales rayos. Por lo que deberá ir en busca de él y detener la amenaza. Roy desde niño que no sabe de Clifford McBride. Nuestro protagonista lleva una vida solitaria, casi autista. Vive para trabajar y está emocionalmente anestesiado. Perdió a su mujer debido a esto, el único afecto que le queda. Su madre murió al poco tiempo de la desaparición de su padre. Por todos estos motivos Roy, a pesar de mostrarse frío, sufre un shock emocional al enterarse que este puede estar vivo. Es así que emprende su viaje a Neptuno, haciendo escala en la luna y Marte. Ad Astra, es un bello viaje por el interior de una persona que busca exorcizar su trauma, teniendo como sola compañía las estrellas. La fotografía es impactante, así como ese clima solemne (pero no pretencioso) que se genera. Una auténtica odisea emocional, en donde además de este componente, se intercalan escenas brillantes de riesgo, como un ataque de contrabandistas en el lado oscuro de la luna; o encontrar un primate rabioso y mortífero en una nave en órbita. Tal como el mito de Telémaco, Roy encontrará a su padre después de mucho tiempo, condición necesaria para enfrentarse a la verdad y elaborar su conflicto. James Gray, en este drama espacial, habla de la soledad, la incomunicación y sobre la necesidad de aferrarnos a nuestros afectos; todo esto subrayado por el pensamiento en off del protagonista. Conformada por planos contemplativos y magnéticos, la cinta nos invita a no perder la capacidad de asombro y a reflexionar sobre nuestra propia realidad.
Gualichos, corrupción y red de tratas en la película de Marcelo Páez Cubells. La luna se refleja limpia en el agua mientras la abuela le enseña a utilizar sus poderes heredados a la pequeña Selena (Érica Rivas), quien crece con el estigma de la “bruja” del pueblo ante la mirada ajena. Los fuera de focos de la cámara delinean los momentos que entra en trance, esos pocos momentos que utiliza su magia en respuesta a actos injustos. Selena vive con Belén (Miranda de la Serna), su hija, en una humilde chacra. Cultiva hortalizas y le trata de enseñar a controlar sus dones. Como cualquier chica de su edad, Belén quiere tener un celular y salir a bailar. Es así, que en una fiesta de la escuela, Belén y sus amigas conocen a un chico que les promete trabajo como promotoras. Y un día las lleva engañadas, las entrega a Marisa (Leticia Brédice), quien maneja una red de prostitución. La desesperación de Selena por hallar a las chicas, la llevará a ponerse al frente de una búsqueda en la que utilizará todos sus poderes de bruja, y hasta su propio cuerpo. Bruja comienza algo onírica en sus imágenes, como pictórica, inclinándose hacia el terror, pero con el transcurso del tiempo se convierte en verdadero drama. La magia funciona como pretexto para poder abordar el tema de la trata de personas. En este sentido no ayuda cuando el personaje de Pablo Rago, uno de los padres de las jóvenes desaparecidas, se pone a recitar datos tipo manual instructivo, lo cual le resta verosimilitud y tono al relato; así como la actuación exacerbada de Leticia Brédice, quien recrea un personaje que roza con lo caricaturesco. Si bien desde lo narrativo es un film confuso y le cuesta fusionar los ejes temáticos: el de la trata y la brujería, sin dudas es Érica Rivas quien hecha luz al asunto otorgando nervio y vitalidad, con una gran actuación (como nos tiene acostumbrados). Encarnando a una Selena combativa, resiliente; a una madre que no llora ni se queda pasiva… a una heroína, una justiciera.
Andy Muschietti asume riesgos narrativos y estéticos en la segunda entrega de la transposición de Stephen King. Adiós romanticismo, nostalgia ochentosa y reminiscencias a cualquier tipo de serie juvenil. En la segunda entrega de It, más allá del eterno Pennywise, las motivaciones son otras. Es que los miembros del Club de los Perdedores crecieron, y a pesar de ese trauma de la niñez que flota en el inconsciente como una pesadilla, lo cierto es que tienen problemas de adultos. Veintisiete años después, los “perdedores” se encuentran dispersos en distintas ciudades de Estados Unidos. El único que permaneció en Derry es Mike (Isaiah Mustafa), quién vive en la biblioteca del pueblo, y es el único al que no se le han borrado los recuerdos. Por el contrario, ha dedicado su vida a indagar de donde proviene Eso que crece y se alimenta del miedo. Cuando Mike advierte que comienzan a sucederse asesinatos horrorosos e inexplicables (a destacar la secuencia introductoria de la cinta protagonizada por Xavier Dolan), comenzará a contactar al grupo. Ese pacto de sangre de la adolescencia sin dudas toma vigencia. Ben (Jay Ryan) ahora luce atlético e irreconocible, muy lejos de aquel gordito que padecía bullyng en la escuela; Bill (James McAvoy), es un exitoso escritor de novelas de ficción; Richie (Bill Hader) sigue tan bromista como siempre, de hecho se gana la vida haciendo stand up; también están Eddie (James Ransone) y Stanley (Andy Bean); y por supuesto nuestra única y valiente mujer, Beverly (Jessica Chastain), quien como en su adolescencia sigue padeciendo abusos y violencia, pero ahora por parte de su pareja. Todos regresan con sus traumas a cuestas, para enfrentar de una vez por todas al malvado Pennywise. It: Capítulo 2, como indicamos al principio de la nota, toma otro vuelo. Desde que el grupo entra en esa dinámica que gira alrededor de la maldad de Eso, todo se vuelve lisérgico. Viven dentro de una pesadilla, en donde la fantasía se confunde con la realidad y se materializan los peores recuerdos. Y Muschietti se atreve a jugar con las distintas entidades que adopta este simil payaso, y darle forma a los malos sueños, intercalando en el tour de forcé del grupete animaciones de tintes surrealistas que hacen recordar a las del genio checo Jan Švankmajer. Esas que oscilan entre el stop motion y figuras elásticas y deformadas. Claro que también el cgi hace de lo suyo, sobre todo en el tramo final de la cinta. Si, es cierto que se extiende en su duración, pero funciona como preludio para mostrarnos y empatizar con la nueva realidad de esos adolescentes que ahora son mayores. Más terrorífica, oscura, brutal, Pennywise no tiene concesiones a la hora de asesinar. ¿Qué más decirte? … toma un globo rojo y prepárate a flotar.
De cuando Javed conoce a Bruce Springsteen. Retraído, algo vergonzoso, Javed siente la mirada prejuiciosa de los demás, y tampoco ayuda su actitud vacilante. Javed (Viveik Kalra) es un adolescente británico de origen paquistaní, criado en el seno de una familia patriarcal. Su padre mueve las piezas en la casa, así como dispone sobre el rumbo de la vida de sus tres hijos. Son inevitables las comparaciones e influencias de la cultura inglesa y cómo estas repercuten en el joven, inclusive en sus gustos musicales. La música de mi vida está ambientada en 1987, durante los austeros años en los que Margaret Thatcher estuvo en el poder. La crisis y el desempleo son moneda común, y no queda exento el padre de Javed quien es despedido de una fábrica, obligando a su madre a trabajar horas extras para mantener a la familia. En medio de este contexto, el protagonista, gracias a un amigo, conoce la música de Bruce Springsteen, y como tocado del cielo se ilumina su vida. Se siente totalmente identificado con lo que describe “El Jefe” en sus canciones, mayormente relacionadas a preocupaciones cotidianas, económicas y sociales. Un estadounidense muy crítico con la política exterior de su país. Envalentonado, Javed toma su música como una filosofía de vida y no solo cambia su forma de relacionarse con los demás, también su forma vestir. Con un relato y actuaciones frescas e inspirada en la historia real del periodista de The Guardian, Sarfraz Manzoor, quien también coescribió el guion, la cinta nos muestra la vida de este adolescente que sueña con escribir y salir de su lugar de confort, en un ámbito rodeado de gente tan prejuiciosa como maravillosa (sus amigos, su profesora, su novia). La narración es ágil y se intercala con algunos cuadros musicales, siempre acompañados por las canciones de “El Jefe”, momento en que más vuelo literario y estético toma la película. También hay romance, una historia de superación y de aprendizaje en el seno de una familia que debe adaptarse a otra cultura. Quizá es aquí cuando se torna demasiado demagógica y aleccionadora, situación que agota un tanto al espectador y caricaturiza a los personajes. Más allá de estos excesos, estamos ante una cita imprescindible para los amantes de Bruce Springsteen.
El súper equipo de los ene-amigos Desde que comienza Angry Birds 2: la película, no nos da respiro. Las cosas suceden a un ritmo tan frenético como el videojuego en que se basa. Todo es acción cuando no se intercalan canciones ochentosas que configuran una estética clipera. Y sí, también volvemos a encontrarnos con los protagonistas de la película primigenia: nuestro amigo Red (Jason Sudeikis) junto al desquiciado Chuck (Josh Gad), Bomb (Danny McBride) y la Gran Águila (Peter Dinklage); así como su contrincante el cerdito verde Leonard (Bill Hader). Tras una entrada en calor a puro hondazos entre La Isla de los Pájaros y de los Cerdos, un objeto inesperado, una especie de meteorito congelado, aterriza en las aguas que dividen las islas. Es así que Leonard comienza a investigar de donde proviene y descubre una tercera isla muy fría, habitada por la particular pajarraca Zeta (Leslie Jones) y sus secuaces, quien tiene como finalidad asustar tanto a los pájaros como a los cochinillos con la intención de habitar sus hermosas tierras tropicales. Entonces el cerdito le pedirá una tregua a Red para enfrentar ambos a la nueva amenaza. Llegando a un acuerdo, los ene-amigos forman un súper equipo, al que se incorporan nuevos personajes como la geniecilla Silver (Rachel Bloom), hermana de Chuck (y que tendrá química con nuestro héroe rojizo); y por parte Leonard, su asistente Courtney (Awkwafina) y el tecnológico Garry (Sterling K. Brown). La aventura comienza al mismo momento que la misión planeada para detener a la histriónica Zeta. Vale destacar también a tres poluellos (¡so cute!), quienes paralelamente intentarán rescatar a los hermanitos de uno de ellos. Como podemos notar la película se despliega de manera coral, son varios los protagonistas por lo que la narración salta de historia en historia sin detenerse, sin perder el ritmo ni un instante, por el contario a veces es demasiado frenético. Pero se plantean circunstancias acordes de lo más alocadas y entretenidas (acompaña muy bien el 3D), como cuando parte del equipo se camufla de águila para entrar a la guarida de su enemiga ¡surrealista! Claro que desde el aspecto técnico también nos encontramos ante una factura de animación impecable, como las estupendas voces que coronan la historia. Más allá de lo básico de su argumento, este delirio colorido gana fuerza en las escenas de humor físico y absurdo. Una conjunción en donde se exceden los límites del sentido común, provocando más de una risa. En la secuela la troupe, lejos de enfurecerse entre ellos (y a pesar de sus diferencias), busca la manera de convivir, respetarse y pasarla bien; una pequeña vuelta de tuerca al espíritu que tiene el videojuego. Definitivamente nuestros amiguitos ahora vuelan por los aires todos juntos.
La revancha de los perdedores. Finalmente llega a nuestros cines la nueva película de Ricardo Darín y en realidad es mucho más que eso, porque además de contar con un elenco coral notable, el espíritu del film sienta sus bases en el empuje colectivo. Basada en la novela de Eduardo Sacheri, La noche de la usina, la historia se sitúa en el año 2001, a horas de que explote el “corralito” financiero de nuestro país, situación que dejo a millones de personas sin sus ahorros. Al ex jugador de fútbol Fermín Perlasi (Ricardo Darín) y su mujer Silvia (Verónica Llinás), quienes viven en un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires, se les ocurre comprar unos silos de acopio de semillas con la finalidad de armar una cooperativa y generar trabajo en el lugar. Por este motivo, junto a sus amigos Fontana (Luis Brandoni) y Belaunde (Daniel Aráoz), emprenden la cruzada de convocar a vecinos para que se sumen al proyecto. Es así que logran recaudar una cantidad significativa de dinero, pero les falta una suma para llegar a la compra de la propiedad. Cuando todo parece marchar viento en popa y Perlasi deposita lo recaudado en una caja de seguridad en el banco del pueblo, el gerente lo convence de pasarlo a una cuenta con la promesa de otorgarle un préstamo casi inmediato. Si consultar y atraído por la idea de llegar al monto ideal, Perlasi accede. Al día siguiente… la catástrofe: se anuncia por televisión el famoso corralito, traducido a que solo se puede sacar por semana una cantidad irrisoria de plata. Más que desilusionados y con los ánimos por el piso, y un Perlasi sintiéndose de lo más culpable, la troupe de pronto descubre que el gerente del banco les tendió una trampa junto al inescrupuloso abogado Fortunato Manzi (Andrés Parra), quien tiene los dólares de todos los ahorristas “encanutados” en una bóveda oculta en el medio de un campo. Sin dudarlo el grupo se organizará para cranear el golpe del siglo, para recuperar los que les fue quitado. No solo el dinero también sus sueños y la buena voluntad de gente de trabajo. La odisea de los giles, dirigida por Sebastián Borenztein, logra reunir muchos géneros en su narración. En una película de atracos y aventuras, del estilo heist movies en su forma, con el esquema del modus operandi básico: infiltración, apagado de alarmas y recuperación del dinero. Claro que aquí adaptado a nuestra idiosincrasia argenta por el contexto histórico que hay juego, acompañada por mucho humor que ayuda a descomprimir los momentos dolorosos y dramáticos del relato (que no spoilearemos). El nivel de producción es notable, así como la música que cuenta con lo mejor del rock nacional de la época (Babasonicos, Cerati, Divididos, Serú Girán, etc). Un relato con ritmo, entretenido, muy bien actuado y con tanta esencia local (y social) que sin dudas el público se va a sentir identificado con los personajes: “giles” que quieren vivir en paz si ser ultrajados en sus derechos como ciudadanos.